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CAPITULO VI

DIVISION DE LA TEOLOGIA

Se puede considerar a la Teología bajo diferentes aspectos, como son su fin, su


materia o su método, y por consiguiente hacer en ella diversas divisiones y
reconocer diferentes partes.

Podemos mirar a la Teología bajo el punto de vista de su finalidad y


preguntarnos cuál es la intención del trabajo teológico, y si tendrá una finalidad
teórica o práctica. Una ciencia práctica tendrá como fin regular nuestras acciones
y ordenar el obrar de nuestra vida, mientras que la ciencia teórica o especulativa,
según la expresión de los escolásticos, estará ordenada al conocimiento de la
verdad y se dedicará a conocer para conocer. No se trata de saber si la Teología
puede contribuir a hacernos mejores, sino de saber si persigue primordialmente
semejante finalidad, y ante esta cuestión se pueden dar cuatro respuestas
teóricas, que son al mismo tiempo cuatro respuestas históricas:

a).- Para Juan Duns Escoto, monje escocés, así como para Alejandro de Hales,
franciscano inglés, y para Alberto Magno, monje dominico alemán declarado
Doctor de la Iglesia, todos ellos teólogos famosos del siglo XIII, la Teología era
simplemente una ciencia práctica, porque fomenta la piedad y estimula a la
voluntad para que tienda hacia el bien último. Alejandro de Hales dijo que la
Teología es una “ciencia efectiva”, mientras Alberto Magno opinó que es “un
saber que inclina a la piedad”.

b).- Para Enrique de Gante, por el contrario, la Teología es pura y simplemente


una ciencia teórica, ya que se dirige al conocimiento y a la contemplación de
Dios.

c).- Para San Buenaventura, el gran teólogo italiano del siglo XIII que fue
llamado “Doctor Seráfico”, la Teología es a la vez teórica y práctica, pero
principalmente práctica porque atiende a hacernos mejores, ya que su finalidad
no es especular, sino enseñar a vivir cristianamente. Es característica de esta
opinión la pregunta que se formuló San Buenaventura: “¿Hacemos Teología por
deseo de ver, o para santificarnos?”.
El conocimiento teológico, según San Buenaventura, sostiene a la fe y la fe
reside en la inteligencia, pero está allí para tocar el corazón, por eso el saber que
Cristo ha muerto por nosotros suscitará necesariamente amor, a no ser que el
hombre sea un pecador empedernido.

Como vemos, el grupo de teólogos del siglo XIII defiende una doctrina que
subraya ante todo el aspecto de salvación y el carácter afectivo de la Teología.
Se sitúa así como continuador de San Agustín y de San Bernabé en una
perspectiva en la que lo que interesa no es tanto la verdad en sí misma, sino el
valor de vida que tiene la verdad. Perspectiva legítima y llena de grandeza.

d).- Santo Tomás de Aquino ofreció un punto de vista diferente al decir:


“Hacemos Teología para hacernos mejores y para conducir a los demás a la
santidad, pero la Teología es principalmente un saber teórico”. Efectivamente, si
nos preguntáramos a qué fin está ordenado todo el trabajo teológico, habríamos
de responder que la Teología busca en primer lugar conocer y penetrar en el
misterio divino, que quiere primero comprender y luego edificar, porque la
reflexión sobre las verdades de la salvación es la que nos hace descubrir sus
valores de vida, y porque la verdad del misterio está en encontrarse enfocado
hacia la salvación; por eso la Teología es en primer lugar contemplación de la
verdad, y después será edificación de Cristo en nosotros.

Un conocimiento más profundo de la Palabra de Dios y de su valor de salvación


tiene que manifestarse en una vida conformada con ese conocimiento, y así
como la fe alcanza su expansión en la caridad y en el conocimiento que lleva al
amor, tiene que existir una especie de fecundación recíproca entre el
conocimiento y la vida. Sobre esto observaba San Buenaventura: “Que nadie
crea que le basta la ciencia sin la unción, la especulación sin la devoción, la
investigación sin la admiración, el trabajo sin la piedad, la ciencia sin la caridad,
la inteligencia sin la humildad, el celo sin la gracia divina, el reflejo sin la ciencia
divinamente inspirada.

Hablemos ahora de una posible clasificación de la Teología. Si se considera


según la materia estudiada, la podremos ordenar según sus disciplinas en
Teología Apologética, Teología Dogmática, Teología Moral, Teología Espiritual,
Teología Litúrgica, Teología Patrística, etc., y según los tratados que comprende,
en Teología de la Revelación, de la Iglesia, de Dios Uno y Trino, de la Creación,
de la Encarnación, de la Redención, de la Gracia, de las Virtudes, de los
Sacramentos, de los Fines Últimos, etc.

Por último, si se considerara a la Teología bajo el punto de vista del método de


su estudio, se podría hablar de una Teología Positiva y de una Teología
Especulativa. La terminología en este punto es variable; unos autores hablan de
Teología Histórica en vez de Positiva, y de Teología Sistemática en lugar de
Especulativa; otros hablan de una Teología Dogmática que comprendería el
estudio de la Escritura, los Padres de la Iglesia y el Magisterio, y de una Teología
Sistemática, que es totalmente Teología Especulativa.

El método de una ciencia se determina a partir de su objeto y de su fin. Pues


bien, el objeto de la Teología es Dios en su vida íntima y en su plan de
salvación, y el fin de la Teología es comprender mejor el plan de Dios salvador,
que consiste en introducir a la criatura humana en la intimidad de la vida divina.
Tal es, en efecto, el misterio oculto en Dios desde toda la eternidad: la redención
del hombre y su retorno al Padre por medio de Cristo. De ahí se sigue que el
método de la Teología supone dos momentos esenciales: Primero, el de la
determinación del objeto de fe, o Teología en su función positiva, y segundo, el
de la inteligencia de ese objeto de fe o Teología en su función propiamente
reflexiva, o especulativa, o sistemática.

Ante todo, la Teología tiene que conocer la Palabra de Dios de una manera
completa y precisa, y luego tiene que comprender esa Palabra. Lo mismo que en
las ciencias experimentales se empieza recogiendo hechos para interpretarlos a
continuación, así también la Teología recoge y sistematiza el dato revelado (es la
Teología Positiva) para buscar luego su inteligibilidad (haciendo Teología
Especulativa).

El Concilio Vaticano II ha consagrado de algún modo este proceder de la


Teología. En su decreto “Optatam Totis” sobre la formación sacerdotal, al hablar
del lugar de los estudios teológicos en la vida de los que se preparan al
sacerdocio, observa: “Las disciplinas teológicas han de enseñarse a la luz de la
fe bajo el magisterio orientador de la Iglesia, de manera que los alumnos
deduzcan con toda exactitud de la divina revelación la doctrina católica y
penetren en ella profundamente, convirtiéndola en alimento de la propia vida
espiritual para poder anunciarla, exponerla y definirla en su ministerio sacerdotal.

Unas líneas más abajo, describe de este modo el proceder teológico:

“Ordénese la Teología dogmática de manera que ante todo se propongan los


temas bíblicos, expónganse luego las aportaciones de los Padres de la Iglesia de
oriente y occidente, en la fiel transmisión e interpretación de las verdades de la
revelación, igualmente la historia general del dogma, considerada incluso en
relación con la historia general de la Iglesia”.

Continua, el texto:

“Aprendan además los alumnos a aclarar, en cuanto sea posible, los misterios de
la salvación; a comprenderlos más profundamente y captar sus mutuas
relaciones por medio de la especulación, bajo la dirección de Santo Tomás.
Evidentemente trata este párrafo de la función especulativa de la Teología, de la
inteligencia de la fe.

http://www.mercaba.org/FICHAS/edoctusdigital/06_division_de_la_teologia.htm[02/11/2010 15:33:40]

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