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MAYORDOMÍA

UNIÓN BOLIVIANA

LA INVITACIÓN DE DIOS
MAYORDOMÍA
UNIÓN BOLIVIANA

7 Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis


leyes, y no las guardasteis. Volveos a mí, y yo me volveré a
vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué
hemos de volvernos? 8 ¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros
me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En
vuestros diezmos y ofrendas. 9 Malditos sois con maldición,
porque vosotros, la nación toda, me habéis robado. 10 Traed
todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová
de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros
bendición hasta que sobreabunde. 11 Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os
destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los
ejércitos. 12 Y todas las naciones os dirán bienaventurados; porque seréis tierra deseable, dice
Jehová de los ejércitos.

Malaquías 3: 7-12

P or casi 1500 años, Dios se comunicó con Israel por medio de profetas. La iglesia
de Dios del siglo V a.C. se había apartado de Él, viviendo de modo equivocado en
muchas áreas de la vida. En su misericordia, Dios envió el profeta Malaquías, que
significa “Mi mensajero”.

Malaquías siendo el último mensajero del Antiguo Testamento, tenía un mensaje


especial para su iglesia, pues, a través de su intermedio Dios hace la última invitación y
ofrece la última oportunidad para volver de sus caminos equivoca-dos antes que
lleguen sus “juicios” (3:5). Dice Elena G. de White que “nadie era dejado sin esperanza;
las profecías de juicio que emitía Malaquías iban acompañadas de invitaciones a los
impenitentes para que hicieran la paz con Dios” (PR 521).

Nuestro deseo en este día es descubrir lo que Dios espera de nosotros en relación al
cumplimiento de sus Estatutos, como la fidelidad que le debemos en los diezmos y
ofrendas, pues solo así podremos reclamar sus bendiciones.

Analicemos el mensaje y la invitación de Dios para su iglesia.


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1. DIOS INVITA SU IGLESIA A NO DESVIARSE

1. La iglesia no es fiel en guardar la Ley de Dios – 7

“Habéis apartado de mis leyes”. La iglesia de Dios es acusada de no


guardar y apartarse de la Ley del Señor. La idolatría, el adulterio y la
apostasía comenzaron temprano en la historia de Israel y persistió por
mucho tiempo. “Con miopía fatal, se desviaron vez tras vez de su glorioso
destino” (PR.520).

Los sacerdotes y todo el pueblo, la “nación toda” (v.9), tuvieron esta


actitud rebelde de pecar y burlarse de Jehová. Todos se habían colocado
contra los estatutos de Dios, a través de los cuales él había revelado su
deseo y su voluntad (Dt. 4:4-8). Si las palabras dichas por Oseas: “el pueblo
es como su sacerdote”

(4:9) se aplica a esta nación que estaba en rotunda desobediencia.

Por esta situación, el profeta hace la invitación de Dios diciendo: “volveos a


mí, y yo me volveré a vosotros”. Mismo así, “los israelitas, dice Elena G. de
White, titubeaban en entregar sus orgullosos corazones en una obediencia
presta y amante para una cooperación cordial” (PR.522).
Fe y obediencia fueron apenas episodios pasajeros en la vida de la iglesia
en el pasado. El Señor se alegra cuando obedecemos su Palabra.

2. La iglesia no es fiel en su honestidad – 9

“Me habéis robado”. Aquí el principio es la honestidad, pues robar las


posesiones materiales del otro es un gran pecado. Todo robo es pecado.
En la literatura talmúdica significa “tomar por la fuerza”. La iglesia estaba
siendo injusta por el hecho de estar robando por “la fuerza” a Dios lo que
le pertenece por derecho.

Mismo así, el pueblo rechaza en admitir su culpa (v.8). El pueblo está


anestesiado, no siente la gravedad de su pecado. No había disculpa. Solo
no fueron destruidos, porque Dios es fiel a su promesa e inmutable en su
carácter (Stg. 1:17; He. 13:8). Dios jamás había fallado con su pueblo,
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quien estaba en falta era la nación. Por eso la severa reprensión: “Malditos
sois” La maldición seguía la desobediencia, así como la bendición seguía la
obediencia.

En nuestros días dice Elena G. de White que: “su pueblo no le da los


diezmos y las ofrendas que le pertenecen. Este robo perpetrado contra
Dios, practicado tanto por ricos como por pobres, ha llevado oscuridad a
las iglesias” (CMC 92). Pero, este robo será severamente castigado.
“Quienquiera que se apodere para su propio uso de la porción que Dios se
ha reservado... Perderá no solo lo que ha retenido de Dios sino también lo
que se le dio como suyo” (CMC 93).

Es un mal negocio retener todo el dinero y recursos para sí mismo. Somos


llamados a no defraudar a Dios, pues: “defraudar a Dios es el delito más
grande que un hombre pueda cometer; y sin embargo este pecado está
muy arraigado y extendido”. RH, oct. 13, 1896.

2. DIOS INVITA SU IGLESIA A SER FIEL

1. La iglesia debe ser fiel en los diezmos – 8 a

La iglesia pregunta: “¿En qué te hemos robado? Dios responde: En los


“diezmos”. La devolución del diezmo es una orden de Dios (Lv 27:30,32;
Nm. 18:21). Cuando Dios establece una norma no se cuestiona, pues Él “ha
especificado que los diezmos y las ofrendas constituyen nuestra
obligación, y desea que demos en forma regular y sistemática…” (CMC.
86). Los israelitas fueron ladrones de las cosas divinas, un crimen agravado.
Solo un necio intentaría robar a Dios, pero ellos no dudaron en hacer
exactamente eso.

El diezmo es un recordatorio de que Dios es el Creador y dueño de todas


las cosas y que nada es nuestro (Hag. 2:8). Él colocó el diezmo con un
propósito especial, “Dios ha establecido el sistema de la beneficencia para
que el hombre pueda llegar a ser semejante a su Creador, de carácter
generoso y desinteresado” (CMC 17).
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Devolver el diezmo es un acto de adoración, así como lo hizo Abraham


cuando dio el diezmo a Melquisedec, reconociendo que Melquisedec era
el representante del Dios altísimo (Gn.14:20; He. 7).

Hoy Dios invita su iglesia para que: “su diezmo sea llevado a su tesorería.
De-vuélvase esa parte en forma estricta, honrada y fiel” (CMC 87).

2. La iglesia debe ser fiel en las ofrendas – 8 b

La iglesia pregunta: “¿En qué te hemos robado?” Dios responde: en las


“ofrendas”. La iglesia de Dios no solo estaba robando en los diezmos, mas
también en las ofrendas que eran exigidos por la ley (Nm 18:21-24). Elena
G. de White menciona algunas de las características de cómo debe ser la
ofrenda: “El asunto de la dadivosidad no ha sido librado al impulso. Dios
nos ha dado instrucciones definidas concernientes a él. Ha especificado
que los diezmos y las ofrendas constituyen nuestra obligación, y desea que
demos en forma regular y sistemática...” (CMC 86).

Cuando ofrendamos, Dios mira nuestro corazón. Él sabe que no podemos


dar de lo que no tenemos, pero desea que seamos generosos de acuerdo
con las bendiciones recibidas, “según haya prosperado” (1Co.16: 2). La
ofrenda nace de un corazón agradecido, por todo lo que Cristo hizo por
nosotros, especial-mente en la cruz del calvario (Jn. 3:16). Ofrendar es un
acto de adoración a Dios (Sal. 96:8).

Dios invita a su iglesia a ser fiel, pues “el ángel registrador anota fielmente
lo que se relaciona con cada ofrenda dedicada a Dios y colocada en la
tesorería y también registra el resultado final de los medios así donados”
(CMC. 206).

3. La iglesia debe ser fiel en traerlos a la casa del tesoro – 10 a

Dios dice: “En mi casa”. Dios pide para que su pueblo lleve los diezmos y
las ofrendas hasta “su casa” y no a otro lugar. La “casa” mencionada en
Malaquías es la misma descrita en Nehemías, que es llamada de “Cámaras
de la Casa de Dios” o “Cámaras de la Casa del Tesoro” (Ne. 10:37 al 39).
Los israelitas no estaban siendo fieles en este aspecto, pues la parte que
correspondía al Señor estaba quedando en “sus casas”, en vez ir para la
“casa del tesoro”.
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Por eso, Malaquías clama por la fidelidad total dentro del plan establecido
por Dios, o sea llevar todos los diezmos y ofrendas consagradas al Señor a
la tesorería centralizada en el Templo. Después debían ser almacenadas y
contabilizadas para luego ser redistribuidos para el mantenimiento de los
equipos sacerdotales y de los levitas en todas las regiones de Israel (Ne.
12:44).

Así como en los días de Malaquías, Dios invita su iglesia para que: “estos
(diezmos y ofrendas) deben colocarse en su tesorería y considerarse
sagrados para su servicio tal como Él lo ha designado” (CMC. 106).

Y todo esto se expresa en dos acciones:

(1) La responsabilidad del donante – 10 a

“Traed todos los diezmos…”. Hay una gran responsabilidad por parte del
donante. Debe “traer” los diezmos y las ofrendas consagradas a la “Casa
del Tesoro”. El donante no puede retener ni darse el derecho de
administrar la donación. Quien debe gestionar algo donado es el receptor,
la iglesia y nunca el donante.

La ofrenda y los diezmos, en hebreo, son llamados generalmente de


Terumah (Nm. 18:24; Mal. 3: 8). Esta palabra significa una ofrenda para
uso sagrado, un regalo, un sacrificio, un impuesto para el templo. Por eso,
son recursos sobre los cuales perdemos totalmente el poder de controlar
cuan-do los damos, pero, si el donante gestiona lo que ha sido donado,
entonces no ha sido donado de hecho, nunca fue un regalo, sacrificio o
tributo.

Elena G. de White menciona que: “La porción que Dios se ha reservado no


debe usarse para ningún otro propósito fuera del que él ha especifica-do.
Que nadie se sienta libre para retener sus diezmos con el fin de usar-los
según su propio juicio. No debe emplearse en caso de emergencia, ni
como parezca conveniente, aun en cosas que conciernan a la obra de Dios”
(CMC. 106). Ella advierte que, cualquier tentativa de usar los recursos del
Señor a nuestro modo, puede traer consecuencias eternas. “El diezmo le
pertenece a Dios, y los que se entremeten con él serán castigados con la
pérdida de su tesoro celestial, a menos que se arrepientan” (9TI. 201).
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(2) La responsabilidad de la autoridad de la iglesia – 10 b

“Haya alimento en mi casa”. Los líderes de la iglesia son llamados a aplicar


bien los recursos para producir y esparcir el pan espiritual. Los diezmos son
de Dios y deben ser usados apenas para la manutención del ministerio y la
predicación del evangelio (1 Co. 9:8 al 14). Dice Elena G. de White que:
“este fondo en ningún caso debería dedicarse a otro uso; debe dedicarse
únicamente para el sostén del ministerio evangélico” (CMC. 86).

Por lo tanto, la autoridad de la iglesia, en este caso, los presidentes de las


Asociaciones son los responsables por la fidelidad y la administración de
los diezmos. “Los que están en el centro de la causa deben examinar
detenidamente las necesidades de los diferentes campos… de la obra” y
deben “asignar a las necesidades de la obra del Señor los recursos de su
tesorería” (OE. 469, 470).

Al traer el diezmo a la casa del tesoro, sus hijos no sólo están sustentando
y “alimentando” el ministerio del Templo, más también están dando
gracias a Dios por la provisión abundante de sus necesidades.

3. DIOS INVITA SU IGLESIA A DISFRUTAR SUS BENDICIONES

1. La iglesia recibirá bendiciones sin medida – 10 b

“Probadme ahora en esto”. La iglesia de Dios debe creer fielmente en las


promesas del Señor. Pero, si todavía alguien acalora pensamientos de
duda, así como el discípulo Tomas ante la resurrección de Jesús (Jn 20:25),
Dios pide para “probarlo ahora” y así disfrutar de sus bendiciones. “Su
palabra constituye nuestra seguridad de que nos bendecirá de tal modo
que llegaremos a dar diezmos y ofrendas aún mayores” (CMC. 94).

Hay grandes bendiciones para los que le obedecen. “Todos los que deciden
obedecer a Dios de todo corazón; los que no se apoderen de los fondos
reservados a Dios… los que devuelven la parte que él reclama como suya,
recibirán bendiciones de Dios…” (CMC 97).
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Es por eso que Dios promete:

(1) Bendiciones del cielo – 10 b

“Abriré las ventanas de los cielos”. El Dios del cielo promete abrir las ven-
tanas del cielo para nos bendecir. No sólo habría lluvia para remover todo
temor de la sequía, pero a través de estas ventanas la bendición divina
sería derramada en abundancia (Lv. 26: 3-5).

Hoy en día “Dios tiene un cielo lleno de bendiciones para los que cooperen
con él. Todos los que le obedezcan pueden con confianza reclamar el
cumplimiento de sus promesas” (Or. 366).

(2) Bendiciones de la tierra – 11

“No os destruirá el fruto de la tierra”. En los días de Malaquías práctica-


mente 95% de las personas eran agricultores o ganaderos y dependían de
los frutos de la tierra para su sobrevivencia. Los profetas siempre
prometieron las bendiciones de Dios en términos de frutos de la tierra
(Hag. 2:19, Zac 8:12). Ahora Malaquías agregó que éste sería protegido del
devorador. Había tres tipos de langostas perjudiciales, “el saltón, el
revoltón y la langosta, y ellos eran muy temidos debido a sus cualidades
destructivas (Jl. 1: 4). Pero, Dios promete “reprender” el “devorador”.

Esta es una promesa que ya había sido prometida “Jehová te enviará su


bendición sobre tus graneros, y sobre todo lo que pusieres tu mano, y te
bendecirá en la tierra que el Señor tu Dios te da” Dt. 28:8.

(3) Bendiciones en su vida personal – 12

“Os dirán bienaventurados”. Cuándo obedecemos y somos fieles a Dios en


cumplir sus mandatos, la bendición de Dios está en nuestra vida. La alegría
y la felicidad permea nuestro ser. Y esta bendición no es solo para él, los
de-más también son bendecidos. Dice el salmista “Benditas serán en él
todas las naciones; lo llaman bienaventurado” (Sal. 72:16,17).
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Dios promete prosperar y bendecir a quienes dan con liberalidad (Lc. 6:38;
2 Co. 9: 6-11; Pr. 11:25). Dios deseaba que su pueblo fuera feliz,
bienaventurado, siendo una lección objetiva al mundo de los resultados de
la obediencia.

CONCLUSIÓN

Cuando Dios mira nuestra vida y ve que no estamos caminando en sus


caminos, Él nos reprende a fin de que seamos corregidos. Esto hace
porque nos ama y está interesado en nuestra salvación.

Él desea que reconozcamos nuestros descaminos y que, arrepentidos,


volvamos a Él en busca de su bendición. La invitación del Señor es “volveos
a mí…, y yo me volveré a vosotros” (Zac. 1:3) Así, si damos un paso en
dirección a Dios, Él vendrá a nuestro encuentro y nos bendecirá con Su
salvación y también con todo lo que sea necesario para esta vida. “Jehová
es mi Pastor y nada me faltará” (Sal. 23: 1).

En relación al texto que acabamos de estudiar, debemos examinar nuestra


propia situación individual, a fin de verificar si estamos siendo fieles o no,
en los diezmos y ofrendas. Si quizás estamos en falta, no dudemos en
volver al Señor, atendiendo su amorosa invitación y decidiendo por su
gracia ser fieles a Él, pero, si hemos sido fieles al Señor, reconozcamos que
es privilegio hacer prueba de sus promesas. “El Dios del cielo ruega a sus
hijos errantes que vuelvan a él, a fin de poder cooperar de nuevo con él
para llevar adelante su obra en la tierra” (PR. 521).

LLAMADO
Aceptemos hoy, antes que se tarde, la invitación de Dios para
nuestra vida. ¡Amén!

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