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D IO S H A B L A
A SUS H U O S
Textos bíblicos
i
D ios habla a su s hijos
«Los niños necesitan algo como la Biblia del Niño para
que la imagen de Jesús tome vida en sus corazones». Con es
tas palabras, el Padre Werenfried van Straaten lanzó oficial
mente este pequeño libro. Escogió hacerlo en 1979, el Año
del Niño. Los primeros ejemplares se enviaron a Latinoaméri
ca y luego, a otros continentes. Producto de su gran demanda,
en 1989 se editó un texto más amplio: «Dios habla a sus hijos».
Ya han pasado 36 años desde su lanzamiento. Sin embargo,
la Biblia para niños sigue siendo uno de los proyectos más
grandes de Ayuda a la Iglesia Necesitada (también denominada
Ayuda a la Iglesia que Sufre). Se han editado más de 51 mi
llones de ejemplares en 180 idiomas. Tanto en la fría Siberia,
como en los bosques tropicales del Amazonas y en la desértica
África, los niños pueden leer esta pequeña Biblia. A menudo
no sólo es el único texto que poseen, sino también el único
en su lengua materna.
La Biblia para niños sigue despertando el interés de los
cristianos en todo el mundo. Las solicitudes que recibe nuestra
Asociación no pueden quedar sin respuesta, pues «... sólo Dios
conoce el inmenso bien que este librito puede proporcionar,
ya que se abre un nuevo horizonte en la búsqueda de los niños
hacia Él» (Monseñor A. De Sousa, Obispo de Assis en Brasil).
Textos bíblicos
KIRCHE IN NOT/OSTPRIESTERHILFE
Bischof-Kindermann-StraKe 23
D-61462 Kónigstein im Taunus - Alemania
Cubierta:
El hijo pródigo (cap. 74)
Contracubierta:
En busca de posada (cap. 48)
La transfiguración (cap. 68)
Jesús resucita al hijo de la viuda de Naín (cap. 63)
La última cena (cap. 81)
LOS ORÍGENES
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Después, Dios plantó un jardín en Edén e hizo
crecer en él gran variedad de árboles. Era bonito
verlos, y sus frutas sabían muy ricas. En medio
del jardín crecían el árbol de la vida y el árbol del
conocimiento del bien y del mal.
Dios puso en el jardín al hombre que había
creado, para que Adán lo cultivara y lo
guardara. Le dijo Dios: -Puedes comer las frutas
de todos los árboles del jardín. Pero no te dejo
comer las frutas del árbol del conocimiento del
bien y del mal. Si comes de ellas, tendrás que
morir.
Dios no quería que el hombre se quedara solo.
Por eso, Dios hizo que desfilaran ante Adán
todos los animales y todos los pájaros. Y Adán
fue poniéndoles nombre. Entre todos ellos no
había ningún ser que realmente fuera como él.
Por eso, Dios hizo que el hombre se durmiera
profundamente. Tomó una de las costillas de
Adán y con ella formó a la mujer. Adán, al verla,
exclamó: -¡Es como yo! Se llamará mujer,
porque está sacada de mí. El hombre y la mujer
estaban desnudos. Pero no sentían vergüenza el
uno del otro (Gn 2).
4. Caín y Abel
Adán y Eva tuvieron dos hijos: Caín y Abel.
Abel era pastor de ovejas, y Caín agricultor. En
los campos de Caín crecía mucho trigo. Caín
ofreció a Dios, en agradecimiento, una porción
de su cosecha. Abel le ofreció uno de sus
corderos. A Dios le agradó el sacrificio de Abel.
Pero no miró la ofrenda de Caín. Éste se
disgustó mucho y quedó resentido. Dios le
reprendió: -¿Por qué estás resentido? ¿Por qué
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agachas la cabeza? Si obras bien, ¡levanta la
vista! Si planeas cosas malas, el pecado te
acecha. Quiere devorarte, pero tú puedes
vencerlo.
Caín dijo a su hermano: -Ven conmigo al
campo. Cuando estaban ya en el campo, Caín
mató a su hermano Abel. Dios preguntó a Caín:
-¿Dónde está tu hermano Abel? Caín respondió:
-¡No lo sé! ¿Soy yo el guardián de mi hermano?
Entonces le dijo Dios: -¿Qué has hecho? La
sangre de tu hermano grita desde el suelo. No
serás ya labrador, porque el suelo no querrá ya
producir fruto para ti. Has perdido tu hogar.
Andarás errante de un lugar a otro, sin descanso.
Caín se quejó: -Mi castigo es demasiado
duro. Me echas de los campos y tendré que
ocultarme de tu presencia. Me conviertes en
vagabundo sin hogar. Cualquiera podrá
matarme. Pero Dios puso una señal en la frente
de Caín para que nadie se atreviera a matarlo
(Gn 4, 1-15).
5. Noé y el diluvio
Dios vio que los hombres, creados a su
imagen, eran cada vez peores y hacían cosas
muy malas. La tierra estaba llena de
brutalidades. Y Dios se arrepintió de haber
creado al hombre. Dijo Dios: -Aniquilaré a los
hombres creados por mí. Aniquilaré a los
hombres, a los animales y a todo lo que vive
sobre la tierra.
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Noé había sido fiel a Dios. Por eso, Dios quiso
salvar a Noé y a su familia, librándolos de aquel
juicio divino. Dijo Dios a Noé: -Hazte un arca de
madera, que flote sobre el agua como una gran
embarcación. Yo haré que venga sobre la tierra
una enorme inundación. Todo lo que vive se
ahogará en el agua. Únicamente te salvarás tú y
los tuyos que estén contigo en el arca.
Noé, ayudado por sus hijos, comenzó a
construir el arca, exactamente como Dios le había
mandado. Construyeron en la embarcación
muchos camarotes, porque debían llevar consigo
una pareja de cada una de las especies animales.
Dios lo había dicho. Una vez terminado el arca,
Noé reunió provisiones. Y luego entró en el arca.
Y con él entraron sus hijos y las familias de sus
hijos. Metieron en el arca una pareja de cada
especie animal. Detrás de ellos, Dios mismo cerró
la puerta de la embarcación.
Y entonces comenzó a llover. El agua cayó
durante cuarenta días e inundó la tierra. Los
animales se ahogaron ... y también los hombres.
Los pájaros no encontraban ya árboles en que
posarse. Y así perecieron todos los seres vivos
que había sobre la tierra. Únicamente Noé y los
que habían entrado con él en el arca se salvaron
del diluvio.
Por fin, al cabo de cuarenta largos días, dejó de
llover. Primeramente, Noé soltó un cuervo, que
regresó pronto al arca. Una semana más tarde,
Noé soltó una paloma, que también regresó.
Transcurrida una semana más, Noé soltó otra
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paloma, que regresó al arca trayendo en su pico
una ramita de olivo. Poco después dijo Dios a
Noé: -Ya puedes salir tú y todos los que se
salvaron contigo. Salieron del arca los hombres y
los animales. Para todos comenzó una nueva vida.
Noé dio gracias a Dios y le ofreció un sacrificio.
Dios habló a Noé: -Haré una alianza con
vosotros: con los hombres y con todos los
animales. Bajo esta alianza viviréis vosotros y
vuestros hijos. Os prometo que no volveré a
enviar ya ningún diluvio que extermine la vida
sobre la tierra. Pongo mi arco en las nubes para
que sea una señal de mi alianza con toda la
Tierra (Gn 6-9).
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LOS PATRIARCAS
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Abrahán se puso en camino, como Dios se lo
había mandado. Tenía entonces 75 años de edad.
Llevó consigo a su mujer Sara y a su sobrino Lot.
Llevó también todos sus ganados y todas las
personas que trabajaban para él. Abrahán
marchó al país que Dios le había prometido: a él
y a sus hijos. Era un país con tierras buenas y
fértiles. Se llamaba Canaán. Abrahán levantó allí
altares para adorar a Dios (Gn 12, 1-8).
«ü.
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No tengo ningún hijo que sea mi heredero y
perpetúe mi nombre. Pero Dios dijo a Abrahán
que saliera de la tienda. -Mira al cielo, le dijo.
Cuenta, si puedes, las estrellas. Tan numerosos
como las estrellas serán los hijos y las hijas que
has de tener. Abrahán confió en Dios. Y a Dios le
agradó la fe de Abrahán.
Abrahán había plantado su tienda junto al
encinar de Mambré. Hacia el mediodía, estaba él
sentado a la entrada de la tienda, y vio llegar a
tres hombres. Abrahán se levantó y corrió a su
encuentro: -No paséis de largo por mi tienda.
Entrad y descansad. Abrahán ofreció a aquellos
forasteros mantequilla y leche, carne y pan.
Después de la comida, preguntó uno de los
invitados: -Abrahán, ¿dónde está tu mujer Sara?
-Está ahí, en la tienda, respondió Abrahán. Y el
forastero le dijo: -Volveré el año que viene, por
esta época. Entonces Sara tendrá un niño.
Sara estaba en la tienda, detrás de Abrahán.
Ovó lo que el forastero acababa de decir. Y se
reía pensando: -Ese forastero no sabe lo vieja
que soy; también Abrahán es viejo. Pero el
forastero preguntó: -¿Hav algo imposible para
Dios? (Gn 15, 1-6; 18, 1-14).
8. La fe de Abrahán
Dios cumplió su promesa. Sara, una mujer
que ya era bastante mayor, llegó a ser madre.
Abrahán, que también era mayor, fue padre y
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tuvo un heredero. Sara y Abrahán pusieron a su
hijo el nombre que Dios les había dicho. Y lo
llamaron Isaac, que significa: «¡Sonría Dios
amistosamente!». Isaac iba creciendo.
Dios quiso poner a prueba a Abrahán. Le dijo:
-Lleva contigo a tu hijo, a tu hijo único, a quien
quieres mucho, y ofrécemelo en holocausto. De
madrugada, Abrahán fue por el asno y cargó leña
sobre él. Después llamó a sus criados y a su hijo.
Tres días caminaron en dirección a un monte.
Una vez al pie del monte, Abrahán ordenó a sus
criados que se quedaran allí con el asno: -Yo
subiré con Isaac al monte. Después de orar y
ofrecer un sacrificio, regresaremos.
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Isaac iba cargado con la leña. Abrahán llevaba
el cuchillo y un cubo con brasas ardiendo.
-Padre, dijo Isaac. Llevamos leña y fuego. Pero
no llevamos la víctima para el sacrificio. -Dios
cuidará de eso, le respondió Abrahán. En lo alto
del monte, Abrahán levantó con piedras un altar.
Amontonó sobre él la leña. Luego ató a su hijo
Isaac, y lo puso sobre la leña. Sacó el cuchillo.
Entonces oyó la voz: -¡Abrahán! No le hagas
nada al muchacho. Me has demostrado que me
escuchas y confías en mí, pues estabas dispuesto
a sacrificarme a Isaac, tu único hijo.
Abrahán miró alrededor y vio un carnero con
los cuernos enredados en una zarza. Puso el
animal sobre el altar y se lo ofreció en sacrificio
a Dios. Después bajó del monte, acompañado
por Isaac (Gn 21, 1-8; 22).
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disponían a emprender el regreso, José envió a
su administrador para que los alcanzara. Él les
mandó detenerse y les acusó: -¿Por qué
devolvéis mal por bien? ¿Por qué habéis
robado la copa de plata de mi señor? Los
hermanos se defendieron: -No hemos robado
nada. Pero, al registrar el saco de Benjamín,
apareció en él la copa.
Entonces todos los hermanos regresaron
adonde José. José les dijo: -Todos los demás
pueden marcharse. Queda detenido únicamente
aquel en cuyo saco apareció la copa. Judá le
contestó: -Nuestro padre quiere mucho a su hijo
más pequeño. Se moriría de pena, si algo le
ocurriese. Déjame que me quede yo en lugar de
Benjamín.
Y José no pudo ya reprimirse: -Yo soy José,
vuestro hermano, les dijo. Vosotros me
vendisteis; os portasteis mal conmigo. Pero Dios
lo cambió todo en bien. Dispuso que yo viniera a
Egipto para poder salvaros a vosotros ahora.
Regresad enseguida donde nuestro padre y
volved con él a Egipto. Aquí no padeceréis
necesidades.
Jacob se alegró con toda su alma al enterarse
de que José vivía. Y marchó a Egipto con sus
hijos y con las familias de sus hijos. Allí vivieron
como pastores en la región de Gosén.
Mientras duró el hambre, José cuidó de sus
hermanos (Gn 41-47).
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MOISÉS CONDUCE AL PUEBLO
POR EL DESIERTO
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dijo: -Son fuertes. Tienen muchos hijos. Pronto
serán más numerosos que nosotros los
egipcios. Pero yo lo impediré. En primer lugar,
aquel Faraón obligó a los israelitas a realizar
trabajos forzados. Tenían que construir
ciudades. Además, el Faraón ordenó que todos
los hijos recién nacidos de los israelitas, si eran
varones, fuesen ahogados en el Nilo. No
habiendo ya hijos varones, el pueblo israelita
se extinguiría.
Había una madre que quería salvar a su niño
pequeñito. Primero lo ocultó en casa. Al cabo
de tres meses, no pudo seguir ya ocultándolo en
ella. Tejió una canasta de mimbre. La
embadurnó bien de barro y betún para que
flotara y no entrase el agua. Luego colocó en
ella a la criatura y depositó la canasta entre los
juncos, a la orilla del Nilo. Miriam, hermana
del niño, se quedó a cierta distancia para ver lo
que sucedía con la canasta.
Llegó al Nilo la hija del Faraón. Quería
bañarse en el río. Descubrió la canasta
abandonada a la orilla y mandó recogerla. Vio en
ella al niño, y tuvo compasión del pequeñín.
Miriam salió de su escondite y preguntó:
-¿Quieres que busque una mujer para que lo
críe? La hija del Faraón dijo: -Sí, hazlo. Miriam
fue a buscar a la madre del niño. La hija del rey
se lo confió para que lo cuidase. Le puso por
nombre Moisés.
Moisés fue creciendo y vivía en el palacio.
Fue educado como egipcio. Pero no olvidó
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jamás que pertenecía a aquel pueblo al que se
sometía a duros trabajos de esclavitud. Vio una
vez cómo un egipcio maltrataba a un israelita.
Moisés se puso furioso y mató al egipcio. Tuvo
entonces que huir. Fue al país de Madián y
trabajó como pastor en casa del sacerdote Jetró
(Ex 1-2).
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ardía sin consumirse. Moisés se acercó lleno de
curiosidad. Y oyó una voz: -¡Moisés, Moisés! Yo
soy el Dios de tus padres; el Dios de Abrahán, de
Isaac y de Jacob. Moisés se tapó la cara. Tenía
miedo de mirar a Dios. Pero Dios le habló así:
-He visto cómo maltratan a mi pueblo en Egipto.
He oído sus gritos de dolor. Sé lo que está
sufriendo. Por eso yo te envío al Faraón. Tú
sacarás de Egipto a mi pueblo. Moisés
respondió: -¿Quién soy yo para presentarme
ante el Faraón y darle órdenes? Pero Dios le dijo:
-Yo estaré contigo.
Moisés puso otra dificultad: -Los israelitas
no me creerán, cuando yo les diga que el Dios
de sus padres me envía a ellos. Me replicarán:
Dinos cuál es su nombre. ¿Qué les responderé?
Dios le dijo: -Yo soy el que soy. Ése es mi
nombre para siempre. Moisés seguía sin querer
aceptar ese encargo de Dios. Dijo: -No tengo
facilidad de palabra. Le respondió Dios: -Ve, yo
te indicaré lo que debes decir. Moisés le replicó:
-¿Por qué no envías a otro? Pero Dios había
elegido a Moisés.
Moisés regresó con su familia a Egipto. Su
hermano Aarón salió a recibirle. Moisés y
Aarón fueron y reunieron a los padres de
familia de los israelitas. Les hablaron del
encargo que el Dios de Abrahán, de Isaac y de
Jacob le había dado a Moisés. Los israelitas se
dieron cuenta de que Dios quería sacarlos de su
situación apurada. Confiaron en Dios y lo
adoraron (Ex 3-4).
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14. ¡Deja en libertad a mi pueblo!
Moisés y Aarón fueron a ver al Faraón. Le
exigieron: -¡Deja en libertad a nuestro pueblo!
Así lo quiere Dios. El Faraón no pensaba dejar
libres a los israelitas, pues trabajaban para él.
Les dijo: -¿Quién es el Dios de Israel para que yo
le obedezca? No sé quién es, y no dejaré marchar
a los israelitas. Les exigiré que trabajen más
todavía, para que no olviden quién es el que
manda aquí. Aquel mismo día ordenó a los
vigilantes: -Hagan trabajar duramente a los
israelitas para que se dejen de cuentos.
Los israelitas gemían bajo aquellos trabajos
forzados. Moisés oró al Señor. Y Dios le
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prometió: -Yo soy Dios y os sacaré de Egipto.
Vosotros seréis mi pueblo. Y os daréis cuenta de
que yo soy su Dios. Os conduciré al país que
prometí a Abrahán, Isaac y Jacob. Y ese país os
lo daré como herencia.
Dios hizo sentir su poder al Faraón. Cayeron
sobre Egipto plagas desastrosas: tormentas,
malas cosechas, aguas contaminadas, peste de
ganado. El aire estaba tan contaminado, que a
todos les salieron llagas en la piel. El Faraón se
dio cuenta de dónde venían esas desgracias.
Fingió dos veces, tres veces, que iba a dejar en
libertad a los israelitas sometidos a trabajos
forzados. Pero, en cuanto terminaba la plaga, el
Faraón se volvía atrás y no concedía la libertad
(Ex 5-11).
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realmente. Al atardecer, una gran bandada de
aves cubrió el campamento. Las aves se dejaban
atrapar. De madrugada, el suelo estaba cubierto
de copos de maná blancos y dulces. Pudieron
recoger todos los que quisieron. Y se saciaron.
Y no sólo aquel día, sino todos los días.
Mientras el pueblo de Israel anduvo por el
desierto (durante cuarenta años), Dios le
proveyó de pan y carne.
Desde entonces, los padres refieren a sus hijos
cómo cuidó Dios de su pueblo, y cómo sigue
cuidando de él. Sepan todos que se puede
confiar en Dios y que uno puede sentirse seguro
de su ayuda (Ex 15, 22-16, 36).
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ser como los demás pueblos. Que un rey nos diga
lo que es justo y lo que no es justo. Que un rey
sea nuestro jefe en tiempo de guerra.
Dios dijo a Samuel: -Escucha lo que los
hombres dicen. No te han rechazado a ti, sino a
mí. Entonces Samuel, por encargo de Dios,
ungió a Saúl por rey de Israel. Dios le concedió
su Espíritu. Saúl habría sido siempre un buen
rey si hubiese confiado de corazón en Dios. Pero
Saúl no quería fiarse de nadie, ni siquiera de
Dios. No depositaba su confianza en nadie. Se
llenó de tristeza y se extravió. Dios no estaba ya
con él. Por eso no era ya capaz de acaudillar ni
defender al pueblo de Israel (1 Sm 8-15).
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palacio y construyó una casa para Dios: el templo.
En él depositó el arca santa. En el día de la
dedicación del templo, Salomón oró así: -¡Señor,
Dios mío! Prometiste estar cerca de nosotros en
este templo. ¡Escucha mi oración! ¡Escucha a
todos los que te invoquen en esta casa!
¡Escúchanos, Señor, y perdónanos nuestras culpas!
Salomón no tuvo que meterse en guerras como
su padre David. Concertó tratados con otros
pueblos. Fomentó el comercio y envió naves para
que cruzaran los mares. Se enriqueció mucho.
Hizo que vinieran artesanos extranjeros, y se casó
con mujeres extranjeras. Los extranjeros que
habían venido al país invitados por Salomón
querían adorar a sus propios dioses. Salomón
permitió que en tierra de Israel esas personas
levantaran altares a sus dioses. Salomón oró a los
dioses de los extranjeros y les rindió adoración.
De esta manera traicionó al único Dios verdadero.
Quebrantó la alianza (1 Re 2-11).
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Pero Roboán no escuchó el consejo de las
personas con experiencia. Por eso, las diez tribus
que habitaban en el norte del país le dijeron: -No
necesitamos ningún rey de la casa de David.
Elegiremos nuestro propio rey. Únicamente la
tribu de Judá, que se denominaba así por
descender de Judá, hijo de Jacob, y que habitaba
en las cercanías de Jerusalén, permaneció fiel a
Roboán. A partir de entonces, no sólo hubo un
rey que gobernaba en Jerusalén, sino que hubo
también otro rey en Siquén o en Samaría
(1 Re 12, 1-25).
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31. E l D io s ú n ic o
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Quizás envíe fuego del cielo y acepte vuestro
sacrificio. Los sacerdotes y profetas de Baal
construyeron el altar y pusieron sobre él la
víctima. Estuvieron implorando a su dios desde
las primeras horas de la mañana hasta el
mediodía. Y desde el mediodía hasta el atardecer
estuvieron clamando: -¡Baal, escúchanos! Pero
clamaban en vano. No sucedió nada.
Al atardecer, Elias construyó un altar para
el Dios de Israel. Depositó la víctima sobre el
altar y derramó agua encima. Y entonces oró
de esta manera: -Señor, tú eres el Dios de
Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob.
Muestra a todos que tú eres el Dios de Israel y
que yo soy tu servidor. ¡Escúchame, Señor!
Entonces cayó fuego del cielo. La víctima
ardió por completo. Todos los presentes se
estremecieron. Exclamaron: -¡El Señor es
Dios! ¡El Señor es Dios! Al poco rato, se
encapotó el cielo. Y empezó a llover sobre la
tierra reseca (1 Re 18).
55
Elíseo dijo a su criado: -Repártelo para que
todos coman. El criado respondió: -¿Cómo van a
saciarse con esto cien personas? Pero Elíseo
insistió: -Da de comer a la gente. Verás cómo
todavía sobra. El criado repartió aquellas
provisiones. Todos comieron hasta saciarse y
todavía sobró, tal y como había dicho el Señor
por boca de Elíseo (2 Re 4, 42-44).
57
Ni el más veloz podrá escapar. Aun el más fuerte
desfallecerá. Y el más valiente se acobardará
(Am 2).
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37. D io s q u ier e p e r d o n a r a su p u e b lo
Dios habló a su pueblo por medio del profeta
Ezequiel: -Porque quebrantasteis la fidelidad
que me debíais, porque no escuchasteis mi
palabra, porque no guardasteis mis
mandamientos, yo traje la perdición a vuestro
país. Y ahora vivís en el destierro. Pero los
babilonios dicen: ¿Es ése el pueblo de Dios? ¿Por
qué perdieron su patria? Se burlan de vosotros y
de mí. Pero sabrán que yo soy el Señor. Yo os
reuniré de nuevo y haré que regreséis a vuestro
país. Haré de vosotros personas nuevas,
personas que me sirvan. Quitaré de vuestro
pecho el corazón de piedra, y os daré un corazón
humano. Os concederé mi Espíritu, para que
respetéis mis mandamientos y los cumpláis.
Viviréis en el país que yo di a vuestros padres.
Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios
(Ez 36, 20-28).
ESPERANDO AL MESÍAS
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4 1. Job p id e a D io s u n a r e sp u e sta
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si tú no hubieras pecado y merecido este castigo.
Pero Job estaba seguro de lo que decía. Y pidió a
Dios que le explicara por qué él, que era piadoso,
había merecido tantos sufrimientos.
Los amigos hablaron y hablaron para
convencer a Job de que estaba equivocado; de
que él tenía que haber hecho algo malo,
porque Dios no obra injustamente. Pero Job
no se daba por vencido. Quería comprender
por qué Dios recompensaba con males su
fidelidad. Dios habló a Job en medio de una
tormenta. Le preguntó: -¿Quién eres tú para
pedirme cuentas? ¿Por qué hablas de lo que no
eres capaz de entender? ¿Dónde estabas,
cuando yo puse los cimientos de la tierra?
¿Separaste tú la tierra del mar? ¿Señalaste tú
los tiempos para el día y para la noche?
¿Pusiste tú en el cielo las estrellas? ¿Das tú de
comer a los animales?
Job escuchó las preguntas. No sabía qué
responder. Y se dio cuenta de que Dios es
incomprensiblemente grande. Tan grande, que
uno puede confiarse en él, aunque no entienda
sus planes.
Job respondió al Señor: -Ahora sé que tú lo
puedes todo. Tú llevas a cabo todo lo que
planeas. Yo, con mi ignorancia, te pedí cuentas.
Tus planes son maravillosos. Yo no soy capaz de
comprenderlos. Hasta ahora te conocía de
oídas. Pero ahora mis ojos te ven. Por eso, me
retracto de todo lo que he dicho y me confío a
ti (Job).
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42. Jonás aprende a conocer a Dios
Dios habló a su profeta Jonás: -Ponte en
camino. Ve a Nínive, capital del imperio asirio, y
di a cuantos allí habitan que caerá sobre ellos mi
castigo. Pero Jonás no quería ir a Nínive. Huyó
en un barco que se dirigía a un lugar muy lejano.
Quería alejarse, alejarse mucho de Dios.
Pero el Señor desencadenó sobre el mar una
tempestad. Las olas agitaban el barco y parecía
que éste iba a zozobrar. Todos estaban muy
asustados. Cada uno oró a su dios. Pero Jonás
dormía tranquilamente en la bodega del barco.
El capitán despertó a Jonás: -Pero, ¿cómo
puedes dormir? ¡Levántate y ora a tu Dios!
Quizás él pueda salvarnos. Los marineros se
dijeron unos a otros: -Vamos a echar suertes.
Veremos así quién tiene la culpa de esta
desgracia. Y le tocó a Jonás. Él dijo: -Arrojadme
al mar, y os salvaréis. Por mi culpa ha venido
sobre vosotros esta tempestad. Los marineros
remaban con todas sus fuerzas. Pero no podían
nada contra el temporal. Entonces oraron así:
-Señor, no nos tomes en cuenta lo que vamos a
hacer. No pienses que cometemos un delito
contra un inocente. Entonces agarraron a Jonás
y lo tiraron al mar. Inmediatamente las aguas se
serenaron.
Pero el Señor envió un pez enorme, que se
tragó a Jonás. Pasó tres días y tres noches en el
vientre de aquel pez. Desde allí oró al Señor, su
Dios. El pez nadó hacia la orilla y arrojó a Jonás.
67
Por segunda vez ordenó Dios a Jonás: -Ve a
Nínive, a la gran ciudad. Pregona allí todo lo que
voy a decirte. Jonás marchó a Nínive. Y
proclamó a gritos: -Dentro de cuarenta días,
Nínive será destruida.
Los habitantes de Nínive escucharon a Jonás.
Creyeron a Dios. Comenzaron a ayunar
rigurosamente y se vistieron con sayales de
penitencia. Lo hicieron todos, los grandes y los
pequeños, los ricos y los pobres, el pueblo
entero. Dios vio el arrepentimiento de los
habitantes de Nínive. Y retiró sus amenazas.
Pero Jonás se disgustó mucho y estaba
encolerizado. Oró de esta manera: -Ah, Señor,
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por algo no quería yo ir a Nínive. Yo sabía muy
bien que tú amas a los hombres y les perdonas.
Prefiero morir a seguir viendo lo que veo.
Jonás salió de la ciudad y se dirigió hacia el
este. Se sentó y esperó a ver qué pasaba.
Entonces el Señor hizo crecer allí una planta de
ricino para que diera sombra a Jonás. Jonás se
puso muy contento al ver aquella planta. Pero,
durante la noche, un gusano royó las raíces de la
planta, y ésta se secó. Lucía un sol abrasador.
Jonás no podía aguantar aquel calor. Dijo:
-Quisiera morirme. Pero Dios le preguntó a
Jonás: -Te da lástima de la planta de ricino que
brotó en una noche y en una noche se secó, ¿y a
mí no me iba a dar lástima de la gran ciudad de
Nínive en la que hay muchos niños y muchos
animales? (Jon).
71
DE LOS LIBROS
DEL NUEVO TESTAMENTO
77
respondieron: -H a de nacer en Belén. Así lo dice
el profeta Miqueas: Tú, Belén, en tierra de Judá,
eres ciudad importante, ciudad de príncipes;
porque en ti ha de nacer el que dirija y gobierne
al pueblo de Israel.
Herodes orientó a aquellos varones sabios
para que se dirigieran a Belén: -Id, buscad al
niño. Cuando lo hayáis encontrado, venid a
decírmelo para que yo vaya también y me postre
ante él. Cuando los sabios se pusieron en
camino, apareció ante ellos la estrella que
habían visto en oriente. La estrella se detuvo
sobre la casa en donde estaba Jesús. Aquellos
hombres se alegraron de todo corazón. Entraron
en la casa, hallaron a María y al niño, se
inclinaron profundamente ante él y lo adoraron.
Después le ofrecieron regalos: oro, incienso y
mirra. Pero, durante la noche, Dios les ordenó
que no regresaran al palacio de Herodes. Por eso
escogieron otro camino para volver a su patria
(Mt 2, 1-12).
82
orar. Mientras oraba, se abrió el cielo y el Espíritu
Santo descendió sobre Jesús, lo mismo que una
paloma desciende revoloteando. Se oyó una voz
del cielo que decía: -Tú eres mi Hijo amado. Tú
eres mi predilecto (Le 3, 21-23).
¡CAMBIAD DE VIDA!
JESÚS ENSEÑA Y CURA
83
Comienza ahora el reinado de Dios. Convertios
y creed la Buena Noticia que yo os traigo
(Me 1, 14-15).
Cuando Jesús fue a Nazaret, donde se había
criado, acudió el sábado a la casa de oración. Allí
leyó un pasaje del libro del profeta Isaías: -El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me
ha escogido. Él me ha enviado a anunciar la
Buena Noticia a los pobres; a decir a los
cautivos: estáis libres; a los ciegos: recobrad la
vista; a los oprimidos: gozad de libertad; y a
proclamar el tiempo en que Dios tiene
clemencia.
Jesús declaró a todos los que se hallaban en la
casa de oración: -La palabra que habéis
escuchado se ha cumplido hoy. Al principio,
todos estaban entusiasmados, pero luego
reflexionaron: -¿No es ése el hijo de José? Jesús
les dijo: De verdad os digo: Ningún profeta es
bien recibido en su patria.
Cuando los que estaban en la casa de oración
oyeron esto, se enfurecieron. Saltaron sobre
Jesús, le echaron a empujones de la ciudad y
querían despeñarlo desde un monte. Pero no
pudieron hacer nada a Jesús (Le 4, 16-30).
86
de que el agua se había convertido en vino, un
vino exquisito. El maestresala no sabía de dónde
procedía este vino. Pero los servidores, que
habían llenado de agua las tinajas, lo sabían muy
bien. El maestresala llamó al novio y le dijo:
-Todo el que da un banquete ofrece primero a los
invitados el vino mejor y más tarde el más
corriente. Tú has hecho al revés y has guardado
para el final el vino de más calidad. De esta
manera realizó Jesús el primer signo revelador
de su poder y su gloria. Fue en Caná de Galilea.
Y sus discípulos creyeron en él (Jn 2, 1-11).
89
que comían al lado de Jesús y de sus discípulos.
Los fariseos y los doctores de la ley lo vieron y
dijeron a los discípulos: -¿Cómo es que vuestro
Maestro come con los pecadores? Jesús oyó la
pregunta y respondió: -No son los sanos los que
necesitan un médico, sino los enfermos. Yo no
he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores (Me 2, 13-17).
90
que decía. A estos doce iba él a enviarlos como
sus apóstoles para que transmitieran la Buena
Noticia, y para que, con el poder que les daría,
curasen a los enfermos. Los doce apóstoles eran:
Simón, a quien dio el nombre de Pedro,
Santiago y su hermano Juan, y luego Andrés,
Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el
hijo de Alfeo, Tadeo, Simón y Judas Iscariote,
que más tarde traicionó a Jesús (Me 3, 13-19).
98
67. La c o n fe s ió n d e fe d e lo s d is c íp u lo s
Jesús oraba en un lugar solitario. Sus
discípulos estaban con él. Entonces les preguntó:
-¿Qué piensa de mí la gente? Le respondieron:
Algunos creen que eres Juan el Bautista. Otros
dicen: Elias o algún otro profeta ha regresado.
Jesús preguntó: -¿Y vosotros? ¿Qué pensáis de
mí? Entonces respondió Pedro: -Tenemos fe en
que tú eres el mesías, el salvador prometido por
Dios.
Jesús prohibió a sus discípulos que hablaran
de ello con otros. Dijo: -El hijo del hombre debe
padecer mucho. Los ancianos del pueblo, los
i
sumos sacerdotes y los que conocen a fondo la
Sagrada Escritura lo rechazarán y lo matarán.
Pero él, al tercer día, resucitará. Jesús decía estas
cosas refiriéndose a sí mismo (Le 9, 18-22).
JESÚS ENSEÑA
ACERCA DE LA VIDA CON DIOS
Y CON LOS HOMBRES
103
desnudo, me vestísteis. Cuando estuve enfermo,
me visitásteis. Cuando estuve en la cárcel, me
vinisteis a ver. Entonces, todos los que estén a la
derecha preguntarán: -Señor, ¿cuándo hicimos
eso contigo? Él les responderá: -Os aseguro que
lo que hicisteis por el más pequeño de mis
hermanos, por mí lo hicisteis.
A los que estén congregados a su izquierda,
les dirá: -Lo que no hicisteis por el más
pequeño de mis hermanos no lo hicisteis por mí
(Mt 25, 31-45).
109
perros callejeros le molestaban y lamían sus
llagas.
Al morir Lázaro, bajó un ángel y lo llevó al
cielo con Abrahán. También el rico murió y fue
enterrado. En el mundo de los muertos sufría
muchos tormentos. Levantó su mirada y vio a
Abrahán. Vio también a Lázaro echado a su
lado. Entonces exclamó: -Padre Abrahán, ten
compasión de mí. Envía a Lázaro. Que moje en
agua la punta de un dedo y refresque mi lengua,
porque sufro mucho en este fuego. Pero Abrahán
le respondió: -Recuerda. Durante toda tu vida
disfrutaste de todo lo que te apeteció. La suerte
de Lázaro fue la contraria. Por eso, él recibe
ahora consuelo. Entre nosotros y vosotros hay un
profundo abismo. Nadie puede ir de aquí hasta
vosotros, y nadie puede llegar hasta aquí desde
donde estáis vosotros.
Entonces aquel rico le suplicó: -Te ruego,
padre Abrahán, que envíes a Lázaro a casa de
mi padre. Que prevenga a mis hermanos para
que no acaben también ellos en este lugar de
tormentos. Abrahán le replicó: -Tienen ya las
enseñanzas de Moisés y de los profetas. Que
las sigan. Pero el rico volvió a suplicarle: -Sí,
es cierto, tienen las enseñanzas de Moisés y de
los profetas. Pero, si alguno de los muertos va
a verlos, cam biarán de vida. A lo cual
respondió Abrahán: -Si no escuchan a Moisés
ni a los profetas, entonces no se convencerán
ni aunque resucite alguno de entre los muertos
(Le 16, 19-31).
110
76. La historia del que se sentía justo y de
un recaudador de impuestos
Jesús encontró una vez unos fariseos que se
tenían por justos. Creían que cumplían todos los
mandamientos divinos, y por este motivo
despreciaban a todos los demás. Jesús les contó
una historia:
-Dos hombres fueron al templo a orar. Uno de
ellos era fariseo. El otro era un recaudador de
impuestos. El fariseo avanzó hasta las primeras
filas y oraba de esta manera: -Dios mío, te doy
gracias porque soy mejor que los demás. No
robo, no estafo a nadie, soy fiel a mi mujer, y no
soy tampoco como ese recaudador de impuestos
que se ha quedado allá atrás. Ayuno dos veces
111
por semana y doy para el templo la décima parte
de todo lo que gano.
El recaudador de impuestos se quedó atrás,
agachó su cabeza, se golpeaba el pecho y oraba
de esta manera: -Dios mío, soy pecador. Ten
misericordia de mí. Jesús dijo: -Os aseguro que
ese recaudador de impuestos marchó a casa
llevando en su alma el perdón divino. El otro, no
(Le 18, 9-14).
112
ocurre? Le dijeron que llegaba a la ciudad Jesús
de Nazaret. Entonces el ciego se puso a gritar:
-¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! Los
que iban delante de Jesús le increpaban:
-¡Cállate! ¡No alborotes! Pero él gritaba más
fuerte todavía: -¡Hijo de David, ten compasión
de mí!
Jesús se detuvo y mandó que trajeran al ciego.
Cuando lo tuvo cerca, le preguntó: -¿Qué
quieres? ¿Qué puedo hacer por ti? El ciego
respondió: -Señor, que vea. Jesús le dijo: -Ya ves.
Tu fe te ha salvado. En aquel mismo instante, el
ciego recobró la vista. Y siguió a Jesús alabando
a Dios. Todos los que presenciaron esto alabaron
también a Dios (Le 18, 35-43).
116
astutamente a Jesús y matarlo. Se decían unos a
otros: -No lo hagamos durante las fiestas, no sea
que la gente se amotine contra nosotros.
Uno de los doce apóstoles, Judas Iscariote, fue
a los sacerdotes y les dijo: -Estoy dispuesto a
entregarles a Jesús. A ellos les encantó oírlo y le
prometieron una buena recompensa: treinta
monedas de plata. Desde aquel momento, Judas
buscaba una ocasión favorable para entregar a
Jesús (Me 14, 1-2.10-11).
122
85. Jesús ante el Consejo Supremo
A la mañana, se reunieron los ancianos del
pueblo, los sumos sacerdotes y los doctores de la
ley. Hicieron comparecer a Jesús y le exigieron
que respondiera: -Si tú eres el salvador
prometido por Dios a su pueblo, dínoslo. Jesús
respondió: -Aunque os lo dijera, no me creeríais.
Y si os hago una pregunta, no me responderéis.
Pero desde ahora el hijo del hombre estará
sentado a la derecha de Dios. Entonces le
preguntaron: -¿Así que tú eres el Hijo de Dios?
Jesús replicó: -Vosotros mismos lo estáis
diciendo: Lo soy. Exclamaron todos: -Ya no
necesitamos testigos contra él. Todos hemos
oído lo que ha dicho (Le 22, 66-71).
123
86. El proceso ante Pilato
Los cabecillas del pueblo llevaron a Jesús ante
el gobernador romano, Poncio Pilato. Le
acusaron: -Este hombre está alborotando al
pueblo. Afirma que él es el salvador, el rey. Pilato
preguntó a Jesús: -¿Tú eres rey? Jesús le contestó:
-Mi reino no es de este mundo. De lo contrario,
mis servidores habrían luchado por defenderme.
Yo soy rey y he venido al mundo para dar
testimonio de la verdad. Todo el que se interesa
por la verdad escucha lo que yo digo. Entonces
Pilato preguntó: ¿Qué es la verdad?
Pilato dijo a quienes acusaban a Jesús: -No veo
ninguna razón para declararlo culpable. Todos los
años, en pascua, concedo la libertad a uno de
vuestros presos. ¿Indultaré en esta ocasión al rey
de los judíos? Contestaron a gritos: -¡No, a Jesús
no! ¡Indulta a Barrabás! Barrabás era un bandido.
Así que Pilato dejó en libertad a Barrabás y
ordenó que azotasen a Jesús. Los soldados
tejieron, para burlarse, una corona de espinas y se
la encasquetaron brutalmente en la cabeza a
Jesús. Luego le echaron por los hombros un
manto rojo y se burlaban de él: -¡Te saludamos,
oh rey de los judíos! Y le daban bofetadas.
Pilato presentó a Jesús ante sus acusadores y
les dijo: -¡Mirad, mirad a este hombre! Pero ellos
vociferaban: -¡Cuélgalo de una cruz! Pilato dijo:
-¡Tomadlo vosotros y crucificadlo! Yo no
encuentro ninguna razón para condenarlo. Pero
ellos le replicaron: -Nosotros tenemos una ley
que dispone que él ha de morir. Él ha dicho,
124
J
refiriéndose a sí mismo, que es el Hijo de Dios.
Estuvieron acosando a Pilato hasta que él tuvo
miedo y condenó a Jesús a morir en la cruz
(Jn 18,28-40, 19,1-16).
128
90. Dos discípulos se encuentran
con el resucitado
Ese mismo día, se hallaban de camino dos
discípulos. Iban de Jerusalén a Emaús. Por el
camino hablaban de todo lo que habían
experimentado en Jerusalén. Entonces se les
acercó Jesús y se puso a caminar con ellos. Pero
los dos no lo reconocieron. Les preguntó: -¿De
qué habláis? Los dos se detuvieron, con cara
triste. Uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le
preguntó: -Pero, ¿de verdad no te has enterado
de lo que ha ocurrido en Jerusalén? El forastero
respondió: -¿A qué te refieres?
Los dos discípulos le informaron: -Hablamos
de Jesús de Nazaret. Era profeta. Hablaba y
actuaba poderosamente ante Dios y ante los
hombres. Fue condenado a muerte y ejecutado.
Habíamos esperado que él fuera el salvador. Y con
hoy son ya tres días desde que todo eso ocurrió.
Esta madrugada, algunas mujeres del grupo de
los discípulos acudieron al sepulcro. No hallaron
el cadáver. Afirmaron que vieron a un ángel, y que
el mensajero divino les dijo que Jesús vive.
Inmediatamente fueron dos discípulos al
sepulcro. Y hallaron todo como las mujeres
habían dicho. Pero a él no le vieron.
Entonces el forastero dijo a los dos discípulos:
-Pero, ¿no entendéis lo que está sucediendo? ¿No
tenéis fe en lo que dijeron los profetas? El mesías
tenía que padecer todas esas cosas. Y por ello Dios
le da dignidad, poder y vida. Y les explicó lo que
se hallaba escrito en las Sagradas Escrituras
129
acerca del mesías. Finalmente, los tres
caminantes llegaron a la aldea de Emaús. Jesús se
apartó de ellos como si quisiera proseguir su
camino. Pero los dos discípulos le invitaron con
insistencia: -Quédate con nosotros. Ya ha caído la
tarde. Va a oscurecer.
Jesús entró en la casa y se quedó con ellos.
Más tarde, al sentarse con ellos a la mesa, Jesús
tomó en sus manos el pan. Pronunció las
palabras de alabanza, partió el pan y se lo dio. A
los dos se les abrieron los ojos y reconocieron al
Señor. Pero en seguida dejaron ya de verle. Se
decían el uno al otro: -¿No ardía nuestro
corazón mientras él nos explicaba el sentido de
la palabra de Dios?
130
Aquella misma noche, los dos discípulos
regresaron a Jerusalén. Allí estaban reunidos los
once apóstoles con muchos discípulos. Dijeron a
los dos que llegaban apresuradamente: -¡Es
verdad! ¡El Señor ha resucitado! ¡Pedro lo ha
visto! Entonces los dos refirieron la experiencia
que habían tenido, cuando iban camino de
Emaús, y cómo habían reconocido a Jesús
cuando les partía el pan (Le 24, 13-35).
133
94. El nuevo pueblo de Dios:
la Iglesia de Jesucristo
El día de Pentecostés, todos los discípulos de
Jesús, tanto hombres como mujeres, estaban
reunidos en la misma casa. Aguardaban al
auxiliador prometido por Jesús. De repente, un
ruido del cielo, como de viento recio, resonó en
toda la casa donde se encontraban, y aparecieron
lenguas de fuego que se posaron sobre cada uno
de los presentes. Todos quedaron llenos del
Espíritu Santo. Alababan a Dios y ensalzaban a
Jesucristo su Hijo.
Muchas personas habían acudido a Jerusalén,
desde lejanas tierras, para celebrar la fiesta. La
gente se apiñó ante la casa en que estaban los
discípulos. Todos estaban asombrados, porque
cada uno oía hablar en su propia lengua a los
discípulos de Jesús. Desconcertados, se decían
unos a otros: -¿Qué significará eso? Entonces
Pedro comenzó a hablar. Alzó la voz:
-Escuchadme. Os explicaré todo. Aquí y en
este día se está haciendo realidad lo que el
profeta Joel había anunciado en nombre de Dios.
Al fin de los tiempos, Dios concederá a todos los
hombres su Espíritu. Os acordáis de Jesús de
Nazaret. Él vino por encargo de Dios y realizó las
obras de Dios. Vosotros lo presenciasteis. Dios
entregó a su Hijo: vosotros lo acusasteis e
hicisteis que los romanos lo condenaran. Él
murió en la cruz. Pero Dios lo resucitó de la
muerte. Todos nosotros somos sus testigos. Dios
lo ha exaltado. Y él es el mesías.
134
Las palabras de Pedro llegaron al corazón de
muchas personas. Preguntaron: -¿Qué debemos
hacer, hermanos? Pedro respondió: -Cambiad
vuestra vida. Haceos bautizar en el nombre de
Jesucristo, para el perdón de los pecados. Y
entonces Dios os concederá el Espíritu Santo.
Muchos hicieron caso de Pedro y pidieron que
los bautizaran. Sólo en ese día, tres mil personas
pasaron a formar parte de la comunidad de
Jesucristo (Hch 2, 1-41).
138
intercede por nosotros. ¿Qué podrá separamos
de Cristo y de su amor: las tribulaciones o las
angustias, el hambre o el frío, la persecución o
la muerte? Todo eso lo vencemos porque él
nos ama. Estoy completamente seguro: Ningún
poder de este mundo podrá separarnos de él
(Rom 8, 34-39).
Vosotros creéis en Jesucristo, y por ello sois
hijas e hijos de Dios. Estáis bautizados y
pertenecéis a la comunidad de Jesucristo. Dentro
de esa comunidad no se pregunta ya si uno es
judío o griego, esclavo o libre, varón o mujer.
Pues todos han llegado a ser una sola cosa en
Cristo (Gál 3, 26-28).
Estad siempre alegres. Orad constantemente.
Dad gracias por todo. Eso es lo que Dios espera de
los que confiesan su fe en Jesucristo. Permaneced
abiertos a todo lo que el Espíritu os diga.
Examinadlo todo; retened lo bueno. Manteneos
alejados de todo lo malo (1 Tes 5, 16-22).
El amor de Cristo nos apremia. Porque
hemos llegado a saber: Uno solo murió por
todos, para que los que viven no vivan ya para
sí sino para aquel que murió y resucitó por
ellos (2 Cor 5, 14-15).
¡Hermanos queridos! Alegraos, animaos unos
a otros, no disputéis unos con otros, y vivid en
paz. Entonces, el Dios del amor y de la paz
estará con vosotros. La gracia de Jesucristo el
Señor, el amor de Dios y la comunión del
Espíritu Santo permanezcan con todos vosotros
(2 Cor 13, 11.13).
139
98. No vivimos como los que no tienen
esperanza
Dios regala la vida. Todos los seres vivos viven
gracias a él. Aunque uno viva setenta años y el más
robusto hasta ochenta, su afán es fatiga inútil,
porque pasan aprisa y vuelan (Sal 90, 10).
Todos los hombres deben morir algún día. Y
ellos se preguntan: ¿Podrá más la muerte que
Dios? Pero los creyentes están seguros. Saben
muy bien que la vida de Dios es más poderosa
que la muerte. El amor divino no nos abandona.
Hay en la Biblia una oración que expresa muy
bien lo que muchos esperan:
-Tú no me entregas a la muerte; a quien confía
en ti no le dejas para siempre en la tumba. Me
haces conocer el camino hacia la vida. Tu
presencia me llena de alegría. Tu mano derecha
me acaricia siempre (Sal 16, 10-11).
Pablo escribe: -Hermanos, os escribo sobre
vuestros muertos, para que no estéis tristes
como los que no tienen esperanza. Porque si
Jesús murió y resucitó, y eso lo creemos
firmemente, entonces Dios llevará con Jesús a
los que murieron con él (1 Tes 4, 13-14).
Los profetas de Israel hablan del «día del
Señor». Se refieren al día en que desaparecerán
todos los poderosos de la tierra, porque el Señor
viene para reunir a su pueblo y reinar entre ellos.
El «día del Señor» es el «último día» de este
mundo nuestro que se acaba. En ese día
transformará Dios a toda la creación. Se acabarán
las injusticias, el pecado y el sufrimiento.
140
En aquel día, el cielo se deshará en un gran
incendio y las cosas se derretirán con el fuego.
Pero nosotros, como Dios nos lo ha prometido,
aguardamos un nuevo cielo y una nueva tierra
en los que habite la justicia (2 Pe 3, 12-13).
Los discípulos de Jesús están impacientes. Le
preguntan: -Dinos, ¿cuándo comenzará el reino
de Dios? Jesús les responde: -Nadie conoce el día
ni la hora, ni siquiera los ángeles del cielo.
Tampoco el Hijo, sino únicamente el Padre
(Mt 24, 36; Me 13, 32). Pero una cosa tenéis que
hacer: No os descuidéis. Estad siempre alerta.
Porque no sabéis en qué día vendrá nuestro
Señor (Mt 24, 42).
Cuando llegue el Señor de la Creación para
colmar su obra, juzgará a los vivos y a los
muertos. En ese juicio sabrán los hombres que
no hay más que un solo Señor y que no hay más
que un solo amor. Y sabrán que no hay más que
una verdadera desgracia: la de verse excluidos de
la comunión con Dios. Y sabrán que no hay más
que una felicidad: la de vivir en comunión con
Dios.
Pablo escribe: -Dios no nos destinó para ser
juzgados por su ira, sino para que nos salvemos
por medio de Jesucristo nuestro Señor. Él murió
por nosotros para que vivamos unidos con él
(1 Tes 5, 9-10).
Jesús le dice a un padre que lloraba mucho
porque se le había muerto su hijita: -¡No te
angusties! -¡Ten fe! (Me 5, 36).
141
99. El mundo nuevo de Dios
El vidente Juan contempla el mundo nuevo de
Dios. Escribe así: -Vi un cielo nuevo y una tierra
nueva. Ya no existen el primer cielo, la tierra
antigua ni el mar. Vi la nueva Jerusalén que
descendía del cielo y venía de Dios. Y oí una voz
potente que decía: -Desde ahora Dios habitará
con los hombres. Ellos serán su pueblo y él
estará para siempre con ellos. Enjugará las
lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte ni
llanto ni queja ni dolor. Todo lo de antes ya pasó.
Y el que estaba sentado en el trono dijo: Mirad,
ahora hago nuevas todas las cosas.
¡Sí! ¡Ven, Señor Jesús! (Ap 21, 1-5).
142
INDICE
DE LOS LIBROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO
143
52. La confesión de fe del bautista .... 81
53. El testimonio del Padre............. 82
144
77. Un ciego cree .............................112
78. Zaqueo cambia de vida ............. 113