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El sol es una de las energía inagotables, además es una fuente que se

aprovecha con captadores de celdas fotovoltaicas que se encargan de


convertirla en energía eléctrica en forma limpia, económica y disponible, lista
para utilizarla en diversas aplicaciones de iluminación.

Entre las opciones en las que se puede emplear la tecnología, se encuentra el


alumbrado público. Al analizar la cantidad total de electricidad que se utiliza
en la iluminación de las calles, parques, plazas, hoteles, estacionamientos,
fraccionamientos, universidades o cualquier espacio al aire libre, resulta
evidente que el consumo es considerable.

Con la generación de energía eléctrica proveniente del Sol, es posible crear


un sistema de alumbrado público solar que cuente con luminarias bien
diseñadas, capaces de proveer luz confiable y gratuita por mucho tiempo.
Este tipo de sistema unitario de iluminación, también conocido con el
nombre de lámparas, postes, reflectores o farolas solares, es totalmente
independiente debido a que, por su diseño, opera de manera autónoma, lo
que garantiza una amplia seguridad para los usuarios.

La creación de las lámparas solares tuvo el objetivo de reducir los altos


consumos de alumbrado público, así como proveer servicio de iluminación en
lugares donde la disponibilidad de electricidad es complicada y donde no es
práctico extender las líneas o redes eléctricas. Este tipo de problemática se
presenta con regularidad en ayuntamientos, plantas industriales, fábricas,
comunidades rurales, carreteras, haciendas y casas de campo, por citar
algunos ejemplos.

Cabe mencionar que las luminarias convencionales utilizan energía eléctrica


proveniente de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), con lo cual existe un
costo de operación fijo; en cambio, los reflectores solares se sirven de la
electricidad que ellas mismas generan, evitando el costo de operación.

Dentro de la gama de farolas solares, los diferentes modelos varían en la


potencia, en la tecnología y en el tipo de componentes. Por ejemplo, los
reflectores más demandados son las de tecnología LED, pero también se
encuentran las de inducción magnética, de vapor de sodio de baja presión y
fluorescentes compactos. En general, las lámparas solares autónomas
presentan bajo consumo de energía debido a que cuentan con un sistema
fotovoltaico y otro de respaldo (baterías). Existen luminarias desde 20 a 120
watts, pero las últimas se manejan con un horario de funcionamiento
reducido.

Componentes
Para brindar a las personas mayor seguridad, confort y una iluminación apta,
se requieren elementos esenciales:

Panel fotovoltaico: equipo que transforma los rayos del Sol en electricidad

Sistema de almacenamiento (banco de baterías): acumula la energía y debe


ser de ciclo profundo.

Sistema de control: regula el estado de carga de las baterías y controla su


encendido y apagado.

Sistema de iluminación: varía en el tipo de tecnología que se utilice (LED,


inducción magnética, fluorescentes)

Herrajes para montaje: de módulos y gabinete para resguardo de la batería y


el control.

El panel fotovoltaico se integra al poste en la punta, mientras que las baterías


y el sistema de control se alojan en un gabinete adosado al poste. La unidad
completa de iluminación de la luminaria consiste principalmente de los
siguientes elementos:

Foco
Balastro
Reflector-difusor
Carcasa

Funcionamiento
Una lámpara solar trabaja con base en tres etapas:

Generación: Mediante un panel solar expuesto directamente a los rayos


solares, se genera la energía eléctrica de la lámpara. Dicho equipo puede ser
fabricado con materiales semiconductores de silicio, ya sea monocristalino,
policristalino, de película delgado o amorfo. El marco que posee es de
aluminio anodizado que le da fuerza. Se trata de un dispositivo unitario que
permite modular y configurar sistemas en escala de potencia con voltajes de
trabajo en 12 o 24 VCD.

Control y almacenamiento: Esta etapa es de gran importancia, pues resulta


indispensable para la protección del sistema. Existe un control de carga que
permite el monitoreo de cada parte de la lámpara, el ajuste adecuado de
cada tipo de batería empleada y sus voltajes de operación para evitar el
exceso de carga y descarga, de modo que se prolongue la vida útil de la
tecnología. También, controla la programación de diferentes horarios de
funcionamiento para el encendido y apagado con base en diferentes niveles
de iluminación ambiente; es decir, por la noche, los módulos solares dejan de
recibir los rayos del sol y dejan de generar corriente gracias a una señal que
enciende las lámparas; cuando sale el Sol, ocurre lo opuesto y se comienza a
generar energía eléctrica, por lo que se apaga la luminaria. En lo que respecta
al almacenamiento, pueden durar por periodos de hasta un año, emplearse
diferentes tipos de baterías, dependiendo del presupuesto, confiabilidad y
tipo de tecnología que se requiera (GEL, AGM, electrolito líquido).

Tecnología de iluminación. Este apartado depende de los equipos de


iluminación que se deseen emplear, ya que se encuentran las lámparas
fluorescentes, de inducción magnética y LED, de los cuales, los últimos son los
más demandados en el mercado por ser una corriente directa y no requerir
de inversores de corriente.

Factores importantes:
Si bien estas unidades de iluminación ofrecen infinidad de beneficios en
diversos aspectos, hay que considerar cuáles son los posibles factores que
podrían influir en su buen funcionamiento. Debido a que es un sistema que
trabaja con el máximo potencial en días calurosos, se debe considerar cuando
el estado del clima muestra las características contrarias; es decir, cuando se
presentan días nublados o lluviosos. Al ser así, existe una afectación en la
generación de electricidad, que puede llegar a ser nula en ciertos momentos.

Por ello, es importante contar con un buen dimensionamiento de los sistemas


para que las condiciones climatológicas adversas no afecten el servicio de
alumbrado. Las luminarias solares deben de contar con un banco de baterías,
con el cual se logra almacenar la energía, para garantizar días de autonomía y
permitir que en tiempos de insolación insuficientes se mantenga el potencial
total de la lámpara.

Al tratarse de un sistema con una vida útil de más de 20 años, que genera su
propia energía por medios renovables, contribuye tanto a un ahorro
energético, como al cuidado del medioambiente. Gracias a que la electricidad
se obtiene mediante los rayos del Sol, se alcanza un ahorro de 100 por ciento
en el consumo. Cabe recordar que por cada watt que se consume del
suministro convencional, se libera durante su proceso de generación cierta
cantidad de bióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero; por
tanto, las luminarias solares, al emplear tecnología que se sirve de medios
diferentes para la generación eléctrica, evitan la liberación de elementos
dañinos al medio ambiente.

Mercado Nacional

A raíz de la creciente preocupación que existe por temas ambientales, el


interés por este tipo de alternativa ha ido en aumento dentro del mercado.
En México, han sido aceptadas con facilidad; tal es así, que ya existen
sistemas instalados en lugares emblemáticos, como los distribuidores viales
de la Ciudad de México, e incluso en clínicas rurales en comunidades de la
sierra de Veracruz.

En la actualidad, existe una gran cantidad de luminarias solares en el país


trabajando en casetas de cobro de las autopistas, en algunos parques y plazas
públicas; en vialidades importantes y en estacionamientos de empresas
privadas. Todo esto dentro de diferentes estados de la República Mexicana.

La nueva tendencia de iluminación comunal, que se ha convertido en una


opción muy atractiva y garantizada serlo aún más en próximos años, necesita
contar con un buen dimensionamiento en los sistemas para que no resulte
decepcionante su empleo, pues ella, es posible renovar energía por medios
naturales, siempre y cuando se tomen en consideración los aspectos
necesarios.

Ventajas generales
 Ahorro de energía eléctrica
 Ahorro de dinero, ya que no se paga la energía que se consume.
 Cuidado al medio ambiente al dejar de consumir electricidad generada
por medios no renovables
 Colocación en lugares remotos o de difícil acceso, donde la red
convencional no puede llegar.
 Rápida instalación
 No requiere de cableado ni líneas de conducción, por lo que es más
barata su instalación
 No genera contaminación visual por exceso de cableado
 No tiene cortes de luz
 Equipos de alta confiabilidad que brinda seguridad
 Operación automática y silenciosa.

Pensar globalmente, actuar localmente

En muchos lugares del mundo se están dando pasos acelerados hacia un nuevo modelo energético
que cambiará la forma en que se produce y consume la electricidad. Se trata de la autoproducción
de energía eléctrica, también denominada autoconsumo, un nuevo planteamiento que permite a
los usuarios producir parte o toda la electricidad que emplean a partir de sus propias instalaciones
de energía renovable.

Esto supone una evolución radical desde el modelo actual de generación centralizada, donde la
energía se produce en grandes plantas como centrales térmicas o nucleares y recorre largas
distancias hasta consumirla. En el nuevo esquema de generación distribuida, la electricidad se
produce en muchas centrales o pequeñas instalaciones situadas muy cerca de donde se usa y que
están conectadas a la red.

El término autoconsumo se asocia normalmente a las instalaciones fotovoltaicas, aunque estas


formas de autoproducción son también posibles con el recurso a otras tecnologías energéticas
renovables como la minieólica, la microhidráulica, la minitermosolar o la biomasa.

Hasta hace bien poco, la generación de energía estaba reservada a las compañías eléctricas y el
autoconsumo se circunscribía a algunos puntos de consumo sin conexión a la red. Pero en la
actualidad, la modularidad y madurez de las tecnologías renovables, su adaptabilidad y precio,
permiten apostar con seriedad por nuevos modelos de energía descentralizada.

En 2030, la electricidad a partir de fuentes descentralizadas podría alcanzar el 20% de la


generación mundial, arrebatando esa cuota de mercado a la centralizada. No se trata de una
estimación hecha desde el sector de las renovables, es el resultado de la XIII Encuesta Mundial del
Sector Eléctrico y de Energía que realizó PricewaterhouseCoopers en 2013 y que recoge las
opiniones de los directivos de 53 compañías de 35 países de todo el mundo. El cambio se está
produciendo debido al desarrollo de las tecnologías de eficiencia energética, la mejora de la
competitividad de la generación renovable, en particular de la fotovoltaica, los contadores y redes
inteligentes y una transformación de la cultura del consumidor final que participa activamente en
la gestión de la demanda.

Un tercer beneficio del autoconsumo es que la producción se realiza con tecnologías limpias, lo
cual reduce el uso de combustibles fósiles, limita las emisiones de CO2 y la dependencia
energética. En este contexto, la energía fotovoltaica se presenta como una de las fórmulas más
adecuadas para generar electricidad destinada al autoconsumo en las viviendas, pequeños
negocios, edificios y explotaciones agrarias. La simplicidad y el avanzado nivel de desarrollo
permiten una conexión sencilla a la red doméstica o a la unidad de producción. Además, nos
encontramos ante un panorama en que los precios de los paneles están a la baja, ya que su coste
ha caído un 70% en los últimos cuatro años. Todo ello sin considerar que la energía solar
fotovoltaica genera electricidad durante el día, que es cuando más se consume.

Por último, la microgeneración distribuida permite un diseño de instalaciones renovables con un


impacto ambiental, social y paisajístico mínimo. Se aprovechan tejados, patios, solares e
infraestructuras ociosas. Las presiones derivadas del uso del suelo y el impacto sobre especies y
ecosistemas se reducen drásticamente y además aportan la posibilidad de recuperar la propiedad y
sentido colectivo de los recursos energéticos. En un escenario con alto nivel de autoproducción, la
responsabilidad final de la conservación y uso eficiente de la energía se encontrará en manos de
los propios usuarios.

Desde hace varios años se ha planteado la necesidad de diversificar las


fuentes de energía en México: reducir las provenientes de fuentes fósiles
(sobre todo petróleo y gas) e incrementar las renovables o alternas, tales
como eólica, solar, hidroeléctrica y biomasa, incluyendo biogás. No sólo se ha
planteado como una estrategia que contribuya a reducir los efectos del
cambio climático – objetivo sin duda loable -, sino para equilibrar la
denominada “matriz energética” del país y disminuir gradualmente la
dependencia de los hidrocarburos.

Para ello, programas, planes e incluso legislaciones han ido y venido; sin
embargo, poco se ha avanzado.

De acuerdo con información de la Secretaría de Energía, a septiembre de


2013 se contaba con una capacidad de generación efectiva de energía
eléctrica de 53.1 mil megawatts(Mw), de los cuales 68 por ciento
correspondió a termoeléctrica (gas y petróleo), 5 por ciento a carboeléctrica,
2.6 por ciento a nucleoeléctrica, 1.3 por ciento a geotérmica, 22 por ciento a
hidroeléctrica y sólo 1.1 por ciento a otras energías renovables (eólica,
solar/fotovoltaica y biomasa). Esa estructura no se ha modificado
significativamente desde 2000; se incorporaron de manera marginal fuentes
de generación con base en biomasa (581 Mw) e hidroeléctrica (142 Mw). En
proyectos autorizados existen 2 mil 500 Mw de energías renovables; esto es,
una capacidad adicional que representaría menos de 4 por ciento de la
capacidad de generación total, aunque implicaría duplicar la que actualmente
se produce vía esas fuentes.

La problemática para incrementar la producción de energía renovable radica


en su costo, tanto de los equipos (inversión de capital) para generarla –
aunque éstos se han reducido en los últimos años– como en el
mantenimiento (gastos de operación), lo que varios países han compensado
con subsidios. En el caso de México, hasta ahora se ha establecido como
política pública no canalizar recursos fiscales a ese propósito, con excepción
de algunos muy específicos y acotados: el costo de porteo o transmisión que
cobra la Comisión Federal de Electricidad cuando se trata de generación
independiente de fuentes alternas y que es inferior al correspondiente a la
que se produce de fuentes fósiles; y los apoyos a fondo perdido que otorga
Sagarpa para apoyo de equipos fotovoltaicos/solares para generación de
electricidad y para biodigestores, que producen gas a partir de desechos
orgánicos. En conjunto, a nivel anual los recursos federales destinados a esos
propósitos no exceden 200 millones de pesos. En contraste, sólo el subsidio a
la tarifa eléctrica para riego agrícola es superior a 12 mil millones de pesos.

En otros países, sobre todo los europeos, desde hace aproximadamente 15


años se establecieron políticas públicas para fomentar el desarrollo de
fuentes alternas de energía que involucraron e desarrollo de mercados, de
equipos y de una regulación ad hoc, así como sustanciales subsidios para
sustituir la energía proveniente de los hidrocarburos. Por ejemplo, en el caso
de la energía solar en España, en 2008 el gobierno garantizó una rentabilidad
anual de 10 por ciento en esos proyectos e incrementó los precios pagados
por energía solar hasta en 12 veces el precio de mercado de la electricidad.
Con ello, la generación de energías renovables –no sólo la solar– se duplicó
entre 2006 y 2012 y España se convirtió en el cuarto productor a nivel
mundial. Sin embargo, los subsidios a energías renovables se dispararon:
aumentaron de 193 millones de euros en 2007 a 8.1 mil millones de euros en
2012; esto es, 42 veces más. En el contexto de la crisis europea, y en
particular de la española, ello se volvió insostenible. Para 2013 los subsidios
se redujeron casi 70 por ciento, lo que ahora pone en duda la viabilidad de
ese tipo de producción de energía.

Sin duda, la política de diversificación energética de México –más allá del


atractivo ambiental que involucra– debe tomar en cuenta esas experiencias.
Un primer paso debería considerar una reorientación de los subsidios que
hoy se canalizan al consumo de electricidad doméstico y agrícola.

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