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El budismo

La naturaleza de las doctrinas de Buda manifiesta, en primer lugar, una


extraordinaria e independiente capacidad especulativa. A partir de una
posición tradicional y ortodoxa, en su sistema se aprecia cómo se van
deshojando y destruyendo las bases de esas posturas tradicionales con la
fuerza del raciocinio, y se forja un sistema religioso en el que no figura
divinidad alguna: algo sin duda anómalo y herético en un ambiente como
el indio, tan invadido por el sentimiento de lo divino. Buda vivió en una
fase de la ideología indostánica durante la cual, y debido a nuevas
concepciones doctrinales (la primera de ellas la creencia en la
trasmigración), la antigua religión védica, con su culto a las divinidades y
la exaltación del sacrificio como acto meritorio y omnipotente en sus
efectos, había perdido todo valor, por cuanto la única realidad inexorable,
pavorosa y terrible capaz de asustar al hombre era el eterno morir y
renacer a través de una interminable sucesión de existencias, más o
menos afortunadas según los méritos o deméritos adquiridos, pero
siempre efímeras, pasajeras y acabadas todas ellas con el dolor que
acompaña a la muerte.

Buda

La interrupción del ciclo de las reencarnaciones y la evasión definitiva del


océano infinito de las vidas mortales constituían el fin último anhelado por
toda criatura viviente, la felicidad suprema y eterna, diversamente
concebida por las distintas especulaciones desarrolladas en el período de
intensa y fecunda investigación filosófica y religiosa que precedió y
acompañó la aparición del budismo. Pero incluso en la historia de la India
aparece Buda como una figura excepcional, y no sólo por su realidad
histórica (en contraste con las formas meramente legendarias bajo las que
la tradición cultural indígena presentaba a fundadores religiosos, filósofos
y autores eminentes de todos los tiempos), sino también debido a las
particularidades que caracterizan (diferenciándolo de otros movimientos
espirituales coetáneos) su camino hacia la iluminación.

La penitencia, y las mortificaciones y sufrimientos corporales


consiguientes, eran ya entonces un método muy empleado por los sabios
de la India. Buda lo experimentó también, pero sin éxito; por esta razón,
lo abandonó muy pronto y reconoció con realista intuición los vínculos
indisolubles existentes entre el vigor y las facultades del espíritu y del
intelecto y la salud y la fuerza material del organismo corpóreo. Una vez
logrado el perfecto equilibrio y la justa correlación entre la energía
intelectual y la de carácter físico, Buda empezó a caminar en pos de la
verdad, que se le reveló, finalmente, una noche, mientras estaba
meditando profundamente al pie de una higuera.

En la base de toda la estructura doctrinal budista figura una concepción


desolada y pesimista de la existencia: las alegrías de la juventud, la salud
y la vida son efímeras, por cuanto la vejez, la enfermedad y la muerte se
ciernen sobre las primeras de manera inexorable. Cualquier existencia
aparece dominada por el dolor, que subsiste eternamente en la continua
peregrinación de una a otra vida. Por ello, la aniquilación del dolor sólo
puede obtenerse con la del deseo ("nirvana"); la ignorancia y el afán de
placeres, o sea el apego a la existencia, provocan la reencarnación.

Icono de Buda en Twang, India

El criterio de Buda sobre el misterio que rodea al hombre se halla resumido


en las memorables palabras que parece haber pronunciado la noche de la
iluminación : "He recorrido el ciclo de muchas vidas buscando sin descanso
el constructor de la casa (es decir, la causa de la reencarnación):
constructor de la casa, has sido descubierto; no elevarás ya ningún otro
edificio, porque tus vigas están rotas y destruido el techo de la casa. El
corazón, ya libre, ha extinguido cualquier deseo".
El testamento espiritual comprendido en las breves y solemnes
recomendaciones dirigidas por Buda, moribundo, a sus discípulos,
constituye una conmovedora y al mismo tiempo realista síntesis de todas
sus enseñanzas. Las últimas palabras suponen un aliento a una tranquila
resignación en pos de la indiferencia y a una ferviente actividad en el
camino de la liberación: "Yo os exhorto, pues, mis discípulos: cuanto
existe se halla sujeto a la muerte; atended a vuestra salvación". La
persona de Buda, tan amada por sus seguidores, no era en aquellos
momentos sino una tenue sombra; los vivos rasgos humanos a los que
tales vínculos de afecto y devoción les unían iban extinguiéndose ya para
siempre. Explícitamente lo atestigua el maestro en el supremo tránsito a
los fieles que, afligidos y llorosos, tenía junto a sí, al pedir
conscientemente a la posteridad ignorancia y olvido de su propia persona.
Como única herencia, dejaba su doctrina de salvación.

La doctrina de Buda
La doctrina de Buda se transmitió primero de forma oral, y luego se
recogió en una inmensa producción literaria escrita en diversas lenguas
indias (sánscrito, pali, pracrito) y extraindias (tibetano, chino, tocarico).
En todo caso, esos escritos no fueron compilados hasta el siglo I a.C., e
incluyen textos de distintos géneros: prédicas, diálogos, máximas o
poemas. De entre las numerosas escrituras canónicas, poseemos
íntegramente el llamado Canon Pali o Tipitaka (tres cestos o
canastas). Pitaka es una palabra pali que significa cesto; en ellos se
guardaban los libros o textos, como se hace aún hoy día en los templos
tibetanos. El Tipitaka comprende el Vinaya Pitaka o Cesto de la disciplina
(escritos que se refieren a la comunidad de los monjes), el Sutra Pitaka o
Cesto de los sermones o discursos (enseñanzas en forma de diálogo) y
el Abhidhamma Pitaka o Cesto de la doctrina superior (tratados filosóficos y
escolásticos).
Buda reclinado del templo de Gal Vihara
en Sri Lanka (siglo XII)

La doctrina de Buda se resume en las llamadas Cuatro Verdades Nobles.


La primera alude al dukkha (literalmente, "sufrimiento") y afirma que la
vida es sufrimiento. Este aserto no significa que en la vida predominen los
dolores frente a los placeres, sino que la existencia humana es dolorosa
por naturaleza desde el nacimiento hasta la muerte. En realidad, el
sufrimiento ni siquiera se extingue al morir, ya que, de acuerdo con las
enseñanzas del hinduismo, la muerte es simplemente el paso previo a una
nueva reencarnación. El concepto es más fácil de comprender si en lugar
de "sufrimiento" utilizamos un término como "insatisfacción": aunque
depare satisfacciones, la vida humana es esencialmente insatisfactoria.
Según la segunda noble verdad, la causa del sufrimiento es el tanha.
Literalmente, tanha significa "sed" y es una obvia designación metafórica
del deseo. El deseo provoca el sufrimiento, y ello se debe a que el hombre,
al ignorar la verdadera naturaleza de la realidad, siente ansiedad y codicia
y se apega a las cosas materiales. El ser humano desea algo permanente,
ignorante de que en el mundo no existe la permanencia.
Existe, sin embargo, una posibilidad de escapar al sufrimiento. La tercera
verdad noble afirma simplemente esto, la existencia de
un nirodha ("final"). Es posible conseguir la anulación del deseo y con ello
poner fin al sufrimiento; para ello, el hombre debe superar su ignorancia
e ir más allá de las ataduras mundanas.

La cuarta noble verdad, por último, establec

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