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Relatos de mujeres nuevas

Guisela López

Seminario de Literatura Feminista y Ciudadanía


SEMINARIO DE LITERATURA FEMINISTA Y CIUDADANÍA

CÁTEDRA ALAÍDE FOPPA

RELATOS DE
MUJERES NUEVAS
Guisela López
COORDINADORA

Guatemala 2011

Asociación Centro de Estudios de Género, CEG; Instituto


Universitario de la Mujer Universidad San Carlos de Guatemala,
IUMUSAC; Instituto de Estudios de la Literatura Nacional, INESLIN;
Facultad de Humanidades Universidad de San Carlos de Guatemala
Cátedra Alaíde Foppa
Seminario de Literatura Feminista y Ciudadanía
Colectiva de Mujeres en las Artes
Instituto Universitario de la Mujer Universidad de San Carlos de Guatemala,
IUMUSAC; Instituto de Estudios de la Literatura Nacional, INESLIN Facultad
de Humanidades Universidad de San Carlos de Guatemala
Asociación Centro de Estudios de Género

Relatos de mujeres nuevas


I Edición Guatemala 2011

Coordinadora: Guisela López

Edición: Guisela López, Ruth del Valle, Carla De León y Amalia Jiménez Galán
Integrantes del Seminario de Literatura Feminista y Ciudadanía

Autoras Incluidas
Amalia Jiménez Galán
Ana Pastor
Carla Yadira De León Alvarado
Carol Jacqueline Vivar López
Fatimah Said
Irina Barreno
María Antonieta García Ocaña
María Isabel Grijalva de León
Mirna Ramírez
Neulina Morales
Patricia Galicia
Ruth del Valle Cóbar
Samara Pellecer
Vilma Ovalle

© Guisela López
Seminario de Literatura Feminista y Ciudadanía
Cátedra Alaíde Foppa

Diseño: Ediciones LUNARIA

Ilustración en Portada: Guiselle Carolina Alvarado López

Diagramación e impresión:
CHOLSAMAJ

Se permite la reproducción parcial de esta publicación con el compromiso de


citar la fuente.
Esta publicación se realiza con el apoyo de la COMISIÓN PRESIDENCIAL
COORDINADORA DE LA POLÍTICA DEL EJECUTIVO EN MATERIA DE
DERECHOS HUMANOS -COPREDEH-
RELATOS DE MUJERES
NUEVAS

Guisela López
COORDINADORA
ÍNDICE

Presentación - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 9
Prólogo - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 11
Ser - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 17
Yo - Mi Nombre: Una - - - - - - - - - - - - - - - - 19
Úrsula - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 21
El Caracol - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 25
Puerta Abierta - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 27
Retorno - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 29
El Cumpleaños de Coralia - - - - - - - - - - - - - 31
Sorpresa… ¡Yo Decido! - - - - - - - - - - - - - - - 35
María la Rebelde - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 39
El Semáforo - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 43
La Nueva Siembra - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 45
La Casa de Sonia - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 47
Romboicos y Verdes - - - - - - - - - - - - - - - - - 51
Doña Ceci - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 53
Mariana- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 55
Reinvención - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 59
Mi Radio de Acción no Tiene Límites - - - - - - 63
Autoras - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 67
PRESENTACIÓN
Guisela López

Las mujeres tenemos derechos. Largos han sido los recorridos y las
luchas de las mujeres por el reconocimiento de una condición ciudadana
con sus consecuentes derechos.
Pero a partir de una organización social desigual que históricamente
ha colocado a las mujeres en una condición de subordinación, exclusión y
opresión, estos derechos nos han sido negados, arrebatados, vulnerados.
Es así como a pesar de que ha sido un esfuerzo de siglos la construcción
de marcos legales en el ámbito nacional e internacional, cotidianamente
nos vemos enfrentadas a emprender nuevas acciones para velar por
su cumplimiento. Una de estas acciones ha dado origen a la presente
publicación que tiene como cometido la promoción de los derechos
humanos de las mujeres desde la escritura.
Este libro presenta una serie de relatos que plasman reflexiones de las
mujeres en torno a la situación de sus derechos humanos en Guatemala.
Sus voces reflejan las percepciones y vivencias de mujeres diversas, en
edades, escolaridad, profesiones, pertenencias étnicas, nacionalidades,
que se encuentran convocadas por el deseo de articular nuevos
imaginarios sociales, sustentados a partir de principios de equidad y
justicia.
Mujeres que a través de la escritura comparten una visión crítica de
la sociedad y no escatiman palabras en el ejercicio de esbozar nuevas
propuestas, sobre cómo queremos vivir la vida, las mujeres del siglo XXI.
El reconocimiento de nuestros derechos forma parte de estas
propuestas, que plasmadas a través de variadas historias y personajes, de
su transitar por disímiles contextos: el campo, el tránsito vespertino, los
barrios marginales, la montaña, el mar… enlazan la vida de las mujeres
a la historia y a la geografía de nuestro país, así como a los esfuerzos
continuos por lograr a lo largo del tiempo hacer de este mundo un
espacio más amable para las mujeres y las niñas.
Estos relatos reflejan la manera en que cotidianamente hacemos
ciudadanía, reivindicándonos como seres humanas desde el ejercicio
de nuestros derechos como mujeres: A ser, a tener un nombre, una
identidad, a recibir buen trato en el hogar, el derecho a la educación, a la
ciudadanía, a emitir libremente nuestra opinión. El derecho a disfrutar
de nuestro entorno y de nuestro cuerpo, a decidir cuándo y con quien
compartir nuestra sexualidad. El derecho a decidir si queremos o no ser

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— Relatos de mujeres nuevas —

madres. El derecho a formar parte de una organización y a vivir una vida


libre de violencia, el derecho a hacer ciencia, al descanso y a la recreación.
Muchas de estas historias conjugan la realidad y la ficción, las
experiencias de ser mujeres en un mundo marcado por la discriminación
y la violencia. Recupera también las voces de otras mujeres que aún
cuando desconocen las letras, ya han aprendido a reconocerse ciudadanas
del mundo.
Esperamos que otras mujeres se encuentren en estos relatos, que
nuestras historias pongan voz a sus sentires, que nuestras palabras las
animen a escribir nuevas historias, pero sobre todo, esperamos que a
través de estos textos se motiven también a nombrar sus derechos y a
luchar por ellos, que se asuman también ellas “mujeres nuevas”, capaces
de soñar y de decidir, de denunciar y demandar, de nombrar su realidad
y sus deseos.

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PRÓLOGO
Relatos de mujeres nuevas: de mujeres del siglo XXI en la
construcción de la ciudadanía

Consuelo Meza Márquez


Aguascalientes, México

La escritura de mujeres recupera las experiencias de las mujeres


en la vida cotidiana y los procesos a través de los cuales desafían la
construcción identitaria tradicional de las mujeres, al margen de la
construcción histórico cultural de las sociedades y de la ciudadanía.
En este sentido, recupera y nombra esas sensaciones de malestar
producto de ser valorada por la entrega que hace de su persona y el
sacrificio de su libertad. De esta manera se establece esa relación de
complicidad entre las escritoras y las lectoras, potencializando un proceso
de autorreflexión y tomando conciencia de que a pesar que “la mujer
nace libre y permanece igual al hombre en derechos” (artículo primero
de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana) en las
sociedades patriarcales las mujeres se encuentran regidas por relaciones
de servidumbre premodernas. Los movimientos sociales que aluden a
los derechos humanos y las libertades de los ciudadanos les son ajenos.
La Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana es
escrita por Olympe de Gouges, en 1791, parafraseando a la Declaración
de Derechos del Hombre y del Ciudadano, del 26 de agosto de 1789,
texto fundamental de la revolución francesa. Olympe consideraba que la
revolución olvidaba a las mujeres en su proyecto de libertad, igualdad y
fraternidad, reclamaba un trato igualitario hacia las mujeres en todos los
ámbitos de la vida. En su Declaración, expresa los derechos a la libertad,
la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión; el derecho a
expresar sus pensamientos y opiniones, al voto, a la propiedad privada,
a la educación, a participar en el ejército y a ejercer cargos públicos.
Esta Declaración es un documento histórico que propone la igualdad de
derechos y la equiparación jurídica y legal de las mujeres en relación a
los hombres.
Los movimientos de las mujeres representan ese afán de construirse
como mujeres en el ejercicio pleno de esos derechos inherentes a todos
los seres humanos. Desde diferentes ámbitos buscan reubicarse de los
márgenes al centro de ese discurso de la ciudadanía que la ha dejado
fuera al definirla como regida por el instinto y mantenerla sujeta en el
espacio reproductivo. Para ello es fundamental el pensarse como sujetas
de deseos, vocaciones y aspiraciones, y apropiarse de la palabra para

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— Relatos de mujeres nuevas —

decirse a sí misma y al mundo que la rodea. Es así que en pleno ejercicio


de la razón y el libre albedrío propone nuevas maneras de construirse
como sociedades en los que el sexo, la etnia, la religión, el color de la
piel, o cualquier otra condición, no representen justificación para la
discriminación.
Mujeres con voz propia compilado por Guisela López como un
producto del Seminario de Literatura Feminista y Ciudadanía que
coordina, es un libro que reúne textos escritos por autoras feministas que
proponen nuevas maneras de ejercer sus derechos en la vida cotidiana.
Probablemente no representan las grandes hazañas, pero sí las batallas
personales de las mujeres que al haber sido privadas históricamente
del aprendizaje de la democracia y ciudadanía, deben reinventarse con
inquietud, curiosidad y gozo. El texto propone personajas que han
dejado atrás la victimización, mujeres que construyen día a día una nueva
propuesta de ser mujer, que se apropia de su cuerpo, de su deseo erótico
y protagónico y de su destino, en el pleno ejercicio de sus derechos como
humana.
“Yo-Mi Nombre: Una”, de Samara Pellecer, recupera ese placer de
pensarse en un nombre que subvierte los símbolos religiosos para
brindarle todo el potencial nutricio, el colorido y la sensualidad en el
encuentro con la armonía de un mundo que no se rige por dicotomías
opuestas. Un segundo cuento de Samara, “Romboicos y Verdes” expresa
el derecho a la seguridad y a la vida, realizando una analogía con ese
desprecio a la vida de los animales.
El cuento “Úrsula”, de Irina Barreno (1965), es una lección acerca de la
sexualidad para las adolescentes y las jóvenes. Recupera el derecho de las
adolescentes a ser amadas y protegidas por las adultas. Úrsula le brinda
su hogar a la muchachita huérfana y los conocimientos y responsabilidad
sobre su cuerpo. Le enseña que el ejercicio responsable de la sexualidad
se da cuando es una mujer la que así lo decide y no bajo la presión de los
hombres.
“El caracol”, de Neulina Morales (1972), recupera el derecho de las
mujeres a la educación como una manera de apropiarse de la palabra
y los símbolos que representa para sí y su madre que es analfabeta. La
personaja se gradúa de maestra de primaria y lleva la palabra a otras
de la misma manera que su madre, alimenta a sus hijos con las tortillas
que prepara mientras su pequeña hija la acompaña: “Poco a poco me di
cuenta que podía deshacer las palabras y volverlas a hacer tal como hacía
mis tortillas, me empezaron a gustar las letras”. El nombre del cuento se
refiere a las huellas digitales de la madre, a la ausencia del caracolito por
tanto tocar el comal caliente.

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— Guisela López / Coordinadora —

“Puerta abierta”, de Carol Jacqueline Vivar López (1982), recupera el


derecho a romper con el pasado y a elegir el propio destino: “Sabía que
ése ya no era su lugar, ya era tiempo de vivir otras historias”.
“Retorno”, de María Isabel Grijalva de León (1947), señala “el milagro
que significó la llegada de un instituto de educación básica al pueblo”, lo
que permitió el establecimiento de relaciones amistosas y amorosas de
las adolescentes con jóvenes que llegaron de todo el Departamento. La
educación brindó asimismo la posibilidad personal de elección. En este
cuento, la personaja “con pie firme, emprende el retorno al pueblo”. “La
nueva siembra” de la misma autora es un cuento que muestra la resistencia
a la opresión. Isabel tenía 36 años cuando se une al movimiento campesino
y lucha por la propiedad de la tierra, enfrentándose a la represión del
gobierno. Era madre de dos pequeñas hijas. En el presente, azadón en
mano recuerda aquellos días y continúa abriendo el surco. “Está decidido:
en su tierra, sembrará semillas de ilusiones y espera cosechar frutos de
alegría, ¿por qué no? Si aún en los tiempos más difíciles la ha animado
la esperanza”.
“El cumpleaños de Coralia”, de Carla De León, es un cuento en el
que una mujer divorciada elige permanecer sola con sus tres hijas. El
divorcio le brinda la libertad para trabajar y sacar adelante a sus tres hijas,
estudiar e integrarse a coros, teatro y zarzuela. También tuvo aventuras
amorosas que no comprometieran la libertad ganada. El título recuerda
un día de cumpleaños en el que, sin planearlo, se encuentran los tres
novios que Coralia tenía. “La casa de Sonia” es otro cuento de Carla en el
que muestra el derecho a soñar y de ver cumplidos los sueños. La madre
de Sonia murió, siendo ella muy pequeña, la niña vivió en condiciones de
servidumbre con el tío y a los doce años, se escapó porque el tío la iba a
entregar a un hombre a cambio de una cuerda de terreno. Sonia trabajó
como “muchacha” en varias casas hasta que se encontró con Doña Estela,
quien le dio un trato y salario justos y la impulsó a que estudiara. Sonia
obtuvo su título de contadora y ahorró para pagar el enganche de una
casa, el resto se pagaría con un crédito bancario. Tenía 29 años y el Día
de la Ciudadanía de las Mujeres se mudó a su casa. En su hogar tenía
una sensación extraña que la sofocaba y no podía explicar. Una “noche
tuvo un sueño revelador. Vio a su madre diciéndole que le haría una
casita fuera de la comunidad para que tuviera un mejor futuro. Despertó
intrigada y tomó conciencia de que su madre tenía justamente su edad
cuando murió, dejando sin cumplir su anhelo”. “Sonia lloró la tristeza de
separarse de su madre como no pudo llorar en aquel momento, y poco
a poco se fue el dolor”. Cumpliendo su sueño, realizó también el de su
madre.

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— Relatos de mujeres nuevas —

“Sorpresa… ¡yo decido!”, de Patricia Galicia (1973), ilustra el


derecho a decidir sobre el propio cuerpo y muestra la importancia de
los talleres de crecimiento personal en los que las mujeres comparten sus
experiencias personales. Es en el encuentro con las otras que las mujeres
toman conciencia de su condición de subordinación y marginalidad.
Una de ellas se ausenta durante varios días y sus amigas se preocupan.
Es una mujer que abandonó la escuela porque estaba embarazada, a los
22 años tiene ya tres hijos, trabaja en la parcela y con los animales a un
marido que no la aprecia, había olvidado sus sueños. “Pero algo todavía
revoloteaba en mi corazón. Fue la Thelma quien me prendió la chispa
para venir al grupo con ustedes. Desde ese momento, fue un chispazo
tras otro. Hasta que me dije: ¡Con tanta luz por dentro ya no puedo andar
en tinieblas! Licha, la personaja, acudió a la ciudad para operarse, no
tener más embarazos y poder seguir estudiando.
“María Rebelde”, de Ana Paxtor (1980), es el nombre con el que
llamaban en el pueblo a María, porque se negaba a reproducir los
patrones femeninos y someterse a la autoridad masculina. María, nombre
emblemático, se niega a tener novio, casarse y tener hijos. “Su deseo
era ser respetada como mujer. Una mujer distinta de aquellas que sólo
querían ser madres y cuidar la casa. Distinta de aquellas que atendían
sexualmente al esposo, olvidándose de sus deseos y metas. Ella estaba
convencida que las mujeres podían vivir de otra manera. Y eso era lo que
ella quería descubrir”. María permaneció fiel a sus principios y a pesar de
enamorarse más de una vez, nunca se casó, ni tuvo hijas o hijos. Disfrutó
de la vida, de los amores, de los viajes y de los muchos sobrinos y sobrinas
que la hicieron tía.
“El semáforo”, de Vilma Ovalle (1957), relata un viernes por la tarde
en el que Elvia se dirige a su casa, abrumada por el cansancio después de
una larga semana de afanoso trabajo, tiene “el firme deseo de iniciar el
descanso”. Sin embargo, le esperan las tareas domésticas “propias” de un
ama de casa. Conforme van pasando los semáforos y se va acercando a su
casa, Elvia reflexiona que no podrá descansar al llegar a casa: “¡Necesito
descansar! ¡Tengo derecho a descansar! Genero ingresos por el trabajo
productivo que realizo, atiendo las situaciones afectivas de mi familia y
todavía encima realizo las labores domésticas. Estoy cansada, necesito
descansar”. En el último semáforo, no viró en la esquina de su casa y se
dirigió al lago de Atitlán, dejando un mensaje en la contestadora que no
llegaría en dos días.
“Doña Ceci”, de Mirna Lilian Ramírez Pérez, es el nombre de una
mujer que apoya con sus consejos a las vecinas que acuden a contarle
sus problemas. Soledad es una mujer madre, jefa de hogar, que le relata

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— Guisela López / Coordinadora —

la imposibilidad de satisfacer los requerimientos de la escuela de sus


hijas para el desfile de la independencia, lo que gana apenas les permite
sobrevivir. Doña Ceci le comparte una situación similar, ella también
había tenido que trabajar muy duro para criar sola a sus hijas y un
año, especialmente difícil, en que había enfermado por el agotamiento,
acudió a la escuela y expuso su situación. A partir de ese año sus hijas no
volvieron a desfilar.
“Mariana”, de Ruth del Valle Cóbar (1961), relata la historia de una
mujer que enmudeció porque estaba cansada de expresar sus deseos y
que no le hicieran caso. Recuperó el habla cuando llegó al pueblo un
grupo guerrillero que hablaba de los derechos humanos, se unió al grupo
y ella también habló sobre los derechos. El tiempo fue pasando y Mariana
comenzó a trabajar con grupos de mujeres y en esas reflexiones “no
lograba explicar por qué los compañeros decían que los temas de mujeres
se iban a resolver cuando triunfara la revolución”. Fue acusada de sublevar
a las mujeres, no era así, los compañeros no entendían que “cuando la
conciencia entra en una mujer, no hay poder masculino que lo cambie. Y
las mujeres fueron afianzando sus conciencias y tomando sus decisiones,
con o sin Mariana. Ellas pedían que las respetaran, que tomaran en
cuenta sus opiniones, querían participar en las discusiones”. A sus parejas
comenzaron a demandarles trato equitativo y el compartir las tareas
domésticas. Mariana renunció al grupo antes de volverse a quedar muda,
no entendía por qué decían que hacer conciencia sobre los derechos de
las mujeres era subversivo y atentaba contra la unidad del grupo. Por
qué hablar de derechos de las mujeres era ser “contrarevolucionario”. Ella
sabía que la semilla sembrada florecería para siempre.
“Reinvención”, de Fatimah Said (1983), relata un día de elecciones
en el país y las dificultades de la protagonista para vaciar de contenido
esos símbolos que se tejen alrededor del concepto de democracia y del
derecho al voto como ejercicio de ciudadanía. Se pregunta cómo llenar
de nuevos contenidos esos conceptos, qué hacer cuando las opciones de
partido y sus discursos contravienen sus convicciones. Considera que el
ejercer su derecho ciudadano con propuestas que no la nombran y no la
incluyen, representa la pérdida de sí misma. Elige no ejercer el derecho.
“Y no es la única. Hay más aliadas que se encuentran con ella, en una
búsqueda incansable de alternativas, de otros mundos posibles”.
“Mi radio de acción no tiene límites”, de Amalia Jiménez Galán,
es un cuento que se inspira en un hecho real. Tita es una mujer maya
que es apresada injustamente por expresar sus opiniones en una radio
comunitaria. Su amiga Rossana, productora del programa “Juventud
sana y feliz” la invita a participar, establecieron contacto con radios

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— Relatos de mujeres nuevas —

comunitarias de otros países que producían programas para niñas y


niños; tres años después les solicitaban también sus colaboraciones
y su participación en otros programas como el de la cooperativa de
mujeres tejedoras. Fue así como Tita escuchó por primera vez de los
derechos de las mujeres: “Del derecho que tenemos a escuchar y a ser
escuchadas, a participar y a no ser violentadas”. El derecho a expresarse
en su propia lengua, a compartir información y educación en su idioma.
Por primera vez Tita pensó en estudiar. Tita es llevada presa y ocupa
su tiempo en escribir su historia, así durante el cuento se observa a la
personaja escribiendo su relato. Tita es liberada, su derecho a expresarse
se ve afirmado: “Porque nuestro radio de acción, ni tuvo, ni tiene límites.
Porque cuanto más se intenta cazar un pájaro, más alto vuela”.
A partir de ese recorrido lúdico por el que las escritoras invitan a sus
lectoras a caminar ese bosque narrativo, se puede apreciar que el derecho
más sentido, el que subyace a los demás, es el de la libertad, no es de
extrañar puesto que la primera gran expropiación de las mujeres es la
del poder para decidir sobre su propio cuerpo, su capacidad creativa y su
destino. Libertad de decidir sobre los propios sueños, placeres y fantasías.
Libertad para reinventarse y establecer las propias utopías. Libertad para
llenar de nuevos contenidos al concepto de ciudadanía, de tal manera
que nombre e incluya a las mujeres en un sentido de equidad y de respeto
a sus derechos como humana. Libertad para correr sin ataduras, como
hilos delgados de agua que forman ríos y cascadas hasta llegar alegres al
mar de la vida, como afirma María Antonieta García Ocaña en el poema
“Ser” que a manera de epígrafe da inicio al libro.

- 16 -
SER
Libre.
Sin ataduras.
Río cristalino
que baja las montañas.
Hilos delgados de agua
que se unen
para formar cascadas,
nuevamente río,
recorriendo montañas
hasta llegar alegre
al mar de la vida.
Así me siento.

María Antonieta García Ocaña

- 17 -
YO - MI NOMBRE: UNA
Samara Pellecer
Mi padre eligió mi nombre. He escuchado varias versiones sobre por
qué me llamó Samara. No puedo corroborarlo. Murió hace varios años.
Él gustaba de las artes, en especial de la música y del teatro. Sé
que prefería la música clásica, la ópera, la guitarra y el arpa. Y fue en
un teatro donde vio actuar a Samara de Córdova, nombre artístico de
Amparo Rosatt, actriz y dramaturga guatemalteca. Estudié algo de ella
en la USAC1 y casualmente, en el TAU2, del Paraninfo Universitario, me
encontré con una foto y recordé la versión familiar más sonada del origen
de mi nombre.
Él me dijo una vez, que uno de los días más felices de su vida fue
mi nacimiento. Cuando me supo mujer, y con el agrado de mi madre,
ya tenía nombre. Y sea o no cierta esta historia, me place que lo hayan
elegido, porque conlleva diversos significados.
Encontré artículos en internet que hacen alusión a varias raíces:
griega, hebrea, rusa y árabe. Su origen es remoto y por ello no escapa
de las toponimias religiosas. Significados como: “la sonrisa de dios”
en árabe, “la elegida de los dioses” en griego, “la protegida de dios” del
hebreo Shamar que significa guardar, custodiar. Es también un nombre
gitano, lo escuché en una canción flamenca del Camarón de la Isla:
“Samara, reina de la morería…”. Lázaro, un amigo del trabajo cantaba esa
canción cada vez que me veía, y me obsequió una copia del disco. A mi
padre le hubiera encantado, como a mí.
Es hermoso saber que se bautizó con este nombre a un planeta menor,
el “26922 Samara”, descubierto en 2007. O que es una palabra celta antigua
que significa tranquilidad, y que existe una villa con ese nombre en Agra,
Uttar Pradesh, India. Y otra ciudad de la tribu de Benjamín situada entre
Beth Arabá y Bethel, en cuyos orígenes se llamaba Samaraín, plural de
Samara.
Este nombre significa otras cosas. Me lo hizo saber hace años Carlos
Manuel, primo de mi padre:  fruto con pocas semillas y pericarpio
extendido a manera de alas, como el del olmo y el fresno; frutos del arce.
Árbol frondoso con rocío y verano largo. Imagino mariposas o aves.
Yo, que vivo inmersa en palabras verdes, palpitantes de savia y fluidos
hídricos, de fauna, mar, minerales y naturaleza, me encontré con que
Samara es una ciudad rusa donde confluyen varios ríos, principalmente

1 Universidad de San Carlos de Guatemala


2 Teatro de Arte Universitario

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— Relatos de mujeres nuevas —

el Samara que se convierte en un afluente del Volga. Fue construida como


fortaleza en 1591, en medio de inmensos bosques, y de allí se parte hacia
Siberia y al Asia Menor. El río también cruza Ucrania. Alimenta llanuras
fértiles, a la flora y la fauna, nutre la primavera y se congela en el invierno
extremo. Fue también llamado así un antiguo río de Francia. Lo imagino
transitando bajo puentes de piedra arqueados.
Samara significa montaña y también es una isla pequeña, con arrecifes
de corales, remota, tropical y agrícola, situada en Costa Rica. Fue también
el nombre del compositor de ópera griego, Spiro Samara. Me recuerdo de
niña jugando a cantante de ópera y a mi padre dando rienda suelta a mis
fantasías. Es curioso que los gustos y afectos concatenen con un nombre.
Cuenta mi madre que mi padre celebró los nacimientos de sus hijas e
hijo, como se suele celebrar en Guatemala. Y cuando me inscribió en el
registro civil, anotaron mal mi nombre, notándolo varias horas después,
por lo que se vio obligado a contratar un abogado para que lo corrigiera,
porque Samara era mi nombre, aunque me llamara cariñosamente Negra,
Negrita; raras veces Samara.
Mi nombre me lleva a mi padre, tan amado. A ese ser honesto y
respetuoso, profundo, lleno de vida y de amor. Mi nombre huele a
montaña húmeda y a desierto, sabe a río, tiene el color de las flores y
las hojas, del terracota al púrpura o del verde al tornasol. Su sonido es
murmullo suave, a veces afluente sigiloso, otras, turbulencia; suena a
vida, se fusiona con la tierra. Es exótico, es sensual. Es animal. Suena
también a música árabe, pero más que todo, suena a árbol agitado por
el viento.
Me siento indivisible con mi nombre. No lo cambiaría jamás. Su ruta
es larga, su textura profunda, intensa, su cadencia lenta. Su camino es
sueño, tiene armonía y forma irregular: círculos y senderos abiertos.
Mi segundo nombre me place como las flores: Violeta. Me gustan mis
nombres y apellidos. Soy una y mi alter ego. Somos dos y una. Una mujer
con un nombre en el que confluyen mi padre y mi madre. Samara soy.

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ÚRSULA
Irina Barreno
Llegué a vivir a su casa por cosas del destino, como se acostumbra
decir, pero realmente fue por la muerte de mi madre y la ausencia de mi
padre. Yo tenía doce años. Úrsula, superaba los cuarenta. Antes, la había
visitado varias veces acompañando a mi madre. Tuve una imagen distinta
de Úrsula hasta que la conocí de cerca. Los allegados decían que era casi
intocable, orgullosa, de muy buen gusto, culta y paradójicamente muy
solícita cuando había una necesidad. Nunca negó su apoyo cuando se lo
solicitaban, pero tampoco buscaba meterse en los asuntos de los demás.
Mi madre murió de cirrosis. Nadie creyó que no fuera alcohólica. En
el velorio dejaban ver que admiraban cómo había podido ocultarlo y que
seguramente a eso se debían los abortos involuntarios que había sufrido
durante su matrimonio. Cuando me veían venir, bajaban la voz, pero yo
ya lo había escuchado al igual que a Úrsula defendiéndola con aplomo,
aduciendo que esa enfermedad, al igual que otras como la diabetes,
también les dá a las cónyuges de los bebedores. Para nadie era secreto
que mi padre cometía excesos con el alcohol.
Ya estando instalada en su casa, Úrsula me tomó de la mano, me llevó
al que llamó «tu cuarto». Nuestras conversaciones siempre eran al final de
la cena y antes de ver la telenovela. Cuando yo me excedía en preguntas
(eso lo aprendí después), Úrsula, con autoridad y sin dejar de mostrarme
afecto, simplemente me ponía límites y pasaba a otra cosa. Extrañé mucho
a mi madre; de mi padre no supimos nada durante mucho tiempo, pero
Úrsula, se había vuelto mi sol. Ella realmente me iluminaba en todo y no
parecía ansiosa porque yo la conociera o por desdibujar las versiones que
sobre ella se tenían. Siempre me dio la impresión que Úrsula era feliz con
ella misma.
La casa era grande, con nosotras vivía Dolores, una cocinera, que
apoyaba con los afanes domésticos y también le hacía de costurera.
Dolores me pidió que, cuando pudiera, le dijera a Úrsula que ella la quería
mucho, pues no se atrevía a decírselo directamente. Pero no lo hice sino
tiempo después. Estaba por empezar junio y Úrsula ya tenía listo todo
para su viaje a Nueva York. Recuerdo que el primer año que estuve con
ella le hice un gran berrinche porque se iba. Creo que la destanteé mucho,
pero ella dejó verlo poco. Me dijo que acostumbraba a viajar en diciembre,
pero que esta vez lo haría así para compartir conmigo la época navideña
y que junio yo lo pasaría con mi tía Josefa, la hermana de mi papá. Para
esas vacaciones me compró mi primer teléfono celular. Ofreció llamarme

- 21 -
— Relatos de mujeres nuevas —

una vez por semana mientras estuviera fuera. Pero no lo hizo… ¡Me
llamaba un día sí y otro no!... eso realmente me hizo muy feliz.
Mi tía Josefa era otro rollo, no es que no la haya querido, pero realmente
era testaruda con respecto a sus ideas, creo que le temía a las verdades.
Era una mezcla de tradición llevada por las razones equivocadas y
neurosis producida por la costumbre de practicar las mismas reacciones,
los mismos mitos y prejuicios. Lo que más me molestaba es que siempre
me decía algo negativo sobre Úrsula y trataba de sacarme algún chisme
sobre ella. En uno de esos junios, me comentó que mi papá se había
vuelto a casar y que, por asuntos de trabajo, vivía en México.
Úrsula, eventualmente, jugaba conmigo, creo que eso me hizo sentir
muy cerca de ella y me atreví a preguntarle muchas cosas que quería saber
hacía tiempo, especialmente sobre las relaciones sexuales. En una de esas
conversaciones, me dijo «creo que lo más recomendable, es dejar de ser
virgen, cuando tú lo desees, no cuando te presione el muchacho» agregó
«tampoco debes estar buscando esa situación ni te dejes impresionar por
todas las provocaciones de la publicidad o esos programas de la tele que
hacen creer que el mejor final para todo es el sexo. Aprende a conocerte,
es un largo camino, donde la mejor compañía es una misma».
En la casa, con Úrsula no todo era miel sobre hojuelas. Ella decía que
me había vuelto muy soberbia e indolente (Dolores también se quejaba
de mí), me decía que hasta había olvidado la cortesía, que daba órdenes y
no tenía paciencia para esperar nada. Realmente en aquellos momentos,
lo más que llegué a pensar sobre eso fue que talvez me volví un poquito
desinteresada en la opinión de los demás o en la aprobación de Úrsula.
Una vez la acusé de creerse perfecta y de encerrarse en una burbuja
prefabricada por sus miedos. Estoy segura que me excedí. Vi su rostro
descomponerse y sus ojos, que se llenaron de agua, le brillaron de pura
tristeza. Se me acercó, creí que me abofetearía, aunque nunca me había
golpeado, pero sólo me dijo «pequeña tirana, no mereces que siga
escuchándote».
Fue un invierno violento y una noche, cuando empezó la tormenta,
a la luz de un relámpago, vi caer a Úrsula desde las gradas, primero me
paralicé y luego empecé a gritar, sentía una presión en el pecho… me
sentía asfixiar. Al fin pude decir varias veces ¡No te mueras¡… ¡Úrsula,
te quiero mucho!
Empecé a bajar las gradas, pero no avanzaba, las piernas, los pies
me pesaban… me pesaba todo el cuerpo. La veía cerca pero no la podía
alcanzar. Lloré, grité. El mundo se me vino encima, yo estaba asustadísima.
Sentía apretada la garganta. En medio de todo eso, mi cuerpo se empezó

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— Guisela López / Coordinadora —

a sacudir solo, después de muchos intentos pude soltar la voz y gritar ¡por
favor, no te mueras, te quiero mucho y Dolores también te quiere, pero
no te lo he dicho y aún soy virgen! Todo esto lo dije varias veces.
En cuestión de segundos, vi a Dolores, medio dormida, con los ojos
asustados y las trenzas sueltas, sosteniéndome la espalda. Úrsula me tenía
abrazada y me decía «shiii…shiii, ya pasó. Tuviste una pesadilla»
Me dieron una infusión de lechuga. Úrsula y yo nos quedamos solas
en el comedor. Pronto nos empezamos a mofar del evento, de la retahíla
de confesiones que le había hecho estando dormida. Me contó que
Dolores le había dicho que me había encargado un mensaje, pero que
estaba esperando a que yo se lo dijera. Sentí un gran alivio. Me acerqué,
la abracé y le pedí perdón por las cosas que le había dicho hacía algún
tiempo. Recordé la pesadilla y volví a sentirme asustada, pero me consoló
la risa de Úrsula.
Aproveché el momento para decirle que todos sus consejos me
ayudaban mucho, incluso, reconocer ante mí misma, que todavía no
estaba lista para el sexo y que había comprendido que cuando dejara de
ser virgen, esa condición no limitaría mis decisiones.
Ahora, creo que Úrsula es la persona más maravillosa que he
conocido. Una mujer autónoma, que se ha edificado a sí misma, que
decidió prescindir del matrimonio “y conexos”, como dice ella sonriendo
abiertamente. Y aunque nunca tuvo hijos, para mí ha sido una madre;
una educadora, una amiga… es como una figura de cristal, con muchas
aristas pulidas que da brillo con auténtica transparencia, sin opacar a
nadie, y con ella he aprendido a formar mis propias aristas.

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EL CARACOL
Neulina Morales
Me enamoré del fuego desde el vientre de mi madre, lo sentía
calentando cada parte de mi ser. Fui creciendo a la par del comal,
escuchando ese hermoso clap, clap, clap, clap, clap…
El olor de la masa cociéndose con el calor del fuego, era mi aroma
favorito. Me fascinaba el movimiento de la piedra de moler aplanando,
deshaciendo la masa de maíz. Me maravillaba ver cómo el maíz se
transformaba en tortilla, era algo mágico.
Nada más pude alcanzar las bolitas de masa que estaban en la mesa
de madera contigua al comal, empecé a tortear. Las tortillas que salían de
mis manos eran tan pequeñas como ellas. Te vas a empachar, me decían
cuando me las comía calientes.
Un día me di cuenta que tenía que separarme de mi amado fuego.
Tenía que ir a la escuela. Al principio me resistí, no entendía porque tenía
que perder el tiempo en ese lugar escribiendo y pasando frío, cuando en
la casa podía estar calientita conversando con el fuego, imaginando que
me fundía con él.
Poco a poco me di cuenta que podía deshacer las palabras y volverlas
a hacer tal como hacía mis tortillas, me empezaron a gustar las letras.
Pero mi primer amor siempre fue el fuego.
Me gradué de maestra de primaria, fue un gran logro, mi mamá lloró,
lloró, lloró, no podía creer que su mamita fuera maestra. Ella nunca se
había separado del comal, de la masa, del maíz, no fue a la escuela.
Recuerdo cuando la llevé a sacar su cédula, le pregunté por qué no la
había sacado antes y me dijo: porque no sabía. Ese día, cuando le pidieron
que pusiera sus huellas digitales en el documento, con sorpresa nos dimos
cuenta que no tenia huella digital. Ese caracolito había desaparecido de
tanto tortear, de tanto tocar el comal caliente. El caracolito se había ido
en las tortillas que día a día nos daba de comer. Nos comíamos su ser. Ella
se hizo una con la tortilla.
Al final le pidieron que pusiera las huellas de los dedos del pie.
Ahora que recuerdo el inicio de mi amor y encantamiento por el
fuego, por el maíz, por el comal, me doy cuenta que yo también me
transformé, como mi mamá. Mi identidad se me hizo una con el fuego y
con el maíz. Huelo a masa, huelo a humo de comal, y en mi andar resuena
ese clap, clap, clap, clap… que siempre me acompaña.

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PUERTA ABIERTA
Carol Jacqueline Vivar López

Al cerrar los ojos la princesa se había vuelto polvo.

Muévete, parte, haz algo, no te quedes ahí sentada; ya sé, el día es muy
caluroso, pero sólo es un poco de calor, nada más. Atrévete a cruzar la
puerta, toma la mochila que tienes hecha desde hace más de diez años.
No ves que me estoy volviendo vieja, hasta yo he visitado los techos de las
vecinas, me he ido por las noches a conocer y dialogar con ratas, con otras
gatas y con algunas perras, con las cuales nos hemos hecho muy buenas
amigas, nos sentamos a cantarle a la noche y a la luna. Hola, veme. ¡Ups!
Lo siento, sólo es la maceta que se ha caído, al fin me ves, no me regañes.
Ves la maleta, tómala, levántate…
Toma tu mochila, échatela a la espalda, es una de las cargas más
livianas que has llevado durante todo este tiempo, ¡miau! Al fin nos
vamos. No te detengas, sé que las piernas no quieren reaccionar porque
los miedos las detienen, pero tú eres más que miedos, descubre lo que no
te has permitido descubrir, te has hecho cargo de otras y otros, hasta de
mí, te lo agradezco pero es hora de vivir tu vida, yo sólo te acompañaré si
tu quieres, abre la puerta, atrévete a cruzar el marco de esa puerta, respira
profundo y cruza, solamente cruza. ¡Has cruzado! No voltees. Tu historia
te acompañará, no la olvidarás, sólo date el chance de vivir.
–Ven Antígona, ven hermosa, nos vamos a conocer lo que nos ofrece
la vida–.
La puerta las vio alejarse de lo que había significado aquel lugar en sus
vidas. Se cerró de a poquito, les deseó lo mejor de la vida. Sabía que ése ya
no era su lugar, ya era tiempo de vivir otras historias.

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RETORNO
María Isabel Grijalva de León
María encaminó sus pasos hacia lo alto del lugar, donde alguna vez se
irguió el templo a Minerva. La mirada de sus bellos ojos verdes recorría
la arboleda, de donde emanaba un aire fresco. Su cuerpo muy bien
conservado a sus cincuenta años se movía cadenciosamente al ritmo de
la añoranza.
Se sentó en un borde… el pueblo a sus pies. Los volcanes y el hermoso
lago de Atitlán parecían compartir esa sensación que deja la nostalgia por
el ayer. Pensó en cómo, desde que tenía memoria, el paisaje se había ido
transformando.
El viento soplaba fuertemente, como era costumbre en el mes de
diciembre. Sostuvo con una mano su ondulada cabellera castaño claro,
para que el viento no la alborotara, con la otra arrancó una florecilla
silvestre y suspiró hondamente, ¿qué pasaba? miraba el paisaje y no
lo lograba ver, rebuscaba la respuesta en los techos de teja y de lámina
oxidada, en las retorcidas calles asfaltadas y en las frías terrazas de
concreto… Otro suspiro, cerró sus ojos, dejándose llevar por los
recuerdos…
En el centro del pueblo, se levantaba el parque con muchos árboles y
flores. Flores rojas, lilas, amarillas, blancas. En los jardines crecían flores
en abundancia, bellas flores alucinantes... ¡Eran las amapolas!
A un costado, se levantaba majestuosa la iglesia católica, donde todas
las noches sonaban las campanas, porque las ánimas del purgatorio
andaban sueltas; a las seis de la mañana para darle gracias a dios, por el
nuevo amanecer y a mediodía porque el diablo andaba suelto.
Como enjambre de abejas, la muchedumbre se alborotaba en el
mercado, el regateo era un arte en el cual su abuela y su madre eran
buenas maestras. Observaba la manifestación multicolor, la monumental
torre con su legendario reloj marcando día a día, durante meses y años,
la entrada y salida de escolares, del personal de las oficinas públicas, la
hora de rezar el rosario con todo y letanías, la hora de la doctrina– que le
despertó el deseo de ser monja y santa, al igual que a otras niña–, la hora
de la misa, la hora de comer, dormir… de levantarse y de hacer… el amor.
¡Ay, ay, qué horror!... Abre abruptamente los ojos, tira la florecilla,
se suelta el cabello y con movimientos desesperados, trata de quitar
las hormigas que, perdidas de su ruta, estaban subiendo por sus bellas
piernas, ¡qué picazón! Se sacude, trata de protegerse con la chalina lila,
que coquetamente llevaba asida al cuello.

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— Relatos de mujeres nuevas —

Pasado el incidente, quiso suspender su ejercicio mental, pero


era imposible, las imágenes daban vueltas y vueltas entre las calles
empedradas, las niñas juguetonas que entre risas y más risas, poco a poco
se convertían en adolescentes. Conchita, Audilia, Nieves, Chata, Isabel,
Dora, Carmen, Carolina, Marta y por supuesto ella, María.
Sonríe recordando el milagro que significó la llegada de un instituto
de educación básica al pueblo, cómo empezaron a llegar jóvenes de todo el
departamento, a compartir amistad, juegos, tristezas, alegrías, travesuras,
actividades culturales, competencias deportivas, liderazgos, el cruce de
las miradas, las primeras cartas de amor, mariposeos estomacales, y los
primeros alborotos hormonales…
Abre sus ojos lentamente pensando… que en realidad el paisaje sólo
había cambiado de colores, porque la muchedumbre seguía regateando
en el mercado, las campanas de la iglesia no fallaban y… ella estaba ahí
¡viva! sintiendo aún mariposeos, dejando que el viento la excitara y que
sus hormonas explotaran de arriba abajo…
Con pie firme, emprende el retorno al pueblo.

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EL CUMPLEAÑOS DE CORALIA
Carla De León
Coralia siempre se mostró segura de sí misma, aunque durante su
adolescencia y juventud estaba convencida que era la menos bonita de
todas sus hermanas. Quién sabe si esta idea cambió a lo largo de su vida.
Lo cierto es que se casó como a los veinte y, más de una década después,
se divorció tranquilamente, al tomar conciencia de que esa relación no
le abonaba más que pesares y pobreza. Al poco tiempo continuó con sus
estudios, se hizo de un trabajo estable y con nada más que su salario
construyó su propia casa, aun cuando tenía tres retoños que mantener,
porque dicho sea de paso, lo que el padre de las criaturas aportaba ni era
significativo, ni fue algo con lo que pudiera contar.
Su inquietud la llevó a vivir muchas experiencias que, vistas
retrospectivamente, resultan interesantes aventuras. Se integró a coros,
hizo teatro y zarzuela, hasta llegó a figurar en una obra que se presentó en
el Teatro Abril, que era considerado en aquel tiempo como el segundo más
importante de la ciudad capital. Por el teatro recorrió toda la república de
Guatemala y, en una ocasión, incluso viajó a México, para participar en
una presentación organizada en el marco de los 500 años de Resistencia
de los Pueblos Mayas. Mucho se puede contar de la vida de Coralia, pero
una de sus aventuras resulta particularmente interesante.
Empezaré enfatizando en que a Coralia nunca le costó socializar,
su carácter alegre y su carisma la colocaban, aun sin pretenderlo, en
el centro de atención, por lo que difícilmente pasaba desapercibida en
los colectivos a los que se integraba. En uno de estos grupos despertó
el interés de más de uno de sus compañeros. Y fueron tres quienes se le
“declararon”. Los tres muchachos le propusieron “noviazgo”, a la usanza
de aquellos tiempos, aunque la adolescencia ya les quedaba distante. Lo
particular del hecho es que dos de ellos le propusieron ser novios, pero
sin que nadie supiera.
Cada uno argumentó lo que le vino bien en sus circunstancias: “para
evitar problemas, habladurías, chismes”; “para ver si funciona y vivirlo
más íntimamente”. Coralia sospechó de la seriedad de sus intenciones,
pero como después de haber estado casada no le interesaba nada serio, y
los tres pretendientes eran de su agrado, decidió aceptar la propuesta de
los tres. Para que funcionara, le dijo al tercero que aceptaría la relación
siempre y cuando fuera en secreto. Y así empezó con tres noviazgos a la
vez. Durante varios meses manejó de forma brillante la situación, hasta
que llegó el día de su cumpleaños, y con éste, la necesaria celebración.
Para evitar cualquier posible contingencia, procuró organizar de la mejor

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— Relatos de mujeres nuevas —

manera las actividades con los novios. Con Néstor, el más conservador,
quedó para almorzar en su casa. Él llevaría las chelas y llegaría temprano
para hacer la churrascada. Con René, que se caracterizaba por ser más
cariñoso, quedaron para ir al cine por la noche y luego a cenar. Sólo
con Jorge, no logró acordar nada, como era lo usual en su caso. Sin
embargo, esto no le preocupó a Coralia, pues lo más probable, dados
sus antecedentes, era que Jorge la invitara a almorzar otro día, pues ser
detallista no era una de sus virtudes.
Se llegó el día del cumpleaños y desde temprano la llamó mucha
gente para felicitarla. Los dos novios con quienes ya había quedado
confirmaron lo dicho y las cosas se fueron dando según lo planeado. A
las doce estaba Néstor atizando el fuego para la carne, mientras Coralia
preparaba unos frijoles y sus retoños colaboraban con la ensalada. Todo
iba bien hasta que, a eso de las dos de la tarde, tocaron a la puerta. Era
Jorge con un ramo de flores y la pretensión de invitarla a almorzar. Al
entrar saludó a Néstor. Se miraron con desconfianza como calculando
el terreno, la tensión se sentía en el ambiente, pero ninguno dijo nada.
Dadas las circunstancias, no hubo más que invitarlo a comer. Llegada
la hora del pastel, se disputaron las palabras de felicitación para la
cumpleañera, compitieron por el mejor discurso y ya enfadados los dos,
se despidieron y se fueron cada quien por su lado.
Una vez sola, Coralia se dejó caer en un sillón, con un cansancio que
no sentía hacía mucho. Por un rato se quedó pensativa, como recordando
otros tiempos y viejas experiencias. De pronto tomó conciencia de la
hora, tenía que arreglarse para acudir a su siguiente cita. Faltaba menos
de una hora para encontrarse con René cuando éste se presentó en su
casa con la idea de sorprenderla. Recibiéndolo estaba cuando regresó
Jorge, que antes de saludar reparó en las rosas y el regalo que René le
estaba entregando a Coralia, quien se puso pálida como la Luna. En los
saludos forzados estaban cuando se presentó Néstor, que al ver la escena,
sólo le dijo a Coralia: mejor te llamo más tarde. Y, como entró, salió de
la casa.
No hacían falta palabras para entender aquello. René se dio por
enterado y se disculpó con Coralia por no poder quedarse, indicándole
que mejor dejaban para otro día el festejo. Jorge, casi con espuma en la
boca, salió de la casa antes que René cruzara la puerta, sin mediar más
que una mirada de macho herido, pues era el más orgulloso y machista
de los tres.
En una sola tarde se le descubrieron sus tres secretos a Coralia y,
después de tener toda una agenda de celebraciones, se quedó sin planes
y sin chambelanes. Sin embargo, la embargaba una extraña sensación

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— Guisela López / Coordinadora —

de tranquilidad y, recuperado el aire y el color, intercambiando miradas


cómplices con sus criaturas, se dispuso a ordenar y limpiar la casa al ritmo
de Olga Tañón. En esas estaba cuando tocaron a la puerta. Casi con miedo
de encontrar de nuevo a los indignados novios, abrió sigilosamente. Pero
esta vez eran sus amigas que también querían sorprenderla y, sin más, se
la llevaron a festejar.
Coralia no regresó sino hasta la madrugada. Bien comida, bien
bailada y bien desahogada de sus cuitas, que fueron la comidilla sobre
la cual cada una de sus amigas fue compartiendo sus propias andadas.
Hasta dramatizaron las escenas con cada uno de los novios, a quienes
conocían.
Días después, cada uno de los tres indignados “caballeros”, fue
apareciendo en escena. Ninguno pidió explicaciones a Coralia, pues
sabían a ciencia cierta que no se las daría. Coralia por su parte les trató
como siempre, y éstos creyeron que su actitud significaba que el noviazgo
secreto continuaba. Asumiendo cada uno por su parte ser el elegido,
no hicieron comentario alguno para no herir susceptibilidades de los
derrotados rivales.
Esta experiencia hizo que Coralia reflexionara sobre cómo los
hombres han sido educados para relacionarse y sobre sus ideas de cómo,
según ellos, “deben ser las mujeres”. Coralia siguió saliendo con los
tres, que insistían en “no darse color”, sinónimo en estos casos de “no
compromiso” y, como era lo mismo que ella buscaba, no se complicó con
reclamos ni reproches, sino disfrutó el tiempo que duró el idilio con cada
uno de sus novios.

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SORPRESA… ¡YO DECIDO!
Patricia Galicia
Tres, cinco, ocho y aprieto aquí, ¿verdad? Sí mama, así es. Si usted
aprende rápido. ¿Aló sí? Seño ya casi tengo todo listo. ¿Cómo dice? ¡No
necesito permiso de nadie! Dos llamadas más y listo! Seis, uno… Bueno
Licha ¿y qué es esa llamadera? Acaso, ya conseguiste algo bueno en la
capital. Pues es algo mejor de lo que había pensado. Pero cuando venga te
cuento. Aquí te dejo mi vestido. Por si me tardo más de la cuenta, haceme
favor de presentarlo por mí.
Pasaron los días. El Sol estaba radiante. Una a una, iban llegando al
corredor con techo de lámina de la capilla de La Joyada. Tona venía como
siempre, dijeran lo que dijeran, con sombrero, botas, pantalón y camisa
a cuadros montada en su caballo. Apurando el paso venía doña Toya.
Thelma, al igual que las demás, venían con su bolsa de telas, hilos, reglas,
un chiquito dando pecho y una pequeña al lado.
Éste era el día más esperado. Cada quince días, desde hacía un año, era
“mi día”, como decía Lupe. Éste es el único día donde hago cosas que “de
a deveritas” me gustan. Platico, me divierto, me olvido por un rato de la
casa, de Guicho con sus cosas, me doy cuenta que soy capaz de ganarme
la vida con lo que voy haciendo. Y hasta hablamos de esas “cosas” de las
que nadie nos habló de patojas. Pero hay cosas que son sagradas y por eso
no se hablan en cualquier lado, muchacha. Ay doña Toya, usted dice eso
porque sólo se dedica “al Señor” en la iglesia. Es cierto, la casa es lugar
sagrado, porque así nos enseñan a respetarla. Pero ni por eso, nadie le
explica a una cómo cuidarse. Ya ve, soy patoja pero ya soy señora.
¿Cómo van? ¡Ay seño! Ya nos “cachó en gran platicadera”. Lupe
siga hablando sin pena, eso es parte de nuestro grupo. En lo que usted
arregla allá adentro lo del taller, termino de hacer este ojal. Compañeras,
estamos en los preparativos de nuestra actividad de fin de año. Junto con
la exposición de sus costuras, vamos a compartir con mujeres de otras
comunidades sus experiencias en los talleres de crecimiento personal.
¿Están listas?
Yo hace tiempo dejé de ser “hija de dominio”. El día que caí en cuenta
de que era una mujer adulta, hacía raaaato que era capaz de cuidarme y
hasta cuidaba otras vidas, porque soy comadrona. Ahí mismo dejé de pedir
permiso. Eso voy a contar yo.
Por mi parte, diré que llegué a la conclusión de que: Media vez una
tenga cabeza, manos, voluntad, confianza en una misma y apoyo de
otras… se puede salir adelante! Pues yo ese día, voy a traer mangos para

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— Relatos de mujeres nuevas —

que todas disfruten. Y se den cuenta que el placer es todo lo que nos hace
sentir cosas ricas y bien con nosotras mismas. Y no son cochinadas como
dice la gente.
¿Y Licha dónde está? Hace días se fue a la capital y no responde el
celular. Y su esposo ¿qué dice? El Moncho ni la ha extrañado. Su patoja ya
llamó donde unos familiares y nada. ¿Será que consiguió trabajo, de esos
donde los patrones no las dejan salir ni a la esquina? ¿Se consiguió algo
mejor que los malos tratos de su marido? ¿Se habrá ido para el norte?
¡Pero de volver tiene! Si dejó al más chiquito recomendado con su
comadre. Ya tiene hasta encargos para los estrenos de fin de año de la
otra aldea. Dejó hasta el último trabajo que pidió la seño para el diploma.
Ella vino a todas las clases. Se vio todos los videos que traía la voluntaria
aquella de España, sobre mirarnos al espejo desnudas, tocarnos la vagina
y los pechos, querernos. Ah y tampoco se perdía los talleres de auto
cuidado y cómo evitar hacer más muchachitos. ¿Le habrá pasado algo
malo?
Miren ese mariposero blanco sobre las flores. Seguro va a venir
alguna visita, así dice mi abuelita. Pues como que tu abuelita es adivina,
Tona, porque… ¡Licha! Por vía tuya ¡al fin apareciste! Estábamos tan
preocupadas por vos. ¿Qué te pasó? Estoy tan contenta de verlas. ¡Ya me
hacía falta verlas! Pero hice una promesa, más bien tomé una decisión.
La cumplí y ahora sí lo puedo decir. ¿Y qué fue? ¿Por qué tanto misterio?
Ustedes recordarán que me junté así nomás, bueno… me juntaron
para no “andar en habladurías”. Van a creer que yo ni sabía por qué. En
ese entonces, era la mejor del instituto y de la selección de fut de la aldea.
Hasta me habían ofrecido irme al pueblo para seguir estudiando… Pero
todo eso quedó tan atrás… aunque siempre estuvo conmigo como una
sombra. A mis 22 años, con dos niñas, un bebé, la casa, mi marido, cuidar
los animales, la siembra y siempre ayudando a la familia de él, una no está
para añoranzas.
Pero algo todavía palpitaba en mi corazón y revoloteaba en mi cabeza.
Fue la Thelma quien me prendió la chispa para venir al grupo con ustedes.
Desde ese momento, fue un chispazo tras otro. Hasta que me dije: ¡Con
tanta luz por dentro ya no puedo andar en tinieblas!
Como dicen, quien mucho abarca poco aprieta. Con tres tengo
suficiente. Ya tengo cómo ganarme la vida, me organicé con ustedes y
ahora sé que tengo derechos. Es cierto, quiero una familia pero también
quiero superarme, poner un límite y cuidar de mí. Ya no estaba para sólo
hacer lo que dicen que es mi deber, porque me lo ordenan o porque, ni
modo, así toca. Así que… con todo lo hablado entre nosotras y lo que nos

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— Guisela López / Coordinadora —

enseñaron, pregunté por aquí y por allá. Junté dinerito de mis costuras.
Me fui donde una asociación que ayudan a mujeres como nosotras, para
seguir estudiando. La seño española de los talleres me recomendó con
unas doctoras rebuenas y… ¡me operé!
Así que… aquí me tienen como esas mariposas: llena de buenas
noticias, libre, segura de mí y confiada en poder decidir sobre mi cuerpo
y mi vida.

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MARÍA LA REBELDE
Ana Paxtor
“La Rebelde”, llamaban en el pueblo a María, una linda joven sobre
quien recaían las miradas de los hombres del pueblo. María era alta, de
tez blanca, usaba botas, sombrero y montaba caballo mejor que cualquier
hombre, lo que según los pretendientes, la hacía más interesante.
Había sido la segunda hija de cuatro hermanas, todas ellas cariñosas
y atentas, a diferencia de María que era tosca, rebelde y decidida, tenía
un carácter fuerte. También tenía dos hermanos con quienes rivalizaba
frecuentemente por obtener el reconocimiento de su padre en los
asuntos “de hombres”, como el ganado, la siembra y las ventas. Con todos
los esfuerzos que realizó desde pequeña, logró la aceptación y confianza
de su madre, padre, hermanas y hermanos, aunque al resto de la familia
y vecinos se les dificultaba comprender el carácter de María.
Un día sus hermanas fueron a traer agua al chorro, María no quiso
acompañarlas, y ese día, Marcelo se robó a su hermana Alejandra. Era
costumbre en el pueblo que, cuando un hombre decía esta mujer me
gusta y me la llevo, nadie se oponía. Pero cuando María se enteró, fue a
buscarlos y recuperó a su hermana, porque sabía que Alejandra estaba
enamorada de otro joven. María no lograba comprender que Marcelo no
tomara en cuenta la opinión de Alejandra.
Los jóvenes del pueblo pusieron en marcha el plan de enamorar a
María y ver quién tenía mejor puestos los pantalones “para amansarla”.
Pobres de aquellos hombres, usaron tantas estrategias para enamorar a
María y demostrar su “hombría”. Pero pasó el tiempo y nadie consiguió
nada.
Por esos días se abrió una escuela en el pueblo, a la que sólo asistieron
los muchachos. Fernando, el maestro, iba a comer todos los días a la
casa de la familia Sandoval, así que María comenzó a platicar con él, a
interesarse en las palabras y en las letras, hasta que un día le pidió que
le enseñara. Fernando, que había escuchado las historias que contaban
sobre María, no iba a desaprovechar una oportunidad como ésa para
conocerla y talvez para enamorarla, así que aceptó gustosamente. Desde
ese momento el maestro fue la envidia de los hombres del pueblo, que
porque los veían juntos decían: “qué macho es”, “¡claro, como es capitalino
y está perfumadito!, ¡por eso María lo aceptó!”. No comprendían que
María sólo quería aprender y no estaba interesada en el maestro, aunque

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— Relatos de mujeres nuevas —

Fernando era un hombre muy guapo, de piel morena, ojos avellanados, y


una mirada profunda que dejaba inmóvil a cualquier jovencita, menos a
María. Para ella, la oportunidad de aprender era una señal, un indicio de
que había algo más para las mujeres, que ella quería conocer.
Cada día Fernando estaba más ansioso por pasar la tarde al lado
de María, asombrado de la inteligencia y el análisis de su alumna, le
enseñaba todo cuanto sabía. Hasta que un día, por fin le declaró su
amor, ella lo rechazó y ya no aceptó verlo, dejándolo muy desilusionado.
La joven estaba cansada de que la acosaran tanto los hombres. Y el
colmo fue la noche que el maestro, sin que nadie se percatara, entró a
la habitación de María y la esperó allí, largas horas. Cuando ella entró y
comenzó a desvestirse, él salió de su escondite, parecía un animal salvaje
deseando poseerla, trató de tocarla y besarla, pero María gritó y peleó
con él, dándole unos buenos golpes, luego lo tomó de sus genitales con
tanta fuerza que, si no llega la familia, se los arranca de la furia que tenía.
La indignaba que no respetaran su decisión de no querer estar aún con
nadie.
En el pueblo se supo la noticia y todos decían “pobre el maestro” sin
rechazar lo que Fernando había hecho. Por el contrario, decían “ella se
lo buscó, por necia, creída, y hacerse la rogada”. María quería que en
el pueblo entendieran cuál era su decisión, su deseo era ser respetada
como mujer. Ella no se miraba siendo madre y cuidando de la casa, o
atendiendo sexualmente a un esposo, olvidándose de sus deseos y metas.
Estaba convencida que las mujeres podían vivir de otra manera. Y eso
era lo que ella quería descubrir.
María decidió que ya era tiempo de viajar a la capital y aprender otras
cosas. Había ahorrado dinero, así que habló con su familia y, aunque
estaban con el susto de que se iba sola a la capital, María estaba tan
decidida que no hubo otro remedio que dejarla partir.
Al llegar a la capital se instaló en una pequeña habitación y salió a
buscar trabajo y donde estudiar. Fue difícil al principio, pero conoció a
muchas personas, se enamoró, no una sino varias veces, salió con varios
jóvenes de su edad y disfruto del amor, de los besos y caricias que la
elevaban al infinito, pero nunca formalizó un matrimonio, decidió no
casarse y no tener hijos, aunque convivió largo tiempo con distintas
personas, con quienes compartió y disfrutó su vida. Visitaba siempre
a su familia; tenía muchas sobrinas y sobrinos y estaba feliz siendo tía.

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— Guisela López / Coordinadora —

En el pueblo ahora la llamaban “solterona”, pero ella estaba feliz con la


decisión que había tomado.
Pasaron los años y María se convirtió en una mujer mucho más
interesante que cuando era joven. Simpática y decidida. Con la
sabiduría de haber visitado varios países y conocer tantas culturas. Vivió
situaciones tristes y alegres, María disfrutó su vida. Y cuando murió a
los 104 años, le hicieron una lindísima despedida, por ser tan buena tía,
consejera y amiga…

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EL SEMÁFORO
Vilma Ovalle
A mediados del caluroso mes de septiembre, saliendo de una larga
semana de afanoso trabajo, en la que había tenido que sobrevivir
sesiones interminables, revisión de documentos con carácter urgente,
incluso desacuerdos respecto a determinados procedimientos técnicos,
Elvia por fin se encontró llegando al final de la jornada en la tarde del
viernes. Se dirigió a su vehículo, con el firme deseo de iniciar el descanso,
incluso consideró la posibilidad de quedarse a dormir un momento en el
carro… pero luego pensó que era mejor dirigirse a su casa para descansar
plenamente.
Hizo un esfuerzo para recordar qué tenía en el refrigerador, pues el
cansancio no disminuye el apetito, y saborear manjares forma parte de
los placeres orales y afectivos, más reconfortantes. Lamentablemente, la
carga de la semana no le había permitido dedicarle tiempo a esas labores
culinarias, que tanto le agradaban.
Salió del parqueo convencida de que se dedicaría a descansar el fin de
semana completo. El primer semáforo en rojo la puso en estado de alerta,
la hizo poner los pies sobre la tierra y se dio cuenta que en casa sería casi
imposible descansar, pues las labores mal nombradas “domésticas”, que
continuaba teniendo, estaban esperándola en casa.
“Domésticas”, pensó Elvia, “no debieran llamarse así, son labores
esclavizadoras, y luego todavía le dicen a una que es “ama de casa”, si
fuera “ama” sería la que manda, pero aunque todo mundo piensa que una
decide, no es así, se hace lo que da tiempo, desde la comida hasta donde
una coloca el trapeador. Una cocina para lo que le alcanza, pero sobre
todo prepara lo que le gusta a los demás, lo que le gusta a los “otros”, sino
no, no se lo comen. Luego coloca las cosas como el tiempo lo permite,
donde no molesten a nadie, donde se vea lo mejor posible, donde…”
El trayecto continuó con un tránsito lento, ya ni los policías
municipales sabían qué hacer exactamente con el desorden vial, que
hacía que a cada momento su deseo de descanso fuera mayor. Lo lento de
la movilización le permitía ver lo que sucedía en las calles y bulevares. Las
sonrisas de las personas que se dirigían a descansar, los rostros afligidos
de quienes llevaban consigo las penas, los arriates con su abanico de
verdes, el sol despidiéndose...
En medio de esas cavilaciones Elvia se encontró frente a un nuevo
semáforo en rojo. Noooooooo… pensó, no es posible que me vaya a casa,
amo mi casa, la paso bien, pero no podré descansar ahí. ¿Qué hago? Deseo

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— Relatos de mujeres nuevas —

descansar… ¡Necesito descansar! ¡Tengo derecho a descansar! ¡Genero


ingresos por el trabajo productivo que realizo, atiendo las situaciones
afectivas de mi familia y todavía encima realizo las labores domésticas!…
Estoy cansada, necesito descansar. ¡Si!
Bueno… pero yo decidí tener una familia, y eso significa que le
debo responsabilidades. No les pregunté a mis hijos si deseaban venir al
mundo, acompañarme. Pero por otro lado no fue una decisión que tomé
sola y por tanto debemos compartir obligaciones. Es cierto que decidí
formar una familia, pero no esclavizarme. Además, mis hijos ya son
muchachos que están en edades en que pueden atenderse y, no los estoy
abandonando, sólo estoy pensando postergar mi llegada.
El semáforo dio luz verde y, con su deseo de descanso, vino a su
memoria el lago. Ese maravilloso lugar rodeado de volcanes, con el
clima perfecto, donde las olas eran un arrullo, y bastaba con sumergirse
en el agua para disipar las penas, en la extensión azul, el cansancio
desaparecía… era como si los peces impregnaran el lago con un relajante,
sólo percibido por quienes lo aman. Entre el calor, el sol brillante, el humo
negro y los exagerados ruidos de bocinas de los buses extraurbanos Elvia
continuó su camino.
¡Por fin! sólo faltaban dos semáforos para llegar a casa; casi sin
percibirlo llegó al siguiente semáforo. Doce minutos para descansar…
Pero ese tiempo no era suficiente, necesitaba más. “Necesito descansar”,
pensó Elvia, mientras el semáforo recuperaba su luz verde brillante y
las bocinas de los vehículos detrás suyo, la hacían abrir los ojos. En el
último minuto se decidió y no viró en la esquina de su casa, siguió de
largo. Sonriendo consigo misma tomó el teléfono celular, llamó a su casa,
nadie contestó ¡mejor! La maravillosa máquina contestadora: “En este
momento ninguna persona puede responder, favor dejar su nombre,
número telefónico y cuando nos sea posible le responderemos…”
Entonces Elvia avisó que no llegaría en dos días, pues se marchaba al
lago, a disfrutar de las maravillas naturales y de sí misma.
“No se preocupen, querida familia, en dos días no estoy disponible
para nadie, excepto para mí, no se afanen en llamar, no responderé,
hay dinero donde saben, para que en forma mesurada lo gasten en
alimentación. Descansen mucho, como lo haré yo”.
Apagó el celular, y emocionada se detuvo en un Centro Comercial,
entró directamente a una librería a comprar dos libros que desde hacía
tiempo deseaba leer y, con ese equipaje, se dirigió a Atitlán, dispuesta a
recrear su espíritu.

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LA NUEVA SIEMBRA
María Isabel Grijalva
¡Gritos, llantos!... ¡Les llovían las bombas lacrimógenas! El enjambre
de campesinas y campesinos corrían sin rumbo por las calles y avenidas
de la gran ciudad… Nuevamente había sido disuelta la manifestación.
Cuando a sus treinta y seis años, cansada de vivir del tingo al tango,
Isabel decidió unirse al movimiento campesino y su lucha por la
propiedad de la tierra, nunca se imaginó a lo que tendría que enfrentarse:
la represión del gobierno de turno.
Acompañada de sus dos hijas de ocho y seis años, vivió meses
interminables, pasando hambre y frío, huyendo de los lobos que a toda
costa querían acabar con sus vidas. Pero el grupo hizo frente a la situación
y pronto, a su tenacidad que fue ilimitada, se sumó la solidaridad de
organizaciones nacionales e internacionales. La denuncia sobre la ola de
represión fue determinante para aplacar la cacería.
Ahora, azadón en mano, Isabel recuerda aquellos días, piensa en todo
lo que le tocó vivir por obtener una parcela… Suspira hondamente…
mientras observa su champa construida de cartones y plástico… es su
casa, es su tierra, allí puede vivir y componer canciones que cuentan
historias sobre la lucha de las mujeres por sus derechos.
Esboza una sonrisa de satisfacción, no espera más, se limpia el sudor y,
con manos firmes, continúa abriendo el surco. Está decidido: en su tierra,
sembrará semillas de ilusiones y espera cosechar frutos de alegría, ¿por
qué no? Si aún en los tiempos más difíciles la ha animado la esperanza.

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LA CASA DE SONIA
Carla De León
A pesar de que su madre había muerto siendo ella muy niña, a sus
34 años Sonia aún recordaba su trato tierno y amoroso, una vida ajena a
la servidumbre que vivió después con su tío. Un tío que, sin más, había
decidido entregarla a un hombre a cambio de una cuerda de terreno.
Acababa de cumplir los doce años, aquella fría madrugada de
septiembre, en que abandonó la comunidad donde creció, con dos bolsas
de plástico en las que logró acomodar sus humildes pertenencias, entre
ellas, un cofrecito de madera que había sido de su madre, su único tesoro.
Como era de esperarse, Sonia no fue a la escuela, por lo que en sus
circunstancias no tuvo más opción que buscar trabajo de “muchacha”
en una casa. Después de algunas experiencias no tan afortunadas,
se encontró con doña Estela, una mujer relativamente sensible, que
le propuso contratarla por ocho horas de trabajo, salario mínimo,
aguinaldo, bono catorce e incluso vacaciones, eso sí, en los tiempos que
no le afectaran. Lo cual, siendo lo justo, era poco común.
Además, doña Estela la impulsó y apoyó para que estudiara.
Trabajando con ella sacó su primaria y sus básicos con ese programa de
estudios donde se escuchan las clases por la radio y se asiste los domingos.
Y, cumplidos los 18 años, entró a la nocturna, donde llegó a obtener el
título de contadora.
Doña Estela la contactó con una empresa que le quedaba cerca, en
donde le ofrecieron un trabajo en humanas condiciones. Como ya no
podía asumir el quehacer de la casa, acordaron que se encargaría de revisar
las tareas de las cinco hijas de doña Estela, quien con sus compromisos
como lideresa, no disponía de tiempo para eso. Mantuvieron el trato por
un año, mientras Sonia ahorró lo suficiente para mudarse a un cuartito
que equipó modestamente. De más está decir que aquel acontecimiento
que las llenaba de orgullo también las embargó de tristeza, y con la fiesta
de despedida y los buenos deseos, se entrelazaron lágrimas y largos
abrazos cargados de agradecimiento y buenos deseos.
En las vísperas de sus treinta años, Sonia había logrado ahorrar una
buena cantidad para enganchar una casita, su mayor anhelo. A fin de
poder estrenar vivienda con el cambio de década que se aproximaba,
empezó a buscar una casa ya construida, para no tener que lidiar con
albañiles ni contratistas, con quienes al final siempre se termina pagando
el doble y nunca se tiene lo que en principio se pidió.
Una tarde, al salir del trabajo, vio en una casa un letrero que decía
“Se vende”. Por fuera parecía una casita moderna, tendría pocos años

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— Relatos de mujeres nuevas —

de haber sido construida. Estaba pintada de un color rosa brillante, a la


entrada tenía un jardín, o lo que algún día habría sido un jardín, con la
tierra toda agrietada y polvorienta, unas ramas secas de lo que en algún
tiempo pudo haber sido un par de árboles de quién sabe qué especie.
Tenía un ventanal que daba a la calle y daba la impresión de ser una casa
con bastante luz y ventilación natural. Era de un sólo nivel, pero tenía
terraza. Sonia anotó el número de teléfono donde informaban, llamó y
concertó una cita para verla al día siguiente.
Con la idea fija, Sonia empezó con los trámites necesarios en el banco
para comprar la casa con un crédito hipotecario, como había sido su plan
desde hacía mucho tiempo. Puesto que su trabajo implicaba el contacto
con varios bancos, había avanzado ya en algunos contactos y sabía muy
bien qué tenía que hacer. Incluso contaba con el respaldo de su jefa y de la
jefa de agencia del banco que le ofrecía las mejores condiciones.
Se llegó el momento de ver la casa. Acudió a la cita antes de lo
acordado, cargada de ansiedad, por lo que la espera se le hizo eterna.
Miraba la casa mientras iba pensando en el color que le vendría bien a la
fachada, los productos necesarios para limpiar las ventanas y balcones,
cómo quería que arreglaran el jardín, las luces, la seguridad de la puerta
de la entrada… y, en esas estaba, cuando una voz suave la sacó del
ensueño. Era doña Julia, la mujer que le enseñaría la casa.
Al abrir la puerta doña Julia le sonrió, estaban frente a un enorme
cuarto que hacía de sala y comedor. Sonia sintió el aire denso, irrespirable,
sintió que se ahogaba. Imaginó que sería la presión por tener que decidir
sobre la compra, en el banco todo estaba listo y en ese momento sólo
faltaba concretar el trámite. Con esa extraña sensación de sofoco, terminó
de ver la casa. A la sala comedor, le seguía una cocina de tamaño mediano,
equipada con gabinetes rústicos y un desayunador. Todo iluminado por
ventanales y tragaluces, tal como se lo había imaginado. Corría el aire; sin
embargo, no se le quitaba la sensación de ahogo.
Después estaba un corredor con cuatro puertas, dos daban a los
dormitorios, ambos amplios, uno con una armazón simulando un armario
y el otro completamente vacío, otra puerta daba a un baño amplio, con
un extraño sanitario color azul añil, un lavamanos con gabinete y una
regadera adornada con azulejos de fondo marfil y azucenas dibujadas. A
Sonia le faltaba el aire. Doña Julia que notó su malestar, abrió todas las
ventanas y la acompañó hasta que se le pasó el mareo.
La última puerta llevaba a un amplio patio trasero, en una esquina
una pila, lazos y en toda la superficie grama seca. Ya en el patio Sonia se
sintió mejor, le volvió el color al rostro y tuvo las energías para empezar a
indagar sobre el servicio de agua, la estabilidad del voltaje, las instalaciones

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— Guisela López / Coordinadora —

eléctricas, el cisterna, la seguridad en el sector, el mercado... en fin, sobre


todo aquello que para una mujer como Sonia eran los indicadores de que
aquella casa era la que buscaba.
Terminó de hablar con doña Julia sobre el costo de la casa, la forma de
pago y sus planes de adquirirla por préstamo hipotecario, a fin de evaluar
las condiciones de negociar en sus términos. Finamente se despidieron.
Sonia se quedó un rato largo viendo la casa en penumbras, dialogando
consigo misma sobre la conveniencia de comprarla, pros y contras con
relación a otras casas que había visto. Ésta definitivamente llenaba sus
expectativas, incluso en el precio.
Consultó con algunas amistades. Visitó de nuevo la casa, con una
amiga ingeniera, y otra que trabajaba en una aseguradora. Las dos
coincidieron en que era una buena inversión. Sonia estaba emocionada
como la primera vez y, como la primera vez, sofocada. Nunca antes había
sentido esa sensación de ahogo, pero tampoco antes había estado a punto
de comprarse una casa.
Hizo las negociaciones y trámites respectivos y se la compró. Contrató
una jardinera y una carpintera para que la dejaran lista antes de mudarse,
mientras ella la pintaba con el apoyo de unas amigas, incluida doña Estela
y sus hijas.
Finalmente, un ocho de septiembre, Día de la Ciudadanía de las
Mujeres, Sonia se mudó a su casa. Para ese entonces, ya tenía muebles
de sala, de comedor, estufa, refrigerador, un trinchante, su cama y un
ropero. Del ropero se deshizo, porque la carpintera le terminó el armario
del dormitorio y no necesitaba más que eso. En el otro dormitorio
acomodó un escritorio y los libros que durante los últimos diez años
había acumulado: textos de la nocturna y muchas novelas escritas por
mujeres, las primeras, regalos de doña Estela y de su jefa, porque después
de la primera novela de Marcela Serrano, empezó a comprárselas ella
misma hasta completar la colección. Y así fue con Gioconda Belli, Isabel
Allende, Ángeles Mastretta y otras autoras que se fue encontrando en la
librería donde ya tenía hasta crédito, de tan buena clienta que resultó.
Sonia se llevó tan sólo un fin de semana y tres jornadas después del
trabajo para ordenar sus cosas. Pero diez días después de estrenar la casa,
los ahogos de Sonia continuaban. Se despertaba sobresaltada y un par
de noches tuvo que salir al patio para reponerse. Reflexionando se dio
cuenta que los ahogos sólo los sentía en la nueva casa. Decidida a hacer
algo al respecto, hizo una cita para un chequeo general de salud, y se
asesoró con su amiga que trabajaba en la aseguradora para que alguien
revisara la casa y viera si había moho o cualquier otra situación que

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— Relatos de mujeres nuevas —

estuviera afectando su salud. Tanto Sonia como la casa resultaron estar


en perfectas condiciones.
Tres días con sus noches, pasó pensando qué podía estar pasando.
Revisó fechas, aniversarios, temores, sueños, pendientes, para ver si era
algo emocional, como decían en las novelas que había leído. Como no
encontró nada por sí sola, la tercera noche en vela decidió acudir a una
psicóloga que colaboraba con la atención de las niñas de la Casa Hogar
del pueblo.
Se acomodó boca arriba con la firme convicción de concertar una
cita esa misma semana y, sin darse cuenta, se quedó dormida. Esa noche
tuvo un sueño revelador. Vio a su madre diciéndole que le haría una
casita fuera de la comunidad para que tuviera un mejor futuro. Despertó
intrigada y tomó conciencia de que su madre tenía justamente su edad
cuando murió, dejando sin cumplir su anhelo. Pensó que su falta de aire
se relacionaba con la separación de su madre y la angustia que le provocó
vivir en casa de su tío, que si bien era grande y cómoda, le resultaba ajena
y sombría. Al vincular estos hechos, Sonia lloró la tristeza de separarse
de su madre como no pudo llorar en aquel momento, y poco a poco se
fue el dolor.
Desde ese día acabaron los ahogos de Sonia y la casa se tornó cálida y
serena. No canceló la cita con la psicóloga. Aprovechó para confirmar sus
sospechas y platicar sobre otras situaciones que le preocupaban.
Aunque Sonia nunca fue una persona creyente, ni muy espiritual, ella
cree. Cree en sí misma, porque ahora ella sabe que no sólo tiene derecho
a soñar, sino a cumplir sus sueños.

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ROMBOICOS Y VERDES
Samara Pellecer
La carretera a dos cuadras. Frenazos, rechinido de llantas. Seis
disparos. Aleteo de pájaros nocturnos. Hace algunas horas, balazos.
Minutos después, detonaciones, disparos, balazos. Contiguos. Distantes.
Sucede en este pueblo de espectros y murmullos, donde el tiempo es
inamovible: Año 2011 = siglo XV. Florean los árboles como florearon
hace cientos de años. Durante el día hierve de seres amnésicos y por la
noche felinos se desgarran entre sirenas de ambulancias, destartaladas, y
patrullas policíacas, ocasionales. Exterminan, engendran, paren y oran.
Siglo tras siglo.
Se aparean sobre los techos de lámina. Gritan, chillan. Se revuelcan.
Se clavan las garras. Se clavan los colmillos. Se clavan el sexo. El reloj
aguijonea. La almohada quema. La tiro. Hace frío, mucho frío. El cuello,
otra vez, fundido en hierro. Lo apoyo contra el borde de la cabecera de
la cama. Pretendo doblegar la rigidez. La realidad azota. Los ojos, secos.
Esta noche, no hay corazón que palpite. Entre intervalos de silencio se
escucha un leve trasfondo de grillos. Acaba pronto. Aúllan los perros
largo y tendido.
Paloma ronronea a mi costado. Sus ojos, musgo. Demanda-provee
cariño por las noches. Conforta. Sofoca. La acaricio. Se hastían mis
manos. Maúlla cuando dejo de hacerlo. Vuelan pelusas blancas.
Detonaciones. No se inmuta, como antes que en alerta agrandaba los ojos
y se le tornaban más bellos. Inmensos. Verdes lunas llenas. Los vecinos
ya tienen armas. Más o menos las saben usar. Aprenden solos. Igual de
fácil que comprarlas. La estrategia: disparar al aire si escuchan ruidos o
pasa algún desconocido por la calle. Paloma se estira totalmente. Gira.
Bosteza y da un maullido. Queda patas arriba. Es larga y esbelta. Tiene
una especie de moño gris tigrillo sobre la frente. La cola del color del
moño. Me divierte. Vigilan en las azoteas cuando su inexperto olfato los
despierta. Un moño de pelusas. ¡Un regalo! Aprovechan para matar gatos
machos, incluyendo los nuestros. Usualmente los envenenan. Agonizan
varias horas. Se retuercen entre sangre y espuma. No hay cura. Chirridos.
Otra vez los pájaros nocturnos. Luego ruegan protección en las iglesias.
¡Carroñeros! Toca fondo esta gente, este pueblo, este país. Tocamos
fondo…
El ritual inicia. Leo. Paloma se levanta de la cama y se echa sobre mi
pecho. Empuja con su rostro y sin cansancio mis manos. Me fuerza a
dejar el libro. Su cara frente a la mía. Respiro su respiración. Tibia, suave.
Pequeña. Me observa sin parpadear. Estira las patas delanteras hacia mis

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— Relatos de mujeres nuevas —

mejillas. Lo hace con gracia. Me toca con las esponjas de sus dedos. Saca
las afiladas uñas de una pata. Las estira y las encoge. Nos sentimos. Me
roza. Arde un poco. Me mira sin inmutarse. Tampoco yo. Sigo estática,
observándola. Ojos dilatados. Romboicos. La veo con curiosidad.
Tierna. Perfecta. Me pregunto si sería capaz de clavarme esas uñas. Nariz
rosa. Llego a creer que me mira como a sus presas: fija. Atenta. Alerta.
Labios rosa con manchita negra. En guardia para atacar. Orejas rosa. Me
equivoco. Mis ojos permanecen otra noche intactos. Me ve clara. Total.
Armoniosa. Respiro hondo. Respira mi aire.
Amanece. Cesan los maullidos. Canta un gallo desafinado. Repaso
quiénes de mi familia están en sus camas. Duermen. Respiro profundo otra
vez. Le hablo con afecto; la tomo. La pongo a un costado. No le gusta. La
ternura desaparece. Luis Felipe, nuestro hermano, debió haber estado en
su cama. Allá. Donde el sol no se inmuta. Soy su cerro. Lugar equivocado.
Un vaivén. Momento equivocado. Un colchón que sube y baja. Nadie
sabe. Intenta incorporarse. ¡Nadie dirá quién fue! La atajo. ¡Impunes! El
tejado ruge y rechina. ¡Asesinos impunes! Se altera. ¡Enfermos! Se libra
y eleva de un brinco. En el reino de la muerte. Estática, gira un poco
las orejas. El sueño libra de la muerte, a veces. Reconoce los maullidos.
Actuar, decidir, asumir, alejan la muerte. Parpadea. Eso afirma la teoría.
Se echa de nuevo sobre mi pecho. Flexiona las patas bajo el torso. Podría
seguir presionando hasta el fondo el acelerador. Tomo el libro. Es así
como temíamos que sucediera… quizá en alguna carretera de la costa
sur. Lo pongo frente a su rostro. Libre. Los libros succionan la sangre.
La filtran. La ocultan. La disimulan. Talvez lleguen a borrarla. A volverla
tierra. Algún día. Hermosa. La veo de reojo. Acepta el libro contra su
frente. Podría estar sembrando árboles o arrancando estrellas. Ronronea.
Amando. Cierra los ojos. Trabajando sin cesar como solía hacerlo. Blanca
como espuma de mar. Nada es casual, dicen. Duerme. Entregado con
pasión a cualquier conversación, a cualquier fin. Como nube. No debió
suceder. ¡No debería suceder a nadie! La nariz pegada a mi pecho. Como
nieve. No se asfixia. Yo me asfixio. Aplasto, con la lectura, miles de bichos
que carcomen. Bella. Disparos. ¡Parásitos! Pelusas que se elevan. Balazos.
Patas con uñas filosas. Algodón.
Hay que continuar zurciendo alas. Tejiendo lenguas a las piedras
para que hablen. Injertando sonidos y palabras. Sin cesar, sin parar,
sin desmayar. Ya Paloma. Descansá. Como lo hacen las ninfas en los
estanques. Detonaciones.

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DOÑA CECI
Mirna Lilian Ramírez Pérez
Soledad regresaba nuevamente del trabajo. Era una tarde de invierno,
pero los acelerados cambios climáticos que el planeta estaba viviendo,
habían cambiado la lluvia; ya no llovía como antes, las tardes eran en
extremo calurosas. La lluvia ya no podía aminorar ese calentamiento que
se expandía día con día y que según había escuchado en los telenoticieros,
sería cada vez peor, ya que quienes habitaban el planeta habían perdido la
conexión con la naturaleza.
En el recuerdo de Soledad, estaban grabados los días en que disfrutaba
de las tardes de invierno, cuando salía después del chaparrón a jugar en
los charcos, en los ríos de agua que bajaban por las calles de su barrio,
buscando la hondura de los barrancos. Cuánto añoraba sentir ese friito
de antaño, que la hacía ponerse su suéter de lana angora para salir a la
calle mojada. Recordaba los juegos y las amigas de entonces: el matado, el
electrizado, la agarradera, el arrancacebolla, el escondite...
Al entrar al callejón donde vivía, vio a doña Ceci, quien con sus
muchos años de existencia era el apoyo de las vecinas que acudían
a contarle sus “penas” de toda índole. Doña Ceci las escuchaba, las
aconsejaba, las animaba con sus saberes. Soledad también había acudido
a doña Ceci, unas veces para recibir apoyo y otras para escucharle contar
episodios de su vida, pues la consideraba una mujer admirable.
Esa tarde, al verla, como parte de la estampa maravillosa que ofrecía
la puesta del sol, con un cielo cargado de nubes formadas después del
aguacero, se detuvo a saludarla. Le comentó que estaba molesta con los
requerimientos de la escuela donde estudiaban sus hijas, pues las maestras
le habían enviado nombre y dirección de la costurera que confeccionaría
los trajes que las alumnas debían lucir en el desfile de “la independencia
patria”.
Soledad no podía cubrir esos gastos, lo que ganaba apenas le alcanzaba
para la sobrevivencia. Era una mujer “jefa de hogar”, pues habiendo
perdido el contacto con el progenitor de sus pequeñas hacía años, debía
matarse trabajando para mantener la vida, ¡qué paradoja!
Le molestaba el dichoso concepto de independencia, sabía que era
una historia inventada por el sistema para premiar a quienes habían
venido a despojar de sus tierras a sus dueños originarios. Puras fantasías
para inculcar el espíritu cívico en la niñez, para seguir manteniendo, con
manifestaciones de exaltación militarista, la falsa idea de que así se hacía
patria.

- 53 -
— Relatos de mujeres nuevas —

Doña Ceci, como siempre, escuchó a Soledad, le aconsejó contar a sus


hijas la verdad sobre esas falsedades de la historia, para que ellas fueran
haciéndose un criterio del sistema en que crecían. Después de conversar
un buen rato sobre la necesidad de que las mujeres desarrollaran un
sentido crítico de su realidad, doña Ceci compartió con Soledad un
pasaje de su vida que se relacionaba con los dichosos desfiles.
Ella, al igual que Soledad, había tenido que criar, sola, a sus cuatro
hijas y para lograrlo trabajaba muy duro, desde mucho antes que el
astro solar decidiera asomarse para inaugurar el día, y regresar ya bien
entrada la noche, agotada de ir de una casa a otra, lavando y planchando
ropa, cocinando, limpiando, pero siempre con la satisfacción de que le
proporcionarían los “lenes” para darles alimento, vestuario, vivienda y
educación a las criaturas que eran su tesoro viviente.
También a ella le tocó pelearse con el sistema educativo en varias
ocasiones, porque no le encontraba sentido a endeudarse para comprar
los uniformes nuevos que exigían para desfilar, solo para evitar que sus
pequeñas fueran discriminadas.
Doña Ceci le contó cómo un año que había sido muy duro, se había
enfermado por el agotamiento, le habían flaqueado las fuerzas a pesar de
que su espíritu se mantenía alerta, y la habían tenido que internar en el
hospital nacional. La consecuencia fue que no tuvo ingreso económico
por varios días y estando cerca “el mes de la patria” y su “magno desfile”,
no tenía ni para comer, mucho menos para los dichosos uniformes. ¿Qué
debía hacer?, sabía que sus hijas sufrirían las consecuencias, pero no
podía hacer ese gasto, no tenía. Así que, apenas restablecida, se dirigió
a la dirección de la escuela, decidida expuso su situación y expresó su
inconformidad. Para su suerte se encontró con una directora que también
rechazaba esa parafernalia, pero no encontraba la manera de esquivar la
programación oficial.
Doña Ceci dice que, a partir de ese año, sus niñas ya no desfilaron
y que al llegar a la edad adulta condenaron los desfiles. Al igual que
muchas otras personas que tienen claro que no se debe obligar a la
juventud a participar en esas actividades, Poco a poco se ha ido logrando
que desfilar ya no sea una obligación, lamentablemente no en todas las
instituciones educativas. Sin embargo, doña Ceci está convencida que,
poco a poco, este falso patriotismo impulsado desde el sistema empezaba
a desbaratarse.
La noche iniciaba su caminar, la Luna asomaba tibiamente entre las
nubes, cuando Soledad se despidió y caminó a su vivienda, necesitaba…
abrazar a sus hijas.

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MARIANA
Ruth del Valle Cóbar
Un día Mariana se quedó muda. Estaba cansada de quejarse de todo
y que no le hicieran caso. Que si no la dejaban ir a una fiesta, que si tenía
que estar temprano en la casa, que no la dejaban tener novio, que no
podía estudiar lo que quería.
Con todo y eso, volvió a hablar un día cuando llegó al pueblo un
grupo de revoltosos que hablaban a gritos en el parque. Hablaban de los
derechos humanos, que todas las personas tenían derechos, que nadie se
los podía quitar. Y que si alguien se los quitaba, lo podían denunciar para
que se hiciera justicia. Ella no denunció a nadie, pero se unió al grupo
y se fue con ellos a recorrer el país. Le pareció mejor así. Hablaba ella
también sobre los derechos.
Era guapa Mariana. No era bella, pero llamaba la atención, sobre todo
con su forma de ser. Era inteligente, alegre, tenía buena conversación y
uno de los líderes del grupo muy pronto le echó el ojo. Así las cosas,
pronto se hizo la “compañera” de Aníbal. Todos supieron de su “relación”,
porque eso era necesario para que “se la respetaran”. Si no, cualquiera se
la iba a cantinear “como si no tuviera hombre”.
A ella esa idea de ser “propiedad” de alguien no le gustaba. No le había
gustado que su papá se sintiera su dueño, menos uno que ni su pariente
era. Pero le convenía que él la tratara así, para protegerse de aquellos
que también la buscaban, diciéndole que las mujeres debían apoyar a los
compañeros, ser solidarias con sus necesidades... Ella pensaba: ¿y mis
necesidades? ¿Y las necesidades de las mujeres? ¿Y lo que las mujeres
queremos?
El tiempo fue pasando y Mariana comenzó a trabajar con grupos
de mujeres en el campamento guerrillero, en las aldeas que les
colaboraban, con las organizaciones sociales que los apoyaban. Le fue
hablando a estas mujeres sobre su experiencia, sus dudas, las preguntas
que se hacía (preguntas tontas, le decía el compañero Aníbal, no eran
preguntas estructurales ni políticas) y que no lograba explicar por qué
los compañeros decían que “los temas de las mujeres” se iban a resolver
cuando triunfara la revolución. Ella apenas comenzaba a conocer esta
vida, esta filosofía, además era muy joven y estaba impresionada por los
“compañeros”. De todos modos, esta respuesta no le satisfacía, pero no
encontraba otra.
Ella decía que la revolución comienza en casa, en la pareja, en la
familia, en el entorno. Que ahí debemos cambiar inicialmente nuestras
actitudes. Ser democráticos y solidarios, escuchar a nuestros hijos, no

- 55 -
— Relatos de mujeres nuevas —

golpearlos, que los hombres no lastimaran a las mujeres. Mariana tenía


éxito en sus reuniones. Cada vez más mujeres se sumaban a sus charlas.
Todas querían escucharla. Les estaba costando, pero ya no les pegaban
a sus criaturas cuando se portaban mal o hacían una travesura. Lo que
seguía siendo difícil era que sus esposos, maridos o compañeros de vida,
vieran con buenos ojos que ellas fueran a las reuniones. Sobre todo
cuando se atrasaban en volver a casa, y la cena no estaba lista...
No todo era miel sobre hojuelas. Los otros líderes del grupo
comenzaron a presionar a Aníbal. Que por culpa de Mariana, las otras
compañeras ahora reclamaban derechos, que le fuera poniendo freno a su
Marianita porque se estaba pasando de la raya, que si él quería aguantarse
una mujer que quería parecer hombre (por pensar y pelear derechos) era
su problema, pero que se portara como hombre de una vez por todas o
lo iba a lamentar.
Total, que un buen día, Aníbal sentó a Mariana y le dijo que estaba
provocando problemas. Que si no estaba contenta con el grupo, que si
no tenía conciencia de lo importante que era la unidad y que ella estaba
dividiendo con eso de sublevar a las mujeres.
Ella no respondió, prefirió “hacerse la loca”, para no entrar en
confrontación. Desde chica odiaba las discusiones, los pleitos... Sus
padres peleaban mucho, casi todas las noches había gritos en aquella
casa. Su madre les gritaba todo el tiempo. Ella se “descomponía” cada vez
que había un pleito.
Aníbal no era gritón ni peleaba con ella, la trataba bien, era cariñoso.
Tenía sus atenciones, dentro de las limitaciones que les imponía estar en
la guerrilla.
Por eso ella no quería una confrontación. Así que se quedó callada y
no le dijo lo que pensaba, no le habló de sus derechos (de los mismos que
les hablaba a las mujeres), no le habló de lo importante que era para las
mujeres entender que ellas no eran menos que los hombres. Ni siquiera
le dijo que no todos los hombres de aquel grupo eran tan buenos como
él. No, se quedó callada.
Pero siguió hablando con las mujeres. Trató de “medirse” para no
provocar la molestia de los compañeros, pero sobre todo porque no
quería que Aníbal se molestara con ella. Al fin había encontrado alguien
que la quería y la valoraba, la protegía… y no quería perderlo.
Pero las cosas no funcionan así. Cuando la conciencia entra en una
mujer, no hay poder masculino que lo cambie. Y las mujeres fueron
afianzando sus conciencias y tomando sus decisiones, con o sin Mariana.
Ellas pedían que las respetaran, que se tomaran en cuenta sus opiniones,

- 56 -
— Guisela López / Coordinadora —

querían participar en las discusiones. Ya no sólo ser subordinadas y


operativas. Y a sus parejas comenzaron a demandarles trato equitativo,
posibilidades de participar más ampliamente, compartir las tareas
“domésticas”. Las que vivían en las aldeas y tenían casa, comenzaron a
establecer sus derechos y reorganizar las responsabilidades.
Se les alborotó el hormiguero a los hombres. Ahora, para colmo,
hasta los ponían a cuidar a los hijos. Sólo faltaba que los mandaran a
lavar su ropa. ¡Qué se estaban creyendo esas mujeres! Pero la “culpa”
era de Mariana, que les había metido esas ideas. Fue tanta la molestia y
llegó a tanto el problema, que hicieron una reunión con la dirección del
grupo, para discutir lo que estaba sucediendo. Horas de deliberaciones,
reflexiones sobre las cosas que Mariana decía. Algunos decían que era
cierto, que había que enseñarle a todos sus derechos, que las mujeres
eran buenas combatientes, que había que fortalecer su participación… y
miles de argumentos más. En el grupo de doce personas que deliberaban,
había dos mujeres. Ninguna de las dos entendía por qué Mariana se había
puesto a hablar esas cosas y cómo las mujeres habían caído en ese “juego”,
cuando todo estaba tan tranquilo. Le recriminaron a Aníbal haberla
llevado, le reclamaron por no “controlarla”, no “educarla”, y permitir que
estuviera generando tanto conflicto.
Finalmente, decidieron que había que sancionarla, porque si no
lo hacían, nunca iban a recuperar el control de aquella gente. Si no la
sancionaban, se les iba de las manos y nunca más iba a ser lo mismo. La
sanción era someterse públicamente a la famosa crítica, darse golpes de
pecho, darse latigazos y retractarse de lo dicho…
Cuando se lo “comunicaron”, ya era una decisión, ni siquiera le dieron
oportunidad de explicarse, defenderse, justificarse, o lo que fuera. Aníbal
le dijo que él la quería mucho, pero que ella se había equivocado, que la
revolución no era así, que no había que andarse abriendo más frentes
de batalla, que suficiente tenían como enemigos de lucha a los ricos y
poderosos, como para ponerse en conflictos entre mujeres y hombres.
Mariana no entendía por qué hablar y hacer conciencia sobre los derechos
de las mujeres podía ser tan “subversivo”, atentar contra la “unidad” del
grupo, ser “contrarrevolucionario”.
Decidió renunciar al grupo, irse sola por su lado antes que volverse a
quedar muda. Tampoco quería ser humillada de esa forma, con lo que le
había costado levantarse de nuevo después de lo que había sucedido en su
familia. Había aprendido a hablar, pero estos hombres no la escuchaban,
no escuchaban el fondo del mensaje. Ella sabía que la semilla que había
sembrado en las mujeres florecería para siempre, no había que perder la
esperanza.

- 57 -
— Relatos de mujeres nuevas —

Por lo pronto, era más importante y urgente, salvar su propia


dignidad, así que continuó su camino por otras veredas, trabajando con
las mujeres en las comunidades, compartiéndoles sus reflexiones sobre la
importancia de defender sus derechos y aprendiendo de ellas. Mariana
tenía mucho para dar y crecer con estas compañeras. La revolución
necesitaba mujeres conscientes y seguras que aportaran en condiciones
equitativas a construir un nuevo país, una nueva sociedad, en la que ellas
sí contaran.

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REINVENCIÓN
Fatimah Said
“Un día histórico”
Hojarascas verde olivo se mueven armoniosamente al son del viento,
invitan la mente a volar. Los rayos de sol se incrustan en su piel, la tornan
rojiza. A pesar de esto, ella no siente… ni frío ni calor. El ambiente es
templado, ambivalente.
Despertó con los árboles, con las aves, con el viento. Sus ojos se
encontraron con la mirada tierna de su perro, juguetón y expectante
ante el nuevo día. La hamaca la arrulló como a una recién nacida. Sintió
emerger de la tierra, descansar con lo originario la hizo volver a la vida.
De pronto, un grito irrumpió en su escena: “¡Violeta!, ¿te quedaste ahí
toda la noche?”, su madre se acercó, percatándose que ella permanecía
con la ropa del día anterior. “¿No tienes hambre, frío? Entremos, vamos
a comer algo”. Violeta no entendía el desconcierto y preocupación de su
madre, seguía embelesada con esa nueva realidad que se abría ante ella.
Sensación de incertidumbre inmersa en el aire. En las cosas. En todo.
Ella no esperaba nada más que la vida. Y ésta resultó mucho más de lo
que esperaba.
Al entrar a la casa, sintió olores exquisitos que terminaron de
despabilarla. ¡Pan hecho en casa!, pensó. Había mantequilla, frijoles,
queso… qué más podía pedir. Comió con tanta gana que las personas a su
alrededor parecían desvanecerse a ratos. Aunque estaban ahí, mirándola
de pies a cabeza, como si se encontrara en el banquillo de las acusadas.
Al menos Alfonsina, su hermana, le brindaba una sonrisa, como gesto de
complicidad y admiración ante su osadía de ser, sin más.
Terminó de comer y se encaminó a su habitación. Decidida a
bañarse y cambiar su atuendo. Dejó caer su ropa del día anterior; era
otro día y tenía que vestirse para la ocasión. Se hizo un chongo en el
pelo y sus rasgos sobresalieron a plenitud. ¿Qué colores me irán hoy?,
pensó. Hoy me va negro y blanco. Se vistió así. Mientras se arreglaba,
convivió con la música, sus sonidos alegraron su mente, confabulándose
con los movimientos expresados por su cuerpo. No era sólo baile, era la
sensación de compartir mensajes en ritmos diversos.
Llueve.
Las plantas, los animales, el cielo, el mar, dejan ver su majestuosidad.
Recubren los rincones, se esparcen entre la materialidad. Las gotas

- 59 -
— Relatos de mujeres nuevas —

resbalan por la ventana, celebran su llegada a la tierra. No están tristes,


ellas son agua.
Cambia de piel. Las escamas de antiguos obstáculos ahora son
caminos por recorrer. Son claros. Piedras sobre tierra caminada, que
acompañan lo que es y lo que será. Algunas están pintadas, varios colores
ajenos las cubren. Ellas, como los árboles, sienten, hablan con cada
viento, remolino, huracán… Se separan, ya no pertenecen a esa montaña.
Se deslavan, en forma de lodo se desparraman por el suelo. Me cubro de
tierra, nos identificamos. Es el momento del goce, del reconocimiento en
un nosotras… lo somos.
Siento que llueve sobre mojado, como la canción, y entre tanto bla bla
bla, la politiquería toma forma. Hoy se define el futuro, sin preguntar.
Pareciera ser la canción de la lluvia y la mía. Para ella es caer en forma
de gotas, unas sobre otras; para mí es una ola de contratiempos que
recubre varias dinámicas. Ahora salgo, intento definir la mejor forma de
expresarme en este mundo.
“Era un día histórico”, decían. El día de las elecciones en su país. ¿Lo
era? Ella no creía en las noticias, ni en el periódico, mucho menos en
los ofrecimientos vacíos, pero quería hacer algo. Ahora podía, pero,
¿era suficiente? Sabía que lo reconocido y lo dado es lo que se difunde,
desde una visión vertical… nunca entrecruzada, ésa era la sociedad en la
que vivía. Sonrió al pensar en la coexistencia de relatos que componen
diversidad, que se encuentran casi imperceptibles, que no encajan en ese
papel aceptado. Por eso escribe. Reflexiona.
Inconformidad latente. Voces enmudecidas, acalladas,
incomprendidas. Sentir que emerge de lo profundo. Nos han pintado
sin consultar. Así nos clasifican. Como las piedras. La pintura no se
adhiere, el “dedo” la resiente. No quiere estar marcada, que no noten su
inconsistencia.
Ese crayón no puede definir su pensamiento. Su mano no lo reconoce,
no quiere imprimir ideas que el sistema no valida. “Participar es nuestro
derecho político en la democracia que se está construyendo”, dicen, hecho
que amarran al ejercicio de ciudadanía. ¿A qué costo? ¿Ante la pérdida
de mí misma?… ¿de mis convicciones?, ¿de mi posicionamiento? Esos
rostros no me representan, no me incluyen, no me nombran.
Participa, es consciente de sus derechos, los propios, los que ejerce
desde sí misma. Ella lo hace, y junto con más inconformes, constituyen
un bosque, una nueva sociedad.

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— Guisela López / Coordinadora —

El ritmo de normalidad sigue su curso. Sobresalen polaridades. Ella


no es la misma y no es la única. Hay más aliadas que se encuentran
con ella, en una búsqueda incansable de alternativas, de otros mundos
posibles. Sus entrañas expresan tantas cosas. Pocas son visibles. Las que
logran salir lo hacen en entramados de colores. El día llega a su fin. Cierra
sus ojos. Viaja entre las nubes y espera otro amanecer. “Talvez un cielo
morado no esté mal”, sueña.

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MI RADIO DE ACCIÓN NO TIENE LÍMITES

Dedicado a la joven de San José Poaquil que fue apresada injustamente por
la policía y cuyo corazón fue tan atemorizado que cayó enfermo. Este cuento
es un homenaje a su valentía y a la de decenas de mujeres conscientes, como
Ofelia, Ortensia, Margarita, Petronila, Martina, Cecilia, María, Goretti,
Migdalia y muchas otras guerreras de la luz...
Amalia Jiménez Galán
Auwjo k’roshob’el’ yol in’ti q’wapla’. Cuando me empujaron dentro de
esta celda, primero sentí vergüenza, miedo y rabia. Vergüenza, porque
nunca pensé que mi vida iba a parar así. Miedo, porque siempre había
escuchado historias terroríficas de la violencia en las cárceles. Y rabia,
por la injusticia. Porque no era justo venir a dar con los huesos en la
cárcel, sólo por haberme atrevido a hablar. Pasadas unas horas, cuando
el cansancio venció el llanto y el temblor que me agitaban, recordé la
historia de la Tatuana que me había contado mi abuela.
La Tatuana fue una mujer de grandes poderes que fue apresada. La
inquisición la metió en la cárcel acusada de bruja, pero su capacidad era
tal, que con un pedazo de carbón pintó un barco en la pared y se fue.
Nunca más nadie supo de ella, pero desde entonces su nombre es leyenda
en mi país, Guatemala. Igual que la Tatuana, yo, aquí, en este frío, feo y
oscuro rincón, tomo un lápiz y un papel para escribir. Estoy escribiendo
mi historia, a ver si así también se va, y yo con ella, y nunca más se repitan
estas situaciones de mujeres encarceladas injustamente.
Yo nací en un pueblo de San Marcos, a medio camino entre la
costa y la montaña. Mi padre venía siempre cansado de trabajar. Con
rostro enojado, nos mandaba a todas a callar, o a dormir, para que
no “molestáramos”. Éramos cuatro hermanas y mi madre. Mi padre
siempre se quejó de no haber tenido un hijo que le ayudara a cultivar
la tierra. Nada de lo que nosotras hacíamos le parecía bien. Se enojaba
y nos golpeaba sin motivo. Sólo porque sí. Eso sí, trabajaba mucho para
mantenernos, pero yo no sé por qué él no podía hablar. Se mantenía
rígido, duro, enojado. No recuerdo una ocasión donde lo viera dialogar
más de treinta minutos con nadie.
La casa donde me crié era tan silenciosa que se podía percibir el sonido
de nuestra ropa moviéndose, o los pasos del gato y los pollitos, o el viento
en los árboles. Sólo por las mañanas, cuando nuestro padre había salido,
nos atrevíamos a armar bulla. Ahí eran nuestras largas conversaciones.

- 63 -
— Relatos de mujeres nuevas —

Talvez sea por eso que valoro mucho a mis pocas amigas, por la
oportunidad de conversar y compartir. Mi amiga Rosana… ella sí que
tenía una vida animada y normal. Su padre había impulsado la creación
de una radio comunitaria, a la que daba vida con otros compañeros y
compañeras de organizaciones y cooperativas de la aldea y de San
Marcos. Mi amiga Rosana tenía un programa de radio para la niñez y la
juventud, que yo siempre escuchaba, porque era a media mañana y mi
padre todavía estaba en el campo.
Un día, Rosana me invitó a su programa. Y ese día, mi vida cambió.
Cambió, porque pasé el día más feliz que podía imaginar; porque las
caritas de las más pequeñas y pequeños cantando canciones y jugando a
través de la radio me llegaron al fondo del alma; porque fue una sensación
inolvidable cuando Rosana me presentó a la audiencia y me invitó a
hablar. Me preguntó cómo me llamaba. Yo me quedé callada como dos o
tres minutos, no lograba que saliera ningún sonido de mi garganta. Pero
cuando Rosana me volvió a preguntar y las niñas y niños comenzaron
a reírse, yo logré pronunciar mi nombre. Y después, ya no pude dejar
de hablar. Rosana me invitó a que compartiera con la audiencia las
canciones y los cuentos que mi mamá nos contaba de pequeñas. No sé
cómo sucedió, pero hubo un momento en el que dejé de preocuparme
por lo que decía y cómo lo decía… Conté los cuentos en mi idioma
mam y después entraron varias llamadas de teléfono de radioyentes, que
querían hablar conmigo y fue una experiencia tan hermosa e inolvidable.
Me costó dormirme esa noche, por la emoción.
Así fue cómo me convertí en colaboradora del programa “Juventud
sana y feliz”. Gracias a este programa yo me fui sintiendo cada vez más
feliz. Sólo me preocupaba cómo decírselo a mi padre, pero un día él me
enfrentó:
 Me han dicho que estás hablando por la radio, Tita, sus palabras
sonaron roncas, duras y cortantes. Habló mordiendo las palabras
tanto, que casi no podían salir de la espesura de su bigote.
 Sí, así es, padre. Pensaba contárselo, pero…
 Pues… parece que lo haces muy bien, Tita, me interrumpió, me
ha dicho Olegario que a sus patojos les encanta ese programa y
que es de lo mejor que hay en la radio. No sabía yo que vos eras
tan inteligente. Pero oíme bien, Tita. Que no me entere yo que
andas hablando de más, ni metiéndote en problemas, ¿eh? Que
bastantes problemas tenemos ya en casa.

- 64 -
— Guisela López / Coordinadora —

 Sí, padre. No tenga pena… me entristece un poco que usted


piense que yo no valgo nada. ¿Por qué me habla así? Yo sólo
quiero aportar algo a mi comunidad.
 Está bien hija. Ahí mirá vos…
Y me fui corriendo afuera, a suspirar de contenta. Como mi padre me
había dicho que yo viera qué iba a hacer, decidí que iba a seguir adelante
con el trabajo de la radio. Feliz con todo lo que estaba aprendiendo,
me tomé el programa todavía con más compromiso. Rosana y yo cada
vez dedicábamos más tiempo a la radio. Empecé a aprender el uso de
la computadora para grabar y preparar nuestras noticias. Después nos
metimos en el internet. La maestra nos enseñó a buscar. Pasamos horas y
horas investigando. También recibimos capacitaciones por parte de una
asociación a la que la radio pertenecía. Poco a poco, nos fuimos formando
en muchas cosas. Aprendimos sobre la situación del país, sobre nuestros
derechos, cómo hacer entrevistas, a manejar el equipo de la radio.
Un día, buscando en internet, conseguimos programas para niñas y
niños hechos por radios comunitarias de otros países. Al cabo de tres
años, nos comenzaron a pedir colaboración en otros programas.
La cooperativa de mujeres tejedoras nos invitó a participar en
su programa una vez a la semana. Éramos las más jóvenes y casi no
hablábamos, pero como a las mayores les costaba utilizar la computadora
y los equipos, nosotras las ayudábamos en todo lo que podíamos. Así
fue cómo escuché por primera vez de los derechos de las mujeres. Del
derecho que tenemos a escuchar y a ser escuchadas, a participar y a no ser
violentadas. En el programa de ellas, poníamos música de marimba que
combinábamos con otras voces, como Chavela Vargas, Amparo Ochoa,
Bebe y muchas otras artistas que nunca antes había escuchado y que me
fascinaron.
Hablando y compartiendo con todas estas compañeras fue que yo
pensé por primera vez en la posibilidad de estudiar y de hacer algo con
mi vida. Todo eso era lo que yo estaba pensando, mientras escuchaba el
último disco del grupo de mujeres Naik Madera en el estudio de la radio…
en cómo cumplir estos sueños estaba mi mente, cuando empezaron a
somatar la puerta.
 ¡Abran a la policía! ¡Abran ahora mismo!
Me acerqué a abrir para preguntar qué sucedía, pero los policías
no me dejaron ni hablar. Querían llevarse el transmisor a como diera
lugar. Intenté decirles que era una radio del pueblo y que sólo pasábamos
programas para educar, me gritaron que me callara y me llevaron.
Como a la misma Tatuana, me apresaron, me metieron en el carro y me

- 65 -
— Relatos de mujeres nuevas —

llevaron a la cárcel. De ahí en adelante, por momentos todo me parecía


una pesadilla, algo que no podía ser real de ninguna manera. En otros
momentos, me desesperaba en la tristeza y en la humillación, pues no
alcanzaba a comprender cuál era mi crimen. ¿Qué puede haber de malo
en compartir información y educación en nuestro idioma?
Vaya que la abogada me consiguió lápiz y papel. Me siento menos
sola escribiendo. Hago de cuenta como si estuviera al aire hablando con
la audiencia. La abogada me ha dicho que el lunes salgo libre, porque la
detención fue ilegal, no estuvo fundamentada y ni siquiera existía orden
judicial en mi contra. He aprendido cuáles son mis derechos como mujer
y como mujer maya, sé que tenemos derecho a expresarnos como lo
hemos hecho en nuestra emisora, con nuestros programas. Así que al
salir de aquí voy a continuar con mi labor de comunicadora. Regreso
más convencida que nunca, de que es necesario seguir fortaleciéndonos
en la sociedad.
Estas líneas que escribo en esta hoja, son como el barquito de la
Tatuana y en ellas me voy al otro lado de este muro donde no me pueden
alcanzar. Porque nuestro radio de acción, ni tuvo, ni tiene límites. Porque
cuanto más se intenta cazar un pájaro, más alto vuela. K’amash ch’ul
q’ilte, k’roshob’el’ yol, miqs’i k’oj jhb’.

- 66 -
AUTORAS

María Antonieta García Ocaña


Mi semilla vigilada por la comunidad, ve la luz del
Sol un diez del diez, a las diez, bajo el equilibrio
y el amparo de la abundancia, acompañada por
la autoridad y la abuela Luna, nací en este país,
mestizo como yo. Bajo el cargador actual que
inicia el año en los calendarios mesoamericanos.
Mi nombre significa: Excelente - Estrella de Mar.
Participante de grandes movilizaciones sociales
pro-derechos humanos y en contra de la invasión
a Viet Nam. Donde aprendí a convivir con la
multiculturalidad y glotofagia.

Samara Pellecer
Estudié Letras en la Universidad de San Carlos
de Guatemala. He publicado textos en la revista
Íncubos, en el Blog Te Prometo Anarquía y en el
libro Mujeres Discurso y Ciudadanía, aportes de
las mujeres desde la literatura. Escribo relatos,
poesía y cuentos. Desde 2009 he participado en el
Seminario de Literatura Feminista y Ciudadanía,
el cual me ha dado una nueva perspectiva de la
literatura.

Irina Alhelí Barreno Morataya


Nací en Guatemala el 1 de diciembre de 1965. Soy
escritora y autora de libros de texto. He publicado
dos poemarios «Soy mía» y «Dispersión y
Contrac/tura». Fui incluida en la antología de
poetas guatemaltecas «La subjetividad poética
y comunicacional en la construcción histórica
de las mujeres, determinante en el pensamiento
guatemalteco». He realizado comentarios sobre
cine en Prensa Libre y sobre literatura en la
Revista de la USAC. También he colaborado en
el certamen literario de la Asociación de Médicos
Escritores. Como docente a nivel universitario,
disfruto de la enseñanza y del aprendizaje ¡hay
tanto por descubrir y reconocer!

- 67 -
— Relatos de mujeres nuevas —

Neulina Morales
Mi vida inició el 28 de febrero de 1972, un lunes
de luna llena, según me contó mi madre. Me
gradué de Comunicadora Social, y luego estudié
una maestría en Ciencias Sociales en FLACSO. El
2000 fue un año que marcó mi vida, me gradué,
me casé y fui madre. Pero lo que la revolucionó,
por completo, fue mi encuentro con el feminismo.
Actualmente, trabajo en la Universidad Rafael
Landívar, que es mi segunda casa. Además,
comparto la maravillosa experiencia de la
literatura feminista con almas hermosas que me han enseñado a tener “Una
habitación propia”.

Carol Jacqueline Vivar López


Nací en Jutiapa el 07 de octubre de 1982. Soy
de profesión psicóloga. Me desempeño como
investigadora y terapeuta en áreas de sexualidad,
cuerpo a través de procesos de sanación. Cuento
con una especialización en temas de género y
feminismo. Actualmente, estudio una maestría en
investigación social en psicología. Me he atrevido
a reemplazar las palabras por la escritura, ya que
las palabras se las lleva el viento, y la escritura
permanece y crea la historia desde y para las
mujeres.

María Isabel Grijalva


El Sol de febrero de 1947 alumbró mi venida
a este mundo. Con estudios de licenciatura en
Trabajo Social de la Universidad de San Carlos
de Guatemala. Tres años en el Seminario de
Literatura Feminista y en 2011 en la Cátedra
Alaíde Foppa. Participaciones: en FILGUA,
CILCA y IV Encuentro Mesoamericano de
Estudios de Género. Integrante de la Agenda
Política de las Mujeres en la Diversidad.
Publicaciones en la Antología “Mujeres,
Discurso y Ciudadanía”. Luchadora por la
dignificación y defensa de los Derechos
Humanos de las Humanas. Dedico mi esfuerzo al trabajo con mujeres de las
áreas rurales.

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— Guisela López / Coordinadora —

Carla Yadira De León Alvarado


Soy una mujer feminista guatemalteca. Psicóloga
de profesión. Me desempeño como docente,
investigadora y consultora en el campo de los
derechos humanos de las mujeres, abordando
problemáticas como violencia, soberanía
alimentaria, empoderamiento de las mujeres,
incidencia política, entre otras. Integrante del
Seminario de Literatura Feminista, espacio en
el que compartimos diversidad de proyectos
colectivos por la escritura libre de cánones
opresores.

Ana Judith Paxtor Mazariegos


Nací en la ciudad de Guatemala el 23 de
noviembre de 1980. Soy la primera hija de
una familia de seis personas. De profesión
Psicóloga y orientadora escolar y vocacional,
con especialización en Estudios de Género.
Actualmente, trabajo como Encargada del
Área de Atención Psicosocial del Programa
Prevención y Atención en Desastres de
CEDEPCA. Disfruto de la lectura, los
paisajes, visitar diferentes lugares y aprender
de su cultura.

Elena Patricia Galicia Núñez


Nací un domingo de 1973, a la hora de asomar
las estrellas, tengo herencias culturales de
Uruguay y Guatemala. Soy comunicadora
con especialización en estudios de género
y pedagogía de jóvenes y población adulta.
Disfruto del trabajo educativo. En 2002
fui copartícipe de la creación de la Red de
Mujeres al Aire. Desde entonces, transito
por la comunicación alternativa desde las
mujeres. Me reta descubrir nuevos lugares y
espacios de creación.

- 69 -
— Relatos de mujeres nuevas —

Vilma Judith Ovalle


Nací el 30 de Junio de 1957, en el seno de una
familia tradicional, siempre he sostenido que
me encanta la época en que nací, de muchos
cambios en Guatemala y en el mundo. Eso
me ha convertido en una mujer híbrida, que
tránsito entre lo tradicional y lo moderno, no
me atrevo a llegar al post modernismo, aunque
también en ocasiones transgredo esa línea.
Mi niñez me permitió desarrollar muchas
capacidades que valoro y he utilizado en la
vida para ser quien soy, pero sobre todo para
poder superar los obstáculos que se presentan.

Mirna Lilian Ramírez Pérez

Nací un miércoles 14 de abril, hace más de medio


siglo. Mi vida se ha nutrido de experiencias
satisfactorias. Disfruto a mi pareja, a mis tres hijos,
a mis dos nietas, soy amiga de mis dos nueras y
soy defensora de los derechos de las mujeres.
Admiro a mi madre y su valentía de ser. Cuido de
mi padre. Y, entre los intersticios de esos amores,
surge la literatura feminista que me arropa cada
vez que el viento me susurra palabras nuevas.

Ruth del Valle Cóbar


Nací el 30 de enero de 1961 en ciudad de
Guatemala, antes que el Sol se asomara y
la Luna se despidiera al alba. De profesión
Politóloga y Psicóloga Social y de práctica
Defensora de Derechos Humanos, educadora
e investigadora social en derechos humanos
y memoria histórica. La afición por la lectura
me fue inculcada desde la infancia. Escribir
fue viniendo en la adolescencia, especialmente
en momentos de mayores emociones,
haciendo poesía. Después, con las ciencias
sociales, vendría la escritura de investigación
y memoria histórica.

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— Guisela López / Coordinadora —

Fatimah Said
Vine al mundo un lunes de octubre de 1983,
de sorpresa por decirlo de algún modo, ya
que me adelanté a lo previsto. Hija de madre
guatemalteca y padre libanés, crecí como hija
única durante tres años, hasta que nació mi
hermana, con la que comparto experiencias
desde entonces. Exploro la literatura feminista,
que me ha hecho crecer tanto intelectual como
personalmente, al descubrir un potencial
que no creía tener y al desinhibirme en lo
que quiero transmitir. Aquí estoy entonces,
en un aprender y desaprender constante, lo
que enriquece mi vida y amplía mi forma de
pensar permanentemente.

Amalia Jiménez Galán


Mi primer nacimiento fue en Cardeñosa,
Ávila, España, en febrero de 1971. El segundo
se produjo con mi venida a tierras mayas en
1998, al albergue y cuidado de la sabiduría
ancestral de estos pueblos hermosos. Escribí
poesías y cuentos desde niña. Soy licenciada en
Ciencias de la Información por la Universidad
Complutense de Madrid. Apoyo a radios
comunitarias de los pueblos originarios de
Iximulew, pues estoy convencida de la valía de
sus culturas y de la necesidad de revalorizarlas
y reproducirlas a través de los medios de
comunicación. Amanecerá un día y mis
hermanas y hermanos hablarán sin pena en
ese Otro Mundo Posible al que aportamos cada
día.

- 71 -
Relatos de mujeres nuevas
Guisela López

Relatos de mujeres nuevas se terminó de imprimir en diciembre


de 2011, en los talleres de CHOLSAMAJ, 5ta. calle 2-58 zona 1
E-mail: editorialcholsamaj@yahoo.com, www.cholsamaj.org
Tels.: (502) 2232 5402 - 2232 5959 - 2230 3301 - 5784 9687
Ciudad de Guatemala, C.A.

Seminario de Literatura Feminista y Ciudadanía


Autora de los libros: “Donde están
las mujeres”, IUMUSAC 2011, “Pensa-
miento y Compromiso Social”, USAC
2008. Coordinadora de los libros:
“Literatura feminista y ciudadanía”,
“Mujeres, discurso y ciudadanía” y
”Mujeres Mayas y Garífunas: Género
Escritora feminista. Nacida en Guate- e identidades culturales”, CEIICH,
mala el 30 de agosto de 1960. Coor- UNAM (México) y Fundación Guate-
dinadora del Seminario de Literatura mala, 2009. Participación en otras
Feminista Guatemala 2009 - 2010. publicaciones como el Dictionnaire
Fundadora e integrante de la Colecti- des Créatrices, en “Editions des
va de Mujeres en las Artes (2001 - Femmes”, París 2010, “Mujeres,
2010). Coordinadora del Centro de ciencia e investigación: Miradas
Estudios de Género. Comunicóloga. críticas”, USAC 2009.
Especialista en Género y en Investi-
gación. Docente e Investigadora Primer Lugar, Certamen Académico
universitaria. Candidata al Doctora- Para Mujeres Mayas, Garífunas,
do “Género, Feminismos y Ciudada- Xinkas y Mestizas, Dignificación y
nía: Perspectivas para un nuevo Valoración de la Mujer Guatemalte-
siglo” por la Universidad Internacio- ca. Premio a la Investigadora del año
nal de Andalucía. por la Facultad de Humanidades y la
Dirección General de Investigacio-
Poemarios publicados: “Mujer de nes, DIGI, USAC 2010. Premio Investi-
nueva cuenta”, “Nueva mirada”, gadora Destacada, Instituto Univer-
“Versos del desamor”, “Erótica de sitario de la Mujer, 2011.
mar” y “Postales de ciudad”, 2011,
“Brujas”, 2006, “Canto nuevo”, 1980,
Publicado bajo el seudónimo de
Andrea Torres. “En busca del amane-
cer”, 1976. Participación en las Anto-
logías: Hotel Quequén III, Mosaico
Poético Latinoamericano, Buenos
Aires, Argentina 2009. La Mujer Rota,
Literalia Editores, 2008. Transitando
entre la subjetividad poética y la
comunicación. Antología de poetas
Guatemaltecas, DIGI USAC (2009).
Sueños de Guatemala, 2004; Voces
de pos guerra, 2001; “Guatemala
Voces desde el Silencio”, 1993; “Anto-
logía de autoras Belemitas”, 1983.
“Relatos de mujeres nuevas” reúne búsquedas
por romper con estereotipos y cánones impues-
tos, aproximaciones a nuevas maneras de ser y
estar en el mundo. Son bocetos de nuevos imagi-
narios en el que las mujeres del siglo XXI esta-
mos dispuestas a ejercer nuestros derechos.
GL.

Catedra Alaide Foppa


Colectiva de Mujeres en las Artes -
Asociación Centro de Estudios de Género CEG -
Instituto Universitario de la Mujer IUMUSAC
Instituto de Estudios de la Literatura Nacional INESLIN
Facultad de Humanidades USAC

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