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Alberto Fujimori:

¿El hombre que el Perú necesitaba?


Patricia Oliart

LOS ORGANIZADORES DE este simposio me han pedido que me encargue de los


aspectos socio-culturales del "fenómeno Fujimori", en particular su significancia como
símbolo o fuerza que expresó anhelos populares que rebasaron las fórmulas políticas
institucionales entre 1990 y 1992. Desde su primer triunfo electoral a la presidencia del
Perú en 1990 hasta lo que demuestra su reciente reelección, el gobierno de Alberto
Fujimori Fujimori ha contado con el apoyo constante de amplios sectores de la
población. La agencia de encuestas de opinión IMASEN, por ejemplo, reporta un
apoyo entre 1990 y 1994 que se acerca en promedio al 65% de los encuestados en las
diferentes regiones del país, por diferentes grupos de edad y sectores económicos,
siendo particularmente alto el respaldo al presidente en los departamentos de la sierra.1
Sobre las razones para este respaldo se ha discutido y escrito bastante. Creo sin
embargo que una fuente muy rica para examinar y entender la aceptación y apoyo
recibidos por Fujimori es la interacción que el presidente establece con los di-
ferentes grupos de la población. A través de sus cortos discursos en presenta-
ciones públicas, de su estilo llano de hablar (y tal vez por eso, de gran impacto), de sus
gestos, y hasta de su ropa, se evidencia su particular comprensión de la socie-
dad peruana, su distanciamiento de las fórmulas tradicionales y su conocimiento de la
cultura política de los distintos grupos sociales, culturales y regionales en el país. Más
allá del efecto de las medidas políticas concretas, la respuesta emocional a estas
manifestaciones parece ser crucial para la popularidad de Alberto Fujimori entre
diversos sectores sociales. Los peruanos tenemos acceso a ellas a través de las
frecuentes visitas que el presidente hace a distintos lugares del país, y que son
transmitidas fragmentaria pero constantemente por los me-

1 Dato tomado de diversos números de IMASEN Confidencial publicados entre 1990 y 1994.
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dios de comunicación. En estas visitas a pequeñas localidades el presidente se dirige a


todos los peruanos desde escenarios muy diversos.
Concretamente, sugiero que Fujimori, desde 1990 hasta ahora, satisface simbólica-
mente y con su sola presencia en el poder, una necesidad de inclusión y reconocimiento
de grupos antes marginados. Por otro lado, pienso que ha demostrado a las clases me-
dias que puede cuidar de ellas sin comprometerlas con ningún tipo de identificación o
convocatoria ideológica. Por último, propongo que el presidente peruano establece una
relación de complicidad con las grandes mayorías al no reforzar la institucionalidad o
buscar la participación popular organizada, dejando incólume la tradicional relación
distante entre los ciudadanos y el poder, lo que además implica no tocar la perenne
corrupción y la nueva variedad de rutas ilegales para el logro de algunos beneficios sin
necesidad de cumplir normas.
En las siguientes páginas desarrollo estas ideas presentando primero brevemente
las explicaciones al triunfo de Fujimori dadas por intelectuales peruanos. Luego
expongo algunos rasgos del contexto social y político en el que surge la figura política
de Fujimori. Me refiero seguidamente a las características de su estilo y los aspectos de
la cultura nacional con los que se engarza. Al final discuto las implicancias de esta
relación para el futuro del Perú.

EL "FENÓMENO FUJIMORI"

El voto por "El Chino" en 1990 fue ampliamente comentado y explicado por los
intelectuales peruanos. Un argumento de consenso señala que la crisis de los partidos
tradicionales les impide vender exitosamente candidatos presidenciales (crisis de
"marketing electoral" le llama un comunicólogo). Debido al agotamiento de las culturas
políticas dominantes, éstas se vuelven incapaces de tomar a su cargo identidades
sociales emergentes, quedando así cuestionada la forma de democracia que encarnaban.
Su triunfo fue entonces interpretado como una salida de emergencia, una
apuesta popular por lo desconocido frente a la ausencia de un líder nacional capaz de
representar al "nuevo Perú", fue entonces la expresión del voto autónomo de quie-
nes no querían tener a un presidente "pituco", es decir Mario Vargas Llosa. Duran-
te la campaña del 90 Fujimori mostró claramente no tener vínculos de subordi-
nación con los criollos. Representó entonces para la burguesía chola una po-
sibilidad de emanciparse del poder criollo. Para el caso de Lima, Jürgen Golte (1994)
dice que en su voto por Fujimori los serranos expresan su voluntad de cambio y
capacidad de adaptación a lo nuevo, no solamente de adaptación sino de de-
sarrollo sobre lo nuevo, cosa que los criollos no fueron capaces de hacer (Golte
1994). Isidro Valentín, en base a un trabajo de entrevistas a dis-
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tintas personas concluye que Fujimori ganó por una propensión de los peruanos a creer
en soluciones inesperadas, que hizo parecer plausible que un desconocido pudiera
representar la esperanza de haber encontrado alguien capaz de resolver los gravísimos
problemas del país (Valentín 1993a, 1993b). Fujimori posibilitó también el desarrollo
de algunas formas de identificación con un hombre que no era blanco pero tampoco un
cholo, susceptible de ser despreciado por otros. Fujimori es hijo de inmigrantes
japoneses, aparece además como sencillo y trabajador, habla poco, "es como nosotros".
Posee además un conocimiento profundo aunque tal vez sólo intuitivo de algunos
elementos de la cultura política peruana, elementos poco usados por otros políticos.

ALGUNOS ANTECEDENTES

Quiero comenzar estas reflexiones sobre el "fenómeno Fujimori" refiriéndome a un


proceso y a una institución poco mencionada al hablar de los actores sociales del nuevo
Perú. Me refiero al surgimiento de una nueva clase media y al rol que las universidades
estatales han jugado en este proceso. En la década del sesenta, algunos científicos
sociales e intelectuales percibieron la emergencia de nuevos grupos sociales en Lima,
provenientes principalmente de las pequeñas ciudades del interior y áreas rurales
andinas. Aníbal Quijano (1980) se refirió a los "cholos" como un estrato social en
formación, que emergía diferenciándose culturalmente de la masa indígena, para
asumir nuevos roles económicos y sociales. François Bourricaud (1989) anunció por su
parte, el advenimiento de una nueva clase media mestiza, dejando su posible
orientación política como una incógnita difícil de predecir entonces.
Las décadas siguientes han sido testigos de la pujanza de nuevos grupos, que
aunque diversos en sus signos ideológicos y actividades económicas, tienen sin
embargo algunas características culturales comunes. Algunas de las más importantes en
el desarrollo de una nueva clase media mayoritariamente mestiza son: una identidad
política distante de los grupos dominantes, una identidad étnico-cultural "no blanca" (o
en todo caso blanca-no-limeña), y la necesidad de legitimar su situación social y su
reciente prosperidad económica a través del acceso a la educación superior y por ende
al ejercicio profesional de parte de algunos de sus miembros.
Creo que, en lo básico, estas características bien pueden ayudar a describir el
entorno del cual salen justamente dos personajes políticos centrales en el Perú de los
últimos tiempos: Alberto Fujimori y Abimael Guzmán. Ambos líderes se formaron
intelectualmente en universidades públicas y comenzaron a forjar las bases de su futuro
poder político mientras fueron autoridades de estas universidades. El rol de
la universidad peruana en el proceso de emergencia social no
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fue imaginado ni por Bourricaud ni por Quijano en los años sesenta. Sin embargo, la
universidad estatal ha actuado como una institución cultural fundamental para el
desarrollo y la circulación de las ideas que le han dado fuerza política y cultural a la
nueva clase media. Diversos agentes y circunstancias confluyeron para hacer posible el
crecimiento del sistema universitario en las últimas décadas. En Lima, pero
especialmente en provincias, las universidades se convirtieron en centros de formación
de opinión política y de influencia ideológica alternativa o contrapuesta a lo percibido
como la cultura dominante, bajo control de los medios de comunicación.
Las ideas articuladas en las universidades circularon fluidamente en diversas capas
sociales, entre otras cosas porque una de las características que distingue a la nueva
clase media peruana es la diversidad de espacios sociales en los que se mueve y
reproduce. Esta fluida circulación y divulgación de ideas fue posible gracias a
diferentes fenómenos. Además de la expansión del sector educativo, el crecimiento del
estado y el desarrollo de las organizaciones populares, está el hecho de que el dinero
comenzó a llegar a nuevas manos, dando lugar a un sector social muy dinámico que
proviene de las clases populares y que ha creado puentes de comunicación antes
inexistentes entre distintos grupos económicos, con fuertes afinidades socioculturales
difíciles de comprender si no se conocen estos procesos.2 Tanto el comportamiento
político de esta nueva clase media como sus esferas de influencia representan un
fenómeno de cultura política bastante complejo. Necesitamos estudiarlo para
entenderlo e identificar con claridad algunos de los obstáculos que enfrentan la
modernización institucional y el desarrollo de la democracia en el Perú.
Durante su emergencia, las nuevas clases medias se valieron de corrientes
ideológicas como el marxismo, el indigenismo, y diversas versiones del populismo con
relativo éxito en el proyecto de abrirse un espacio político y social en el país con
distintos discursos de oposición a la oligarquía y el imperialismo. Pero la ca-
pacidad de convocatoria y logro de tales discursos llega a su crisis total en la dé-
cada del ochenta cuando dichas corrientes ideológicas dejaron de ser útiles pa-
ra legitimar la movilidad social de grupos de reciente emergencia en la sociedad.
El desgaste de las ideologías ―mencionando solamente factores internos― ocurre
por la gran decepción con Alan García, el desastre de la izquierda como fuerza po-
lítica seria, aunado al miedo y el rechazo a la intransigencia senderista. Todo ello
provocó la caída estrepitosa de una corriente ideológica hasta

2 El estudio de estos procesos tuvo su auge a pricipios de la década de 1980. El Instituto de Estudios
Peruanos, el CEDEP y Hernando de Soto abordaron el tema con libros cuyos títulos son elocuentes
deseriptores de los cambios en la cultura y los comportamientos políticos observados por estudiosos de
distintas corrientes y disciplinas.
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entonces relativamente exitosa para esta nueva clase media y los sectores populares
cercanos a ella.3
Se dio así el terreno propicio para que de todas maneras surgiera un sustituto que
permitiera usar el espacio de la política como un lugar para el auto-reconocimiento y la
construcción de una identidad política y social distinta de la criolla (Boggio, Romero y
Ansión 1991), cosa que definitivamente no ofrecían los grupos liderados por Vargas
Llosa. Estos últimos reprodujeron tal vez con más claridad que nunca el estilo y
lenguaje excluyente y marginador frente al cual hay una gran susceptibilidad en el país.
Un último hecho cultural que forma parte del clima en el cual surge Fujimori es la
relación que las grandes mayorías han tenido siempre con el poder. Ha sido ésta una
relación de distancia y acercamientos pragmáticos, pero sin la participación de la
población civil en la toma de decisiones y sin un sentido claro de la representación de
intereses colectivos populares en las instancias de poder. Carlos Franco (1991) ilustra
esta relación entre el pueblo y el estado mostrando la inconsistencia permanente entre
las lealtades políticas y el populismo en el Perú. En la preferencia popular gana quien
desde el ejercicio de ese poder distante se preocupe por el pueblo y le conceda ciertos
beneficios significativos. No cuesta mucho entonces pensar en lo fácil que resulta
relacionarse solamente con el presidente, o aceptar sin mayores problemas que todas
las decisiones importantes las tome él. Puede ser inclusive más seguro, cuando existe
además una desconfianza generalizada hacia las autoridades y la burocracia.

EL ESTILO FUJIMORI

La primera campaña electoral de Fujimori estuvo marcada por diversos aspectos que le
ganaron la simpatía de los sectores más pobres. El candidato llegaba a los diferentes
pueblos en su "fujimóvil": una carreta jalada por un tractor. Él mismo diseñó una
publicidad de apariencia deliberadamente artesanal, usó la ropa regional y bailó la
música de los pueblos que visitaba, transformando además los escenarios tradicionales
de un candidato para presentarse ante el país (Jochamowitz 1993). Su consigna era
"Honradez, Tecnología y Trabajo", y prometía ser "Un presidente como tú".
Una vez en la presidencia, Fujimori ha desarrollado un estilo de comunicación que
se dirige principalmente a los sectores populares. Ha mostrado desde

3 Sin embargo, creo que es fundamental identificar los elementos ideológicos y culturales que esta nueva
clase media compartió o comparte tanto con la oligarquía y la cultura terrateniente, como con los
grupos dominantes más contemporáneos, independientemente de que haya surgido con una identidad
explícitamente distinta a la de los grupos criollos tradicionales.
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un principio ser muy consciente de los medios de información, porque bajo ninguna
circunstancia olvida que va a ser visto por un público mayoritario. Así, en medio de
una reunión oficial que está siendo televisada a nivel nacional puede decir cosas como
"la verdad de la milanesa es... ". Sobre esta conciencia de los medios y la producción de
acontecimientos políticos a través de la pantalla, el comunicólogo Javier Protzel
sostiene que ha habido un cambio en la cultura peruana y en la relación entre el
presidente y los medios iniciado por Alan García ante la falta de apoyo de su partido.
Fujimori ha desarrollado su particular técnica de manejo político de su imagen
fortaleciendo así lo que Protzel (1994) llama el "liderazgo mediático" que según él,
reemplaza las estructuras partidarias obsoletas y desprestigiadas a través del desarrollo
de una elaborada ingeniería discursiva. Durante los dos o tres primeros años el régimen
parece haber contado con expertos en la producción de los "media events", varios de
los cuales buscaban impactos psicológicos precisos en momentos de dificultad para
Fujimori, como el de las imágenes de las vírgenes que lloraron en Lima, y ante quienes
Fujimori fue a rezar por el futuro del país. Así, libre de cualquier referencia a doctrinas
ideológicas, el líder establece contacto con las masas a través de las emociones, gracias
además a que conoce y sintoniza bien con aspectos de las culturas políticas emergentes.
La imagen que Fujimori parece tener de los peruanos pobres es más bien bastante
tradicional, y por ello tal vez, poco conflictiva para los interpelados y las clases medias.
Fujimori parece dirigirse a un pueblo que necesita de alguien que lo cuide con sabiduría
y firmeza. Con lenguaje sencillo el presidente básicamente informa al país lo que hace
y va a hacer y generalmente comenta y contesta las críticas de sus opositores. Su estilo
contrasta con el de cualquier otro líder nacional de oficio porque no asume el rol del
político educador. En efecto, en su discurso Fujimori no exige, demanda ni sugiere
cambios de conducta en la población. En esto el contraste con Alan García es muy
grande, puesto que en sus discursos diarios desde el balcón del palacio de gobierno este
último nos decía a los peruanos que debíamos plantar árboles, comer kiwicha e incluir
más fibra en nuestra dieta, entre muchísimos otros temas que él consideraba relevantes
para el país y que exponía usando un lenguaje que se notaba informado de lecturas
académicas recientes. Fujimori se ha distanciado completamente de esa imagen. El
sostiene que en el Perú hay que hacer las cosas, que filosofando y hablando bonito no
se llega a ninguna parte. Ante los sectores populares se presenta como un hacedor,
ofrece cosas a título personal, y también se atribuye los éxitos y resultados de las obras
ejecutadas durante su gobierno.

Yo trabajo así, silenciosamente. Ustedes querían una escuela para sus hijos, y acá está
ahora, para que sus hijos la disfruten. Yo no hago falsas promesas. Cuídense de los que van
a venir para ofrecerles cosas que después no cumplirán. Ya ustedes los
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conocen y me conocen y saben que cumplo lo que ofrezco (Discurso en la inauguración de


un colegio en Huaycán en octubre de 1994).

Cuando el presidente va a las comunidades muchas veces establece acuerdos sobre


proyectos de desarrollo en el mismo lugar en un mitin improvisado en el que, luego de
saber cuál es la necesidad colectiva más urgente, puede comprometerse a fmanciar los
materiales, a cambio de que la comunidad ponga la mano de obra.4 La otra cara de este
discurso del "hacedor no educador" y que tal vez genere sentimientos de comodidad y
afinidad en muchos peruanos, es la relación de Fujimori con las normas legales. El
parece estar dispuesto a prescindir de ellas si le resultan un estorbo para lo que quiere
hacer. Hay varios ejemplos de esta actitud relajada y hasta displicente hacia la
normatividad institucional: el cinco de abril del 92, sus respuestas evasivas o incluso
abiertamente falsas a los organismos internacionales vigilantes de los derechos
humanos, o sus declaraciones a la prensa después de la reunión en Bahamas.5 Con estos
y otros hechos Alberto Fujimori pareciera sugerir que si la ley está contra lo que él
planea hacer, ya encontrará la manera de obviarla, o en el mejor de los casos hacerla
cambiar, para lograr lo que considera correcto. Un presidente así resulta entonces
adecuado en una sociedad donde el soborno a los funcionarios públicos es moneda
diaria, donde los jueces cobran por una sentencia favorable, y un policía no castiga una
infracción de tránsito a cambio de unos soles.
Volviendo a la imagen del "presidente hacedor", hace poco declaró que ha
caracterizado su gobierno el "haber terminado con el estilo de gobernar en coctelitos",
habiendo estado él en cambio, en "el lugar de los hechos" para supervisar que todo se
hiciera correctamente. Sabe él personalmente de las necesidades de todos los peruanos,
ya que su helicóptero presidencial lo puede llevar a cualquier parte. En su estilo hay
una permanente referencia a lo que los otros políticos han ofrecido o han dejado de
hacer, o a lo poco que conocen el país. Fujimori se ha referido a la clase política
tradicional como un grupo ajeno a los intereses del país, ha establecido un discurso en
el cual ellos son "el otro", y él y el pueblo, "el nosotros".
En la política occidental tradicional los partidos políticos son los vehículos a través
de los cuales diferentes sectores de la sociedad están representados. Para Fujimori éste
no es un rol que tenga alguna validez puesto que él mismo representa los intereses de
las mayorías, ya que se ha encargado de viajar constante-

4 Comunicación personal de la reportera de ATV noticias Liliana Choy.


5 En una rueda de prensa, luego de salir de la reunión de Bahamas a donde fue convocado para explicar
la situación del parlamento en el Perú, dijo a los periodistas haber accedido a firmar un documento que
dejara satisfechos a quienes lo llamaron, pero que en realidad no iba a modificar nada de lo que ya
había comenzado.
406 Patricia Oliart

EVENTOS DE LOS MEDIOS DE


COMUNICACIÓN: FUJIMORI
COMO UN GANADOR
Foto 16 (izquierda). La televisión peruana
presenta a Abimael Guzmán, ahora un
prisionero, firmando la carta en que solicita
a Fujimori un acuerdo de paz.
Foto 17 (abajo). Fujimori aparece como
gobernante y socio de los militares
victoriosos.

mente por todo el país para ver personalmente la satisfacción de las necesidades y
reclamos de los "pueblos olvidados", como le gusta llamarlos.
En su intento por demostrar lo distante que está de los comportamientos políticos
tradicionales, se ha esforzado por romper con cualquier tipo de convención en el mo-
mento menos pensado, de modo que puede jugar a tirarle agua a la gente, montar bici-
cleta, burro, o motocicleta, treparse a un tractor, o simplemente decidir mojarse los pies
en un riachuelo camino a algún pueblo alejado. Ha hecho de la informalidad parte de su
estilo y su audiencia está dispuesta a dejarse sorprender por alguno de estos gestos.
Cuando Fujimori llega tanto a un pueblito pequeño como a una capital de
provincia, es recibido por lo general con muchos regalos, entre los cuales se encuentra
ropa típica de la región. Fujimori siempre se pone ahí mismo una o va-
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EVENTOS DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN:


FUJIMORI COMO UN POPULISTA
Fotos 18 y 19 (amba). Fujimori comienza su campaña
convencionalmente pero la termina en una espontánea
conexión de afecto.
Foto 20 (izquierda). Fujimori se pone un chullo en la
cabeza para hablar en un mitin en la sierra.

rias de estas prendas, de modo que sale en las noticias usando atuendos de los
habitantes de ese lugar, lo que tal vez represente mucho para ellos. El presidente se
envuelve en cualquier cosa que le den, escoge sombreros, ponchos, cusmas, tocados de
plumas y hasta banderas. Sabe decide a la gente que él es uno de ellos. Lo que Alberto
Fujimori parece pedirle al pueblo peruano es que le dejen hacer su trabajo. A cambio
espera solamente su aprobación y confianza. Su "nueva forma de hacer política" se ha
caracterizado en síntesis por adecuarse al tipo de relación que grandes sectores de la
población han tenido tradicionalmente con el Estado, pero limpiando su discurso de
elementos doctrinarios, y desarrollando una relación personal y afectiva mucho más
intensa y directa a través de sus constantes viajes.
408 PatricialOliart

Su relación es diferente con las clases medias. Los grupos criollos de clase media
apoyan a Fujimori sin sentirse necesariamente comprometidos con él. En un chiste que
circulaba en Lima en 1992 se describía la actitud de los peruanos hacia Fujimori como
similar a los gestos de las focas en el circo: Negando con la cabeza, pero aplaudiendo
con las manos. Tal vez por esta relación ambigua que Fujimori seguramente percibe, el
Presidente no exige de los grupos criollos de clase media o alta ningún tipo de
identificación, aunque tampoco les ofrece nada que pueda sonar demagógico. El 1991,
luego de la "reunión cumbre" con el presidente George Bush en San Antonio para
discutir la estrategia contra el narcotráfico, Alberto Fujimori visitó la Universidad de
Texas en Austin. El representante de los estudiantes peruanos en el pregrado le
preguntó qué les esperaba en su país a los jóvenes peruanos que habían salido para
estudiar. El presidente le respondió que ellos deberían sentirse muy felices de estar
estudiando afuera, que eso era un privilegio que pocos peruanos tenían y que solamente
podía ofrecerles empleos de 300 dólares al mes. Se ve pues que Fujimori no usa el
lenguaje fácil de la demagogia. No se esfuerza por complacer a un auditorio urbano,
criollo, de clase media o alta, y se distancia ostensiblemente de los que tienen
privilegios, aunque no les pide nada tampoco. Demuestra así su independencia tanto
frente al estilo tradicional criollo de la política, como de las nociones de justicia e injus-
ticia manejadas por el populismo.
Es interesante señalar que hasta las referencias a la importancia de la cultura
prehispánica para la identidad nacional, tan frecuentes en gobiernos recientes, son muy
escasas en el discurso de Fujimori. No hay en su propuesta un intento de construir una
identidad colectiva basada en la historia pasada, sino en lo que se quiere hacia el futuro.
Después de su primera campaña electoral en la que puso de un lado a los blanquitos y
en el otro a los cholitos, Fujimori no ha vuelto a interpelar a los peruanos en términos
étnicos, y es posible que eso haga también parte de su éxito, ya que obviar toda
referencia a lo que es y ha sido permanente fuente de conflicto, es una de las opciones
posibles para recoger los cambios en las relaciones étnicas en el país.

EL NUEVO POLÍTICO

Desde el inicio de su gobierno la lucha contra Sendero Luminoso y el MRTA ocupó un


lugar importante en el discurso del presidente. En su lenguaje y actitud, se mostró más
firme y emocional que cualquiera de sus dos antecesores, sin conceder nada a los
alzados en armas en el terreno ideológico o político. De alguna manera se estaba
enfrentado con enemigos conocidos. A diferencia de Belaúnde por ejemplo, que los
creía agentes importados por un anacrónico movimiento comunista internacional, la
reciente experiencia universitaria de Fujimori y una
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relación particular con los servicios de inteligencia le permitían hablar de los terroristas
como un enemigo con rostro más claro, y con debilidades atacables.
En 1990 la policía obtuvo un video en el que Abimael Guzmán y altos dirigentes
senderistas aparecían bailando en una de las tomas. Fujimori presentó el video a la
nación y pareció dirigirse particularmente a los simpatizantes de Sendero. En esa
oportunidad apeló a argumentos muy básicos de desprestigio de la imagen mítica de
Guzmán al presentado como un borracho que se divertía mientras miles de peruanos,
incluidos sus propios combatientes, morían en la guerra iniciada por ellos. En esa y
otras oportunidades Fujimori ha usado los medios masivos para enfrentarse con
Sendero contraponiendo su propia imagen con la de Guzmán. Además de fustigar
consistentemente a Sendero y desafiado en territorios en los que antes estaban como
únicos actores, la televisión peruana ha mostrado un presidente muy activo viajando
por el país, supervisando obras y hablando con el pueblo desde escenarios poco
convencionales, siempre asociados con la tarea de construir, crear recursos, en un
momento en el que el mensaje de Sendero era percibido como el de la destrucción total.
Otro aspecto claramente identificable en el estilo político de Fujimori es o tal vez
deberíamos decir ha sido, su trato duro e irrespetuoso hacia la oposición. Ya sea por él
o por algunos de sus cuadros políticos más fuertes como Martha Chávez, cualquier
crítica al gobierno es tomada como una ofensa y considerada una expresión de
oposición abierta, casi una muestra de falta de gratitud. Al referirse a sus opositores,
por lo general Fujimori los presenta de dos maneras muy claras: como los políticos
tradicionales que sólo están motivados por su propio bienestar y no tienen interés real
en el Perú, o como tontos útiles del terrorismo con quienes no vale la pena discutir
porque el mundo entero les ha dado la espalda. No ha mostrado entonces mayor
capacidad de escuchar y modificar comportamientos a través del diálogo.
El antropólogo Xavier Albó (1992) ha descrito cómo se forman los liderazgos
entre los aymaras y cómo, una vez que este es definido no hay lugar social para quien
no acepte al nuevo líder, tampoco caben la oposición o el procesamiento de los
conflictos a través de la negociación o la conversación, siendo la ruptura la única forma
de resolver el conflicto. Es por eso mismo, que cualquier tipo de oposición u opinión
divergente es vista como una amenaza para la comunidad, y no es aceptada. Pienso que
esa dificultad para el diálogo, así como la idea de que no es necesario ni deseable
oponerse al líder son aspectos también presentes en la cultura política de muchos
peruanos y que tal vez se hacen más patentes en épocas de crisis.
En el Perú de los últimos años se puede percibir actitudes muy adversas hacia la
oposición y hacia cualquiera que hable de términos asociables a un lenguaje de
izquierda. Después del miedo diario, de la violencia y la sangre como hechos
cotidianos, la lucha del gobierno contra Sendero, y particularmente la
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captura de Abimael Guzmán, representaron la promesa de paz y tranquilidad cuya


permanencia muchos van a querer cuidar sin dejar que nada la amenace.
Es así que quien haya estado fuera del Perú en los últimos 5 años puede percibir un
cambio de léxico notable a todo nivel. Desde los medios masivos, pasando por los
amigos, y hasta el lenguaje de las ciencias sociales. Términos que aluden a relaciones
sociales opresivas casi ya no se mencionan, y la crítica al poder se centra en el mejor de
los casos en el abuso de autoridad o en la autoridad mal usada. Para algunas personas
se hace intolerable el escuchar un lenguaje que suene a marxista, o que tenga un tono
de reclamo o crítica radical al gobierno o las formas de ejercicio del poder y la
dominación en el Perú.
El grupo de investigación Calandria realizó algunas encuestas y entrevistas durante
la última campaña y sus investigadores encontraron que muchos de los entrevistados
establecían una frecuente asociación entre las ideas de odio y resentimiento social con
la pertenencia a la izquierda. Ese temor y rechazo hacia candidatos identificados con
posiciones de izquierda representó para muchas personas una razón fuerte para no votar
por la lista de Pérez de Cuéllar. El miedo a los años de guerra unidos al fracaso de las
corrientes más radicales en el mundo de la política y en su capacidad de representar
anhelos populares, las hace aparecer ahora como un potencial peligro que amenaza la
paz lograda.
La asociación entre los candidatos de izquierda y el terrorismo fue promovida
también por voceros oficiales del gobierno, y al parecer encontró eco fácil en algunas
personas, como por ejemplo dos taxistas con quienes conversé a pocos días de las
elecciones. Uno me dijo que no votaría por Pérez de Cuéllar porque tenía a conocidos
izquierdistas en su lista, y ellos eran gente resentida y en el Perú ya no estábamos para
esos resentimientos. El otro taxista me dijo que los verdaderos terroristas eran aquellos
que se escondían en el sistema legal tratando de llegar a ser parlamentarios para
después, desde el gobierno, ayudar a los senderistas.
Otro ejemplo de reacciones de rechazo cerrado a cualquier asomo de crítica al
gobierno me lo dio una señora de clase media quien, ante una mención de su hijo a los
atropellos del gobierno a los derechos humanos, se indignó y muy emotivamente le
dijo: "No me cuentes, yo no quiero saber, yo solamente sé que ahora no tengo miedo de
salir, ni sufro cuando mis hijos tardan en llegar a casa pensando que murieron cerca a
un coche bomba". Lo interesante es que en más de una ocasión esa señora le había dado
su voto a la izquierda en elecciones pasadas.
Vemos entonces que existe un clima en el cual lo que muchos peruanos desean
para su país se ha reducido a algo muy básico y casi primitivo: garantizar la
sobrevivencia con tranquilidad. Con el desprecio por los discursos, el miedo a dialogar
o discutir, y la sobrevaloración de los logros concretos, el futuro no se ve muy
luminoso, sino mas bien sombrío, aunque, eso sí, tal vez con algunos
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signos de prosperidad y modernización. Definitivamente el progreso con paz es una


aspiración general que Fujimori ofrece satisfacer, pero la identificación del progreso
material con la modernización democrática de la sociedad en términos políticos es algo
que no necesariamente está garantizado. El presidente parece temerle a las organiza-
ciones populares, de hecho éstas no han sido un interlocutor cómodo o siquiera válido
para él.
Son pocos los que discuten formas deseables de vida que vayan más allá de la me-
jora en la capacidad de consumo de la gente. Pareciera que toda mención a ideales de
justicia o igualdad es vista como riesgosa pues amenaza con el retorno de la violencia.
El miedo a la política ha creado el espacio propicio para el desarrollo de la presencia
renovada de fuerzas como el Opus Dei, algunos de cuyos miembros colaboran con el
gobierno.
Sin embargo, varias décadas de exposición permanente de la población a discursos
políticos radicales no han sido en vano. Ha quedado de ello un claro sentimiento de
distancia y liberación de la influencia o poder ideológico de la clase política criolla tra-
dicional. Pero esta autonomía es apenas un punto de partida desde el cual se puede
tomar casi cualquier dirección.

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