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EL GANSO DE ORO

Érase una vez, un anciano leñador que tenía tres hijos. El más pequeño de los tres se llamaba “Tontín”,
y sus hermanos lo despreciaban porque era muy lento para el trabajo.
Un buen día, mientras el más grande y fuerte de los hijos del leñador se encontraba talando en el
bosque, apareció de repente un anciano vestido con harapos que suplicaba por un sorbo de agua y un
poco de comida.
“De mi parte no recibirás nada, anciano inútil. Apártate” – le gritó el jovenzuelo y continuó su trabajo
talando los árboles. Entonces, el hombre canoso le lanzó una maldición y desde lo alto cayó una rama
pesada que fue a parar a la cabeza del joven leñador.
Al llegar a casa, adolorido y triste, el más grande de los hijos del leñador le contó lo sucedido al
hermano mediano, y este salió camino hacia el bosque para continuar con el trabajo. Horas después,
apareció en el mismo lugar el débil anciano, y al pedir por un poco de comida y un sorbo de agua, el
muchacho le respondió:
“No le daré nada, viejo decrépito. Apártese a un lado”. Y nuevamente, el hombre canoso lanzó una
maldición sobre el muchacho, quien recibió un fuerte golpe en la cabeza por una rama desprendida de
los árboles.
Con tan mala suerte, el hermano mediano regresó a casa y como no quedaba nadie para trabajar,
Tontín decidió terminar de talar los árboles, y partió a toda velocidad hacia el bosque. Al llegar al
lugar, el anciano apareció entre los árboles para pedir un poco de agua y comida, pero Tontín no lo
pensó dos veces y aceptó compartir su comida con aquel hombre debilucho. Para recompensarlo, el
anciano le regaló nada menos que un ganso de oro.

Alegre por su regalo, Tontín partió hacia la cabaña para reunirse con su padre y sus hermanos, pero
como era de noche, decidió refugiarse en una pequeña posada en el medio del bosque. En aquel lugar,
vivía un posadero con sus tres hijas, las cuales, al ver llegar a Tontín con su ganso de oro quisieron
aprovecharse y robar las plumas de oro del animal.
La mayor de las muchachas, esperó entonces a que Tontín se quedara dormido, y entró en el cuarto
sigilosamente buscando el ganso de oro. Sin embargo, cuando por fin puso sus manos sobre el animal,
quedó pegada irremediablemente a él sin poder escapar. Así lo hicieron las otras dos hermanas,
quedando pegadas una detrás de la otra.
A la mañana siguiente, Tontín emprendió su camino de regreso a casa, sin darse cuenta que las
muchachas se arrastraban con él, pegadas al ganso de oro. Durante el trayecto, un granjero quiso
ayudarlas, pero este también quedó pegado al animal sin poder zafarse. La esposa del pobre hombre
decidió entonces hacer algo por su marido, pero tan pronto lo tocó se quedó enganchada de la fila.
El perro de la esposa, al ver a su ama arrastrándose por el suelo, trató de ayudarla agarrándola por los
tobillos, pero tanto el pobre animal, como el gato de la granja y tres pollitos quedaron inútilmente
pegados, justo detrás de la mujer, el granjero y las tres hijas del posadero.
Con el paso del tiempo, aquella extraña caravana llegó a la ciudad, donde el rey tenía una hija que
nunca había podido reír. Tanta era la amargura del rey que ofreció la mano de la princesa a cualquier
ser humano que fuera capaz de hacerla reír. Para suerte de Tontín, la triste muchacha se encontraba
en ese momento descansando en su alcoba, y al ver aquella fila de personas y animales arrastrándose
por el suelo, estalló en miles de carcajadas, por lo que el rey no tuvo más remedio que casarla con el
atontado muchacho.
Así fue que, en poco tiempo, Tontín logró casarse con la princesa para comenzar a vivir una vida llena
de alegría y felicidad.
COMO SE HIZO LA LLUVIA

Cuentan que hace mucho, muchísimo tiempo, una gota de agua se cansó de estar en el mismo lugar, y
quiso navegar por los aires como los pájaros, para conocer el mundo y visitar otras tierras.
Tanto fue el deseo de la gótica de agua, que un día le pidió al Sol que le ayudara: “Astro rey, ayúdame
a elevarme hasta el cielo para conocer mejor el mundo”. Y así lo hizo el Sol. Calentó la gótica con sus
rayos, hasta que poco a poco, se fue convirtiendo en un vapor de agua. Cuando se quedó como un gas,
la gótica de agua se elevó al cielo lentamente.
Desde arriba, pudo ver el lugar donde vivía, incluso más allá, puedo ver otros rincones del mundo,
otros mares y otras montañas. Anduvo un tiempo la gótica de agua allá en lo alto. Visitó lugares
desconocidos, hizo amistades con los pájaros y de vez en cuando algún viento la ponía a danzar por
todo el cielo azul.
Sin embargo, a los pocos días, la gótica comenzó a sentirse sola. A pesar de contar con la compañía de
los pájaros, y la belleza de la tierra vista desde lo alto, nuestra amiga quiso que otras góticas de agua
le acompañaran en su aventura, así que decidió bajar a buscarlas y compartir con ellas todo lo que
había vivido.
“Viento, ayúdame a bajar del cielo para ir a buscar a mis amigas” Y el viento así lo hizo. Sopló y sopló
un aire frío que congeló la gótica hasta volverse más pesada que el aire, tan pesada, que pronto
comenzó a descender desde las alturas.
Al aterrizar en la tierra, lo hizo sobre un campo de trigo, donde había muchas góticas que recién
despertaban hechas rocío mañanero. “Queridas amigas, acompáñenme hasta el cielo” gritó la gótica y
todas estuvieron de acuerdo. Entonces, el Sol las elevó hasta lo alto donde se convirtieron en una
hermosa nube, pero al pasar el tiempo, las góticas quisieron bajar nuevamente a contarles a otras
góticas sobre lo que habían visto.
Y desde entonces, siempre que llueve, significa que cada gota de agua ha venido a buscar a su amiga
para jugar y bailar en el cielo.
EL RATON DE CAMPO Y EL RATON DE CIUDAD.

Entre los árboles de un enorme bosque, vivió una vez un humilde ratoncito, que cada mañana se
levantaba feliz a comer, saltar, jugar y hacer todo lo que quisiera. Aquel ratoncito era muy feliz porque
tenía todo cuanto pudiese desear. Su casita estaba hecha de hojas secas y su cama era una cáscara de
nuez. En las noches, el ratoncito conversaba con su amiga la lechuza y con los primeros rayos del Sol
partía todos los días hacia el río para bañarse con sus amigos los peces.
Una tarde, arribó a la casa de nuestro amigo un ratoncito de la ciudad, engalanado con ropas de seda,
sombreros de terciopelo y joyas de la más alta calidad. Al ver las condiciones en que vivía el ratoncito
de campo, enseguida comenzó a burlarse de él, pero nuestro amigo no hizo caso de aquello, y
gustosamente le preparó una merienda, mientras le invitaba a descansar dentro de la casita.
“Eres muy amable, amigo mío. Pero he sentido vergüenza al ver que nada de esto se compara con
todas las comodidades que podrías tener en la ciudad. ¿Por qué no vienes conmigo y lo compruebas
con tus propios ojos?”, preguntó el ratoncito de ciudad mientras devoraba la merienda de frutos secos
y hojas verdes que le había preparado el ratoncito de campo.
Después de una larga charla, el ratoncito de campo accedió a visitar la ciudad de su nuevo amigo, y
temprano en la mañana emprendieron el viaje. Luego de recorrer varias horas de camino, los viajantes
arribaron por fin a la entrada de la ciudad, y tras avanzar unos kilómetros más terminaron sentados
por fin en la casita del ratoncito de ciudad.
“¿Has visto cuánto lujo?”, preguntó el ratoncito de ciudad mientras su amigo observaba con
detenimiento todas las joyas de aquella casita. Al cabo de un tiempo, y habiendo descansado un poco,
los animalitos sintieron entonces que el hambre los atormentaba, por lo que decidieron salir en busca
de comida.
Al llegar a una casa, los ratoncitos treparon por la ventana, y para su sorpresa, encontraron la mesa
de la cocina repleta de manjares deliciosos. Carnes, dulces, vegetales, todo cuanto pudieran desear se
encontraba en aquel lugar, pero la dicha duró poco para nuestros amigos, pues tan pronto como se
disponían a dar el primer bocado, apareció de la nada un gato feroz.
Muertos de miedo, los ratoncitos echaron a correr con todas las fuerzas de sus patas, y cuando
estuvieron a salvo, decidieron salir nuevamente en buscar de comida. Varias horas después, el ratoncito
de ciudad dio con otra casa, e invitó al ratoncito de campo a colarse por la rendija de la puerta, para
luego saltar hasta la mesa donde le esperaba un delicioso banquete.
Embelesados de tanta comida, los ratoncitos no se dieron cuenta que una señora los vigilaba
sigilosamente detrás de las cortinas, y tan grande fue el susto que se llevaron, que de un golpe
terminaron en la calle, hambrientos, asustados y tristes. “No te preocupes, amigo. Ya encontraremos
un lugar donde podamos comer algo”, insistía el ratoncito de ciudad tratando de consolar a su
compañero.
Nuevamente, anduvieron por un rato los ratoncitos hasta que por fin, encontraron un lugar repleto de
comida. Se trataba de un restaurante de lujo, y con mucho cuidado, los dos animalitos se escurrieron
entre las mesas hasta llegar a una que estaba repleta de manjares suculentos. Sin tiempo que perder,
los ratoncitos se dispusieron a devorar todos los platos de la mesa, aunque desafortunadamente, el
cocinero ya los había visto desde el momento en que entraron por la puerta.
Acercándose con cuidado, el cocinero estrelló contra la mesa su cuchillo, pero afortunadamente, el
ratón de ciudad logró esquivar el golpe a tiempo. Alertados del peligro, los dos ratoncitos no tuvieron
otro remedio que huir de aquel lugar a toda velocidad, y cuando se encontraron a salvo en la calle, el
ratoncito de campo le dijo a su amigo:
– No lo tomes a mal, querido compañero. Cierto es que vives rodeado de lujos y cosas muy buenas,
pero la ciudad no es para mí. Yo no podría vivir jamás en un lugar tan agitado y peligroso, y la verdad,
prefiero mil veces mi humilde y pequeña casita en el campo antes que vivir nervioso todo el tiempo y
temeroso por mi vida. A veces, es mejor disfrutar de la vida feliz y con poco, que contar con grandes
comodidades y vivir asustado todo el tiempo.
Y así fue cómo el ratoncito de campo jamás volvió a saber de su amigo en la ciudad, y cada día de su
vida lo pasó entonces en su humilde pero tranquila casita, feliz de la vida que había escogido para él.
EL PAJARITO FLAUTISTA

En un lugar muy lejano llamado Pentagrama, habitaban animales que podían tocar instrumentos
musicales. Los pájaros, los conejos, los zorros y los osos, cada uno de ellos llevaba su instrumento
colgado en el cuello, y a cada minuto del día, entonaban bellas y agradables melodías que alegraban
todo el bosque.
En aquel lugar, vivía un pájaro flautista muy popular que todos admiraban por su talento. El pájaro
era invitado a todas las fiestas y siempre animaba a todos a su alrededor entonando canciones
maravillosas con su flauta. Cuando daba conciertos, los tickets se agotaban en instantes, y las personas
se abarrotaban cerca de la entrada para poder admirar la gracia con que el distinguido pájaro
manipulaba la flauta.
Cierta mañana, el pájaro despertó como de costumbre en su habitación y, cuál fue su sorpresa al
encontrar que su preciada flauta ya no estaba. ¿Cómo iba a poder interpretar sus bellas canciones?
¿Quién habría podido ser capaz de robarle su querido instrumento?
Entre sollozos y sollozos, el pájaro descubrió una nota muy extraña sobre la puerta de su casita:
“Hemos tomado tu flauta y no podrás tocarla nunca jamás. Serás la burla de todo el reino”. Al leer
aquella nota, las patas endebles del pájaro comenzaron a flaquear, sintió un nudo en su garganta y no
tuvo más remedio que inventar un catarro para poder justificar su ausencia en los conciertos que le
esperaban aquel día.
Tras una semana de agonía y lento pesar, el pájaro decidió llamar a sus tres amigas las urracas. “No
lo podemos creer. Que crimen tan horrendo”, exclamaron al unísono las urracas revoloteando de furia.
“Por favor, amigas, ayúdenme a recuperar mi flauta”, sollozaba el pájaro con las alas en la cabeza.
“No queda otro remedio que buscarla en todos los rincones del reino. Incluso debajo de las piedras”,
dijo una de las urracas y todos estuvieron de acuerdo. Sin tiempo que perder, el pájaro se disfrazó de
flor, una urraca de gusano, otra de cucaracha, y la última se disfrazó de roca, y así salieron cada uno
por su lado en busca de la flauta.
El pájaro vestido de flor visitó todos los teatros y los lugares donde tocaban los animales, pero ninguno
de ellos tenía su flauta. Al cabo de los días, cansado de tanto buscar, el pobre pájaro se dio por vencido.
“Esto es todo. No busco más”, y dicho aquello se retiró a su casa para llorar de tristeza.
Mientras tanto, la urraca disfrazada de gusano visitó los talleres de instrumentos en busca de una
flauta llegada recientemente. Sin embargo, anduvo por horas entre violines, pianos y tambores, y
tampoco tuvo buena suerte con su búsqueda. “Me cansé de buscar”, gritó quitándose el disfraz y
volviendo a casa de su amigo el pájaro.
Del otro lado del reino, la urraca disfrazada de cucaracha tampoco pudo regresar a casa con buenas
noticias. Tras largo tiempo visitando las tiendas y los mercados, no pudo encontrar a nadie que
estuviese vendiendo una flauta, así que regresó por el mismo camino a casa de su amigo el pájaro.
Finalmente, la tercera urraca disfrazada de roca, se quedó inmóvil en un solo lugar del bosque, y
aunque pasó largo tiempo sin probar bocado ni poder estirar sus alas, un buen día escuchó a dos topos
que cuchicheaban atentamente escondidos en la yerba.
“¿Estás seguro de que nadie nos escucha?”, preguntó el topo más pequeño. “No te preocupes, estamos
solos”, contestó el segundo más gordo y viejo. “Pronto echarán del reino al pájaro flautista porque no
tiene su instrumento” “Al fin nos libramos de ese idiota”, decían los topos riéndose en voz baja.
Pero, lo que no sabían aquellos bribones era que la urraca disfrazada de piedra los estaba escuchando,
así que regresó rápidamente a casa del pájaro para contarle lo sucedido, y una vez que llegaron a casa
de los topos, esperaron a que estos se quedaran dormidos para entrar y quitarles la flauta que tanto
había añorado el pájaro.
Cuando cayó la noche, y tal como habían planeado, los cuatro amigos se colaron en la casita de los
topos que roncaban y roncaban sumidos en un profundo sueño. Después de andar un rato buscando la
flauta por fin la encontraron, pero ya era demasiado tarde. Los topos se habían despertado y habían
trancado la puerta para que el pájaro y las tres urracas no pudieran salir.
Asustado y temeroso, el pájaro tuvo entonces una brillante idea. “Tocaré mi flauta como solo yo lo sé
hacer y las personas de todo el reino vendrán enseguida a rescatarnos”. Y así lo hizo el pájaro flautista.
Tocó y tocó melodías hermosas y pronto la guarida de los topos se repletó de animales que corrían a
escuchar las canciones del pájaro. Cuando llegaron al lugar, los habitantes de Pentagrama rescataron
al pájaro y las urracas, y los topos recibieron un buen merecido por haberse robado la flauta.
EL AGUA MAGICA PARA EL REY

Érase una vez en un antiguo reino, existió un rey que tenía tres hijos. Un buen día, el rey cayó bajo
una terrible enfermedad, y con el paso del tiempo, perdió las ganas de comer, de reír y hasta de
conversar. Preocupados por la salud de su padre, los tres príncipes buscaban cualquier remedio que
ayudara a curarlo, pero todos sus intentos eran en vano.
Cuando ya no sabían qué hacer, se les acercó entonces un extraño anciano y les dijo lo siguiente:
“Vuestro padre sufre una grave enfermedad, una enfermedad que sólo se cura con un agua mágica”. Y
tan pronto como terminó de hablar, el anciano desapareció ante los ojos de los príncipes.
Sin dudarlo ni un segundo, el mayor de los hermanos ensilló su caballo y marchó a toda velocidad
hacia el bosque. A mitad de camino, se tropezó con un duendecillo azul que cruzaba el camino justo en
ese momento.
– ¿A dónde vas, jovenzuelo? – preguntó el duende.
– ¿A ti qué diablos te importa, enano? Quítate de mi camino – gritó el príncipe sin contemplación.
Pero aquel duende era una criatura mágica, y tanto se enfureció por aquella respuesta que maldijo al
chico desviando su camino hacia un bosque encantado.
Al ver que su hermano no regresaba, el mediano de los príncipes decidió ensillar también su caballo y
salir a buscar el agua de la vida para su padre. Cuando cruzaba el bosque a toda velocidad, volvió a
aparecer de repente el duendecillo mágico.
– ¿A dónde vas, jovenzuelo?
– Aparta imbécil, no tengo tiempo para preguntas estúpidas.
El duende no pudo contener su enfado, y nuevamente lanzó una maldición para el príncipe enviándolo
hacia el bosque encantado.
Finalmente, el más pequeño de los hermanos también decidió probar su suerte, y tras ensillar su
caballo partió por el mismo camino hacia el bosque. Al verlo acercarse, el duende azul salió a su
encuentro.
– ¿A dónde vas, jovenzuelo?
– He de buscar el agua mágica para curar a mi padre que está gravemente enfermo, pero no tengo la
menor idea de dónde pueda encontrarla.
“Yo te lo diré”, exclamó el duende con alegría, pues finalmente alguien le había tratado con respeto y
consideración. Tras una breve explicación, el príncipe entendió todo lo que tenía que hacer y se puso
en marcha nuevamente. Así anduvo dos o tres horas caminando hasta llegar a un castillo embrujado
en lo más profundo del bosque.
A la entrada de aquel castillo, existían dos leones enormes y feroces, pero el príncipe no tuvo miedo,
pues el duende le había dado una varita mágica y dos panes. Con la varita mágica, el chico pudo abrir
la puerta principal del palacio, mientras que los panes sirvieron para entretener a los leones.
Antes de entrar al lugar, el príncipe recordó entonces las palabras del duende: “A las doce de la noche,
las puertas del castillo se cerrarán y quedarás atrapado para siempre. Date prisa y no demores en
salir”. Y así lo hizo el valiente joven.
Tras atravesar un largo pasillo, el príncipe pudo encontrar finalmente la fuente del agua mágica, y sin
tiempo que perder, recogió un poco de aquella agua en un frasco de cristal y se dispuso a salir del lugar
a toda velocidad. Sin embargo, en ese momento, se apareció ante los ojos del chico una hermosa
muchacha de cabellos rubios como el oro.
“Gracias por venir a rescatarme. Llevo mucho tiempo en este lugar hechizado y pensé que jamás podría
salir. Sé que no tienes tiempo, pero si vienes antes de un año, me convertiré en tu esposa”, y dicho
aquello, el príncipe no tuvo más remedio que apurarse para salir del castillo, no sin antes prometerle
a aquella muchacha que regresaría a buscarla lo más pronto posible.
Camino de regreso, el príncipe se topó nuevamente con el duende, a quien agradeció por su gran ayuda
y le pidió de favor que trajera de vuelta a sus hermanos. Como el duende no era un duende malo, liberó
a los dos príncipes mayores, y regresaron los tres hijos para encontrarse con su padre.
En poco tiempo, el rey se recuperó completamente, y para celebrar su sanación, convocó a un gran
banquete. Sin embargo, el más pequeño de los príncipes se mostraba triste y pensativo. No había
podido olvidar a aquella hermosa muchacha del castillo encantado.
Cuando su padre le preguntó, el más pequeño de los príncipes les contó toda la historia, pero como
sus hermanos eran muy envidiosos, se adelantaron para rescatar a la princesa. De esta manera, los
jovenzuelos llegaron al castillo embrujado, donde la hermosa muchacha había colocado una larga
alfombra de oro a la entrada, advirtiéndole además a los guardias que no dejaran pasar a nadie que no
caminara por el centro de dicha alfombra.
El más grande de los hermanos, cuando se dispuso a entrar al castillo, no quiso estropear la alfombra
de oro y decidió caminar por el borde del pasillo, pero los guardias le negaron la entrada al momento.
El príncipe mediano también quiso probar suerte, pero al ver la alfombra de oro pensó que sería mejor
entrar al castillo por otra puerta, y también le negaron la entrada.
Finalmente, llegó el más pequeño de los hijos del rey, y al ver la princesa a lo lejos, no pudo contener
su alegría y atravesó todo el castillo sin darse cuenta de la alfombra de oro que descansaba sobre el
piso. Así, quedó demostrado una vez más que el amor triunfa por encima de todo lo demás, y por
supuesto, los dos jóvenes se casaron tan pronto llegaron al reino, y fueron muy felices para toda la
vida.
LA PRINCESA DE FUESO

Hubo una vez una princesa increíblemente rica, bella y sabia. Cansada de pretendientes falsos que se
acercaban a ella para conseguir sus riquezas, hizo publicar que se casaría con quien le llevase el regalo
más valioso, tierno y sincero a la vez. El palacio se llenó de flores y regalos de todos los tipos y colores,
de cartas de amor incomparables y de poetas enamorados. Y entre todos aquellos regalos magníficos,
descubrió una piedra; una simple y sucia piedra. Intrigada, hizo llamar a quien se la había regalado. A
pesar de su curiosidad, mostró estar muy ofendida cuando apareció el joven, y este se explicó diciendo:

- Esa piedra representa lo más valioso que os puedo regalar, princesa: es mi corazón. Y también es
sincera, porque aún no es vuestro y es duro como una piedra. Sólo cuando se llene de amor se ablandará
y será más tierno que ningún otro.

El joven se marchó tranquilamente, dejando a la princesa sorprendida y atrapada. Quedó tan


enamorada que llevaba consigo la piedra a todas partes, y durante meses llenó al joven de regalos y
atenciones, pero su corazón seguía siendo duro como la piedra en sus manos. Desanimada, terminó
por arrojar la piedra al fuego; al momento vio cómo se deshacía la arena, y de aquella piedra tosca
surgía una bella figura de oro. Entonces comprendió que ella misma tendría que ser como el fuego, y
transformar cuanto tocaba separando lo inútil de lo importante.
Durante los meses siguientes, la princesa se propuso cambiar en el reino, y como con la piedra, dedicó
su vida, su sabiduría y sus riquezas a separar lo inútil de lo importante. Acabó con el lujo, las joyas y
los excesos, y las gentes del país tuvieron comida y libros. Cuantos trataban con la princesa salían
encantados por su carácter y cercanía, y su sola presencia transmitía tal calor humano y pasión por
cuanto hacía, que comenzaron a llamarla cariñosamente "La princesa de fuego".
Y como con la piedra, su fuego deshizo la dura corteza del corazón del joven, que tal y como había
prometido, resultó ser tan tierno y justo que hizo feliz a la princesa hasta el fin de sus días
EL HELEFANTE FOTOGRAFO

Había una vez un elefante que quería ser fotógrafo. Sus amigos se reían cada vez que le oían decir
aquello:
- Qué tontería - decían unos- ¡no hay cámaras de fotos para elefantes!
- Qué pérdida de tiempo -decían los otros- si aquí no hay nada que fotografiar...
Pero el elefante seguía con su ilusión, y poco a poco fue reuniendo trastos y aparatos con los que
fabricar una gran cámara de fotos. Tuvo que hacerlo prácticamente todo: desde un botón que se pulsara
con la trompa, hasta un objetivo del tamaño del ojo de un elefante, y finalmente un montón de hierros
para poder colgarse la cámara sobre la cabeza.
Así que una vez acabada, pudo hacer sus primeras fotos, pero su cámara para elefantes era tan grandota
y extraña que parecía una gran y ridícula máscara, y muchos se reían tanto al verle aparecer, que el
elefante comenzó a pensar en abandonar su sueño.. Para más desgracia, parecían tener razón los que
decían que no había nada que fotografiar en aquel lugar...
Pero no fue así. Resultó que la pinta del elefante con su cámara era tan divertida, que nadie podía dejar
de reír al verle, y usando un montón de buen humor, el elefante consiguió divertidísimas e increíbles
fotos de todos los animales, siempre alegres y contentos, ¡incluso del malhumorado rino!; de esta forma
se convirtió en el fotógrafo oficial de la sabana, y de todas partes acudían los animales para sacarse
una sonriente foto para el pasaporte al zoo.
EL GRAN LÍO DEL PULPO

Había una vez un pulpo tímido y silencioso, que casi siempre andaba solitario porque aunque quería
tener muchos amigos, era un poco vergonzoso. Un día, el pulpo estaba tratando de atrapar una ostra
muy escurridiza, y cuando quiso darse cuenta, se había hecho un enorme lío con sus tentáculos, y no
podía moverse. Trató de librarse con todas sus fuerzas, pero fue imposible, así que tuvo que terminar
pidiendo ayuda a los peces que pasaban, a pesar de la enorme vergüenza que le daba que le vieran
hecho un nudo.
Muchos pasaron sin hacerle caso, excepto unos peces muy gentiles y simpáticos que se ofreció para
ayudarle a deshacer todo aquel lío de tentáculos y ventosas. El pulpo se sintió aliviadísimo cuando se
pudo soltar, pero era tan tímido que no se atrevió a quedarse hablando con el pececillo para ser su
amigo, así que simplemente le dio las gracias y se alejó de allí rápidamente; y luego se pasó toda la
noche pensando que había perdido una estupenda oportunidad de haberse hecho amigo de aquel
pececillo tan amable.
Un par de días después, estaba el pulpo descansando entre unas rocas, cuando notó que todos nadaban
apresurados. Miró un poco más lejos y vio un enorme pez que había acudido a comer a aquella zona.
Y ya iba corriendo a esconderse, cuando vio que el horrible pez ¡estaba persiguiendo precisamente al
pececillo que le había ayudado! El pececillo necesitaba ayuda urgente, pero el pez grande era tan
peligroso que nadie se atrevía a acercarse. Entonces el pulpo, recordando lo que el pececillo había
hecho por él, sintió que tenía que ayudarle como fuera, y sin pensarlo ni un momento, se lanzó como
un rayo, se plantó delante del gigantesco pez, y antes de que éste pudiera salir de su asombro, soltó el
chorro de tinta más grande de su vida, agarró al pececillo, y corrió a esconderse entre las rocas. Todo
pasó tan rápido, que el pez grande no tuvo tiempo de reaccionar, pero enseguida se recuperó. Y ya se
disponía a buscar al pulpo y al pez para zampárselos, cuando notó un picor terrible en las agallas,
primero, luego en las aletas, y finalmente en el resto del cuerpo: y resultó que era un pez artista que
adoraba los colores, y la oscura tinta del pulpo ¡¡le dio una alergia terrible!!
Así que el pez gigante se largó de allí envuelto en picores, y en cuanto se fue, todos los peces acudieron
a felicitar al pulpo por ser tan valiente. Entonces el pececillo les contó que él había ayudado al pulpo
unos días antes, pero que nunca había conocido a nadie tan agradecido que llegara a hacer algo tan
peligroso. Al oír esto, los demás peces del lugar descubrieron lo genial que era aquel pulpito tímido, y
no había habitante de aquellas rocas que no quisiera ser amigo de un pulpo tan valiente y agradecido.
EL PINGÜINO Y EL CANGURO

Había una vez un canguro que era un auténtico campeón de las carreras, pero al que el éxito había
vuelto vanidoso, burlón y antipático. La principal víctima de sus burlas era un pequeño pingüino, al
que su andar lento y torpón impedía siquiera acabar las carreras.
Un día el zorro, el encargado de organizarlas, publicó en todas partes que su favorito para la siguiente
carrera era el pobre pingüino. Todos pensaban que era una broma, pero aun así el vanidoso canguro
se enfadó muchísimo, y sus burlas contra el pingüino se intensificaron. Este no quería participar, pero
era costumbre que todos lo hicieran, así que el día de la carrera se unió al grupo que siguió al zorro
hasta el lugar de inicio. El zorro los guio montaña arriba durante un buen rato, siempre con las mofas
sobre el pingüino, sobre que si bajaría rondando o resbalando sobre su barriga...
Pero cuando llegaron a la cima, todos callaron. La cima de la montaña era un cráter que había rellenado
un gran lago. Entonces el zorro dio la señal de salida diciendo: "La carrera es cruzar hasta el otro
lado". El pingüino, emocionado, corrió torpemente a la orilla, pero una vez en el agua, su velocidad
era insuperable, y ganó con una gran diferencia, mientras el canguro apenas consiguió llegar a la otra
orilla, lloroso, humillado y medio ahogado. Y aunque parecía que el pingüino le esperaba para
devolverle las burlas, este había aprendido de su sufrimiento, y en lugar de devolvérselas, se ofreció a
enseñarle a nadar.
Aquel día todos se divirtieron de lo lindo jugando en el lago. Pero el que más lo hizo fue el zorro, que
con su ingenio había conseguido bajarle los humos al vanidoso canguro.
EL NIÑO QUE INSULTABA DEMASIADO

¡Oh, Gran Mago! ¡Ha ocurrido una tragedia! El pequeño Manu ha robado el elixir con el hechizo Lanza
palabras.
- ¿Manu? ¡Pero si ese niño es un maleducado que insulta a todo el mundo! Esto es terrible... ¡Hay que
detenerlo antes de que lo beba!
Pero ya era demasiado tarde. Manu recorría la ciudad insultado a todos solo para ver cómo sus
palabras tomaban forma y sus letras se lanzaban contra quien fuera como fantasmas que, al tocarlos,
los atravesaban y los transformaban en aquello que hubiera dicho Manu. Así, siguiendo el rastro de
tontos, feos, idiotas, gordos y viejos, el mago y sus ayudantes no tardaron en dar con él.
- ¡Deja de hacer eso, Manu! Estás fastidiando a todo el mundo. Por favor, bebe este otro elixir para
deshacer el hechizo antes de que sea tarde.
- ¡No quiero! ¡Esto es muy divertido! Y soy el único que puede hacerlo ¡ja, ja, ja, ja! ¡Tontos! ¡Lelos!
¡Calvos! ¡Viejos! - gritó haciendo una metralleta de insultos.
- Tengo una idea, maestro - digo uno de los ayudantes mientras escapaban de las palabras de Manu-
podríamos dar el elixir a todo el mundo.
- ¿Estás loco? Eso sería terrible. Si estamos así y solo hay un niño insultando, ¡imagínate cómo sería
si lo hiciera todo el mundo! Tengo que pensar algo.
En los siete días que el mago tardó en inventar algo, Manu llegó a convertirse en el dueño de la ciudad,
donde todos le servían y obedecían por miedo. Por suerte, el mago pudo usar su magia para llegar
hasta Manu durante la noche y darle unas gotas de la nueva poción mientras dormía.
Manu se despertó dispuesto a divertirse a costa de los demás. Pero en cuanto entró el mayordomo
llevando el desayuno, cientos de letras volaron hacia Manu, formando una ráfaga de palabras de las
que solo distinguió “caprichoso”, “abusón” y “maleducado”. Al contacto con su piel, las letras se
disolvieron, provocándole un escozor terrible.
El niño gritó, amenazó y usó terribles palabras, pero pronto comprendió que el mayordomo no había
visto nada. Ni ninguno de los que surgieron nuevas ráfagas de letras ácidas dirigidas hacia él. En un
solo día aquello de los hechizos de palabras pasó de ser lo más divertido a ser lo peor del mundo.
- Será culpa del mago. Mañana iré a verle para que me quite el hechizo.
Pero por más que lloró y pidió perdón, era demasiado tarde para el antídoto.
- Tendrás que aprender a vivir con tus dos hechizos: lanza palabras y recibe pensamientos. Bien usados
podrían ser útiles…
Manu casi no podía salir a la calle. Se había portado tan mal con todos que, aunque no se lo dijeran
por miedo, en el fondo pensaban cosas horribles de él y cuando esos pensamientos le tocaban eran
como el fuego. Por eso empezó a estar siempre solo.
Un día, una niña pequeña vio su aspecto triste y sintió lástima. La pequeña pensó que le gustaría ser
amiga de aquel niño y, cuando aquel pensamiento tocó la piel de Manu, en lugar de dolor le provocó
una sensación muy agradable. Manu tuvo una idea.
- ¿Y si utilizara mi lanza palabras con buenas palabras? ¿Funcionará al revés?
Y probó a decirle a la niña lo guapa y lo lista que era. Efectivamente, sus palabras volaron hacia la
niña para mejorar su aspecto de forma increíble. La niña no dijo nada, pero sus agradecidos
pensamientos provocaron en Manu la mejor de las sensaciones.
Emocionado, Manu recorrió las calles usando su don para ayudar y mejorar a las personas que
encontraba. Así consiguió ir cambiando lo que pensaban de él, y pronto se dio cuenta de que desde el
principio podría haberlo hecho así y que, si hubiera sido amable y respetuoso, todos habrían salido
ganando.
Tiempo después, las pociones perdieron su efecto, pero Manu ya no cambió su forma de ser, pues era
mucho mejor sentir el cariño y la amistad de todos que intentar sentirse mejor que los demás a través
de insultos y desprecios.
UNA PLAYA CON SORPRESA

No había nadie en aquella playa que no hubiera oído hablar de Pinzas locas, terror de pulgares, el
cangrejo más temido de este lado del mar. Cada año algún turista despistado se llevaba un buen
pellizco que le quitaba las ganas de volver. Tal era el miedo que provocaba en los bañistas, que a
menudo se organizaban para intentar cazarlo. Pero cada vez que creían que lo habían atrapado
reaparecían los pellizcos unos días después, demostrando que habían atrapado al cangrejo equivocado.
El caso es que Pinzas locas solo era un cangrejo con muy mal carácter, pero muy habilidoso. Así que,
en lugar de esconderse y pasar desapercibido como hacían los demás cangrejos, él se ocultaba en la
arena para preparar sus ataques. Y es que Pinzas locas era un poco rencoroso, porque de pequeño un
niño le había pisado una pata y la había perdido. Luego le había vuelto a crecer, pero como era un poco
más pequeña que las demás, cada vez que la miraba sentía muchísima rabia.
Estaba recordando las maldades de los bañistas cuando descubrió su siguiente víctima. Era un pulgar
gordísimo y brillante, y su dueño apenas se movía. ¡Qué fácil! así podría pellizcar con todas sus fuerzas.
Y recordó los pasos: asomar, avanzar, pellizcar, soltar, retroceder y ocultarse en la arena de nuevo. ¡A
por él!
Pero algo falló. Pinzas locas se atascó en el cuarto paso. No había forma de soltar el pulgar. El pellizco
fue tan fuerte que atravesó la piel y se atascó en la carne. ¿Carne? No podía ser, no había sangre. Y
Pinzas locas lo comprendió todo: ¡había caído en una trampa!
Pero como siempre Pinzas locas estaba exagerando. Nadie había sido tan listo como para prepararle
una trampa con un pie falso. Era el pie falso de Vera, una niña que había perdido su pierna en un
accidente cuando era pequeña. Vera no se dio cuenta de que llevaba a Pinzas locas colgado de su dedo
hasta que salió del agua y se puso a jugar en la arena. La niña soltó al cangrejo, pero este no escapó
porque estaba muerto de miedo. Vera descubrió entonces la pata pequeñita de Pinzas locas y sintió
pena por él, así que decidió ayudarlo, preparándole una casita estupenda con rocas y buscándole
bichitos para comer.
¡Menudo festín! Aquella niña sí sabía cuidar a un cangrejo. Era alegre, divertida y, además, lo devolvió
al mar antes de irse.
- Qué niña más agradable -pensó aquella noche- me gustaría tener tan buen carácter. Si no tuviera
esta patita corta…
Fue justo entonces cuando se dio cuenta de que a Vera no le había vuelto a crecer su pierna, y eso que
los niños no son como los cangrejos y tienen solo dos. Y aun así, era un encanto. Decididamente, podía
ser un cangrejo alegre aunque le hubieran pasado cosas malas.
El día siguiente, y todos los demás de aquel verano, Pinzas locas atacaron el pie de Vera para volver a
jugar todo el día con ella. Juntos aprendieron a cambiar los pellizcos por cosquillas y el mal carácter
por buen humor. Al final, el cangrejo de Vera se hizo muy famoso en aquella playa aunque, eso sí,
nadie sospechaba que fuera el mismísimo Pinzas locas. Y mejor que fuera así, porque por allí quedaban
algunos que aún no habían aprendido que no es necesario guardar rencor y tener mal carácter, por
muy fuerte que un cangrejo te pellizque…
UNA VUELTA AL COLE PARA VALIENTES

El curso estaba a punto de comenzar, y Cony la conejita estaba asustada porque ese año iría a una
escuela nueva. Tanto, que el día de antes cavó una profunda madriguera y se encerró en ella.
- Yo no salgo de aquí. Seguro que hay animales malos en el nuevo cole. Y maestros que asustan.
Así que llamaron a la tía Eleonora, su madrina. Ella siempre sabía qué hacer.
- No te preocupes, Cony. Te llevaré a varios colegios para elijas aquel en el que la gente te parezca
más amable.
Convencida la conejita, a la mañana siguiente visitaron una escuela con una pinta espantosa. Tanto,
que junto a la puerta había un vendedor de púas de erizo en llamas, tufo de mofeta y cuernos de toro.
- No entres ahí sin estas armas -dijo el vendedor-. Podría pasarte cualquier cosa.
Cony compró de todo y entró con mucho cuidado. Efectivamente, ahí no había nadie amable. Ni
siquiera los cervatillos ni los koalas. Nadie le decía nada y Cony sentía que todos la miraban esperando
el momento de atacarla. En toda la visita no tuvo ni un segundo de tranquilidad.
- ¡Qué escuela tan horrible, tía! - dijo cuando salieron.- Espero que la de mañana sea mejor.
Sin embargo, la cosa no parecía mejor en la segunda escuela. Otro vendedor vendía productos para
protegerse. Le recomendó los dientes amenazantes y el caparazón guardaespaldas, y Cony se los puso
y entró a la escuela esperando lo peor…
Pero nada más entrar un pequeño erizo se acercó a saludarla y se mostró muy simpático. Al poco un
mono llegó sonriendo y le dio un gran abrazo. Así fue recorriendo la escuela rodeada de animales
encantadores.
Pero Cony era muy lista, y pronto descubrió algo raro.
- Tía. Este lugar se parece mucho a la escuela que visitamos ayer. Y a alguno de estos animales ya lo
he visto antes… Creo que todo esto es una trampa, ¡se hacen los simpáticos para atacarnos!
- Pero qué lista eres, sobrina - dijo Eleonora- no hay forma de engañarte. Pero no es ninguna trampa…
mírate en ese espejo.
La conejita fue a mirarse. Los dientes amenazantes que había comprado no daban ningún miedo. Al
contrario, parecía que Cony tenía una grandísima sonrisa. Además, detrás de su caparazón había un
mensaje que decía “Me encantan los abrazos” y un pulgar hacia arriba. La verdad es que tenía un
aspecto adorable.
- Mira ahora la foto que te hice ayer- siguió su tía, mostrándole la pinta que tenía con sus púas de erizo
encendidas, su cara seria y su cuerno de toro.
- Vaya. Dan ganas de salir corriendo solo de verme - dijo Cony.
- Y eso es lo que pasó, cariño. Ayer no fueron amables porque tú no parecías nada amable. Pero hoy,
esos mismos niños están encantados de estar y jugar contigo porque pareces mucho más simpática…
Cony entendió enseguida la trampa de su tía, y fue corriendo a ver al vendedor de la puerta, que no
era otro que su papá disfrazado. Le dio un gran beso y le dijo:
- Gracias, papá, ya no tengo miedo de ir al cole. Ahora sé que yo misma puedo ayudar a que todos sean
mucho más amables conmigo.
Eso sí, por si acaso, guardó en un bolsillo sus dientes amenazantes, por si algún día le costaba un poco
más sonreír.
LAS PRINCESAS DEL LAGO

Había una vez dos bellas princesas que siendo aún pequeñas, habían sido raptadas por un rey enemigo.
Éste había ordenado llevarlas a un lago perdido, y abandonarlas en una pequeña isla, donde
permanecerían para siempre custodiadas por un terrible monstruo marino.
Sólo cuando el malvado rey y su corte de brujos y adivinos fueron derrotados, pudieron en aquel país
descubrir que en el destino estaba escrito que llegaría el día en que un valiente príncipe liberaría a las
princesas de su encierro.
Cuando el viento llevó la noticia a la isla, llenó de esperanza la vida de las princesas. La más pequeña,
mucho más bella y dulce que su hermana, esperaba pacientemente a su enamorado, moldeando
pequeños adornos de flores y barro, y cantando canciones de amor.
La mayor, sin embargo, no se sentía a gusto esperando sin más. "Algo tendré que hacer para ayudar
al príncipe a rescatarme. Que por lo menos sepa dónde estoy, o cómo es el monstruo que me vigila."
Y decidida a facilitar el trabajo del príncipe, se dedicó a crear hogueras, construir torres, cavar túneles
y mil cosas más. Pero el temible monstruo marino fastidiaba siempre sus planes.
Con el paso del tiempo, la hermana mayor se sentía más incómoda. Sabía que el príncipe elegiría a la
pequeña, así que no tenía mucho sentido seguir esperando. Desde entonces, la joven dedicó sus
esfuerzos a tratar de escapar de la isla y del monstruo, sin preocuparse por si finalmente el príncipe
aparecería para salvarla o no.
Cada mañana preparaba un plan de huida diferente, que el gran monstruo siempre terminaba
arruinando. Los intentos de fuga y las capturas se sucedían día tras día, y se convirtieron en una especie
de juego de ingenio entre la princesa y su guardián. Cada intento de escapada era más original e
ingenioso, y cada forma de descubrirlo más sutil y sorprendente. Ponían tanto empeño e imaginación
en sus planes, que al acabar el juego pasaban horas comentando amistosamente cómo habían preparado
su estrategia. Y al salir la luna, se despedían hasta el día siguiente y el monstruo volvía a las
profundidades del lago.
Un día, el monstruo despidió a la princesa diciendo:
- Mañana te dejaré marchar. Eres una joven lista y valiente. No mereces seguir atrapada.
Pero a la mañana siguiente la princesa no intentó escapar. Se quedó sentada junto a la orilla, esperando
a que apareciera el monstruo.
- ¿Por qué no te has marchado?
- No quería dejarte aquí solo. Es verdad que das bastante miedo, y eres enorme, pero tú también eres
listo y mereces algo más que vigilar princesas. ¿Por qué no vienes conmigo?
- No puedo- respondió con gran pena el monstruo-. No puedo separarme de la isla, pues a ella me ata
una gran cadena. Tienes que irte sola.
La joven se acercó a la horrible fiera y la abrazó con todas sus fuerzas. Tan fuerte lo hizo, que el animal
explotó en mil pedazos. Y de entre tantos pedacitos, surgió un joven risueño y delgaducho, pero con
esa misma mirada inteligente que tenía su amigo el monstruo.
Así descubrieron las princesas a su príncipe salvador, quien había estado con ellas desde el principio,
sin saber que para que pudiera salvarlas antes debían liberarlo a él. Algo que sólo había llegado a
ocurrir gracias al ánimo y la actitud de la hermana mayor.
Y el joven príncipe, que era listo, no tuvo ninguna duda para elegir con qué princesa casarse, dejando
a la hermana pequeña con sus cantos, su belleza y su dulzura... y buscando algún príncipe tontorrón
que quisiera a una chica con tan poca iniciativa.
EL NIÑO Y LOS CLAVOS

Había un niño que tenía muy mal carácter. Un día, su padre le dio una bolsa con clavos y le dijo que
cada vez que perdiera la calma, clavase un clavo en la cerca del patio de la casa. El primer día, el niño
clavó 37 clavos. Al día siguiente, menos, y así el resto de los días.
Él pequeño se iba dando cuenta que era más fácil controlar su genio y su mal carácter que tener que
clavar los clavos en la cerca. Finalmente llegó el día en que el niño no perdió la calma ni una sola vez
y fue alegre a contárselo a su padre. ¡Había conseguido, finalmente, controlar su mal temperamento!
Su padre, muy contento y satisfecho, le sugirió entonces que por cada día que controlase su carácter,
sacase un clavo de la cerca.
Los días pasaron y cuando el niño terminó de sacar todos los clavos fue a decírselo a su padre.
Entonces el padre llevó a su hijo de la mano hasta la cerca y le dijo: – “Has trabajo duro para clavar y
quitar los clavos de esta cerca, pero fíjate en todos los agujeros que quedaron. Jamás será la misma.
Lo que quiero decir es que cuando dices o haces cosas con mal genio, enfado y mal carácter dejas una
cicatriz, como estos agujeros en la cerca. Ya no importa que pidas perdón. La herida siempre estará
allí. Y una herida física es igual que una herida verbal. Los amigos, así como los padres y toda la
familia, son verdaderas joyas a quienes hay que valorar. Ellos te sonríen y te animan a mejorar. Te
escuchan, comparten una palabra de aliento y siempre tienen su corazón abierto para recibirte”. Las
palabras de su padre, así como la experiencia vivida con los clavos, hicieron con que el niño reflexionase
sobre las consecuencias de su carácter. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
UN CONEJO EN LA VÍA

Daniel se divertía dentro del coche con su hermano menor, Carlos. Iban de paseo con sus padres al
Lago Rosado. Allí irían a nadar en sus tibias aguas y elevarían sus nuevas cometas. Sería un paseo
inolvidable. De pronto el coche se detuvo con un brusco frenazo. Daniel oyó a su padre exclamar con
voz ronca: – “¡Oh, mi Dios, lo he atropellado!” – “¿A quién, a quién?”, le preguntó Daniel. – “No se
preocupen”, respondió su padre-. “No es nada”. El auto inició su marcha de nuevo y la madre de los
chicos encendió la radio, empezó a sonar una canción de moda en los altavoces. – “Cantemos esta
canción”, dijo mirando a los niños en el asiento de atrás.
La mamá comenzó a tararear una canción. Sin embargo, Daniel miró por la ventana trasera y vio
tendido sobre la carretera a un conejo. – “Para el coche papi”, gritó Daniel. “Por favor, detente”. –
“¿Para qué?”, respondió su padre. – “¡El conejo se ha quedado tendido en la carretera!” – “Dejémoslo”,
dijo la madre. “Es solo un animal”. – “No, no, detente. Debemos recogerlo y llevarlo al hospital de
animales”. Los dos niños estaban muy preocupados y tristes. – “Bueno, está bien”- dijo el padre
dándose cuenta de su error. Y dando la vuelta recogieron al conejo herido. Sin embargo, al reiniciar
su viaje una patrulla de la policía les detuvo en el camino para alertarles sobre que una gran roca había
caído en el camino y que había cerrado el paso.
Entonces decidieron ayudar a los policías a retirar la roca. Gracias a la solidaridad de todos pudieron
dejar el camino libre y llegar a tiempo al veterinario, donde curaron la pata al conejo. Los papás de
Daniel y Carlos aceptaron a llevarlo a su casa hasta que se curara. Y unas semanas más tarde toda la
familia fue a dejar al conejito de nuevo en el bosque. Carlos y Daniel le dijeron adiós con pena, pero
sabiendo que sería más feliz estando en libertad.
ANKY, EL DINOSAURIO CON ARMADURA

Anky era un dinosaurio muy fuerte y con una armadura dura como una roca. Era el único que podía
enfrentarse al temible T-Rex sin salir huyendo, pero era tan fuerte y temido que muchas veces el resto
de los dinosaurios tenían una visión equivocada de cómo era él en realidad.
Anky no era solo un dinosaurio temerario que aplastaba cosas en su tiempo libre, de hecho era lo que
menos le interesaba, pues su gran pasión era la jardinería. Por aquella razón en su casa tenían un gran
número de flores que Anky cuidaba con mucho recelo, sin embargo, aquella pasión era su mayor
secreto. Nadie sabía ni esperaba que Anky fuese en realidad una persona muy sensible y él tampoco
quería que los demás terminaran burlándose de él, por lo que prefería mantener la imagen del
dinosaurio duro feroz que transmitía su armadura.
Y todo continuó así hasta que un día un pequeño triceratops entró por accidente en su jardín tras
haber perdido su pelota:
¡Oh! –dijo el triceratops, que no podía dejar de mirar totalmente encantado los diferentes tipos de
flores que había allí.
Había flores de todos los colores: algunas rojas, otras amarillas y azules, violetas…y el pequeño
triceratops se preguntaba quién sería el dueño de semejante preciosidad. Una duda que duró bien poco,
pues pronto una gran sombra le cubrió de repente.
¡Vaya! No recordaba que hubiese nubes en el cielo…-Se dijo para sí el triceratops.
Y seguidamente, al darse la vuelta para ver si iba a llover, el triceratops se llevó la gran sorpresa. ¡Casi
se muere del susto al ver al gran dinosaurio con armadura!
No deberías estar aquí –Dijo Anky con su voz grave y fuerte.
Yo…Yo lo siento mucho –Dijo el pequeño triceratops muy avergonzado y asustado.
El triceratops no esperaba ver al gran Ankylosaurus, el mayor dinosaurio que nadie jamás había visto,
de manera que se interesó y decidió preguntar a qué se debía su presencia allí:
Disculpe… ¿Y usted qué hace aquí? –Preguntó el pequeño triceratops, que a punto estaba de irse.
Nada en especial…–respondió Anky–, pero ahora tienes que irte.
El pequeño no dijo nada ante la petición de Anky, así que se fue sin más. Sin embargo, a la mañana
siguiente, volvió a pasar lo mismo. La pelota del triceratops cayó de nuevo en el jardín de Anky, y a
punto estaba de irse cuando escuchó que alguien cantaba en el interior de la casa. Entonces el
triceratops decidió asomar su cabeza por la ventana y encontró a Anky regando y cuidando un montón
de bonitas flores.
¿Pero qué haces aquí de nuevo? –Preguntó Anky mirando sorprendido al pequeño dinosaurio.
¿Tú hiciste todo esto? –Dijo el pequeño mirando las macetas llenas de flores.
Sí –respondió Anky muy preocupado por si se burlaba de él.
Pues eres un artista–Dijo el triceratops, y a continuación decidió contarle que su mamá también tenía
un jardín muy grande con muchas plantas.
Y desde aquel día, el pequeño triceratops iba todas las tardes a ver a Anky trabajar y a charlar un poco.
Con el paso del tiempo el triceratops fue presentando a Anky más amigos, pues todos deseaban ver
aquel jardín tan florido y cuidado por las grandes manos de un dinosaurio.
De esta forma Anky fue perdiendo la vergüenza y el miedo a los demás, descubriendo que nada de
todo aquello que le gustaba le hacía débil, sino que le hacía más fuerte y capaz de proteger a otros
seres vivos sin armadura, como las flores. Ahora Anky era más fuerte que nunca porque, además de
ser el dinosaurio más querido por el reino de las plantas, también era el más querido por los de su
propia especie. Y por si esto fuera poco, Anky fue nombrado el mejor florista y jardinero de toda su
región.
De paso, todos los demás dinosaurios descubrieron que las apariencias a veces engañan, y que el pobre
Ankylosaurio, a pesar de su armadura y de su cola, no quería romper nada ni hacer daño a nadie.
AL ELASMOSAURIO LE GUSTA NADAR

El Elasmosaurio estaba muy emocionado aquella mañana, pues se había comprado un nuevo traje de
baño y estaba listo para meterse a nadar en la bahía. Tal vez lo que más le gustaba de nadar era ver el
fondo del océano, los peces y los colores que daban cada uno de ellos. Aquella mañana tenía pensado
viajar hasta lo más profundo para encontrar ruinas antiguas, de manera que se despertó muy temprano
y salió cuando apenas el sol salía para dar los buenos días.
Entonces se despidió de sus padres y hermanos y fue rumbo a su gran aventura. Cuando estuvo allí se
sintió como pez en el agua, completamente libre mientras movía sus aletas y su cola y entonaba una
hermosa canción. Primero saludó a los peces y cangrejos que estaban dentro de sus casas por el fondo
del mar y después nadó muy emocionado por todo el océano azul hasta que…algo pasó.
En un punto del viaje, mientras nadaba entre la corriente marina, algo se le enredó en el cuello.
Asustado, el Elasmosaurio buscó tierra firme para ver qué había sido, hasta que descubrió que era un
gigantesco trozo de plástico. Consciente del peligro se lo quitó (no sin antes haber luchado un buen
rato con él) y terminó volviendo al océano, que estaba repleto de esos trozos de plástico y muchos
animales como él se habían quedado atrapados en ellos. Ahora el Elasmosaurio estaba dispuesto a
ayudar a todo el que lo necesitara.
¿Qué pasó? –Preguntó a una tortuga marina– ¿Qué son esas cosas?
Es la basura que expulsa el hombre al océano –dijo la tortuga– y hay mucho más de lo que puedas ver.
Pero… ¿hay algo que pueda hacer? –Preguntó el Elasmosaurio.
Bueno, supongo que por tu tamaño puedes dar un buen susto a todos esos humanos desconsiderados
–Dijo la tortuga.
No creo que sea la mejor idea –dijo el Elasmosaurio con preocupación- pues yo soy un ser pacífico.
También puedes hablar con ellos, aunque no creo que te escuchen –prosiguió la tortuga marina-
porque nunca han escuchado a nadie.
Y eso mismo fue lo que Elasmosaurio hizo: se preparó para hablar la lengua de los hombres y
explicarles lo que pasaba. No podía quedarse parado sin hacer nada después de casi ahogarse por culpa
de uno de esos terribles plásticos, así que salió al día siguiente a hablar con los hombres, los cuales
quedaron muy sorprendidos al verlo.
Nadie sabía que una criatura como aquella existía y mucho menos que pudiese hablar su propia lengua,
así que entre asustados y encantados decidieron escucharle. El Elasmosaurio parecía muy calmado
mientras relataba a los humanos el daño que le estaban haciendo a los océanos. No fue fácil al principio
y no todos quisieron escuchar, pero el Elasmosaurio hizo que llegaran a un acuerdo y, finalmente,
humanos y animales limpiaron juntos los océanos.
El gran Elasmosaurio, por primera vez tras mucho tiempo, pudo nadar en un océano limpio junto a
sus amigos, saludar a los peces y relajarse y sentirse bien en aguas limpias y cristalinas. Eso sí, el
océano seguía siendo para todos, animales y hombres, y juntos pudieron convivir en armonía y nadar
en aguas limpias. De vez en cuando los bañistas contaban con una visita muy especial, pero solo
aquellos que salían al agua cuando el sol comenzaba a brillar…como le gustaba al increíble y tenaz
Elasmosaurio.
REXY EL T–REX

Rexy era un T–Rex muy especial. Tanto, que el resto de los T–Rexes pensaban que era muy raro, y
es que Rexy era el único al que no le interesaba asustar a los demás animales o comérselos.
Él era vegetariano, lo que significaba que adoraba las verduras y las frutas, aunque también era muy
amante de los dulces, sobre todo del algodón de azúcar de color rosa. Su familia no entendía que le
gustaran aquellas cosas, por lo que Rexy pasaba demasiado tiempo solo. Sin embargo un día, mientras
daba un paseo por la selva, Rexy conoció a Rana, una ranita muy saltarina y ruidosa que se había
quedado atrapada en el orificio de un tronco.
¡Por favor, qué alguien me saque de aquí! –dijo la ranita intentando dar saltitos para escapar de un
tronco que era cien veces más grande que ella– ¿Hay alguien ahí? –Preguntó muy asustada.
Hola, me llamo Rexy. Yo te ayudaré, pero espera que encuentre algo con lo que puedas subir – Dijo
Rexy a la ranita muy decidido.
Rana, desde la profundidad del tronco, no alcanzaba a ver quién era su misterioso salvador, solo sabía
que estaba muy agradecida por su generosa ayuda. De pronto, Rexy lanzó su propia cola al interior
para que la ranita pudiese subirse a ella. Rana al principio se asustó, pues era bien sabido que muchos
dinosaurios eran fanáticos de las ranas a la hora de comer, pero cuando al fin pudo ver a Rexy se dio
cuenta de que solo había bondad en sus ojos.
¡Espera! ¿Habías pensado que lo que quería era tenderte una trampa y comerte?–Dijo Rexy
preocupado.
Bueno, pues…es que eres un T–Rex, y todo el mundo sabe que a los T-Rex les gusta darse grandes
festines con nuestras ancas de rana –Respondió Rana.
¡Pero yo soy diferente!
Demuéstramelo –Dijo Rana en tono exigente.
Tras aquellas palabras Rexy decidió llevar a la pequeña rana bajo la sombra de un árbol, que tenía a
un lado un precioso estanque. Rexy pensó que la ranita podría refrescarse y darse allí un agradable
baño que la recuperara del susto, y en aquel mismo lugar decidió contarle algunas cosas de su vida. Le
contó, por ejemplo, que no era el T-Rex más popular de todos y que no tenía muchos amigos; que él
prefería comer algodón de azúcar antes que comer cualquier otra cosa y prefería cantar o hacer trucos
de magia a asustar a los demás.
Cuando sea mayor voy a ser el mejor mago de la historia –Dijo Rexy muy emocionado mientras sacaba
una de sus cartas mágicas y hacía reír a Rana por no haber hecho el truco demasiado bien.
Yo tampoco tengo muchos amigos. En la escuela me dicen que soy muy ruidosa incluso para ser una
rana –Comentó la ranita un poco avergonzada.
Tranquila, eso significa que somos diferentes y que podremos ser muy buenos amigos–Dijo Rexy muy
contento con la idea de tener una buena amistad.
Rana comprendió en aquel instante que Rexy sí era diferente, lo cual la hacía muy feliz porque ella
tampoco era como las otras ranas. Y desde aquel día decidieron estar siempre juntos y vivir mil y una
aventuras. Como la del día en que conocieron a un diplodocus de cuello corto o a un pterodáctilo que
no sabía volar. ¡Había más seres en el mundo diferentes como ellos!
Desde que todos se conocieron no hubo un día en el que Rexy, Rana y los demás pasaran un mal rato,
ni siquiera cuando Rexy se equivocaba y terminaba haciendo mal sus divertidos trucos de magia.
Todos lo pasaban bien tocando música, jugando al escondite o a cualquier cosa que se les ocurriera,
riendo y disfrutando como los grandes amigos que eran.
UN BARCO LLENO DE PIRATAS

En una ciudad llena de grandes edificios vivía Adrián, un chico de gafas y hoyuelos en las mejillas al
que le encantaban los barcos, sobre todo desde que su mamá y su papá le llevaron una vez a ver una
película muy divertida en la que salían muchos barcos de todo tipo: veleros, pesqueros, yates,
cruceros… Todos distintos y muy bonitos.
Volviendo del cine aquel día, Adrián no podía dejar de hablar de lo increíble que eran los barcos, o de
cómo le parecía incluso mágico que cosas tan grandes y pesadas pudieran flotar en el océano. Sin duda
Adrián se había quedado impresionado.
Papá y mamá también estaban muy contentos de ver que a su pequeño niño le gustaran tanto los
barcos, y cuando Adrián pasó al siguiente grado, le regalaron un barco en miniatura. El niño estaba
tan feliz que no paraba de jugar con su barco en la bañera y de hacer dibujos con sus crayones de
barcos enormes…hasta que un día mamá le contó una historia de piratas.
Los piratas eran hombres que vivían en barcos todo el año, usaban patas de palo y parches en los ojos
y comían mucho huevo y limón. Al menos eso dijo mamá cuando Adrián le preguntó.
¡Quiero ser un pirata! – Dijo Adrián cubriéndose un ojo con su mano y gruñendo. – ¡Argh!
Entonces se inició la que iba a ser la construcción de un gran barco pirata en el patio trasero. Con
cartón y pegamento comenzaron a construir la proa, que era un trabajo difícil pero con ayuda de todos
se podía conseguir. Aquella construcción era muy complicada, porque el barco pirata iba ser muy
grande, y eso hacía que el pequeño Adrián se impacientara al ver cada tarde que aún faltaba mucho
por hacer:
Quiero que esté listo ya. – Decía Adrián muy triste.
Hijo – dijo papá con paciencia, – las cosas buenas en ocasiones llevan su tiempo. Cuando haces algo
con tus propias manos y lo construyes con amor, te aseguro que el resultado es mil veces mejor que si
lo hiciésemos corriendo en un mismo día.
¿Eso significa que será un buen barco pirata si tengo paciencia? – Preguntaba emocionado Adrián.
Será el mejor barco pirata que se haya construido jamás en la historia, ya verás. – Le contestó con
orgullo papá.
Cuando estuvo totalmente pegado el barco, con su timón y todo, entonces llegó la parte más divertida
de todas, el momento de darle color al barco.
Vamos a hacerle unas flores rosadas. – Dijo mamá muy animada y contenta.
No, mejor hagámosle unas llamas en la punta como la de los coches. – Dijo papá que amaba mucho los
coches.
Me gustaría que tuviera algunas estrellas y una luna. – Dijo también Adrián.
¿Cómo nos decidiremos entonces? ¡Son muchas cosas!– Exclamó mamá indecisa.
Yo creo que vamos a hacerlo todo. – Dijo Adrián tras pensar unos segundos – Este barco lo hicimos
con mucho amor los tres y merecemos que tenga todo lo que nos gusta.
Así se pusieron a pintarlo con llamas, flores rosas, estrellas y una luna. Cuando terminaron se veía un
poco confuso el diseño, pero todos estaban muy felices con aquel barco pirata.
¡Argh! – Gruñía Adrián sin parar – ¡Argh! Este es un barco pirata y yo soy el capitán. ¡Suban mamá y
papá a bordo! ¡Vamos a conquistar el mar!
Ser pirata podía ser algo muy divertido, y Adrián pudo comprobarlo muy bien aquel día, pero los
barcos, sobre todo cuando se comparten con quien más quieres, seguían siendo lo que más le gustaba
del mundo mundial.

JOE Y EL TEMIBLE KRAKEN

Dice la leyenda que en lo profundo del mar azul ha sido visto un barco singular de colores
extravagantes y bandera pirata. Nadie sabe quién es el capitán ni qué clase de tesoros buscan, pero sin
duda, aquel barco pirata causaba mucha curiosidad en las personas.
Y esta es la historia de Joe, el capitán de aquel barco pirata: un niño de 12 años que navegaba el mar
como nadie nunca lo había hecho y que en vez de parche en los ojos, usaba gafas de sol. Nadie sabe
muy bien cómo llegó a liderar ese barco de colores llamativos lleno de adultos y niños por igual, pero
lo que sí se conoció fue la valentía que tuvo al enfrentarse a uno de los monstruos más temibles de las
profundidades, el Kraken.
Joe había escuchado que aquella era una criatura enorme, con grandes tentáculos y ojos siniestros,
pero aquel capitán no tenía ni un poquito de miedo. Joe estaba dispuesto a arriesgarse para conseguir
el tesoro guardado en la isla dorada, más allá del hogar de aquella criatura monstruosa.
Navegaron durante semanas en busca de la isla, recorriendo miles de kilómetros. Miraron a los delfines
saltar atrapando rayos de sol, y por fin llegaron al hogar del Kraken, situado un poco antes de su
ansiado destino.
¡Argh! – Dijo Jack, el segundo al mando. – ¡Aquí no hay nada!
Efectivamente, parece que así es. – Contesto Joe arreglándose las gafas de sol.
De pronto, el agua comenzó a agitar el barco con fuerza y del fondo surgió una sombra enorme, tan
grande como un país. Primero asomó un tentáculo gigante, luego otro, y así hasta que el cuerpo entero
salió a la superficie.
¡Aléjense piratas! – Dijo la criatura enojada.
Necesitamos pasar – Replicó Joe con valentía.
Ustedes y sus barcos de madera siempre me clavan astillas – Dijo el Kraken – ¡Aléjense, por favor!
Joe pensó unos segundos en alguna manera de convencer al Kraken para poder pasar, y cuando pensó
que no tendría forma alguna de salir ileso de aquella situación, una idea ingeniosa llegó a su mente:
Si tienes astillas de madera, podemos ayudarte a sacarlas. A cambio, déjanos pasar. – Dijo el capitán
pirata Joe.
Eso me dolerá mucho – Contestó el Kraken.
¡No! Será como una picadura de mosquito. – Aseguró Joe acercándose a la punta del barco – Acerca
los tentáculos donde tengas las astillas.
Y así lo hizo el feroz Kraken. Poco a poco acercó sus tentáculos y con ayuda de toda la tripulación,
dejaron a la criatura sin una sola astilla en su cuerpo.
Han cumplido su palabra, ya no tengo astillas, – dijo el Kraken – ahora cumpliré con la mía. Pueden
pasar.
Tras las palabras del Kraken, la tripulación y el capitán pirata celebraron sin parar cantando canciones
piratas y gruñendo muchas veces, como verdaderos piratas. Al atardecer de aquel mismo día llegaron
a la isla dorada, y sin perder tiempo llegaron hasta el templo situado en el centro de la isla hasta dar
con el tesoro más deseado de todos: un botín de bombones de chocolate envueltos en papel de aluminio
dorado.
Sin duda, aquella había sido una de las mejores aventuras vividas por Joe el pirata en su barco de
colores extravagantes.
EL TRITÓN Y LA SIRENA

Esta es la historia de dos hermanos, un tritón y una sirena. Tritón era el hermano mayor, y sirena la
hermanita pequeña. Los dos vivían con su padre, el rey Tritón, y todo era risas y fiesta hasta que un
día la sirena desapareció. El rey, muy triste, pensó que se trataba de uno de esos pescadores que
siempre atrapaban peces y se los comían, por lo que se preocupó por su pequeña y decidió ir
rápidamente a buscarla.
El tritón decidió no ir solo y acompañarse de sus fieles delfines y tiburones para tener más ayuda en
la larga búsqueda. Pasaron semanas enteras sin comer, buscando pistas que les condujeran a la sirena,
incluso se metieron entre tormentas marinas peligrosísimas, pero nada de aquello importaba porque
solo querían encontrar cuanto antes a la pequeña sirena.
La búsqueda se alargó sin muchas noticias hasta que un día se encontraron con un barco pesquero.
Decidieron seguirlo y el barco les llevó a un pequeño pueblo lleno de pescadores y en el que siempre
tenían pescado fresco para vender mientras las gaviotas cantaban esperando comer algo.
El joven Tritón no solía frecuentar las costas humanas, ya que los seres de su reino siempre habían
estado en guerra contra las personas de la superficie y nunca se habían llevado bien, por lo que prefirió
esperar hasta estar seguro de poder encontrar a su hermana. Poco tiempo después pudo divisarla junto
a una roca cercana en compañía de un humano.
Tritón no podía creer lo que veía, estaba confundido, su hermana estaba con un humano y lo peor no
era eso, lo peor era que había otros humanos más, personas que la saludaban como si nada. El tritón
fue hasta donde estaba y le pidió que regresara con él a casa, pero ella se negó.
La sirena no tenía pensado volver a casa, ya no, estaba feliz y se había casado con un humano, cosa que
su hermano no comprendió, no sabía por qué ella se había fijado en un habitante de la superficie cuando
habían tantos buenos pretendientes para ella allá en el reino de su padre, a lo que ella le explicó que
solo estaba enamorada del pescador al que ahora llamaba su esposo.
El tritón intentó ser comprensivo, la intentó convencer para que volviesen, pero ella se negó, así que
él decidió quedarse ahí por un tiempo; no quería dejar a su hermana en manos de cualquiera y menos
de un humano, así que vivió ahí con ella por un mes y descubrió que los humanos no eran tan malos,
o por lo menos, el pequeño pueblo en donde se encontraban.
Trataban muy bien a su hermana, incluso a él, los hacían sentir a gusto, así que el tritón parecía feliz
por eso. En el fondo solo quería que ella fuese feliz y así fue, a pesar que su hermana no quiso volver
más al reino de su padre, su hermano siguió visitándola todo el tiempo, comprendiendo que a veces, a
pesar que la familia no está siempre con nosotros, no significaba que ya no se quieran y que no siempre
se debía juzgar a alguien sin conocerlo, ya que se podía llegar a llevar una agradable sorpresa.

LA SIRENA QUE QUERIA UN PERRITO

De día el mar lucía de un lindo color azul. Las personas se bañaban en sus orillas y tomaban el sol
hasta tostarse como un pan de centeno. ¡Cómo disfrutaban! Pero no eran los únicos que disfrutaban,
porque las mascotas también se lo pasaban en grande, y en ocasiones los perros se emocionaban tanto
que terminaban completamente cubiertos de arena hasta parecer un misterioso monstruo del océano
capaz de lamerte toda la cara.
En cambio, mar adentro, las cosas eran un poco distintas. Los peces hacían carreras acuáticas, las
tortugas recorrían continentes enteros y las sirenas jugaban al escondite entre maravillosos corales.
Sí, el escondite es uno de los juegos favoritos de las sirenas, pues son muy juguetonas y escurridizas,
aunque a veces es muy fácil encontrarlas debido a que sus largos cabellos quedan flotando en el agua
como algas marinas de mil colores.
En aquel profundo mar había una sirenita algo distinta a las demás. Ella siempre miraba a las personas
de lejos y en ocasiones soñaba con acercarse a la orilla y jugar con otros niños, pero sin duda lo que
más le llamaba la atención eran los perritos. Aquellos animales peludos le parecían entrañables, y
aquella lengua fuera que siempre parecían tener les hacía verse muy felices y emocionados todo el
tiempo.
Aquella pequeña sirena quería abrazar a alguno de esos perritos y jugar en la orilla con ellos una y mil
veces, sin embargo, ella no tenía piernas para correr. Los perros vivían en la tierra y no en el mar, y
no creía posible que con tanto pelo como tenían vieran por dónde tenían que nadar en su hábitat. Y
así, con un suspiro, la sirenita siempre volvía a jugar con sus amigas sirenas para animarse un poco.
Un domingo de verano por la noche, sin embargo, pasó algo muy curioso. La sirenita, que se
encontraba nadando por la orilla, se dio cuenta de que había un perrito solo jugando con las olas del
mar que iban y venían en la orilla. Parecía que no tenía dueño y la sirena se acordó de cuando su mamá
le contó que en ocasiones muchos de aquellos animalitos vivían solos. Recordar aquello mientras veía
a aquel perrito solo la puso muy triste, pues eso significaría que nadie jugaría ni daría amor a aquellos
seres peludos.
¿Cómo era posible que los perritos, que parecen los animales más cariñosos del mundo, sean
abandonados? Entonces, casi sin pensarlo, la sirenita nadó hasta la orilla de la playa y se acercó con
cuidado para no asustar al perrito.
¡Wooff! ¡Wooff! – Ladró el perro de pelaje negro y corto.
Soy una sirenita, no tengas miedo, solo quiero jugar contigo. – Dijo la sirena con cariño.
El perrito la miró con curiosidad y poco a poco se acercó olisqueando. Primero le olfateó las manos,
que se notaban saladas como el mar, y luego le olisqueó la cara. Terminó por lamerle las mejillas con
cariño mientras la sirenita reía y reía sin parar de tantas cosquillas.
Luego, tras un rato de risas, la sirenita consiguió una rama y jugó con el perrito desde el agua hasta
que se hizo muy tarde, prometiendo a su nuevo amigo que volvería la siguiente noche para jugar y
para que no estuviera nunca más solito.
Y desde ese día, cada noche bajo la luz de la luna, los dos nuevos amigos jugaron sin parar y se hicieron
compañía, uno desde la arena y la otra desde el mar.
LA SIRENA QUE NO COMPRENDÍA A LOS HUMANOS

Aqua era una sirena que no comprendía a los humanos. Vivía en la Atlántida junto a su familia y le
gustaba salir a nadar con sus amigos los peces y los delfines. Aqua era muy buena y amable con todos,
pero había algo que muy pocos sabían de ella y era que a Aqua no le agradaban los humanos.
Ella decía que los humanos, es decir, esas personas que vivían fuera del agua, eran muy sucias y tiraban
toda su basura al océano, contaminando el agua y enfermando a sus amigos y familiares.
Para Aqua nada de eso estaba bien, así que un día decidió tomar una muy mala decisión, ir a la
superficie y asustar tanto a los humanos que ya nunca más intentaran hacerle daño al océano. Pero en
su plan había un problema y es que todos los habitantes de la Atlántida tenían prohibido ir a la
superficie, por lo que Aqua mintió a sus padres y amigos diciéndoles que se iba al arrecife a explorar.
La verdad es que se sentía muy mal porque sabía que mentir era malo, pero no podía hacer otra cosa
ya que tenía que hacer algo rápido y evitar que tantas cosas malas siguieran ocurriendo en su querido
hogar.
Aqua subió y subió hasta asomar su cabeza en la superficie encontrándose con el cielo dorado del
atardecer. Era muy bonito, no lo podía negar, pero muy poco tiempo tuvo para poder apreciar la belleza
de ese nuevo mundo porque al descuidarse, fue atrapada por una red de pesca junto a otros animales
marinos. Afortunadamente Aqua logró escapar, pero su cola había recibido tantos daños que no iba a
poder volver, por lo que esa noche tuvo que descansar en la playa ocultándose de los humanos. Estuvo
así toda la noche, hasta que encontró una piedra enorme en la que poder descansar.
Y así durmió hasta que al amanecer dos hermanos la encontraron tendida sobre la roca. Los dos niños
se encontraban muy sorprendidos, pues pensaban que las sirenas solo eran un mito, y tras reponerse
fueron a llamar a sus padres. Tuvieron tiempo de comprobar que la sirena estaba muy herida, y no lo
dudaron dos veces a la hora de ayudar.
Aqua, que despertó de un golpe debido al dolor de sus heridas, fue llevada a la casa de aquella amable
familia. No podía comprender nada de lo que estaba ocurriendo, pues aquellos humanos no eran como
se los imaginaba y tampoco lograba entender por qué eran tan diferentes a los que la habían herido el
día anterior.
Todos la atendieron y curaron con mimo sus heridas, prometiéndole que guardarían para siempre el
secreto. Aqua, aún muy confundida, quedó fascinada de ver que no solo la atendían a ella, sino a un
montón de seres más del océano heridos y enfermos por la basura de los humanos: había muchas aves,
un par de tiburones…Se trataba de un hospital secreto para animales marinos con problemas, y aquello
superó el mejor de los sueños de la sirena.
Una vez repuesta de todas sus heridas, Aqua decidió volver a su hogar junto a su propia familia, aunque
ahora tenía otra nueva. Tal vez no había podido cambiar las cosas como pretendía en un principio,
pero tuvo tiempo de darse cuenta de que en el mundo de los humanos sucedía lo mismo que en su
propio mundo, y es que existe la bondad y la maldad casi a partes iguales.
Aquello cambió por completo su forma de ver el mundo, y aunque no pensaba dejar de luchar por
acabar con toda la basura y los malos hábitos que sacudían su hogar, ahora albergaba la esperanza de
que todo pudiese cambiar poco a poco.

EL ÁRBOL MÁGICO
Érase una vez una niña llamada Valeria que vivía en un árbol mágico junto a su familia. Todos los
juguetes que la niña deseaba el árbol mágico se los hacía realidad, y de este modo Valeria tenía
muñecas, pelotas, carritos y muchos otros juguetes que le hacían sentirse muy feliz. Tenía tantas cosas
dentro de su árbol mágico… ¡que casi no salía de casa!
Un día Valeria recibió la visita de su tía Elena y de su primo Ramón, y sus padres dijeron a Valeria
que tendría que jugar con su primo mientras ellos y la tía Elena conversaban de sus cosas. Pero a
Valeria no le gustó mucho la petición de sus padres, porque no quería tener que compartir sus juguetes
mágicos con nadie, pues el árbol los fabricaba para ella en exclusiva. Entonces Valeria le dijo a su
primo que jugarían al escondite y que a él le tocaba esconderse, y cuando Ramón se escondió, Valeria
dejó a su primo de lado y se fue a jugar con sus juguetes.
Sin embargo, cada juguete que Valeria cogía aquella tarde se volvía de color gris y perdía todo su
encanto, y aunque pedía juguetes nuevos al árbol mágico, dichos juguetes también perdían el color
volviéndose grises.
Preocupada y aburrida, Valeria corrió hacia sus padres para preguntar qué estaba pasando y en lugar
de responder, sus padres le preguntaron a ella que dónde estaba su primo Ramón. Después de quedarse
tanto tiempo pensando en sus juguetes y en qué era lo que les estaba pasando, Valeria había olvidado
por completo que había quedado con su primo Ramón en jugar al escondite y Ramón parecía haberse
perdido.
Pero los padres de Valeria no quedaron muy contentos con la respuesta de su hija y tía Elena se
preocupó, pues no sabía dónde podía estar el pequeño. Incluso Valeria se sintió mal, pues había
prestado tanta atención a sus juguetes que no había dado importancia a la visita de su primo ni a sus
ganas de jugar con ella.
Entonces todos empezaron a buscar a Ramón por todo el árbol mágico. Afortunadamente, no tardó
mucho en aparecer y contar a todos que se había ido a buscar un buen escondite, pues estaba jugando
con Valeria a ese juego tan divertido. Todos encontraron graciosas las palabras del pequeño y Valeria
se libró de una buena regañina, pues pensaron que Valeria estaba disimulando para hacer del juego
una aventura todavía más divertida.
Ahora entiendo que no nos lo dijeras, cariño, — dijo el padre de Valeria. — y es que queríais que
jugáramos juntos.
Y para suerte de Valeria así sucedió. Todos pasaron el día jugando al escondite y otros juegos
divertidos en el árbol mágico. Solo por la noche, cuando tía Elena y el primo Ramón se fueron, Valeria
pudo observar como sus juguetes volvían a la normalidad.
Aunque Valeria lo desconocía, aquel era el regalo especial que el árbol mágico le hizo aquella tarde, y
es el mensaje de que cualquier juego es mejor en compañía de amigos que en soledad.
UN BUEN AMIGO

Es muy divertido ir a clases, ver a todos tus amigos y aprender las cosas más interesantes sobre el
mundo entero, como que cada color del semáforo significa algo importarte para las personas que están
caminando en la calle o conduciendo los automóviles.
Alicia sentía que la escuela era su lugar preferido en el mundo, y era mucho mejor porque sus amigos
de siempre estaban en la misma clase que ella. Sin duda Alicia se lo pasaba muy bien en la escuela pero,
un día, cuando comenzaba un nuevo año de clases, llegó un niño llamado Peter. Aquel niño de cabello
rubio y ojos marrones nunca había estado en la escuela de Alicia, por lo que aquel era más un primer
día de clases que el de todos los demás. Según había contado la profesora, Peter era nuevo en la ciudad
y le costaba un poco hablar español, por eso todos debían serle de ayuda.
Alicia se sintió emocionada al ver a un nuevo niño en clase, pero cuando le habló por primera vez Peter
la miró con el entrecejo arrugado y le puso los ojos en blanco…
¡Qué niño tan odioso! – dijo Alicia muy enfadada – ¡Desde hoy seremos archienemigos!
El niño la miró otra vez malhumorado volviéndola como a ignorar al rato. Por su parte, Alicia también
le ignoró de aquel día en adelante, y cada vez que sus amigos hablaban emocionados de Peter ella se
enojaba mucho diciendo que era un niño muy grosero y maleducado.
¡Malo, malo, malo! – Decía Alicia negando con la cabeza – Es un niño muy malo.
Pero sus compañeros no pensaban lo mismo que ella y solían jugar en cada rato libre que tenían con
el nuevo compañero de clase. La maestra, que había notado la distancia entre la amable Alicia y el
tímido Peter, les encomendó una tarea a los dos niños que les haría amigos para siempre: ¡Debían
preparar todos los carteles de su clase!
Alicia estaba muy emocionada, pero al enterarse de que debía hacer aquella tarea con Peter intentó
abandonarla. La maestra insistió con cariño y la pequeña niña finalmente no pudo decir que no, por
eso, cuando llegó el lunes y comenzó la decoración de la clase, Alicia se puso de muy mal humor,
refunfuñando y mirando a Peter con el entrecejo arrugado como una pasa:
¡Malo, malo, malo! – Decía Alicia mirándolo de vez en cuando.
¿Por qué eres tan mala conmigo? – Preguntó Peter sin poder aguantarlo más y chapurreando el idioma
como podía.
¡Tú eres malo conmigo! – Contestó Alicia sin poder creer que él la acusara de ser mala.
Siempre me estás diciendo que soy malo y me miras con mala cara- Replicó Peter cruzándose de
brazos.
El primer día de clase intenté ser tu amiga y me miraste mal, y luego me dejaste hablando sola –
Contestó Alicia dolida.
Es que no sé mucho español y a veces me cuesta– respondió él–, tenía mucho miedo y pensé que estabas
burlándote de mí porque soy nuevo aquí.
Alicia se sintió mal al escuchar las palabras de Peter y, queriendo arreglar las cosas, le abrazó con
cariño disculpándose y pidiéndole que fuera su amigo. Peter aceptó feliz y juntos pintaron flores y
arcoíris sobre la carteles con los que debían decorar el aula.
La verdad es que eres un buen amigo, Peter – Dijo Alicia contenta y sonriente mientras pintaba.
¡Bueno, bueno, bueno! – Respondió Peter eufórico, lleno de alegría e ilusión.
UGA, LA TORTUGA

- ¡Caramba, todo me sale mal!, se lamenta constantemente Uga, la tortuga.


Y es que no es para menos: siempre llega tarde, es la última en acabar sus tareas, casi nunca consigue
premios a la rapidez y, para colmo es una dormilona.
- ¡Esto tiene que cambiar!, se propuso un buen día, harta de que sus compañeros del bosque le
recriminaran por su poco esfuerzo al realizar sus tareas.
Y es que había optado por no intentar siquiera realizar actividades tan sencillas como amontonar
hojitas secas caídas de los árboles en otoño, o quitar piedrecitas de camino hacia la charca donde
chapoteaban los calurosos días de verano.
- ¿Para qué preocuparme en hacer un trabajo que luego acaban haciendo mis compañeros? Mejor es
dedicarme a jugar y a descansar.
- No es una gran idea, dijo una hormiguita. Lo que verdaderamente cuenta no es hacer el trabajo en
un tiempo récord; lo importante es acabarlo realizándolo lo mejor que sabes, pues siempre te quedará
la recompensa de haberlo conseguido.
No todos los trabajos necesitan de obreros rápidos. Hay labores que requieren tiempo y esfuerzo. Si
no lo intentas nunca sabrás lo que eres capaz de hacer, y siempre te quedarás con la duda de si lo
hubieras logrados alguna vez.
Por ello, es mejor intentarlo y no conseguirlo que no probar y vivir con la duda. La constancia y la
perseverancia son buenas aliadas para conseguir lo que nos proponemos; por ello yo te aconsejo que
lo intentes. Hasta te puede sorprender de lo que eres capaz.
- ¡Caramba, hormiguita, me has tocado las fibras! Esto es lo que yo necesitaba: alguien que me ayudara
a comprender el valor del esfuerzo; te prometo que lo intentaré.
Pasaron unos días y Uga, la tortuga, se esforzaba en sus quehaceres.
Se sentía feliz consigo misma pues cada día conseguía lo poquito que se proponía porque era consciente
de que había hecho todo lo posible por lograrlo.
- He encontrado mi felicidad: lo que importa no es marcarse grandes e imposibles metas, sino acabar
todas las pequeñas tareas que contribuyen a lograr grandes fines.
LA ESTRELLA Y SUS NUEVOS AMIGOS

Hace mucho tiempo una estrella se cayó del cielo en medio de un bosque. El golpe fue tremendo y en
el acto empezó a nacerle un chichón muy rojo.
Los animalitos que allí dormían pronto se despertaron con el ruido.
- ¿Qué ha pasado? -se preguntaban todos extrañados.
- Allí, en el medio del bosque, se ve una luz, pero la luz de las luciérnagas es más pequeñita -dijo la
señora Ardilla.
La señora Zorra, el señor Buho, el abuelo Pájaro Carpintero, la señora Comadreja y la señora Ardilla
se acercaron al momento para averiguar qué había pasado. La estrella al despertarse vio que muchos
ojos la estaban observando.
- ¿Dónde estoy? ¿Quiénes sois vosotros? - dijo extrañada la estrella.
- Somos los amigos del bosque y estás en nuestra casa - contestó la señora Comadreja.
- ¡Pero yo no puedo estar aquí!, debo colgar en el cielo junto a mi mamá la Luna y mis hermanas las
estrellas - explicó.
- ¡No te preocupes! nosotros te ayudaremos a subir al cielo - cantaron todos a la vez -, pero primero te
curaremos - añadió la señora Zorra.
Mientras celebraban una reunión bajo el viejo pino todos los animalitos del bosque, para ver cómo
podían subir a la estrella al cielo, la señora Ardilla vendó el chichón de la estrella con un bonito lazo
verde que había fabricado con las hojas de un haya.
Unos apuntaban a que el abuelo Pájaro Carpintero la subiera a su lomo y volara por encima de los
árboles, pero ya estaba viejo y sabía que no podría subir tan alto. Otros querían que la señora Ardilla
trepara con la estrella entre las ramas de los árboles más altos, pero temían que ésta se volviera a
golpear.
Estuvieron horas pensando en posibles soluciones, pero nada parecía funcionar.
El señor Buho, que había estado todo el tiempo callado, finalmente se atrevió a hablar:
- Estornudaremos todos a la vez y provocaremos que la tierra se mueva y así expulsará hacia arriba a
la estrella. Pero debemos estornudar muy fuerte, para que nuestro resoplido la impulse muy alto.
Todos aplaudieron la idea y acordaron estornudar muy, pero muy fuerte, al contar hasta tres.
- Una, dos y tres -contó el señor Buho.
- ¡Achisssssssssssssssssssssssssssssssss! - estornudaron los animalitos del bosque.
La estrella saltó por los aires y subió al cielo junto a sus hermanas gracias a la ayuda de todos sus
nuevos amigos del bosque.

RIQUETE EL DEL COPETE

Érase una vez una reina que dio a luz a un niño muy feo con un copete de pelo sobre la frente. La reina
comenzó a llorar en cuanto lo vio, pero un hada que estaba presente en el momento de su
alumbramiento le dijo:
- No os preocupéis majestad, porque será un niño muy inteligente y además tendrá el don de poder
hacer inteligente a la persona de la que se enamore.
Al oír sus palabras la reina se consoló un poco, y lo cierto es que con el tiempo, el pequeño demostró
sobradamente su inteligencia. Riquete el del Copete, pues así lo llamaba todo el mundo, acabó
convirtiéndose en un joven locuaz e ingenioso del que todo el mundo quedaba encantado.
Pasados siete u ocho años la reina de un reino vecino dio a luz a dos niñas. Al ver a la primera, bellísima,
la reina se puso muy contenta, pero pronto el hada que había estado presente durante el nacimiento
de Riquete el del Copete no tardó en advertirla de que la princesa sería tan hermosa como estúpida.
La Reina se entristeció cuando oyó esto, pero lo hizo aún más cuando vio que la segunda niña a la que
acababa de dar a luz era terriblemente fea.
- Tranquila majestad, vuestra hija tendrá tanta inteligencia como fealdad.
- Pero, ¿y qué ocurrirá con la mayor? ¿No podríais darle algo de inteligencia?
- Lo siento mucho, todo lo que puedo hacer es concederle el don de convertir hermosa a la persona de
la que se enamore.
Pasaron los años, y con ellos las virtudes, pero también los defectos de las dos princesas se acentuaban
más y más. Al verlas a las dos todo el mundo se acercaba a la mayor para admirarla, pero en seguida
perdían el interés cuando la oían decir tonterías constantemente. De modo que la pequeña acababa
captando todo el interés gracias a su interesante conversación.
La princesa mayor se sentía tremendamente sola y por eso un día decidió ir al bosque a llorar en
soledad. Allí se encontró con un hombrecillo muy feo. Se trataba del príncipe Riquete el del Copete,
que había venido en su busca desde muy lejos pues estaba enamorado de su belleza.
- No entiendo que hace llorando una criatura tan bella como vos.
- Preferiría ser tan fea como vos y tener inteligencia en lugar de ser tan bella y tan tonta.
- Señora, si esa es la causa de todos vuestros males creo que podré ponerle fin.
- ¿Ah sí? ¿Cómo?
- Tengo el don de hacer inteligente a la persona a la que más ame, y esa sois vos, así que sólo tenéis
que casaros conmigo…
La princesa no supo que decir, pero rápidamente Riquete el del Copete añadió:
- No os preocupéis, no tenéis que responderme ahora. Podéis tomaros un tiempo para pensarlo.
Al cabo de un tiempo la princesa, que estaba deseando tener inteligencia, dijo a Riquete el del Copete
que se comprometía a casarse con él dentro de un año.
Desde ese mismo instante algo cambió en la princesa. Podía expresarse fácilmente y lo hacía con gran
corrección y exquisitos modales. Cuando volvió al palacio todo el mundo quedó maravillado ante el
cambio tan extraordinario que había experimentado y no tardaron en llegar príncipes de reinos
vecinos que buscaban conquistar su corazón.
Llegó uno rico y apuesto y aunque le gustó desde el primer momento decidió ir a pensar al bosque.
Allí se encontró con un grupo numeroso de cocineros que preparaban un gran banquete.
Pero cuando preguntó para quien trabajaban le respondieron que para la boda del príncipe Riquete el
del Copete que se celebraba al día siguiente. ¡La princesa lo había olvidado por completo al volverse
inteligente y olvidar todas sus tonterías!
Riquete el del copeteEn ese momento el príncipe Riquete el del Copete apareció por allí.
- Disculpadme pero creo que no voy a poder corresponderos como vos esperáis.
- ¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido? ¿Hay algo en mí que no sea mi fealdad y no os guste?
- No no lo hay. Sois un hombre inteligente, bueno y educado
- Entonces está en vuestra mano convertirme en el hombre más bello de entre todos los hombres.
- ¿En mi mano? - dijo la princesa sorprendida
- La misma hada que me concedió el don de hacer inteligente a quien amase os concedió a vos al nacer
el don de hacer hermosa a la persona a quien amáseis.
- Nada me gustaría más. Deseo con todo mi corazón que os convirtáis en el príncipe más hermoso y
agradable del mundo.
Y en cuanto la princesa pronunció estas palabras Riquete el del Copete se convirtió en el hombre mejor
plantado y más agradable que jamás había conocido.
Hay quien dice que nada tuvo que ver el hada y que todo fue fruto del amor de la princesa, que fue
capaz de hacerle ver todas las cualidades buenas de su amante por encima de la fealdad de su rostro y
de su cuerpo.

LA ZORRA Y EL GATO

Había una vez un gato que llegó a un bosque por primera vez. No conocía a nadie y al ver a la señora
zorra pensó: "Quizá pueda hacerme amigo suyo. Intentaré ser amable con ella"
- Buenos días querida señora zorra. ¿Cómo se encuentra usted? Hace un día maravilloso, ¿no cree?
La zorra lo miró con desprecio y tras unos instantes pensando si merecía la pena contestarle o no,
finalmente lo hizo.
- ¿Pero quién eres tú minino para dirigirte a mi como si me conocieras de algo? Que yo sepa no te
conozco de nada... ¿O es que te crees muy listo, eh? Dime, ¿qué sabes hacer que no sea decir miau?
- Bueno… la verdad es que no sé hacer muchas cosas - contestó el pobre gatito avergonzado.
- ¡Ja! Lo sabía.
El gatito se sintió muy mal ante la humillación de la zorra, y estaba dándose la vuelta para volver por
donde había venido cuando tuvo una idea.
- Aunque hay algo que sé hacer muy bien
- ¿Ah sí? ¿Y qué es?
- Sé subirme de un salto a los árboles cuando los perros me persiguen. Ya me he salvado dos veces.
La zorra y el gatoLa zorra se echó a reír escandalosamente.
- ¡Ja, ja, ja, ja! ¿De verdad es eso todo lo que sabes hacer? Yo conozco cientos de trucos para librarme
de ellos. Pero tu eres un simple minino, seguro que no podrías aprender ni la mitad.
En ese momento apareció un cazador con cuatro perros ladrando como locos.
- ¡Corra señora zorra, corra!
El gato saltó rápido a la copa del árbol más cercano, mientras que a la pobre zorra de nada le sirvieron
sus cientos de trucos para escapar, porque los perros fueron más rápidos que ella y lograron atraparla.

EL LECHERO AVARICIOSO

Había una vez un lechero que trabajaba duro para mantener a su familia. Todos los días se levantaba
temprano para ordeñar las vacas y llevar la leche a la gente de la ciudad que había al otro lado del río
donde estaba su granja.
Un día se le ocurrió que podría añadir un poco de agua a la leche y así podría sacar más dinero con el
mismo esfuerzo. Y así lo hizo. Después de ordeñar las vacas, el lechero añadió un cacito de agua en
cada cántaro antes de salir. Como vio que la gente apenas notaba la diferencia, empezó a añadir cada
vez más agua, de modo que comenzó a ganar más y más dinero por la misma leche y en poco tiempo
el lechero se hizo rico gracias a sus engaños.
Con el dinero que ganó, el lechero se compró una casa más grande, ropas elegantes e incluso joyas que
lucía con descaro. La gente se empezó a preguntar cómo era posible que aquel lechero, de repente,
pudiera permitirse comprar todas esas cosas.
En aquella ciudad vivía un viejo muy sabio que llevaba tiempo sospechando de las trampas del lechero,
y decidió darle una lección.
El sabio echó en la fuente de la que manaba el agua de la ciudad unas gotas de un líquido especial que
hacía que el agua cambiara de color al calentarse. Aunque no era venenoso la gente se asustó al ver
que el agua se ponía verde. El viejo sabio no reveló sus planes, pero aconsejó a la gente solo tomaran
leche mientras averiguaba qué ocurría.
Durante unos días, la gente de la ciudad sólo bebió la leche del lechero, que vio cómo su riqueza
aumentaba.
Entonces, el viejo sabio echó las gotas en la fuente de la que el lechero sacaba el agua que añadía a la
leche que vendía.
Cuando la gente de la ciudad vio que la leche se ponía verde igual que el agua, comprendieron que el
lechero les había estado engañando y se había hecho rico vendiendo leche aguada.
El lechero avariciosoLa gente de la ciudad quería ir a casa del lechero para quitarle las riquezas que
había ganado haciendo trampas, pero el viejo sabio les convenció para darle un escarmiento de otra
forma.
- Tengo una idea mejor-dijo el viejo sabio a los miembros del consejo del pueblo-. Pondremos un cartel
de aviso en la fuente diciendo que el agua está envenenada y que no se puede utilizar. Eso hará que el
lechero crea que no puede añadir agua a su leche.
Cuando el lechero vio el cartel de la fuente sintió que el mundo se le venía encima. ¿Qué iba a hacer
ahora? Efectivamente no le quedó más remedio que vender su leche sin aguar. Pero claro así no podía
vender tantos litros como antes, así que empezó a ganar menos dinero. Y como no ganaba suficiente
para mantener su nueva casa tuvo que venderla y volver a la granja donde había vivido siempre.
El lechero aprendió la lección y nunca más volvió a aguar la leche.

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