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Guisela López
RELATOS DE
MUJERES NUEVAS
Guisela López
COORDINADORA
Guatemala 2011
Edición: Guisela López, Ruth del Valle, Carla De León y Amalia Jiménez Galán
Integrantes del Seminario de Literatura Feminista y Ciudadanía
Autoras Incluidas
Amalia Jiménez Galán
Ana Pastor
Carla Yadira De León Alvarado
Carol Jacqueline Vivar López
Fatimah Said
Irina Barreno
María Antonieta García Ocaña
María Isabel Grijalva de León
Mirna Ramírez
Neulina Morales
Patricia Galicia
Ruth del Valle Cóbar
Samara Pellecer
Vilma Ovalle
© Guisela López
Seminario de Literatura Feminista y Ciudadanía
Cátedra Alaíde Foppa
Diagramación e impresión:
CHOLSAMAJ
Guisela López
COORDINADORA
ÍNDICE
Presentación - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 9
Prólogo - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 11
Ser - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 17
Yo - Mi Nombre: Una - - - - - - - - - - - - - - - - 19
Úrsula - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 21
El Caracol - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 25
Puerta Abierta - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 27
Retorno - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 29
El Cumpleaños de Coralia - - - - - - - - - - - - - 31
Sorpresa… ¡Yo Decido! - - - - - - - - - - - - - - - 35
María la Rebelde - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 39
El Semáforo - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 43
La Nueva Siembra - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 45
La Casa de Sonia - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 47
Romboicos y Verdes - - - - - - - - - - - - - - - - - 51
Doña Ceci - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 53
Mariana- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 55
Reinvención - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 59
Mi Radio de Acción no Tiene Límites - - - - - - 63
Autoras - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 67
PRESENTACIÓN
Guisela López
Las mujeres tenemos derechos. Largos han sido los recorridos y las
luchas de las mujeres por el reconocimiento de una condición ciudadana
con sus consecuentes derechos.
Pero a partir de una organización social desigual que históricamente
ha colocado a las mujeres en una condición de subordinación, exclusión y
opresión, estos derechos nos han sido negados, arrebatados, vulnerados.
Es así como a pesar de que ha sido un esfuerzo de siglos la construcción
de marcos legales en el ámbito nacional e internacional, cotidianamente
nos vemos enfrentadas a emprender nuevas acciones para velar por
su cumplimiento. Una de estas acciones ha dado origen a la presente
publicación que tiene como cometido la promoción de los derechos
humanos de las mujeres desde la escritura.
Este libro presenta una serie de relatos que plasman reflexiones de las
mujeres en torno a la situación de sus derechos humanos en Guatemala.
Sus voces reflejan las percepciones y vivencias de mujeres diversas, en
edades, escolaridad, profesiones, pertenencias étnicas, nacionalidades,
que se encuentran convocadas por el deseo de articular nuevos
imaginarios sociales, sustentados a partir de principios de equidad y
justicia.
Mujeres que a través de la escritura comparten una visión crítica de
la sociedad y no escatiman palabras en el ejercicio de esbozar nuevas
propuestas, sobre cómo queremos vivir la vida, las mujeres del siglo XXI.
El reconocimiento de nuestros derechos forma parte de estas
propuestas, que plasmadas a través de variadas historias y personajes, de
su transitar por disímiles contextos: el campo, el tránsito vespertino, los
barrios marginales, la montaña, el mar… enlazan la vida de las mujeres
a la historia y a la geografía de nuestro país, así como a los esfuerzos
continuos por lograr a lo largo del tiempo hacer de este mundo un
espacio más amable para las mujeres y las niñas.
Estos relatos reflejan la manera en que cotidianamente hacemos
ciudadanía, reivindicándonos como seres humanas desde el ejercicio
de nuestros derechos como mujeres: A ser, a tener un nombre, una
identidad, a recibir buen trato en el hogar, el derecho a la educación, a la
ciudadanía, a emitir libremente nuestra opinión. El derecho a disfrutar
de nuestro entorno y de nuestro cuerpo, a decidir cuándo y con quien
compartir nuestra sexualidad. El derecho a decidir si queremos o no ser
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— Relatos de mujeres nuevas —
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PRÓLOGO
Relatos de mujeres nuevas: de mujeres del siglo XXI en la
construcción de la ciudadanía
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— Relatos de mujeres nuevas —
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— Guisela López / Coordinadora —
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— Relatos de mujeres nuevas —
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— Guisela López / Coordinadora —
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— Relatos de mujeres nuevas —
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SER
Libre.
Sin ataduras.
Río cristalino
que baja las montañas.
Hilos delgados de agua
que se unen
para formar cascadas,
nuevamente río,
recorriendo montañas
hasta llegar alegre
al mar de la vida.
Así me siento.
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YO - MI NOMBRE: UNA
Samara Pellecer
Mi padre eligió mi nombre. He escuchado varias versiones sobre por
qué me llamó Samara. No puedo corroborarlo. Murió hace varios años.
Él gustaba de las artes, en especial de la música y del teatro. Sé
que prefería la música clásica, la ópera, la guitarra y el arpa. Y fue en
un teatro donde vio actuar a Samara de Córdova, nombre artístico de
Amparo Rosatt, actriz y dramaturga guatemalteca. Estudié algo de ella
en la USAC1 y casualmente, en el TAU2, del Paraninfo Universitario, me
encontré con una foto y recordé la versión familiar más sonada del origen
de mi nombre.
Él me dijo una vez, que uno de los días más felices de su vida fue
mi nacimiento. Cuando me supo mujer, y con el agrado de mi madre,
ya tenía nombre. Y sea o no cierta esta historia, me place que lo hayan
elegido, porque conlleva diversos significados.
Encontré artículos en internet que hacen alusión a varias raíces:
griega, hebrea, rusa y árabe. Su origen es remoto y por ello no escapa
de las toponimias religiosas. Significados como: “la sonrisa de dios”
en árabe, “la elegida de los dioses” en griego, “la protegida de dios” del
hebreo Shamar que significa guardar, custodiar. Es también un nombre
gitano, lo escuché en una canción flamenca del Camarón de la Isla:
“Samara, reina de la morería…”. Lázaro, un amigo del trabajo cantaba esa
canción cada vez que me veía, y me obsequió una copia del disco. A mi
padre le hubiera encantado, como a mí.
Es hermoso saber que se bautizó con este nombre a un planeta menor,
el “26922 Samara”, descubierto en 2007. O que es una palabra celta antigua
que significa tranquilidad, y que existe una villa con ese nombre en Agra,
Uttar Pradesh, India. Y otra ciudad de la tribu de Benjamín situada entre
Beth Arabá y Bethel, en cuyos orígenes se llamaba Samaraín, plural de
Samara.
Este nombre significa otras cosas. Me lo hizo saber hace años Carlos
Manuel, primo de mi padre: fruto con pocas semillas y pericarpio
extendido a manera de alas, como el del olmo y el fresno; frutos del arce.
Árbol frondoso con rocío y verano largo. Imagino mariposas o aves.
Yo, que vivo inmersa en palabras verdes, palpitantes de savia y fluidos
hídricos, de fauna, mar, minerales y naturaleza, me encontré con que
Samara es una ciudad rusa donde confluyen varios ríos, principalmente
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— Relatos de mujeres nuevas —
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ÚRSULA
Irina Barreno
Llegué a vivir a su casa por cosas del destino, como se acostumbra
decir, pero realmente fue por la muerte de mi madre y la ausencia de mi
padre. Yo tenía doce años. Úrsula, superaba los cuarenta. Antes, la había
visitado varias veces acompañando a mi madre. Tuve una imagen distinta
de Úrsula hasta que la conocí de cerca. Los allegados decían que era casi
intocable, orgullosa, de muy buen gusto, culta y paradójicamente muy
solícita cuando había una necesidad. Nunca negó su apoyo cuando se lo
solicitaban, pero tampoco buscaba meterse en los asuntos de los demás.
Mi madre murió de cirrosis. Nadie creyó que no fuera alcohólica. En
el velorio dejaban ver que admiraban cómo había podido ocultarlo y que
seguramente a eso se debían los abortos involuntarios que había sufrido
durante su matrimonio. Cuando me veían venir, bajaban la voz, pero yo
ya lo había escuchado al igual que a Úrsula defendiéndola con aplomo,
aduciendo que esa enfermedad, al igual que otras como la diabetes,
también les dá a las cónyuges de los bebedores. Para nadie era secreto
que mi padre cometía excesos con el alcohol.
Ya estando instalada en su casa, Úrsula me tomó de la mano, me llevó
al que llamó «tu cuarto». Nuestras conversaciones siempre eran al final de
la cena y antes de ver la telenovela. Cuando yo me excedía en preguntas
(eso lo aprendí después), Úrsula, con autoridad y sin dejar de mostrarme
afecto, simplemente me ponía límites y pasaba a otra cosa. Extrañé mucho
a mi madre; de mi padre no supimos nada durante mucho tiempo, pero
Úrsula, se había vuelto mi sol. Ella realmente me iluminaba en todo y no
parecía ansiosa porque yo la conociera o por desdibujar las versiones que
sobre ella se tenían. Siempre me dio la impresión que Úrsula era feliz con
ella misma.
La casa era grande, con nosotras vivía Dolores, una cocinera, que
apoyaba con los afanes domésticos y también le hacía de costurera.
Dolores me pidió que, cuando pudiera, le dijera a Úrsula que ella la quería
mucho, pues no se atrevía a decírselo directamente. Pero no lo hice sino
tiempo después. Estaba por empezar junio y Úrsula ya tenía listo todo
para su viaje a Nueva York. Recuerdo que el primer año que estuve con
ella le hice un gran berrinche porque se iba. Creo que la destanteé mucho,
pero ella dejó verlo poco. Me dijo que acostumbraba a viajar en diciembre,
pero que esta vez lo haría así para compartir conmigo la época navideña
y que junio yo lo pasaría con mi tía Josefa, la hermana de mi papá. Para
esas vacaciones me compró mi primer teléfono celular. Ofreció llamarme
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— Relatos de mujeres nuevas —
una vez por semana mientras estuviera fuera. Pero no lo hizo… ¡Me
llamaba un día sí y otro no!... eso realmente me hizo muy feliz.
Mi tía Josefa era otro rollo, no es que no la haya querido, pero realmente
era testaruda con respecto a sus ideas, creo que le temía a las verdades.
Era una mezcla de tradición llevada por las razones equivocadas y
neurosis producida por la costumbre de practicar las mismas reacciones,
los mismos mitos y prejuicios. Lo que más me molestaba es que siempre
me decía algo negativo sobre Úrsula y trataba de sacarme algún chisme
sobre ella. En uno de esos junios, me comentó que mi papá se había
vuelto a casar y que, por asuntos de trabajo, vivía en México.
Úrsula, eventualmente, jugaba conmigo, creo que eso me hizo sentir
muy cerca de ella y me atreví a preguntarle muchas cosas que quería saber
hacía tiempo, especialmente sobre las relaciones sexuales. En una de esas
conversaciones, me dijo «creo que lo más recomendable, es dejar de ser
virgen, cuando tú lo desees, no cuando te presione el muchacho» agregó
«tampoco debes estar buscando esa situación ni te dejes impresionar por
todas las provocaciones de la publicidad o esos programas de la tele que
hacen creer que el mejor final para todo es el sexo. Aprende a conocerte,
es un largo camino, donde la mejor compañía es una misma».
En la casa, con Úrsula no todo era miel sobre hojuelas. Ella decía que
me había vuelto muy soberbia e indolente (Dolores también se quejaba
de mí), me decía que hasta había olvidado la cortesía, que daba órdenes y
no tenía paciencia para esperar nada. Realmente en aquellos momentos,
lo más que llegué a pensar sobre eso fue que talvez me volví un poquito
desinteresada en la opinión de los demás o en la aprobación de Úrsula.
Una vez la acusé de creerse perfecta y de encerrarse en una burbuja
prefabricada por sus miedos. Estoy segura que me excedí. Vi su rostro
descomponerse y sus ojos, que se llenaron de agua, le brillaron de pura
tristeza. Se me acercó, creí que me abofetearía, aunque nunca me había
golpeado, pero sólo me dijo «pequeña tirana, no mereces que siga
escuchándote».
Fue un invierno violento y una noche, cuando empezó la tormenta,
a la luz de un relámpago, vi caer a Úrsula desde las gradas, primero me
paralicé y luego empecé a gritar, sentía una presión en el pecho… me
sentía asfixiar. Al fin pude decir varias veces ¡No te mueras¡… ¡Úrsula,
te quiero mucho!
Empecé a bajar las gradas, pero no avanzaba, las piernas, los pies
me pesaban… me pesaba todo el cuerpo. La veía cerca pero no la podía
alcanzar. Lloré, grité. El mundo se me vino encima, yo estaba asustadísima.
Sentía apretada la garganta. En medio de todo eso, mi cuerpo se empezó
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— Guisela López / Coordinadora —
a sacudir solo, después de muchos intentos pude soltar la voz y gritar ¡por
favor, no te mueras, te quiero mucho y Dolores también te quiere, pero
no te lo he dicho y aún soy virgen! Todo esto lo dije varias veces.
En cuestión de segundos, vi a Dolores, medio dormida, con los ojos
asustados y las trenzas sueltas, sosteniéndome la espalda. Úrsula me tenía
abrazada y me decía «shiii…shiii, ya pasó. Tuviste una pesadilla»
Me dieron una infusión de lechuga. Úrsula y yo nos quedamos solas
en el comedor. Pronto nos empezamos a mofar del evento, de la retahíla
de confesiones que le había hecho estando dormida. Me contó que
Dolores le había dicho que me había encargado un mensaje, pero que
estaba esperando a que yo se lo dijera. Sentí un gran alivio. Me acerqué,
la abracé y le pedí perdón por las cosas que le había dicho hacía algún
tiempo. Recordé la pesadilla y volví a sentirme asustada, pero me consoló
la risa de Úrsula.
Aproveché el momento para decirle que todos sus consejos me
ayudaban mucho, incluso, reconocer ante mí misma, que todavía no
estaba lista para el sexo y que había comprendido que cuando dejara de
ser virgen, esa condición no limitaría mis decisiones.
Ahora, creo que Úrsula es la persona más maravillosa que he
conocido. Una mujer autónoma, que se ha edificado a sí misma, que
decidió prescindir del matrimonio “y conexos”, como dice ella sonriendo
abiertamente. Y aunque nunca tuvo hijos, para mí ha sido una madre;
una educadora, una amiga… es como una figura de cristal, con muchas
aristas pulidas que da brillo con auténtica transparencia, sin opacar a
nadie, y con ella he aprendido a formar mis propias aristas.
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EL CARACOL
Neulina Morales
Me enamoré del fuego desde el vientre de mi madre, lo sentía
calentando cada parte de mi ser. Fui creciendo a la par del comal,
escuchando ese hermoso clap, clap, clap, clap, clap…
El olor de la masa cociéndose con el calor del fuego, era mi aroma
favorito. Me fascinaba el movimiento de la piedra de moler aplanando,
deshaciendo la masa de maíz. Me maravillaba ver cómo el maíz se
transformaba en tortilla, era algo mágico.
Nada más pude alcanzar las bolitas de masa que estaban en la mesa
de madera contigua al comal, empecé a tortear. Las tortillas que salían de
mis manos eran tan pequeñas como ellas. Te vas a empachar, me decían
cuando me las comía calientes.
Un día me di cuenta que tenía que separarme de mi amado fuego.
Tenía que ir a la escuela. Al principio me resistí, no entendía porque tenía
que perder el tiempo en ese lugar escribiendo y pasando frío, cuando en
la casa podía estar calientita conversando con el fuego, imaginando que
me fundía con él.
Poco a poco me di cuenta que podía deshacer las palabras y volverlas
a hacer tal como hacía mis tortillas, me empezaron a gustar las letras.
Pero mi primer amor siempre fue el fuego.
Me gradué de maestra de primaria, fue un gran logro, mi mamá lloró,
lloró, lloró, no podía creer que su mamita fuera maestra. Ella nunca se
había separado del comal, de la masa, del maíz, no fue a la escuela.
Recuerdo cuando la llevé a sacar su cédula, le pregunté por qué no la
había sacado antes y me dijo: porque no sabía. Ese día, cuando le pidieron
que pusiera sus huellas digitales en el documento, con sorpresa nos dimos
cuenta que no tenia huella digital. Ese caracolito había desaparecido de
tanto tortear, de tanto tocar el comal caliente. El caracolito se había ido
en las tortillas que día a día nos daba de comer. Nos comíamos su ser. Ella
se hizo una con la tortilla.
Al final le pidieron que pusiera las huellas de los dedos del pie.
Ahora que recuerdo el inicio de mi amor y encantamiento por el
fuego, por el maíz, por el comal, me doy cuenta que yo también me
transformé, como mi mamá. Mi identidad se me hizo una con el fuego y
con el maíz. Huelo a masa, huelo a humo de comal, y en mi andar resuena
ese clap, clap, clap, clap… que siempre me acompaña.
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PUERTA ABIERTA
Carol Jacqueline Vivar López
Muévete, parte, haz algo, no te quedes ahí sentada; ya sé, el día es muy
caluroso, pero sólo es un poco de calor, nada más. Atrévete a cruzar la
puerta, toma la mochila que tienes hecha desde hace más de diez años.
No ves que me estoy volviendo vieja, hasta yo he visitado los techos de las
vecinas, me he ido por las noches a conocer y dialogar con ratas, con otras
gatas y con algunas perras, con las cuales nos hemos hecho muy buenas
amigas, nos sentamos a cantarle a la noche y a la luna. Hola, veme. ¡Ups!
Lo siento, sólo es la maceta que se ha caído, al fin me ves, no me regañes.
Ves la maleta, tómala, levántate…
Toma tu mochila, échatela a la espalda, es una de las cargas más
livianas que has llevado durante todo este tiempo, ¡miau! Al fin nos
vamos. No te detengas, sé que las piernas no quieren reaccionar porque
los miedos las detienen, pero tú eres más que miedos, descubre lo que no
te has permitido descubrir, te has hecho cargo de otras y otros, hasta de
mí, te lo agradezco pero es hora de vivir tu vida, yo sólo te acompañaré si
tu quieres, abre la puerta, atrévete a cruzar el marco de esa puerta, respira
profundo y cruza, solamente cruza. ¡Has cruzado! No voltees. Tu historia
te acompañará, no la olvidarás, sólo date el chance de vivir.
–Ven Antígona, ven hermosa, nos vamos a conocer lo que nos ofrece
la vida–.
La puerta las vio alejarse de lo que había significado aquel lugar en sus
vidas. Se cerró de a poquito, les deseó lo mejor de la vida. Sabía que ése ya
no era su lugar, ya era tiempo de vivir otras historias.
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RETORNO
María Isabel Grijalva de León
María encaminó sus pasos hacia lo alto del lugar, donde alguna vez se
irguió el templo a Minerva. La mirada de sus bellos ojos verdes recorría
la arboleda, de donde emanaba un aire fresco. Su cuerpo muy bien
conservado a sus cincuenta años se movía cadenciosamente al ritmo de
la añoranza.
Se sentó en un borde… el pueblo a sus pies. Los volcanes y el hermoso
lago de Atitlán parecían compartir esa sensación que deja la nostalgia por
el ayer. Pensó en cómo, desde que tenía memoria, el paisaje se había ido
transformando.
El viento soplaba fuertemente, como era costumbre en el mes de
diciembre. Sostuvo con una mano su ondulada cabellera castaño claro,
para que el viento no la alborotara, con la otra arrancó una florecilla
silvestre y suspiró hondamente, ¿qué pasaba? miraba el paisaje y no
lo lograba ver, rebuscaba la respuesta en los techos de teja y de lámina
oxidada, en las retorcidas calles asfaltadas y en las frías terrazas de
concreto… Otro suspiro, cerró sus ojos, dejándose llevar por los
recuerdos…
En el centro del pueblo, se levantaba el parque con muchos árboles y
flores. Flores rojas, lilas, amarillas, blancas. En los jardines crecían flores
en abundancia, bellas flores alucinantes... ¡Eran las amapolas!
A un costado, se levantaba majestuosa la iglesia católica, donde todas
las noches sonaban las campanas, porque las ánimas del purgatorio
andaban sueltas; a las seis de la mañana para darle gracias a dios, por el
nuevo amanecer y a mediodía porque el diablo andaba suelto.
Como enjambre de abejas, la muchedumbre se alborotaba en el
mercado, el regateo era un arte en el cual su abuela y su madre eran
buenas maestras. Observaba la manifestación multicolor, la monumental
torre con su legendario reloj marcando día a día, durante meses y años,
la entrada y salida de escolares, del personal de las oficinas públicas, la
hora de rezar el rosario con todo y letanías, la hora de la doctrina– que le
despertó el deseo de ser monja y santa, al igual que a otras niña–, la hora
de la misa, la hora de comer, dormir… de levantarse y de hacer… el amor.
¡Ay, ay, qué horror!... Abre abruptamente los ojos, tira la florecilla,
se suelta el cabello y con movimientos desesperados, trata de quitar
las hormigas que, perdidas de su ruta, estaban subiendo por sus bellas
piernas, ¡qué picazón! Se sacude, trata de protegerse con la chalina lila,
que coquetamente llevaba asida al cuello.
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— Relatos de mujeres nuevas —
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EL CUMPLEAÑOS DE CORALIA
Carla De León
Coralia siempre se mostró segura de sí misma, aunque durante su
adolescencia y juventud estaba convencida que era la menos bonita de
todas sus hermanas. Quién sabe si esta idea cambió a lo largo de su vida.
Lo cierto es que se casó como a los veinte y, más de una década después,
se divorció tranquilamente, al tomar conciencia de que esa relación no
le abonaba más que pesares y pobreza. Al poco tiempo continuó con sus
estudios, se hizo de un trabajo estable y con nada más que su salario
construyó su propia casa, aun cuando tenía tres retoños que mantener,
porque dicho sea de paso, lo que el padre de las criaturas aportaba ni era
significativo, ni fue algo con lo que pudiera contar.
Su inquietud la llevó a vivir muchas experiencias que, vistas
retrospectivamente, resultan interesantes aventuras. Se integró a coros,
hizo teatro y zarzuela, hasta llegó a figurar en una obra que se presentó en
el Teatro Abril, que era considerado en aquel tiempo como el segundo más
importante de la ciudad capital. Por el teatro recorrió toda la república de
Guatemala y, en una ocasión, incluso viajó a México, para participar en
una presentación organizada en el marco de los 500 años de Resistencia
de los Pueblos Mayas. Mucho se puede contar de la vida de Coralia, pero
una de sus aventuras resulta particularmente interesante.
Empezaré enfatizando en que a Coralia nunca le costó socializar,
su carácter alegre y su carisma la colocaban, aun sin pretenderlo, en
el centro de atención, por lo que difícilmente pasaba desapercibida en
los colectivos a los que se integraba. En uno de estos grupos despertó
el interés de más de uno de sus compañeros. Y fueron tres quienes se le
“declararon”. Los tres muchachos le propusieron “noviazgo”, a la usanza
de aquellos tiempos, aunque la adolescencia ya les quedaba distante. Lo
particular del hecho es que dos de ellos le propusieron ser novios, pero
sin que nadie supiera.
Cada uno argumentó lo que le vino bien en sus circunstancias: “para
evitar problemas, habladurías, chismes”; “para ver si funciona y vivirlo
más íntimamente”. Coralia sospechó de la seriedad de sus intenciones,
pero como después de haber estado casada no le interesaba nada serio, y
los tres pretendientes eran de su agrado, decidió aceptar la propuesta de
los tres. Para que funcionara, le dijo al tercero que aceptaría la relación
siempre y cuando fuera en secreto. Y así empezó con tres noviazgos a la
vez. Durante varios meses manejó de forma brillante la situación, hasta
que llegó el día de su cumpleaños, y con éste, la necesaria celebración.
Para evitar cualquier posible contingencia, procuró organizar de la mejor
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— Relatos de mujeres nuevas —
manera las actividades con los novios. Con Néstor, el más conservador,
quedó para almorzar en su casa. Él llevaría las chelas y llegaría temprano
para hacer la churrascada. Con René, que se caracterizaba por ser más
cariñoso, quedaron para ir al cine por la noche y luego a cenar. Sólo
con Jorge, no logró acordar nada, como era lo usual en su caso. Sin
embargo, esto no le preocupó a Coralia, pues lo más probable, dados
sus antecedentes, era que Jorge la invitara a almorzar otro día, pues ser
detallista no era una de sus virtudes.
Se llegó el día del cumpleaños y desde temprano la llamó mucha
gente para felicitarla. Los dos novios con quienes ya había quedado
confirmaron lo dicho y las cosas se fueron dando según lo planeado. A
las doce estaba Néstor atizando el fuego para la carne, mientras Coralia
preparaba unos frijoles y sus retoños colaboraban con la ensalada. Todo
iba bien hasta que, a eso de las dos de la tarde, tocaron a la puerta. Era
Jorge con un ramo de flores y la pretensión de invitarla a almorzar. Al
entrar saludó a Néstor. Se miraron con desconfianza como calculando
el terreno, la tensión se sentía en el ambiente, pero ninguno dijo nada.
Dadas las circunstancias, no hubo más que invitarlo a comer. Llegada
la hora del pastel, se disputaron las palabras de felicitación para la
cumpleañera, compitieron por el mejor discurso y ya enfadados los dos,
se despidieron y se fueron cada quien por su lado.
Una vez sola, Coralia se dejó caer en un sillón, con un cansancio que
no sentía hacía mucho. Por un rato se quedó pensativa, como recordando
otros tiempos y viejas experiencias. De pronto tomó conciencia de la
hora, tenía que arreglarse para acudir a su siguiente cita. Faltaba menos
de una hora para encontrarse con René cuando éste se presentó en su
casa con la idea de sorprenderla. Recibiéndolo estaba cuando regresó
Jorge, que antes de saludar reparó en las rosas y el regalo que René le
estaba entregando a Coralia, quien se puso pálida como la Luna. En los
saludos forzados estaban cuando se presentó Néstor, que al ver la escena,
sólo le dijo a Coralia: mejor te llamo más tarde. Y, como entró, salió de
la casa.
No hacían falta palabras para entender aquello. René se dio por
enterado y se disculpó con Coralia por no poder quedarse, indicándole
que mejor dejaban para otro día el festejo. Jorge, casi con espuma en la
boca, salió de la casa antes que René cruzara la puerta, sin mediar más
que una mirada de macho herido, pues era el más orgulloso y machista
de los tres.
En una sola tarde se le descubrieron sus tres secretos a Coralia y,
después de tener toda una agenda de celebraciones, se quedó sin planes
y sin chambelanes. Sin embargo, la embargaba una extraña sensación
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— Guisela López / Coordinadora —
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SORPRESA… ¡YO DECIDO!
Patricia Galicia
Tres, cinco, ocho y aprieto aquí, ¿verdad? Sí mama, así es. Si usted
aprende rápido. ¿Aló sí? Seño ya casi tengo todo listo. ¿Cómo dice? ¡No
necesito permiso de nadie! Dos llamadas más y listo! Seis, uno… Bueno
Licha ¿y qué es esa llamadera? Acaso, ya conseguiste algo bueno en la
capital. Pues es algo mejor de lo que había pensado. Pero cuando venga te
cuento. Aquí te dejo mi vestido. Por si me tardo más de la cuenta, haceme
favor de presentarlo por mí.
Pasaron los días. El Sol estaba radiante. Una a una, iban llegando al
corredor con techo de lámina de la capilla de La Joyada. Tona venía como
siempre, dijeran lo que dijeran, con sombrero, botas, pantalón y camisa
a cuadros montada en su caballo. Apurando el paso venía doña Toya.
Thelma, al igual que las demás, venían con su bolsa de telas, hilos, reglas,
un chiquito dando pecho y una pequeña al lado.
Éste era el día más esperado. Cada quince días, desde hacía un año, era
“mi día”, como decía Lupe. Éste es el único día donde hago cosas que “de
a deveritas” me gustan. Platico, me divierto, me olvido por un rato de la
casa, de Guicho con sus cosas, me doy cuenta que soy capaz de ganarme
la vida con lo que voy haciendo. Y hasta hablamos de esas “cosas” de las
que nadie nos habló de patojas. Pero hay cosas que son sagradas y por eso
no se hablan en cualquier lado, muchacha. Ay doña Toya, usted dice eso
porque sólo se dedica “al Señor” en la iglesia. Es cierto, la casa es lugar
sagrado, porque así nos enseñan a respetarla. Pero ni por eso, nadie le
explica a una cómo cuidarse. Ya ve, soy patoja pero ya soy señora.
¿Cómo van? ¡Ay seño! Ya nos “cachó en gran platicadera”. Lupe
siga hablando sin pena, eso es parte de nuestro grupo. En lo que usted
arregla allá adentro lo del taller, termino de hacer este ojal. Compañeras,
estamos en los preparativos de nuestra actividad de fin de año. Junto con
la exposición de sus costuras, vamos a compartir con mujeres de otras
comunidades sus experiencias en los talleres de crecimiento personal.
¿Están listas?
Yo hace tiempo dejé de ser “hija de dominio”. El día que caí en cuenta
de que era una mujer adulta, hacía raaaato que era capaz de cuidarme y
hasta cuidaba otras vidas, porque soy comadrona. Ahí mismo dejé de pedir
permiso. Eso voy a contar yo.
Por mi parte, diré que llegué a la conclusión de que: Media vez una
tenga cabeza, manos, voluntad, confianza en una misma y apoyo de
otras… se puede salir adelante! Pues yo ese día, voy a traer mangos para
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— Relatos de mujeres nuevas —
que todas disfruten. Y se den cuenta que el placer es todo lo que nos hace
sentir cosas ricas y bien con nosotras mismas. Y no son cochinadas como
dice la gente.
¿Y Licha dónde está? Hace días se fue a la capital y no responde el
celular. Y su esposo ¿qué dice? El Moncho ni la ha extrañado. Su patoja ya
llamó donde unos familiares y nada. ¿Será que consiguió trabajo, de esos
donde los patrones no las dejan salir ni a la esquina? ¿Se consiguió algo
mejor que los malos tratos de su marido? ¿Se habrá ido para el norte?
¡Pero de volver tiene! Si dejó al más chiquito recomendado con su
comadre. Ya tiene hasta encargos para los estrenos de fin de año de la
otra aldea. Dejó hasta el último trabajo que pidió la seño para el diploma.
Ella vino a todas las clases. Se vio todos los videos que traía la voluntaria
aquella de España, sobre mirarnos al espejo desnudas, tocarnos la vagina
y los pechos, querernos. Ah y tampoco se perdía los talleres de auto
cuidado y cómo evitar hacer más muchachitos. ¿Le habrá pasado algo
malo?
Miren ese mariposero blanco sobre las flores. Seguro va a venir
alguna visita, así dice mi abuelita. Pues como que tu abuelita es adivina,
Tona, porque… ¡Licha! Por vía tuya ¡al fin apareciste! Estábamos tan
preocupadas por vos. ¿Qué te pasó? Estoy tan contenta de verlas. ¡Ya me
hacía falta verlas! Pero hice una promesa, más bien tomé una decisión.
La cumplí y ahora sí lo puedo decir. ¿Y qué fue? ¿Por qué tanto misterio?
Ustedes recordarán que me junté así nomás, bueno… me juntaron
para no “andar en habladurías”. Van a creer que yo ni sabía por qué. En
ese entonces, era la mejor del instituto y de la selección de fut de la aldea.
Hasta me habían ofrecido irme al pueblo para seguir estudiando… Pero
todo eso quedó tan atrás… aunque siempre estuvo conmigo como una
sombra. A mis 22 años, con dos niñas, un bebé, la casa, mi marido, cuidar
los animales, la siembra y siempre ayudando a la familia de él, una no está
para añoranzas.
Pero algo todavía palpitaba en mi corazón y revoloteaba en mi cabeza.
Fue la Thelma quien me prendió la chispa para venir al grupo con ustedes.
Desde ese momento, fue un chispazo tras otro. Hasta que me dije: ¡Con
tanta luz por dentro ya no puedo andar en tinieblas!
Como dicen, quien mucho abarca poco aprieta. Con tres tengo
suficiente. Ya tengo cómo ganarme la vida, me organicé con ustedes y
ahora sé que tengo derechos. Es cierto, quiero una familia pero también
quiero superarme, poner un límite y cuidar de mí. Ya no estaba para sólo
hacer lo que dicen que es mi deber, porque me lo ordenan o porque, ni
modo, así toca. Así que… con todo lo hablado entre nosotras y lo que nos
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— Guisela López / Coordinadora —
enseñaron, pregunté por aquí y por allá. Junté dinerito de mis costuras.
Me fui donde una asociación que ayudan a mujeres como nosotras, para
seguir estudiando. La seño española de los talleres me recomendó con
unas doctoras rebuenas y… ¡me operé!
Así que… aquí me tienen como esas mariposas: llena de buenas
noticias, libre, segura de mí y confiada en poder decidir sobre mi cuerpo
y mi vida.
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MARÍA LA REBELDE
Ana Paxtor
“La Rebelde”, llamaban en el pueblo a María, una linda joven sobre
quien recaían las miradas de los hombres del pueblo. María era alta, de
tez blanca, usaba botas, sombrero y montaba caballo mejor que cualquier
hombre, lo que según los pretendientes, la hacía más interesante.
Había sido la segunda hija de cuatro hermanas, todas ellas cariñosas
y atentas, a diferencia de María que era tosca, rebelde y decidida, tenía
un carácter fuerte. También tenía dos hermanos con quienes rivalizaba
frecuentemente por obtener el reconocimiento de su padre en los
asuntos “de hombres”, como el ganado, la siembra y las ventas. Con todos
los esfuerzos que realizó desde pequeña, logró la aceptación y confianza
de su madre, padre, hermanas y hermanos, aunque al resto de la familia
y vecinos se les dificultaba comprender el carácter de María.
Un día sus hermanas fueron a traer agua al chorro, María no quiso
acompañarlas, y ese día, Marcelo se robó a su hermana Alejandra. Era
costumbre en el pueblo que, cuando un hombre decía esta mujer me
gusta y me la llevo, nadie se oponía. Pero cuando María se enteró, fue a
buscarlos y recuperó a su hermana, porque sabía que Alejandra estaba
enamorada de otro joven. María no lograba comprender que Marcelo no
tomara en cuenta la opinión de Alejandra.
Los jóvenes del pueblo pusieron en marcha el plan de enamorar a
María y ver quién tenía mejor puestos los pantalones “para amansarla”.
Pobres de aquellos hombres, usaron tantas estrategias para enamorar a
María y demostrar su “hombría”. Pero pasó el tiempo y nadie consiguió
nada.
Por esos días se abrió una escuela en el pueblo, a la que sólo asistieron
los muchachos. Fernando, el maestro, iba a comer todos los días a la
casa de la familia Sandoval, así que María comenzó a platicar con él, a
interesarse en las palabras y en las letras, hasta que un día le pidió que
le enseñara. Fernando, que había escuchado las historias que contaban
sobre María, no iba a desaprovechar una oportunidad como ésa para
conocerla y talvez para enamorarla, así que aceptó gustosamente. Desde
ese momento el maestro fue la envidia de los hombres del pueblo, que
porque los veían juntos decían: “qué macho es”, “¡claro, como es capitalino
y está perfumadito!, ¡por eso María lo aceptó!”. No comprendían que
María sólo quería aprender y no estaba interesada en el maestro, aunque
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— Relatos de mujeres nuevas —
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— Guisela López / Coordinadora —
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EL SEMÁFORO
Vilma Ovalle
A mediados del caluroso mes de septiembre, saliendo de una larga
semana de afanoso trabajo, en la que había tenido que sobrevivir
sesiones interminables, revisión de documentos con carácter urgente,
incluso desacuerdos respecto a determinados procedimientos técnicos,
Elvia por fin se encontró llegando al final de la jornada en la tarde del
viernes. Se dirigió a su vehículo, con el firme deseo de iniciar el descanso,
incluso consideró la posibilidad de quedarse a dormir un momento en el
carro… pero luego pensó que era mejor dirigirse a su casa para descansar
plenamente.
Hizo un esfuerzo para recordar qué tenía en el refrigerador, pues el
cansancio no disminuye el apetito, y saborear manjares forma parte de
los placeres orales y afectivos, más reconfortantes. Lamentablemente, la
carga de la semana no le había permitido dedicarle tiempo a esas labores
culinarias, que tanto le agradaban.
Salió del parqueo convencida de que se dedicaría a descansar el fin de
semana completo. El primer semáforo en rojo la puso en estado de alerta,
la hizo poner los pies sobre la tierra y se dio cuenta que en casa sería casi
imposible descansar, pues las labores mal nombradas “domésticas”, que
continuaba teniendo, estaban esperándola en casa.
“Domésticas”, pensó Elvia, “no debieran llamarse así, son labores
esclavizadoras, y luego todavía le dicen a una que es “ama de casa”, si
fuera “ama” sería la que manda, pero aunque todo mundo piensa que una
decide, no es así, se hace lo que da tiempo, desde la comida hasta donde
una coloca el trapeador. Una cocina para lo que le alcanza, pero sobre
todo prepara lo que le gusta a los demás, lo que le gusta a los “otros”, sino
no, no se lo comen. Luego coloca las cosas como el tiempo lo permite,
donde no molesten a nadie, donde se vea lo mejor posible, donde…”
El trayecto continuó con un tránsito lento, ya ni los policías
municipales sabían qué hacer exactamente con el desorden vial, que
hacía que a cada momento su deseo de descanso fuera mayor. Lo lento de
la movilización le permitía ver lo que sucedía en las calles y bulevares. Las
sonrisas de las personas que se dirigían a descansar, los rostros afligidos
de quienes llevaban consigo las penas, los arriates con su abanico de
verdes, el sol despidiéndose...
En medio de esas cavilaciones Elvia se encontró frente a un nuevo
semáforo en rojo. Noooooooo… pensó, no es posible que me vaya a casa,
amo mi casa, la paso bien, pero no podré descansar ahí. ¿Qué hago? Deseo
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— Relatos de mujeres nuevas —
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LA NUEVA SIEMBRA
María Isabel Grijalva
¡Gritos, llantos!... ¡Les llovían las bombas lacrimógenas! El enjambre
de campesinas y campesinos corrían sin rumbo por las calles y avenidas
de la gran ciudad… Nuevamente había sido disuelta la manifestación.
Cuando a sus treinta y seis años, cansada de vivir del tingo al tango,
Isabel decidió unirse al movimiento campesino y su lucha por la
propiedad de la tierra, nunca se imaginó a lo que tendría que enfrentarse:
la represión del gobierno de turno.
Acompañada de sus dos hijas de ocho y seis años, vivió meses
interminables, pasando hambre y frío, huyendo de los lobos que a toda
costa querían acabar con sus vidas. Pero el grupo hizo frente a la situación
y pronto, a su tenacidad que fue ilimitada, se sumó la solidaridad de
organizaciones nacionales e internacionales. La denuncia sobre la ola de
represión fue determinante para aplacar la cacería.
Ahora, azadón en mano, Isabel recuerda aquellos días, piensa en todo
lo que le tocó vivir por obtener una parcela… Suspira hondamente…
mientras observa su champa construida de cartones y plástico… es su
casa, es su tierra, allí puede vivir y componer canciones que cuentan
historias sobre la lucha de las mujeres por sus derechos.
Esboza una sonrisa de satisfacción, no espera más, se limpia el sudor y,
con manos firmes, continúa abriendo el surco. Está decidido: en su tierra,
sembrará semillas de ilusiones y espera cosechar frutos de alegría, ¿por
qué no? Si aún en los tiempos más difíciles la ha animado la esperanza.
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LA CASA DE SONIA
Carla De León
A pesar de que su madre había muerto siendo ella muy niña, a sus
34 años Sonia aún recordaba su trato tierno y amoroso, una vida ajena a
la servidumbre que vivió después con su tío. Un tío que, sin más, había
decidido entregarla a un hombre a cambio de una cuerda de terreno.
Acababa de cumplir los doce años, aquella fría madrugada de
septiembre, en que abandonó la comunidad donde creció, con dos bolsas
de plástico en las que logró acomodar sus humildes pertenencias, entre
ellas, un cofrecito de madera que había sido de su madre, su único tesoro.
Como era de esperarse, Sonia no fue a la escuela, por lo que en sus
circunstancias no tuvo más opción que buscar trabajo de “muchacha”
en una casa. Después de algunas experiencias no tan afortunadas,
se encontró con doña Estela, una mujer relativamente sensible, que
le propuso contratarla por ocho horas de trabajo, salario mínimo,
aguinaldo, bono catorce e incluso vacaciones, eso sí, en los tiempos que
no le afectaran. Lo cual, siendo lo justo, era poco común.
Además, doña Estela la impulsó y apoyó para que estudiara.
Trabajando con ella sacó su primaria y sus básicos con ese programa de
estudios donde se escuchan las clases por la radio y se asiste los domingos.
Y, cumplidos los 18 años, entró a la nocturna, donde llegó a obtener el
título de contadora.
Doña Estela la contactó con una empresa que le quedaba cerca, en
donde le ofrecieron un trabajo en humanas condiciones. Como ya no
podía asumir el quehacer de la casa, acordaron que se encargaría de revisar
las tareas de las cinco hijas de doña Estela, quien con sus compromisos
como lideresa, no disponía de tiempo para eso. Mantuvieron el trato por
un año, mientras Sonia ahorró lo suficiente para mudarse a un cuartito
que equipó modestamente. De más está decir que aquel acontecimiento
que las llenaba de orgullo también las embargó de tristeza, y con la fiesta
de despedida y los buenos deseos, se entrelazaron lágrimas y largos
abrazos cargados de agradecimiento y buenos deseos.
En las vísperas de sus treinta años, Sonia había logrado ahorrar una
buena cantidad para enganchar una casita, su mayor anhelo. A fin de
poder estrenar vivienda con el cambio de década que se aproximaba,
empezó a buscar una casa ya construida, para no tener que lidiar con
albañiles ni contratistas, con quienes al final siempre se termina pagando
el doble y nunca se tiene lo que en principio se pidió.
Una tarde, al salir del trabajo, vio en una casa un letrero que decía
“Se vende”. Por fuera parecía una casita moderna, tendría pocos años
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— Relatos de mujeres nuevas —
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— Guisela López / Coordinadora —
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— Relatos de mujeres nuevas —
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ROMBOICOS Y VERDES
Samara Pellecer
La carretera a dos cuadras. Frenazos, rechinido de llantas. Seis
disparos. Aleteo de pájaros nocturnos. Hace algunas horas, balazos.
Minutos después, detonaciones, disparos, balazos. Contiguos. Distantes.
Sucede en este pueblo de espectros y murmullos, donde el tiempo es
inamovible: Año 2011 = siglo XV. Florean los árboles como florearon
hace cientos de años. Durante el día hierve de seres amnésicos y por la
noche felinos se desgarran entre sirenas de ambulancias, destartaladas, y
patrullas policíacas, ocasionales. Exterminan, engendran, paren y oran.
Siglo tras siglo.
Se aparean sobre los techos de lámina. Gritan, chillan. Se revuelcan.
Se clavan las garras. Se clavan los colmillos. Se clavan el sexo. El reloj
aguijonea. La almohada quema. La tiro. Hace frío, mucho frío. El cuello,
otra vez, fundido en hierro. Lo apoyo contra el borde de la cabecera de
la cama. Pretendo doblegar la rigidez. La realidad azota. Los ojos, secos.
Esta noche, no hay corazón que palpite. Entre intervalos de silencio se
escucha un leve trasfondo de grillos. Acaba pronto. Aúllan los perros
largo y tendido.
Paloma ronronea a mi costado. Sus ojos, musgo. Demanda-provee
cariño por las noches. Conforta. Sofoca. La acaricio. Se hastían mis
manos. Maúlla cuando dejo de hacerlo. Vuelan pelusas blancas.
Detonaciones. No se inmuta, como antes que en alerta agrandaba los ojos
y se le tornaban más bellos. Inmensos. Verdes lunas llenas. Los vecinos
ya tienen armas. Más o menos las saben usar. Aprenden solos. Igual de
fácil que comprarlas. La estrategia: disparar al aire si escuchan ruidos o
pasa algún desconocido por la calle. Paloma se estira totalmente. Gira.
Bosteza y da un maullido. Queda patas arriba. Es larga y esbelta. Tiene
una especie de moño gris tigrillo sobre la frente. La cola del color del
moño. Me divierte. Vigilan en las azoteas cuando su inexperto olfato los
despierta. Un moño de pelusas. ¡Un regalo! Aprovechan para matar gatos
machos, incluyendo los nuestros. Usualmente los envenenan. Agonizan
varias horas. Se retuercen entre sangre y espuma. No hay cura. Chirridos.
Otra vez los pájaros nocturnos. Luego ruegan protección en las iglesias.
¡Carroñeros! Toca fondo esta gente, este pueblo, este país. Tocamos
fondo…
El ritual inicia. Leo. Paloma se levanta de la cama y se echa sobre mi
pecho. Empuja con su rostro y sin cansancio mis manos. Me fuerza a
dejar el libro. Su cara frente a la mía. Respiro su respiración. Tibia, suave.
Pequeña. Me observa sin parpadear. Estira las patas delanteras hacia mis
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— Relatos de mujeres nuevas —
mejillas. Lo hace con gracia. Me toca con las esponjas de sus dedos. Saca
las afiladas uñas de una pata. Las estira y las encoge. Nos sentimos. Me
roza. Arde un poco. Me mira sin inmutarse. Tampoco yo. Sigo estática,
observándola. Ojos dilatados. Romboicos. La veo con curiosidad.
Tierna. Perfecta. Me pregunto si sería capaz de clavarme esas uñas. Nariz
rosa. Llego a creer que me mira como a sus presas: fija. Atenta. Alerta.
Labios rosa con manchita negra. En guardia para atacar. Orejas rosa. Me
equivoco. Mis ojos permanecen otra noche intactos. Me ve clara. Total.
Armoniosa. Respiro hondo. Respira mi aire.
Amanece. Cesan los maullidos. Canta un gallo desafinado. Repaso
quiénes de mi familia están en sus camas. Duermen. Respiro profundo otra
vez. Le hablo con afecto; la tomo. La pongo a un costado. No le gusta. La
ternura desaparece. Luis Felipe, nuestro hermano, debió haber estado en
su cama. Allá. Donde el sol no se inmuta. Soy su cerro. Lugar equivocado.
Un vaivén. Momento equivocado. Un colchón que sube y baja. Nadie
sabe. Intenta incorporarse. ¡Nadie dirá quién fue! La atajo. ¡Impunes! El
tejado ruge y rechina. ¡Asesinos impunes! Se altera. ¡Enfermos! Se libra
y eleva de un brinco. En el reino de la muerte. Estática, gira un poco
las orejas. El sueño libra de la muerte, a veces. Reconoce los maullidos.
Actuar, decidir, asumir, alejan la muerte. Parpadea. Eso afirma la teoría.
Se echa de nuevo sobre mi pecho. Flexiona las patas bajo el torso. Podría
seguir presionando hasta el fondo el acelerador. Tomo el libro. Es así
como temíamos que sucediera… quizá en alguna carretera de la costa
sur. Lo pongo frente a su rostro. Libre. Los libros succionan la sangre.
La filtran. La ocultan. La disimulan. Talvez lleguen a borrarla. A volverla
tierra. Algún día. Hermosa. La veo de reojo. Acepta el libro contra su
frente. Podría estar sembrando árboles o arrancando estrellas. Ronronea.
Amando. Cierra los ojos. Trabajando sin cesar como solía hacerlo. Blanca
como espuma de mar. Nada es casual, dicen. Duerme. Entregado con
pasión a cualquier conversación, a cualquier fin. Como nube. No debió
suceder. ¡No debería suceder a nadie! La nariz pegada a mi pecho. Como
nieve. No se asfixia. Yo me asfixio. Aplasto, con la lectura, miles de bichos
que carcomen. Bella. Disparos. ¡Parásitos! Pelusas que se elevan. Balazos.
Patas con uñas filosas. Algodón.
Hay que continuar zurciendo alas. Tejiendo lenguas a las piedras
para que hablen. Injertando sonidos y palabras. Sin cesar, sin parar,
sin desmayar. Ya Paloma. Descansá. Como lo hacen las ninfas en los
estanques. Detonaciones.
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DOÑA CECI
Mirna Lilian Ramírez Pérez
Soledad regresaba nuevamente del trabajo. Era una tarde de invierno,
pero los acelerados cambios climáticos que el planeta estaba viviendo,
habían cambiado la lluvia; ya no llovía como antes, las tardes eran en
extremo calurosas. La lluvia ya no podía aminorar ese calentamiento que
se expandía día con día y que según había escuchado en los telenoticieros,
sería cada vez peor, ya que quienes habitaban el planeta habían perdido la
conexión con la naturaleza.
En el recuerdo de Soledad, estaban grabados los días en que disfrutaba
de las tardes de invierno, cuando salía después del chaparrón a jugar en
los charcos, en los ríos de agua que bajaban por las calles de su barrio,
buscando la hondura de los barrancos. Cuánto añoraba sentir ese friito
de antaño, que la hacía ponerse su suéter de lana angora para salir a la
calle mojada. Recordaba los juegos y las amigas de entonces: el matado, el
electrizado, la agarradera, el arrancacebolla, el escondite...
Al entrar al callejón donde vivía, vio a doña Ceci, quien con sus
muchos años de existencia era el apoyo de las vecinas que acudían
a contarle sus “penas” de toda índole. Doña Ceci las escuchaba, las
aconsejaba, las animaba con sus saberes. Soledad también había acudido
a doña Ceci, unas veces para recibir apoyo y otras para escucharle contar
episodios de su vida, pues la consideraba una mujer admirable.
Esa tarde, al verla, como parte de la estampa maravillosa que ofrecía
la puesta del sol, con un cielo cargado de nubes formadas después del
aguacero, se detuvo a saludarla. Le comentó que estaba molesta con los
requerimientos de la escuela donde estudiaban sus hijas, pues las maestras
le habían enviado nombre y dirección de la costurera que confeccionaría
los trajes que las alumnas debían lucir en el desfile de “la independencia
patria”.
Soledad no podía cubrir esos gastos, lo que ganaba apenas le alcanzaba
para la sobrevivencia. Era una mujer “jefa de hogar”, pues habiendo
perdido el contacto con el progenitor de sus pequeñas hacía años, debía
matarse trabajando para mantener la vida, ¡qué paradoja!
Le molestaba el dichoso concepto de independencia, sabía que era
una historia inventada por el sistema para premiar a quienes habían
venido a despojar de sus tierras a sus dueños originarios. Puras fantasías
para inculcar el espíritu cívico en la niñez, para seguir manteniendo, con
manifestaciones de exaltación militarista, la falsa idea de que así se hacía
patria.
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— Relatos de mujeres nuevas —
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MARIANA
Ruth del Valle Cóbar
Un día Mariana se quedó muda. Estaba cansada de quejarse de todo
y que no le hicieran caso. Que si no la dejaban ir a una fiesta, que si tenía
que estar temprano en la casa, que no la dejaban tener novio, que no
podía estudiar lo que quería.
Con todo y eso, volvió a hablar un día cuando llegó al pueblo un
grupo de revoltosos que hablaban a gritos en el parque. Hablaban de los
derechos humanos, que todas las personas tenían derechos, que nadie se
los podía quitar. Y que si alguien se los quitaba, lo podían denunciar para
que se hiciera justicia. Ella no denunció a nadie, pero se unió al grupo
y se fue con ellos a recorrer el país. Le pareció mejor así. Hablaba ella
también sobre los derechos.
Era guapa Mariana. No era bella, pero llamaba la atención, sobre todo
con su forma de ser. Era inteligente, alegre, tenía buena conversación y
uno de los líderes del grupo muy pronto le echó el ojo. Así las cosas,
pronto se hizo la “compañera” de Aníbal. Todos supieron de su “relación”,
porque eso era necesario para que “se la respetaran”. Si no, cualquiera se
la iba a cantinear “como si no tuviera hombre”.
A ella esa idea de ser “propiedad” de alguien no le gustaba. No le había
gustado que su papá se sintiera su dueño, menos uno que ni su pariente
era. Pero le convenía que él la tratara así, para protegerse de aquellos
que también la buscaban, diciéndole que las mujeres debían apoyar a los
compañeros, ser solidarias con sus necesidades... Ella pensaba: ¿y mis
necesidades? ¿Y las necesidades de las mujeres? ¿Y lo que las mujeres
queremos?
El tiempo fue pasando y Mariana comenzó a trabajar con grupos
de mujeres en el campamento guerrillero, en las aldeas que les
colaboraban, con las organizaciones sociales que los apoyaban. Le fue
hablando a estas mujeres sobre su experiencia, sus dudas, las preguntas
que se hacía (preguntas tontas, le decía el compañero Aníbal, no eran
preguntas estructurales ni políticas) y que no lograba explicar por qué
los compañeros decían que “los temas de las mujeres” se iban a resolver
cuando triunfara la revolución. Ella apenas comenzaba a conocer esta
vida, esta filosofía, además era muy joven y estaba impresionada por los
“compañeros”. De todos modos, esta respuesta no le satisfacía, pero no
encontraba otra.
Ella decía que la revolución comienza en casa, en la pareja, en la
familia, en el entorno. Que ahí debemos cambiar inicialmente nuestras
actitudes. Ser democráticos y solidarios, escuchar a nuestros hijos, no
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— Relatos de mujeres nuevas —
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— Guisela López / Coordinadora —
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— Relatos de mujeres nuevas —
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REINVENCIÓN
Fatimah Said
“Un día histórico”
Hojarascas verde olivo se mueven armoniosamente al son del viento,
invitan la mente a volar. Los rayos de sol se incrustan en su piel, la tornan
rojiza. A pesar de esto, ella no siente… ni frío ni calor. El ambiente es
templado, ambivalente.
Despertó con los árboles, con las aves, con el viento. Sus ojos se
encontraron con la mirada tierna de su perro, juguetón y expectante
ante el nuevo día. La hamaca la arrulló como a una recién nacida. Sintió
emerger de la tierra, descansar con lo originario la hizo volver a la vida.
De pronto, un grito irrumpió en su escena: “¡Violeta!, ¿te quedaste ahí
toda la noche?”, su madre se acercó, percatándose que ella permanecía
con la ropa del día anterior. “¿No tienes hambre, frío? Entremos, vamos
a comer algo”. Violeta no entendía el desconcierto y preocupación de su
madre, seguía embelesada con esa nueva realidad que se abría ante ella.
Sensación de incertidumbre inmersa en el aire. En las cosas. En todo.
Ella no esperaba nada más que la vida. Y ésta resultó mucho más de lo
que esperaba.
Al entrar a la casa, sintió olores exquisitos que terminaron de
despabilarla. ¡Pan hecho en casa!, pensó. Había mantequilla, frijoles,
queso… qué más podía pedir. Comió con tanta gana que las personas a su
alrededor parecían desvanecerse a ratos. Aunque estaban ahí, mirándola
de pies a cabeza, como si se encontrara en el banquillo de las acusadas.
Al menos Alfonsina, su hermana, le brindaba una sonrisa, como gesto de
complicidad y admiración ante su osadía de ser, sin más.
Terminó de comer y se encaminó a su habitación. Decidida a
bañarse y cambiar su atuendo. Dejó caer su ropa del día anterior; era
otro día y tenía que vestirse para la ocasión. Se hizo un chongo en el
pelo y sus rasgos sobresalieron a plenitud. ¿Qué colores me irán hoy?,
pensó. Hoy me va negro y blanco. Se vistió así. Mientras se arreglaba,
convivió con la música, sus sonidos alegraron su mente, confabulándose
con los movimientos expresados por su cuerpo. No era sólo baile, era la
sensación de compartir mensajes en ritmos diversos.
Llueve.
Las plantas, los animales, el cielo, el mar, dejan ver su majestuosidad.
Recubren los rincones, se esparcen entre la materialidad. Las gotas
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— Relatos de mujeres nuevas —
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— Guisela López / Coordinadora —
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MI RADIO DE ACCIÓN NO TIENE LÍMITES
Dedicado a la joven de San José Poaquil que fue apresada injustamente por
la policía y cuyo corazón fue tan atemorizado que cayó enfermo. Este cuento
es un homenaje a su valentía y a la de decenas de mujeres conscientes, como
Ofelia, Ortensia, Margarita, Petronila, Martina, Cecilia, María, Goretti,
Migdalia y muchas otras guerreras de la luz...
Amalia Jiménez Galán
Auwjo k’roshob’el’ yol in’ti q’wapla’. Cuando me empujaron dentro de
esta celda, primero sentí vergüenza, miedo y rabia. Vergüenza, porque
nunca pensé que mi vida iba a parar así. Miedo, porque siempre había
escuchado historias terroríficas de la violencia en las cárceles. Y rabia,
por la injusticia. Porque no era justo venir a dar con los huesos en la
cárcel, sólo por haberme atrevido a hablar. Pasadas unas horas, cuando
el cansancio venció el llanto y el temblor que me agitaban, recordé la
historia de la Tatuana que me había contado mi abuela.
La Tatuana fue una mujer de grandes poderes que fue apresada. La
inquisición la metió en la cárcel acusada de bruja, pero su capacidad era
tal, que con un pedazo de carbón pintó un barco en la pared y se fue.
Nunca más nadie supo de ella, pero desde entonces su nombre es leyenda
en mi país, Guatemala. Igual que la Tatuana, yo, aquí, en este frío, feo y
oscuro rincón, tomo un lápiz y un papel para escribir. Estoy escribiendo
mi historia, a ver si así también se va, y yo con ella, y nunca más se repitan
estas situaciones de mujeres encarceladas injustamente.
Yo nací en un pueblo de San Marcos, a medio camino entre la
costa y la montaña. Mi padre venía siempre cansado de trabajar. Con
rostro enojado, nos mandaba a todas a callar, o a dormir, para que
no “molestáramos”. Éramos cuatro hermanas y mi madre. Mi padre
siempre se quejó de no haber tenido un hijo que le ayudara a cultivar
la tierra. Nada de lo que nosotras hacíamos le parecía bien. Se enojaba
y nos golpeaba sin motivo. Sólo porque sí. Eso sí, trabajaba mucho para
mantenernos, pero yo no sé por qué él no podía hablar. Se mantenía
rígido, duro, enojado. No recuerdo una ocasión donde lo viera dialogar
más de treinta minutos con nadie.
La casa donde me crié era tan silenciosa que se podía percibir el sonido
de nuestra ropa moviéndose, o los pasos del gato y los pollitos, o el viento
en los árboles. Sólo por las mañanas, cuando nuestro padre había salido,
nos atrevíamos a armar bulla. Ahí eran nuestras largas conversaciones.
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— Relatos de mujeres nuevas —
Talvez sea por eso que valoro mucho a mis pocas amigas, por la
oportunidad de conversar y compartir. Mi amiga Rosana… ella sí que
tenía una vida animada y normal. Su padre había impulsado la creación
de una radio comunitaria, a la que daba vida con otros compañeros y
compañeras de organizaciones y cooperativas de la aldea y de San
Marcos. Mi amiga Rosana tenía un programa de radio para la niñez y la
juventud, que yo siempre escuchaba, porque era a media mañana y mi
padre todavía estaba en el campo.
Un día, Rosana me invitó a su programa. Y ese día, mi vida cambió.
Cambió, porque pasé el día más feliz que podía imaginar; porque las
caritas de las más pequeñas y pequeños cantando canciones y jugando a
través de la radio me llegaron al fondo del alma; porque fue una sensación
inolvidable cuando Rosana me presentó a la audiencia y me invitó a
hablar. Me preguntó cómo me llamaba. Yo me quedé callada como dos o
tres minutos, no lograba que saliera ningún sonido de mi garganta. Pero
cuando Rosana me volvió a preguntar y las niñas y niños comenzaron
a reírse, yo logré pronunciar mi nombre. Y después, ya no pude dejar
de hablar. Rosana me invitó a que compartiera con la audiencia las
canciones y los cuentos que mi mamá nos contaba de pequeñas. No sé
cómo sucedió, pero hubo un momento en el que dejé de preocuparme
por lo que decía y cómo lo decía… Conté los cuentos en mi idioma
mam y después entraron varias llamadas de teléfono de radioyentes, que
querían hablar conmigo y fue una experiencia tan hermosa e inolvidable.
Me costó dormirme esa noche, por la emoción.
Así fue cómo me convertí en colaboradora del programa “Juventud
sana y feliz”. Gracias a este programa yo me fui sintiendo cada vez más
feliz. Sólo me preocupaba cómo decírselo a mi padre, pero un día él me
enfrentó:
Me han dicho que estás hablando por la radio, Tita, sus palabras
sonaron roncas, duras y cortantes. Habló mordiendo las palabras
tanto, que casi no podían salir de la espesura de su bigote.
Sí, así es, padre. Pensaba contárselo, pero…
Pues… parece que lo haces muy bien, Tita, me interrumpió, me
ha dicho Olegario que a sus patojos les encanta ese programa y
que es de lo mejor que hay en la radio. No sabía yo que vos eras
tan inteligente. Pero oíme bien, Tita. Que no me entere yo que
andas hablando de más, ni metiéndote en problemas, ¿eh? Que
bastantes problemas tenemos ya en casa.
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— Guisela López / Coordinadora —
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— Relatos de mujeres nuevas —
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AUTORAS
Samara Pellecer
Estudié Letras en la Universidad de San Carlos
de Guatemala. He publicado textos en la revista
Íncubos, en el Blog Te Prometo Anarquía y en el
libro Mujeres Discurso y Ciudadanía, aportes de
las mujeres desde la literatura. Escribo relatos,
poesía y cuentos. Desde 2009 he participado en el
Seminario de Literatura Feminista y Ciudadanía,
el cual me ha dado una nueva perspectiva de la
literatura.
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— Relatos de mujeres nuevas —
Neulina Morales
Mi vida inició el 28 de febrero de 1972, un lunes
de luna llena, según me contó mi madre. Me
gradué de Comunicadora Social, y luego estudié
una maestría en Ciencias Sociales en FLACSO. El
2000 fue un año que marcó mi vida, me gradué,
me casé y fui madre. Pero lo que la revolucionó,
por completo, fue mi encuentro con el feminismo.
Actualmente, trabajo en la Universidad Rafael
Landívar, que es mi segunda casa. Además,
comparto la maravillosa experiencia de la
literatura feminista con almas hermosas que me han enseñado a tener “Una
habitación propia”.
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— Guisela López / Coordinadora —
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— Relatos de mujeres nuevas —
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— Guisela López / Coordinadora —
Fatimah Said
Vine al mundo un lunes de octubre de 1983,
de sorpresa por decirlo de algún modo, ya
que me adelanté a lo previsto. Hija de madre
guatemalteca y padre libanés, crecí como hija
única durante tres años, hasta que nació mi
hermana, con la que comparto experiencias
desde entonces. Exploro la literatura feminista,
que me ha hecho crecer tanto intelectual como
personalmente, al descubrir un potencial
que no creía tener y al desinhibirme en lo
que quiero transmitir. Aquí estoy entonces,
en un aprender y desaprender constante, lo
que enriquece mi vida y amplía mi forma de
pensar permanentemente.
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Relatos de mujeres nuevas
Guisela López