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El tortuoso camino para descubrir la electricidad que corre por nuestros cuerpos

Imagínate que eres un pescador en el Mediterráneo hace 2.000 años. Al


recoger las redes te llama la atención un interesante pez de color naranja:
una raya o torpedo (que le dio el nombre al arma naval).

La miras más de cerca. De repente, una dolorosa descarga recorre tu cuerpo.


Empiezas a temblar; tus manos y brazos se adormecen. Sueltas la red y el pez se
escapa. Y tú no te explicas qué acaba de pasar.

Esta es la historia de una idea que nos ha acompañado durante siglos pero que -
como esa raya- se nos escapaba de las manos.
Hoy en día sabemos que, así como las rayas torpedo, nosotros también somos animales
eléctricos.

Pero no fue fácil llegar aquí.


 De la misma serie: El mágico mundo de Cornelius Drebbel, el inventor del primer submarino
Raya en la cabeza
Tanto las anguilas eléctricas como sus menos poderosos primos, las rayas,
habían fascinado a los científicos durante siglos, y a menudo estuvimos cerca de
entenderlas.

En el año 43 d.C., el médico real del Imperio romano Scribonius escribió:

"El dolor de cabeza, incluso si es crónico e insoportable, se quita y se remedia


para siempre poniendo un pez torpedo vivo bajo el punto donde está el dolor hasta
que éste cese. Apenas se sienta el adormecimiento, hay que quitar el remedio
pues si no esa parte perderá la capacidad de sentir".

Aunque ponerse una raya en la cabeza sea extraño, es posible que el uso de
choques eléctricos para curar dolores neurálgicos haya funcionado bien... aunque
los romanos no tuvieran ni idea de por qué.

Pasarían otros 1.500 años antes de que alguien pudiera casi explicarlo, con
énfasis en el casi.
El salto de rana
La primera persona que concibió la idea de que la electricidad estaba involucrada
de alguna forma con la vida fue un doctor italiano.

Luigi Galvani había nacido en 1737 en Boloña.

Empezó siendo un anatomista y luego catedrático en la Academia de las Ciencias


de Boloña.

Fue ahí, mientras estaba haciendo unas disecciones en animales, que Galvani
notó algo raro.

Estaba trabajando con ranas muertas sobre una placa de metal. Cuando tocó con
su bisturí -hecho de un metal distinto al de la placa- un largo nervio en la pata de
la rana, ésta saltó, como si hubiera revivido.

Galvani fue todo un pionero. El Galvanismo es la teoría de que el cerebro de los animales produce
electricidad que es transferida por los nervios, acumulada en los músculos y disparada para
producir el movimiento de los miembros.
¿Qué estaba pasando?
Galvani se aventuró a pensar que en la pata de la rana había electricidad.

Es cierto que puede parecer un poco exagerado llegar a esa conclusión, pero
Galvani era producto de su época.

En ese entonces eran muy populares las nuevas "máquinas eléctricas", que
podían sacar chispas y darle descargas eléctricas a la gente. Se usaban más que
todo como juguetes divertidos en las fiestas, pero las chispas de esas máquinas
también hacían saltar a las patas de las ranas.

Por otro lado, Galvani sabía de un famoso experimento realizado unos años antes
que había demostrado que las descargas de las anguilas y las rayas eran iguales
a las de esas máquinas eléctricas.

Una raya podía producir una carga eléctrica; una carga eléctrica podía hacer que la pata de una
rana saltara; la pata de la rana saltaba cuando él la tocaba con su bisturí.

En 1794 escribió un informe... y planteó una pregunta:

"¿Pero qué será esta máquina animal? (...) No podemos determinarlo con certitud:
permanece totalmente oculto a la visión más aguda: no podemos más que
reconocer sus propiedades y de alguna manera conjeturar sobre su naturaleza".
Y pasó a hacer su propia conjetura: quizás la electricidad era el poder alojado
adentro de las cosas vivas que las hacía no estar muertas.
No exactamente
Galvani estuvo tan cerca de acertar.

Los nervios de las patas de las ranas efectivamente responden a la electricidad,


así como nuestros nervios. Pero hubo algo que se le escapó.

Los detalles sobre el experimento de Galvani se difundieron rápidamente por


Europa.

Al principio, todo parecía ir bien.

En otro lugar de Italia, otro científico, Alessandro Volta, estaba muy impresionado
con los experimentos de su homólogo boloñés.

Alabó "el mérito y originalidad de su gran y estupendo descubrimiento" y quiso


replicar los experimentos de Galvani.
Pero entre más experimentaba, más dudas lo acechaban.

Volta pasó de ser admirador a cuestionador.

Al final, Volta hizo una serie de experimentos que demostraban que las patas de
las ranas no eran las que producían la corriente eléctrica de Galvani. La producían
los objetos.

Cuando el bisturí y la placa estaban hechos del mismo metal, no pasaba nada.
Pero si tomaba dos metales diferentes y un pedazo de cartón mojado con agua
salada... había una corriente eléctrica.

El resultado no sólo sorprendió sino que le dio a Volta un argumento contra la


teoría de Galvani: si la corriente eléctrica se podía hacer con elementos inertes -
dos metales y agua salada- entonces la electricidad no podía ser el poder que
hacía que los seres vivos no estuvieran muertos.
Algo que has usado
Volta llamó a la corriente que creó "electricidad artificial", para distinguirla de la
"electricidad animal" que tenían los peces.

Y, para hacerla más potente, se valió de unos diagramas de los órganos de


electricidad de los torpedos, que los mostraban compuestos de células en forma
de discos, apiladas.

Apiló entonces unos discos de metal, alternando zinc con monedas de plata y
cartón humedecido con agua.

Funcionó y causó sensación.


A su invento le puso "órgano artificial de electricidad", aunque otros le llamaban "la
pila de Volta". Hoy en día le decimos sencillamente "pila".

Volta mostrándole su "órgano artificial de electricidad" a Napoleón.

Pero, sin despreciar su creación, todo esto nos alejó de la teoría de que adentro
de nosotros también hay electricidad.

Pasaría mucho tiempo antes de que retornáramos a ella, aunque la idea de la


electricidad animal y la electricidad como fuerza vital se quedó flotando en el
ambiente.
La chispa que anima

Electricidad, para prender nuestros sentidos.

Aunque en la novela Frankenstein, el científico creado por Mary Shelly en 1818, es


un poco tímido al explicar cómo reanima a su monstruo, deja entrever que la
electricidad tuvo algo que ver.

En 1931, los cinematógrafos dejaron la discreción: la película "Frankenstein"


muestra al doctor exponiendo a su monstruo a una tormenta de rayos para
revivirlo.

En la vida real, también fue en el siglo XX cuando finalmente entendimos que


Galvani no estaba del todo errado.

En los años 50, científicos que estudiaban las células del cerebro descubrieron
que la información viaja por nuestros nervios como una señal eléctrica.
200 años más tarde, la neurociencia demostró que efectivamente es la electricidad
que recorre nuestro cuerpo la que nos permite ver, sentir y pensar.

Aún no podemos revivir muertos, por supuesto, pero al parecer no era tan
desatinado pensar que la electricidad es "la chispa de la vida".

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