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El Escepticismo: esbozo de

características y rasgos
genealógicos de una
filosofía radical
Roberto Martínez Garcilazo

El conocimiento solo puede contemplar los accidentes y no las esencias de las


cosas. Lo cognoscible es el mundo externo, probable, aparente, fenoménico.
Las características de este discurso filosófico son:
1. Desde un estado de tranquilidad, es decir desapasionadamente, observa
cuidadosa y detenidamente el mundo.
2. No afirma; no niega.
3. Duda de la información de los sentidos corporales
4. Duda de la existencia de dios, del alma, de la inmortalidad.
5. Duda de la existencia del conocimiento científico; de lo verdadero y de lo
falso.
Sócrates (470-399 a.c.) “Yo sólo sé que no sé”
Pirrón de Elis (360-270 a.c.). La duda es el tópico central de su meditación,
sostuvo que era imposible conocer los primeros principios.
Sexto Empírico (160-210) consideraba imposible conocer la verdad tanto en la
ética como en la ciencia. Que solo nos es dado conocer el fenómeno (no así el
nóumeno), que debemos alcanzar la suspensión del juicio (o valoración del mundo)
para alcanzar la ataraxia (la condición de serenidad imperturbable). Es
anti/metafísico, es espiritista y por esto practicante de un hedonismo mesurado.
[Ver Sexto Empírico. Contra los profesores. Obra completa. Madrid: Editorial
Gredos]
Francisco Sánchez (1551-1623) Su libro fundamental es: “Quod nihil scitur”,
publicado en 1581, cuyo título completo en español es “Del más noble y universal
primer saber: Que nada se sabe”. La divisa de este hombre que se presenta como
“Philosophus et Medicus” (como Sexto Empírico) es “¿Quid?” Y el texto preliminar
de su gran libro es lo que sigue:
Que nada se sabe. Ni siquiera sé esto: que no sé nada.
Sospecho, sin embargo, que ni yo ni los otros. Sea mi
estandarte esta proposición, que aparece como la que
debe seguirse: nada se sabe. Si supiera probarla,
concluiré con razón que nada se sabe; si no supiera,
tanto mejor, pues esto era lo que afirmaba. Dirás que
en caso de que sepa probar, se seguirá lo contrario,
porque entonces sabré algo. Pero he llegado a la
conclusión contraria antes que tú arguyeras. Ya
empiezo a embrollar el asunto; de esto mismo se sigue
sin más que nada se sabe.
Montaigne (1533-1592). En sus “Ensayos”, en el capítulo XII del libro dos,
encontraremos la “Apología de Raimundo Sabunde”. En esta obra escribe que “la
razón humana no puede, por ser limitada, fundamentar ningún conocimiento sobre
Dios. La presunción es nuestra enfermedad original. El hombre es la más
calamitosa, frágil y orgullosa de las creaturas. Su vanidad es tan grande que ha
querido igualarse con Dios, negando su precaria, falible, condición que lo condena
a la incertidumbre.
La “Apología” propone una moral limitada:
La grandeza del alma humana no se realiza en lo
supremo sino en el equilibrio del justo medio, la
sabiduría y la felicidad residen, consisten, existen, en la
aceptación del límite. El desprecio, es decir, la falta de
atención a la naturaleza de nuestro ser es la más
salvaje de nuestras enfermedades.
El Dr. Bernat Castany Prado, en su libro “El escepticismo en la obra de Jorge Luis
Borges” escribe:
En sus más de dos mil quinientos años de vida el
escepticismo ha adoptado muy diversas formas. Sin
ánimo de ser exhaustivos podemos contar entre sus
avatares: el escepticismo radical de Pirrón, el
escepticismo académico de Carnéades, el escepticismo
dialéctico de Agripa, el escepticismo empírico de Sexto,
el escepticismo bíblico del libro de Job y el
Eclesiastés, la teología negativa o apofática —hebrea,
cristiana o islámica—, el nominalismo medieval, el
escepticismo erasmista, el pirronismo barroco, así
como las diversas reacciones escépticas contra el
racionalismo y el cientificismo moderno occidental,
representadas, entre otros, por Arthur
Schopenhauer, Friedrich Nietzsche, William James,
Martin Heidegger o Hans Georg Gadamer. A pesar de
las variaciones que se fueron produciendo a lo largo de
los siglos, el núcleo doctrinal del escepticismo,
que se fijó en la Grecia del siglo IV a.C.,
permanece intacto hasta nuestros días.
Recordemos que el escepticismo nació como una
filosofía práctica, esto es, como una filosofía cuyo
objetivo no era la especulación filosófica, sino la
búsqueda de una vía de acceso a la felicidad y
la bondad.
Amigo lector que hasta aquí llegas: si fuera verdadero el apotegma “El hombre es
una bestia que cree”, ergo, el escepticismo nos proporcionaría el fármaco para
abandonar esa vulgar condición binaria.
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