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Facultad de Ingeniería

Fundamentos de Economía
Ing. Estuardo Padilla

Camisería La Estrella
Alonso Quijano, empleado contable de un banco local había decidido utilizar sus ahorros acumulados, en el
establecimiento de un taller casero de confección de camisas. Esperaba que esta nueva actividad les arrojara
ingresos adicionales, y le diese una mejor oportunidad de desarrollo profesional a su esposa, Aldonza. Ella
había completado recientemente estudios de diseño y confección de ropa en una escuela por correspondencia
y recibido y declinado una oferta de trabajo por $250 al mes como diseñadora en un taller de modas de
renombre en la ciudad. La señora Quijano había realizado un diseño de camisa moderna para jóvenes. Ella y su
marido habían decidido que dada la volatilidad de la moda en la industria del vestuario y el consecuente temor
de acumular inventarios con alto riesgo de obsolescencia, era más conveniente al inicio del negocio
confeccionar y vender un solo tipo de producto y trabajar únicamente contra pedido.

Inicialmente se había pensado instalar el taller en la misma casa de habitación de los Quijano, ubicada en las
proximidades de los principales centros de compra. Sin embargo la casa resultó ser demasiado pequeña para
albergar el taller por lo que optó instalarlo en el garaje techado de la casa de un amigo en el mismo barrio. Se
convino pagarle al amigo la suma de $80 por mes en concepto de arrendamiento, más $20 mensuales como
contribución al pago de servicios de agua y luz.

Dos meses atrás se habían comprado seis maquinas de coser a un precio de $500 cada una. Se esperaba que
con un buen servicio de mantenimiento las máquinas tuvieran una vida útil de 5 años, al cabo de los cuales se
podrían vender a un precio aproximado al 10% de su valor de adquisición. Se había contratado también a un
técnico de servicio quien daría mantenimiento a las maquinas por la suma de $10 por maquina al mes. El
mismo técnico opinaba que con buen uso no deberían de gastarse más de $36 por maquina durante el primer
año por concepto de compra de partes y repuestos. Debido a que a medida que aumenta su uso las piezas
móviles de las máquinas tienden a desgastarse, el técnico opinaba que el presupuesto de gastos en partes y
repuestos aumentaría en 10% cada año.

El taller se instaló finalmente en el garaje, colocando las máquinas en dos filas de tres, una frente a otra. En la
parte interior del garaje se colocó una mesa grande de corte y revisión. Al fondo se improvisó una pequeña
bodega para materiales y un perchero para productos terminados al lado de la mesa de planchado y empaque.
Se contrataron seis costureras experimentadas con quienes se convino un salario de $2 por camisa terminada y
siempre y cuando hubiese pasado la inspección final satisfactoriamente. La señora Quijano realizaba el corte y
la inspección final, así como la entrega de materiales y recepción de camisas empacadas, auxiliada en esos
menesteres por una asistente que ganaba $90 al mes.

Don Alonso llevaba la contabilidad del negocio en sus ratos libres y se encargaba de hacer los contactos de
venta con los comerciantes de la localidad.

Después de dos meses de trabajo, el sistema contable de los Quijano les había arrojado cierta información de
costos que don Alonso creía que podía serle de utilidad para el manejo del negocio. Por ejemplo, había logrado
determinar que el costo de la tela necesaria para confeccionar una camisa ascendía a $2.50; el costo de los
botones, hilos, adornos y aplicaciones era de $0.50.

También se había dado cuenta que las prestaciones laborales que debía de pagar ascendían a una tasa de 40%
sobre la planilla.

Aunque don Alonso comprendía que los inicios de un negocio entrañan dificultades, no comprendía por qué el
taller le estaba arrojando pérdidas. Las camisas habían impresionado bien a los vendedores y distribuidores
que había visitado y estos habían aceptado sin mayores obstáculos el precio de venta de $10 que él había fijado
para las camisas. Por otra parte las costureras estaban presionando fuertemente pues alegaban que aunque
ellas podían confeccionar hasta cuatro camisas en un día de trabajo de ocho horas y permanecían en el taller
durante cuarenta y ocho horas a la semana, el numero de camisas que se les pedía hacer era muy poco y
pasaban la mayor parte del día sin hacer nada. Las costureras más experimentadas pedían que se les diese más
trabajo o que se les pusiera un sueldo de $150 al mes. Don Alonso les pidió un mes de plazo antes de
considerar cualquier modificación en el sistema de remuneración.
Reflexionando sobre la situación del negocio, los Quijano temían que quizás le habían dado demasiado tiempo
a los problemas del manejo del taller y el montaje de la contabilidad, a expensas de la promoción de ventas.
Ellos confiaban tener un buen producto que había sido fácilmente aceptado por los vendedores; que estaba
muy a tono con la moda juvenil y que prometía convertirse en un “producto caliente”. Sin embargo, muy pocos
clientes habían sido visitados en dos meses de operaciones y casi no se hacían visitas de seguimiento. Por otra
parte, algunos clientes le habían observado a don Alonso que el empaque y la presentación de las camisas no
estaba acorde con la calidad que su precio pretendía indicar.

Como solución a sus problemas y reconociendo las limitaciones que ambos tenían tanto en tiempo como en
habilidades de venta, los Quijano decidieron contratar una operaria que planchara, doblara y empacara las
camisas tras la inspección final. Esta operaria ganaba $70 al mes. Se dieron a hacer 3,000 cajas con ventana de
celofán a un costo de $0.20 cada una. Don Alonso contrató igualmente a un vendedor con experiencia en el
ramo del vestuario y convino con él una remuneración de $200 de sueldo fijo por mes más una comisión de 4%
sobre las ventas. Además se le darían $50 a manera de viáticos mensuales.

También se hicieron arreglos con un mensajero propietario de una motocicleta para que hiciera entregas a los
distribuidores y tomase pedidos si fuera necesario. El mensajero coloco una caja metálica en la parte posterior
de la motocicleta para transportar las camisas y convino en cobrar $0.15 por camisa entregada.

Por otra parte, don Alonso sabía que al haber comenzado a cotizar su personal en el seguro social pronto las
autoridades fiscales descubrirían su existencia y le cobrarían $300 anuales por patente de comercio. Él
estimaba, además, que el fisco le pediría un 15% de impuestos sobre sus utilidades.

Aunque los Quijano confiaban que las medidas que habían tomado corregirían sus problemas, don Alonso
muchas veces se preguntaba si no hubiese sido mejor haber destinado los $5,000 que había invertido en el
negocio, tanto en activo fijo como en capital de trabajo, a otros usos tales como un depósito a plazo fijo en el
banco donde trabajaba y obtener 12% anual libre de impuestos y prácticamente sin riesgos, o bien “colocar el
dinero en la calle” a un interés de 60% anual con un riesgo bastante mayor que el de un certificado bancario.

Preguntas:
1. Dado los costos y el precio de venta que nos indica el caso. ¿Qué volumen de venta deben los señores
Quijano obtener para evitar tener pérdidas en su negocio?

2. Aunque se ha contratado a un vendedor profesional, don Alonso piensa que debe pactar con él un
presupuesto de ventas que le permita al negocio alcanzar un nivel de utilidades satisfactorio. ¿Qué
monto de ventas recomendaría usted? ¿Por qué?

3. Don Alonso se pregunta qué impacto tendría en el negocio si él accediese a la petición de las
costureras de pagarles $150 al mes en vez de $2.00 por camisa hecha. ¿Recomendaría el cambio?

4. Un amigo le insiste a don Alonso que el problema del negocio se basa en el hecho de que no hace
ninguna publicidad a su producto. A insistencia del amigo, don Alonso visita una agencia publicitaria
quien le propone un plan publicitario con un presupuesto de $500 mensuales. Don Alonso se pregunta
cuál sería el incremento mínimo de ventas que debería producir el plan publicitario para que su gasto
se justifique.

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