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Ciudadanía y poder

Julio César De León Barbero1

Introducción

En la historia del pensamiento político occidental la cuestión del poder

público ha sido objeto de análisis y reflexión. En ese esfuerzo las preguntas

que se han planteado constituyen un abanico de tamaño considerable: ¿Qué

es el poder público?; ¿quién debe ostentar el poder público?; ¿cuál es el

origen del poder público?; ¿qué le confiere legitimidad al poder público?;

¿cuáles son los límites del poder público?, y un largo etcétera.


En conjunción con el tema del poder público se ha destacado el asunto

de la ciudadanía. Complejo como el primero, este segundo tema requiere

aclarar el significado del término ciudadanía, el origen de la condición de

ciudadano, sumado el hecho de que la ciudadanía como noción y como

hecho social ha experimentado cambios a lo largo del tiempo.


En este trabajo se efectúa un análisis de la ciudadanía tal como esta

surgió en las dos tradiciones culturales que dieron origen a la civilización

occidental: el pensamiento griego y el pensamiento latino.


El eje principal de la argumentación está constituido por el interés en

demostrar la función que la ciudadanía tuvo como dique y límite al ejercicio

del poder público. En ese orden de ideas se considera ideal un retorno a los

orígenes de la ciudadanía y a la cuna de la civilización occidental. Esto sin

desmedro de lo importante que resultan otras defensas limitantes del poder

público como la constitución, la división de poderes y el parlamentarismo.

1
Trabajo presentado al Décimo primer concurso de ensayo de Caminos de la libertad, México. Véase:
http://www.caminosdelalibertad.com/concursos/verConcurso/43/

1
Como parte del análisis se recorren algunos momentos de la historia

para descubrir la metamorfosis que la ciudadanía ha tenido a lo largo del

tiempo, hasta convertirse en lo que es hoy: un instrumento del poder público.

La crítica a esa transformación degenerativa persigue, como se ha dicho,

una recuperación de la función original de la ciudadanía desde la convicción

de que así podría fortalecerse la preservación de la libertad individual al

contar con un elemento más que contribuya a su defensa.


El desarrollo argumentativo arranca con Grecia mostrando cómo ya en

el mundo griego se dio una cambio favorable en la idea de ciudadanía: De

habitante de la ciudad se pasó a la ciudadanía entendida como condición

humana portadora de derechos; es lo que denominamos la concepción

jurídica de la ciudadanía que fue refrendada y elevada a categoría esencial

de convivencia pacífica por el pensamiento latino.

I. Revolución neolítica y tiranía

A lo largo de su presencia en el planeta, desde hace cinco millones de

años cuando aparecieron los primeros homínidos, el género humano ha

atravesado por crisis, cambios, adaptaciones y transformaciones.

Prácticamente nada propio de lo humano quedó al margen de ese vaivén

transformador. Lo físico, lo biológico, lo fisiológico, lo cerebral, al igual que el

lenguaje y, en general, la cultura, todo sufrió modificaciones importantes,

hasta llegar a los hombres actuales.


En general se puede afirmar que aquellas experiencias novedosas y

aquellos cambios contribuyeron a mejorar la condición humana, la calidad de

2
vida, la forma de vivir, así como el instrumental requerido para enfrentar el

medio y aprovecharlo.
Una de las transformaciones más importantes sobrevino hace unos

ocho o diez mil años. Consistió en el surgimiento de los primeros

asentamientos humanos. Suele conocerse como la Revolución neolítica por

el uso de la piedra pulimentada a que dio lugar la vida sedentaria.


Antes de los inicios de esta Revolución que se originó en la Creciente

fértil, región atravesada por los ríos Nilo, Jordán, Tigris y Éufrates, los

hombres eran nómadas y su vida dependía de la caza, la pesca y la

recolección de frutos. Aquella existencia trashumante nada sabía del

gobierno ni de la ciudadanía.
Al descubrirse tanto la posibilidad de criar animales en corrales como la

actividad agrícola, los hombres no necesitaron más moverse continuamente

para encontrar alimento. Los precarios primeros asentamientos con sus

endebles construcciones surgieron, por la necesidad del agua, a orillas de

los grandes ríos tanto en Mesopotamia como en el resto del globo.


El surgimiento, pues, de las ciudades se encuentra en los orígenes de la

ciudadanía. Sin ciudad no hay ciudadanía. La ciudad puede considerarse

como una realidad física que dio pie a una realidad cultural: la ciudadanía.

Esta realidad cultural vino a considerarse como un avance importante en la

humanización del género humano y del individuo. Como lo afirma en su

excelente obra El triunfo de las ciudades, Edward Glaeser:

Las ciudades, esas densas aglomeraciones que salpican el planeta,


han sido motores de innovación desde los tiempos en que Platón y
Sócrates discutían en los mercados atenienses. (…) Recorrer estas
ciudades, sea por aceras adoquinadas o por una maraña de callejuelas,

3
alrededor de rotondas o debajo de las autopistas, equivale a estudiar el
progreso humano.2

Así pues, por definición y por derivación la ciudadanía surgió con el

abandono de la vida nómada y el aparecimiento de los primeros

asentamientos humanos que derivaron en ciudades. Ciudadano vino a ser el

habitante de la ciudad y ciudadanía la particular condición del hombre de

ciudad.
La ciudadanía se originó en Grecia. Al principio la ciudadanía estuvo

relacionada con una especie de “nacionalidad” casi equivalente a

territorialidad (precisamente por lo señalado en el párrafo de arriba).


Era requisito indispensable la pertenencia a una familia cuya presencia

en el territorio pudiera remontarse a mucho tiempo atrás. El sexo o el género

también era determinante puesto que las mujeres estaban excluidas de la

ciudadanía. Extranjeros domiciliados –o metecos-, esclavos y niños también

se excluyeron de la condición ciudadana. No hubo, aquí, universalidad,

generalidad ni igualdad.
Aquella primera noción de ciudadanía pronto cambió. De la habitación

en el territorio y la pertenencia a un vecindario, pasó a significar algo más.

Ese paso se produjo merced a experiencias duras y desagradables sufridas

por los habitantes de Atenas. Una de esas experiencias desafortunadas fue

la tiranía.
La complejidad propia de la vida sedentaria hizo surgir la necesidad de

una organización monopólica del poder en aras de resguardar el orden y

proteger al grupo de amenazas internas y externas. Esa organización

2
Glaeser, Edward, El triunfo de las ciudades, Taurus, Madrid, (Traducción de Federico Corriente
Basús), 2011, p. 13.

4
monopólica del poder fue el gobierno y la tiranía fue una forma de ejercer la

autoridad y el poder.
Se dice que el apogeo de las tiranías en toda la cuenca del Mar Egeo

fue el siglo VI antes de Cristo. Atenas experimentó tiranías inspiradas por el

clamor popular, por intereses de grupos aristócratas o de individuos

iluminados que hacían converger en sí mismos el papel de sacerdote y

gobernante.3
Las trágicas consecuencias de la tiranía pusieron en evidencia que las

actitudes del hombre nómada, tribal, continuaban escondidas y que solo

esperaban una oportunidad para manifestarse. Actitudes tendientes a

promover el beneficio de un sector en detrimento de los intereses del resto

de la población. Ya eso está mal. Agreguemos el hecho de que la imposición

de los puntos de vista de una facción solo se logra por la fuerza y el uso

sistemático de la violencia. Se niega el derecho a disentir; se reduce a los

demás a la condición de estorbo que debe ser eliminado. El espíritu de la

tribu es la cuna en la que crece el tirano, el déspota, el sátrapa.


Aquello condujo a la búsqueda de valores que fueran comunes y

pudiesen prevalecer por encima de los valores y los intereses privados,

tribales o grupales. Valores que pudieran convertirse en principios o

fundamentos de una convivencia pacífica. Uno de aquellos principios se le

atribuye a Clístenes.4 En su opinión era importante dar lugar a la isonomía,

es decir a la igualdad de leyes y a la igualdad de todos ante la ley. La

3
Pisístrato y sus descendientes, los pisistrátidas (Hipias e Hiparco), pueden mencionarse como tiranos
en el caso de Atenas.
4
Clístenes (570-507 a.c.), político ateniense al que se le atribuye la introducción del gobierno
democrático en la antigua Atenas.

5
condición económica o el origen familiar dejarían de ser criterios para

ubicarse dentro del orden social.


Desde la perspectiva de Clístenes la isonomía era equivalente a

democracia. Aunque la Asamblea (Ekklesia) de ciudadanos varones mayores

de dieciocho años tenía capacidad para decidir por la vía del voto, no era

esta práctica lo esencial en la democracia de Clístenes sino la igualdad

ciudadana ante la ley.

1. Ciudadanía e isonomía

La isonomía proporcionó a cada cual la misma condición: la de

ciudadano o miembro del cuerpo político con los mismos derechos y

obligaciones. Lo primero que salta a la vista aquí es la importancia de la

individualidad. Son los individuos los iguales ante la ley. Y son las leyes

iguales para todos los individuos.


Aquella condición isonómica permitió la grandeza de Atenas y garantizó

la libertad de sus ciudadanos. Hombres como Pericles, Micias y Tucídides

manifestaron enorme satisfacción ante la libertad de los atenienses, producto

de la igualdad jurídica:

…Pericles dijo que “la libertad que disfrutamos en nuestro gobierno se


extiende también a la vida ordinaria, donde, lejos de ejercer celosa
vigilancia sobre todos y cada uno, no sentimos cólera porque nuestro
vecino haga lo que desee”. Recordemos asimismo aquellos soldados a
quienes su general advirtió en el momento del supremo peligro durante

6
la expedición a Sicilia, que por encima de todo estaban luchando por un
país en el que poseían “una libre discreción para vivir como gustasen”. 5

En ese clima de ideas Aristóteles hizo su famosa definición

antropológica: El hombre es un animal político. Es decir, es un ser que vive

en la polis, en la ciudad, por lo tanto es un ciudadano; no una bestia solitaria,

ni un nómada depredador. Y lo más importante: cada nuevo ser que viene al

mundo ha de ser educado para la vida ciudadana porque esta no es natural.

Es, en realidad una “segunda naturaleza” pacífica, cooperativa, que permite

la convivencia armónica por encima de las diferencias individuales.


La vida en sociedad permitió una relación dinámica entre el individuo y la

colectividad gracias a la cual la colectividad humanizaba e integraba a

nuevos miembros. La paideía debía cumplir con esa finalidad.

2. De la polis a la humanidad entera

Otro momento importante en la evolución de la ciudadanía se relaciona

con la obra de Cicerón. Con el filósofo latino el concepto jurídico de

ciudadanía recibió un impulso y desarrollo de dimensiones universales.


Con el derrumbe y desaparición de la ciudad-estado el imperio de

Alejandro dio cobijo a multitud de pueblos, idiosincrasias, religiones y

lenguas ¿Qué podía garantizar la convivencia y la cohesión social de

enormes conglomerados con idiosincracias tan heterogéneas?


Cicerón puso en evidencia que lo privado ya sea personal o grupal ha

de diferenciarse de aquello que interesa a todos por igual sin distingos

lingüísticos, religiosos o étnicos. Cicerón denominó a este ámbito res-

5
Hayek, F. A., Los fundamentos de la libertad, Unión Editorial, S. A., Madrid, 1982 (cuarta edición), p.

220.

7
publica. La cosa pública es lo que atañe, interesa y afecta a todos. En ese

sentido todo hombre se interesa en la paz, el respeto, el evitar hacer a otros

lo que no aceptaría le hicieran a él. Cicerón creía que estos valores eran

propios de la naturaleza humana. Confiaba también en la capacidad racional

de cada quien para guiar la conducta hacia la armonía, el respeto y el orden.


Enemigo de la tiranía y creyente en el derecho natural, Cicerón sostuvo

que hay normas y conductas característicamente humanas establecidas para

vincular a los hombres. Escribió:

Existe, pues, una verdadera ley, la recta razón…, que se extiende a


todos los hombres y es constante y eterna; sus mandatos llaman al
deber y sus prohibiciones apartan del mal. (...) No es una en Roma y
otra en Atenas, una ahora y otra después, sino una ley única, eterna e
inmutable, que obliga a todos los hombres y para todos los tiempos;…
Quien no la obedezca huye de sí mismo y de su naturaleza de
hombre...6

Cicerón estableció que el ciudadano se caracteriza por el cumplimiento

de esa normatividad que conocemos como mínima moralia. En Roma se le

llamó derecho común o derecho de gentes. Conjunto de comportamientos

considerados propios de todos los hombres, de todos los pueblos y lugares.

Así logró el imperio romano su famosa pax romana no obstante la

multiplicidad y diversidad de pueblos que lo constituían. El poder imperial

garantizaba formas de vida, prácticas, usos y costumbres de enorme

heterogeneidad siempre que el comportamiento no violara las conductas

propias de la ciudadanía universal.

6
Cicerón, República, III, 22.

8
Salta a la vista que tanto en Grecia como en Roma la ciudadanía

implicó un respeto por el ser humano individual. Destaca la inviolabilidad de

la esfera privada tanto como la libertad para elegir un proyecto de vida. Esta

visión de la ciudadanía no está en pugna con la vida en común. Al contrario

es precisamente lo que hace posible las interrelaciones, la cooperación y la

minimización de roces y conflictos. Esta manera de entender la ciudadanía

posee, pues, un tinte declaradamente jurídico.


Lamentablemente un cambio drástico por venir conduciría no solo a la

pérdida de aquel sentido sino a su sustitución. Tomaría su lugar una

concepción tejida en el ámbito de los intereses políticos de la peor calaña.


Se podría afirmar que ese cambio en la noción de ciudadanía se dio de

la mano del estado benefactor. La consabida sed de recursos del sistema

político supuestamente para satisfacer todas las necesidades humanas de la

cuna a la tumba, como solía proclamar Clement Atlee, tenía que poner la

mira en la ciudadanía. Primero, despreciando la noción jurídica y, segundo,

desarrollando un perfil del ciudadano como fuente de recursos para el

bondadoso estado.
De este modo y de manera imperceptible la condición ciudadana pasó

de ser objeto de la protección estatal para tornarse blanco de la garra

expoliadora del estado.

3. De lo jurídico a lo gubernamental

Sostengo la opinión de que aquella visión jurídica de la ciudadanía es

superior y más eficiente que la visión político-gubernamental de la misma.

Esta última considera que la convivencia pacífica solo es posible con una

9
forma de gobierno: la democracia. Esta es una de las grandes estafas

intelectuales de la teoría política contemporánea. Sobre todo porque el

concepto de democracia también es amañado y calza perfectamente bien

con la idea del estado benefactor.


Dicho de otro modo, el criterio no es la democracia como medio para la

elección de quienes dirigirán el aparato de gobierno. No. Se trata de la

adiposa democracia que pretende someterlo todo al criterio mayoritario. Por

eso ha engordado esa forma de gobierno: porque se ha tragado muchas de

las atribuciones de la sociedad civil. Aunque sus defensores la llaman

democracia amplia y real la verdad es que se trata de una caricatura

democrática cuya función esencial consiste en enmascarar intereses

particulares y generar incentivos perversos.


Y debido precisamente a lo anterior la visión gubernamental de la

ciudadanía ha terminado por convertir al ciudadano en fuente de

financiamiento de intereses grupales, partidos políticos y grupos de presión.

Dicho de otro modo la visión gubernamental de la ciudadanía se ha

convertido en una visión fiscal, tributaria del ciudadano.


Ciertamente los impuestos son tan viejos como la noción de

ciudadanía. Ya existían en Egipto tres mil años antes de la era común con

todos los abusos que les son inherentes. Pero la visión fiscal de la

ciudadanía amplía los abusos y los agrava al convertirse el gobierno en

proveedor de bienes y servicios.


El llamado estado benefactor arrancó con Bismarck, en Alemania y con

Clement Attlee, en Inglaterra. Se fortaleció con la llamada Escuela del

Bienestar, corriente en la que se ubican Wilfredo Pareto, Arthur Cecil Pigou 7

7
Pigou, Arthur Cecil, Economía del bienestar, Aguilar, Madrid, 1946.

10
y John Maynard Keynes. Sin olvidar, por supuesto, la influencia que ha

tenido la idea de Thomas H. Marshall 8 de una ciudadanía social, aparte de la

ciudadanía política y la ciudadanía civil.


Desde entonces se insiste en que ser ciudadano no solo implica tener

derechos sino también tener obligaciones. Semejante señalamiento no es

nuevo. En Roma lo tuvieron siempre claro. La diferencia, no obstante, es

enorme porque en aquellos días las obligaciones se relacionaban con

conductas y comportamientos respetuosos del derecho ajeno. En eso

consistía la igualdad de leyes para todos.


Hoy en día las obligaciones tienen más que ver con los tributos. Con

teorías y prácticas tributarias progresivas, alejadas totalmente de la noción

de igualdad de trato. De ahí que quienes más trabajan y producen son

tratados como ciudadanos de segunda categoría pues la extracción tributaria

a que son sometidos es mayor.


Ahora bien, no es un secreto que en todas partes el denominado estado

de bienestar se encuentra en crisis. En algunos países es un auténtico

fracaso. Y en el caso de la América latina solo ha servido para enriquecer a

miembros de la clase política. Ha promovido el bienestar nada más de los

rent seekers, los buscadores de rentas. Ha elevado a la categoría de

millonarios incluso a gente muy joven que ha aprendido muy pronto el arte

de obtener dinero fácil. En una palabra el Estado de bienestar en el sub-

continente latinoamericano es la vía para empobrecer a los ciudadanos y

para enriquecer a la clase política.

8
Marshall, Thomas Humphrey y Tom Bottomore, Ciudadanía y clase social, Madrid, Alianza Editorial,

1998.

11
Incluso una intelectual de la talla de Adela Cortina ha denunciado el

total fracaso del Estado de bienestar, y hay que resaltar, en el primer mundo.

Dice Cortina:

Ciertamente la crítica al Estado fiscal es hoy un lugar común. Desde el


punto de vista económico, no parece ser el intervencionismo estatal la
medida más adecuada para reactivar la riqueza; y desde la perspectiva
social, un estado paternalista no fomenta a la larga sino la pasividad de
los ciudadanos. Parece, pues, que el Estado del bienestar, degenerado
en mega estado, en Estado fiscal y por último en “Estado electorero” es
hoy incapaz de encarnar en la realidad social al menos dos de los
valores éticos que han sido el estandarte de la Modernidad: la igualdad
y la libertad9

Lo que Cortina no dice es que parte del fracaso del Estado de bienestar

es provocado por intentar mantener dos condiciones mutuamente

excluyentes: la igualdad material y la igualdad ante la ley o igualdad de trato.

Jamás se puede tener ambas pues la una niega a la otra y viceversa.


El resultado de todo este proceso ha sido que la noción jurídica de

ciudadanía, herencia de la cuna de la civilización occidental, se ha tornado

en todo lo contrario. Surgida como bastión y defensa del ser humano ante los

posibles abusos de los gobernantes, ha parado siendo instrumento para

concretar los caprichos de quienes gobiernan.


Habiendo surgido como patrones de conducta garantes de interacción

pacífica y convivencia ha sucedido que en un afán por ampliar la ciudadanía,

para abarcar ámbitos que le son extraños, se le ha convertido en instrumento

para generar confrontación entre segmentos de la población. Una

9
Adela Cortina, Ciudadanos del mundo, Alianza editorial, 2005, Pág. 205.

12
confrontación que es pura expoliación. Despojo de buena parte de los

recursos generados por un sector poblacional a fin de proveer a otro

segmento de regalías y beneficios.


La impresión que tengo es que la transformación padecida por el

concepto de ciudadanía ha conducido a su degeneración al cargarse de

propiedades que no le pertenecen. Es en este caso una cuestión lógica y

semántica. Pero como el lenguaje es la casa del ser también se trata de una

distorsión de la realidad; en este caso de la realidad ciudadana y política –en

el sentido griego del término-.


Ha de ser tarea de la filosofía política y social ir al rescate del sentido

jurídico de la ciudadanía, cosa que en estos convulsos tiempos podría ser un

aporte a la paz y a la armonía sociales. También contribuiría a la

prosperidad, tan anhelada, de nuestros pueblos.


De alguna manera también la filosofìa del derecho tendría aquí una

tarea de enorme valor si contribuye a rescatar la noción de ciudadanía. En la

medida que se tome conciencia de que la ciudadanía hoy es un instrumento

para vulnerar los derechos individuales se podría propiciar el cambio hacia la

ciudadanía como instrumento y criterio para el estado de derecho.

4. ¿Es rescatable el término ciudadanía?

Según el premio Nobel de economía Friedrich August von Hayek hace

tiempo que se ha instalado en el lenguaje político contemporaneo, una

enorme confusión.10 Esto, aparte de dificultar cualquier discusión seria,

10
Hayek, F. A., Nuevos estudios de filosofía, política, economía e historia de las ideas, Unión

editorial, España, 2007, p. 99 y ss.

13
impide penetrar la realidad de los hechos sociales pues conduce a su

distorción.
Dice Hayek:

En qué medida una discusión seria resulta viciada por la ambigüedad


de los términos clave que empleamos continuamente a falta de
términos más precisos, es algo que pude comprender con toda claridad
en el curso de una investigacion… En un intento por alcanzar cierta
claridad me vi inducido a introducir distinciones netas para las que el
uso corriente no dispone de términos aceptados o fácilmente
inteligibles.11

Hayek se refiere a que términos como ley y orden se han tornado

imprecisos a tal punto que oscurecen cualquier abordaje de las normas y la

armonía sociales. En aras de una mejor y más confiable terminología Hayek

recurre al empleo de nomos-thesis y cosmos-taxis por la mayor precisión de

significados que poseen.


Lo mismo debería suceder con el término ciudadanía en la actualidad.

Si Hayek encontró en el griego una terminología más precisa para los

asuntos que le interesaba esclarecer, nosotros deberíamos volvernos al latín

para precisar (rescatar) la ciudadanía como elemento para reestablecer y

mantener el estado de derecho.


La expresión latina civis refleja más apropiadamente lo que queremos

afirmar aquí. Aunque derivada de la palabra cívitas la palabra civis

(ciudadano) no hace alusión al habitante de la ciudad. Asi que no se es

ciudadano por vivir en una ciudad. El significado es más bien que la

ciudadanía hace a la ciudad y no al revés. En ese sentido se puede afirmar

11
Ibid, p. 100.

14
que en el Imperio romano hubo muchos, muchísimos, ciudadanos que no

habitaban ciudades; aunque las ciudades eran ciudades precisamente

porque quienes las habitaban eran ciudadanos.


Es valioso recordar que la lengua latina contaba con más de un término

para hacer referencia a la ciudad: se le podía nombrar con los términos urbs

y óppidum, por lo que el termino cívitas no fue originalmente acuñado para

referirse a la urbe sino a un conjunto de derechos que asistían a los

individuos, derechos contituyentes de una esfera privada que estableció

límites al poder del gobernante.


En nuestra lengua española es de lamentar que el concepto de cívitas

haya venido a relacionarse con la pertenencia a la urbe y por tanto a un

territorio sobre el cual ejerce jurisdicción el gobierno. Podríamos decir que se

trata de una influencia griega, de la usanza primitiva griega de definir el

concepto, como se expone al principio de este trabajo. Se trata de una

regresión en el uso del lenguaje que conduce a la confusión.


Por la razón señalada es que los mismos términos ciudadanía y

ciudadano han caído en el ámbito de lo político –entendido como

gubernamental o estatal-. La confusión terminológica ha dado pie a que un

estado fiscal (como lo denomina Cortina) facilite y sustente la visión, también

fiscal, del ciudadano.


El empleo del término latino civis, aunque vaciado de su original

significado, nos ayudaría, de entrada, a considerar al ciudadano –sin

importar si vive en la urbe o en el campo- sobre todo como un ser cuyas

conductas y comportamientos facilitan la convivencia pacífica y la

cooperación voluntaria. De modo que si la civis (ciudadanía) es un conjunto

15
de deberes y obligaciones tendría que ser vista como un actuar y un esperar

que otros actúen en apego a las normas propias de la vida civilizada.


En orden de ideas del párrafo anterior hay que recordar que la familia

de palabras a la que pertenece civis encontramos el término civil. De manera

acertada se utiliza el día de hoy como lo opuesto a lo gubernamental. Pero

ha quedado en el olvido su significado más profundo.


Civil fue un témino utilizado para designar instituciones, hechos,

procedimientos y conductas pertenecientes al ámbito de la vida ciudadana –

la vida de los cives-. Instituciones, hechos, procedimientos y conductas que

se habían gestado lejos de la esfera del poder gubernamental y por ende no

eran dádivas políticas o concesiones gubernamentales. Se habian gestado

en el seno de la convivencia y eran producto directo de miríadas de

circunstancias y situaciones en que la misma convivencia coloca a los seres

humanos.
Civil era para los latinos sinónimo de rectitud, gentileza y amabilidad.

En pocas palabras el término apuntaba al comportamiento correcto, a la

conducta que se espera de alguien que ha abandonado el salvajismo y la

brutalidad y se ha civilizado. Que ha hecho suyas las costumbres más

excelsas de la vida auténticamente humana.


Civil era para los latinos el sistema de normas en que había derivado el

sistema de costumbres de la existencia civilizada. Lo llamaron derecho civil.

El Codex iuris civilis –Código de derecho civil- fue la compilación del derecho

privado que garantizaba la vida, la propiedad, el derecho a heredar, el

cumplimiento de los contratos, la libertad.


No solamente garantizaba las relaciones entre las personas

individuales sino las relaciones de los individuos con el gobierno

16
constituyéndose en la razón que justifica la detención y el empleo del poder

público.
Es verdad que aún conservamos la noción de derecho civil, privado,

pero sometido al derecho positivo, producto del racionalismo de la

modernidad. Gracias a pensadores como Rousseau el “derecho”

políticamente entendido se ha colocado por encima del derecho privado.


Rousseau concibió la idea de que todo ser humano debe renunciar a

sus derechos en el momento de constituirse la sociedad. Sin esa renuncia es

imposible la vida en común. Afirma en su célebre obra Del contrato social o

Principios del derecho político, lo siguiente:

… la enajenación total de cada asociado con todos sus derechos a la


comunidad entera, porque, primeramente, dándose por completo cada
uno de los asociados, la condición es igual para todos; y siendo igual,
ninguno tiene interés en hacerla onerosa para los demás.
Además, efectuándose la enajenación sin reservas, la unión resulta tan
perfecta como puede serlo, sin que ningún asociado tenga nada que
reclamar, porque si quedasen algunos derechos a los particulares,
como no habría ningún superior común que pudiese sentenciar entre
ellos y el público, cada cual siendo hasta cierto punto su propio juez,
pretendería pronto serlo en todo; en consecuencia, el estado natural
subsistiría y la asociación convertiríase necesariamente en tiránica o
inútil.12

Qué tragedia. Según esta visión el más grande obstáculo para la

convivencia social son los derechos privados individuales. Hay que renunciar

a ellos para ver surgir una realidad distinta: la comunidad social. La

individualidad se pierde y se crea una especie de “puré de papas” en el cual

12
Rousseau, Juan Jacobo, Del contrato social o Principios del derecho político, Universidad Nacional

de Córdoba, Argentina, 2011, Prólogo de Diego Tatián, págs. 45, 46.

17
ha desaparecido la identidad individual para dar paso a una “masa” que ha

sacrificado el derecho privado en aras de derechos políticos que, sin

consideración alguna, el Estado puede violar y aún suprimir.


Lo que ocurre alrededor del mundo tiene su origen en haber aceptado

ingenuamente la propuesta de Rousseau.


Una contribución más a la preservación de la libertad, de los derechos

individuales y del estado de derecho, sería la recuperación del concepto de

ciudadanía encarnado en el término civis. Así el individuo dejaría de ser

esclavo de los intereses sectarios que instrumentalizan al Estado para

concretarse.

18

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