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b. Ataques planeados y precauciones tomadas (4:7–23). No habiendo podido detener a los constructores
de Nehemías con su campaña de escarnio y ridículo, Sanbalat y sus aliados (véase 2:10, comentario), que
incluiá n representantes de varias de las naciones circundantes, planearon llevar un ataque concertado
contra los judíos. Tal ataque no podía ser “ofìcial”, puesto que la fortifić ación de Jerusalén había sido
autorizada por Artajerjes; pero hábilmente planeado podriá infundar temor en los judió s y hacer que
desistieran de sus operaciones de construcción. Es probable que las negociaciones fueran desarrolladas
en secreto, y que el plan fuera hacer un gran despliegue de poder militar sin llevar a cabo un ataque
directo. Por el versículo 15 es evidente que cuando fueron conocidos sus planes, desapareció en gran
parte la amenaza del enemigo, puesto que no se animaban a atacar abiertamente.
Cualesquiera hayan sido los planes del enemigo, Nehemías decidió tomar todas las precauciones contra
ellos, y aquí es precisamente dónde nos interesa ver la dirección hábil de Nehemiá s, y su propósito de
alabar a Dios en todo. El Dr. W. F. Adeney, al comentar este capit́ ulo, bosqueja la defensa de Nehemías
bajo cuatro acápites:
(1) Oración, 9;
(2) Vigilancia, 9;
́ ulo, 14; y
(3) Estim
(4) Armas, 16–22.
Señala que se da el primer lugar a las defensas espirituales, pero no se descuidan las defensas
materiales. No todos los judió s apoyaban decididamente el proyecto. En el informe se refleja claramente
el desaliento; las fuerzas de los acarreadores se han debilitado (10). El miedo se refleja en las actitudes
de los judíos que habitaban entre ellos (12), es decir, los que viviá n a cierta distancia de Jerusalén,
cerca de los enemigos. La última parte del versículo es oscura, pero significa que vinieron 10 veces
declarando: “Vienen contra nosotros de todos los lugares que habitaban”. Nos impresionan las
complicadas defensas militares que imaginó Nehemías a pesar de que sus recursos eran pocos. Cuando
se hizo evidente que el enemigo amenazaba con atacar por todos lados (11–12), Nehemiá s colocó
guardias armados detrás del muro (13), ocultos a la vista, en las partes más bajas y vulnerables, para
que pudieran combatir rápidamente al enemigo si trataba de escalar el muro. Otras fuerzas armadas
fueron colocadas sobre el muro, y en los sitios abiertos, para que pudieran detener al enemigo arrojando
piedras y dardos. También tuvo cuidado de colocar juntos a los grupos familiares (13) para que por sus
mutuas relaciones pudieran coordinar mejor su acción y tuvieran un mayor deseo de protegerse
mutuamente. Notemos también la referencia a LOS LAZOS FAMILIARES EN EL DESAFÍ O QUE
NEHEMÍ AS, como general en jefe, dirigió a sus tropas apostadas en esas posiciones estratégicas: No
temáis delante de ellos; acordaos del Señor, grande y temible, y pelead por vuestros hermanos, por
vuestros hijos y por vuestras hijas, por vuestras mujeres y por vuestras casas (14).
Tan impresionante era la defensa organizada que el enemigo al parecer no llevó ningún ataque contra la
ciudad. Pero en adelante, cuando los constructores volvieron cada uno a su tarea (15), tomaron todas
las precauciones para no ser sorprendidos. Los siervos (16) de Nehemías que habían sido asignados a la
obra, ahora fueron divididos en dos grupos, uno para actuar como guardia armada y el otro para ayudar
en las operaciones de construcción. Jefes especiales, elegidos entre los nobles, estaban estacionados
detrás de los constructores, para estimularlos y mantenerlos informados de cualquier peligro que los
amenazara. Los constructores, y en realidad todos los que de alguna manera tomaban parte en el trabajo,
fueron provistos de armas para que pudieran emplearlas en cualquier momento. Trabajaban, por decirlo
así, con un arma en una mano y la trulla en la otra. Nehemiá s empleó un trompetero para que tocara la
alarma si se acercaba al enemigo, a fin de que cada uno tuviera oportunidad de acudir al lugar del ataque.
Finalmente, para que pudiera haber una guardia adecuada noche y diá , se ordenó a los judíos de los
pueblos aledaños que permanecieran en Jerusalén para ayudar en la defensa de la ciudad. Nehemías nos
dice que ni él ni sus siervos se cambiaron la ropa, excepto en casos ineludibles, ni de noche ni de día,
para poder acudir sin demora en defensa de la ciudad cuando se produjera una emergencia.
c. Injusticias sociales entre los judíos (5:1–19). Nehemías no sólo encontró oposición de los enemigos
externos, sino que también se vio perturbado por problemas internos. Los judió s más pudientes se estaban
aprovechando de la desgracia de sus hermanos más pobres, debido al fracaso de la cosecha, a causa del
hambre (3), y debido a la necesidad de trabajar en el muro. Muchos se habían visto obligados a entregar
su propiedad para pagar préstamos contraídos en parte por estas circunstancias y en parte por los pesados
impuestos del gobierno persa. En algunos casos habiá n esclavizado a sus hijos para satisfacer las deudas.
Ahora bien, nuestra carne es como la carne de nuestros hermanos, nuestros hijos como sus hijos;
y he aquí que nosotros dimos nuestros hijos y nuestras hijas a servidumbre (es decir, a esclavitud)
... y no tenemos posibilidad de rescatarlas, porque nuestras tierras y nuestras viñas son de otros
(5). Muchos que no habiá n entregado tierras o hijos a sus hermanos teniá n que pagarles interés (7)
exorbitante, aunque según la ley de Moisés, entre los israelitas no debía cobrarse interés (Ex. 22:25; Dt.
23:19–20). Tales cargas eran particularmente difíciles de soportar ahora que se requeriá todo su tiempo
en la obra de la reconstrucción. Hubo en consecuencia gran clamor del pueblo y de sus mujeres contra
sus hermanos judíos (1) más ricos. Nosotros, nuestros hijos y nuestras hijas, somos muchos; por
tanto, hemos pedido prestado grano para comer y vivir (2).
Frente a esta situación, Nehemías meditó para poder actuar con discreción; convocándolos a una gran
asamblea (7), reprochó a los nobles y los ricos su desconsiderado proceder para con sus hermanos más
pobres, cobrándoles intereses ilegales y aun esclavizando a sus hijos para satisfacer una deuda. Luego
les recordó el ejemplo que les habiá dado, actuando como su gobernador sin exigir la acostumbrada
recompensa por sus servicios y alimentando en su mesa y a sus propias expensas a no menos de 150
judíos diariamente. Además de esto, había puesto en libertad de la esclavitud a muchos judió s y habiá
prestado su dinero sin intereses. Quitémosles ahora este gravamen. Os ruego que les devolváis hoy
sus tierras, sus viñas, sus olivares y sus casas, así como lo que demandáis de ello como interés (10–
11). La centésima parte del dinero (11) era el uno por ciento de interés mensual, o sea el 12% anual.
Las palabras de Nehemiá s en esta ocasión pareciá n llevar en sí la autoridad de Dios mismo, pues
recibieron una pronta respuesta de parte de los nobles judíos. Lo devolveremos, dijeron, y nada les
demandaremos; haremos así como tú dices (12). Sacudí mi vestido (13), es un gesto simbólico de
repudio y desdén. El vestido seriá la túnica exterior. Para acciones simbólicas similares véase 1 Reyes
22:11; Jeremías 27; 2; 28:10; Mateo 10:14; Hechos 13:51; 18:6.
Tal autoridad no viene por casualidad. Es el resultado de una cuidadosa autodisciplina y del cultivo,
mediante la oración, de la presencia de Dios en la vida. Nehemiá s era hombre de oración, que se
disciplinaba para hacer lo que creía que Dios queriá que hiciera. “Los gobernadores anteriores”, dice,
“poniá n pesadas cargas sobre el pueblo, y tomaban de ellos alimentos y vino, además de cuarenta siclos
de plata (diariamente) ... Pero yo no hice así, a causa del temor de Dios” (5:15, RSV).
Alexander Maclaren basa en este pasaje (5:15) una muy impresionante homilía que titula: “Un Antiguo
Noconformista.” Exponiendo este ejemplo de piadoso nonconformismo ve tres importantes factores
implić itos: (1) Una actitud de rechazo de las malas prácticas prevalentes; (2) Una motivación interior que
impele a una vigorosa actitud de no claudicar; y (3) El poder que lo capacita a uno para ser fiel a las
conviciones que Dios le ha dado. El motivo que impulsaba a Nehemías a decir no, se nos dice, era el
temor de Dios. Maclaren sugiere que hoy en día, para un cristiano, el equivalente es “el amor de Cristo”,
como en 2 Corintios 5:14:
“El amor de Cristo nos constriñe.” El poder que nos capacita para vivir así victoriosamente de acuerdo
con la voluntad de Dios para nuestra vida, está a nuestro alcance mediante la oración y la fe: “Poderoso
es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas
todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra” (2 Corintios 9:8).
d. Intentos de traicionar a Nehemías (6:1–14). Después del relato entre paréntesis del capítulo cinco
sobre las perturbaciones sociales entre los judió s, tenemos en el capit́ ulo seis un relato continuado de la
oposición de los enemigos de Nehemiá s. Sanbalat, Tobías y Gesem no habiendo logrado amedrentarlo
con la amenaza de un ataque armado, ahora tratan de atraparlo por medios sutiles. En una demostración
de amistad le enviaron mensajeros, cuatro veces, invitándolo a una conferencia personal en el campo de
Ono (2), a unos 32 kilómetros al norte de Jerusalén, cerca de Lydda o Lod (Esd. 2:33; Neh. 11:35). La
única respuesta de Nehemiá s fue: Yo hago una gran obra, y no puedo ir (3). Desde luego, sospechó de
sus malas intenciones y no cayó en la trampa. Volvieron a enviarle un mensajero, esta vez con una carta
abierta (5) de Sanbalat, en la que acusaba a Nehemiá s de planear una rebelión contra el rey. Le advertían
que informariá n a Artajerjes, a no ser que consintiera en reunirse con ellos y discutir la cuestión. A esto
Nehemiá s respondió, siempre rehusando acudir a la conferencia, que todo era producto de la imaginación
de ellos. No hay tal cosa como dices, sino que de tu corazón tú lo inventas (8). Al mismo tiempo,
Nehemiá s oró fervientemente para que Dios lo fortaleciera contra sus enemigos.
Ahora hicieron un intento de seducirlo por medio de un falso profeta, dentro de la ciudad. Contrataron a
un tal Semaías (10) para que se hiciera pasar por su amigo y consejero espiritual, para informarle en el
nombre del Señor que sus enemigos lo iban a matar, y que su único refugio era el templo. El estaba
encerrado, tal vez por alguna contaminación o enfermedad (Berk.). Pero Nehemías era inflexible en su
negativa a ceder a sus enemigos, aunque se presentaran como amigos. ¿Un hombre como yo ha de
huir? dijo. ¿Y quién, que fuera como yo, entraría al templo para salvarse la vida? No entraré (11).
Vio a través de sus astutos ardides y se negó decididamente a dejarse atraer a la trampa. Por cierto
tenemos aquí un ejemplo excelente de santa osadiá de parte de uno de los santos de Dios, que no quiso
degradarse por ninguna contemporización con el enemigo.
En 6:1–13 vemos reflejados algunos pensamientos sobre “Cuando el Temor se Hace Pecado”. Porque
fue sobornado para hacerme temer así, y que pecase (13). El temor se hace pecado: (1) Cuando nos
aparta de las tareas asignadas por Dios, 1–4; (2) Cuando tenemos las acusaciones basadas en falsedades,
5–9; (3) Cuando usamos aun refugios religiosos para ahorrarnos el costo de hacer la obra de Dios, 10–
13.
En un mensaje titulado “Una Gran Obra”, basado en el versículo 3: Hago una gran obra, y no puedo
ir, se podriá afirmar que la obra de Dios, sea la construcción de un muro, la edificación de una
congregación cristiana, o la evangelización de los paganos, debe tener preferencia sobre todas las otras
ocupaciones que exigen nuestra atención. Para nosotros es lo más importante en el mundo: (1) Porque
Dios lo ha ordenado, (2) Porque la Biblia lo autoriza, y (3) Porque hemos recibido un llamamiento
específico para hacerla. Así lo consideraba Nehemías, y así debiera considerarla todo aquel que siente el
llamado de Dios. Porque cesaría la obra, dejándola yo para ir a vosotros.
3. El muro terminado en cincuenta y dos días (6:15–19)
A pesar de todas las dificultades, se nos dice que el muro se terminó en 52 días, o alrededor de dos meses.
Elul (15) es el sexto mes del calendario judió , correspondiente a la segunda mitad de agosto y la primera
de septiembre.
La terminación del muro fue un golpe contundente para la moral de los enemigos de Judá. Temieron
todas las naciones que estaban alrededor de nosotros, escribe Nehemías, y se sintieron humillados,
y conocieron que por nuestro Dios había sido hecha esta obra (16; cf. Sal. 126:2–3). Sin embargo,
inmediatamente vemos, en los versículos 17–19, que quedaban dentro de la ciudad fuerzas traicioneras.
Algunos amigos de Tobiá s, varios de los cuales estaban relacionados con él por matrimonio, se manteniá n
en constante correspondencia con él, tratando aparentemente de infundir miedo en Nehemiá s. “El pueblo
de Dios”, observa J. S. Wright, “debe estar siempre en guardia, aun en momentos de éxito. La infiltración
de ideas inspiradas por el enemigo podriá aún arruinar la obra e introducir normas paganas de vida y
religión.”27 En realidad, más tarde, durante la ausencia de Nehemiá s, Tobías fue admitido en la ciudad y
se le dio alojamiento en el templo (13:4–7). ¡Cuán furtivamente el enemigo de nuestras almas acecha a
nuestro alrededor, esperando una oportunidad para hacer su morada en los más iń timos repliegues de
nuestros corazones cuando bajamos la guardia!
DANIEL EN EL FOSO DE LOS LEONES: FIDELIDAD VERSUS AUTORIDAD GUBERNAMENTAL,
6:1–28
Arregladas didá cticamente, las seis historias de Daniel tienen un é nfasis teoló gico con una cronología
general. La ú ltima de las historias demuestra la fidelidad de Daniel a su fe, tal como la de sus amigos, aun
hasta la muerte misma de ser necesario. Dos reyes, uno caldeo y uno persa, llegan a reconocer el poder
soberano de Dios sin darse cuenta de que, en la mano divina, son instrumentos para extender la verdad al
mundo por medio de los fieles jó venes cautivos de Judá (la obra misionera es una misió n divina). En el
cap. 6, la oposició n a Daniel no viene por parte del rey sino por los celos y la astucia de cortesanos; pero
esta oposició n no prevalece. Entre los dos reyes, Nabucodonosor (cap. 2) y Darío (cap. 6), Darío es el má s
compasivo e interesado en Daniel. En cuanto al contexto del cap. 6, probablemente se lo coloca en el tiempo
de Darío I (522–486 a. de J.C., ver el fin del cap. 5).
(1) La fidelidad de Daniel, 6:1–10. Al iniciar su reino, Darío confrontó un período tumultuoso con varias
revueltas. Para centralizar el control de un imperio muy extenso constituyó sobre el reino a 120 sá trapas (v.
1), o “protectores”. Estos eran administradores de provincias de varios niveles (ver Est. 1:1; 8:9) para que
[el rey] no fuese perjudicado (v. 2c). Sobre ellos puso a tres ministros (de los cuales Daniel era uno, v. 2). Por
la integridad y capacidad de Daniel, el rey pensaba constituirle sobre todo el reino (v. 3, el primer ministro.
Ver a José en Egipto, Gé n. 41:39–41). Entonces, Daniel fue atrapado en una conspiració n política por el
poder. El favor del rey hacia Daniel produjo celos en otros ministros que buscaban alguna falla en é l para
desacreditarle ante el rey. Al no hallar nada, usaron la fidelidad de Daniel a la ley [religió n] de su Dios (v.
5; ver Esd. 7:12, 14) como el medio para lograr sus propias ambiciones. Nuevamente, la fe de Daniel fue
puesta a prueba.
El texto arameo no dice cuá ntos estuvieron presentes al reunirse con el rey (v. 6). La Septuaginta (LXX)
indica solamente dos, y fueron ellos con sus familias a quienes se castigó posteriormente (v. 24). Si fuese
así, estos se presentaron ante el rey como representantes de los demá s oficiales y la ausencia de Daniel no
hubiera llamado la atenció n. Con astucia, estos ministros sugieren al rey una nueva ley (v. 7, ver v. 5) que
podría unificar al país dividido por las revueltas. Propusieron una campañ a de lealtad a Darío
sugiriendo que, por un período de 30 días, el rey pusiera en vigencia el edicto de que cualquiera que [hiciera]
una petició n a cualquier dios u hombre, fuera de [é l] ... [fuera] echado al foso de los leones (v. 7). El rey sería
el ú nico representante de la “deidad” (cualquiera que fuera) por ese período.
En cuanto al foso de los leones, muchos reyes del medio oriente cazaban leones, y posiblemente mantenían
a estos para el deporte del monarca. En lugar de mantenerlos en una jaula, se empleaba un foso grande con
una entrada que era cerrada con “una piedra” (v. 17).
Los ministros hacían hincapié en la ley de medos y persas que era absoluta e irrevocable (v. 8, ver Est. 1:19).
Sin darse cuenta del propó sito tras el pedido y sin duda adulado por la evidente preocupació n de sus
ministros, con mucha vanidad, el rey selló el destino de Daniel, un hombre en quien é l confiaba. La Biblia
simplemente dice que firmó el documento (v. 9). En cuanto a Daniel, al enterarse del asunto entró en su
casa e hizo ... como lo solía hacer antes; ... se hincaba de rodillas tres veces al día. Oraba ... a su Dios (v.
10; Sal. 55:17). No obstante los planes perversos y cuidadosamente proyectados, era Dios quien estaba
controlando la vida de Daniel y ningú n decreto humano podría alterar aquella realidad.
(2) La acusació n en contra de Daniel, 6:11–15. El plan de los ministros tenía dos objetivos. El primero
era conseguir la firma del rey sobre el decreto escrito; y el segundo era descubrir a Daniel rogando e
implorando delante de su Dios (v. 11). Daniel buscaba el favor de Dios, mientras que los ministros buscaban
el favor del rey. Ellos sabían que Daniel seguiría haciendo lo que solía hacer (v. 12). Insidiosamente,
culparon a Daniel como un hebreo, uno de los cautivos de Judá , de ser desleal al rey, tres veces al día hace su
oració n (v. 13). Como políticos corruptos, hicieron todo lo posible por presentar a Daniel de la manera
má s desfavorable posible (desacreditá ndolo negativamente). Sabían que iban a encontrarlo orando a Dios
como era su costumbre y, al tener datos concretos de esto, querían acusarlo de algo aú n má s fuerte. Por esta
razó n, hicieron al rey las preguntas obvias sobre el decreto (que é l mismo había firmado) acusando a Daniel
de desobedecer la ley y, ademá s, de una falta de lealtad al rey (es decir, traició n).
Al escucharlos, el rey sintió un gran disgusto ... y se propuso salvar a Daniel (v. 14). Hizo todo lo que podía
pero no pudo librar a Daniel. Los conspiradores habían atrapado al rey en su terrible trampa. Para finalizar
su plan, le forzaron a cumplir con su edicto y le recor- daron que ningú n edicto o decreto que el rey pone en
vigencia puede ser cambiado (v. 15).
(3) Daniel es echado en el foso de los leones y la fidelidad de Dios lo libra, 6:16–24. Afligido, el rey dio
la orden y Daniel fue echado en el foso de los leones. El rey le dijo: ¡Tu Dios ... é l te libre! (v. 16). El rey esperaba
que el Dios de Daniel hiciera lo que é l había deseado hacer pero no había podido (v. 16). El foso de los leones
fue cerrado con una piedra y luego sellado. Entraba aire y algo de luz; sin embargo, nadie podría rescatar a
Daniel, ni tirar comida para los leones, ni pasarle una arma para defenderse (v. 17). Daniel no tuvo defensa
alguna ni en contra de la ley ni en contra los leones. En cuanto al rey, pasó la noche sin comer ... y se le fue el
sueñ o. Fue una noche muy desconcertante y, al amanecer, fue apresuradamente al foso ... y llamó a voces a
Daniel, con tono entristecido ... ¡Oh Daniel, siervo del Dios viviente! (ver Jer. 10:10; 23:36; Sal. 42:2). Tu Dios ...
¿te ha po- dido librar de los leones? (vv. 18–20, ver Heb. 11:33).
En contraste con la urgencia y la angustia del rey, Daniel responde tranquilamente con un estilo cortesano
(v. 21). Mi Dios envió a su á ngel (o mensajero), el siervo divino quien tambié n había librado a los tres
amigos del horno (3:28). El á ngel cerró la boca de los leones, para que no hiciesen dañ o a Daniel, é l era
inocente (limpio, ver Sal. 51:7, o sin culpa) ante el Señ or, y tambié n delante del rey (v. 22). A pesar de que
era culpable de haber desobedecido el mandato real, ni los leones ni el rey le podrían causar dañ o; é l era
inocente ante Dios y ante el rey.
Con alegría, el rey mandó que sacaran a Daniel del foso, y este salió sin ninguna lesió n ... porque había confiado
en su Dios (v. 23). Luego pasó algo inesperado ya que el rey dio la orden y trajeron a aquellos hombres que
habían acusado a Daniel, aquellos que habían ido al rey con el afá n de librarse de Daniel, y los echaron al
foso de los leones. Este castigo ejercido a los hombres, a sus hijos y a sus mujeres se basaba en una antigua
prá ctica del castigo colectivo sobre el concepto de la solidaridad de la familia, o agrupació n, y el sentir de
responsabilidad colectiva (ver Jos. 7:24 ss.; 2 Sam. 21:5–9, tambié n era una prá ctica comú n en Persia). La
prá ctica fue modificada en Israel (ver Jer. 31:29–34; Eze. 18).
(4) El edicto de Darío, 6:25–28. La fe de Daniel ganó el reconocimiento de Dios. Darío escribió a todo su
reino ordenando que ... tiemblen y teman delante del Dios de Daniel, el Dios supremo (ver 4:1–3). El decreto
no decía que Dios era ú nico, sino que lo elevaba al nivel má s alto de los dioses.
Una vez má s el capítulo termina indicando que la prosperidad de Daniel continú a (ver 1:21). La mayoría de
los inté rpretes considera que la referencia a Ciro es histó rica; sin embargo, la confusió n del orden
cronoló gico puede ser debido al autor (o un escriba) llamando atenció n a la similaridad de la posició n de
Daniel bajo Darío I a la del reino ante- rior de Ciro.
Joya bíblica
... tiemblen y teman delante del Dios de Daniel; porque é l es el Dios viviente que permanece por la eternidad.
Su reino es un reino que no será destruido y su dominio dura hasta el fin. É l salva y libra; é l hace señ ales y
milagros en el cielo y en la tierra. É l es quien libró a Daniel del poder de los leones (6:26, 27).
«EL REY DARÍ O FIRMÓ EL DOCUMENTO CON TAL PROHIBICIÓN»
(Dan 6, 2-10)
Antes de que lo mataran, Baltasar habiá conferido a Daniel honores regios y un ascenso a «tercero en el gobierno
del reino» (5, 29). El rey Darío, que sucedió a Baltasar en el reino, reconoció la valía de un hombre como Daniel.
De ahí que nombrara a Daniel como uno de los tres supervisores a los que tendrían que dar cuenta los «ciento
veinte sátrapas» que tenían la misión de salvaguardar los intereses reales. Como en los otros relatos, no causa
sorpresa el hecho de que «Daniel sobresalía entre los inspectores y los sátrapas, porque poseía un espíritu
extraordinario». En otra parte se dice que Daniel tenía «el espíritu de los dioses santos» (cf. 4, 5.6.15; 5, 11), o
«el espíritu de Dios» (5, 14) [sin embargo, también en este caso Herder traduce por «el espíritu de los dioses».
El resultado es que «el rey pensó ponerlo al frente de todo el reino» (6, 4). Así está preparada la escena para el
drama que vendrá a continuación. Es un relato de envidia y celos que lleva a conspirar para desembarazarse del
inocente Daniel; pero es también un relato en que Dios vindica a Daniel y en el que se narra la destrucción final
de los conspiradores en el foso de los leones que habiá n preparado para su enemigo. Este relato tiene la misma
construcción que el del capit́ ulo 3. Como en la historia de Sadrak, Mesak y Abed-Negó,
El presente relato se desarrolla de modo dramático, repitiendo palabras clave y expresiones en un estilo
típicamente bib́ lico. Asi,́ en el arameo original, la expresión «el rey» aparece treinta y una veces; «Daniel»,
veintiuna veces; «el reino», diez veces; «el foso [de los leones]», diez veces; «los leones», nueve veces.
El pecado de envidia y celos
Como sucede a menudo cuando alguien alcanza el éxito, hay gente que se vuelve envidiosa y celosa, como ocurre
aquí con los otros dos supervisores y los sátrapas. En el curso de la historia, los vicios gemelos de la envidia y los
celos han hecho estragos. En efecto, como sabemos por los relatos de la Pasión, «por envidia se lo [a Jesús]
habían entregado los pontif́ ices» (cf. Mc. 15, 10; Mt 27, 18). «Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo;
y la experimentan los que son de su partido» (Sab 2, 24). «La envidia y el malhumor abrevian los diá s; antes de
tiempo los cuidados traen la vejez» (Eclo 30, 24). Con razón amonesta Yago a Ótelo: «Guardaos, mi señor, de los
celos; son un monstruo de ojos verdes que odia la carne de que se alimenta» (Shakespeare, Ótelo, III, 3).
El autor de los Proverbios afirma también esta aguda intuición de una forma algo distinta: «Un corazón tranquilo
es vida del cuerpo, la envidia corroe los huesos» (Prov 14, 30). «Cruel es el furor y desbordante la cólera, pero
¿quién se enfrenta a los celos?» (Prov 27, 4).
En cierta ocasión, durante la homiliá que pronuncié en una boda, dije que los celos son el único vicio del que no
se saca nada a cambio. La persona que roba, por ejemplo, consigue los bienes robados. Pero el que es celoso no
tiene nada que pueda mostrar. Después de la misa se me acercó una mujer de edad y me dijo: «Padre, está equi-
vocado. La persona celosa consigue algo: úlceras de estómago». Sabias palabras, realmente.
La envidia no debería tener cabida en la vida del cristiano. El amor genuino no tiene espacio alguno para este
vicio, porque, como nos dice Pablo, «el amor es paciente, el amor es benigno; no tiene envidia; no presume ni se
engríe; no es indecoroso ni busca su interés; no se irrita ni lleva cuenta del mal; no se alegra de la injusticia, sino
que se goza con la verdad» (1 Cor 13, 4-6). Pablo enumera la envidia entre otros pecados mayores: «Como en
pleno diá , caminemos con decencia: no en orgías ni borracheras; no en fornicaciones ni lujurias; no en discordias
ni envidias» (Rom 13, 13). Es posible que Pablo haya puesto intencionadamente la envidia en el sexto y último
lugar de su lista, por ser el número seis, como indiqué en el capit́ ulo IV, un número que significa imperfección.
Dice Pablo a los corintios: «...aún sois puramente humanos. Porque, mientras entre vosotros haya contienda
[envidia] y discordia, ¿no continuáis siendo puramente humanos y no es vuestra conducta puramente humana?»
(1 Cor 3, 3).
Los medos odian al extranjero Daniel
Otro motivo por el que los cortesanos reales sentiá n odio consistiá en que Daniel era «el deportado de Judá»,
expresión despectiva con que se refieren a él sus enemigos (cf. 6, 14). Su piedad era también irritante. Así que
sus enemigos conspiran para darle muerte. La persecución es algo que el cristiano fiel debe estar también
dispuesto a soportar. «Todos los que quieran vivir religiosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos» (2 Tim 3,
12). Daniel era, además, un forastero, un intruso. Era diferente. Ni siquiera era medo como los demás supervisores
y sátrapas. No sólo la posición de autoridad de que gozaba Daniel sobre todo el reino medo, sino también su
condición de judío, su alteridad, dieron origen a sospechas y resentimientos. La xenofobia -temor o desprecio
indebidos a los forasteros o extranjeros-, y el racismo son perniciosos compañeros que dan a luz toda clase de
males y conducen al odio homicida, como sucede en nuestro relato.
Desde los tiempos antiguos, incluso entre cristianos, por desgracia, el sentimiento antijudío ha sido una forma
particularmente venenosa de xenofobia y racismo. Los judíos eran odiados por la exclusiva razón de que eran
judió s. Si eran pobres, se los despreciaba. Si eran ricos, se los consideraba tramposos y taimados. Si eran
influyentes, se los criticaba. Si eran eminentes en las artes y las ciencias, el derecho y la medicina, se los envidiaba.
En su forma más extrema, el odio antijudío condujo a las persecuciones asesinas en Europa y en otras partes, y
luego a la tragedia final del Holocausto. Pero en su forma más común y más sutil, este odio corrompe las relacio-
nes y conduce a una discriminación injusta y a disturbios sociales.
Los medo-persas establecieron una organización polit́ ica diferente de la de los babilonios. Dividieron el
imperio en reinos tributarios y en grandes provincias llamadas «satrapías». Cada provincia era
gobernada por un «sátrapa» o gobernador.
La palabra gobernador» (sarak) significa presidente, «cabeza... o jefe. Evidentemente, Darlo habiá
organizado la administración de su reino en tres grupos. Cada uno de ellos teniá su presidente, quien
debiá informar regularmente al rey. Es posible que Darió hubiese averiguado acerca de Daniel y al
conocer su habilidad administrativa, experiencia y sabiduría, le nombrase para un cargo de tal
importancia. Como habiá ocurrido anteriormente. Daniel se distinguió por encima de los demás. Ni los
años ni las circunstancias habiá n cambiado la integridad personal de Daniel.