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MASCULINIDAD TRADICIONAL: ESTEREOTIPOS Y PUBLICIDAD

Aunque son los varones quienes cometen la mayoría de los delitos en todas las
épocas de la historia de la humanidad para las que se tiene registro (Carabí, 2000),
sería un error decir algo como que, a diferencia de las mujeres, ellos son más
agresivos y entonces, violentos.

La agresividad debe entenderse como el despliegue de energía ante amenazas


inminentes, ya sea para evadirlas o para confrontarlas. Se trata de un rasgo
evolutivo que poseen todos los individuos de la especia humana. Se considera que
la violencia es la agresividad desbordada a consecuencia principalmente de
factores sociales (Sanmartín, 2004).

La expresión de los comportamientos dañinos entre los seres humanos es


modulada por la sociedad y la cultura, y en ello el concepto de género resulta crucial,
en el sistema sexo/género imperante se asocia a los varones con el ámbito público
y a las mujeres con el privado, las violencias de cada género se expresarán en el
espacio común.

Muchas de las violencias de los varones ocurren en el mundo público, mientras que
las violencias de las mujeres se expresan principalmente al interior de las familias,
no sólo con el maltrato físico infantil, sino con la violencia emocional y el control de
la pareja a través del sexo y la maternidad (Gómez, 2013).

Los feminismos evidenciaron con firmeza las consecuencias de los estereotipos


tradicionales de la feminidad asignados a las mujeres, ese "ser para otros" que
redunda en una negación de sí: la mujer será valorada en tanto sea madre o esposa.

Los varones, por nuestra parte, somos socializados en un "ser para nosotros
mismos" que niega al resto de las personas. Concentrándose en ello las dos
ideologías de la masculinidad tradicional y hegemónica de las que habla el psicólogo
Luis Bonino (2006): el individualismo a ultranza y el rechazo al otro/otra diferente. A
las expresiones cotidianas de esa forma de masculinidad anacrónica es a lo que
nombramos, coloquialmente, machismo.

El análisis de un fenómeno social desde una perspectiva de género puede resultar


casi siempre un tanto amargo. El “no se nace mujer, se llega a serlo” de Simone de
Beauvoir tiene su contraparte: no se nace varón, se llega a serlo. O al menos se
intenta, pues al igual que con las mujeres la exigencia es desmedida e irrealizable.
No se llega a ser varón, se aparenta que se es tal a cualquier precio, incluyendo a
veces la vida misma, la propia a la de los demás.
La transformación de los estereotipos tradicionales de las mujeres ha forzado
algunos cambios en los varones, como aceptarlas como compañeras de trabajo,
aunque no sin estrategias de control y dominación que se reflejan en fenómenos la
toma de decisiones son ocupados principal, o exclusivamente, por varones.

Podría decirse que la modificación de la masculinidad tradicional requiere también


una transformación de las mujeres, pues ellas también consumen y alimentan esas
masculinidades tóxicas, pero evidentemente la responsabilidad principal recae en
los varones.

Si evidenciar los “malestares femeninos” fue el primer paso para cuestionar los roles
tradicionales y anacrónicos de las mujeres, en los varones esto apenas ocurre.
No porque no padezcan de los roles y estereotipos tradicionalmente asignados, sino
porque este reclamo colisiona con las propias características de la masculinidad
tradicional y hegemónica.

Aunque los varones padecemos en cuerpo y emoción la violencia ejercida por las
expectativas sociales de la masculinidad, con sus exigencias irrealizables a costa
del bienestar propio y de las personas, pues sus quejas son débiles o nulas

La Masculinidad Tradicional Y Hegemónica

Además de las dos ideologías señaladas, se han descrito cuatro normas, o


imperativos de comportamiento, de la masculinidad tradicional y dominante en el
mundo occidental Brannon y David (1976, como se citó en Bonino 2000).
Lineamientos que los varones tratamos de cumplir en la eterna búsqueda de ser
reconocido como “todo un hombre”. Estas normas se presentan en una lógica
todo/nada y, como los autores originales hacen para facilitar su identificación, lo
mejor es enunciarlas de forma coloquial: nada de mariconadas, hay que ser el más
picudo, hay que aguantarse como los machos y chingarse a los demás.

La primera es la más importante: nada de mariconadas. Un varón no puede hacer


nada que remotamente se aproxime a aquello que hacen las mujeres. Sean tan
superficiales como ciertos gestos o expresiones, o tan profundos como ciertas
emociones. Lo más sancionado es tener un vínculo afectivo y/o sexual con un varón,
pues ello, en la misma visión tradicional, se considera como únicamente válido para
las mujeres.

Las contradicciones están por todas partes. Uno puede apreciar, por ejemplo,
canciones populares revestidas del “halo de lo varonil” pero cuyos contenidos llegan
a ser extremadamente románticos.
Imperativos De La Masculinidad Tradicional

La primera regla es la más importante aunque también la más difícil de cumplir. Las
emociones son inherentes a todo el género humano, y ante el miedo y la tristeza
sólo es válido que los varones expresemos, al menos en público y frente a los otros
considerados iguales, el enojo.

Únicamente en ciertos contextos los varones pueden mostrar lo que sienten, y tal
vez por eso es que ellos mismos se vuelcan obsesivamente hacia esos espacios en
los que se permite que externen, por así decirlo, su humanidad: las competencias
deportivas. Algo evidente pero cuyo estereotipo no se cuestiona, incluso se celebra,
como puede verse en este comercial:

La segunda regla, o imperativo de comportamiento es: ser siempre el más picudo,


el que la tiene más grande, podría ser otra forma de expresarlo. Esta exigencia
implica ser admirado, exitoso, triunfador. Se repudia el fracaso. Pero como el éxito
económico, tan valorado en occidente, está sumamente restringido para la mayor
parte de la población, lo que queda nuevamente es representarlo. El mundo de la
publicidad lo entiende bien y lo explota:

Aguantarse como los machos es una regla que no puede ser más explícita. Se
desprecia la debilidad como una característica asociada tradicionalmente a las
mujeres.

Si en la masculinidad tradicional, consumida y recreada por varones y mujeres,


están el rechazo a la diversidad, la imposición de la heterosexualidad y el culto a la
violencia y al maltrato, puede resultar difícil imaginar formas de ser varón que no
sean homófobas, violentas y excluyentes. Pues además, como añade Bonino
(2000), un imperativo más es respetar la jerarquía y la norma, pues la masculinidad
tradicional también supone no cuestionar ni los ideales grupales, ni a uno mismo.

Las motivaciones para la transformación de las visiones acartonadas de los varones


y de las mujeres no son pocas. Toda la especie humana padecemos
el mantenimiento y perpetuación de un sistema sexo/género opresivo y desgastante
que nos aísla y nos condena a existencias mutiladas, donde algunas características
inherentemente humanas, como la compasión, el amor o el arrojo, se prohíben o se
exacerban por aquello que las personas tienen, o no, entre las piernas.
Referencias
Bonino, L. (2000). “Varones, género y salud mental: deconstruyendo la «normalidad masculina»”.
Barcelona: Icaria.

Carabí, À. (2000). “Construyendo nuevas masculinidades, una introducción”. Barcelona: Icaria.

Gómez, M. (2013). Comunicación personal. Distrito Ferdeal.

Sanmartín, J. (2004). l laberinto de la violencia: causas, tipos y efectos. Barcelona : Ariel.

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