Sei sulla pagina 1di 10

CRIMEN ORGANIZADO Y DESPLAZAMIENTO FORZADO EN EL SALVADOR

Por Edgard Vladimir Platero Barrera


Las nociones de “criminalidad organizada”, “crimen transnacional”, “organización criminal”,
“asociaciones criminales”, “delincuencia asociada”, “crimen organizado” no son conceptos alejados
y mucho menos desconocidos o desinteresados por la población hoy en día; son conceptos
comunes, conocidos por todos, formando parte del vocabulario popular, académico, político,
diplomático, e internacional. Y aun cuando exista discusión en cuanto a la correcta utilización de los
términos, todos concordamos que se trata de un problema complejo, multicausal, y multifacético,
que afecta la vigencia y plenitud del Estado de Derecho, penetrando la gobernabilidad hasta
erosionarla, vulnerando los derechos fundamentales de las personas, e inhibiendo el desarrollo
sostenible de nuestros pueblos.
Ciertamente, el fenómeno se ha vuelto tan profundo que no es de extrañar que actualmente la
opinión mediática pretenda establecer que hablar de crimen organizado es igual de hablar de maras
o pandillas, juicio que no está alejado de la realidad, pero que sin embargo no toma en cuenta una
visión holística del problema; ya que recientes investigaciones han desvelado estructuras criminales
dentro de gobiernos locales, con conexiones entre jueces, fiscales, colaboradores judiciales, y
policías.
De tal manera que siendo el crimen organizado una amenaza creciente y más grave que lo que
se pretende creer, cabe la pregunta en sí: ¿Cómo es que el crimen organizado ha alcanzado esas
magnitudes?, siendo la respuesta un tanto difusa, dado que los orígenes de la delincuencia
sistemática en El Salvador no son recientes, y no existe una causalidad específica, sin embargo,
podemos fijar como el génesis remoto del crimen organizado, la represión estatal generada por el
proceso de acumulación de riquezas que se suscitó en todo el siglo XX, que consolido uno de los
principales problemas estructurales de nuestro país: la enorme desigualdad en la distribución de los
ingresos (Salgado, 2012).
Entre algunos de los sucesos que sirven de indicadores para explicar lo anterior tenemos, el
surgimiento de latifundios, hecho que impulso el levantamiento indígena-campesino en 1932, en
un intento de reivindicar las tierras, y que la represión estatal marco en una masacre de más de 30
mil vidas, siendo de este modo en que la violencia se institucionaliza transformándose en un
mecanismo de control social y político, que se mantuvo durante los siguientes 44 años de historia
política de El Salvador.
Siendo el panorama un tanto hostil e inestable políticamente, a finales del mismo siglo XX, se
suscita la guerra civil (1981-1992) en un intento de culminar las grandes presiones socioeconómicas
y políticas que se venían acumulando desde hace varias décadas en la sociedad salvadoreña
(Acevedo, 1999). Sin embargo, este período, que algunos analistas denominan como la “década
perdida”, no hizo sino profundizar la cultura de violencia en el país, teniendo entre algunas de sus
consecuencias: genocidios, crímenes de guerra, desapariciones forzosas y una grave crisis de
desplazados. De acuerdo con el estudio “Migración e Integración en El Salvador” (Arias, 2001) el
desplazamiento interno forzado generado por la guerra civil movilizó aproximadamente un poco
más de un medio millón de personas, teniendo este un carácter comunitario o familiar, siendo en
su mayoría mujeres, y los departamentos más afectados Chalatenango, Morazán, Cabañas, San
Vicente, Usulután, La Unión y Cuscatlán; teniendo efecto también en las grandes migraciones hacía
el exterior, principalmente en Estados Unidos, quien en esa época sufría con la crisis del consumo
de las drogas y el narcotráfico.
No es de extrañar entonces que los salvadoreños migrantes en Estados Unidos quienes fueron
asentándose entre los sectores menos acomodados y más populares del país (Nueva York, Los
Ángeles, y Chicago) sufrieron en un primer momento discriminación, y falta de oportunidades de
acceso a servicios públicos, empleos, y seguridad social1, siendo determinante todos estos factores
para su involucramiento en hechos delictivos tales como el robo, hurto y comercio de drogas;
influyendo en ellos la tradición histórica de las pandillas en Estados Unidos.
Varios estudios revelan que el fenómeno del crimen organizado y las pandillas en Estados Unidos,
poseen un marcado rasgo étnico y se ha relacionado históricamente con los grandes grupos de
migrantes que se integraban en los espacios precarizados de la sociedad; se tiene documentado la
existencia de este tipo de agrupaciones desde la última década del siglo XIX, constituidas por
irlandeses, rusos y mexicanos de familias de inmigrantes en las zonas más pobres de la ciudad.
Siendo en este contexto cultural donde miles de salvadoreños se fueron integrando
paulatinamente, dando paso con ello a la gestación de la Mara Salvatrucha y la Barrio 18 St.

1
Con los datos producidos por Oficina del Censo de EE.UU. en 2010 se puede confirmar la integración de los
y las salvadoreñas a los sectores populares. En primer lugar, de cada dos salvadoreños(as) que vive en EE.UU.
solo uno(a) no cuenta con seguro médico; se habla entonces de una población con poca protección ante el
riesgo de enfermedades o accidentes, lo cual influye directamente en una baja calidad de vida; otro dato que
se puede explorar es el de los lugares donde habitan, según esta fuente, un poco más de la mitad de la
población vive en casas de 1 unidad, lo que da indicios sobre el hacinamiento que pueden vivir las familias
numerosas. Un tercer dato es el año de construcción de sus viviendas, el 55,3 % de las casas donde habitan
fueron construidas entre 1940 y 1960, lo cual evidencia que poseen casas viejas, con altas probabilidades de
deterioro y dificultades de mantenimiento (Zúñiga Núñez, 2017).
Es lógico pensar entonces que la consolidación de las pandillas salvadoreñas, junto con la
creciente industria del narcotráfico, agudizo el problema de la delincuencia organizada en Estados
Unidos. Se fue conformando y expandiendo, hasta propagar su accionar delictivo en diversas
regiones de la nación norteamericana2; lo cual ocasiono un aumento de la estigmatización a este
tipo de colectivos y discursos de carácter racial, propiciando la popularización de las políticas de
represión que proponían el ataque frontal del fenómeno. Siendo en este contexto donde se
aprobaron una serie de leyes y decretos que endurecieron la situación de los inmigrantes
indocumentados y la población latinoamericana en general, cuyo impacto fue directo en el
crecimiento del número de personas deportadas.
Mientras tanto en El Salvador recién se habían firmado los Acuerdos de Paz (1992) que
terminaron con los doce años del conflicto armado, y empezaba la reconstrucción del país, no solo
a nivel de infraestructura o carreteras, sino también a nivel institucional; se crearon nuevas
instituciones tales como la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos y la Policía
Nacional Civil, y se eliminaron otras como el caso de la Guardia Nacional, Policía de Hacienda y
Policía Nacional. Todo en medio de la implementación también de un cambio de modelo económico
basado en la liberalización de la economía, la cual se fundamentó en varios aspectos tales como la
privatización de casi todas las empresas estatales (a excepción del agua, salud, red vial y lotería), y
la facilitación del crecimiento de la empresa privada, cuestiones que en nada corrigieron el
problema estructural de la desigualdad social.
Es claro entonces, que mientras el Gobierno central concentraba sus esfuerzos en desarrollar su
nuevo modelo económico, dejando a un lado el fortalecimiento institucional y del tejido social, no
corrigiendo los problemas originados por el conflicto armado, termino convirtiéndose en un actor
que promovió la impunidad (Ley de Reconciliación Nacional y Ley de Amnistía), y facilito el escenario
para que la pobreza, desigualdad, y falta de oportunidades se mantuvieran, o en el peor de los casos,
se agudizaran.
Por consiguiente, cuando se dieron las primeras deportaciones en 1993, las pandillas se
encontraron con un ambiente social fracturado, aprovechándose del debilitamiento institucional
para expandirse y consolidarse en El Salvador, tal es así que de pasar a estar presentes en algunos
barrios de las principales ciudades en la década de los 90’s, para el año 2014 se estimó que las

2
Cuando las pandillas comenzaron a cruzarse unas con otras, la pandilla fue creciendo en número, reputación
y violencia. La venta de droga, los asaltos a mano armada, el robo de autos, el contrabando, la venta de armas
a microescala, el cobro de extorsiones a negocios clandestinos y barras, el control de zonas, el cobro de piso
a narcomenudistas, los homicidios y los machetazos se convirtieron en su forma de operar. (García, 2018)
pandillas habían extendido su influencia a lo largo de 214 municipios, 1054 colonias, 368 cantones,
180 barrios y 422 territorios (lotificaciones, residenciales o comunidad), que suman 2,238 territorios
en total (Von Santos, 2014).
Ahora bien, con la solidificación de las pandillas en el territorio nacional, fueron creciendo las
preocupaciones un tanto técnicas del Gobierno para aplacar su evolución, tal es así que surgieron
las políticas mano dura y super mano dura, y Leyes de proscripción de maras y pandillas. Medidas
un tanto apresuradas, y populistas que no hicieron más que recrudecer el fenómeno; ya que hay
que destacar que las pandillas son organizaciones criminales de prisión, lo que significa que es
dentro del sistema carcelario que se originan, crecen, se fortalecen y socializan su cultura; lo cual
significa que la condena de prisión no se constituye en un factor disuasivo para que los pandilleros
desistan de sus actividades ilícitas, por el contrario “servir tiempo” en prisión es una condición sine
qua non para que el miembro ascienda en la jerarquía pandilleril 3.
Actualmente, existe un alto nivel de presencia de las pandillas en todo el territorio de El Salvador,
territorios controlados a través de estructuras jerarquizadas, encontrándose a nivel jerárquico
superior los cabecillas nacionales quienes conforman la “ranfla general” (los cuales en su mayoría
se encuentran bajo reclusión penitenciaria), siendo el siguiente nivel el perteneciente a los
programas y las tribus, los cuales se encuentran conformados por una serie de estructuras locales,
llamadas en el vocabulario pandilleril como “clicas”, bajo el mando de un pandillero a quien se le
llama “corredor” del programa o tribu, los cuales operan en una determinada zona geográfica; estos
se reportan a la ranfla nacional, siendo estos últimos quienes toman las decisiones de tipo
estratégico y administrativo. Por último, se encuentra el nivel de las estructuras locales (clicas o
canchas) que tienen un mínimo de 15 miembros, contando cada una con 15 células operativas de 3
elementos, siendo que, para el cometimiento de un delito, cada estructura tiene miembros con roles
y funciones previamente distribuidas por los mandos nacionales; estas estructuras están bajo el
mando de un pandillero conocido como “palabrero” (López Fuentes, Quintanilla de Reyes, & Gómez
Hecht, 2017).
Las principales fuentes de ingreso de las pandillas lo conforman la extorsión y el narcomenudeo,
siendo que, en ambas actividades ilícitas, el control del territorio es un requisito esencial para su
eficiente y eficaz ejecución. Los delitos de homicidios, robos, hurtos, desapariciones y

3
Verbigracia, todos los máximos cabecillas de las pandillas se encuentran en prisión, desde donde dirigen sus
estructuras criminales y planifican a nivel estratégico sus operaciones. (Gómez Hecht, 2013).
desplazamientos forzados no son sino actividades instrumentales vinculadas que las pandillas
ocupan para mantener su poderío y control territorial.
El dominio de las pandillas sobre los diversos territorios y comunidades se ejerce a través de una
mezcla de protección, beneficios e intimidación; delimitando sus territorios a través de grafitis
colocados en las principales paredes de las colonias o comunidades, y de ciertos distintivos con el
fin de dar a conocer su poder en el área; entre algunos de ellos tenemos: “Ver, Oír y Callar”,
“Welcome To Inferno”, “La Mara Para, Roba, Viola y Controla”, entre otros. Con todos estos lemas
las pandillas buscan disuadir a las personas que habitan en los territorios dominados, haciéndoles
saber que ellos pueden hacer cualquier tipo de hecho delictivo dentro de dichas zonas, y que no
deben interferir con ello, siendo que de alguna manera si ellos consideran que alguna persona
representa un peligro o existan indicios que colabora con las autoridades policiales o fiscales en la
investigación de un delito, o con la pandilla contraria, es asesinada u obligada a desplazarse de la
zona.
En consecuencia, la práctica del desplazamiento forzado de personas no es sino un mecanismo
que las pandillas utilizan para mantener el control y poder territorial la cual se basa en el miedo y
terror, cuestión que también ha sido afirmada por nuestro Tribunal Constitucional quien considero
que estas “organizaciones criminales…, realizan dentro de su accionar, atentados sistemáticos a la
vida, seguridad e integridad personal de la población, incluidos contra las autoridades civiles,
militares, policiales y penitenciarias; contra la propiedad, mediante la ejecución de delitos de
extorsión a personas naturales o jurídicas; vulneraciones al derecho de todo ciudadano de residir en
cualquier lugar del territorio, obligándoles a abandonar sus residencias mediante amenazas; en
contra del derecho a la educación, puesto que se obliga a la deserción de estudiantes, debido al
temor de ser víctimas de aquellas organizaciones; contra el libre tránsito, debido a que hay zonas
específicas donde ciertas personas no pueden circular, bajo riesgos de sufrir atentados a su vida o
integridad; modifican la distribución territorial realizada por el Tribunal Supremo Electoral,
máxima autoridad en la materia según el art. 208 Cn., para efectos del voto residencial, y lo
adecuan a la distribución de los territorios según es controlada por ellos; paralizan el transporte
público de pasajeros, incluso a nivel nacional y con frecuencia atentan contra la vida del personal de
los servicios de transporte público; impiden la libre realización de actividades económicas y laborales
de amplios sectores de la población; entre tantas acciones realizadas de manera sistemática,
planificada y organizada. Por esto, son grupos terroristas las pandillas denominadas Mara
Salvatrucha o MS-13 y la Pandilla 18 o Mara 18, y cualquier otra pandilla u organización criminal
que busque arrogarse el ejercicio de las potestades pertenecientes al ámbito de la soberanía del
Estado -v. gr., control territorial, así como el monopolio del ejercicio legítimo de la fuerza por parte
de las diferentes instituciones que componen la justicia penal-“ (Inconstitucionalidad, 2015).
Como enfatizan los medios de comunicación local, testimonios comunitarios, y diversas ONG’s,
existe suficiente evidencia del éxodo de familias enteras en diferentes municipios del país para
salvaguardar sus vidas4. Entre algunos casos ilustrativos, tenemos uno de los más emblemáticos
ocurrido en Cantón el Castaño del Municipio de Caluco, Departamento de Sonsonate, los días 16 y
siguientes del mes de septiembre de año 2016, en el que aproximadamente 15 familias tuvieron
que desplazarse por amenazas de pandillas, luego del asesinato de una joven de 20 años y un
anciano de 64, ajusticiados luego de haberse negado a colaborar con los pandilleros (Ayala, 2016).
Otro caso, también en el mes de septiembre del año 2016, pero en la localidad de Panchimalco,
40 familias de los caseríos El Cincho, Los Jorge, La Finquita, El Carmen y del cantón Mil Cumbres
abandonaron sus viviendas a causa de las amenazas de muerte hechas por miembros de la Mara
Salvatrucha (Diario El Mundo, 2016). Siendo este Municipio el que más ha repetido este fenómeno.
No cabe duda que estos flujos forzados de desplazamiento interno se han vuelto cada vez más
constantes en la actualidad, siendo parte de las nuevas formas de expresión que está adoptando el
crimen organizado, con consecuencias devastadoras para las víctimas, sus familias, las comunidades
y el país. La pérdida de bienes y de empleo, la fragmentación familiar, el desarraigo abrupto de la
comunidad y mayor pobreza son solo algunos de los impactos que está produciendo el fenómeno
(Universidad Centroaméricana de El Salvador, 2014).
Desgraciadamente las autoridades que componen el sector Justicia poco o nada han hecho para
resolver el fenómeno, cuando claramente existen fuentes del Derecho Internacional que lo obligan
a mantener el pleno goce y ejercicio de los Derechos Humanos de los afectados, de brindarles
asistencia humanitaria, social, económica, psicológica y jurídica, de garantizar una tutela judicial
efectiva, y asegurar su retorno y reintegración de los territorios desplazados. No siendo valedero
ningún tipo de excusa formal dado que según jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos “no es el registro formal ante los entes gubernamentales lo que le da el carácter de

4
En su mayoría, esta población ha huido de sus comunidades por negarse a vender sus tierras a estructuras
criminales como narcotraficantes; para evitar que se cumplan amenazas de muerte o sufrir represalias por ser
testigos de un hecho delictivo; impedir que los hijos sean reclutados por las pandillas o que sus hijas sean
violadas y se conviertan en servidoras sexuales de líderes de pandillas, librarse de las extorsiones de los
pandilleros, ser utilizados para ingresar bienes no permitidos al sistema penitenciario y que ex miembros de
pandillas reformados sean nuevamente obligados a incorporarse a la estructura criminal, entre otros (Mesa
de Sociedad Civil Contra el Desplazamiento Forzado por Violencia y Crimen Organizado en El Salvador, 2016).
desplazado a un individuo, sino el mero hecho de haberse visto compelido a abandonar el lugar de
residencia habitual…” (Caso de las Masacres de Ituango vs. Colombia, 2006).
Casuísticamente hablando, en este país no existen lineamientos jurídicos y técnicos a seguir en
el caso de las personas desplazadas, siendo que la función de la Policía Nacional Civil únicamente se
limita a dar protección a las familias mientras estás se desplazan, y sí en dado caso, brindan de igual
forma auxilio para su retorno, esa protección es temporal, no existiendo mecanismos para una
verdadera reintegración de las personas desplazadas. Y en los pocos casos que llegan a judicializarse,
la Fiscalía General de la República no ejerce una verdadera investigación científica del delito,
acotándose solamente a agregar en los procesos prueba testimonial de víctimas con régimen de
protección, las cuales al momento del juicio desisten de declarar, siendo la mayor parte de los casos
absolutorios para los imputados.
Y no es de extrañar que las personas víctimas de desplazamiento tengan miedo de denunciar,
colaborar con las investigaciones y hasta declarar en juicio (a pesar de que exista una Ley Especial
para la Protección de Victimas y Testigos), y es que la apreciación popular sobre la institucionalidad
encargada de ejercer la acción punitiva es débil, tal como lo enfatiza el reciente estudio de
Transparencia Internacional que mide la percepción sobre la corrupción, en el que El Salvador
obtuvo un puntaje de 33, en una escala donde el 0 es muy corrupto y 100 es más transparente,
posición solo superada por Guatemala y Venezuela, países donde la gobernabilidad se encuentra
casi totalmente erosionada (El Diario de Hoy, 2018).
El Salvador es un país pequeño para poder ocultarse de las estructura de crimen organizado, las
cuales tienen un amplio control e influencia territorial en casi toda la nación, teniendo también
informantes infiltrados dentro de la Policía Nacional Civil, Fiscalía General de la República, Alcaldías
Municipales, Juzgados, Unidades Comunitarias de Salud Familiar, entre otros; situación que agrava
el problema, debido a que son las Fundaciones y Organismos de Asistencia Humanitaria, quienes
han sido los que han tomado el rol de dar apoyo psicológico y social a las víctimas. Siendo una
responsabilidad del Estado la de garantizar la promoción y pleno ejercicio de los derechos humanos.
En fin, no es que se necesiten declaraciones de buena fe por parte del Estado de El Salvador para
saber si este se compromete a profundizar los niveles de articulación para dar respuesta a los
problemas de violencia en el país, porque ya las hay. Sabemos que El Salvador es signatario de
variados instrumentos internacionales que lo compelen a dar seguimiento a estos fenómenos, entre
algunos se encuentran: Declaración sobre los Principios Rectores de los Desplazamientos Internos
(2005), Declaración sobre los Principios Fundamentales de Justicia para las Víctimas del Delito y del
Abuso del Poder (1985), Declaración del Plan de Acción de Brasil (2014), entre otros.
Lo que se necesita es que el Estado de El Salvador reconozca que el desplazamiento forzado
interno es un problema de seguridad pública, que se encuentra relacionada con la criminalidad
organizada, y que a través de ello emprenda acciones tendientes a generar un marco legislativo y
de políticas públicas para la adecuada protección de las víctimas; incorporar los estándares
internacionales a la normativa interna; desarrollar protocolos institucionales para la atención
psicológica y jurídica de los afectados; coordinar con los demás países del Triangulo Norte una
estrategia en común para hacer frente a la delincuencia organizada; fortalecer la institucionalidad a
través de un mecanismo de depuración de los agentes y servidores a fin de prevenir filtraciones de
datos que atenten contra los derechos humanos de las víctimas; evitar la impunidad de los casos
judicializados; crear un registro que cuantifique y divida por características a las victimas de estos
siniestros; investigar las relaciones del crimen organizado con los funcionarios públicos y promover
las acciones penales correspondientes; entre otros.
El panorama es preocupante, se necesita de un apoyo y coordinación de todos los sectores
políticos y sociales de El Salvador para poder coronar todas las estrategias que se implementen para
combatir el fenómeno del crimen organizado, y el desplazamiento forzado de personas. Siendo que,
de no contar con ello, la problemática podría agravarse y seguir generando más iniquidad y
vulneraciones a los Derechos Humanos. No basta las buenas intenciones, la probabilidad de que la
violencia crezca es latente, y con ello, el desarrollo de un país herido por la culturización del crimen,
y el malicioso acostumbramiento de vivir mal, sin respeto a la vida y la dignidad de las personas.
Esto es lo que no queremos como sociedad, para eso hay que poner cuanto antes manos a la obra,
y generar la voluntad política, social y diplomática necesaria para separar el trigo de la cizaña.
Referencias
Acevedo, C. (1999). Antecedentes históricos del conflicto. En J. Boyce, Ajuste hacia la Paz. La
política económica y la reconstrucción de posguerra en El Salvador (pág. 53). México:
PNUD.

Arias, F. (2001). Migración e Integración en El Salvador: Realidades y Respuestas. PNUD.

Ayala, E. (5 de Octubre de 2016). Inter Press Service. Obtenido de Violencia de pandillas fuerza
desplazamientos en El Salvador: http://www.ipsnoticias.net/2016/10/violencia-de-
pandillas-fuerza-desplazamientos-en-el-salvador/

Caso de las Masacres de Ituango vs. Colombia (Corte Interaméricana de Derechos Humanos 1 de
Julio de 2006).

Diario El Mundo. (15 de Septiembre de 2016). Diario El Mundo. Obtenido de PNC confirma
dezplazamiento de 40 familias por amenazas de pandillas en Panchimalco:
http://elmundo.sv/pnc-confirma-dezplazamiento-de-40-familias-por-amenazas-de-
pandillas-en-panchimalco/

El Diario de Hoy. (22 de Febrero de 2018). El Salvador con la peor nota en índice de corrupción de
los últimos seis años. Obtenido de
http://www.eldiariodehoy.com/politica/organizaciones/73232/el-salvador-con-la-peor-
nota-en-indice-de-corrupcion-de-los-ultimos-seis-anos/

García, C. (8 de Marzo de 2018). InSight Crime. Obtenido de El nacimiento de la MS13 en Nueva


York: https://es.insightcrime.org/noticias/analisis/el-nacimiento-de-la-ms13-en-nueva-
york/

Gómez Hecht, J. (2013). El Crimen Organizado en las Cárceles: Las Extorsiones desde los Centros
Penales en El Salvador. Polícia y Seguridad Pública, 131-171.

Inconstitucionalidad, 22-2007AC (Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia de El


Salvador 24 de Agosto de 2015).

López Fuentes, D., Quintanilla de Reyes, S., & Gómez Hecht, J. R. (2017). Las Pandillas: Su
Expansión Territorial en El Salvador 1992-2015. San Salvador: Colegío de Altos Estudios
Estratégicos.

Mesa de Sociedad Civil Contra el Desplazamiento Forzado por Violencia y Crimen Organizado en El
Salvador. (2016). Informe sobre Situación de Desplazamiento Forzado por Violencia
Generalizada en El Salvador (2014-2015). Obtenido de
http://www.movilidadhumana.com/wp-content/uploads/2016/03/Informe-sobre-
Situaci%C3%B3n-de-Desplazamiento-Forzado-en-El-Salvador.pdf

Salgado, M. (2012). Factores clave para entender la violencia en El Salvador. En El prisma de las
seguridades en América Latina. Escenarios regionales y locales. (pág. 82). Buenos Aires:
CLACSO.

Universidad Centroaméricana de El Salvador. (23 de Julio de 2014). Noticias UCA. Obtenido de


Donde hay violencia, hay desplazamiento: http://uca.edu.sv/noticias/texto-3073
Von Santos, H. (2014). Las pandillas salvadoreñas y su comportamiento delictivo: Prospectiva de
sus formas organizativas y expansión territorial para el próximo decenio 2015-2025.
Policía y Seguridad, 203.

Zúñiga Núñez, M. (26 de Junio de 2017). El Faro. Obtenido de Responsabilidad de Estados Unidos
en el origen de las pandillas:
https://elfaro.net/es/201706/ef_academico/20560/Responsabilidad-de-Estados-Unidos-
en-el-origen-de-las-pandillas.htm

Potrebbero piacerti anche