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años de prosperidad
50000 African Americans migraron a ciudades de USA, gracias que hay mas oportunidades de trabajo
1921-
La gran depresión fue un evento el cual tuvo impacto no solo en EEUU sino también en otros países. Durante esa
época EEUU sufrió económica, política y socialmente, y fue uno de los peores momentos de los cuales se vivió. Se
perdieron muchos recursos y algunos países sufrieron por el efecto domino.
Contexto
La crisis de reclutamiento de 1917 ( crisis económico y militar en WWI en Canadá) causando problemas entre
canadienses ingles y canadienses franceses.
1930: casi el 30% perdió su trabajo y casi un quinto de la populación dependía del gobierno
Canadá fue mas afectado que Estados Unidos e Inglaterra en cierto aspectos como en la exportación de materiales
crudos (agricultura, pesca, madera, etc.)
Se recupero después de usar el método opuesto de Estado Unidos, en vez de recuperar producción rápido y mantener
la depresión laboral Canadá decidió recuperar la tasa de empleo y postergar la demanda de producción.
Estados Unidos
Latinoamerica
Los países industrializados se enfocaron en la producción y la concentración de labores en las industrias, causando
una dependencia a los exportaciones para dar a comer a su población.
Inglaterra estableció relaciones de intercambio con estados Latinoamericanos como Argentina que les exportaba
carne y trigo.
Los países Latino Americanos eran dependiente de los exportaciones para el ingreso de sueldos y a la vez eran
dependiente de las importaciones extranjeros por las necesidades industriales.
La mayoría de importaciones Latinoamericanos llegaron a su valor absoluto incluso antes de el crack por inversiones
de Inglaterra, Estados Unidos, Francia y Alemania.
Gracias al tope de valores de las exportaciones cuando llego la Gran Depresión causando el regreso de problemas
pasados. https://prezi.com/-zms3xzr-eiu/31-la-gran-depresion-causas-politicas-y-economica-en-las/
Naturaleza y eficacia de las soluciones aplicadas en Estados Unidos: Hoover, hoover; franklin, roosvelt y el nuevo
pacto
Inmediatamente recortó los tipos del impuesto sobre la renta en un punto. Empezó a aumentar el gasto federal,
incrementándolo en un 42% desde el año fiscal 1930 al 1932. Lo que provocó un enorme efecto expulsión de la
inversión privada que venía cayendo por el “crash”. Pero para apreciar realmente el keynesianismo de Hoover,
debemos darnos cuenta de que este salto enorme en el gasto ocurrió en medio del colapso de los salarios y el
consumo, debido tanto a la reducción en la actividad económica como a la deflación de precios de principios de la
década 1930.
Esta combinación llevó a déficits sin precedentes en tiempos de paz bajo la administración Hoover . Su
predecesor Calvin Coolidge había incurrido en superávit presupuestario en todos los años de su presidencia. Mantuvo
el presupuesto federal prácticamente constante a pesar de la loca prosperidad de los “locos” años 20.
La verdadera razón por la que el desempleo se disparó durante la legislatura de Hoover no fue su aversión a los déficits.
Ni tampoco su encaprichamiento con el patrón oro. Lo que lo diferenció de los anteriores presidentes fue su insistencia
a los grandes negocios de que no recortaran los salarios. Ello en respuesta al colapso económico. La enorme rigidez
de salarios a la que sometió a las grandes empresas hizo que éstas quebraran.
La fijación de precios es algo que destruye exponencialmente empleo como hemos visto en nuestro país. El paro en
EEUU en esta época llegó a rozar el 30%, algo muy parecido a la España de nuestra época. La fijación de precios
destruye empleo.
Herbert Hoover consiguió convertir su superávit de 700 millones de dólares en un déficit de 2.600 millones de dólares
por 1932. El déficit de 2.600 millones de dólares de Hoover ocurrió porque gastó 4.600 millones mientras que sólo
recaudó 2.000 millones en ingresos. Así, como porcentaje del presupuesto total, el déficit de 1932 fue impresionante.
Desde otro ángulo, el déficit de Hoover en 1932 fue del 4% del PIB. Lejos de ser el récord de alguien que recortó el
presupuesto y mantuvo el gasto público a cero. Bien es cierto, que Hoover no aplicó directamente un New Deal como
hiciera posteriormente Franklin Delano Roosevelt. Esta fue ya el culmen de las políticas de intervención que han
llevado a los Estados Unidos a una inflación y devaluación constante del dólar.
En definitiva, el Presidente Herbert Hoover, si hizo algo. Es más, fueron sus políticas a tenor de los fascismos y
socialismos de la época que llamaban a la intervención de cada aspecto de la vida en sociedad, los que agravaron
enormemente la crisis económica. Bien es cierto que entraron muchos aspectos después con el “New Deal”.
Sin embargo, comportarse como un clásico liberal porque en absoluto lo fue. Sus constantes aumentos del gasto
federal y el gasto público. Así como el sometimiento al rígido control de precios de la economía. También la subida
indiscriminada de aranceles, la perversión del patrón oro clásico que había hecho del momento más próspero de la
humanidad crecer fue lo que convirtió a la Gran Depresión en una crisis global.
Conclusión
Debemos dejar a un lado las falsas creencias de lo que en verdad ocurrió y ha ocurrido en nuestra crisis. La enorme
intervención del sistema financiero global a través del monopolio estatal de imprenta de dinero fiat es el causante de
la crisis. Para nada lo ha sido, el capitalismo de libre mercado.
Detractores del new deal impacto de este en el sistema político y económico de estados unidos
Tras la Crisis de 1929, muchos países se volcaron hacia regímenes totalitarios para salir de la catastrófica
situación financiera en la que se encontraban. Sin embargo, en Estados Unidos decidieron apostar por un
cambio en la política de la nación y las elecciones de noviembre de 1932 las ganó el demócrata F.D.
Roosevelt. El Partido Demócrata era conocido por realizar una política económica intervencionista, por lo
que el nuevo presidente tenía como objetivo frenar las consecuencias negativas (paro, bajada del consumo)
que se habían producido tras el “crack” bursátil tres años atrás.
El New Deal reactivó la economía de EEUU tras la Crisis del 29'. A la izquierda vemos el cartel del WPA, que
señala las empresas adheridas al Programa de Recuperación Eocnómica.
Roosevelt se rodeó de lo que llamaron “brain trust”, es decir, un equipo de políticos liberales y
reformadores que tenían como inspiración las teorías del economista inglés John Maynard Keynes. Para el
nuevo equipo, la Crisis del 29 es el resultado de un excedente de producción y de una insuficiencia del
consumo. Por tanto, abogan por una “nueva distribución de las rentas”, llamada “New Deal”, que reduzca
la capacidad de producción mientras aumenta el poder adquisitivo. Hay tres medidas principales que se
engloban dentro de este cambio de rumbo.
Primero, están las medidas financieras. Con el fin de detener la cadena de quiebras bancarias, autorizan a
la Reserva Federal a conceder a los bancos créditos sobre títulos y efectos descontables. En otras
palabras, aprueban el uso de la inflación, que es legalizada en abril de 1933.
También tiene un apartado social: la lucha contra el paro. En mayo de 1933, se autoriza el pago de
subvenciones federales a los distintos Estados para que estos distribuyan ayudas a los parados. Combinado
con esta política, se empezaron a realizar grandes obras públicas en las regiones más atrasadas del país. No
fueron construcciones aleatorias, sino orientadas a ofrecer posibilidades de empleo futuro, como por
ejemplo en Tennessee, donde se crearon presas hidroeléctricas y sistemas de riego.
En septiembre del 35 se aprobó el “Social Security Act”, una ley que ideaba ayudas para los jubilados y los
parados. Todas estas medidas fueron financiadas mediante impuestos a las bebidas y a las rentas no
distribuidas de las empresas. En la parte negativa, se generó un déficit presupuestario que acabó
desapareciendo con la recuperación del país.
La crisis global genera consecuencias profundas, graves e incluso devastadoras para muchos países. América Latina es
una víctima de esta crisis. Las vulnerabilidades en la región se manifiestan en las dificultades para concertar políticas
que posean un carácter de Estado, es decir, que sean capaces de reflejar el conjunto de voluntades de los diversos
actores en el ámbito nacional. Estas dificultades de coordinación se expresan también en el nivel regional, en donde
no se ha logrado construir visiones compartidas para enfrentar la crisis. Más aún, en muchos casos han surgido
respuestas que apelan más al proteccionismo que al desarrollo de acciones concertadas entre los países. El ejemplo
más evidente ha sido el caso del G-20 y de las posiciones regionales en la última reunión de la Ronda de Doha.
Cabe destacar que los distintos países han tomado medidas que buscan mitigar los efectos de la crisis y
proteger sus respectivas economías. En este sentido, se puede señalar que la región se encuentra en
mejores condiciones de enfrentar esta crisis que durante las décadas de 1980 y 1990. En general, sin
embargo, los programas aplicados por los países tienen un fuerte sello económico y financiero, sin que se
expliciten medidas equivalentes en el terreno político. Este tipo de medidas requieren de acuerdos
nacionales específicos, quizás una de las vulnerabilidades más fuertes de los países de la región, en
particular para concertar políticas entre el Poder Ejecutivo y el Congreso, establecer mesas de diálogo con
la participación de diversos actores, así como conversaciones con los partidos políticos en la búsqueda de
posiciones que vayan más allá de la coyuntura en una perspectiva de largo plazo1.
Esta forma de solución de un problema global que se expresa localmente, generando graves consecuencias, abre
oportunidades no solo para mitigar a través de políticas sociales y económicas el impacto de la crisis, sino también
para reafirmar la perspectiva democrática y lograr una mejor gobernabilidad.
Entre los analistas se discute en qué momento estalló la crisis y cuáles son sus causas inmediatas. Lo que sí queda
claro es que hacia agosto de 2007 la crisis ya había tomado forma. Los países de la región comenzaron a tomar
conciencia de ella en ese momento, pero no se adoptaron decisiones. Se pensaba, en aquellos meses, que la región
podría «desacoplarse», en especial por la importancia creciente de la economía de China y otras economías asiáticas
para los países latinoamericanos. Sin embargo, al poco tiempo quedó claro que no existía tal desacople y que los
efectos de la crisis, lejos de limitarse a los principales países desarrollados, se sentirían también en la periferia: no solo
en lo económico (efectos comerciales, de inversiones y remesas) sino también desde el punto de vista político y de la
gobernabilidad2.En América Latina y el Caribe, los impactos se comenzaron a sentir a partir de 2009, año en que el
crecimiento negativo se expandió a toda la región, con caídas muy importantes en las dos principales economías (Brasil
y México). El impacto de la crisis no es lineal: adquiere distintos ritmos y profundidades y afecta de manera diferente
a los diversos sectores. La velocidad con que la crisis se expresa en los diversos países también varía. Los primeros
efectos se hicieron sentir en los países con mayores niveles de apertura económica, básicamente a través de una caída
en las exportaciones, lo que generó desempleo y una reducción del comercio. También cayeron las remesas, la
inversión y la asistencia para el desarrollo.
El contexto en el cual se ubica la crisis es global y sistémico. Involucra aspectos financieros, a los que hay que agregar
la crisis alimentaria de 2008, que aún se mantiene vigente en sus aspectos estructurales. Lo mismo ocurre con la crisis
energética –que ha reducido su impacto por la caída transitoria de los precios de la energía– y la crisis de violencia
que sufre América Latina. Finalmente, es necesario considerar también el impacto que está teniendo y tendrá el
cambio climático.
Incertidumbre es el mejor concepto para definir la situación actual (mediados de 2009). Incertidumbre sobre el
desarrollo y la evolución de la crisis en los distintos países de la región, sobre la velocidad y profundidad con que
afectará a los distintos sectores en cada país. Incertidumbre, también, respecto a cuáles son las principales
vulnerabilidades que presenta la región y cómo deberían priorizarse las respuestas en un contexto de grandes
restricciones, tanto políticas como económicas. Pero también la incertidumbre marca la evolución de la crisis en el
contexto global y en la capacidad de aplicación de las respuestas por parte del G-20. La incertidumbre se refleja en las
dudas sobre los conocimientos efectivos que poseen los economistas acerca de las medidas que deben ser tomadas,
en el corto y en el mediano plazo. E incluso podemos señalar una perplejidad en el liderazgo mundial frente a esta
crisis, que marca un cambio de era.
Pero también existen algunas certezas. Una de ellas es que el proceso de globalización continuará, quizás por nuevos
medios y nuevas formas. La revolución en los intercambios y las comunicaciones, las grandes transformaciones en el
transporte y las adecuaciones en la producción global seguramente encontrarán mecanismos globales y locales
diferentes a los conocidos a la fecha.
Otra certeza a mencionar es que, como consecuencia de la crisis, los paradigmas asociados a una economía de
mercado sin regulación cayeron de manera tan rápida y estrepitosa como el Muro de Berlín. La construcción de un
nuevo paradigma que logre equilibrar de mejor manera el mercado, el Estado y la sociedad tomará mucho tiempo,
pues no existe una respuesta inmediata. El ex-presidente de Chile Ricardo Lagos lo explica así: «Hemos aprendido que
cuando solo existen el ciudadano y el Estado y nada más, se cae el Muro de Berlín. Y cuando solo existen el consumo
y el mercado, se cae Wall Street. O sea, aquí hay una tríada: sociedad, Estado, mercado, en que la sociedad le da
instrucciones al Estado para aquellas cosas que cree que deben estar al alcance de todos»3.
Si no existe claridad sobre los conceptos que permitirán superar la crisis, difícilmente habrá un diseño compartido con
una visión de futuro capaz de construir la institucionalidad del siglo XXI. Pero es fundamental elaborar mecanismos de
acción que regulen el sistema financiero global, así como las instituciones que, a escala regional y nacional, sean las
contrapartes para enfrentar la crisis, sobre todo si se busca una respuesta democrática capaz de resolver los graves
problemas de marginalidad, pobreza y hambre que sufre un alto porcentaje de los seres humanos. «La pobreza y la
exclusión exacerban la inestabilidad. Es tiempo de priorizar la dimensión social de la globalización. Los trabajadores
que enfrentan la tormenta económica están pidiendo más justicia y mayor seguridad. Sus voces deben ser
escuchadas»4.
La crisis genera múltiples efectos negativos sobre la evolución de los mercados laborales. De hecho, ha revertido
significativos avances alcanzados en el periodo previo. En América Latina, el desempleo se había reducido de 11% a
7,4% entre 2004 y 2008. Ya en la primera parte de 2009 aumentó más de 1%, lo que significa que al menos tres millones
de personas quedaron sin empleo5. El director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Juan
Somabia, ha propuesto un «Pacto Mundial para el Empleo», que implicaría un compromiso tripartito para colocar el
trabajo y la protección social como elementos centrales de las políticas de los Estados6.
Los ex-presidentes reunidos en el Club de Madrid señalaron de manera muy clara los posibles efectos de la recesión
mundial. «La crisis puede poner en peligro los avances políticos de las últimas décadas, creando un ambiente propicio
para la generación de estallidos sociales con posible violencia y agravando las condiciones de vida e injusticia en que
viven millones de personas en la región»7.
La evolución futura de la crisis puede sintetizarse en diferentes escenarios ilustrados mediante letras. El escenario
ideal es una «V»: una rápida recuperación y, en menos de un año, una reactivación de la economía. El peor escenario
es «W» (una aparente salida de la crisis para volver a caer, quizás más profundamente) o una «W» sumada a una «L»
(la recesión se prolonga en el tiempo). El escenario intermedio es una recuperación en forma de «U», más corta o más
larga: una caída importante y una recuperación más lenta, es decir, la crisis se mantiene en el tiempo por un periodo
más corto o más largo (según si es una «U» cerrada o una «U» abierta).
Algunos autores tienden a señalar para algunos países un escenario en «V» (una recuperación relativamente rápida)
o de «L» (los países ya tocaron fondo pero la recesión se prolonga)8. La visión brasileña es que, al igual que los demás
países del BRIC (la India, Rusia y China), Brasil se encuentra en un escenario en forma de «U»: cayeron pero en un
corto tiempo se han recuperado y comienzan a crecer con la previsión de tasas positivas de alrededor de 3% a partir
de 20109. Por su parte, en el Estudio económico 2008-2009 de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(Cepal) se indica que «aunque hay indicios de que lo peor ya pasó, la recuperación será lenta y gradual. Llevará algún
tiempo la vuelta a la normalidad de los mercados financieros. No pueden descartarse episodios de inestabilidad»10.
Pero, más allá de la recuperación económica, es importante analizar el costado social de la crisis. Alicia Bárcena,
secretaria ejecutiva de la Cepal, alerta sobre el tiempo que llevará la recuperación de los indicadores sociales:
Las pérdidas que ocasionan las crisis no son recuperables en el nuevo ciclo. La próxima bonanza no asegura alcanzar,
por sí misma, lo que perdamos en esta crisis. Veinticuatro años hubieron de pasar para que la región alcanzara los
niveles de pobreza que exhibía antes de la crisis de 1980. Quisiera resaltar también un problema que normalmente
pasa desapercibido y que nos parece es de la más alta importancia: la experiencia histórica de América Latina nos
muestra que tomó doce años la recuperación del nivel de los indicadores de crecimiento observados antes que se
desatara la crisis de los años 80. Sin embargo, tomó veinticuatro años recuperar el nivel de los indicadores de bienestar
social, especialmente los de pobreza. Quiero decir algo tan simple como dramático: si nos cruzamos de brazos a ver
cómo la crisis nos pasa por encima, podrá tomar un cuarto de siglo volver a tener los indicadores sociales que hoy día
podemos observar.11
Las consecuencias políticas de esta lección son evidentes: la inestabilidad se puede prolongar en los sistemas políticos
por un tiempo equivalente. Incluso en el escenario de una recuperación rápida (en forma de «V»), la recuperación
social se prolongará más allá de los nuevos periodos presidenciales, que se elegirán a lo largo de este y del próximo
año. Por lo tanto, los mandatarios recién elegidos deberán gobernar sus cuatro o cinco años de mandato en un
contexto de crisis social, dado que la recuperación económica no posibilitará una mejora de los índices que se
alcanzaron en el periodo de crecimiento más importante de la región (2003-2007), que incluso se proyectó en 2008.
En suma, el contexto social y político regional tensionará los sistemas políticos latinoamericanos. El secretario general
de la Organización de Estados Americanos (OEA), José Miguel Insulza, advierte: «Los riesgos políticos de esta situación
son evidentes. Si se considera que varios millones de ciudadanos de América Latina y el Caribe han salido de la pobreza
en los últimos siete años, la reducción de empleos les crea una amenaza directa para volver a caer en esa condición,
algo que no estarán dispuestos a aceptar»12.
Desde el punto de vista netamente político, es posible visualizar los efectos de la crisis en siete áreas: impacto en el
sistema político democrático, mayores demandas sobre el Estado, polarización política, dificultades para la
consolidación del Estado de derecho, efectos en los procesos electorales, impactos en los procesos de integración y
consecuencias sobre el multilateralismo y la posición regional en él.
1. Efectos sobre la democracia. América Latina ha vivido un importante periodo democrático, aunque las instituciones
siguen siendo débiles. El golpe de Estado y la crisis que atraviesa Honduras marcarán un hito en esta tendencia
histórica, de allí la importancia de recuperar lo más rápidamente posible el Estado de derecho y el imperio de la
Constitución.
Pero, más allá de este episodio, lo cierto es que las últimas dos décadas han mostrado un importante apego a los
procedimientos democráticos, principalmente la realización de elecciones abiertas y cada vez más transparentes,
aunque en los últimos años han tendido a reaparecer algunos cuestionamientos a los resultados electorales. También
las tendencias reeleccionistas, a partir de un cambio en las reglas del juego, han erosionado la confianza ciudadana y
polarizado muchas de las sociedades de la región.
Una tarea esencial es que «la democracia se haga cargo de las demandas de quienes han estado históricamente
postergados, [de modo que] realmente garantice que los ciudadanos puedan realmente tener igualdad de
oportunidades»13. Esto significa, en otras palabras, expandir y profundizar la ciudadanía y fortalecer y efectivizar los
derechos de las personas, algo que resulta especialmente importante en momentos de crisis económica y deterioro
de los indicadores sociales. El rol de las políticas públicas en este desafío es esencial. Para promover la participación,
los derechos y la profundización de la democracia, es indispensable construir consensos sólidos en cada una de las
sociedades, de modo que el Estado democrático asuma una capacidad de liderazgo fundamental.
Cuidar la democracia, fortalecerla, significa muchas veces actuar en contra de viejas prácticas políticas de la región,
como el clientelismo, la demagogia y el mesianismo. Por eso, una tarea esencial es promover la confianza
interpersonal y la confianza en las instituciones democráticas; ampliar los espacios de participación ciudadana en los
contextos democráticos constitucionales de cada país, además de mejorar la transparencia y el acceso a la
información. El resultado serán ciudadanos más informados que apoyen y respalden los sistemas políticos
democráticos y que, a la vez, exijan y demanden a sus gobiernos satisfacer los mínimos sociales de cohesión e
integración social.
2. Mayores demandas sobre el Estado. El cambio de paradigma no solo afecta los marcos teóricos con los cuales se
analiza la realidad y se construyen hipótesis sobre la base de las cuales se toman las decisiones. El cambio de
paradigma luego del fracaso del Consenso de Washington, evidenciado en el colapso generado por la crisis global,
obliga a repensar el rol del Estado. En particular, la capacidad del Estado para actuar en el contexto de la globalización,
tanto en relación con los fenómenos transnacionales y globales (pandemias, cambio climático, crimen organizado,
entre otros) como frente a cuestiones estrictamente locales, ligadas a la convivencia democrática y la cohesión social.
Los gobiernos democráticos y sus instituciones son los que reciben las demandas de los ciudadanos, tanto la demanda
básica de protección y seguridad –frente a la delincuencia– como otras necesidades esenciales (salud, alimentación,
vivienda).
Un problema común a la mayoría de los Estados latinoamericanos es que fueron desmantelados, triturados y
reducidos a lo largo de las últimas dos décadas por el neoliberalismo, que centró su mirada en el mercado y consolidó
instituciones públicas desarticuladas, sin recursos y con bajas capacidades de acción. En el contexto de la crisis actual,
el liderazgo democrático debe simultáneamente reconstruir las capacidades estatales, en particular su capacidad de
regulación, y aplicar medidas de emergencia, tanto de carácter macroeconómico como social. Se trata, entonces, de
un contexto de demandas crecientes sobre Estados débiles. Si el Estado no logra desarrollar esta tarea, se pueden
producir situaciones críticas en las cuales los gobiernos no pueden resolver las demandas básicas de la sociedad y
aparecen casi como «Estados fallidos»; es decir, Estados que no garantizan la vigencia de la Constitución, el Estado de
derecho, ni las garantías básicas para su población. Aunque se trata de situaciones extremas, la crisis financiera global
puede empujar a muchos Estados a una situación de parálisis. Por eso, reforzar el Estado democrático en la región es
una tarea fundamental.
3. Más tensión y polarización política. América Latina presenta un nuevo mapa político que ha tendido a
consolidarse14 y que incluye diferentes miradas y perspectivas. Estas se diferencian en varios aspectos, tales como el
rol del Estado y el mercado, la inserción internacional, el papel de la inversión extranjera y la función de las
instituciones en el contexto democrático, entre otras. La crisis económica y su impacto en la economía real de los
países latinoamericanos pueden tensionar los sistemas políticos y debilitar los espacios para el debate y la expresión
de propuestas.
La incertidumbre y el miedo propician estallidos sociales. Ya se han visto algunas expresiones: el caso de los reclamos
de los indígenas de la Amazonia en Perú es quizás el que mayor relevancia mediática ha adquirido, con un saldo de
casi medio centenar de muertos, en una reedición del reclamo expresado en Argentina bajo la consigna «Que se vayan
todos». El golpe de Estado en Honduras es interpretado, principalmente por los países de la Alternativa Bolivariana
para las Américas (ALBA), como una reacción contraria al cambio promovido por este bloque.
Las tensiones políticas se están incrementando porque la crisis genera repercusiones inmediatas sobre los recursos
fiscales. Los Estados recaudan menos impuestos, tanto por el menor volumen de actividad en todos los países como
por un rezago en los pagos. Los gobiernos tienen menos recursos y, al mismo tiempo, deben enfrentar más demandas.
Los créditos se encuentran cerrados, tanto para los Estados como para el sector privado. La crisis obliga a una mayor
inversión social, pero no se tienen recursos ni existe la posibilidad efectiva de incrementar los déficits, lo que se
traduce en tensión política, discrepancias parlamentarias y crecientes protestas sociales. En este contexto, el peor
camino es el de la militarización. Se debe evitar, sobre todo a la luz de lo sucedido en Perú, la criminalización de la
protesta social. Para ello se deben buscar formas de diálogo permanentes que procuren encontrar soluciones
consensuadas entre los principales actores en cada una de las sociedades y regímenes políticos de la región.
4. Dificultades en la consolidación del Estado de derecho. Incluso antes del estallido de la crisis los países de América
Latina evidenciaban graves dificultades en la aplicación de la ley. El Estado de derecho se encuentra erosionado por la
corrupción y, en muchos casos, por el crimen organizado. Las debilidades institucionales dificultan un efectivo ejercicio
de los derechos para el conjunto de los ciudadanos: la ley no se aplica de igual forma para todos. Esta falta de imperio
de la ley –que en algunos casos llega a una pérdida del monopolio de la fuerza– afecta gravemente la gobernabilidad
y genera una creciente falta de apoyo a los sistemas democráticos y a los gobiernos. La abstención electoral se ha
incrementado en la mayoría de los países y la participación de los ciudadanos es escasa. Todo esto se traduce en un
menor apoyo a la democracia, lo que redunda en una mayor permisividad de actitudes, propuestas y acciones no
democráticas en las distintas sociedades.
El crimen organizado inhibe el ejercicio de derechos básicos de los ciudadanos15. A menudo estos se encuentran
«prisioneros» en sus hogares, con temor a salir a la calle, y han perdido muchos espacios públicos, que hoy están en
manos de la delincuencia. La libertad de circulación ha desaparecido o se ha restringido en muchas áreas de distintas
ciudades latinoamericanas o a determinadas horas. El Estado ha dejado de estar presente en muchos de estos
espacios. Pero la cara visible del Estado no puede ser únicamente la fuerza y la represión. El Estado debe garantizar
su presencia en el conjunto del territorio a través de sus diferentes instrumentos y marcos institucionales, en especial
la educación, la salud, la vivienda, las obras públicas y la cultura. Esta debilidad del Estado puede agravarse en
momentos de crisis, tensión social y escasez de recursos.
5. Efectos en el nuevo ciclo electoral. Durante 2009 y 2010 se habrán realizado elecciones en diez países de la región
(Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Honduras, Panamá y Uruguay). Esto significa que se
renovará prácticamente la mitad del liderazgo regional.
Los mandatos presidenciales en América Latina tienen una duración de cuatro años en siete países, de cinco años en
nueve países y de seis en dos. Si la crisis económica tiene una recuperación relativamente rápida (escenario en «V»),
podría registrarse una recuperación económica a partir del segundo semestre de 2011, y más plenamente en 2012 y
2013. Si el escenario es en «L», todo el mandato presidencial será ejercido en un contexto de recesión e incluso de
estagnación. En cualquiera de los dos escenarios, lo cierto es que los diez presidentes elegidos deberán convivir con
condiciones sociales adversas, que no se recuperarán rápidamente a menos que se apliquen políticas sociales efectivas
que busquen de manera concreta cambiar y mitigar el impacto de la crisis. Esto genera altos niveles de incertidumbre
respecto de la voluntad de la ciudadanía en relación con los procesos electorales. El clima de temor podría derivar en
procesos electorales altamente polarizados, en los cuales la hostilidad y el enfrentamiento terminen debilitando la
democracia y generando el espacio para el ascenso de opciones políticamente autoritarias. «Una crisis de esta
magnitud requiere grados de unidad nacional más allá de los procesos electorales. Es mediante un sistema de
acuerdos políticos y sociales que las democracias de la región podrán fortalecer la gobernabilidad y la viabilidad
política de las medidas que será necesario adoptar»16.Como se señaló, los nuevos presidentes asumirán en 2010 (con
excepción del presidente de Brasil, que asume el 1 de enero de 2011). Por lo tanto, el tiempo para conocerse y
construir relaciones de confianza entre sí es muy breve. El espacio para acordar políticas dentro de su periodo efectivo
de ejercicio es, en el mejor de los casos, de dos años, lo que podría desincentivar los procesos de integración.
Los procesos electorales también deben ser analizados desde el punto de vista de la forma en que los mercados de
capitales globales y la inversión extranjera miran y perciben las elecciones. Una de las principales características de
los mercados de bonos soberanos latinoamericanos, según señala la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE), es «que se han mostrado extremadamente sensibles a los acontecimientos políticos, por ejemplo,
reaccionando negativamente ante la incertidumbre que inevitablemente acompaña las elecciones democráticas»17.
Las sensibilidades de los agentes económicos se expresan también sobre los programas y los discursos que se
manifiestan en cada sistema político, los compromisos económicos y las políticas que seguirán.
Un quinto aspecto que aparece con fuerza en los contextos electorales está referido a los modelos de desarrollo, tanto
políticos como económicos, sociales y culturales. Desde antes incluso del inicio de la crisis habían comenzado a
manifestarse visiones en muchos casos antagónicas empobrecidas sobre los modelos que se proponen a la ciudadanía.
En fechas recientes, aparecen tendencias que se mueven de la polarización al inicio de un clima de hostilidad cívica.
Se trata de una situación altamente preocupante: a la falta de cohesión social se agrega la creciente tensión política,
que puede llegar a fracturar los procesos democráticos.
6. Efectos sobre los procesos de integración. En general, los discursos que se escuchan en la región coinciden en
afirmar que la integración constituye uno de los instrumentos principales para enfrentar la crisis. Sin embargo, la
práctica y las acciones desarrolladas por los distintos gobiernos muestran graves debilidades para coordinar políticas
y avanzar en el diseño de una agenda común. La falta de una perspectiva estratégica compartida inhibe la construcción
de la institucionalidad que la integración requiere y el desarrollo de los espacios de convergencia necesarios para
consensuar políticas.Pero no se trata solo de la construcción institucional. Una tarea impostergable es promover un
mayor intercambio regional y ampliar las facilidades de acceso al comercio intralatinoamericano. En un contexto de
crisis económica global que se manifiesta en una reducción del comercio, las miradas se vuelven hacia el mercado
interno. El mercado local de nuestros países debería ser el mercado latinoamericano. Esto exige pocos pero
significativos ajustes, lo que a su vez demanda una voluntad política capaz de concretarse en plazos efectivos y
acciones concretas. La Secretaria Ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena, lo señala en estos términos:
El comercio intrarregional también ha caído fuertemente, lo que es preocupante en lo que se esperaría que el
comercio entre los países de la región pudiera de alguna manera contrarrestar la caída en otros destinos y orígenes,
además de su potencial contribución a la creación de empleo. Sin embargo, el comercio intrarregional no está
reaccionando y urge la creación de líneas especiales de financiamiento para defenderlo.18
Además de fomentar el comercio regional, han surgido múltiples ideas sobre formas de compensación para el pago
en monedas locales. Algunas de ellas han avanzado de forma bilateral, como en Brasil y Argentina. El rol de la
Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi) en este campo debe ser reforzado como un instrumento esencial
para el incremento y la ampliación del mercado latinoamericano. En este marco, la tarea de los bancos de inversión
de la región es fundamental para avanzar en la integración. Los principales puntos de la agenda son comunes en cada
una de las subregiones y poseen alta prioridad para todos los países: infraestructura, comercio, energía, alimentos y
tecnología constituyen una agenda sustancial básica que puede ser apoyada por los bancos de desarrollo regionales,
los cuales deberían recibir recursos internacionales de modo de fortalecerse y ampliar su cobertura (este es uno de
los acuerdos del G-20 que requiere ser operacionalizado). Sin embargo, esta agenda aún no se ha llevado a la práctica,
aunque en muchos casos existen proyectos específicos que podrían impulsarse de manera prácticamente inmediata.
Los países de la región han desarrollado una intensa actividad para intercambiar análisis, visiones y proyección acerca
del impacto de la crisis a través de al menos una veintena de cumbres. Existen ya algunos puntos consensuados, como
la necesidad de una reforma de la arquitectura financiera internacional y el establecimiento de marcos regulatorios
para los mercados de capitales, así como el fortalecimiento de los vínculos entre las distintas instancias de integración.
No obstante, la transformación de estos diagnósticos en cursos de acción efectivos no se ha producido en la mayoría
de los casos. Es más: la tensión y radicalización de las posiciones políticas en muchos países de la región han acentuado
las tendencias a la fragmentación. En este marco, la construcción de consensos regionales se ha hecho más dificultosa
y lenta, y requiere un mayor esfuerzo político-diplomático. Consensuar políticas hoy es más difícil que antes de la
crisis. Sin embargo, la tarea de construir un sentido y una proyección estratégica común es fundamental19. Debemos,
por lo tanto, perseverar en esta meta.
7. Impactos sobre el multilateralismo. Con la llegada de Barack Obama al gobierno, el unilateralismo impulsado por la
anterior administración estadounidense fue dejado de lado. Se ha creado un nuevo clima y una nueva forma de
acercamiento ante los problemas internacionales. Hoy todos los países reconocen que, por sí solos, no están en
condiciones de resolver ninguno de los grandes problemas globales. La crisis financiera ha demostrado de manera
palpable que la respuesta debe ser multilateral.
Este nuevo contexto abre una gran oportunidad para los países latinoamericanos. Por primera vez en muchas décadas,
América Latina participa de la mesa de negociaciones en la que se decidirá la arquitectura mundial y los principales
procesos que organizarán la economía y la política global. Sin embargo, la coordinación de los países latinoamericanos
para presentar una visión compartida ha sido, hasta ahora, muy deficiente. Más aún: no existe una idea compartida
sobre las reformas que propone la región. Y sin esta visión común, el peso de los países latinoamericanos que
participan en el G-20, y de la región en general, se reduce.
La mayoría de los problemas globales son parte de los problemas nacionales y locales, al tiempo que muchos de los
problemas locales que genera la crisis están referidos o ligados a dimensiones hemisféricas y globales. Esto implica
que las alternativas deben abocarse simultáneamente a abordar las distintas esferas. Para ello, como ya se señaló, es
necesario más integración, más cooperación y la construcción de visiones conjuntas. «El desafío para los líderes del
mundo es aglutinar a los ciudadanos y a las sociedades en torno a un programa de cambios fundamentado en nuevos
valores y una nueva cultura. (…) La economía requiere una regulación de alcance mundial así como la política mundial
requiere un gobierno democrático mundial.»21
La crisis financiera global y la conjunción de esta con otras crisis generarán importantes limitaciones al desarrollo
humano que potenciarán las amenazas a la seguridad humana, en un contexto de tensiones en los sistemas políticos
democráticos que en algunos casos incluso pondrán en juego la gobernabilidad democrática. Por eso, recuperar y
robustecer la política es esencial. Los debates sobre macroeconomía, reformas a la institucionalidad y diseño de una
nueva arquitectura financiera global, entre otros, no son debates simplemente técnicos: son esencialmente debates
políticos. Ellos se ligan y se entrelazan directamente con las visiones del desarrollo que surgen de cada país y de cada
subregión.
La crisis es el resultado de un mundo sin normas. «Se nos presenta, entonces, una oportunidad sin precedentes para
repensar la manera como los líderes han estado actuando y haciendo las cosas y para promover reformas que
conlleven a un modelo más democrático»22. Esto implica reafirmar la necesidad de diseñar una mirada global fundada
en la cooperación y la solidaridad en el contexto democrático, que requerirá de innovación y de generación de
confianza política como uno de los activos principales para superar la crisis. La política puede asegurarnos las mejores
alternativas.
Reacciones de america latina ante la gran depresion: industrializacion por sustitucion de importaciones, politicas
sociales y economicas, movilizacion popular y represion
Argentina ha mantenido desde 2003 un superávit fiscal promedio cercano a un punto de su producto;
Bolivia, desde la llegada de Evo Morales el déficit fiscal se convirtió en superávit; Chile, salvo en 2003, ha
tenido un superávit equivalente a seis puntos del PIB; Ecuador ha equilibrado sus cuentas fiscales; incluso
Venezuela ha tenido un déficit promedio de 0.6% de su PIB; sólo Brasil y Uruguay han mantenido en casi en
todos los años situaciones ligeramente deficitarias. En Colombia, Costa Rica, México y Perú, sólo el primero
ha tenido un déficit promedio alto (3.9% del PIB).
En cuanto a la cuenta corriente de la balanza de pagos, un auge explicado por una favorable relación de
precios entre exportaciones e importaciones, aunada a una expansión importante de los flujos comerciales
de mercancías, significó para América Latina una situación pocas veces vivida: un superávit
creciente.21 CEPAL ha hablado incluso de los superávit gemelos de América Latina que están directamente
asociados a un crecimiento de los ingresos fiscales, derivado de altos precios de las exportaciones y de la
expansión de la actividad económica, que se acompañaron por un incremento del gasto público menos
expansivo y una reducción sustancial de la deuda pública externa. En las nuevas condiciones recesivas esos
superávit desaparecerán, ya que no se explican por razones estructurales sino coyunturales.
La reducción de la deuda pública externa está asociada a decisiones de política económica y, en
consecuencia, puede derivar de una estrategia que se propuso reducir las vulnerabilidades de la economía
y, al mismo tiempo, acotar o incluso eliminar las eventuales complicaciones que pudieran surgir con el FMI.
Pese a estos esfuerzos las grandes empresas latinoamericanas tomaron cuantiosos créditos en dólares. En
el cuadro 2 se muestra la evolución de la deuda externa, con información para el endeudamiento privado.
En Argentina, en el primer trimestre de 2007 la deuda privada era 43% de la deuda externa, de la cual 67%
era a corto plazo; en el segundo trimestre de 2008 la proporción de la deuda privada en el total pasó a 45%
y los compromisos de corto plazo se mantuvieron en las dos terceras partes. En Brasil la deuda externa
privada representaba 58% en el primer período y crece hasta 66% en el último, en tanto en Chile el dato es
cercano a 80% y en México se ubica ligeramente por encima de 50%. La reducción de la deuda pública
externa ha permitido incrementar el gasto público para fines sociales y de promoción económica sin que
afecte las finanzas públicas, ya que se han contraído los pagos de capital e intereses a los acreedores
externos.
En relación con la inflación en los años 2003-2008 (ver el cuadro 4) los resultados de los países
seleccionados, con la excepción de Venezuela, son muy cercanos y dan cuenta de una preocupación por
mantener controlada esta variable. En ese propósito no parece que las diferencias ideológicas entre los
equipos gobernantes hayan implicado consideraciones distintas de política monetaria y crediticia. Lo que
importa distinguir es la situación de los bancos centrales.22
Un gobierno que prioriza el cumplimiento de la responsabilidad social del Estado no puede estar sujeto a
las decisiones de una instancia que opera autónomamente. Por el contrario, la política monetaria tiene que
considerar en el diseño de sus propuestas; tanto los objetivos de crecimiento, como las metas de inflación.
Esos dos objetivos pueden resultar en momentos contradictorios, de modo que las representaciones
electas son las autorizadas para resolver el eventual dilema. Este es, por supuesto, un asunto central y debe
formar parte de cualquier propuesta económica interesada en mejorar las condiciones de vida de la
población.
Otro asunto de fundamental relevancia es el de la política social, que entendemos como la política
económica que se propone expresamente mejorar las condiciones de vida de grandes grupos de la
población. Aquí las diferencias ideológicas y programáticas de los diferentes gobiernos latinoamericanos
tienen una connotación particular. Para las izquierdas el tema de la desigualdad es un baluarte fundamental
que debe ordenar el conjunto de la propuesta gubernamental. Cumplir con los requerimientos sociales no
se limita a lo que puede hacerse después de cumplir con los determinantes convencionales de política
económica. Para un gobierno comprometido con una propuesta política distinta a la ortodoxia neoliberal
dominante, por la que han votado los electores, la política económica de contenido social es decisiva.
Para evaluar los resultados de este tipo de política un indicador central es el desempleo. A principios del
siglo XXI la tasa de desempleo promedio en América Latina era de 10.4 y para 2008 se había reducido a 7.5.
Este es un logro básico que indica que el auge, por lo menos en una parte, contribuyó a mejorar la
ocupación. Sin embargo, aunque los desocupados hayan disminuido eso no quiere decir que la calidad del
trabajo haya sido adecuada; el trabajo se ha precarizado lo que explica que porciones importantes de la
fuerza de trabajo en busca de empleo u ocupada en las posiciones más difíciles del mercado de trabajo haya
decidido emigrar. En países como México, Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua la emigración se
dirigió a Estados Unidos; para los países andinos el destino fundamental fue España. En países como
Argentina y Uruguay, ha habido flujos migratorios mucho menores en otros destacamentos de la fuerza de
trabajo, la emigración ha reducido la presión al mercado de trabajo local. Con esta importante salvedad, el
indicador de desempleo, con la excepción de Brasil y México que son los países con las economías más
grandes de la región, mostró un desempeño muy favorable, destacadamente en Chile –que pasó de 9.7 en
2000 a 7.7 en 2008– Uruguay (13.6 y 7.9) y Venezuela (13.9 y 7.4).
Dos últimos indicadores relevantes: las personas en situación de pobreza e indigencia y la distribución del
ingreso. Como se anotó, la mejora en los datos que mostraremos tiene que ver tanto con los resultados de
una política deliberada de atención a estos problemas como por las remesas enviadas por los migrantes a
sus familias. Estos efectos combinados permitieron reducciones importantes en la proporción de pobres e
indigentes en la población total: en Argentina el total de pobres pasó de 23.7% de la población total en
1999 a 21 en 2006; en Bolivia el cambio es importante: de 48.7% de pobres en 1999 a 42.4 en 2007 y los
indigentes de 19.8 a 16.2; en Brasil la reducción fue de 30.6% de pobres en el total a 26.9 y 9.6 de indigentes
en la población total a 6.6%; en Chile los pobres se redujeron sustancialmente al pasar de 27% del total a
13.9 y los indigentes de 7.1 a 3.2; en Venezuela la mejora fue extraordinaria ya que los pobres se redujeron
de 48.7 a 28.5% del total y los indigentes de 19.2 a 8.5% de la población total.
En relación con la distribución del ingreso, usamos como indicador el cociente entre la apropiación del
ingreso nacional del quintil más rico (Q5) contra el quintil más pobre (Q1), que es internacionalmente muy
comparable. Este indicador que aparece en el cuadro 5 revela una mejoría importante: en Bolivia (40.3 a
30.3 veces), Brasil (34 a 24.3), Chile (18.1 contra 14.1) y Venezuela (15.1 a 10.5); mejoras ligeras en
Argentina (16.7 a 15.6), Colombia (22.3 a 20.6), Ecuador (15.2 a 14.3) y México (15.9 a 13.8) y un pequeño
incremento de la concentración en Uruguay (9.9 a 10.5) que se mantiene, pese a esto, como el país con
menor concentración del ingreso en América Latina.
En términos internacionales la mejor distribución del ingreso es la de Corea y los países escandinavos que
tienen un indicador Q5/Q1 de un poco más de seis veces; otra medida internacionalmente comparable es
la participación del Q1 en el ingreso nacional (World Bank, 2009). Los países con mejor situación son: Japón
(10.6), República Checa (10.3), Noruega (9.6) y Suecia (9.1); la comparación con los países de la región,
como se aprecia en la segunda columna del cuadro 5 (Q1), indica que la concentración del ingreso en
América Latina sigue siendo muy alta, pero justamente el desafío abierto por la llegada de gobiernos de
izquierdas ha provocado una mejoría significativa.
Un resumen de los efectos de la Gran Depresión en los estadounidenses debe examinar lasconsecuencias
para los afroamericanos, los hispanos y las mujeres. En general, la década de1930 retrasó a todos los
grupos; La gran mayoría de las ganancias económicas de décadasanteriores se perdieron.
¿Cómo respondió a la situación el arte de la década posterior al crac? La exposición America after the Fall:
Painting in the 1930s (Estados Unidos tras la caída: la pintura de los años treinta) es una panorámica sobre
la respuesta de los creadores plásticos del país al turbulento clima económico, político y estético que
dominó la década siguiente, escenario de la Gran Depresión, la más larga, de mayor profundidad y la que
afectó a mayor número de países en el siglo XX.
La muestra, en la Royal Academy of Arts de Londres del 25 de febrero al 4 de junio, despliega casi medio
centenar de pinturas seminales firmadas por algunos de los artistas más renombrados de la década, entre
ellos Thomas Hart Benton, Georgia O'Keefe, Philip Guston, Edward Hopper, Alice Neel y Jackson Pollock.
Quizá la obra más conocida y desde luego el mayor atractivo de la exposición sea American Gothic (Gótico
Americano), el retrato de dos granjeros impávidos y dramáticos de una zona rural de Iowa, pintado en 1930
por Grant Wood. Es la primera vez que el cuadro, muchas veces citado en la cultura popular del siglo, sale
de las fronteras de los EE UU —es propiedad del Instituto de Arte de Chicago— para ser exhibido en el
extranjero.
La pintura al óleo, de pequeño tamaño (78 por 65 centímetros), fue
adquirida por el museo de Chicago tras la convocatoria de un premio
dotado con 300 dólares. Wood (1891-1942), natural de la zona,
pretendía que el retrato —una pareja de granjeros, padre e hija,
posando sin emociones palpables en el rostro ante un granero—
fuese una afirmación positiva sobre los valores rurales, una imagen
de tranquilidad en un momento de gran dislocación y desilusión.
'Supervivientes'
El estilo de alto detalle y la rígida frontalidad de las figuras, inspiradas en el estilo de los artistas de la edad
de oro del renacimiento flamenco que Wood admiró en un viaje por Europa, convirtió la pieza en un
comentario plástico de carácter editorial sobre el carácter y la forma de ser de los habitantes del inmenso
Midwest estadounidense. Centenares de veces parodiado y reinterpretado, en cine, televisión, publicidad,
animación y otros soportes, el retrat0 sólo ha salido una vez de los EE UU, en 1949, para una exposición en
Canadá.
Desde la pinacoteca de Chicago explican que la obra de Wood conserva una interpretación abierta. "Ha sido
vista como idílica y distópica al mismo tiempo", porque, con una cualidad abierta que solo contienen
algunos cuadros, el espectador no puede estar seguro si se trata de una soflama tradicionalista y de
honradez ciudadana, un anhelo nostálgico o una advertencia por la pérdida de un estilo de vida.
Tal como sucede con el óleo de Wood, una imagen que sido incorporada a la cultura popular
estadounidense porque de ella emanan los sentimientos de desgracia, final de los buenos tiempos y un
mutismo receloso y serio como respuesta, los artistas de la época se tomaron muy en serio lo crucial del
momento para preguntarse, como dicen desde el museo, "¿qué es el arte estadounidense?". La severa
recesión económica del país y la creciente amenaza del fascismo en Europa y Asia, los pintores "aplicaron
sus visiones personales sobre la nación para volver a plantear la modernidad".
'Identidad nacioanal'
La deplorable situación social y la práctica quiebra financiera del Estado, empujado por la irresponsabilidad
bancaria y los especuladores, fue un acicate para "forjar un nuevo arte sobre la identidad nacional". Las 50
obras que reúne America after the Fall son de algunos de los pintores más valientes y personales de la
primera mitad del siglo XX, entre ellos las dos rutilantes figuras deHopper y O'Keeffe.
Las obras componen un recorrido estético que también es político y filosófico. Este "revelador retrato de la
evolución de la psique de los EE UU" incluye la melancolía reflexiva de Hopper, uno de los primeros artistas
en mostrar la soledad contundente de la vida en el siglo XX, pero también el audaz romanticismo de Thomas
Hart Benton y sus compañeros regionalistas, que buscaban crear un arte nacional que glorificase al país
como acicate para salir de la amargura.
El linchamiento de un negro
Pintores como Philip Evergood y Ben Shahn optaron por el realismo social y el activismo para protestar
contra las políticas de la época, destacando las apremiantes necesidades de los aparceros nómadas, los
inmigrantes judíos y otros miembros marginados de la sociedad. Los problemas raciales también salieron a
la luz: Joe Jones representa de forma escalofriamente el linchamiento de un negro y Aaron Douglas añade
una visión más inclusiva de la cultura afroamericana en la epopeya estadounidense.
Otros creadores presentes son el realista Charles Sheeler; el grupo de cubistas de Park Avenue, que se
dejaron llevar por los ecos vanguardistas que llegaban de Europa para presentar una realidad quebrada,
y Paul Cadmus, que añadió a la crítica social un componente homoerótico novedoso en el país.
Los organizadores de la muestra opinan que ofrece una "mirada pionera" hacía la "turbulencia" en el
mundo económico y político y, como prolongación, un "proceso de crítica y dinámica estética" que llevó a
los principales artistas estadounidenses de la época a "repensar la modernidad" tras el "impacto
devastador" de la Gran Depresión.
Un país en reconstrucción
Durante la década de los treinta las consecuencias de la inseguridad económica y las dificultades sociales,
impulsadas por la urbanización masiva, la industrialización y la inmigración, repercutieron en un país que
intentaba la reconstrucción y, en un plano más profundo, "redefinir su identidad".
Los artistas experimentaron con estilos que van de la abstracción al regionalismo y el surrealismo, para
abordar temas como el populismo, el trabajo y la protesta social. Con independencia del estilo, deseaban
"ayudar a reparar una democracia dañada por el caos económico y político".