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Anatopía de la insurrección

(Revuelta de la teoría)

Sergio Villalobos-Ruminott

(Ediciones La moneda falsa)

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Octubre 18

Los estudiantes en Santiago, cansados de tantas


promesas rotas y de tantos abusos, frente a la última alza de
precios, empiezan a evadir el pasaje del Metro, provocando
una reacción exagerada de la empresa y del gobierno que
militariza las estaciones. Todo estalla en la noche, cuando las
protestas estudiantiles se transforman en protestas
populares, masivas y expandidas a lo largo del territorio
nacional. Lo que comenzó como un simple acto de
desobediencia estudiantil, pronto se está convirtiendo en una
chispa benjaminiana que podría encender todo el país.

• En una revuelta, una realidad se manifiesta en sí


misma también como objetiva, colectiva, exhaustiva,
exclusiva. Los partidos políticos y los sindicatos son
dirigidos de vuelta por la revuelta al ‘antes’ y al
‘después’ de la revuelta misma. Estos partidos y
sindicatos o aceptan suspender temporalmente la
auto-consciencia de su propio valor o se encuentran
así mismos en una competencia abierta con la
revuelta. En la revuelta, los partidos y los sindicatos
no existen más -solo grupos de contrincantes. Las
estructuras organizacionales de los partidos y de los
sindicatos pueden ser usados por aquellos que

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preparan la revuelta. Pero una vez que la revuelta
comienza ellos se convierten en simples instrumentos
para garantizar la afirmación operativa de valores que
no son los valores del partido o del sindicato, sino los
valores intrínsecos de la revuelta. (Furio Jesi,
Spartakus, 58)

Octubre 19

• España 1937: Un hombre pasa con un pan al hombro!

Santiago 2019: Los estudiantes pasan sin pagar el


metro

César Vallejo, Un hombre pasa…

• ¿Qué es saquear un supermercado comparado con


fundar uno?

Diamela Eltit, Mano de obra

• Llegué a Santiago, en busca de mi padre, pero al llegar


el pueblo estaba en llamas.

Juan Rulfo, Pedro Páramo

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• Cuando desperté,
El golpe todavía estaba ahí.

Augusto Monterroso

• Muchos años después, frente al pelotón de


fusilamiento, el cobarde Sebastián Piñera había de
recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó
a conocer a Pinochet

Gabriel García Márquez, Cien años de dictadura

• Como decía Piglia, citando a Brecht, ¿qué es evadir el


metro comparado con la creación de las AFPs

Octubre 20

No olvidar: Piñera sacó el ejército a la calle, con todo


el armamento de guerra, para intimidar a los jóvenes que
evadían el pasaje del metro. Pero le salió el tiro por la culata:
gracias a ese error de cálculo, salió todo el pueblo a las calles,
sin miedo, a afirmar el derecho a la protesta, y aunque los
medios solo se concentran en mostrar saqueos de dudosa
procedencia, y aunque los políticos de oposición están
desaparecidos cuando no están haciendo gárgaras sobre el
orden, la paz y la mesa de diálogo, el pueblo, en toda su

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heterogeneidad imaginal y en sus formas de auto-
organización, mantiene viva la antorcha de la dignidad,
haciendo de las protestas estudiantiles el antecedente de un
proceso radical de destitución del marco institucional que
legitima la explotación y la precarización de la vida en el país.
La duración de un instante mesiánico puede tomarnos toda
una vida!

Octubre 20, noche

Mediante una tozuda imitación del Luis XIV, Piñera


declara el estado de excepción, y vocifera en conferencia de
prensa que, dados los disturbios y saqueos, el Estado estaría
“en guerra contra un enemigo poderoso”. ¡EL ESTADO
SOY YO!

Sueña el Rey que es rey


Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!

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¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte?

Calderón (La vida es sueño)

Octubre 21

¿Porqué se insiste tanto en hablar del orden, como si


se tratara de una cuestión fundamental? Todos se apuran, de
izquierda a derecha, a condenar los desmanes, a denunciar a
los "criminales" a los "vándalos", a los "violentistas" en
nombre de una paz democrática, de un orden institucional.
¿Es que acaso no se dan cuenta de que esa paz democrática,
ese orden institucional, es una guerra contra los pobres?, ¿no
se dan cuenta de que en esa misma paz democrática y
excepcional de la que tanto hablan los propagandistas del
Estado -el monstruo más frío-, se han perpetuado todos los
crímenes neoliberales, se ha naturalizado la evasión fiscal, la
corrupción, el robo, la estafa, de civiles y militares, para luego
buscar culpables entre los pobres y acusarlos de interrumpir
el orden y el progreso?

Las potentes manifestaciones populares que están


aconteciendo en Chile desde la semana pasada, son una

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indicación de varios procesos sociales y políticos que es
necesario desenredar para entender en toda su complejidad.
En efecto, lo que comenzó como una evasión juvenil del
pasaje del Metro, pronto, y por la negligencia de las
autoridades de gobierno, se convirtió en una inédita forma
de insurrección popular, caracterizada por marchas,
cacerolazos, protestas y meetings en lugares emblemáticos,
pero también por la ruptura radical del cordón umbilical que
ataba la ciudadanía al sistema político institucional. Quizás
en estos días lo más importante sea destacar, precisamente,
estas dos situaciones: la transformación de la revuelta
estudiantil en revuelta popular, entendiendo lo popular en su
condición heterogénea y no identitaria, por un lado; y, por
otro lado, la puesta en práctica de las capacidades de auto-
organización de diversos sectores de la sociedad, en términos
transversales, interseccionales y a nivel nacional, haciendo
que la evasión del Metro quede cifrada como el origen
puntual de un proceso de destitución más amplio.

Una de las mayores dificultades que enfrentan estas


organizaciones es, sin embargo, su invisibilización por parte
de unos medios de comunicación abocados a sostener el
relato inculpatorio que criminaliza la protesta social
mediante una insistente retórica, discursiva y visual,
enfocada en los incendios y saqueos, muchos de ellos de
dudosa procedencia. Sin embargo, no basta con mostrar que
los saqueos responden al cálculo oportunista de un gobierno

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que, mediante la propagación del miedo, quiere justificar su
excepcionalismo fáctico y su militarismo destemplado;
tampoco basta con mostrar cómo estos medios de
comunicación, monopolizados por los grandes grupos
financieros, funcionan como aparatos propagandísticos al
servicio de la gobernabilidad neoliberal. Es necesario
mostrar y enfatizar que la gobernabilidad neoliberal
descansa, ella misma, en un delicado equilibrio juristocrático,
ciego por definición a todas aquellas manifestaciones de
democracia y participación popular que se desarrollen más
allá del estrecho marco constitucional en el país. En
cualquier caso, sería este estrecho equilibrio el que ha sido
develado en su precariedad constitutiva gracias a las
insistentes manifestaciones de estos últimos días.

Octubre 21, noche

Tal vez, habría que pensar estas inéditas


manifestaciones populares como una extraña evocación de
las jornadas nacionales de protesta de comienzos de los años
1980, las que hicieron tambalear la gobernabilidad
dictatorial, antes de ser cooptadas por la lógica
representacional de los partidos de oposición que
terminaron por convertirlas en un capital electoral que
sustentó, a su vez, el pacto de gobernabilidad durante los
treinta años posteriores al golpe. Sin embargo, hay algo más

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en estas manifestaciones, pues ellas ponen en evidencia el
agotamiento radical de un horizonte categorial marcado por
las tibias dinámicas de la transición a la democracia. Las
recientes manifestaciones muestran claramente dos cosas:
que la dictadura no había terminado con la transición, y que
la legitimidad misma de la transición está finalmente agotada.
En otras palabras, las protestas y manifestaciones han dejado
en claro que el marco juristocrático en el que habitamos
sigue siendo el de Pinochet y que las reformas y
modificaciones de los últimos años son solo decorativas,
pues tan pronto como se anuncia una posibilidad de cambio
más profundo, todo el sistema institucional reacciona, sin
descaro, apoyando la restitución militarizada del orden
social.

En este contexto, la decisión de Sebastián Piñera de


aplicar el artículo 42 de la Constitución, relativo a la
declaración del estado de emergencia, no inaugura nada
nuevo, más bien confirma y devela la condición excepcional
en la que se encuentra el país desde el golpe de Estado de
1973 y desde la imposición fraudulenta de la Constitución de
1980. En otras palabras, el Presidente, atemorizado por los
incidentes provocados por la sostenida negligencia del
mismo gobierno al desoír los múltiples reclamos de la
población contra sus medidas de ajuste neoliberal, ha
decidido aplicar el artículo 42 de la Constitución de la
República de Chile. Este artículo trata, precisamente, de la

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declaración del estado de excepción constitucional, cuestión
que no puede esconder una paradoja muy relevante; a saber,
se trata de una Constitución que se pone en suspenso a sí
misma, según la voluntad soberana del presidente, es decir,
según la voluntad del soberano. Sin embargo, el otro aspecto
de esta paradoja auto-fundacional de la juristocracia
constitucional chilena, aspecto que aparece frecuentemente
velado y silenciado, está relacionado con el carácter
radicalmente ilegítimo de la misma Constitución, es decir,
con su condición fraudulenta y con su imposición autoritaria
sobre la población, junto a la serie de mecanismos de auto-
inmunización que hacen imposible su modificación hasta el
día de hoy.

No me refiero solo al sórdido origen palaciego de la


Constitución del 1980, sino a la sacralización general del
derecho en el constitucionalismo contemporáneo y sus
procesos inmunitarios para resistir diversas oleadas
democratizadoras. En este sentido, la Constitución de 1980
es tan ilegítima como toda constitución fundada en un
mecanismo de auto-preservación. Ese mecanismo define,
precisamente, el pacto juristocrático de las democracias
liberales occidentales desde el fin de la Segunda Guerra
Mundial. En tal caso, no se trata solo de mostrar el origen
fraudulento de la Constitución chilena, sino de apuntar a su
eminente violencia mítica en la medida en que siempre se la
invoca como garante y límite de un orden naturalizado. Se

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trata pues de cuestionar tanto su origen como su función
disciplinante, gubernamental y preventiva.

Octubre 22, madrugada

Por supuesto, será necesario analizar las


consecuencias de los “errores” del gobierno: la declaración
del estado de excepción constitucional es, de hecho, el
reconocimiento del estado de excepción constitucional en el
que vivimos desde el 11 de septiembre de 1973, y que tanto
la Constitución de 1980, como su re-legitimación durante la
transición, no hacen sino confirmar. El estado de emergencia
declarado la noche del viernes 18 de octubre por el gobierno,
no solo pertenece al mismo marco histórico del golpe, sino
que lo repite, y al repetirlo, desbarata no solo la retórica
transicional, sino la misma pretensión de la derecha chilena
de ser percibida como democrática y liberal. La sordera
característica de los diversos sectores políticos participantes
de la “transición” los hace cómplices “involuntarios” en el
forjamiento de una situación cuyo desenlace se comienza a
percibir cada vez más claramente.

• Si la violencia mítica es instauradora de derecho, la


divina es destructora de derecho (rechtsvernichtend), si
aquella establece límites, la segunda los aniquila
ilimitadamente, si la mítica es culpabilizadora

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(verschuldend) y expiatoria (sühnend) a la vez, la divina es
redentora (entsühnend), si aquella amenaza, ésta golpea,
si aquella es sangrienta, esta otra es letal de modo
incruento. (Walter Benjamin, Crítica de la violencia)

Octubre 22

Nuestra tan festejada transición a la democracia se


muestra ahora como “la continuación de la dictadura por
otros medios”, es decir, la transición no es sino la regulación
de la guerra (según intensidades variables y relacionadas con
el ritmo de los procesos de acumulación), en cuanto
condición de posibilidad de la dictadura. La dictadura, en tal
caso, se justificó siempre como intervención pacificadora. Es
dentro y no contra esa paz dictatorial que la transición organizó el
relato del progreso y la modernización, ocultando el anverso
de los brutales procesos de expropiación y acumulación que
la dictadura no solo instauró, mediante la implementación
fáctica del neoliberalismo, sino que defendió y aún defiende
a toda costa. El ejército en las calles, un acto grave en sí
mismo, adquiere entonces una gravedad mayor en este
contexto, porque más que ser un argumento persuasivo es,
lisa y llanamente, un acto denotativo que marca el límite de
la fantasía democrática chilena.

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Sin embargo, lo que nadie podía anticipar está
comenzando a ocurrir: la gente ha decidido mantener las
protestas a pesar de las amenazas y los ataques policiales y
militares, a pesar de los montajes del gobierno y la prensa
oficial, y a pesar de la apelación al caos, los cortes
intencionados de agua, la retórica del miedo y las amenazas
existenciales. Una nueva felicidad se funda en la rebeldía que
implica retomar el uso común de lo público y, a partir de allí,
comenzar un proceso de construcción alternativo. Habría
que ser ser muy claros al respecto: no se trata del gesto
romántico y profético que ve en estas revueltas una
explosión de la multitud y la fundación de un proceso radical
y constituyente, basado en una rebeldía que bien puede ser
pensada como el anverso de la violencia mítica del derecho,
una forma resentida de la venganza. Tampoco habría que
subestimar la inclinación natural de la derecha y de los
sectores políticos oficiales a usar la violencia militar en
defensa del Estado de derecho, sin reparar en la cantidad de
víctimas que tal represión potencialmente produciría; por el
contrario, dependerá de la capacidad de auto-organización
de los movimientos populares, en toda su heterogeneidad,
hacer de estos eventos, realmente, el fin de la ilusión
transicional, terminar con la democracia 'en la media de lo
posible' y sentar las bases para una verdadera
democratización que pasa, necesariamente, por una
asamblea constituyente y por la cancelación del pacto de
gobernabilidad del gobierno y la oposición, uno de los más

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flagrantes crímenes de la política neoliberal contemporánea,
que el mismo gobierno intenta nuevamente restituir
mediante una negociación a espaldas de los movimientos
sociales y sus organizaciones. Sin embargo, eso requiere una
racionalidad política de nuevo tipo, capaz de negociar
directamente, sin la mediación tradicional de los partidos
implicados en el fraude, en función de la paulatina
institucionalización de una nueva democracia.

Es decir, es fundamental mantener las dinámicas de


auto-organización popular, interseccional y transversal, y sus
lógicas no institucionales de articulación, para triangular
exitosamente el pacto auto-referencial de la gobernabilidad
chilena. Aunque, el efecto último de la revuelta no es la
fundación de un nuevo orden, sino la contaminación
profana del orden sacralizado por los dominadores, todavía
necesitamos pensar en un institucionalismo salvaje que vaya más
allá de las formas convencionales de organización y que
piense históricamente las limitaciones del Estado nacional
soberano y su expresión política: la hegemonía. Una nueva
imaginación del común, ni comunitarista no nacionalista, se
hace necesaria.

Después de todo, el llamado a un nuevo pacto social


no debe ni tiene porqué ser leído solo como un llamado a
restituir la clásica política del compromiso de clases. No se
trata, por supuesto, de que no sean necesarios los

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compromisos, pero ningún compromiso puede ser más
importante que la misma democracia, más allá de su
secuestro juristocrático y su reducción procedimental. Solo
para aquellos que complicitan con el secuestro institucional
de la política, el énfasis en las organizaciones sociales puede
aparecer como romántico o ineficiente, pues lo que hace
posible dicho secuestro es la misma invisibilización de las
dinámicas de cooperación y participación que ya siempre
están teniendo lugar antes del momento de la revuelta. La
revuelta, en este sentido, es una dislocación del orden que
deja ver, por un momento, que las cosas podrían ser,
perfectamente, de otro modo. Coordinadoras de
trabajadores, de estudiantes, de vecinos, formas locales y
regionales de organización, de apoyo, de lucha, muchas
marcadas por el infame crimen de la dictadura, y otras
nuevas, surgidas de las mismas dinámicas de la explotación
neoliberal contemporánea, movimientos de defensa de
derechos minoritarios, étnicos, sexuales, ecológicos, en
convergencia con lógicas comunitarias, municipales y con
militancias de base; barras bravas y clubes culturales, etc. No
ver todo esto es, precisamente, estar preso del pacto
juristocrático y su gobernabilidad neo-corporativa.

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Octubre 22, noche

También es necesario pensar la singularidad de las


revueltas chilenas en el contexto regional, e incluso global,
en el que desde las protestas que llevaron a la renuncia del
gobernador Ricardo Roselló en Puerto Rico, el verano
pasado, hasta el levantamiento generalizado de la población
en Ecuador, hace algunos días, o las sostenidas protestas de
Haití, que coronan un proceso de omisión generalizado con
respecto a la sangrienta historia de dicho país, permiten
entrever una crisis creciente de la gobernabilidad neoliberal
contemporánea. En efecto, el llamado giro a la derecha que
habría comenzado, en el contexto hemisférico con la
elección de líderes de centro y extrema derecha, tales como
Donald Trump, Jair Bolsonaro, Mauricio Macri, Sebastián
Piñera o, incluso, en Colombia con Iván Duque y la
continuación del uribismo, no solo habría marcado el fin de
la llamada “marea rosada”, sino también el agotamiento de
lo que Maristella Svampa llamó “El consenso de las
mercancías”, esto es, una gobernabilidad basada en la
promesa del consumo y la híper-explotación de recursos
naturales. Es importante entender que, en este contexto, el
neoliberalismo, lejos de haberse agotado con la recuperación
de la democracia a nivel continental en las décadas recientes,
se adaptó, flexible y dinámicamente, a la nueva coyuntura
política, caracterizada por gobiernos de centro-izquierda
que, más que producir cambios sustantivos, abusaron de una

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retórica radical pero no muy efectiva. Sin embargo, esa
capacidad de metamorfosis del neoliberalismo no es infinita,
en la medida en que, como tal, el neoliberalismo es una
radicalización de los procesos de explotación y acumulación
que han definido al capitalismo históricamente. En este
sentido, la actual crisis de gobernabilidad neoliberal está
directamente relacionada con la baja inevitable en la tasa de
ganancia, baja que los grupos financieros e industriales
dominantes no están dispuestos a sobrellevar, transfiriéndola
a la población, cada vez más pauperizada. Frente a esto, se
necesita una nueva forma de entender la política
democrática, pues las viejas estrategias de la gobernabilidad
neoliberal están acabadas. Si el límite histórico de la
gobernabilidad neoliberal fue la administración de lo social y
su contención, para asegurar la continuación de los procesos
de extracción y acumulación, hoy en día, la crisis expuesta
por la diversidad y abundancia de protestas sociales, debe
abrir la posibilidad de un tipo de práctica política que no se
limite a la mera administración del chorreo. Es necesario no
solo recuperar el histórico distribucionismo benefactor, sino
llevarlo a cabo mediante la institución de una (im)propiedad
común basada en el uso colectivo de los bienes, más allá de
la apropiación capitalista contemporánea.

En otras palabras, la innegable torpeza e


insensibilidad de Sebastián Piñera y sus asociados para
declarar el estado de emergencia en Chile, y luego declarar la

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guerra contra la población civil, llamando al orden de manera
vacía y obtusa, a espaldas de los movimientos y
organizaciones sociales, no son solo atributos notorios de su
(falta de) ‘liderazgo’, sino síntomas del agotamiento mismo
de la gobernabilidad transicional. Sin embargo, lejos de
predicar una crisis terminal del capitalismo, una debacle del
neoliberalismo, o la aparición intempestiva de la multitud
como un nuevo sujeto de la historia, habría que pensar que
nos encontramos en una difícil encrucijada: o fortalecemos
las capacidades de auto-organización popular, más allá de los
niveles locales, estableciendo redes de cooperación
internacional y procesos de ayuda material efectiva, o
caeremos nuevamente en la lógica del cordón umbilical con
el que seguiremos amarrados a los procesos institucionales
de cooptación y representación con los que se ha perpetuado
la gobernabilidad neoliberal a nivel global. No hay razón para
ser optimistas, sobre todo si el fascismo militarista y
securitario neoliberal sigue latente y asechando, pero frente
a todo esto, lo único realmente posible es seguir
fortaleciendo las formas de organización social y sus
imaginarios democráticos, inclusivos y transversales.

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Octubre 23

En que vamos:

1. -Las protestas y manifestaciones siguen, a pesar de la


brutalidad represiva desplegada por el ejército y por el
gobierno.
2. - Las míseras ofertas del Presidente, destinadas a embaucar
a los tontos, no han desactivado las luchas y demandas.
3. - La negociación a espaldas de las diversas organizaciones
sociales, destinada a restituir el privilegio de la política oficial
en el manejo de la crisis, no logró domesticar las revueltas, y
confirmó la ceguera de esta administración, más allá de la
complicidad anticipada de algunos partidos políticos que ven
en esta crisis una posibilidad electoral.
4. - La criminalización de la protesta social ha dejado un
saldo de más de cuarenta muertos, torturados,
desaparecidos, mujeres violadas y muchos heridos, lo que
hace insostenible volver a la normalidad como si aquí no
hubiese pasado nada.
5. - Todo esto impone no solo la necesidad de mantener e
incrementar las formas coordinadas de protestas y paros
nacionales, sino además elaborar peticiones claras que
pongan no solo a la actual administración, sino a todo el
modelo en jaque.
6. - Piñera debe renunciar, su manejo atarantado y
militarizado de la crisis lo convierte en el responsable directo

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de cada crimen, cada tortura, cada abuso, cada muerte
perpetrada en estos días por las así llamadas fuerzas de orden
y seguridad.

Por todo lo anterior:

a) Piñera debe renunciar


b) Fin de las AFPs
c) Incremento real, a $ 500.000 pesos, del salario mínimo.
d) Estatización del transporte colectivo
c) Estatización de la luz, el agua y las fuentes de energía
diversas
d) Reforma tributaria efectiva e impuestos progresivos a la
ganancia
e) Impuestos diferenciales según niveles de ingreso
f) Destitución de la Constitución y asamblea constituyente
en los próximos dos años.
d) Desmovilización de las fuerzas armadas y acuartelamiento
de las tropas, como primer paso de una intervención de
mediano plazo destinada a subordinar las fuerzas armadas a
la nueva Constitución y a modernizar sus instituciones en
función de una cultura democrática y no intervencionista.

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Octubre 25

Más de un millón de personas en Santiago, más de dos


millones en todo el país, se han congregado en lo que pronto
se denominó la marcha más grande de Chile. Estas
concentraciones pacíficas pero decisivas marcan un quiebre
con la cotidianidad administrada del orden neoliberal
chileno. Inauguran una relación inédita con el poder, en la
medida en que desbordan el ordenado circuito de
visibilización e invisibilización que define a la
gubernamentalidad chilena, adormecida por el montaje
constitucional, despabilando los sentidos y derramando los
cuerpos en una mancha que se posiciona sobre los espacios
asépticos de las ciudades, para ensuciar el guion blanqueado
de la transición y de la condición excepcional del país. Las
marchas son una gran mancha que enturbia y contamina, con
sus derrames, las ordenadas e inmunizadas dinámicas de la
ciudad neoliberal, como si se tratara de un comunismo sucio
en el que convergen los cuerpos para hacer un uso colectivo
de los bienes comunes, sin acumulación y sin explotación.
Este comunismo sucio no es el resultado de ningún guion
sacrificial, de ninguna lógica histórica, sino simplemente la
instanciación de los cuerpos una vez que estos se resisten a
seguir siendo embelesados, anestesiados, por las promesas
del capital.

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La estupidez del gobierno ha hecho las cosas más
claras: haber militarizado al país, haber declarado una guerra,
haber roto los canales de comunicación, terminó por
favorecer una ruptura con la interpelación gubernamental,
una suspensión de la transferencia, una anarquía de los
sentidos que se reconocen ahora en la ausencia de origen y
fin, de arché y finalidad, más allá de la estructuración
sacrificial, archeo-teleológica, de la existencia. La suspensión
de la transferencia como anulación de la deuda, hace posible
la revuelta como suspensión del tiempo histórico. No
importa si esto dura unas semanas, unos meses o es
brutalmente reprimido por el poder, hemos asistido hoy a un
hecho inédito y radical, en estas masivas concentraciones se
ha hecho viable una experiencia común y desujetada de los
imperativos sacrificiales del capital, abriendo una pequeña
fisura en el poder, por donde destella la posibilidad de una
vida sin deudas ni sacrificios.

• El instante de la revuelta determina la forma


inesperada de la propia auto-realización y auto-
objetivación como parte de una colectividad. La
batalla entre el bien y el mal, entre la sobrevivencia y
la muerte, entre el éxito y el fracaso, en la cual cada
uno está individualmente envuelto, cada día, se
identifica con la batalla de la colectividad -todos
tienen las mismas armas, todos confrontan los

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mismos obstáculos, el mismo enemigo. (Furio Jesi,
Spartakus, 53)

Octubre 26

El discurso de Piñera esta mañana, lejos de todo


decoro, expresa una estrategia política muy perspicaz, la idea
de canalizar, lo más democráticamente posible, las demandas
del pueblo, "de los miles y miles de chilenos que quieren paz
y seguridad". En esta modulación de la protesta ya se aprecia
la lógica de una clase política que se auto-convoca para
hablar en nombre del pueblo, para representarlo y hacer bien
la tarea.

"Todos somos parte del problema", es la frase central


del discurso, pues expresa un falso sentido de atrición que,
mediante la colectivización de la responsabilidad, termina
por disolverla en un brumoso pasado, exactamente igual a
cómo, en su momento, Patricio Aylwin pidió perdón "a
nombre de todos los chilenos", para dejar sin castigo a los
criminales de la dictadura.

Se vienen "nuevas metodologías de participación",


como las llamó el ejecutivo esta mañana, lo que dará trabajo
a toda una casta burocrática que estirará el chicle reformista

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hasta domesticar la rebeldía de las calles en la promesa de
unos tiempos mejores que nunca llegarán.

No llegarán mientras no nos detengamos a pensar


claramente qué es lo que está en juego hoy. No se trata solo
de la destitución de Piñera y sus ministros, un hecho
simbólicamente pertinente, pero irrelevante; se trata de
preguntarnos ¿qué es lo que debe ser destituido? Si la
revuelta acaece de golpe, más allá de todo cálculo y
anticipación, también de golpe nos muestra toda la historia
como una permanente sucesión de formas de dominación.
Lo que hay que destituir, de manera urgente, no es ni a Piñera
ni al gobierno, sino el pacto oligárquico, cívico-militar que
tiene secuestrado al país desde su fundación republicana, y
que se actualiza históricamente cada vez que el pueblo se
insolenta (1827, 1891, 1925, 1932, 1973, 2019).

Se trata de destituir no uno o dos nombres propios,


sino la estructura profunda de la república chilena, la que se
expresa en una serie de instancias naturalizadas, no solo a
nivel económico, sino a nivel de la cultura institucional. Por
ejemplo, es necesario desmontar el ejército como mano
armada de la derecha. Es necesario revisar la formación
curricular de los uniformados. Se necesita una reforma
estructural de la institución policial. Hay que nacionalizar el
cobre, el litio, los recursos energéticos, las calles y carreteras,
acabar con la expoliación de usuarios y consumidores, fijar

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bandas de precio a farmacias y bienes de consumo,
desarrollar una política tributaria progresiva que aumente el
presupuesto fiscal, el que debe ser reinvertido en transporte,
salud, educación, cárceles, hospitales...etc., etc., etc.

El llamado del gobierno, el hecho singular de que


todos los representantes de la derecha hayan abrazado la
multitudinaria marcha de ayer, como si fuera un reclamo
dirigido, ni más ni menos, a ellos mismos para que lideren
un proceso de cambio, muestra que la sordera y la falta de
visión es mucho más que una cuestión personal, es la
condición existencial de la clase política chilena y que no
habrá cambios en la medida en que ellos sigan auto-
convocándose como representantes del pueblo, y en la
medida en que el pueblo se contente con destituir unos
cuantos monigotes, sin apuntar a una reorganización radical.

La radicalidad de esta reorganización, me atrevo a


decirlo antes que aparezca el violento recurso a la mesura y
a la distancia crítica, no tiene que ver con un llamado a la
violencia o a la revolución, palabra desgastada por abusos
sostenidos. No se trata de interrumpir la paz democrática,
que equivale al crimen del capital, ni tampoco de llamar a la
guerra civil o a la confrontación armada. Para mí, hoy se trata
de una desistencia radical a la interpelación del poder, una
suspensión de la interpelación autoritaria, a partir de la
creación y fortalecimiento de formas de organización

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popular, capaces de ir avanzando en estas tareas. Las hay y
muchas, desconocerlas es creer en la espontaneidad de la
revuelta y en la inexistencia de la lucha. Por años han
existido, al margen de la representación, y han acumulado
mucha experiencia política, claro que de una política de la
destitución, esto es, de una política que expresa las profundas
desconfianzas de un pueblo que solo ha sido convidado a la
repartición de las sobras y migajas de la fronda aristocrática
chilena.

Octubre, 27

Apenas dos días después de las masivas


demostraciones del pueblo de Chile, y a un día del lacrimoso
discurso neo-transicional de Sebastián Piñera y su gobierno,
en un claro "intento-Teletón" por apropiarse de las marchas,
favoreciendo una catarsis de arrepentimiento y perdón
colectivo, se disipa el horizonte con una claridad
devastadora. La represión militar y policial no se ha detenido,
por el contrario, se ha incrementado. Los casos de abuso
sexual, tortura, desaparición y asesinato siguen creciendo,
más allá del manejo fraudulento de las cifras por el mismo
gobierno y los medios de comunicación alineados. Las
manifestaciones no han cesado ni se ha cerrado ningún ciclo,
aun cuando la prensa, cuyo monopolio pertenece a los
mismos grupos económicos que financian la política
institucional, haya decidido silenciar e invisibilizar, una vez

26
más, la realidad nacional. Valparaíso, Concepción, El Parque
O'Higgins, Arica, Valdivia, etc., el país sigue en estado de
emergencia.

Los actores políticos tradicionales brillan por su


ausencia, y más allá de la heroica participación de algunos
cuantos diputados que han decidido hacer lo correcto y
presentar una acusación constitucional contra el Gobierno
de Sebastián Piñera, se puede adivinar que la mayoría de los
políticos profesionales esperan agazapados, como gatos de
campo, para entrar en el juego de las mediaciones una vez
que tengan asegurado su capital político, su “legitimidad”.

Se viene una semana compleja. Las fuerzas armadas y


carabineros no se hacen responsables de la violencia que
ellos mismos han ejercido contra la población; el General a
cargo de la represión a nivel nacional ha acusado a las
víctimas de participar en actos vandálicos, sin tener evidencia
ni ponderar las situaciones, dejando claro cual será la
estrategia que la institución castrense asumirá para lavar la
sangre indeleble de los muertos y heridos que ellos mismos
han producido.

Estamos en un momento de inflexión en el que la


movilización no parece retroceder y el gobierno se empeña
en hacerse el desentendido, llegando incluso a celebrar las

27
concentraciones masivas como señal para un nuevo
comienzo, por supuesto, liderado por ellos mismos.

¿Qué hacer? Es cierto que la entrada de los partidos


políticos trae con sigo el alto riesgo de que estos, una vez
más, neutralicen la fuerza de las protestas y negocien una
nueva repartición del poder. También es cierto que el
Gobierno, intoxicado de una racionalidad económica
neoliberal, cada vez que propone algo lo hace en el marco de
una transferencia constante de presupuesto público a manos
privadas, perpetuando la desigualdad y la injusticia. Si hay
algo relevante en lo que está ocurriendo en Chile, algo que
no podemos dejar de enfatizar, es que el horizonte final de
todas las manifestaciones no es otro que la restitución del
extraviado paradigma de la igualdad, en el que nadie
emancipa a nadie, nadie educa a nadie, porque todos
participamos del común y del comunismo de las
inteligencias. Eso, en sí mismo, es una gran victoria, la
afirmación de un común que no viene como promesa
después del fin de la historia, sino como efecto de la
insubordinación y de la decisión de ocupar las calles de una
forma indisciplinada.

Pero, ¿cómo salimos de este impasse evitando que el


Gobierno y la oposición, en el marco de una nueva
transición, vuelvan a hipotecar la alegría en un futuro
indeterminado?, ¿cómo volver a la rutina sin haber

28
conseguido nada?, ¿cómo conformarse con cambios
decorativos mientras en bambalinas los dueños de Chile se
ríen a carcajadas?

La gente en todas partes entiende, no hay que


decírselo, que es necesario fortalecer todas las
organizaciones sociales, instituir la centralidad de los
consejos municipales, más allá del lánguido Congreso
nacional, para fomentar la participación masiva, igualitaria,
descentrada y total a lo largo del país. No se trata de desechar
a los partidos políticos, sino de subordinarlos a la agenda de
los movimientos sociales, sin renunciar a los imperativos
centrales de la justicia y de la igualdad. Los consejos
municipales abiertos son la clave para ir instituyendo la
energía desplegada por las manifestaciones populares.

Octubre 28

El discurso de la recientemente nominada vocera de


Gobierno, doña Carla Rubilar, confirma la tendencia
asumida por la autoridad presidencial, esto es, desatender la
flagrante violación a los derechos humanos perpetrada por
las fuerzas de orden y seguridad, brazo armado del gobierno,
en su guerra contra la población. Pero lo hace con un tono
amenazante, llamando a terreno a todos los sectores
políticos para mantener el orden y la estabilidad institucional

29
en la que ha reinado el crimen y la corrupción desde tiempos
dictatoriales. El llamado es bien preciso, y está dirigido a toda
la clase política, para que asuman posiciones claras y
defiendan el duopolio que con tanto trabajo han logrado
construir para repartirse el país.

Junto a eso, la vocera ha dicho claramente que las


masivas manifestaciones de las últimas horas, las marchas
multitudinarias en Concepción, Antofagasta, Viña del Mar,
Valparaíso, etc., el pasado fin se semana, se reducen a unos
6.500 a 7.000 violentistas, a los que se les identificará y se les
procesará. Por supuesto, el problema no es solo numérico,
se trata de una amenaza directa y explícita a todos los que no
se ciñan a los límites de la protesta pacífica, esto es, a la
marcha cívica que el mismo Gobierno quiere liderar.

Se trata de criminalizar a la población, de lumpenizar


la revuelta, de desoír las legítimas demandas de un pueblo
cansado, mediante la vieja estrategia de la producción
colectiva de miedo, la división social y la oferta de seguridad,
una seguridad, en cualquier caso, simbólica, en un país donde
la inseguridad es estructural dada la misma división de la
riqueza y la propiedad.

Los medios de comunicación oficiales ya están


alineados con esta nueva etapa transicional, y se espera el
pronunciamiento de la clase política para firmar, una vez

30
más, el acuerdo palaciego que dejará fuera al pueblo y sus
demandas.

Los valientes diputados que firmaron la acusación


constitucional son, hasta ahora, lo único rescatable de la
mentada dignidad parlamentaria chilena.

El pueblo sin embargo, sigue en las calles,


descontento, insobornable, valiente, pues ha entendido que
no se puede volver atrás, que las cosas no pueden seguir
como antes, que es necesario cambiar.

La policía sigue su curso arrollador, produciendo


víctimas por doquier. El número de personas afectadas por
detenciones ilegales, torturas, mutilaciones, pérdidas de la
visión, etc., demuestra que las prácticas securitarias no solo
responden al viejo paradigma contra-insurgente de la Guerra
Fría, sino que se han modernizado según los desarrollos
contemporáneos del "settler colonialism" y las prácticas de
ocupación territorial. Se trata de producir caos y confusión,
como en la Araucanía, para inseminar miedo y división.

Frente a esto, solo queda la cooperación, la


organización y la participación transversal, inclusiva y
horizontal. Mientras siga el descontento y se fomente la
auto-organización, no habrá forma de hacer retroceder a un
pueblo cuya única demanda es nada menos que la igualdad.

31
Octubre 28, noche

La historia se repite, primero como tragedia, después,


como tragedia, otra vez. Mientras ojeo los dibujos de El
primer nueva corónica y buen gobierno de Guaman Poma de Ayala,
me detengo para ver los castigos y las mutilaciones que los
españoles aplicaban a los indios y negros, como forma de
castigo. No puedo dejar de pensar en la lógica del castigo, la
mutilación y la persuasión en las prácticas de la policía
chilena. O ¿es que acaso será casualidad que el uso criminal
de balines y perdigones de acero, apuntados directamente al
rostro de los manifestantes, hay costado la perdida de un ojo
a más de 150 personas?

Octubre 29

Falta escribir todo un capítulo sobre las relaciones


entre las instituciones de educación superior en Chile y en el
extranjero, principalmente Estados Unidos e Inglaterra, y la
permanente reproducción de una burocracia neoliberal
adoctrinada en la lógica competitiva del ultra-liberalismo
contemporáneo. No me refiero solo a los Chicago Boys, ese
grupo de estudiantes gremialistas que, tanto en Harvard
como en Chicago, se apropiaron de las teorías
desregulacionistas y usaron el país para ponerlas en práctica,

32
con la confianza que les daba contar con el ejército para
calmar cualquier señal de protesta. Tampoco me refiero a la
generación de sociólogos, antropólogos, cientistas políticos
y administrativos formados en las infames teorías de la
modernización y el estructural-funcionalismo que fue clave
en la criminalización de los movimientos sociales
catalogados como formas anómicas y patológicas de
resistencia al modelo de modernidad americana, convertida
desde la Segunda Guerra Mundial, en el paradigma de la vida
moderna, el American Way of Life. Me refiero a la no
cuestionada responsabilidad de los programas de ingeniería
comercial, MBAs por doquier, y maestrías truchas y auto-
referentes que terminan por legitimar la reproducción de una
misma y estrecha visión utilitaria del mundo y que adornan
los currículos de nuestros políticos y expertos. (One day,
somebody must tell the history of how the metropolitan
academia was instrumental in the reproduction of this new
neoliberal elite, and how this metropolitan academia profits
from selling that neoliberal knowledge, a knowledge that
ultimately legitimizes the current process of accumulation by
dispossession, and the weak ethical standards of our political
and business classes).

Este capítulo de las relaciones entre imperio y verdad


está por escribirse, y en él hay que considerar el desfalco y la
privatización general del mundo a partir de mostrar la
profunda complicidad de estas instituciones universitarias y

33
la naturalización del crimen capitalista según una auto-
legitimada lógica de la ganancia. Para decirlo aún más claro:
nuestros intelectuales y líderes políticos, además de
criminales y coludidos, son autómatas, sin horizonte cultural,
poseedores de saberes técnicos y deshistorizados, e
incapaces de entender otra lógica que no sea la lógica del
business y la devastación. Se felicitan entre ellos, se otorgan
premios mutuamente y, a pesar de que exhiban gruesas hojas
de vida con títulos adquiridos en grandes universidades
extranjeras, no debemos olvidar que esos rankings los hacen
ellos mismos.

Deténgase usted a pensar ¿dónde y gracias a qué


méritos nuestros ministros se han "educado"?, ¿en qué
consiste la grosera educación de nuestros políticos?, ¿cómo
esa grosería se ha tomado la universidad?

Octubre 29, noche

¿Porqué es necesario terminar con la constitución y el


sistema electoral?

No se trata solo de llamar a un plebiscito y agilizar los


preparativos para organizar un nuevo proceso instituyente.
Hay que tener cuidado con las mediaciones burocráticas y
los protocolos que impondrá el ejecutivo y el parlamento

34
para diluir la urgencia del cambio constitucional, pero
también, y quizás con la misma importancia, hay que derogar
el sistema electoral proporcional (basado en el modelo del
D’hont), que es una modificación menor del anterior sistema
binominal y que, al igual que ese, está diseñado para
mantener y reforzar el duopolio político chileno. Este
duopolio, constituido por un bipartidismo burocrático no
está estructurado por dos partidos, como en el caso
norteamericano (demócratas y republicanos), sino por dos
coaliciones de poder que han logrado resistir su desgate
histórico mediante purgas internas y refundaciones, cuando
no, mediante simples cambios de nombre.

Obviamente el interés corporativo de este duopolio


no está en la representación de las demandas sociales, ni en
la canalización de las exigencias del pueblo, sino en la
neutralización de dichas demandas, para mantener el
delicado equilibrio de la gobernabilidad neoliberal,
recibiendo, a cambio, la generosa ayuda financiera de los
grupos económicos. Este proceso de burocratización y
neutralización ya era advertido por pensadores tan
diametralmente opuestos como Robert Mitchels, Carl
Schmitt o Giovanni Sartori. Es decir, la tendencia a la
perpetuación en el poder era un efecto directo del diseño
liberal de la democracia, en la medida en que dicho diseño
consideraba como normal la influencia de grupos no
directamente políticos de poder, sin entender que los grupos

35
no directamente políticos, esto es, las corporaciones, son
directamente políticos en un sentido mayor.

Las resistencias de varios parlamentarios de oposición


a la acusación constitucional, el desdén que muestran frente
a las denuncias de violaciones a los Derechos Humanos y al
uso excesivo y criminal de la fuerza por parte de carabineros,
la desidia y la ironía con la que se distancian de las
manifestaciones, y la pretensión de autoridad fundada en el
fallido sistema electoral, no hacen sino esclarecer la aguda
conciencia corporativa de sus intereses. Están todos
implicados.

Y a la vez, todos los sectores del duopolio están


desgastados, profundamente quemados porque no parece
haber un punto de encuentro entre la población y sus
representantes. El éxodo al Aventino y su marcado ritual de
desacuerdo mantiene el campo de posibilidades abierto, y es
en torno a esa apertura que hay que ir profundizando las
formas de organización popular autónomas, sin descontar
procesos de negociación eventual con sectores políticos
dispuestos a descolgarse del duopolio y trabajar para los
intereses de la sociedad.

• En 1829, Pierre Simon Ballanche publica en la Revue


de Paris una serie de artículos con el título de "Fórmula
general de la historia de todos los pueblos aplicada a

36
la historia del pueblo romano". A su manera,
entonces, Ballanche vincula la política de los
"clásicos" y la de los "modernos". El relato de Tito
Livio asociaba el fin de la guerra contra los volscos, la
retirada de la plebe hacia el Aventino, la embajada de
Menenio Agripa, su fábula célebre y el retorno de los
plebeyos al orden. Ballanche reprocha al historiador
latino su incapacidad para pensar el acontecimiento de
otra manera que como una revuelta, un levantamiento
de la miseria y la ira que instaura una relación de
fuerzas carente de sentido. Tito Livio es incapaz de
dar al conflicto su sentido porque es incapaz de situar
la fábula de Menenio Agripa en su verdadero
contexto: el de una disputa sobre la cuestión de la
palabra misma. Al centrar su relato apólogo en las
discusiones de los senadores y las acciones verbales de
los plebeyos, Ballanche efectúa una nueva puesta en
escena del conflicto en la que toda la cuestión en
juego es saber si existe un escenario común en
donde plebeyos y patricios puedan debatir algo.

La posición de los patricios intransigentes es


simple: no hay motivo para discutir con los plebeyos,
por la sencilla razón de que éstos no hablan. Y no
hablan porque son privados de logos, es decir de
inscripción en la ciudad. Viven una vida puramente
individual que no transmite nada sino la vida misma,

37
reducida a su facultad reproductiva. Quien carece de
nombre no puede hablar. Fue un error fatal del
enviado Menenio imaginarse que de la boca de los
plebeyos salían palabras, cuando lógicamente lo único
que puede salir es ruido […]

Frente a ello, ¿qué hacen los plebeyos reunidos


en el Aventino? No se atrincheran a la manera de los
esclavos de los escitas. Hacen lo que era impensable
para éstos: instituyen otro orden, otra división de lo
sensible al constituirse no como guerreros iguales a
otros guerreros sino como seres parlantes que
comparten las mismas propiedades que aquellos que
se las niegan. Ejecutan así una serie de actos verbales
que imitan los de los patricios: pronuncian
imprecaciones y apoteosis; delegan en uno de ellos la
consulta a sus oráculos; se dan representantes tras
rebautizarlos. En síntesis, se conducen como seres
con nombre. Se descubren, en la modalidad de la
transgresión, como seres parlantes, dotados de una
palabra que no expresa meramente la necesidad, el
sufrimiento y el furor, sino que manifiesta la
inteligencia. Escriben, dice Ballanche, "un nombre en
el cielo": un lugar en un orden simbólico de la
comunidad de los seres parlantes, en una comunidad
que aún no tiene efectividad en la ciudad romana.
(Jacques Rancière, El desacuerdo)

38
Octubre 30, madrugada

Hay una imagen que ha recorrido las redes sociales


hoy día, en ella se aprecia la estatua de Caupolicán y en uno
de sus brazos la cabeza de otra estatua que corresponde a
Pedro de Valdivia (otros dicen que es Diego Portales). La
simbología casual de la revuelta es impresionante. En esta
imagen está la reprimida memoria de un genocidio
blanqueado, Caupolicán cargando la cabeza de quien fuera el
fallido conquistador de Chile (o el fundador del llamado
Estado en forma chileno), es decir, el fundador del mito
nacional o el forjador del excepcionalismo criollo que ha
alimentado y aún alimenta las fantasías políticas de sus
dirigentes.

Por supuesto, hay algo de venganza casual en la


imagen pues, como tal, apunta al profundo corazón de la
revuelta: en ella nos encontramos con un momento de
violencia radical que suspende todo acuerdo, toda sucesión,
todo orden. La imagen es imponente sin ser monumental,
porque captura una economía de afectos que pasan por la
destitución del principio de razón, por la destitución del
soberano, haciendo que la soberanía se muestre sin cabeza.
Georges Bataille pensaba en una república sin cabeza
jugando no solo con la imagen del Rey guillotinado, sino con

39
la insólita postulación de una acefalía radical como
posibilidad de una república anárquica. Esa anarquía no se
reducía a la imagen violentista del anarquismo que tanto se
ha insistido en consagrar, sino que se refería a una
posibilidad de vida sin principios, desujetada de la
estructuración sacrificial de la historia, de la deuda como
marca de una destinalidad sin alteraciones. La república
anárquica era la comparecencia de todas y todos no a la
muerte del Rey, sino a la posibilidad de un mundo en que la
felicidad no era una promesa teológica, sino una posibilidad
efectiva. Vivir sin deudas, sin el robo del tiempo, robándole
el tiempo a la rutina, al capital, esa es la promesa de la
revuelta, es decir, una promesa sin promesa, sin futuro, sin
cálculo de posibilidad. Esta comparecencia en un común
desujetado de la culpa no puede ser aplacada sino mediante
el uso brutal y fundacional de la violencia y de su
consiguiente apelación al Estado de derecho. Sin embargo,
desde la revuelta, el soberano podrá seguir haciendo
declaraciones, multiplicando sus llamados a la cordura y a la
paz, pero no dejará de ser percibido como un loco, tal cual
aparece en la traducción del Rey Lear hecha por Nicanor
Parra. Locura y soberanía se encuentran, después de todo, y
se reconocen en momentos como este, cuando una estatua
es investida con una potencia simbólica que solo dura lo que
dura el instante de la revuelta. Ser ahí es perseverar en la
desobediencia.

40
Lear:
Dónde estoy? Dónde he estado? Pleno día?
Estoy tremendamente confundido.
Moriría de lástima si viera a otro
En el estado en que me encuentro yo.
Realmente no sé que decir.
Nicanor Parra (Lear Rey & Mendigo)

Octubre 30

• Uso la palabra revuelta para designar un movimiento


insurreccional que difiere de la revolución. La
diferencia entre la revuelta y la revolución no debe ser
buscada en sus respectivos objetivos; ellas pueden
tener los mismos objetivos -hacerse con el poder. Lo
que distingue principalmente a la revuelta de la
revolución es, en cambio, una experiencia del tiempo
diferente. Si, siguiendo la concepción vulgar de ambos
términos, la revuelta es una inesperada explosión
insurreccional, la que puede ser ubicada en un
horizonte estratégico sin implicar por sí misma una
estrategia de largo plazo, y la revolución es una
estrategia compleja compuesta de diversos momentos
insurreccionales, coordinados y orientados en el

41
mediano y largo plazo hacia objetivos finales;
entonces podemos decir que la revuelta es una
suspensión del tiempo histórico. La revuelta instituye
imprevisiblemente un tiempo en el cual todo lo que
ocurre tiene un valor en sí mismo,
independientemente de sus consecuencias y de sus
relaciones con el complejo transitorio o permanente
que constituye la historia. La revolución, en cambio,
estaría total y deliberadamente inmersa en el tiempo
histórico. (Furio Jesi, Spartakus, 46)

Octubre 31

A más de una semana de que se desencadenaran las


protestas populares en Chile, y bajo estado de emergencia
decretado por el Gobierno de Sebastián Piñera, comienzan
a manifestarse más nítidamente las características de esta
coyuntura. Por un lado, las protestas que comenzaron como
una reivindicación sectorial y acotada, relativa al alza del
pasaje del metro, se transformaron en derrames callejeros
masivos que involucran no solo a la población en general,
sino que van más allá de la demanda puntual contra el
tarifazo, canalizando años de frustración e impotencia
derivadas de la injusticia sistemática generada por el modelo
neoliberal y su marco jurídico autoritario. Por otro lado,
como ha indicado recientemente el abogado

42
constitucionalista Jaime Bassa en una comisión
parlamentaria a la que fue invitado, la misma declaración del
estado de emergencia es, como mínimo, inconstitucional,
tanto porque devela las incongruencias entre la Constitución
y el marco normativo que la regula -mostrando de paso las
inconsistencias de la misma aplicación por parte del
Gobierno de Piñera-, como por el hecho de que el estado de
emergencia tiene diversos niveles y grados según la
complejidad de la situación que, en principio, ameritaría su
proclamación. Como sea, su aplicación no autoriza, en
ninguna circunstancia, ni la implementación del toque de
queda ni la detención de personas, ni mucho menos las
golpizas, abusos sexuales, torturas y asesinatos que se han
reportado en diversas instancias nacionales e internacionales,
y que sindican a las fuerzas de orden y seguridad y al ejército
como responsables directos. Mediante la vieja estrategia de
criminalización de la protesta social, el Gobierno, de manera
inconstitucional e incongruente, ha decretado un estado de
emergencia incompleto, sin delegar finalmente la
responsabilidad total a las fuerzas armadas (lo que obligaría
a entender este proceso como un autogolpe de Estado),
produciendo un vacío constitucional en el que las fuerzas
armadas y carabineros se sienten autorizados, ilegal e
ilegítimamente, a aplicar fuerza extraordinaria en la
conculcación de las libertades civiles. En otras palabras, el
Gobierno ha actuado irresponsablemente, permitiendo una

43
brecha legal que posibilita el desarrollo de una forma de
terrorismo de Estado contra la población en general.

El argumento usualmente esgrimido para justificar la


intervención armada consiste en la estigmatización de la
protesta, definiendo a las manifestaciones populares como
ilegítimas, inconstitucionales y, en última instancia, como
disturbios criminales que atentan contra el orden, la
seguridad y la paz democrática. Frente a esto, no basta con
distinguir entre desobediencia civil y vandalismo, pues en
dicha diferencia todavía se comparte el mismo marco
normativo que define la gobernabilidad neoliberal, a saber,
la distinción entre formas legítimas de participación y formas
criminales. Desde el punto de vista de la gobernabilidad
neoliberal, además, las únicas formas civiles y legítimas de
participación están mediadas por la institucionalidad vigente
y delegadas en la lógica de la representación parlamentaria,
cuestión que divide violentamente el campo político entre
prácticas legales e ilegales de participación ciudadana, lo que
se agrava enormemente cuando se constata, como en los
casos de bipartidismo burocrático, que la mediación política
lejos de ser transparente y democrática, consiste en la
dilación de las demandas sociales y en su neutralización. Es
decir, la gobernabilidad neoliberal implica no solo la
reducción de la política a un sistema autorreferencial y
delimitado, sino a la práctica preventiva de cualquier
contaminación que pueda alterar el delicado equilibrio del

44
poder. Las estrategias utilizadas en esta neutralización
preventiva van desde la persuasión y la promesa hasta la
represión directa y brutal, como queda demostrado en los
casos de Ecuador, Haití y Chile durante estos meses.

En este contexto, el caso chileno es paradigmático


porque termina por desbaratar las promesas desarrollistas
del neoliberalismo, precisamente en un país elevado a la
condición de ejemplo central de las bondades del modelo.
Sin embargo, también se trata de un caso paradigmático
porque muestra la otra dimensión de la gobernabilidad
neoliberal, a saber, la imposición de una gubernamentalidad
antidemocrática, antigarantista y fuertemente militarizada,
bajo el recurso securitario de la mantención del orden y la
paz democrática que consiste, en última instancia, en la
continuación de los procesos de extracción y acumulación
destinados a surtir la demanda internacional, en el horizonte
de un consenso basado en el consumo y sus expectativas.

Deuda, acumulación flexible e híper-explotación de


recursos naturales destinados al consumo internacional,
marcan el derrotero del “desarrollismo” contemporáneo,
cuya diferencia con el nacional-desarrollismo
industrializador de mediados del siglo XX se vuelve obvio.
Si el nacional-desarrollismo tenía, como su mismo nombre
lo indica, un proyecto nacional, la misma transformación del
capital, su internacionalización y su financiarización,

45
conllevan una condición anómica o desterritorializada, que
hace de la acumulación contemporánea una práctica flexible
y rapaz ilimitada, sin importar el costo social. En este
sentido, el carácter antineoliberal y anticapitalista de las
protestas en Chile no tiene que ver con el nivel discursivo ni
con la supuesta conciencia de clases de los manifestantes,
sino con la forma en que estas protestas expresan un límite
existencial al capital, es decir, un límite a la destrucción y a la
devastación de la vida misma.

No se necesita recurrir al repertorio marxista clásico


para advertir que los procesos de concentración de la riqueza
y de la propiedad, violentamente asociados con la
implementación del neoliberalismo en la región en el
contexto de las dictaduras y las guerras civiles de la segunda
mitad del siglo XX, definen el marco histórico en el que se
desarrollan las actuales manifestaciones populares, en Chile
y en América Latina. En efecto, con el manido argumento
de la lucha contra el comunismo, las dictaduras en el Cono
Sur y las intervenciones norteamericanas en Centroamérica,
tuvieron como objetivo central facilitar los procesos de re-
concentración del poder y la riqueza en una nueva elite
continental en la que la derecha chilena, formada entre la
teología política del Opus Dei y la antropología utilitarista de
la Escuela de Chicago, destaca. Esta nueva elite continental,
totalmente sujeta a las prerrogativas del Banco Mundial y del
Fondo Monetario Internacional, no solo ha abdicado de un

46
imaginario nacional y republicano, sino que además ha
desechado el horizonte reformista burgués asociado a la
igualdad y a los Derechos Humanos, desde la convicción
ideológica de las facultades autoregulativas del mercado.

En efecto, Thomas Piketty -quien no puede ser


confundido con un economista marxista–, en su famoso
libro El capital en el siglo XXI, nos advierte de estos procesos,
poniendo especial atención al incremento estructural de la
desigualdad en términos de ingreso, propiedad y educación,
cuestión que terminará por desacelerar la economía y por
radicalizar los conflictos en torno a la distribución de la
riqueza. El costo de esta desaceleración, sin embargo,
tampoco se reparte de manera proporcional, siendo
transferido a los sectores más empobrecidos de la población.
Un ejemplo claro de lo anterior está en las reformas
tributarias implementadas en varias economías neoliberales
en los últimos años, en las que una grosera disminución de
los impuestos a la ganancia y a la riqueza se complementa
con un abusivo aumento de los impuestos al consumo que
afecta, masivamente, a la población desposeída. Desde la
condición autorreferencial del neoliberalismo, estos
mecanismos dejan claro que la economía no tiene nada que
ver con la justicia social y que la política tiene como función
neutralizar cualquier demanda que pudiera contaminar la
pureza del proceso económico.

47
Sin embargo, la condición deshistorizada,
autorreferencial y antidemocrática de esta fase del
neoliberalismo indica que, para asegurar sus tasas de
ganancia, los grupos económicos transnacionales están
dispuestos a deshacer el pacto de gobernabilidad que habían
establecido con los gobiernos progresistas latinoamericanos
a comienzos de este siglo, cuestión que explica la
desesperada elección de líderes populistas de derecha en los
últimos años. El llamado fin de ciclo con el que denominó el
retroceso de los gobiernos de la Marea Rosada, y el arribo de
los gobiernos de Sebastián Piñera, Mauricio Macri, Jair
Bolsonaro, Iván Duque e, incluso, Donald Trump, confirma
la tendencia de esta crisis, precisamente porque lo que ha
distinguido a estos nuevos gobiernos, además de una retórica
cuasi fascista, anti inmigratoria y securitaria, es la
implementación de medidas de ajuste neoliberal aún más
radicales que las implementadas bajo regímenes autoritarios.
Es en este contexto que las protestas sociales del año 2019,
en varios países de este hemisferio, y las actuales
manifestaciones sociales en Chile, expresan un desasosiego
mayor con la radicalización del neoliberalismo en su fase
devastadora, es decir, constituyen manifestaciones
existenciales a favor de una forma de vida que no se reduce
al modelo de la gobernabilidad neoliberal.

48
Octubre 31, tarde

Por supuesto, no se trata de hipotecar las protestas


según un cálculo político convencional, romantizarlas o
sindicarlas como origen de un nuevo proyecto histórico,
precisamente porque sus dinámicas de irrupción desactivan
las lógicas proyectuales y sus economías de los fines. Si
pensamos en la irrupción demótica como destitución de una
determinada repartición de lo sensible, no podemos
engañarnos con respecto a estas irrupciones populares. Es
decir, las revueltas sociales contra el neoliberalismo no son
ni acontecimientos inéditos ni instanciaciones de una forma
restitutiva y equivalencial del derecho, son simplemente
formas de participación derramadas sobre la ordenada
ciudad neoliberal, que ponen la narrativa de la
gobernabilidad en suspenso, haciendo visible las múltiples
capas de una historia invisibilizada por el estrecho marco
representacional de los medios y de la política institucional.
Solo desde el recorte oficial de los medios de comunicación
y los discursos del gobierno es posible reducir estas
manifestaciones a la expresión de políticas partidarias, de
grupos de interés financiados por un complot izquierdista
internacional o a formas de anomia colectiva y espontánea.
Si las protestas surgen de un desacato puntual, no por ello se
reducen a un voluntarismo destructivo, más bien abren una
dimensión histórica en la que es posible percibir que el
verdadero estado de emergencia no es aquel que el gobierno

49
ha decretado irresponsable y criminalmente, sino aquel otro
en el que muchas organizaciones sociales habitan, más allá
de su invisibilización permanente. La crítica del
neoliberalismo y de su filosofía de la historia requiere no solo
denunciar el excepcionalismo jurídico como poder de facto,
sino el excepcionalismo invertido que ve en las protestas la
encarnación de una cierta multitud emancipatoria. Se trata
de algo más complejo, pues el acontecimiento de la protesta
consiste en desocultar las dinámicas de participación y auto
organización que ya siempre están ocurriendo, y no
reducirlas a una ocurrencia puntual surgidas al calor de la
fogata. Percibir la continuidad de las luchas históricas y sus
diversos relevos no significa traicionar el carácter inédito de
estas manifestaciones, sino traicionar el marco historicista
que las obliga a dar cuenta de su razón de ser.

Lamentablemente, la estrechez política del Gobierno


de Piñera ha llevado la situación a un punto de no retroceso.
La falta de liderazgo político y la decisión atarantada de sacar
el ejército a la calle ha facilitado la reunión de diversas
memorias sociales y prácticas de resistencia, reactivando
muchas formas de participación y de organización social que
van mucho más allá del congreso y las mediaciones
partidarias. Si el horizonte ya no puede ser sino la definición
democrática y participativa de un nuevo contrato social, de
una nueva gobernabilidad democrática, entonces todos los
sectores de la sociedad deben sentirse responsables de este

50
proceso. Pero eso requiere, como mínimo, no solo devolver
el ejército a los cuarteles y respetar la ficción de la
Constitución, sino perseguir los excesos y violaciones a los
derechos humanos y castigar a los responsables directos e
indirectos. A pesar del carácter ilegítimo de la misma
Constitución, hay que enfatizar cómo el actual estado de
emergencia decretado por el gobierno es, en sí mismo,
inconstitucional y criminal, lo que hace imposible devolverle
al Gobierno y al sistema de representación parlamentario
vigente el monopolio de las decisiones democráticas en el
país. Hacerlo no solo es traicionar lo que las revueltas nos
han mostrado, sino que es restituir la gobernabilidad
neoliberal que solo existe a condición de la permanente
devastación y precarización de la vida.

Noviembre 01

Ensayo acá lo que serían líneas para una posible


investigación, sostenida, detenida, en proceso:

1) Es necesario atender a la singularidad de las revueltas


chilenas y pensarlas en su demanda radical, que es ir más allá
de la mera recomposición del pacto neoliberal.

2) Eso requiere diferenciar estas revueltas, las ecuatorianas y


las haitianas, de una serie de procesos de crisis que tienden a

51
ser homologados, demasiado rápidamente, como luchas
contra el neoliberalismo, no porque esto sea falso, sino
porque en dicha lucha hay diversas estrategias y
posibilidades, según los contextos específicos en que dichas
luchas se desenvuelven.

3) Habría que pensar en el longue durée histórico y en una


analogía no normativa para apreciar estas revueltas, no todas,
y no todas de la misma forma, como una serie de procesos
inéditos que muestran el desajuste y agotamiento del marco
hegemónico soberano propio de la modernidad política
occidental, de manera similar a cómo la serie de revoluciones
burguesas entre los siglo 17 y 18, dejaron en evidencia la
crisis del ancienne règime y apuntaron, en el vacío, a la
constitución del pacto social burgués que enmarcó la
historicidad política de los últimos siglos.

Las protestas, entonces, pensadas así, no son de


izquierda en un sentido convencional, pues la izquierda
convencional, casi toda la izquierda que hay, no tiene
claridad histórica ni conceptual para pensar estos procesos.
La tarea es pensar como estas revueltas nos demandan un
nuevo pensamiento emancipatorio, de la libertad, de la
potencia, de lo destituyente, pero sobre todo, un
pensamiento de la historicidad abierto a ese registro de la
diferencia que escapa de la articulación hegemónica.

52
Intentar remitir las revueltas continentales, según una
misma vocación articulatoria, a la lucha contra-hegemónica
contra el neoliberalismo, para pavimentar el camino a la
recuperación del Estado nacional distribucionista, aunque
puede parecer urgente, es volver a traicionar la historicidad
radical de estas manifestaciones, convirtiéndolas en
demandas a ser satisfechas bajo la misma lógica del Estado
nacional soberano y su organización hegemónica del poder.
No se trata solo de pensar en un nuevo contrato social, sino
de pensar en nuevas formas de configuración de lo social
mismo, cuestión para lo cual ya existen tecnologías
disponibles, aun cuando estén alejadas de las formas de
imaginación política convencional. Pensar en una vida a la
altura de la tecnología, sin que ello se confunda con una
pulsión fascista y “futurista” por el orden, sigue siendo la
tarea a la que el pensamiento moderno le ha dedicado, y no
como filosofía política, geniales y sostenidos esfuerzos
(Benjamin, Simondon, Stiegler, etc.).

Noviembre 03

La revuelta, en su inmanencia, no puede ser devuelta


al meta-relato de la liberación, y si en eso radica su diferencia
con la revolución, entonces la revuelta en cuanto reacción es
una desactivación de la lucha por hegemonizar la acción. En
efecto, la revuelta no encarna la dialéctica del

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amigo/enemigo, pues aún cuando puede ser gatillada por
dicha dialéctica, las posiciones mismas del amigo y del
enemigo se definen en la topología de la ciudad en llamas.
“Los miembros de un partido de clase o de un sindicato
pueden, como tales, decidir sobre la oportunidad estratégica
de una revuelta pero eso significa que ellos eligen
temporalmente suspender la vida misma de su partido o de
su sindicato” (Jesi, Spartakus)

La revuelta, como suspensión del tiempo del


progreso, ya no puede ser pensada ni como negación ni
como confirmación de un determinado plan secreto de la
naturaleza o de la historia. La demanda marxista clásica que
extorsiona las insurrecciones enrostrándoles su falta de
direccionalidad estratégica, acá ya no tiene sentido, porque la
lógica misma de la revuelta no puede ser capitalizada desde
los presupuestos de una cierta orientación transformacional.
Como en La noche de los proletarios, en la revuelta, los actores
no interpretan un papel previamente asignado, no encarnan
el guion de una historia sacrificial e identitariamente
organizada, sino que se liberan, en un acto casi ritual que
consiste en disolver sus identidades en la convergencia
colectiva de un gozo sin culpa. En este sentido, la revuelta
no solo interrumpe el tiempo del progreso y el principio de
razón, sino que desactiva la lógica hegemónica y la
organización identitaria de la política.

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Esa desconfianza radical con el progreso y sus
distintas encarnaciones define lo que alguna vez Walter
Benjamin llamó nihilismo como política mundial (Fragmento
teológico-político), estar a la altura de ese “nihilismo” es la tarea
a la que se debe abocar un pensamiento abierto a la
intempestividad de la revuelta como suspensión de la
transferencia y la legitimidad.

Noviembre 06-07

Gobierno de Sebastián Piñera:

1) Negación sistemática de las demandas del pueblo.


2) Negación de las denuncias por la violencia y violación
sistemática de los derechos humanos a cargo de fuerzas
armadas y de seguridad.
3) Criminalización constante de las protestas sociales.
4) Transformación de la crisis en una oportunidad para
profundizar el neoliberalismo, en la línea de lo que Naomi
Klein llama "capitalismo del desastre".
5) Políticas represivas de intensidad diversa, desde el estado
de emergencia hasta la recuperación de la CNI como agencia
de inteligencia estatal.
6) Intervención reguladora de los medios de comunicación,
censura y manipulación informativa.
7) Falsa apariencia de preocupación y de inocencia.

55
8) Enroque ministerial y consolidación del pacto neoliberal,
entre los actores políticos de centro derecha, incluyendo a la
siempre oportunista Democracia Cristiana.
9) Evidente coordinación con la CIA en términos de su
política hemisférica.
10) Patética tozudez sin capacidad política.
11) Lealtad incuestionable a la Constitución como marco
jurídico que avala el fraude neoliberal en el país.
12) Continuación del nepotismo, del desfalco y de la
acumulación salvaje en contra de los intereses del común de
la sociedad.

Hay una sola alternativa: intensificación permanente


de las formas de la revuelta como suspensión de toda
transferencia y legitimación de este gobierno y de la clase
política que tan cómodamente ha defendido la
gobernabilidad neoliberal en las últimas décadas.

Noviembre 07

El endurecimiento de las políticas securitarias, la


errónea convocatoria del COSENA y el reforzamiento de las
actividades represivas de parte del Estado, junto a la posible
refundación de una Central Nacional de Inteligencia, cuyas
siglas (CNI) ofenden en lo profundo al pueblo chileno, no
solo implican una exacerbación del carácter represivo del

56
ilegitimo gobierno de Piñera (dos veces ilegítimo: primero,
por haber sido elegido con los votos de menos de un cuarto
de la población y, segundo, por haber perdido toda
legitimidad al haber declarado el estado de excepción y la
guerra contra la población) sino que confirman el recurso
represivo como componente de la gobernabilidad neoliberal
contemporánea.

Sin embargo, estas medidas también implican,


cuestión que hay que tener en cuenta para cualquier análisis,
el reconocimiento, por parte del gobierno, de una cierta
ingobernabilidad producida por las protestas iniciadas con la
evasión estudiantil en el Metro de Santiago, pero que pronto
canalizaron años de frustración y abusos, llegando a
convertirse en protestas populares y sostenidas a nivel
nacional e internacional. El estado de emergencia decretado
por el gobierno, junto a toda su retórica securitaria y
represiva, no hace sino confirmar la condición de
excepcionalidad jurídica en la que vivimos desde el golpe de
Estado de 1973, excepcionalidad formalizada por la
fraudulenta Constitución de 1980. Pero, de la misma forma
en que el golpe fue una intervención militar orientada a
conjurar las formas de la participación popular y sus
procesos de empoderamiento, en el contexto del gobierno
de Salvador Allende; la serie de medidas represivas del
gobierno actual no hacen sino reconocer la fuerza

57
destituyente de las protestas; fuerza que ha sido rápidamente
criminalizada y demonizada por las retóricas oficiales.

Esto plantea un problema complejo, más allá del


hecho de que sea el gobierno quien declare el estado de
emergencia constitucional, no hay que olvidar que este
estado de emergencia constitucional es una conjura que
intenta domesticar el verdadero estado de emergencia
producido por las revueltas. La suspensión del orden
naturalizado no es el efecto de la intervención
gubernamental, sino la consecuencia del derrame popular en
las calles, situación en la que los cuerpos, decididos a
compartir el espacio común, ponen el tiempo neoliberal en
suspenso y desorganizan las rutinas cotidianas de la
dominación. En última instancia, el verdadero estado de
excepción no funda nada nuevo, no impone un orden
alternativo, ni emerge como una forma de restitución o de
equivalencia. El verdadero estado de excepción funciona
como desarticulación o dislocación de la experiencia habitual
del sentido, abriendo la posibilidad para una nueva relación
con el tiempo, más allá de la estructura sacrificial de la
historia. Eso explica que la canción que Víctor Jara dedicara
a Ho Chi Minh, en el contexto de la alevosa intervención
norteamericana en Vietnam, se haya convertido en uno de
los emblemas de la reunión popular, pues la simplicidad de
su letra expresa la complejidad de este momento histórico:
“el derecho de vivir en paz” no es sino la expresión de la

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lucha del pueblo contra la guerra capitalista y sus formas de
endeudamiento y devastación.

La dislocación en la que estamos domiciliados hace


días, no debe ser, tampoco, romantizada ni convertida en
origen mítico de nada. Como dislocación, abre la posibilidad
de una relación con el tiempo histórico que, aunque
inapresable, resplandece momentáneamente en nuestro
presente. Prueba de esto da la destrucción de edificios,
estatuas y monumentos que funcionan habitualmente como
símbolos de una religión basada en la culpa. Es la revuelta,
en su condición incalculable, la que desoculta la verdad de la
mercancía, al mostrarla como destrucción de la vida. Lo que
el Estado tanto defiende en estas fachadas, se muestra en
estos días, en su desnudez radical: el fetichismo de la
mercancía esconde el crimen de la explotación y la
expropiación de la vida, de sus tiempos y de sus dinámicas,
más allá del orden (del) capital.

Desde hace días Chile está en estado de emergencia,


pero no solo por la militarización y sus prácticas criminales,
sino por la insistencia de los cuerpos en ocupar lo público y
permanecer. Esa mínima insistencia parece ser suficiente
para develar la profunda debilidad constitutiva del pacto de
gobernabilidad con el que se administra la empresa-Chile.
Mientras tanto, las revueltas que abrazan y abrasan a Chile,
han dejado claro el profundo militarismo de la derecha y del

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gobierno, la estricta continuidad programática y doctrinaria
con el pinochetismo, la incapacidad de percibir el
descontento social y la auto-referencialidad soberana que
limita la comprensión de la política a una cuestión
administrativa y gubernamental. Gracias a este proceso de
develamiento, las cosas no podrán volver a ser como antes,
como si nada hubiese pasado. Chile está haciendo una
experiencia radical que consiste en darle otro sentido a la
historia, sin apelar solo al conflicto entre el pueblo y las elites,
sino también al desencuentro entre los grupos de poder y las
formas de vida democrática que no pueden ser contenidas
en el corsé de la administración neoliberal contemporánea.

Derrames incalculables por la lógica de la


acumulación y las formas de la transferencia jurídica, las
protestas abren una dimensión profana en el plexo de la
filosofía de la historia del capital, apuntando no a la
necesidad y sus sermones realistas, sino a la posibilidad como
campo de una contingencia radical en el que se juega el
destino de las sociedades.

Las revueltas, sin embargo, tampoco necesitan ser


continuas, hay que determinar momentos de repliegue y de
cuidado, sobre todo cuando el Estado parece decidido a
imponerse con brutalidad y prepotencia. Habrá momentos
de tranquilidad y quiebres intempestivos, pero, lo que no
puede volver a pasar, jamás, es la delegación de las

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capacidades de auto-organización y participación popular
hacia el sistema político institucional, a priori comprometido
con el fraudulento marco constitucional que rige al país. Lo
que las revueltas chilenas nos están mostrando, tal vez de
menara inédita, es la posibilidad de una vida en común fuera
del derecho. Esta comunidad por venir no es una promesa
que nos aguarda en el futuro, sino un destello que brilla en
el ahora, que resuena en los gritos desesperados de un pueblo
que se resiste a morir torturado, explotado y acallado por el
interés mayor del Estado y su tramposa seguridad. Rostros
sucios ocupan las calles, trayendo con ellos noticias de una
vida mejor.

Noviembre 09

Estoy desbordado. No se trata de “un ánimo rayano


en el entusiasmo”, sino de una alegría secular, pues las
revueltas son, en sí mismas, una crisis de la teoría, de la
filosofía, de la historia conceptual. Se las arreglan para
inventar nuevas formas de lo real, para las que ninguna
teoría, ninguna categoría, resulta suficiente. Tampoco se
trata de la tramposa oposición entre teoría y revuelta, como
si aquello que gruesamente llamamos teoría no hubiese
estado desde hace tiempo, concernida con la cuestión
incalculable, an-económica, imaginal (Rodrigo Karmy) de la
revuelta. Lo sé porque conozco muchas amigas y amigos

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que, en el anonimato, nunca han dejado de pensar la
dimensión potencial de la historia, más allá de su secuestro
por las retóricas del orden y del progreso.

Pero esta alegría también tiene que ver con la


necesidad de compensar mi lejanía de Chile, del que no
puedo dejar de hablar, obsesivamente, mientras sigo
emocionado el registro escrito y visual de las manifestaciones
masivas en el país y en el extranjero. Otra vez, más de dos
millones de personas en todo el país, y la tozudez del
gobierno no cambia. En la pequeña rutina al interior de la
revuelta, comienza sin embargo a efectuarse un aprendizaje
incalculable: como los plebeyos en el Monte Aventino, la
gente comienza a darse sus propios cabildos y formas de
organización, los colegios profesionales, las organizaciones
de trabajadores, el Consejo de Rectores, uno que otro juez
que sigue enamorado de la justicia, las vecinas, las y los
alcaldes, cada vez más comunicadoras y comunicadores
sociales, cada vez más gente, profesoras y profesores,
mineros, portuarios, todes coinciden en que la salida radica
en una nueva Constitución, que para todos los efectos, no
concluye sino que inaugura otras formas de contienda
política necesaria.

Sin embargo, habrá que atesorar estos días de


desobediencia civil, no solo en su dimensión negativa, como
refutación de la autoridad tradicional, sino en su dimensión

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positiva, como reencuentro de la potencia destituyente y
común de las personas, para habitar en común, coexistir en
el común de una esperanza que, lejos de disiparse con la
represión y las balas, se hace cada vez más necesaria.

La historia está totalmente abierta, no se puede


determinar ni calcular, solo corresponde ahora estar atentos
a su intempestiva dinámica, para registrar, como un
sismógrafo, sus múltiples intensidades.

• Han caído los heraldos, los nuncios y emisarios, los


ministros del espíritu que afinaban desde sus
gabinetes el último paso a seguir. Lo dicen los ojos de
un burro: este asunto no es bueno ni malo, es un
asunto que se resolverá en el futuro, no es un asunto
del pasado. Es un asunto de intensidad o espacio, un
asunto de desplazamientos, de dominios que se
cruzan […] Se trata del más radical de todos los
realismos: el de una comunidad anudada en el corazón
de un tiempo sin historia. Ese tiempo no es neutro,
en el sentido de quedar fijo a un punto muerto entre
la ficción y la historia, sino profundamente real,
precisamente porque no hace de historia y ficción
figuras que de ahora en más se opongan. (Federico
Galende, Comunismo del hombre solo).

Continuará…

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