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LA MENTALIDAD JUDÍA – RAPHAEL PATAI

(Acervo Cultural Editores) -apartado seleccionado-

La pintura y la escultura

Existen dos pasajes en la Biblia que establecen la prohibición de


hacer estatuas y dibujos. El primero se incluye en los Diez
Mandamientos y el segundo dice lo siguiente:

"No tendrás otros dioses delante de mí. No harás para ti escultura ni


semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni de lo que está
abajo en la tierra, ni de lo que están en las aguas debajo de la tierra; no
te inclinarás a ella ni la servirás, porque Yo soy el Señor, tu Dios, Dios
celoso, que castigo la iniquidad de los: padres en los hijos hasta la
tercera y la cuarta generación de los que me odian, y que uso de
misericordia hasta con la milésima generación de aquellos que me aman
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y guardan mis mandamientos."

El Deuteronomio incluye un pasaje en el cual se hace una enume-


ración más explícita de las cosas cuya representación está prohibida:

"Guardad, pues, escrupulosamente vuestras almas, porque no visteis


figura algún día que habló el Señor a Vosotros en Horev, de en medio del
fuego, no sea que os corrompáis y hagáis para vosotros escultura,
semejanza de cualquier ídolo, forma de hombre o de mujer; o forma de
bestia alguna que haya en la tierra; forma de ave alguna alada que vuele
por el aire; forma de reptil alguno que se arrastre por el suelo; forma de
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pez alguno que nade en las aguas debajo de la tierra."

Si tomamos estos dos pasajes juntos, la intención que llevan es


inequívoca, Prohíben la representación escultórica y, en segundo lugar,
la pictórica, de los seres humanos, de los animales, de los pájaros, y de
los peces con el objeto de la idolatría. Sin embargo los rabinos que se
ocuparon de interpretar estos pasajes los entendieron, en la mayoría de
los lugares y de los tiempos, como prohibiciones de índole general, sin
importar los propósitos a los que tales imágenes iban a servir.
Efectivamente, esto impidió que los judíos, nuevamente en casi todos
los lugares y en casi todos los tiempos, se embarcaran en la escultura y
la pintura. Más aún, según los historiadores de la cultura y las artes
judías, como resultado de esta prohibición absoluta, el talento que
hayan podido tener los judíos para la escultura y la pintura quedó
sofocado o, por lo menos, se dirigió hacia otros campos relacionados
pero no prohibidos. Así fue que durante la Edad Media y hasta el
período de la Ilustración, la actividad artística de los judíos quedó
limitada a las artes menores y a las artesanías: el embellecimiento de
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Éxodo 20:3; ver Deut. 5:7-10
2
Deut. 4: 15-18.
2

los objetos rituales de plata y bronce tales como el Rommonim, las


coronas, los escudos, y los punteros para los rollos de la Torá, la luz
Eterna, las copas de Kidush y Havdalá, los recipientes para especies
(para la Havdalá), las cajas de Ethrog (para Sukot), las lámparas de
Januká; la aplicación de decoraciones y figuras bordadas con hilos de
oro 'sobre las fundas de la Torá, las cortinas del Arco Sagrado, las
bolsas utilizadas para cargar el chal para las oraciones, etcétera; la
pintura de motivos decorativos en las paredes interiores de las
sinagogas; la decoración del Libro de Esther, la Hagadá de la Pascua,
los libros de oraciones, etcétera, y los documentos religiosos privados
tales como la ketubá (contrato matrimonial) con ornamentos
multicolores del tamaño de miniaturas y aún figuras representando
casas, animales y figuras humanas; papeles de color para ser colgados
en el lado este de la habitación principal de la casa para indicar la
dirección en la cual uno debe orientarse cuando reza; los ornamentos
de las tumbas que incluían motivos florales y animales en relieve;
platos de cerámica para la Havdalá y el Seder de Pésaj con guirnaldas,
grifos y otros motivos. Todas estas actividades muestran
palpablemente la influencia del medio ambiente gentil, en ocasiones tan
fuerte como para hacer que el artista judío diera el paso tímido que lo
hacía cruzar la frontera del territorio prohibido de las “imágenes
grabadas" y "retratos". Sin embargo, la representación de los animales
y de la gente en miniatura puede excusarse a través del argumento
según el cual si un ser viviente es representado en una figura o relieve
en un tamaño que es sólo una fracción de su tamaño verdadero, esta
diferencia en sí misma excluye al trabajo de la categoría prohibida de
los "retratos".

Aun cuando se conocen los nombres de algunos artesanos judíos,


en general ésta era una actividad del pueblo, el equivalente de las artes
y los oficios que florecían entre los pueblos gentiles. Ninguno de los tra-
bajos enumerados en el párrafo precedente demuestran alguna
capacidad artística verdadera; eran todos intentos primitivos por
embellecer los objetos utilizados en la vida religiosa judía, en la
sinagoga y en el hogar. Ninguna representa al arte por el arte mismo.
Las artes mayores practicadas por los artistas cristianos y desarrollados
por estos mismos artistas hasta lograr alturas considerables no tuvieron
equivalente entre los judíos, hecho del cual es responsable, sin lugar a
dudas, la prohibición bíblica.

Desde el punto de vista del desarrollo artístico podemos


diferenciar el entorno de la diáspora en el cual vivieron los judíos en
dos categorías sumamente distintas. Una corresponde al mundo
helénico, cuyo aspecto europeo trascendió a través de la órbita del
cristianismo; la otra fue el Medio Oriente, dentro del cual y a partir del
siglo siete dominó la religión islámica. El helenismo legó a la cristiandad
su amor por las artes plásticas y el uso de la pintura y de la escultura
como asistentes de la religión. En un mundo dentro del cual la pintura y
la escultura eran una de las expresiones más acabadas del sentimiento
religioso, la rigurosa abstención de los judíos del campo de estas artes
visuales mayores parecía, a los ojos de los cristianos, un acto de
abnegación voluntario que descubría valores religiosos básicos. Desde
3

el punto de vista judío corno la práctica de la pintura y de la escultura


estaba asociada primero con la idolatría pagana y luego con la
cristiana, la objeción judía hacia las artes mayores que servían a la
Iglesia se transformó en uno de los aspectos esenciales del rechazo
judío hacia el cristianismo.

La situación era completamente diferente en el mundo musulmán.


Aquí, los judíos vivían en un entorno que (con algunas pocas excepcio-
nes locales) compartía con ellos la visión de que las representaciones
pictóricas y escultóricas de las criaturas vivientes y especialmente del
ser humano, era un pecado a los ojos de Dios. Según la ley
musulmana, está prohibido copiar a los seres vivientes, es decir, a
aquellos que poseen un ruaj (Hebreo: ruaj. espíritu); sólo pueden
representarse por medio de figuras las imágenes de las plantas y de los
objetos, es decir, cosas distintas de los seres vivientes. 3 Es bien sabido
que el islam derivó estas prohibiciones del judaísmo, sin embargo este
dato no es relevante para nuestro propósito. Lo que sí es importante es
que la órbita musulmana no proveyó ninguna ocasión a los judíos,
corno efectivamente lo había hecho el mundo cristiano, para que
rechazaran la pintura y la escultura ya que estas artes no formaban
parte del mundo cultural de los musulmanes. Todas las artes cultivadas
por los musulmanes eran lícitas también para los judíos; por lo tanto, en
este sentido, judíos y musulmanes eran una unidad y su carácter
anicónico contrasta marcadamente con la iconolatría cristiana.

Además de la prohibición expresa de las "imágenes grabadas" y


de los "retratos", otro aspecto que debe haber participado del interés
menor y la destreza menor para las artes mayores entre los judíos es la
naturaleza misma del concepto de Dios como un ser incorpóreo. La
pintura y la escultura tienen que ver con las formas y la forma, en un
sentido, es la antítesis de la esencia que sólo puede ser penetrada por
el intelecto. Tal cama lo señalara Karl Schwarz, el famoso crítico de
arte e historiador de las artes judío alemán, en su libro The Jews in Art,
la disposición característica de los judíos es más mental que artística.

La inclinación hacia la penetración mental de los fenómenos, el


pensamiento místico y la especulación intelectual inhibieron el desarrollo
del sentido de la forma y la percepción de su armonía rítmica. Más aún,
tal como ocurrió entre casi todos los orientales, así también los judíos
poseían un sentido del color mucho más desarrollado que el sentido de la
forma.

Esta es la razón, dice Schwarz, por la cual los judíos “satisfacen el


sentido de la solemnidad encendiendo velas, pero no saben cómo
distinguir una habitación de las estructuras profanas mediante una
forma de construirlas especial". En la arquitectura de las sinagogas
existe, en la mayoría de los casos, una ausencia total del sentido del
espacio. Asimismo, en las tumbas, el efecto se logra no a través de la
forma global sino por ornamentos decorativos realizados en escala

3
Ver Enc. of Islam, vieja ed., s.v. Sura, y literatura íbid.
4

pequeña. 4

Existe ciertamente algo de verdad en la observación que dice que


debido a la penetración intelectual de los fenómenos, el sentido de la
forma permaneció subdesarrollado entre los judíos. Entre todos los
pueblos del antiguo Cercano Oriente, los hebreos bíblicos y sus
herederos, los judíos, se destacan por la exigüidad de las reliquias
estructurales u otras tangibles que hayan dejado tras de sí para que la
arqueología desentierre y estudie. La originalidad que demuestran en
este sentido se asemeja a la posición excepcional de que gozaron
como pueblo monoteísta en medio de las naciones politeístas y como
creyentes en un Dios invisible el cual no puede y no debe ser
representado visualmente a diferencia de los creyentes en muchos
dioses cuyas imágenes eran objeto del culto en la piedad pagana. Un
pueblo que adora un Dios que no tiene forma, cuya propia esencia es
antagónica con la forma, no puede relacionarse con la forma de la
misma manera positiva, no puede desarrollar el mismo sentido de la
forma, no puede entregarse al estudio de las armonías y del goce de
las bellezas de la forma como pueden hacerlo aquellos pueblos que
están habituados a ver a sus dioses representados a través de formas
hermosas, cautivantes, conmovedoras, visibles o tangibles. El
subdesarrollo del sentido de la forma -en verdad, de todo sentido
estético en general- fue uno de los precios menores que los judíos
debieron pagar por su adhesión a su singular concepto de Dios,
adhesión que no reconoció jamás la más leve desviación.

Fuera del factor religioso, pudo haber habido otro factor,


puramente práctico, que impidió que los judíos se embarcaran en la
práctica de las artes mayores a pesar del ejemplo que les proveían sus
vecinos cristianos. Parece posible que los judíos, que tantas veces
fueron obligados a mudarse de sus lugares de residencia y que siempre
tuvieron que convivir con la posibilidad de la expulsión, hayan sentido
poca inclinación hacia invertir sus talentos o su dinero en grandes
trabajos artísticos, tales como pinturas o estatuas que importaran una
vida de trabajo, que no hubieran podido llevarse con ellos en el caso
que se vieran forzados repentinamente a abandonar sus hogares. Los
objetos de arte pequeños eran portátiles y podían ser salvados; los
grandes hubieran tenido que ser abandonados o vendidos rápidamente
por una fracción de su valor. Más aún, la religión se inmiscuye hasta en
esto. Los judíos religiosos debían estar listos para abandonar sus
hogares sin previo aviso no sólo en el caso de ser expulsados por las
autoridades gentiles, sino también en el caso de la llegada del Mesías,
a quien esperaban todos los días para que los condujera nuevamente a
la Tierra Santa. Cuando llegaron a Amsterdam las noticias de la llegada
de un pseudo-mesías, la mayoría de los judíos vendieron rápidamente
todo lo que no podían llevarse consigo, alquilaron barcos y esperaron la
señal para partir. Todo el mundo judío ofrece esta misma escena a
nuestra observación. A principios del siglo diecinueve, el Rabí Moisés

4
Karl Schwarz, Die Iuden in der Kunst; 2da ed., Viena y Jerusalén: R. Löwit, 1936, págs.
199-200. Mi traducción del alemán.
5

Sofer de Pressburgo advirtió a su congregación que no construyeran


casas porque una empresa tan importante y larga haría parecer como
que habían abandonado la esperanza en la llegada inminente del
Mesías. Resumiendo, ni la atmósfera social ni la religiosa dentro de la
cual vivían los judíos condujo hacia el desarrollo de las artes mayores
como la pintura, la escultura y la arquitectura.

Se podría llevar este argumento más lejos y decir que este


alejamiento de las artes visuales, condicionado religiosa y socialmente,
condujo a un desinterés general por el aspecto visual de la existencia
en favor de lo oral y vocal. El hecho es que también más allá de la
esfera artística, los judíos del largo exilio permanecieron pasivos e
improductivos en el campo visual. Crearon muy pocas cosas originales
dentro del dominio de la cultura material: no desarrollaron estilos
propios en cuanto a la vivienda, o al mobiliario, o a los utensilios, o a la
vestimenta. En todos estos aspectos, se contentaron con copiar lo que
el entorno gentil tenía para ofrecerles, introduciendo, ocasionalmente,
algunas modificaciones y muy raramente efectuando alguna
contribución original.

El desinterés por los aspectos visuales de la existencia produjo, o


estuvo relacionado con el desinterés por desarrollar la capacidad visual.
Después de cientos de años de este tipo de vida, la falta de interés tra-
dicional por las cosas visuales llevó a que decreciera la capacidad
visual: naturalmente no condicionada genéticamente sino trasmitida y
reforzada nuevamente en cada generación por la cultura, es decir por el
medio ambiente. Esto ha sido demostrado a través de numerosos
estudios (algunos de los cuales ya fueron citados antes) en los cuales
los sujetos judíos obtuvieron puntajes menores en los tests que medían
habilidad visual, razonamiento visual, conceptualización espacial,
etcétera, en relación con los sujetos gentiles. El tiempo relativamente
corto que ha trascurrido desde que los grandes agregados de población
judía entraron en la corriente de la moderna cultura europea no ha sido
suficiente como para producir un cambio significativo dentro del medio
ambiente familiar judío, cambio que es necesario para que los sujetos
judíos lleguen a obtener puntajes mayores en dichos tests.

Todo esto no significa que no pueda haber judíos que


individualmente desarrollen el talento para las bellas artes.
Naturalmente que podían y lo hicieron. Antes de la Ilustración existían
sólo unos pocos pintores entre los judíos sefaradíes que vivieron
expuestos a las influencias de los artistas italianos, los holandeses y los
ingleses. Después de la Ilustración, fue impresionante la cantidad de
judíos ashkenazíes que hicieron su aparición repentina en el terreno de
las artes mayores.

No caben dudas de que hasta el siglo diecinueve, la prohibición


bíblica referida a las “imágenes grabadas" tridimensionales ejerció una
restricción mayor que la referida a los “retratos" de naturaleza bidimen-
sional. La prohibición de estos últimos fue desatendida con frecuencia,
o, en su defecto, interpretada más liberalmente, por lo tanto, es posible
hallar en las sinagogas los restos de decoraciones pictóricas de la anti-
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güedad que sobrevivieron en todos aquellos lugares donde los judíos


convivieron con la idolatría pagana del entorno cristiano. Los murales
de la sinagoga de Dura Europos, del siglo tercero antes de Cristo, que
retratan a Abraham, Moisés, David y otras figuras bíblicas son el primer
ejemplo de este tipo de representación pictórica. Otras son las figuras,
en el fino piso de mosaicos en las ruinas de la sinagoga de Bet Alpha
del siglo sexto, en la parte oriental del valle de Jezreel, en Israel, que
también ofrece numerosas figuras humanas y de animales. Ya hemos
hecho referencia más arriba a otros ejemplos más recientes
(medievales o posteriores) del arte de las miniaturas. Con estos
antecedentes históricos, poco tiempo después de que se iniciara la
Ilustración, la pintura se convirtió en una forma de expresión artística
practicada por los judíos de una manera que recuerda los estilos
desarrollados por los pintores gentiles. Desde comienzos del siglo
diecinueve en adelante el número de judíos que participaron de la
pintura y de las artes gráficas creció rápidamente. Muchos de ellos se
ubicaron entre los mejores y antes de que pasara mucho tiempo en
varios países de la Europa Central y Occidental, había muchos más
judíos pintores en relación con la población judía total que pintores
cristianos en relación con la población cristiana total.

Comparada con esta rápida penetración de los judíos en el


dominio de la pintura y de las artes gráficas, la entrada en el dominio de
la escultura fue mucho más lenta y menos frecuente. A partir de la
Edad Media, sabemos de ocasionales medallistas judíos, artistas que
modelaban monedas, medallas y medallones: una actividad que
continuaron ejerciendo en el siglo veinte. Pero el escultor judío recién
apareció en la segunda mitad del siglo diecinueve. Karl Schwarz
investigó todo el curso de la escultura judía en las tierras de la diáspora
hasta el año 1935 y encontró sólo 32 nombres que merecían ser
mencionados, contra 106 pintores judíos (comenzando en el siglo
diecinueve y sin contar varias docenas de artistas gráficos), que
incluyen algunos de los nombres más importantes en este terreno.

Entre las generaciones de artistas más jóvenes, los pintores y


escultores judíos han obtenido una representación significativa aun
cuando sus obras no puedan considerarse "específicamente judías".
Como el desarrollo moderno de la pintura y de la escultura entre los
judíos fue el producto de la asimilación que se produjo en los
comienzos de la Ilustración, fue casi inevitable que estos artistas
compartieran la visión cultural y artística de sus vecinos y se unieran a
aquellos estilos y tendencias artísticas que se desarrollaron entre la
mayoría gentil. 5

5
Se podrá encontrar un resumen en cien páginas acerca del rol histórico de los judíos
en el arte occidental en la obra de Karl Schwarz, "The Hebreo lmpact of Western Art", en
Dagobert D. Runes (ed.), The Hebrew Impact on Western Civilization, Nueva York:
Philosophical Líbrary, 1951, págs. 405-504. Ver también la presentación más completa que
se hace de este tema en el libro mencionado en la nota 4; y Robert Gordis y Moshe
Dawidowitz (ed.) Art in Judaism, 1975 (una colección de ensayos publicados originariamente
en Judaism).

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