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22 de Marzo

“Da gracia a los humildes.” Santiago 4:6.


Los corazones humildes buscan la gracia, y, por tanto, la obtienen. Los corazones
humildes se someten a las dulces influencias de la gracia, y, así, la gracia es prodigada
sobre ellos más y más abundantemente. Los corazones humildes permanecen en los valles
donde fluyen los arroyos de la gracia, y, así, beben de ellos. Los corazones humildes están
agradecidos por la gracia y dan al Señor la gloria de ello, y, por esto, es consistente con Su
honor que Él les proporcione gracia.
Vamos, querido lector, ocupa un lugar humilde. Sé pequeño en tu propia estimación,
para que el Señor haga mucho de ti. Tal vez irrumpa el suspiro: “me temo que no soy
humilde”. Tal vez este sea el lenguaje de la verdadera humildad. Algunos están orgullosos
de ser humildes, y este es uno de los peores tipos de orgullo. Nosotros somos criaturas
necesitadas, desvalidas, indignas, merecedoras del infierno, y si no somos humildes,
deberíamos serlo. Hemos de humillarnos por causa de nuestros pecados contra la humildad,
y entonces el Señor nos dará a probar Su favor. La gracia nos hace humildes y la gracia
encuentra una oportunidad en esta humildad para derramar mayor gracia. Hemos de
descender para que podamos ascender. Hemos de ser pobres en espíritu para que Dios nos
haga ricos. Seamos humildes para que no necesitemos ser humillados, para que seamos
exaltados por la gracia de Dios.
La Chequera del Banco de la Fe. Traducción de Allan Román1

HUMILDAD Este vocablo entró en el cast. hacia mediados del siglo XIII, del lat. humílitas
= baja estatura, humildad, abatimiento, y éste, de humus = tierra (en el sentido de «suelo»,
lugar bajo, etc.; para oficios nobles el lat. tiene terra).
La humildad, más bien que expresada en un vocablo técnico, es presentada en la Biblia
en una serie de actitudes que tienen como denominador común el sentimiento de la propia
pequeñez, de la propia indignidad moral y de la dependencia de Dios en todo.
Por otra parte, hay una falsa humildad como la de aquel famoso abad que solía decir de
sí mismo: «y vuestro abad que indignamente os preside», hasta que un buen día, un inocente
novicio se atrevió a decir: «y nuestro abad que indignamente nos preside». Allí se acabó la
humildad del abad con la reprimenda que propinó al pobre novicio. También es falsa la
humildad de quienes suelen acusar a sus prójimos (con fundamento o sin él) de «viles
gusanos, infames pecadores, destinados al infierno, etc.».

1
Spurgeon, C. H. (2008). La Chequera del Banco de la Fe. Bellingham, WA: Logos Bible Software.

lat. latín

lat. latín
La humildad ocupa un lugar muy alto en la tradición cristiana desde que la Palabra de
Dios se lo concedió. Si algo vale el hombre es por lo que Dios ha puesto en él (cf. Sal. 8:4–
5 y comp. 2 Co. 3:5–6). «El Dios Alto y Sublime» (cf. Is. 6:1) habita con el quebrantado y
humilde de espíritu (Is. 57:15. cf. Mt. 5:3) y exige, a su vez, que el hombre se comporte
humildemente ante Él (cf. Mi. 6:8). Jesús dio un sublime ejemplo de humildad al lavar los
pies a sus discípulos (Jn. 13), oficio del esclavo, como quien había tomado la forma de
esclavo al despojarse a sí mismo de toda reputación y aparecer en este mundo como un
cualquiera (Fil. 2:7–8). Por tanto, cualquiera de los suyos que quiera ser el primero, será
siervo de todos (Mr. 10:44).
El apóstol Pablo era realmente humilde, porque conocía bien la «medida» que Dios le
había dado y no necesitaba compararse con otros (cf. 2 Co. 10:12–14). Por eso exhortaba a
los fieles de Roma: a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí
que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios
repartió a cada uno (Ro. 12:3). Y dice a los fieles de Filipos: Nada hagáis por contienda o
por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a
él mismo (Fil. 2:3). Si nos medimos con la medida con que nos mide Dios, seremos
verdaderamente humildes sin despreciar a nadie y sin estar orgullosos de la propia humildad.
Para Agustín, heredero de la cultura clásica, la humildad consistía en conocerse a uno
mismo, igual que Balmes*, cuando dice: «La humildad es el conocimiento claro de lo que
somos sin añadir ni quitar nada». Según Teresa de Jesús* la humildad es «andar en la
verdad», que recuerda el dicho de Agustín: «Si me preguntáis cuál es el camino que conduce
al conocimiento de la verdad, qué cosa es la más esencial en la religión de Jesucristo, os
responderé: Lo primero es la humildad, lo segundo es la humildad y lo tercero es la humildad,
y cada vez que me hagáis la misma pregunta, os daré la misma respuesta».
La humildad es el fundamento de la fe y su perfección más lograda, pues no es otra cosa
que realizar en uno mismo el ser y carácter de Jesucristo: «Aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón» (Mt. 11:29).
Bib. Rafael Marañón Barrio, La divina humildad (CLIE, Terrassa 1997); A. Murray,
Humildad: hermosura de la santidad (CLIE, Terrassa).2

Bib. Bibliografía

CLIE CLIE, Galvani, 113–115. 08224 Terrassa, Barcelona.

CLIE CLIE, Galvani, 113–115. 08224 Terrassa, Barcelona.


2
Lacueva, F. (2001). En Diccionario teológico ilustrado (1. ed. españ ola., p. 325). Tarrasa,
Barcelona: Clie.
La humildad
El orgullo es un inhibidor del crecimiento del evangelio en el corazón de su hijo y una
ruta segura a la destrucción. Es lo opuesto de la ruta segura a la salvación (Proverbios 16:18),
porque Dios resiste a la persona orgullosa (1 Pedro 5:5) pero atiende al humilde (Salmo
138:6). Sabiendo esto, quizá la sola forma en que puede preparar el terreno del corazón de
sus hijos es demostrando humildad.
Jesús nos proveyó ese ejemplo. En Mateo 11:29 dijo: «Llevad mi yugo sobre vosotros, y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras
almas». Notablemente, esta es la única vez en los Evangelios que Jesús se autodefine con
adjetivos. El Maestro manso y humilde nos ordena que aprendamos de Él expresamente
porque Él es humilde. Deberíamos seguir su ejemplo y enseñar a nuestros hijos con humildad,
deseando que ellos «recib[an] con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar
[sus] almas» (Santiago 1:21).
La humildad solo se puede cultivar dando pasos deliberados. A continuación hay cuatro
ejemplos de acciones que pueden demostrar humildad como una manera de preparar el
corazón de su hijo para que comprenda el evangelio:
1. Encuentre a un cristiano más maduro para que lo discipule. Si quiere mostrar a sus
hijos cuánto necesitan sabiduría, muéstreles cuánta sabiduría necesita usted
humillando su corazón y buscando a un mentor que le enseñe.
2. Admita cuando está equivocado y busque perdón cuando peca contra su familia,
incluyendo a sus hijos.
3. Medite acerca del arrepentimiento, la humildad, el quebrantamiento, el hambre
espiritual y la dependencia. El libro de C. J. Mahaney Humildad es un gran recurso
para conocer más sobre estos temas.4
4. Demuestre su dependencia de la santa Palabra de Dios. Isaías 66:2 nos enseña una
verdad importante: «Pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que
tiembla a mi palabra». Sus hijos le deberían ver leyendo la Biblia y hablando de ella
a otros.
Cuando los padres muestran con sus hechos estos comportamientos a sus hijos, de hecho
están demostrando humildad. De esta manera los están enseñando a sus hijos que hay un
límite para la sabiduría humana y que la sabiduría divina viene cuando se busca con un
corazón humilde. Esto prepara a sus hijos para darse cuenta de que la sabiduría de Dios es
más elevada que la propia comprensión limitada de ellos.3

4
C. J. Mahaney, Humility (Sisters, OR: Multnomah, 2005) [Humildad: Grandeza verdadera (Grand
Rapids: Vida, 2006)].
3
Gebhards, K. (2011). De bellotas a robles: Cómo cultivar el suelo del corazón de su hijo. En La
Evangelización: Cómo compartir el evangelio con fidelidad (pp. 224–225). Nashville; Dallas; México
DF; Río de Janeiro: Grupo Nelson.
30. ¿Cuál es la mayor de las virtudes en el Reino? (Mt 18.1–4)

Si la soberbia es el mayor de los pecados (y lo es), la humildad debe ser la mayor virtud. La
humildad es la que me permite reconocer que Dios reclama mi vida, que soy una criatura
mortal y falible y que Él es el dueño del universo. La humildad es la que me hace decir:
«Soy un pecador, necesito ser salvo». En la humildad está el origen de toda sabiduría (Pr
22.4). Las verdades del Reino solamente son percibidas por los humildes. Ningún soberbio
recibirá nunca nada de Dios, porque «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los
humildes» (Stg 4.6). Los humildes reciben la gracia de Dios y los secretos del Reino,
porque vienen a Él como mendigos. Jesucristo dijo: «Bienaventurados los pobres en
espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5.3). 4

4
Biblia plenitud: La Biblia de estudio que le ayudara a comprender a aplicar la Plenitud del Espiritu
Santo en su diario vivir. (2000). (electronic ed., Ap 22.20). Nashville: Editorial Caribe.
Humildad o mansedumbre
La octava manifestación es humildad o mansedumbre (gr. prautes, πραυτης). No se
trata de debilidad ni flaqueza. El vocablo es de traducción difícil. Está relacionado con ser
dócil, obediente, sujeto, humilde. Humildad o mansedumbre expresan adecuadamente el
sentido del griego, que conlleva la idea de ternura y gracia. Es una palabra acariciadora, y
encierra el secreto de la ecuanimidad y la compostura. La persona mansa es la que nunca se
aira a destiempo, sino que es dócil y humilde porque tiene un control perfecto de sus
emociones. No es una docilidad pusilánime, una ternura sentimentaloide, un quietismo
pasivo. Es fuerza bajo control.5

5
Deiros, P. A. (2008). Dones y ministerios (p. 252). Buenos Aires: Publicaciones Proforme.
Orgullo y humildad
La medicina contra el egoísmo
por June Hunt

I. DEFINICIONES
A. ¿Qué es el orgullo?
La palabra orgullo tiene dos significados:
• El espíritu de soberbia que se siente superior (una característica negativa)
• El espíritu de satisfacción placentera de valor adecuado (una característica
positiva)1
En griego, la palabra huperephanos significa “arrogante, soberbio o con actitud de
superioridad” (huper significa “sobre”, phainomai significa “aparecer”).1
En el Nuevo Testamento, la palabra orgullo casi siempre tiene una connotación
negativa, pues comunica altivez, desdén y soberbia.2
“Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios,
blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos”.
(2 Timoteo 3:2)

B. ¿Qué es humildad?
La palabra humildad tiene dos significados:
• Un espíritu de respeto, deferencia y mansedumbre (una característica positiva)
• Un espíritu de insignificancia, de subordinación y de inferioridad (una
característica negativa).4
En griego, la palabra tapeinos significa “humilde de espíritu o manso”.4

1
Merriam-Webster’s Collegiate Dictionary “Diccionario Colegial Merriam-Webster (ed. electrónica)
Merriam-Webster, 2001.
1
Merriam-Webster’s Collegiate Dictionary “Diccionario Colegial Merriam-Webster (ed. electrónica)
Merriam-Webster, 2001.
2
Vine, W. E. Vine’s Complete Expository Dictionary of Biblical Words. “Diccionario expositivo
completo de palabras bíblicas de Vine”, ed. electrónica ed. Nashville: Thomas Nelson, 1996.
4
Lawrence O. Richards, Arrogance/Pride, “Arrogancia y orgullo” en Expository Dictionary of Bible
Words, ed. Lyman Rand Tucker Jr. y Gerard H. Terpstra
4
Merriam-Webster’s Collegiate Dictionary. “diccionario de colegio mayor Merriam-Webster”
En el Nuevo Testamento la humildad casi siempre tiene una connotación positiva,
pues comunica bajeza (en el buen sentido) o humildad de mente.5
“Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los
cielos”.
(Mateo 18:4)

II. CARACTERÍSTICAS6
PERCEPCIÓN SECULAR DELEL CORAZÓN HUMILDE
ORGULLO CONFORME A LAS ESCRITURAS7

• Nunca admita una debilidad. • Deléitese en sus debilidades.

“Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en


las debilidades, en afrentas, en necesidades,
en persecuciones, en angustias; porque
cuando soy débil, entonces soy fuerte”. (2
Corintios 12:10)

• Exija sus derechos. • Renuncie a sus derechos personales.

“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo


también en Cristo Jesús, el cual, siendo en
forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios
como cosa a que aferrarse, sino que se
despojó a sí mismo, tomando forma de siervo,
hecho semejante a los hombres; y estando en
la condición de hombre, se humilló a sí
mismo, haciéndose obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz”. (Filipenses 2:5–
8)

5
New Oxford Dictionary of English, “Nuevo diccionario Oxford de ingles” (ed. electrónica) Oxford
University Press, 1998; Merriam-Webster’s Collegiate Dictionary. “Diccionario Colegial Merriam-
Webster”.
6
Lawrence O. Richards, Humble/Humility, “Humilde, humildad” en Expository Dictionary of Bible
Words, ed. Lyman Rand Tucker Jr. y Gerard H. Terpstra

7 Para esta sección vea Russell Kelfer, The Perennial Problem of Pride, “El eterno problema del

orgullo” (San Antonio, Tex.: Discipleship Tape Ministries, 1982), 3–10.


• Busque la reivindicación a cualquier• Espere la reivindicación de parte de
precio. Dios.

“Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de


Dios, para que él os exalte cuando fuere
tiempo” (1 Pedro 5:6)

• Busque el reconocimiento y alabanza• Sólo acepte el reconocimiento de parte


para usted mismo. de los demás.

“Alábete el extraño, y no tu propia boca; el


ajeno, y no los labios tuyos”. (Proverbios
27:2)

• Procure vengarse cuando reciba un• Esté dispuesto a pasar por alto la ofensa.
agravio.

“La cordura del hombre detiene su furor, y


su honra es pasar por alto la ofensa”.
(Proverbios 19:11)

• Busque la sabiduría del mundo.• Busque la sabiduría de Dios.


(Intelectualismo)

“El temor de Jehová es el principio de la


sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es
la inteligencia”. (Proverbios 9:10)

• No busque el consejo de otras personas. • Busque el consejo de otras personas.

“El camino del necio es derecho en su


opinión; mas el que obedece al consejo es
sabio”. (Proverbios 12:15)
• Compárese de manera continua con los• Rehúsese a hacer comparaciones
demás. innecesarias

“Porque no nos atrevemos a contarnos ni a


compararnos con algunos que se alaban a sí
mismos; pero ellos, midiéndose a sí mismos
por sí mismos, y comparándose consigo
mismos, no son juiciosos”. (2 Corintios
10:12)

• Tenga un alto concepto acerca de su• Piense con cordura para obtener un
imagen personal. concepto personal equilibrado.

“Digo, pues, por la gracia que me es dada, a


cada cual que está entre vosotros, que no
tenga más alto concepto de sí que el que debe
tener, sino que piense de sí con cordura,
conforme a la medida de fe que Dios repartió
a cada uno”. (Romanos 12:3)

• Busque la aprobación de otros. • Desee la aprobación de Dios.

“Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres,


o el de Dios? ¿O trato de agradar a los
hombres? Pues si todavía agradara a los
hombres, no sería siervo de Cristo”.
(Gálatas 1:10)

• Encuentre la grandeza al ejercer poder• Encuentre la grandeza al servir a otros.


sobre otros.

“Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis


que los gobernantes de las naciones se
enseñorean de ellas, y los que son grandes
ejercen sobre ellas potestad. Mas entre
vosotros no será así, sino que el que quiera
hacerse grande entre vosotros será vuestro
servidor”. (Mateo 20:25–26)

• Perciba la humildad como una debilidad.• Perciba la humildad como una fortaleza.

“Así que, cualquiera que se humille como


este niño, ése es el mayor en el reino de los
cielos”. (Mateo 18:4)

III. CAUSAS DE LA NATURALEZA ORGULLOSA


A. Causas externas
Seguir el concepto de éxito del mundo8
• logros
• aceptación
• riqueza
• habilidad
“He aquí el hombre que no puso a Dios por su fortaleza, sino que confió en la
multitud de sus riquezas, y se mantuvo en su maldad”. (Salmos 52:7)
Eliminar la baja autoestima tratando de satisfacer las necesidades emocionales
sin tomar en cuenta a Dios.9
• amor incondicional
• sentido de valor personal
• seguridad
“Y vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo
mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos
con sus bocas, y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia. Y he aquí que
tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien; y
oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra”. (Ezequiel 33:31–32)
Liberarse de la culpa del pecado por medio de los logros personales
• rechazo del sacrificio de Cristo por el pecado

8
W. Phillip Keller, Predators in Our Pulpits, “Depredadores en nuestros púlpitos” (Eugene, Ore.:
Harvest House, 1988), 29–36.
9
Donald McCullough, The Lord Helps Those Who Can’t Help Themselves, “Dios ayuda a quienes no
pueden ayudarse a sí mismos” Discipleship Journal, mayo/junio 1989, 49.
• auto justificación
• buenas obras
• perfeccionismo
“Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya
propia, no se han sujetado a la justicia de Dios”. (Romanos 10:3)
Concentrarse en sí mismo10
• mis intereses
• confianza en sí mismo
• mi placer
• mi satisfacción
• auto estima
• satisfacción personal
• respeto hacia sí mismo
• auto-castigo
“Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos,
soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos”. (2
Timoteo 3:2)

B. La raíz del problema


CREENCIA FALSA:
“Es apropiado sentirse importante y orgulloso… trabajo duro para tener una vida
exitosa”.
CREENCIA CORRECTA:
Mi éxito no viene de mi esfuerzo personal, el cual produce orgullo, sino de
permitir a Cristo moldear mi carácter para hacerlo como el suyo. Sólo lo que se
hace por el poder de la vida de Cristo en mí tiene resultados duraderos.
“Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es
Jesucristo. Y si sobre este fundamento alguno edificare oro, plata, piedras
preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta;
porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada
uno cuál sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que
sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá
pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego”. (1 Corintios
3:11–15)

IV. PASOS PARA ENCONTRAR LA SOLUCIÓN


A. Versículo clave para memorizar

“Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los
humildes”.

10
Keller, Predators in Our Pulpits, “Depredadores en el púlpito” 47–54.
(Santiago 4:6)

B. Pasaje clave para leer y meditar


Lucas 18:9–14

EL FARISEO Y EL PUBLICANO
ORGULLO ESPIRITUAL HUMILDAD PIADOSA

Confiaba en su propia v. 9No presumía de su v. 13


justicia auto-justicia

Miraba con desdén a v. 9Reconoció su v. 13


otros indignidad ante Dios

No aceptó su pecado v. 11Aceptaba el pecado v. 13


personal personal

Veía la fallas de otros v. 11Vio sus propias fallas v. 13


y necesidad de perdón

Realizabaa obras v. 12Pidió la misericordia v. 13


religiosas delante de de Dios
otros

Rechazaba la v. 14Recibió la salvación y v. 14


salvación y exaltaba fue exaltado por Dios
el yo

C. Prueba de la verdadera humildad11


□ ¿Siente gozo cuando otros reciben honor?
□ ¿Admite usted honesta y abiertamente el pecado?
□ ¿Busca escuchar la verdad de otros acerca de sus propias debilidades?
□ ¿Le da la bienvenida a la crítica?12
□ ¿Lleva toda preocupación y ansiedad al Señor?
□ ¿Responde con humildad cuando ha sido reemplazado?
□ ¿Busca hacer todo para agradar a Dios?
□ ¿Siente que puede contestar sí a la mayoría de estas preguntas?

11
Para esta sección vea Dan B. Allender, Humility: Antidote to Shame, “La humildad: el antídoto
para la vergüenza” en IBC Perspective (Winona Lake, Ind.: Institute of Biblical Counseling)
12
Russell Kelfer, Wanted: Correctable Christians: Part 1, “Se buscan: cristianos que quieran
corregirse” (San Antonio, Tex.: Discipleship Tape Ministries, 1982), 4.
Si la mayoría de sus respuestas son sí, mírese, ¡puede que haya reprobado la prueba
de la verdadera humildad!

D. Conozca la forma en que Dios nos presiona para que cambiemos13


POR MEDIO DE LA HUMILLACIÓN
“Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu”.
(Proverbios 16:18)
• Remoción de la fuente de orgullo
EJEMPLO BIBLICO:
La túnica de José
“Y viendo sus hermanos que su padre lo amaba más que a todos sus
hermanos, le aborrecían, y no podían hablarle pacíficamente. Y soñó José un
sueño, y lo contó a sus hermanos; y ellos llegaron a aborrecerle más todavía.
Y él les dijo: Oíd ahora este sueño que he soñado: He aquí que atábamos
manojos en medio del campo, y he aquí que mi manojo se levantaba y estaba
derecho, y que vuestros manojos estaban alrededor y se inclinaban al mío. Le
respondieron sus hermanos: ¿Reinarás tú sobre nosotros, o señorearás sobre
nosotros? Y le aborrecieron aun más a causa de sus sueños y sus palabras”.
(Génesis 37:4–8) (Vea también Génesis 37:23–24.)
• Rechazo de los amigos y familiares
EJEMPLO BÍBLICO:
Moisés
“En aquellos días sucedió que crecido ya Moisés, salió a sus hermanos, y los
vio en sus duras tareas, y observó a un egipcio que golpeaba a uno de los
hebreos, sus hermanos. Entonces miró a todas partes, y viendo que no parecía
nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena. Al día siguiente salió y vio
a dos hebreos que reñían; entonces dijo al que maltrataba al otro: ¿Por qué
golpeas a tu prójimo? Y él respondió: ¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y
juez sobre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio? Entonces
Moisés tuvo miedo, y dijo: Ciertamente esto ha sido descubierto”. (Éxodo
2:11–14)
• Reprensión por medio de las autoridades
EJEMPLO BÍBLICO:
Pedro
“Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra
del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres
veces”. (Lucas 22:61)
• Reversión de las circunstancias

13
Para esta sección, vea Russell Kelfer, The High Cost of Humility, “El alto costo de la humildad”
(San Antonio, Tex.: Discipleship Tape Ministries, 1982), 8–10.
EJEMPLO BÍBLICO:
Job
“Entonces salió Satanás de la presencia de Jehová, e hirió a Job con una
sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza. Y
tomaba Job un tiesto para rascarse con él, y estaba sentado en medio de
ceniza. Entonces le dijo su mujer: ¿Aún retienes tu integridad? Maldice a
Dios, y muérete. Y él le dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres
fatuas, has hablado. ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo
recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios”. (Job 2:7–10) (Vea
Job 1:13–22; capítulo 38; 40:2–4; 42:5–6.)
• Rechazo a contestar las peticiones de oración
EJEMPLO BÍBLICO:
Pablo
“Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente,
me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me
abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces
he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia;
porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me
gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de
Cristo”. (2 Corintios 12:7–9)

E. Pida un corazón humilde14


• Desarrolle una actitud de humildad y considere que es la vestidura más divina
para el cristiano.15
“Señor, enséñame lo que significa vestirme de humildad”.
“Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a
otros, revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los soberbios, Y da gracia
a los humildes”. (1 Pedro 5:5)
• Haga suya la perspectiva de Dios tocante al orgullo.16
“Señor, ayúdame a odiar el orgullo como lo odias tú”.
“El temor de Jehová es aborrecer el mal; la soberbia y la arrogancia, el mal
camino, y la boca perversa, aborrezco”. (Proverbios 8:13)

14
Kelfer, The High Cost of Humility, “El alto costo de la humildad” 2–8.
15
Russell Kelfer, What Is Humility? “¿Qué es la humildad?” (San Antonio, Tex.: Discipleship Tape
Ministries, s.f.), 7; Andrew Murray, Humility, “humildad” (Springdale, Pa.: Whitaker House, 1982),
41, 45, 47.
16
Kelfer, The Perennial Problem of Pride, “El eterno problema del orgullo” 2; Kelfer, What Is
Humility? “¿Qué es la humildad? 7–9; Murray, Humility, 13–4.
• Ore pidiendo que Dios le muestre sus errores ocultos.17
“Señor, revélame el orgullo escondido en mi corazón”.
“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis
pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino
eterno”. (Salmos 139:23–24)
• Concentre su atención en el carácter de Cristo y no en su propio pecado.18
“Señor, ayúdame a seguir tu ejemplo”.
“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo
puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la
diestra del trono de Dios”. (Hebreos 12:2)
• Responda con humildad a la dirección de Dios en su vida por medio de…19
—la palabra de Dios
—las autoridades en su vida
—el consejo de familiares y amigos
—la disciplina de Dios
“Señor, ayúdame a responder de manera rápida y con una actitud positiva ante
la disciplina”.
“No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su
corrección; porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien
quiere”. (Proverbios 3:11–12)
• Acepte con gratitud todo lo que Dios permite en su vida.20
“Señor, ayúdame a ver tu mano amorosa en todas las circunstancias difíciles”.
“Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en
Cristo Jesús”. (1 Tesalonicenses 5:18)
• Desarrolle un corazón de siervo hacia los demás.21
“Señor, ayúdame a tener un corazón de siervo para responder a las necesidades
de los que me rodean”.
“El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo”. (Mateo 23:11)

17
Kelfer, Wanted: Correctable Christians: Part 1, 4–6; “Se buscan: cristianos que quieran
corregirse” Murray, Humility, 105–6.
18
Kelfer, The High Cost of Humility, “El alto costo de la humildad” 3–5; Murray, Humility, 6–7, 14,
66.
19
Kelfer, Wanted: Correctable Christians: Part 1, 5; “Se buscan: cristianos que quieran corregirse”
Murray, Humility, 43–50.
20
Kelfer, Wanted: Correctable Christians: Part 1, 6–11; “Se buscan: cristianos que quieran
corregirse” Murray, Humility, 90.
21
Kelfer, The High Cost of Humility, “El alto costo de la humildad” 6–11; Murray, Humility, 27–33.
• Responda positivamente a la reprensión y someta su vida al propósito de Cristo
para usted.22
“Señor, que los demás puedan ver tu carácter humilde reflejado a través de mí”.
“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que
ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mí”.
(Gálatas 2:20)
Cuando tenemos un corazón humilde, reflejamos el corazón de Dios.
—June Hunt

LA HUMILDAD DE CRISTO COMPARADA CON ORGULLO HUMANO DE…


• El buen desempeño
“Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede
el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo
lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente”. (Juan 5:19)
• La familia
“¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus
hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas?” (Mateo 13:55)
• La apariencia personal
“Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer
en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos”.
(Isaías 53:2)
• La eficiencia
“Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me
envió”. (Juan 7:16)
• El prestigio
“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores,
experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue
menospreciado, y no lo estimamos”. (Isaías 53:3)
• La popularidad
“Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a
vosotros”. (Juan 15:18)
• El reconocimiento
“Gloria de los hombres no recibo”. (Juan 5:41)
• La posición social
“Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para
dar su vida en rescate por muchos”. (Marcos 10:45)
• Las posesiones
“Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el
Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza”. (Mateo 8:20)

22
Kelfer, Wanted: Correctable Christians: Part 1, 2–3; “Se buscan: cristianos que quieran
corregirse”, Murray, Humility, 18–9, 38–41, 56.
• El poder
“Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre
mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino
como tú”. (Mateo 26:39)

Las porciones son tomadas de la versión Reina-Valera 1960 Copyright © 1960 Sociedades Bíblicas
en
América Latina; Copyright © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Usado con permiso.
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Correo electrónico: esperanza@hopefortheheart.org
Traducción: Elizabeth Cantú de Márquez
Todos los derechos reservados. Este material no puede reproducirse
en ninguna forma sin la autorización de
Hope For The Heart/Esperanza Para El Corazón6

6
Hunt, J. (1990–2011). 100 Claves Bíblicas para Consejería (Vol. 73, pp. 1–10). Dallas, TX:
Esperanza para el corazón.
CAPÍTULO 5

Humildad
ES DIFÍCIL SER HUMILDE

Se atribuye a Woody Alien el siguiente dicho: «Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus
planes». Podríamos añadir: «Si quieres oírlo reír todavía más fuerte, dile cuánto sabes».
Solo porque estas afirmaciones sean ciertas, sin embargo, no significa que sean fáciles de
aceptar. Es difícil admitir que no sabemos tanto como creemos saber. Y por cierto no
tenemos tanto control como nos gustaría creer que tenemos. Hacemos nuestros planes, pero
es Dios quien controla el resultado (Proverbios 16:9). Hacemos nuestros planes pero
entendemos que «si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello» (Santiago 4:15).
John Ruskin dijo: «Creo que la primera prueba de un hombre realmente grande es su
humildad. No me refiero por humildad a que dude de su poder. Es que los hombres grandes
de verdad tienen la extraña sensación de que la grandeza no es de ellos, sino que son
canales de la grandeza. Y ven algo divino en todo otro ser humano, y son increíblemente,
interminablemente, hasta ridículamente misericordiosos».1
La idea moderna de la persona «que se hace a sí misma» equivale a la del hombre que
se eleva tirando de los cordones de sus zapatos, escalando a la cima del éxito con el sudor
de su frente. Esta idea está muy arraigada en la conciencia de la sociedad, al punto de que
cualquier otra posibilidad parece extraña. Es motivo de humillación reconocer que Dios es
más responsable que nosotros por nuestros logros en la vida, que somos personas a quienes
se nos dieron capacidades, tiempo y oportunidades. Estas cosas no son nuestras. Son dones
de Dios y en última instancia rendiremos cuentas por lo que hacemos con lo que se nos dio
(ver Mateo 25:14–30). Todo en nosotros se opone a esta idea, porque el aceptarla como
hecho significa humillarse.
La humildad es una virtud elusiva. Tan pronto creemos tenerla ya no la tenemos. Eso es
parte del problema: cuando por fin logramos la humildad, nos sentimos orgullosos de
nosotros mismos. Nuestra humildad clama pidiendo reconocimiento. La humildad es
terriblemente frágil.
La humildad nos elude en parte porque es difícil que coexista con una mirada puesta en
nosotros mismos. La verdadera humildad llega cuando nos consume la mirada puesta en el
Otro. Según el libro de Thomas Alexander, Fyfe Who’s Who in Dickens [Quién es quién en
Dickens], Uriah Heep, uno de los personajes de Dickens en David Copperfield, era «un
maquinador hipócrita que fingía humildad: un estafador que al final quedó expuesto». Le
gustaba citar a su padre: «“Uriah, sé humilde para avanzar en la vida”, me dice mi padre».
Sin embargo, en un momento del libro él le dice al Sr. Copperfield: «¡Ah! Pero sabe usted
que somos muy humildes … Y sabiendo que somos humildes, tenemos que cuidar que no
nos empujen contra la pared los que no lo son».2

1
John Ruskin, The Quotations page, http://www.quotationspage.com/quote/8560.html.
2
Thomas Alexander Fyle, Who’s who in Dickens (Ann Arbor, MI: Gryphon, 1971), p. 267.
Decir que somos humildes, o creer que somos modestos, es en realidad una forma
pervertida de orgullo. La clave a la humildad es quitar la mirada de nosotros mismos y
ponerla en aquel por quien y para quien y a través de quien existen todas las cosas (1
Corintios 8:6; Colosenses 1:16–20).
La iglesia en Filipos pasaba por momentos de tensión, y en su carta dirigida a ellos
Pablo afirmaba que una de las claves para la unidad en la iglesia está en concentrarse todos
en la misma cosa.
Por tanto, si sienten algún estímulo en su unión con Cristo, algún consuelo en su
amor, algún compañerismo en el Espíritu, algún afecto entrañable, llénenme de
alegría teniendo un mismo parecer, un mismo amor, unidos en alma y pensamiento.
No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los
demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no solo por sus
propios intereses sino también por los intereses de los demás. (Filipenses 2:1–4)

Para evitar la falta de armonía en el cuerpo de Cristo, todos tenemos que tener «un
mismo amor»: Jesucristo. Cuanto más amemos a Jesús tanto más podremos amarnos los
unos a los otros. Entonces, y solo entonces, podrá existir un sentido de propósito
compartido, unido. Entonces podremos dejar de manipular a los demás, o de actuar en pos
de nuestros propios intereses. Solo así podremos verdaderamente servir sin egoísmos.

LA HUMILDAD DE DIOS

Examinemos primero el ejemplo bíblico supremo de la humildad: el Dios hecho carne que
se dio a conocer en nuestro mundo. En Filipenses 2 se nos da a conocer la naturaleza de
Cristo como siervo que se humilla a sí mismo. Encontramos aquí un principio importante
de las Escrituras: antes del honor y la honra viene la humildad. La cruz, antes de la corona.
La persona que busca honra al final será humillada, pero aquel que se humilla luego
recibirá honores (Mateo 23:12).
Estas cosas no son fáciles de hacer. Porque no surge de nosotros con naturalidad el
pensar primero en las necesidades de los demás antes que en las nuestras. La única forma
en que somos capaces de hacerlo es si seguimos el modelo de Cristo. Jesús era capaz de
servir a los demás sin pensar en recibir servicio a cambio porque estaba completamente
seguro de su identidad. Lo vemos con claridad en Juan 13 donde Jesús ejerce la parábola
visual de lavarles los pies a los discípulos.
Las Escrituras nos dicen que Jesús tenía entendimiento de tres cosas antes de asumir el
rol de humilde sirviente y lavar los pies de sus discípulos: entendía de dónde venía,
entendía que todas las cosas le habían sido dadas y entendía dónde le llevaría su destino
final (Juan 13:3). Es decir que comprendía cuál era su verdadera identidad, su verdadera
dignidad y su verdadero significado. Sabía quién era, por qué había venido y hacia dónde
iba.
Es por eso que Pablo les escribió a los creyentes de Filipos diciendo:
La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza
Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario,
se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante
a los seres humanos. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se
hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! (Filipenses 2:5–8)

Hasta este punto, el texto no brinda demasiada inspiración. Pero esta es solo la primera
parte. Después de la humildad, llega la exaltación:
Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo
nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la
tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para
gloria de Dios Padre. (Filipenses 2:9–11)

A partir de este bellísimo pasaje aprendemos tres cosas de nuestro Señor que son
modelo para nosotros de la esencia de la verdadera humildad. Primero, que Jesús no se
aferraba egoístamente a la expresión exterior de su divinidad. En cambio, adoptó la forma
del siervo. Segundo, que Jesús demostraba su humildad a través de la obediencia al Padre.
En lugar de tratar de imponer su voluntad por sobre la de Dios, se sometía a la voluntad de
Dios para él. Y tercero, que Jesús esperaba por su Padre, para que él le exaltara. No
buscaba el poder sino que con paciencia esperaba que Dios le otorgara la honra a su tiempo.
Y ahora, sentado a la diestra de Dios, Jesús intercede por nosotros (Hechos 5:29–32). Como
perfecto modelo de liderazgo cristiano, Jesús es el ejemplo perfecto de la humildad. La
honra proviene de Dios y llega —aunque parezca opuesto a lo que podamos intuir— como
resultado de estar dispuesto a humillarse. Jesús eligió humillarse, descendiendo desde las
alturas del cielo para nacer del vientre de una adolescente en un pesebre de un hogar
campesino, para recorrer los caminos polvorientos hasta la cruz y el sepulcro. Jesús no
entregó poca cosa. Lo entregó todo, con plena confianza de que su Padre se ocuparía del
resultado. La persona más poderosa que haya caminado sobre este planeta nos llama y dice:
«Yo les serví y ahora les pido que sirvan a otros. El sirviente no es más que su amo. Yo
hice esto por ustedes, ustedes deben hacerlo por los demás. Yo me ocuparé de su dignidad.
No tienen por qué tomarse tan en serio, porque yo les tomo en serio».
Cualquiera puede reclamar ser un sirviente, pero Jesucristo, el Hijo del Dios vivo, fue
tratado como siervo y jamás se quejó por ello. Jesucristo, el hombre más poderoso que haya
pisado la tierra, también fue el hombre más humilde en toda la historia de la humanidad.
Jamás buscó la honra. Siempre buscó agradar a su Padre, amando y sirviendo a los demás.
Somos llamados a imitar esa humildad.

HUMILDAD Y HONRA

Richard Foster escribe en su libro Celebration of discipline: «Más que ningún otro
camino, la gracia de la humildad obra en nuestras vidas a través de la disciplina del
servicio».3 Foster recuerda cómo su amigo, el fallecido Jamie Buckingham, llevaba este
sentimiento aun más allá al insistir que uno sabe de veras que es un sirviente cuando tiene
una reacción positiva hacia las personas que lo tratan como si lo fuera.
Es decir, la verdadera prueba de la humildad viene cuando nos tratan como sirvientes.
Una cosa es decidir que serviremos a los demás, pero otra cosa es elegir ser sirvientes

3
Richard Foster, Celebration of Discipline (San Francisco: Harper San Francisco, 1971), p. 130.
únicamente. El sirviente muchas veces ni siquiera es reconocido, es como si fuera invisible,
nadie lo toma en cuenta. El sirviente renuncia al derecho de estar a cargo de a quién servir,
cuándo servir y durante cuánto tiempo. Nuestro ser entero grita en contra de este tipo de
servicio, en especial si servimos en secreto. Nuestra sociedad nos ha entrenado bien en el
arte de la auto afirmación y le tememos a cualquier cosa que se parezca a la pasividad o la
servidumbre. La idea de que se aprovechen de nosotros es aborrecible, y lo que más
tememos es parecernos en algo al personaje de la vieja tira cómica, Casper Milquetoast, un
felpudo viviente sin fuerza ni seguridad.
Por el contrario, la humildad en términos bíblicos proviene de la fuerza disciplinada, del
poder centrado en el servicio del otro. De hecho, es la fuerza y el entendimiento de nuestra
gran dignidad e identidad en Cristo. Solo a través de nuestra voluntad de servir podemos
evitar manipular a la gente para satisfacer nuestras propias necesidades. Porque a través de
nuestra nueva identidad en Cristo podemos servir sin necesidad de que se nos reconozca o
recompense aquí en la tierra. Podemos hacerlo porque entendemos que servimos a aquel
que todo lo ve y que ha prometido recompensarnos en la eternidad (Efesios 6:8).
Cuando confiamos en Dios lo suficiente como para tomar en serio su palabra, esto es
evidencia de que sabemos que los planes de Dios para nosotros son «planes de bienestar y
no de calamidad, a fin de darles [a nosotros] un futuro y una esperanza» (Jeremías 29:11).
Dios anhela bendecir y recompensar a su pueblo, pero es esencial que como pueblo
suyo estemos dispuestos a volvernos a él y a arrepentirnos de nuestra infidelidad y
desobediencia, como nos dice él en su palabra: «Me buscarán y me encontrarán, cuando me
busquen de todo corazón» (Jeremías 29:13). Servimos a un Dios que «recompensa a
quienes lo buscan» (Hebreos 11:6). Dios disfruta de veras al otorgar beneficios a quienes se
vuelven a él con dependencia y confianza (ver Salmo 35:27; Lucas 12:32).

Humildad ante el éxito


El liderazgo exitoso suele estar acompañado de prerrogativas y privilegios. Muchos líderes
disfrutan de estar al mando, tomando decisiones que afectan a la organización y delegando
la implementación de tales decisiones en otras personas mientras ellos «llevan la batuta» en
tanto los demás tienen deferencia hacia ellos cuando hay reuniones o eventos similares. A
medida que uno va avanzando, ¡no es inusual que se le suban los humos a la cabeza!
Siendo líder el rey Salomón disfrutaba de todas estas prerrogativas y de otras cosas
más. Pocos líderes hubo o habrá como él, que era rico, poderoso, famoso, sabio y tenía
cientos de sirvientes. Había gobernantes de tierras distantes que viajaban para escuchar
hablar a este sabio hombre, y otros emprendedores se maravillaban ante su riqueza. Sin
embargo, desde su posición aventajada Salomón advertía: «No hace bien … buscar la
propia gloria» (Proverbios 25:27). El hacerlo, dijo Salomón, es como comer demasiada
miel. Aunque es dulce y saludable en la cantidad adecuada, si uno come demasiada miel se
sentirá mal … y harto de ella.
La honra acompaña al trabajo bien realizado. Si un líder es efectivo, obtendrá toda la
honra que pueda recibir. Pero quien necesita buscar la gloria y la honra es alguien que ha
metido la mano en la colmena equivocada. Salomón aprendió que concentrarse en la tarea
bien realizada es la forma de ganar honra. Concentrarse en la honra mina la energía y el
tiempo necesarios para cumplir bien con el trabajo.
Muchas veces en la vida nuestro impacto está oculto. Ni siquiera nos damos cuenta del
impacto que causamos. Pero cada tanto, Dios nos mostrará nuestro impacto a través de una
palabra de aliento o una nota de aprecio cuando estamos cabizbajos. Y cada tanto podremos
recibir comentarios positivos, en la medida suficiente como para saber que vamos por el
camino correcto. Pero si Dios nos diera esto demasiado a menudo, comenzaríamos a vivir
por ello y este es un camino peligroso. En Juan 5:44 Jesús pregunta con agudeza algo que
nos vendrá bien tener siempre en mente: «¿Cómo va a ser posible que ustedes crean, si
unos a otros se rinden gloria pero no buscan la gloria que viene del único Dios?»
Si buscamos la honra de las personas, en lugar de la de Dios, viviremos en constante
inseguridad. Todos sabemos cómo son las personas inseguras. Siempre buscan aprobación
y jamás logran relajarse. Les impulsa una interminable sed de perfección que atormenta y
tortura a quienes les rodean. Muchas veces su autoestima está ligada a sus posesiones
materiales: para ellos es muy importante tener siempre algo un poco más nuevo, un poco
mejor, un poco más grande de lo que tienen los demás. Como la inseguridad y la envidia
suelen ir de la mano, siempre e implacablemente encontrarán defectos en los demás. Su
orgullo les hace buscar siempre un lugar más alto y su envidia hace que resientan
constantemente la buena fortuna ajena. Las personas inseguras se concentran mucho más en
la imagen que en la sustancia, las cuales son fácilmente identificables. En su mente y su
corazón tienen una imagen que creen tener que sostener, y nuestra cultura respalda este
sentimiento. Aunque parezca sorprendente, los inseguros suelen ser orgullosos, y los
orgullosos están siempre a la defensiva. No soportan la crítica ni el reproche. No pueden
recibir instrucción ni corrección y por eso es difícil que estén dispuestos a aprender, porque
siempre tienen que defender la imagen de sí mismos, su orgullo por lo que son, por su
posición y por el lugar que ocupan.

Humildad ante la prosperidad


Uno de los grandes peligros del éxito material es que nos engañamos con la arrogante
creencia de que lo hemos conseguido nosotros. Somos como Bart Simpson, que ora en el
momento de la cena: «Querido Dios, pagamos por esta comida, así que gracias por nada».
Dios puede dar prosperidad y puede dar pobreza. Puede exaltarnos y puede humillarnos
(Salmo 75:6–7). A veces es la severa misericordia de Dios empobrecernos porque nos
estamos exaltando demasiado. Quizá tenga que quitarnos algunos juguetes para que
entendamos el mensaje.
Todo nacemos con los puños cerrados. Los bebés nacen con las manos hechas un ovillo.
Y al crecer aprendemos a aferrarnos a las cosas: a las manos de otras personas, a las
barandas, a la fiambrera, al bate y la bola, a los novios y novias, a los juguetes y aparatos
novedosos, a los trofeos y medallas, al puntaje y el puesto en la lista, al dinero y la
membresía. Cuando salimos al mundo de los negocios nos aferramos al escalón más bajo
de la escalera corporativa y allí nos esforzamos apretando los dientes para no soltar ese
escalón y lograr ascender hasta el siguiente. Casi con un manotazo buscamos aferrarnos a la
posición o el prestigio que podamos conseguir. Quizá un día nos encontremos aferrados al
bastón o al andador, o a la baranda de una cama de hospital. Y nos aferramos a la vida
misma hasta el momento de morir. Entonces quizá ya no nos concentremos tanto en
nosotros mismos y en el plano terrenal, y podamos finalmente dejar de aferrarnos a algo,
abriendo las manos.
¡Qué contraste entre nuestras manos y las manos de Dios! A lo largo de la historia de la
Biblia, Dios abre sus manos para brindarnos alimento, protección, bendición, amor y
respaldo. El salmista escribió: «Abres la mano y sacias con tus favores a todo ser viviente»
(Salmo 145:16) en referencia a la generosidad de Dios. Cuando Dios vino a esta tierra en la
persona de Jesús de Nazaret, enseñó, amó y bendijo. Pero más que nada, abrió sus manos y
tocó a las personas. Se negó a aferrarse a sus derechos y privilegios. En cambio, abrió sus
manos y en el ejemplo de humildad más excelso que haya conocido el mundo, extendió sus
brazos sobre la cruz para pagar por nuestros pecados.

LA HUMILDAD DE MOISÉS

Si Jesús fue el ejemplo perfecto de la humildad en el Nuevo Testamento, Moisés


personificó la humildad en el Antiguo Testamento. En Números 12:3 hay una declaración
entre paréntesis, insertada en el texto: «(A propósito, Moisés era muy humilde, más
humilde que cualquier otro sobre la tierra)». Moisés era un hombre con autoridad, poder y
carisma, pero manifestó su fuerza disciplinada a través de su plena voluntad de agradar al
Padre.
En Isaías 57:15 Dios dice: «Yo habito en un lugar santo y sublime, pero también con el
contrito y humilde de espíritu, para reanimar el espíritu de los humildes y alentar el corazón
de los quebrantados». Más adelante, en Isaías 66:2, declara: «Yo estimo a los pobres y
contritos de espíritu, a los que tiemblan ante mi palabra». La Biblia repite varias veces y
con énfasis que «Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes» (ver
Santiago 4:6; 1 Pedro 5:5; Salmo 138:6; Proverbios 3:34; Mateo 23:12). Quienes son
orgullosos tienen una visión inflada de sí mismos, una visión errónea. Atribuyen sus logros
a sus propios esfuerzos y no reconocen que todo lo que son y todo lo que tienen viene
directamente de la mano de Dios.
Una de las formas en que se resume el mensaje de la Biblia es afirmando que en ella
Dios nos dice: «Yo soy Dios, y tú no». La humildad es una cualidad que fluye de la
adecuada percepción de nosotros mismos ante Dios. Moisés era un hombre poderoso pero
también humilde, porque se veía a sí mismo a la luz de Dios y buscaba la honra y la
reputación de Dios y no la propia.
Moisés obviamente había llegado a comprender su desesperada necesidad de la gracia
y, la misericordia de Dios, como lo demuestran cuatro características: Primero, tenía un
espíritu dispuesto a aprender. Las personas humildes entienden que están en continuo
proceso de edificación.
Segundo, estaba dispuesto a buscar el consejo de los sabios. Los humildes nunca son
tan orgullosos como para no aceptar el consejo y la sabiduría de otras personas antes de
tomar decisiones importantes. La Biblia aconseja: «Cuando falta el consejo, fracasan los
planes; cuando abunda el consejo, prosperan» (Proverbios 15:22).
Tercero, estaba dispuesto a someterse a la autoridad. En última instancia todos debemos
someternos a la autoridad de Dios, pero también tenemos que ceder ante la autoridad de
aquellos que Dios ha puesto por encima de nosotros: los pastores, los ancianos, los líderes
del gobierno.
Cuarto, no sentía que tenía derecho propio a nada. El orgullo de Israel hizo que el
pueblo desobedeciera los mandamientos de Dios, por lo que Dios invirtió cuarenta años en
el desarrollo de la humildad y obediencia de su pueblo, como lo evidencian las palabras de
Moisés al hablarles antes de que entraran en la tierra prometida:
Cuando hayas comido y estés satisfecho, alabarás al SEÑOR tu Dios por la tierra
buena que te habrá dado. Pero ten cuidado de no olvidar al SEÑOR tu Dios. No
dejes de cumplir sus mandamientos, normas y preceptos que yo te mando hoy. Y
cuando hayas comido y te hayas saciado, cuando hayas edificado casas cómodas y
las habites, cuando se hayan multiplicado tus ganados y tus rebaños, y hayan
aumentado tu plata y tu oro y sean abundantes tus riquezas, no te vuelvas orgulloso
ni olvides al SEÑOR tu Dios, quien te sacó de Egipto, la tierra donde viviste como
esclavo … No se te ocurra pensar: Esta riqueza es fruto de mi poder y de la fuerza
de mis manos. Recuerda al Señor tu Dios, porque es él quien te da el poder para
producir esa riqueza; así ha confirmado hoy el pacto que bajo juramento hizo con
tus antepasados. (Deuteronomio 8:10–14, 17–18)

Moisés exhortaba al pueblo a recordar, después de que hubieran tomado la tierra y


prosperado, que todo lo que tenían les era dado como regalo por el Señor. Las personas
humildes caminan con gratitud ante su Dios y no piensan que han logrado nada por sus
propios medios (ver Miqueas 6:8).

LA HUMILDAD PRECEDE A LA EXALTACIÓN

Cuando ya era mayor, Pedro, siendo más maduro y un sabio líder de la iglesia, escribió:
«Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él los exalte a su debido
tiempo. Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes» (1 Pedro 5:6–7). La
ansiedad va acumulándose con el tiempo de diversas formas. Cuando esto sucede es señal
de que cargamos con un peso que jamás debimos poner sobre nuestras espaldas. Podemos
entregárselo de vuelta a Dios y ponernos bajo su potente mano, sabiendo que él cuida de
nosotros y que a su debido tiempo nos brindará el reconocimiento que merecemos. Nada de
lo que hacemos para agradarle quedará sin ser reconocido.7

7
Boa, K. (2007). El Líder perfecto: Practicando las cualidades del liderazgo de Dios (pp. 67–77).
Miami, FL: Editorial Vida.
EL MANTO DE LA HUMILDAD
1 Pedro 5:5
Y vosotros los más jóvenes, aplicaos el cuento: manteneos bajo la autoridad de los más
ancianos.
Y así todos, en vuestras relaciones recíprocas, no os revistáis más que con el manto de la
humildad; porque Dios se opone a los soberbios, pero concede Su gracia a los humildes.

Pedro vuelve de nuevo a la idea de que la negación de uno mismo debe ser la marca
característica del cristiano. Confirma su argumento con una cita del Antiguo Testamento:
«Ciertamente Él escarnece a los escarnecedores, y da gracia a los humildes» (Proverbios
3:34).
De nuevo es posible que el recuerdo de Jesús esté en el corazón de Pedro y ponga su
colorido en todo su pensamiento y lenguaje. Le dice a su gente que deben revestirse con el
manto de la humildad. La palabra que usa para revestirse es poco corriente; es
enkombusthai, que se deriva de kombos que describe cualquier cosa que se ata con un nudo.
En relación con esto está enkombôna, túnica que se sujeta con un nudo. Se usaba
corrientemente como ropa de protección; se usaba para un par de mangas que se ponían
encima de la túnica y se ataban por detrás del cuello. También se utilizaba para el delantal
de un esclavo. Hubo una ocasión en que Jesús se lo puso como delantal. En la Última Cena,
Juan dice que Jesús tomó una toalla y se la ciñó, y tomó agua y se puso a lavar los pies de
Sus discípulos (Juan 13:4s). Jesús se ciñó con el delantal de la humildad y así deben hacer
Sus seguidores.
Resulta que el enkombusthai se usa de otra clase de ropa. Se usa de ponerse una túnica
larga, semejante a una estola, que era señal de honor y preeminencia.
Para completar el cuadro tenemos que poner las dos imágenes juntas. Jesús se puso una
vez el delantal del esclavo y se encargó del más humilde de todos los deberes: lavar los pies
de Sus discípulos; así que nosotros debemos en todas las situaciones ponernos el delantal
de la humildad en el servicio de Cristo y de nuestros semejantes; pero ese mismo delantal
de la humildad se convertirá en un atuendo honorable para nosotros, porque es el que se
hace siervo de todos el que es el más grande en el Reino del Cielo.8

8
Barclay, W. (2006). Comentario Al Nuevo Testamento (pp. 1004–1005). Viladecavalls (Barcelona),
España: Editorial CLIE.
¿Qué debe ser y hacer un pastor?
John MacArthur, Jr.

Primera de Pedro 5:1–3 expresa los principios fundamentales de un liderazgo pastoral:


sed humildes y hacedla obra de apacentar el rebaño. Juan el Bautista y Pablo fueron dos
buenos ejemplos de humildad en el Nuevo Testamento. Las claves para ser humilde
incluyen confianza en el poder de Dios, compromiso con la verdad de Dios, una comisión
por la voluntad de Dios, una coacción por la omnisciencia de Dios y una pasión que
consume por la gloria de Dios. El objetivo primordial de un pastor es alimentar. Además
de esto, un pastor debe vigilar el rebaño y proveerles una vida ejemplar a la que puedan
mirar. No puede hacer su trabajo con un espíritu indispuesto, tampoco puede hacerlo
por ganancias monetarias. Más aún, debe obedecer los mandatos de las Escrituras a ser
fiel a la verdad bíblica, intrépido en exponer y refutar el error, ejemplar en piedad,
diligente en el ministerio y estar dispuesto a sufrir en su servicio.
Hay una vasta cantidad de material disponible para instruir a los pastores en cómo
conducir sus ministerios. Abundan los libros, casetes, reportajes y seminarios. De hecho, hay
tanto material disponible que un pastor fácilmente podría pasar todo su tiempo absorbiéndolo,
y no tener tiempo para el ministerio real. ¿Cómo puede un pastor escudriñar a través de esta
montaña de información para discernir lo que realmente es importante en el ministerio? ¿Se
puede resumir lo que un pastor debe ser y hacer en unos cuantos principios básicos?
El apóstol Pedro no leyó libros ni artículos sobre el liderazgo pastoral. No asistió a
seminarios ni escuchó cintas grabadas. No obstante, con la sabiduría de largos años de
experiencia, Pedro destiló la esencia del liderazgo pastoral en dos sencillas amonestaciones:
sé humilde y haz la obra de apacentar el rebaño.
Y dejó plasmados estos dos principios fundamentales en 1 Pedro 5:1–3.
Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los
padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad
la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no
por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a
vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey.

Pedro modeló la humildad que demandaba de los pastores. Aunque era el reconocido
líder de los doce apóstoles, se describe con humildad como «yo anciano también con ellos».
Rechazó enseñorearse de su exaltada posición sobre los otros ancianos. Y en el versículo 2
dio el llamado a los pastores a que «apacienten la grey de Dios» encomendada a su cuidado.
Lo que Dios requiere para dirigir su rebaño son pastores humildes.

UN PASTOR DEBE SER HUMILDE


Vivimos en un mundo que no valora ni desea la humildad. Ya sea en política, negocios,
artes o deportes, la gente trabaja duro a fin de conseguir prominencia, popularidad y fama.
Tristemente, esa mentalidad se ha derramado dentro de la iglesia. Existen cultos a la
personalidad porque los pastores y líderes cristianos se esfuerzan por ser célebres. El
verdadero hombre de Dios, sin embargo, busca la aprobación del Señor antes que la adulación
de la multitud. Es así cómo la humildad se convierte en el punto de referencia de cualquier
siervo de Dios útil. Spurgeon nos recuerda que «si nos magnificamos a nosotros mismos, nos
haremos contenciosos; y no magnificaremos nuestro oficio ni a nuestro Señor. Somos los
siervos de Cristo, no señores sobre su heredad. Los ministros son para las iglesias y no las
iglesias para los ministros… Cuida de no exaltarte desmedidamente, para que no llegues a
ser nada».1

Ejemplos de humildad
Hasta su tiempo, Juan el Bautista era el mayor hombre que había existido (Mt 11:11; Lc
7:28). Fue el último de los profetas del Antiguo Testamento, privilegiado con ser no menos
que el inmediato precursor del Mesías. No obstante, fue un hombre humilde y expresó esa
humildad cuando dijo de Cristo: «es necesario que él crezca, pero que yo mengüe» (Jn 3:30).
Con excepción de Jesucristo, el apóstol pablo es el mayor líder espiritual que el mundo ha
conocido, pero él se describe como «el último de los apóstoles» (1 Co 4:9), «el más pequeño
de todos los santos» (Ef 3:8) y «el mayor de los pecadores» (1 Ti 1:15–16).
En 1 Corintios 4 se identifican cinco señales de la humildad de Pablo. Primero, estaba
contento de ser siervo: «Así, pues, téngannoslos hombres por servidores de Cristo, y
administradores de los misterios de Dios» (v. 1). La palabra que se traduce «siervos» es
juperetes, la cual se refiere literalmente a un remero de abajo, uno que remaba en el nivel
más bajo de un barco de guerra. Tales remeros eran desconocidos, sin ser reconocidos ni
honrados. «Cuando todo está dicho y hecho», dice Pablo, «que se diga de mí que yo movía
mi remo».
Una segunda señal de la humildad de Pablo era su disposición a ser juzgado por Dios. En
1 Corintios 4:4 escribió: «pero el que me juzga es el Señor». Pablo no buscaba la honra de
los hombres, ni tampoco le importaba lo que pensaban de él. Dios era la audiencia ante la
cual ejecutaba su ministerio; era Dios a quien él buscaba agradar a cualquier precio. Toda
evaluación de su ministerio, ya fuera de otros o de sí mismo, no tenía valor alguno.
Tercero, Pablo se contentaba con ser igual a otros siervos de Dios. En 1 Corintios 4:6
advirtió a los corintios que no lo comparasen con Apolos. No quería que sus lectores
presumieran elevando a uno por encima del otro. Pablo y Apolos no estaban compitiendo
entre sí, tampoco se consideraba a sí mismo mejor que Apolos. La descripción hecha por
Walter Cradock de un hombre humilde queda a la medida exacta de Pablo:
1. Cuando ve a otro pecador, se considera peor que él.
2. El corazón humilde se considera a sí mismo todavía peor.
3. Es Dios quien hace las cosas posibles y los méritos que hay en él.
4. Considera que el más vil de los pecadores puede llegar a ser, en el buen tiempo de
Dios, mucho mejor que él.2
Cuarto, Pablo estaba dispuesto a sufrir (1 Co 4:12–13). Sufrió por la causa de Cristo como
pocos hombres de la historia lo han hecho, y de ese modo cumplió con las predicciones del
Señor en la hora de su conversión (Hch 9:16). Pablo detalla algo de ese sufrimiento en sus

1
C. H. Spurgeon, An All-round Ministry (reprint, Pasadena, Tex.: Pilgrim, 1973), 256–257.
2
Citado por I. D. E. Thomas, A Puritan Golden Treasury (Edinburgh: Banner of Truth, 1977), 148–
149.
cartas a los corintios (1 Co 4:9–13; 2 Co 11:23–33). Su exhortación a Timoteo para que
«sufra penalidades como buen soldado de Jesucristo» igual que él (2 Ti 2:3) es un desafío
para todo pastor, porque todos se enfrentarán al sufrimiento. Como Sanders observa, «nadie
que no esté preparado para pagar un precio mayor que el que sus contemporáneos y colegas
estén dispuestos a pagar debe aspirar al liderazgo en la obra de Dios. El verdadero liderazgo
siempre exige un alto precio del hombre, y cuanto más efectivo es el liderazgo, mayor es el
precio que se tiene que pagar».3 Spurgeon da una razón por la que los pastores deben esperar
sufrimiento: «Es necesario que algunas veces nos encontremos en dificultades. A los buenos
hombres se les promete tribulación en este mundo, y los ministros pueden esperar una porción
más grande que otros, para que aprendan a simpatizar con el pueblo sufriente de Dios, y de
ese modo poder ser pastores idóneos para un rebaño que sufre».4
Finalmente, Pablo estaba contento con sacrificar su reputación. La meta del pastor no es
ser popular ante el mundo. Aquellos que predican abiertamente contra el pecado y viven
vidas piadosas sacrificarán su prestigio y reputación pública. Sufrirán rechazo, enfrentarán
oposición y sufrirán incluso la calumnia. Pablo describió su propia pérdida de reputación
cuando escribió: «porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como
postreros, como a reos de muerte; pues hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los
ángeles y a los hombres… Hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el
desecho de todos» (1 Co 4:9, 13).

Claves para la humildad


La verdadera humildad fluye de una perspectiva de Dios correcta. La manera en que vive
y funciona un pastor en su ministerio se relaciona directamente con su visión de Dios. Un
hombre humilde, con una visión de Dios adecuada, estará confiado en el poder de Dios,
comprometido con la verdad de Dios, comisionado por la voluntad de Dios y movido por el
conocimiento de Dios y consumido por su gloria.
Un pastor humilde estará confiado en el poder de Dios. En 1 Tesalonicenses 2:2, Pablo
recuerda a los tesalonicenses que «habiendo antes padecido y sido ultrajados en Filipos (ver
Hch 16:19–24), como sabéis, tuvimos denuedo en nuestro Dios para anunciaros el evangelio
de Dios en medio de gran oposición». La humilde confianza de Pablo en el poder de Dios se
tradujo en denuedo y coraje en su ministerio. Estaba seguro de que Dios era más poderoso
que cualquier oposición a la que se pudiera enfrentar. Eso le dio fuerza y tenacidad en el
ministerio. Le capacitó para hablar sin importar cuál pudiera serla respuesta o las
consecuencias.
En el ministerio siempre existirá la presión para comprometer y para mitigar el mensaje,
y para evitar ofender a los pecadores. Sin embargo, el trabajo del predicador es exponer el
pecado, confrontar al perdido con lo desesperanzado de su condición y ofrecer la cura para
su desgracia en el evangelio salvador de Jesucristo. Hacer esas cosas llevará a la
confrontación y oposición. El coraje para mantenerse firme deriva de una humilde
dependencia en el poder de Dios. Proviene de ser «fuerte en el Señor, y en el poder de su
fuerza» (Ef 6:10).

3
J. Oswald Sanders, Spiritual Leadership, rev. ed. (Chicago: Moody, 1980), 169.
4
C. H. Spurgeon, Lectures to My Students: First Series (reprint, Grand Rapids: Baker, 1972), 168.
Un pastor humilde estará comprometido con la verdad de Dios. Vivimos días en que la
mayoría ignora la exhortación de Pablo a Timoteo a que «predique la palabra» de Dios. En
lugar de la Palabra de Dios, a menudo salen del púlpito los inciertos sonidos de la retórica
política, los comentarios sociales y la psicología popular. Tales «palabras persuasivas de
(humana) sabiduría» (1 Co 2:4) son una prostitución del verdadero llamado del predicador.5
El púlpito no es un sitio idóneo para que el pastor exprese su opinión, demuestre su erudición
o ataque a quienes se le oponen. Una exaltación personal de esas características es la antítesis
de la humildad.
John Stott cree que
cuanto menos se entromete el predicador entre la Palabra y sus oyentes, mejor es. Lo que
realmente alimenta a la casa es lo que el dueño de la casa suministra, no el administrador que la
entrega. El predicador cristiano está más satisfecho cuando su persona se ve eclipsada por la luz
que brilla de la Escritura, y cuando su voz es ahogada por la Voz de Dios.6

Un hombre comprometido con la verdad de Dios es un hombre dedicado a «usar


correctamente la palabra de verdad» (2 Ti 2:15). Su mayor temor al predicar es poder
presentar esa palabra de modo inexacto a su rebaño y desviarlo. En 1 Tesalonicenses 2:3,
Pablo enfatiza la importancia de su propio ministerio de utilizar la Palabra de forma correcta.
En ese pasaje da una triple respuesta a la acusación de enseñar falsas doctrinas.
Primeramente declara que «nuestra exhortación no proviene del error». Plane (error)
proviene de un verbo que significa «deambular o andar sin propósito fijo». De ahí se deriva
el término planeta, por cuanto parece que los planetas andan sin rumbo fijo en el espacio.
Estar en error es sinónimo de deambular apartado de la verdad, deambular apartado del patrón
divino y estar fuera de control. La enseñanza de Pablo no estaba en el error. No estaba
engañado ni era un engañador. Él guardaba la verdad de la Palabra de Dios, así como exhortó
dos veces a Timoteo que lo hiciera también (1 Ti 6:20; 2 Ti 1:14). Ese concepto de guardar
la verdad se ha perdido en gran manera en nuestros días. No obstante, los pastores son
guardianes de la verdad, responsables de mantenerla pura y entregarla pura a la generación
siguiente. La medida de un pastor, entonces, no se basa en cuán inteligente o interesante es,
sino en cuán bien guarda la palabra de verdad. Cualquiera que fracasa en hacerlo, «enseña
otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina
que es conforme a la piedad» (1 Ti 6:3). El tal «está envanecido, nada sabe» (v. 4). Ha
fracasado en el aspecto más importante de su ministerio.
Uno de los versículos más provocativos de toda la literatura paulina es 2 Corintios 2:17,
donde el apóstol declara: «Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra
de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos de
Cristo». Medrar proviene de kapeleuo. Describe la actividad de aquellos mercaderes
espirituales que medran la Palabra de Dios deshonestamente para su propio enriquecimiento.
Desafortunadamente son tan comunes hoy como lo fueron cuando Pablo escribió. Abundan
los falsos profetas, con apariencia de espiritualidad, y que ofrecen culto a sí mismos,
estrafalarios, y estafadores que se esfuerzan por«torcer los caminos del Señor» (Hch 13:10).

5
Para un mayor comentario sobre este punto, véase capítulo 15, «Predicación».
6
John R. W. Stott, The Preacher’s Portrait [Cuadro bíblico del predicador (Terrassa: CLIE)] (Grand
Rapids: Eerdmans, 1979), 30.
Para combatir este violento ataque o falsa enseñanza, la iglesia necesita pastores que estén
humildemente comprometidos con la proclamación de la verdad de la Palabra de Dios.
Proclamar únicamente la verdad no es suficiente, el pastor debe vivir esas verdades en su
vida. Pablo declara que su enseñanza estaba libre de akatarsia (impureza, 1 Ts 2:3). Aunque
esa palabra puede referirse a la impureza en general, a menudo se refiere a la impureza sexual.
Esa impureza sexual y falsa doctrina van de la mano, y se hace evidente por los muchos
escándalos que han sacudido la iglesia en años recientes.
En su obra clásica The Reformed Pastor [El Pastor Reformado], Richard Baxter se dirige
a los pastores con algunas de las palabras más relevantes que jamás se hayan escrito con
relación a vivir las verdades que predican:
Tengan cuidado de ustedes mismos, no sea que su ejemplo contradiga su doctrina, y no
pongan tales piedras de tropiezo delante de los ciegos, por cuanto podrían ocasionarles la ruina;
no contradigan con su vida lo que afirman con la boca, y sean los mayores estorbos del éxito de
sus propias obras. Es un gran impedimento para nuestra obra que haya quienes contradigan en
privado lo que nosotros predicamos en público acerca de la Palabra de Dios, pues ciertamente no
podemos estar siempre al lado de la pobre gente a la que predicamos para que no sean confundidas
por la necedad de aquéllas. Pero mayor impedimento para la obra será que vosotros mismos os
contradigáis, haciendo que con vuestras acciones la lengua se vuelva mentirosa, construyendo
una hora o dos con vuestras bocas y durante el resto de la semana destruyendo con vuestras
manos. Así es como se hace creer que la Palabra de Dios no es nada más que una historia, y la
predicación algo que no es mejor que el mismo parlotear. Aquel que siente lo que habla, con
certeza actuará conforme habla. Una palabra orgullosa, áspera, irrespetuosa, una contención
innecesaria, una acción codiciosa, podrían cortar el cuello de muchos sermones y aplastar el fruto
de todo lo que han estado haciendo…
Es un fatal error de algunos ministros causar tal desproporción entre su predicación y su vida,
de aquellos que estudian mucho para predicar con exactitud, pero apenas estudian para vivir con
exactitud. Una semana parece demasiado corta para estudiar cómo hablar durante dos horas y,
sin embargo, una hora parece demasiado larga para estudiar cómo vivir toda la semana… ¡Oh!,
curiosamente he escuchado con cuánto cuidado predican algunos, y cuán descuidadamente los he
visto que viven…
Hermanos, ciertamente tenemos un gran deber de cuidar lo que hacemos del mismo modo
que lo que decimos. Si hemos de ser siervos de Cristo en verdad, no solo debemos ser siervos de
lengua, antes bien debemos servir con nuestros hechos, y ser «hacedores de la palabra, para que
podamos ser bendecidos en nuestros hechos». Así como nuestro pueblo debe ser «hacedor de la
palabra, y no solo oidor», también nosotros debemos ser hacedores y no solo habladores, no sea
que «nos engañemos a nosotros mismos»…
Mantengan su inocencia, y anden sin ofensas. Que sus vidas condenen el pecado, y persuadan
al hombre de su responsabilidad.¿Querrán que la gente tenga más cuidado de su alma que ustedes
de la suya?…
Pongan atención en ustedes mismos, no sea que vivan en aquellos pecados contra los que
predican a otros, y para que no sean culpables de aquello que condenan diariamente. ¿Convertirán
en su labor el honrar a Dios, y, cuando lo hayan hecho, deshonrarle tanto como otros?
¿Proclamarán el poder de Cristo para gobernar, y no obstante, contender y rebelarse ustedes
mismos? ¿Predicarán sus leyes, y las quebrantarán voluntariamente? Si el pecado es malo, ¿por
qué viven en él? y si no lo es, ¿por qué disuaden a los hombres de él? Si es peligroso, ¿por qué
se aventuran en él? Si no lo es, ¿por qué dicen a los hombres que lo es? Si las amenazas de Dios
son verdaderas, ¿por qué no las temen? Si son falsas, ¿por qué preocupan innecesariamente a los
hombres con ellas, y los hacen temer tanto sin causa alguna? ¿No conocen el juicio de Dios, que
quienes cometen tales cosas son dignos de muerte, y sin embargo ustedes las hacen? Tú que
enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que dices al hombre que no debe adulterar, o
emborracharse o reñir, ¿lo haces tú mismo? «Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley
deshonras a Dios? ¿Qué diremos? La misma lengua que habla contra el mal, ¿hablará el mal? Los
labios que denuncian estas cosas y las similares, ¿censurarán, maldecirán y calumniarán al
prójimo? Cuídense, no sea que denuncien el pecado, y sin embargo no lo venzan; no sea que, en
tanto que buscan derrotarlo en otros, ustedes mismos se conviertan en sus esclavos, inclinándose
ante él: Porque el hombre se convierte en esclavo de aquel que lo vence». «A quien ceden ser
siervos para obedecer, del mismo se hacen esclavos, ya sea del pecado para muerte, o de la
obediencia para justicia». ¡Oh, hermanos! es más fácil reprender el pecado que vencerlo.7

El predicador que desee que sus palabras sean tomadas en serio por su congregación,
primero debe tomarlas en serio él mismo. Finalmente, en 1 Tesalonicenses 2:3, la predicación
de Pablo estaba libre de engaño. Pasa de la predicación a vivir y al motivo, y ahora asevera
que sus motivos no eran engañosos. Pablo no tenía motivos ocultos ni buscaba poner trampa
o tropiezo a alguien. No era como los falsos maestros que tenían la lujuria o las ganancias
como motivo (2 P 2:15–18). Era como David, que «pastoreaba (a Israel) con integridad de
su corazón» (Sal 78:72).
Dios desea hombres humildes, hombres de integridad, para pastorear su rebaño.
Un pastor humilde es comisionado por la voluntad de Dios. Todos los creyentes tienen
el derecho y la responsabilidad de hablar del evangelio siempre y donde puedan. Sin
embargo, nadie que no haya recibido el llamado de Dios para ministrar debe sustentar el
oficio de pastor (véase cap. 6, «El llamado al Ministerio Pastoral»). Los que orgullosamente
se exaltan a sí mismos a esa posición no tendrán la bendición de Dios. Dios dirá de ellos lo
que dijo de los falsos profetas de los días de Jeremías: «No envié Yo aquellos profetas, pero
ellos corrían; Yo no les hablé, mas ellos profetizaban» (Jer 23:21).
Ciertamente Pablo no se exaltó a sí mismo para el ministerio. En verdad, llegar a ser un
ministro del evangelio era lo último que esperaba hacer en su vida. Pero de camino a
Damasco, Dios lo redimió y lo llamó al ministerio. Sin duda que dicho incidente estaba en
su mente cuando escribió a los corintios: «Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué
gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no os anunciare el evangelio! Por
lo cual, si lo hago de buena voluntad, recompensa tendré; pero si de mala voluntad, la
comisión me ha sido encomendada» (1 Co 9:16–17). Distintamente a los falsos maestros que
se obstinaban en seguir sus pasos y en distinción a sus homólogos contemporáneos, él no se
designó a sí mismo para el ministerio. En vez de ello, Pablo fue «aprobado por Dios para
confiarle el evangelio» (1 Ts 2:4).
El conocimiento de que no ganamos el derecho de predicar por medio de nuestros
esfuerzos o habilidades debería humillarnos. Dios nos llamó al ministerio, Dios nos confió
la proclamación de su Palabra, y nos escogió para dirigir a su grey. Olvidar eso es dar el
primer paso para ser descalificados del ministerio.
Un pastor humilde es conducido por el conocimiento de Dios. La omnisciencia de Dios
es una clave y un motivo más para la humildad. En tanto que es posible engañar a otros con
una fachada de piedad externa, Dios conoce los secretos del corazón. «Lo que un ministro es

7
Richard Baxter, The Reformed Pastor (Edinburgh: Banner of Truth, 1979), 63–65, 67–68 (énfasis
añadido).
de rodillas delante del Dios poderoso en secreto», escribió John Owen, «eso es y nada más».8
La omnisciencia de Dios significa ser tenido responsable en el ministerio. Mantiene al
hombre enfocado en agradar a Dios y no a los hombres. Dios escudriña los deseos, motivos
e intenciones del corazón, y sabe lo que se hace para agradara otros y para agradar a Él.
Pablo era completamente consciente de las implicaciones del conocimiento de Dios
acerca de su vida. Escribió a los tesalonicenses: «sino que según fuimos aprobados por Dios
para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres,
sino a Dios, que prueba nuestros corazones. Porque nunca usamos de palabras lisonjeras,
como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo» (1 Ts 2:4–5). Él sabía que había sido
comisionado por Dios para predicar el evangelio de Dios a los hombres, no por los hombres.
En Gálatas 1:10 añade: «Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato
de agradar a los hombres? Pues si aún agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo». El
recuerdo de la omnisciencia de Dios evitó que Pablo buscara agradar a los hombres.
Un pastor humilde es consumido por la gloria de Dios. Esta clave alcanza el epítome de
la humildad, porque es imposible buscarla gloria personal y la gloria de Dios a la vez. Es el
Nuevo Pacto que es glorioso (2 Co 3:7–11), no sus ministros (2 Co 4:7). Si todo lo que hacen
los creyentes normales y corrientes es para la gloria de Dios (1 Co 10:31) ¿cuánto más será
la obra del ministerio?
En 1 Tesalonicenses 2:6, Pablo escribió: «ni buscamos gloria de los hombres; ni de
vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo». Pablo no era
Diótrefes (3 Jn 9), buscando preeminencia; él no buscaba estima, honor o alabanza. Su
preocupación era la gloria de Dios (2 Co 4:5).
¿Qué distingue a un hombre efectivo en el ministerio?
• Tenacidad, confía totalmente en el poder de Dios.
• Integridad, su vida es consistente con su doctrina.
• Autoridad, recibe su comisión de Dios, no de sí mismo.
• Responsabilidad, es consciente de manera constante de la omnisciencia de Dios.
• Humildad, es consumido no consigo mismo, sino con la gloria de Dios.
Solo un hombre así es lo suficientemente humilde para pastorear el rebaño de Dios.9

8
Citado por Thomas, Golden Treasury, 192.
9
MacArthur, J. J. (2009). ¿Qué dede ser y hacer un pastor? En Á. T. Moreno (Trad.), El ministerio
pastoral: Cómo pastorear bíblicamente (pp. 39–49). Nashville; Dallas; México DF; Río de Janeiro;
Beijing: Grupo Nelson.

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