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3 Enfermedades espirituales
Curso Católico » Vivir en la Iglesia » Enfermedades espirituales
Sólo el Señor puede ser proclamado justo.
- Eclesiástico 18, 2
¿De dónde nacen todas estas enfermedades espirituales? Por supuesto, de nuestra
debilidad. Por ello, lo mejor que podemos hacer es estar vigilantes, evitándolas en la
medida de lo posible; y no olvidar nunca que el eje de la vida cristiana es dar a los
demás el amor con que Dios nos llena en su relación personal con nosotros. Sin
relación con Dios no hay amor. Sin amor no podemos hacer el bien de verdad. Y sin
hacer el bien de verdad… ¿Cómo llamarnos cristianos? Por eso… ¡No pierdas nunca
tu relación personal con Dios!
Pecados capitales
Los pecados capitales son, en muchas ocasiones, el mal que enferma nuestra alma,
pues son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Son la
soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza (Catecismo 1866). Estos
pecados se combaten con las virtudes cristianas, que ya explicamos en su momento
y que conviene poner en práctica en la medida que Dios nos lo permita.
Gula: La gula se suele asociar a comer y beber mucho, lo cual es correcto, pero
no es el único caso: la gula puede ser también el comer siempre algo
“exquisito”, o el estar comiendo durante mucho tiempo. Tú, huye de la gula
con el ayuno, y no seas insaciable con los placeres, ni te abalances con la
comida (Eclesiástico 37, 29).
Envidia: La envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada
ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en
forma indebida. Cuando desea al prójimo un mal grave es un pecado
mortal (Catecismo 2539). La envidia se vence con humildad y caridad: la humildad
para no considerarte merecedor de nada, y menos aún de algo que tiene otro;
y la caridad para pensar en las necesidades del otro, en vez de en las tuyas y
en lo que supuestamente te falta.
Ira: La ira es una alteración violenta, incontrolada o provocada, en contra de
una persona, que puede llevar al odio e incluso a la venganza. La ira nace
normalmente cuando uno cree que le han hecho una injusticia y no es capaz
de poner en práctica las palabras de Jesús que dicen: Pues yo os digo: no os
resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele
también la otra (Mateo 5, 39). Por eso la ira es una ilusión de justicia, pues no hay
ninguna justicia en ella. Pero… ¿Cómo vencerla? Con paciencia y humildad.
Dios te ha perdonado, te ha amado, te ayuda en tu vida diaria, y te ha regalado
la vida eterna… ¿Cómo no perdonar tu también? Sed compasivos como vuestro
Padre es compasivo (Lucas 6, 36).
Pereza: La tibieza es una vacilación o negligencia en responder al amor divino;
puede implicar la negación a entregarse al movimiento de la caridad. La acedía
o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror
por el bien divino (Catecismo 2094). Nosotros, en cambio, seamos diligentes en
todo, incluido en las obras de la Fe que agradan a Dios, no sea que llegue de
improviso y os encuentre dormidos (Marcos 13, 36).
Lujuria: El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para
el cuerpo (1 Corintios 6, 13b), pues el necio da rienda suelta a sus pasiones, el sabio
acaba dominándolas (Proverbios 29, 11). Por eso, frente a la lujuria están la
templanza y la castidad, que te permitirán amar a la otra persona, en vez de
usarla para tu propio gusto.
Avaricia: La codicia es una sed, un deseo, un afán, de dinero y bienes nacido
de la pasión inmoderada de las riquezas y de su poder. Es fundamental evitar
la avaricia, porque nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno
y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir
a Dios y al Dinero (Mateo 6, 24). ¡Dios no puede estar en un corazón
codicioso! ¿Y cómo evitar la codicia? Vended vuestros bienes y dad limosna.
Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde
no llega el ladrón, ni la polilla corroe (Lucas 12, 33). Porque donde esté tu tesoro,
allí estará también tu corazón (Mateo 6, 21).
Soberbia: Orgullo, soberbia y vanagloria son pecados muy relacionados entre
sí, que eliminan a Dios del centro de la vida y ponen a uno mismo en su lugar.
El enorgullecimiento ocurre al atribuirte como mérito lo que te ha sido
dado, pues ¿quién es el que te prefiere? ¿Qué tienes que no lo hayas recibido?
Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido? (1 Corintios 4,
7). ¿Solución? La virtud de la humildad.
Hemos visto los pecados que muchas veces nacen de nuestro corazón y nos llevan
a obrar mal, y hemos contrapuesto a cada uno de ellos la virtud que los anula. Pero
no debemos olvidar una cosa fundamental: las virtudes no se obtienen sólo
poniéndolas en práctica con insistencia, sino fundamentalmente buscando a Dios,
que trae consigo todos los bienes. Por ello, no olvidemos nunca hacerle un hueco a
Dios todos los días. ¿Y si caes? ¡Levántate! Además, como dice el apóstol
Santiago, aquel, pues, que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado (Santiago 4,
17). Es decir, que si se nos presenta la oportunidad de hacer el bien…. ¡Hagámoslo!
¡Como Dios lo hace con nosotros!
Práctica
¿Por qué hablamos a estas alturas de las enfermedades espirituales y de los pecados
capitales? Pues porque el pecado tiene una fuerte dimensión social, es decir, afecta
a los demás. Cuando tú y yo envidiamos, empezamos a murmurar, luego difamamos,
luego nos enemistamos y odiamos y, finalmente, rompemos la unidad de la Iglesia.
Cuando somos insensibles a las necesidades de nuestro prójimo, damos un
antitestimonio cristiano, alejando y escandalizando a otras personas. Por ello, para
vivir en la Iglesia es fundamental permanecer alerta en este combate contra el
pecado. Ante todo esto, hagamos un serio examen de conciencia y, arrepentidos,
pidamos perdón al prójimo y acudamos al Sacramento de la Reconciliación:
“Una sola cosa hace falta para ser felices y hacer de la vida una antesala
del cielo: vivirla con grande amor a Dios, con plenitud y entusiasmo. Las
entregas a medias van poco a poco secando el alma de todo gusto por
las cosas de Dios y acaban por hacer enfadoso e insoportable el
cumplimiento de su voluntad”
Esquema
1. La tibieza espiritual
La literatura espiritual es unánime en señalar la tibieza como la
enfermedad peligrosa del progreso espiritual. En el cuidado de la
dirección se trata, más bien, de prevenirla, que es más fácil que curarla.
2. La Mediocridad Espiritual
Es un lamentable estado espiritual, generalizado hasta un
elevado porcentaje entre los que siguen la vida de perfección
evangélica. La palabra «mediocridad», acuñada para designar
este estado por el P. De Guibert, no se toma en su sentido
peyorativo de mediano, pasable, ordinario, sino en cuanto se
opone a notable, considerable, superior a la media. Es, pues,
enfermedad, en sentido relativo de falta de plena salud. Y
merece particular atención en una dirección espiritual estricta,
porque suele causar graves daños al dejar en un nivel medio a
quienes en los planes de Dios y según el ritmo que habían
comenzado a llevar estaban llamados a cumbres excelsas de
transformación en Cristo.
Estas personas tienen, sin duda, alguna vida interior.
Pero esta
vida tiene algo de superficial; le falta totalidad en su
penetración
de la visión y de los principios sobrenaturales.
Tampoco han
entendido el primado de la vida interior en su
santidad y en su
apostolado. Quizá lo admiten teóricamente, pero no empapan la
vida real con esta convicción. En consecuencia, para estas
personas, los pensamientos y afecciones de
fe no tienen
mordiente suficiente para llevarles adelante con el
vigor
necesario para superar su honesta mediocridad.
Comentario o sugerencia:
El director como médico de las enfermedades del espíritu Autor: Luis María
Mendizabal