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Tiponimia de Cayalti
Don Eugenio de León y Rivera por Don Juan de León y Rivera, podemos
afirmar que el primer dueño de esta ex hacienda "San Pedro de Cayaltí"
fue Don Juan de León y Rivera, Cabeza de Vaca, Presbítero comisario del
santo oficio de la ciudad de los reyes y natural de Zaña, hijo legítimo de
Don Cristóbal de León y Rivera y de Doña Inés Josefa Cabeza de Vaca.
San Pedro de Cayaltí, fue comprado en público y a remate, ante la leal
justicia del con regimiento de Zaña.
Cayaltí
Hablar de Cayaltí es hablar de una tierra fértil y de gente trabajadora. Es una de las principales
azucareras de la región y del Perú, por eso se dice que su gente es tan dulce como el azúcar y
generosa como su tierra.
Localización:
En la región natural de la Costa, en el norte del Perú sobre el valle de Saña. A una altitud de 60 m.s.n.m.
Límites:
Atractivos Turísticos:
Gastronomía: Comidas típicas como la chanfaina, el frito, el champús, la patita con maní y otros
riquísimo platos que harán la delicia de tu paladar.
Turismo:
Casa Hacienda
Fábrica de Caña de Azúcar
Ex fábrica de cemento
Virgen del Cerro Songoy. Tradición de subir a través del cerro en peregrinación para llegar a la pequeña capilla.
Iglesia Cristo Rey
Breve Historia:
Durante la época anterior al imperio del sol, estuvo habitada por la cultura Chavín, después por las grandes culturas:
Mochica y Chimú. De los restos arqueológicos se han hallado en el faldero del "Cerro Corbacho". Luego según se
relata en las crónicas del inca Garcilaso que contó que la zona norte del Perú quedó sometida por el inca Huayna
Cápac que después de la llegada de los españoles este pueblo fue habitado por algunos de ellos y gran parte de los
incas vencidos; tras varias rebeliones este pueblo se autoproclamó hacienda “San Pedro de Cayaltí” siendo su primer
dueño Don Juan de León y Rivera que después de años de acuerdos de los próximos dueños sobre las asociaciones
para su compra se logra por último que don Ramos Aspíllaga y don Julián Zaracóndegui hagan "la negociación
Cayaltí y así fue fundada.
Geografía:
Hidrografía: El principal y único rio es de Saña, del cual aprovecha la Provincia de Cayaltí. Para regar
extensas Plantaciones de caña de azúcar y algodón en la actualidad pero El reducido volumen de agua del
rio Saña, durante el estiaje no alcanza ni siquiera a cubrir las necesidades del área de sembríos
Climatología: Su clima es " Semi tropical", su temperatura es de 33º C, en estaciones de excesivo verano y en el
invierno disminuye a 22º C. El promedio de precipitación es de 36 m.m. Las lluvias casi siempre se presentan en
Febrero y Marzo.
Enlace Externo:
Hace sesenta años, en el mes de noviembre de 1950, por lo menos 120 trabajadores de la hacienda Cayaltí
fueron “ejecutados extraoficialmente” –léase: asesinados– por las fuerzas del orden debido a una protesta
laboral, y luego fueron enterrados en una fosa clandestina en el cerro La Guitarra, en Mocupe. ¿Habrá
comisión de la verdad y museo de la memoria para estos cayaltileños victimados?
El silencio oficial sobre aquel genocidio jamás pudo contra la tradición oral de los viejos cayaltileños que
guardaron memoria de este crimen de lesa humanidad. La verdad ha salido a flote y desde hace algunos años
este hecho histórico es analizado y estudiado en monografías y tesis doctorales hechas por investigadores
sociales del Perú e incluso los Estados Unidos, lo que nos permite ahora realizar la difusión periodística.
Respecto a la “masacre de Cayaltí”, a nivel personal la primera versión que a la que tuve acceso fue durante mi
infancia, cuando mi abuela, doña Aurora Balarezo viuda de Salinas, me relató que “aquí en Cayaltí hubo hace
muchos años, cuando tú todavía no nacías, una matanza terrible, murieron muchos obreros y se los llevaron
arrumados en camiones a enterrarlos no se sabe dónde”.
La breve narración, que despertó desde entonces mi curiosidad, en años posteriores fue reforzada por otros
familiares cayaltileños que más o menos repetían la misma versión: una masacre de trabajadores y el temor de
decirlo en voz alta.
En honor a la verdad y en mérito a que dicho genocidio ya ha sido relatado en varios libros y monografías
históricas publicadas en versión impresa y también en Internet, como periodista –y también como cayaltileño–
creo que es nuestro deber divulgar lo que ya está publicado, citando las fuentes consultadas.
Silvio Rendón, economista peruano radicado en Nueva York, el pasado 13 de octubre de 2010 publicó en la
página web Gran Combo Club –un sitio que publica artículos y opiniones singulares- su investigación titulada
“1950: La masacre de Cayaltí” (http://grancomboclub.com/2010/10/1950-la-masacre-de-cayalti.html)
Para mayor rigor histórico y la objetivad, Rendón ha citado textualmente en su escrito tres fuentes
bibliográficas: “La oligarquía peruana: historia de tres familias” de Denis Gilbert (Lima, Editorial Horizonte,
1982); “Cayaltí: The formation of a Rural Proletariat on a Peruvian Sugar Plantation. 1875-1933″ (“Cayaltí: la
formación del proletariado rural en una plantación azucarera peruana” 1875-1933”) de Michael Gonzáles,
(Tesis doctoral, Universidad de California, Berkeley, 1978) e “Historia del Sindicato de Cayaltí” de Orlando
Plaza (Tesis de Bachillerato, Pontifica Universidad Católica del Perú, 1971). Estas dos últimas publicaciones
han sido citadas por Gilbert.
Los hechos cruentos concernientes a la matanza, según Rendón, se desencadenaron debido a que “en
noviembre de 1950 los trabajadores de la hacienda se declararon en huelga por reclamos salariales y fueron
reprimidos por la policía con un saldo de por lo menos 120 trabajadores muertos”. El episodio lo relata Gilbert
(1982: 140), de esta manera: “Se generó una situación tensa cuando los trabajadores se declararon en huelga y
los administradores de la hacienda llamaron más efectivos para reforzar el puesto de la Guardia Civil de
Cayaltí”.
En la versión de Plaza encontramos: “Una confrontación inicial entre la policía y los trabajadores dejó como
saldo un trabajador muerto. A ello siguieron una serie de arrestos. Singularmente, los huelguistas estaban al
borde de capitular, cuando se produjo otro incidente más serio. Esta vez la policía no sólo abrió fuego contra
un grupo de trabajadores reunidos en el puesto de la Guardia Civil, sino que los persiguió a través del pueblo,
disparando salvajemente contra los trabajadores que intentaban escapar. Por lo menos murieron 120 (Plaza
1971: 10). Numerosos trabajadores huyeron hacia sus hogares en la sierra. Se prendió fuego a los campos de
caña”.
Tanto Gilbert como Plaza apuntan a un genocidio sin precedentes en Lambayeque. “Esa noche -recordó un
obrero años después- mataron a cientos. Luego, en camiones de la empresa los recogían y muertos y heridos
fueron transportados frente al cerro ‘La Guitarra’ donde se había cavado una zanja y ahí fueron arrojados”.
Según este hombre, un amigo suyo manejó uno de los camiones y “se enfermó de lo visto, que nunca curó hasta
que murió” (Plaza 1971: 11).
Una vez consumada la matanza, el silencio oficial cubrió todo con un manto de sombra. En su artículo, Rendón
anota lo siguiente: “La Empresa [hacienda Cayaltí] tuvo apoyo de todos los organismos. Se amenazaba a la
gente que reclamaba con botarla o fusilarla; los policías llevaban a los cabecillas y no se sabía más. Sólo se oía
el llanto de muchas señoras, hijas, esposas, preguntando por sus seres queridos. Quedó una cosa como el
terremoto: sin sentido. Había calma, pero sí había ese rencor” (Plaza 1971: 10).
Otras versiones recogidas por los autores citados, aseguran que “en determinado momento se llevaron tropas
de la Fuerza Aérea de una base cercana. La relación no deja claro el papel exacto que desempeñaron en estos
acontecimientos”.
En su análisis y opinión Rendón es implacable: “Ahí quedó la cosa. No hubo `comisión de la verdad´,
´comisión investigadora´, ´defensoría del pueblo´, responsabilidad ´política´ o ´penal´, debate en el
congreso, condena de la prensa (no había congreso en los tiempos de Odría y la prensa era de la oligarquía). Y
tampoco hubo ´museo de la memoria´ ni nada por el estilo. Sólo la tradición oral de los familiares y
compañeros de los obreros muertos. Sin embargo, cuando llegó la reforma agraria en 1970 Cayaltí era la
hacienda con peores relaciones laborales que cualquier hacienda azucarera del departamento. La bronca se
había embalsado no sólo desde los cincuentas, sino desde antes”.
Lo cierto es que este hecho, aunque quiso ser silenciado, permaneció en la memoria colectiva de Cayaltí.
Lamentablemente no existe una relación de las personas que “desaparecieron” y lo más probable es que jamás
se redactó un acta o informe policial. Presumo que en los archivos de la antigua hacienda tampoco hay rastros.
LA HACIENDA CAYALTÍ Y LA FAMILIA ASPÍLLAGA
Con el respeto que merece la honra de las personas, incluso la memoria de los fallecidos, tanto victimas como
victimarios y autores intelectuales (este reportaje no pretende satanizar a nadie, pues creemos que justicia no
es venganza), la verdad histórica es que los dueños de Cayaltí fueron hacendados integrantes de la familia
Aspíllaga. Por versiones orales que he recogido en la zona, “los Aspíllaga eran personas disciplinadas y
exigentes en el aspecto laboral, pero a la vez generosas con sus trabajadores; fueron muy buenos
administradores y Cayaltí llegó a ser una de las haciendas más prósperas del Perú porque ellos supieron
trabajar bien y darle bien trato a los obreros. Si no ¿por qué después que el general Velasco les expropió Cayaltí
la cooperativa quebró?” (entrevista personal).
Muchos cayaltileños hablan de bonanza, buena época, bienestar de los trabajadores y sus familias hasta antes
de 1970, en que se decretó la llamada “reforma agraria” y se entregó la hacienda a los campesinos bajo el
sistema de cooperativismo, que años después fracasó al punto que hasta ahora “Cayaltí no es ni la sombra de lo
que fue”.
Sin embargo, los historiadores citados en este reportaje tienen una visión más crítica sobre la familia Aspíllaga
(no toda la familia, obviamente, sino quienes fueron “patrones”): “La empresa de los Aspíllaga tenía una larga
tradición de maltrato a los trabajadores, que quedaba siempre impune debido a su poder económico, político y
mediático. Ántero Aspíllaga evitó la destrucción de la hacienda Cayaltí por los invasores chilenos pagando
cupos, ´mostrando documentos que mostraban que Cayaltí pertenecía a su principal acreedor, la firma
estadounidense Prevost & Co.´ (Gilbert 1982: 114), escondiendo el alcohol y los alimentos de los invasores. En
esa circunstancia tres trabajadores chinos se fugaron”, escribe Rendón.
“En los años de 1880 los Aspíllaga siguieron dependiendo de los trabajadores chinos con los que habían
trabajado en la hacienda antes de la guerra. En Cayaltí, al igual que en otras haciendas, se explotaba
cruelmente, se les pagaba poco a los chinos y estaban sujetos al sistema privado de justicia que administraban
los hacendados. Los Aspíllaga tenían una cárcel en la hacienda y se adjudicaron a sí mismos el derecho de
encarcelar o azotar a los trabajadores Gonzáles (1978: 186-97) registra varias ocasiones en las cuales los
miembros de la familia ordenaron ejecuciones por asesinato, y un incidente de 1875 en el cual un trabajador
chino huido fue muerto por una partida de búsqueda de mayordomos de Cayaltí enviada a recapturarlo”.
Y añade: “Los Aspíllaga admitían que sus trabajadores chinos eran ´semi-esclavos´ y que ´se les trataba muy
mal´. Sin embargo, estaban dispuestos a justificar sus acciones caracterizando racistamente a los chinos de
´bárbaros´, ´demonios´ y ´semi-humanos´ (Gonzáles 1978: 199-200).
El economista Rendón sostiene que “para la década de 1890 la inmigración china estaba cerrada y Cayaltí
recurrió al reclutamiento de trabajadores de la sierra norte mediante el enganche. Las condiciones de trabajo
eran mejores, recurriendo a métodos más sutiles y paternalistas, pero con disposición a aplicar violentamente
la fuerza cuando fuese necesario”.
En la familia Aspíllaga, una de las figuras más prominentes fue Ántero Aspíllaga, quien fue dos veces senador
por Lima y dos veces candidato presidencial civilista, perdiendo con el populista Billinghurst en 1912 y con
Leguía en 1919. En 1922 falleció en Europa, noticia de la que dio cuenta el New York Times del día 12 de enero
de ese año (ver recuadro).
“Desde luego que la figura de Billinghurst soliviantaba a los trabajadores y a los Aspíllaga les preocupaba que la
disminución de la jornada de trabajo a ocho horas y la presión por aumento de salarios llegara a su plantación
de Cayaltí. A pesar de perder las elecciones, este incidente demuestra cómo así los Aspíllaga conservaban su
poder: En 1913 se llegó a una decisión final sobre una larga disputa de tierras entre Cayaltí y el pequeño pueblo
de Zaña, el cual estaba completamente rodeado por la hacienda. La decisión, favorable a los Aspíllaga, motivó
un ataque en el pueblo a la propiedad de la familia y a la quema de la tierra en disputa. A pedido de los
Aspíllaga, Zaña fue ocupada por el ejército, que impuso el toque de queda y prohibió la venta de licor, la
posesión de armas, y proscribió las reuniones públicas. El ejército restableció el orden, pero para ello mató a
dos zañeros e hirió a varios otros. Subsecuentemente, el prefecto de Lambayeque archivó un informe sobre lo
sucedido, describiendo la acción del ejército como una “masacre” y afirmando que todos los cerros
circundantes a Zaña habían sido robados por las haciendas cercanas, especialmente Cayaltí. Ántero vio el
informe, y le fue posible reemplazar al prefecto con alguien más favorable a los intereses de los Aspíllaga en
menos de una semana (Gonzáles 1978: 74, en base a la correspondencia de los Aspíllaga).
Otro suceso relevante que demuestra el poder e influencia política de los hacendados y terratenientes es este:
“En 1919, luego del golpe del 4 de julio de Leguía, hubo una huelga potencialmente violenta en Puerto Eten,
donde los Aspíllaga tenían azúcar y alcohol almacenado para embarcar; les siguieron los trabajadores del
ingenio azucarero, y en septiembre los cortadores de caña: pedían salarios más altos y precios más bajos para
los alimentos. Los Aspíllaga estaban entonces de malas con el poder, pues se habían enfrentado a Leguía. Sin
embargo, pudieron gestionar con el prefecto el envío de ochenta hombres armados a Eten con la amenaza de
encarcelar a los trabajadores portuarios; concedieron aumentos de salarios a los trabajadores del ingenio y
recurriendo, una vez más al prefecto respecto a los cortadores de caña: le pidieron veinticinco hombres
armados, éste envío cincuenta y los trabajadores regresaron a trabajar”.
Incluso en el campo monetario, el poder de los Aspíllaga se demuestra en que tenían su propio sistema de
monedas. El economista Rendón lo cuenta así: “Hubo una época en el Perú en que a los trabajadores rurales no
les pagaban el salario en dinero, sino en monedas producidas por el terrateniente (ver El Perú feudal). Era una
moneda que carecía de valor fuera de los dominios de la plantación. Así también ocurrió en la Hacienda Cayaltí
de los Aspíllaga. AAHSA significa “Aspíllaga Anderson Hermanos S. A. El terrateniente era así su propio
banquero central, con política monetaria privada. Y hasta con su propio sistema de justicia”.
Años más tarde, en 1930 en que surge el APRA, Rendón asegura que este movimiento “estaba presentado
problemas a los terratenientes. Desde los periódicos locales se les atacaba duramente”. Los Aspíllaga lo sabían:
“en Zaña son todos absolutamente apristas” aparecería en una correspondencia. Luis Aspíllaga escribía a Lima
en junio de 1931, previo a las elecciones de ese año: “un pretendido asalto por parte de la peonada de Tumán y
Patapo-Pucalá, que repelieron fuerzas bajo el prefecto a la entrada de Chiclayo, con una descarga cerrada de la
que dicen hay 11 muertos y otros tantos heridos”. Todo esto, sumado al encarcelamiento de los “cabecillas” y la
censura de “El Trabajador”, un periódico de los trabajadores que circulaba en las haciendas, contó con el apoyo
de los Aspíllaga” (véase artículo de Rendón en el enlace citado al inicio).
La teoría que maneja Rendón es que los Aspíllaga y la clase terrateniente en general tenían un férreo control de
la prensa, que manejaban desde la denominada Sociedad Nacional Agraria”. “Tenemos hasta dos periódicos,
La Crónica y La Prensa”, escribía Ramón Aspíllaga en 1934. Aparecían artículos anónimos defendiendo el
punto de vista de los hacendados o hacían entrevistas con los periodistas de publicaciones que les eran
favorables. Y desde luego, censuraban a quienes tenían puntos de vista opuestos. “La Hora”, periódico
lambayecano de tendencias izquierdistas, publicaba artículos de un periodista español que criticaba a los
hacendados, particularmente a los Aspíllaga. Éstos hicieron que el prefecto ordenara el cese de la publicación y
que el periodista español abandonara la zona (Gilbert 1982: 131).
“Pero la contribución más importante que hizo el gobierno a la supervivencia económica de los Aspíllaga y
otros hacendados fue ciertamente la represión al APRA y otros elementos radicales que amenazaban el control
que estos ejercían sobre la fuerza laboral” (Gilbert 1982: 131), bajo una especia de “criminalización” de
apristas, comunistas y anarquistas, la cual “no era sólo ideológica o por seguridad, sino fundamentalmente
económica”.
Posteriormente, ya en tiempos del breve gobierno democrático de José Luis Bustamante y Rivero (llegó
mediante elecciones al gobierno con su partido Frente Democrático Nacional) se produce un resurgimiento de
la actividad sindical. “El sindicato de Cayaltí se forma 1945 y es reconocido en el Ministerio de Trabajo gracias
a la presión del representante aprista por Lambayeque. Los terratenientes tienen que aceptarlo argumentando
que era “un mal a tono con la época política y social que atravesamos” (Gilbert 1982: 137).
“Sin embargo, los Aspíllaga están en la primera de la resistencia a Bustamante. Cayaltí era la sede de la Alianza
Nacional en Chiclayo. Apoyan a Odría en el golpe de 1958, en su gobierno, en la candidatura única de Odría en
1950. Los Aspíllaga aportan trabajadores (700) de “portátil” para formar parte de las manifestaciones de la
Alianza Nacional. Es en este contexto que se da la masacre de Cayaltí de 1950. Como diría Martín Adán, con la
dictadura de Odría el Perú vuelve a la normalidad, y también, y sobre todo, para los trabajadores. Los
terratenientes les iban a dar una lección y mostrar que eran éstos quienes seguían mandando. Que los
trabajadores no se ilusionaran con la democracia, las elecciones, sindicatos, o representantes en el congreso”,
concluye Rendón.
Volviendo al tema de la masacre de Cayaltí, resulta sintomático que a pesar de que el hecho ocurrió no hay
ninguna “versión oficial”. Además del testimonio oral de los ancianos cayaltileños, de las tesis doctorales
citadas, a veces el tema asoma donde menos lo esperamos, como por ejemplo en someras referencias como en
una página turística (http://www.lambayeque.net/chiclayo/cayalti/ubicacion/), donde al referirse a Cayaltí
señala: “Un pueblo que ha sido escenario de sangrientas acciones de luchas sindicales contra la patronal de ese
entonces, asimismo la masacre del año 1950 de triste recordación…”.
No se puede tapar el sol con un dedo, ni tampoco pretendemos una cacería de brujas contra los descendientes
de la familia Aspíllaga (a quienes intentamos ubicar en Lima pero sin tener resultados) o contra los efectivos
policiales que acataron la orden de ejecución extrajudicial. Es importante que las nuevas generaciones sepan
de estos hechos, no para sembrar odios, sino para reflexionar y concluir que la violencia no es el camino para el
desarrollo.
Hay quienes opinan que las autoridades competentes deberían buscar los cadáveres que están posiblemente
enterrados en algún sector del cerro La Guitarra, pero eso no depende de nosotros, además es una labor difícil.
A sesenta años de esta barbarie exigimos solamente que la verdad salga a la luz, porque “la verdad nos hará
libres”.
Los orígenes de lo que hoy es el distrito Cayaltí, y también la toponimia de su misterioso y bello nombre, están en el
nacimiento de la cultura peruana. Por las evidencias arqueológicas cercanas (cerro Corbacho, huaca Mataindios, Cerro
Saltur e incluso Huaca Rajada, entre otras) y su cercanía al río Zaña podemos deducir que Cayaltí fue un enclave
estratégico para las culturas Moche y Lambayeque, y quizás para anteriores civilizaciones precolombinas de la costa
norte.
Evidencias documentales obtenidas a partir del siglo XVI (después de la conquista española) demuestran que Cayaltí fue
antaño una próspera hacienda, que ya es mencionada en documentos del sigo XVIII en el Virreinato del Perú, junto con
las haciendas de Piccsi, Pátapo, Luya, Pomalca y Úcupe, así como el antiguo “Ingenio Azucarero de Collique” que cita el
gran historiador lambayecano Jorge Zevallos Quiñones.
A la llegada de Francisco Pizarro y sus huestes, nuestra civilización autóctona no conocía el cultivo de la caña de azúcar
ni el trigo. Los encomenderos españoles apenas llegaron vislumbraron la calidad de nuestra tierra e inmejorable clima
para la agricultura.
Aparte de Zevallos, otros estudiosos se han interesado en el tema, como el patapeño Carlos Arboleda Guanilo e incluso
la norteamericana Susan Ramírez McCartney en su libro “Patriarcas provinciales: la tenencia de la tierra en el Perú
colonial”, amén de otros más conocidos como Lorenzo Huertas y Manuel Tafur. Asimismo, sobre Cayaltí existes dos
estudios notables: “Cayaltí: The formation of a Rural Proletariat on a Peruvian Sugar Plantation. 1875-1933″ (“Cayaltí: la
formación del proletariado rural en una plantación azucarera peruana” 1875-1933”) de Michael Gonzáles, (Tesis doctoral,
Universidad de California, Berkeley, 1978) e “Historia del Sindicato de Cayaltí” de Orlando Plaza (Tesis de Bachillerato,
Pontifica Universidad Católica del Perú, 1971).
¿Quién introdujo el cultivo de la caña de azúcar en Lambayeque? Según Arboleda Guanilo, los primeros en sembrar
azúcar en nuestra región fueron Salvador Vásquez (encomendero de Reque) y Luis de Atienza (hijo del encomendero de
Collique, Blas de Atienza) en el año 1570.
“Hacia 1585 la población era un pequeño emporio de trabajo. Además del cultivo intenso de maíz, trigo, algodón,
chancacas, raspaderas, garbanzos y variados productos hortelanos, dentro del pueblo ya por entonces también se
afanaba una fábrica de azúcar conocida por el nombre de “Ingenio azucarero de Collique”, escribe Zevallos Quiñones en
“Historia de Chiclayo”.
Afirma Zevallos, basado en documentos de archivo, que en pleno siglo XVI “gran parte de esta producción se llevaba por
tierra a los mercados de Lima y por recuas a los mercados de Panamá”. Zevallos demuestra que ya en 1585, un
poderoso vecino de Trujillo, Juan Roldán Dávila, solicita al Ingenio de Collique 100 arrobas de azúcar “buena y bien
acondicionada”, de acuerdo a un poder dado por Roldán a Pedro de Mondragón ante el notario Antonio de Paz en
febrero de ese año.
Más adelante afirma, cuando toca lo relacionado al siglo XVII, que “sin referirnos a Lambayeque ni Saña, a Chiclayo lo
rodeaban huertas, chacras, fundos y en ellos se producía en pequeños trapiches de tracción animal mucha azúcar, por
ser ella y las harinas de trigo las dos principales demandas de Panamá y Chile”. Arboleda Guanilo en su estudio “Pátapo:
una visión geográfica e histórica” (que gentilmente tuvo a bien leernos durante una entrevista en su casa el año 2000)
precisa que la producción de azúcar en la costa lambayecana se da en las haciendas de Piccsi, Pátapo, Luya, Pomalca,
Cayaltí, Úcupe, entre otras.
ALUVIONES Y TERREMOTOS
Es de suponer, que estos hacendados vieron un excelente negocio en la siembra de caña y en la producción de azúcar.
Pero siempre la naturaleza es impredecible y el “Fenómeno El Niño” (que hasta hoy nos amenaza) hizo su aparición.
Tras el devastador aluvión del 24 de febrero de 1578, muchos cultivos fueron arrasados.
Décadas después se volvió a producir caña de azúcar. Zevallos dice que en 1675 el azúcar del valle de Chiclayo “que es
como el de Saña”, tenía siempre sobreprecio respecto a otros azúcares nacionales y valía siempre cuatro reales más
que el de Trujillo.
Luego vino el terremoto de 1867. “Como agobiaba la esterilidad de los campos de trigo, los agricultores se vieron
obligados a dedicar todo su esfuerzo a la caña de azúcar, doblando sembríos y construyendo mayor número de
trapiches para su beneficio, lo que produjo el fenómeno negativo de la sobreproducción. El precio bajó a la mitad de
antes. Sufrió el negocio de los derivados del azúcar como mieles, raspadillas y conservas”, dice Zevallos.
Se ha registrado que en 1701 nuevos aluviones y plagas de ratones dejaron los campos esterilizados y destruidos las
plantaciones de caña. Los trapiches se paralizaron y sobrevino escasez de azúcar que continuó por dos años más.
Definitivamente era el inicio de una gran crisis económica para la región lambayecana.
En 1728 surge otra inundación que afectó a toda la población lambayecana. Según Arboleda, “las inundaciones no eran
raras en la región, ya que los ríos se desbordaban ahogando rebaños enteros y destruyendo algunas haciendas. El
fango y los escombros obstruyeron varios puntos del Taymi, dejando a las varias haciendas sin riego en varias
temporadas”. Se refiere a Luya, Tumán y Pátapo, que entonces era administradas por la Orden Jesuita. Obre esta
última, refiere que “su limpieza fue larga y costosa, donde apoyaron algunos indígenas y los hacendados aportaron
mano de obra, alimentos y animales de tiro para la reconstrucción de sus principales acequias”. Las reparaciones fueron
muy difíciles, por los efectos del “Niño”.
En la primera mitad del siglo XVIII la economía de Chiclayo estaba resumida en la siembra de maíz, fríjol, garbanzo, ají,
hortaliza, caña y producción de azúcares, que tuvieron una baja notable por las lluvias e inundaciones. La economía era
inestable. Disminuyó la exportación de azúcar, miel y conservas a los mercados de Tierra Firme (Caracas, Venezuela).
La crisis aumentó por la mala administración de las haciendas así como litigios de tierras. “El efecto de estos factores
acumulados produjeron una crisis general en la economía de exportación basada en la agricultura”, sostiene Arboleda.
Los repartimientos y encomiendas desaparecen en el último tercio del siglo XVIII.
Boleto del ferrocarril Cayaltí-Eten. A través de la línea ferrea se trasladaba el azúcar desde la hacienda hasta
Puerto Eten, para su distribución a nivel nacional y también exportación. Foto: Internet.
La centuria se inicia con la independencia peruana del poderío español. A mediados del siglo XIX Cayaltí estaba en
manos de la familia Aspíllaga Anderson, y su producción anual de azúcar era la más alta a nivel nacional, llegando a los
4 mil kilos. Después de la independencia nacional, nuestro país había quedado devastado económicamente y por
añadidura el Perú había contraído su primera deuda externa al aceptar dinero inglés para los gastos de la emancipación.
Pero en la década de 1840 todo empezó a cambiar. Aquí la historia nacional da un viraje radical hacia una bonanza a
través del guano de las islas, el cual demostró ser un abono efectivo. Inglaterra iniciaba su revolución industrial y
necesitaba con urgencia incrementar la producción de su agricultura, siendo el guano un potente fertilizante natural.
El historiador Zevallos Quiñones afirma que “al entrar al siglo XIX la economía norteña era excelente. Primaba la
industria azucarera. Llegaron a funcionar trapiches de cobre a fuerza animal en los alrededores de Chiclayo, dando gran
impulso a la sementera de la caña de azúcar. Tenía favorable consumo en Chile y la exportación se hacía por el puerto
de San José”. Luego se sumó Puerto Eten.
Uno de los rasgos de la economía peruana a los requerimientos del mercado mundial eran las haciendas o plantaciones
que exportaban sus productos utilizando los ferrocarriles para efectuar el transporte. Los destinos eran países
desarrollados como Inglaterra, Francia, Alemania y posteriormente Estados Unidos hacia finales del siglo XIX.
Los trabajadores de Cayaltí, a inicios del siglo pasado, tenían que laborar en jornadas de 12 a 14 horas diarias
en los cañaverales. (Foto referencial tomada de Internet)
A principios del siglo XX ya empiezan a los hacendados a aumentar su poder económico-social, quienes dentro de su
propiedad tenían más poder que las autoridades políticas. Los llamados “barones del azúcar” ejercían notable influencia
a causa del inmenso poder económico que tenían, lo que les creó por un lado antipatías con los gremios del naciente
sindicalismo, pero por otro lado también eran respetados. Figuran los Aspíllaga en Cayaltí, los Pardo en Tumán, los De
la Piedra en Pomalca y los Izaga en Pucalá.
Para mantener y mejorar la producción en el campo, los hacendados pusieron en práctica la modalidad de “enganche”
que se practicaba en otras haciendas de la costa peruana. Predominantemente traían pobladores de la sierra, pero a
mediados del siglo XIX empiezan a importar personas procedentes de China y Japón, en condiciones muy duras.
“La finalidad principal del enganche era buscar hombres para trabajar en las haciendas. El anganchador socorría a la
gente con el dinero que necesitaba para sus sembríos o para la compra de medicina para sus familiares que estaban
enfermos, pero con la condición de ir a trabajar a la hacienda. Sin embargo se procedía primero a un contrato que
estipulaba que hasta no pagar el ´socorro´ los peones no tenían derecho a percibir ningún salario”.
CAYALTÍ EN LA ACTUALIDAD
Su situación crítica. No hay producción. El fideicomiso con Cofide no dio resultado. Se han abandonado muchos campos
de cultivo por falta de financiamiento. Uno de esos sectores es precisamente el anexo La Viña, que fuera invadido por
personas que estarían alentadas por traficantes de tierras y donde el 11 de enero de 2003 se produjo un enfrentamiento
con un saldo de doce muertos. situación que no se debe repetir jamás, en aras de la paz y la comprensión.
Cayaltí tiene cinco mil hectáreas para sembrar caña, y el resto son huertas y terrenos salinos y para crianza de ganado.
Al promediar el año 2005 contaba con 1,300 trabajadores en actividad y 4,190 jubilados y viudas. El ingenio está
paralizado y los trabajadores que se dedican a la siembra reciben pequeñas propinas.
“Tantísimos años en esta forma como estamos. En primer lugar entraron unos trabajadores de acá, han sido más vivos
que el águila, se llenaron, han arrancado, han arruinado todo, han vendido caballos, han vendido un montón de cosas.
En la fábrica ya no hay nada casi, solo el techo está, toditito una desgracia. Y como no se va querer, por eso se ha
estado luchando por un inversionista que venga, pero cuando alguien a querido interesarse, la otra parte saltaba y hacía
lo imposible. Las autoridades son corruptas, porque no han puesto la orden como debe ser, esa es la verdad. Queremos
que el señor presidente de Lambayeque venga a ver esta cuestión. Cayaltí ha sido la primera cooperativa a nivel
nacional, y ahora estos pobres hombres, los jubilados hay días que no comen. Cuando hay una propina a veces nos
dan, treinta o cincuenta soles, pero eso es para dos días nada más”, señala un traajador de la empresa.
La población, que se ha incrementado, se dedica al comercio o a cultivar sus huertas. Con la llegada de inmigrantes de
la sierra, Cayaltí tiene un rostro distinto al que tenía antes. Hay graves problemas sociales que resolver como el
desempleo, al que se suma el incremento de la delincuencia común y la adicción al alcohol y las drogas. La urbe carece
de un adecuado sistema de agua potable y alcantarillado, sus vías no están asfaltadas.
Quedan los restos de la arquitectura antigua de Cayaltí: la casa hacienda, el ingenio, las casas de obreros y empleados,
etc., como mudos testigos de la historia y que, como en el enlace citado, motiva la imaginación de los turistas y
“blogueros”. Sin embargo, un importante sector de la población quiere que Cayaltí se levante de sus ruinas. Por ahora
quedan los recuerdos, como el de una anciana que dice: “Hoy Cayaltí no es ni la sombra de lo que fue”. (Nivardo
Córdova Salinas)
Klaren Peter, “The sugar industry in Perú”. Revista de Indias, 2005, vol. LXV, núm. 233, Págs. 33-48.
Gonzales Michael, “Cayalti: The formation of a rural proletariat on a Peruvian sugar came plantation, 1875-1933” PHD
Dissertation. (reseña en China Daily).
Moore Stephany Carol, “The japanese in multiracial Perú, 1899-1942”. Dissertation for degree Doctor of Philosophy.
“Antero Aspíllaga dies. He was twice a candidate for presidency of Perú”. Nueva York, diario New York Times, 12 de
enero de 1922.
Delbert A. Fitchett, “Agricultural, land tenure arrangements on the norrthern coast of Perú”, Santa Mónica, California.
1966
Klarén Peter, “Formación de las haciendas azucareras y orígenes del Apra”. Lima, 1976.
Etiquetado Carlos Arboleda Guanilo, Cayal, Cayaltí, Cudelio Córdova, Jorge Zevallos Quñonez, Lorenzo
Huertas, Michael Gonzales, Nivardo Córdova, Orñando Plaza, Perú, Silvio Rendón, Susan Ramírez McCartney, Susana
Grados
Letra de cambio, por el valor de 10 libras, emitida por la Hacienda Cayaltí en 1912. Abajo hay una nota escrita a mano y firmada por
uno de los miembros de la familia Aspíllaga.
Foto: mercadolibre.com