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EVIDENCIA DE LA RESURRECCIÓN

Cuando Jesús murió en la cruz, parecía que todo se había perdido. La


JOSH MCDOWELL muerte había ganado. Pero después de tres días en la tumba de un hom-
se consideraba agnóstico cuando era joven y creía que bre rico, Jesús apareció… ¡vivo! La noticia fue tan sorprendente que sus
el cristianismo no valía nada. Sin embargo, después
TXHORGHVD¿DURQDH[DPLQDULQWHOHFWXDOPHQWHODVGH- seguidores se rehusaron a creerla hasta que lo vieron con sus propios
Lo que le sucedió a Cristo puede sucedernos a
claraciones del cristianismo, Josh descubrió evidencia
FRQYLQFHQWH\DEUXPDGRUDGHODFRQ¿DELOLGDGGHODIH
ojos y tocaron sus heridas con sus propias manos. Luego Jesús hizo una nosotros. Como él, nosotros moriremos, pero su
resurrección es una promesa que indica que la
cristiana. Josh ha sido el autor o ha escrito conjunta- declaración asombrosa: En el futuro, ellos iban a tener cuerpos resucita- PXHUWH QR HV HO ÀQ 6X UHVXUUHFFLyQ HV HO SUR-
mente con otro autor 108 libros, incluyendo Más que
XQFDUSLQWHUR, el cual se ha traducido a más de 85 idi- dos como el suyo, cuerpos que nunca iban a deteriorarse, envejecerse o totipo de la nuestra. Él marcó el camino atrave-
sando la muerte hasta llegar a la vida eterna, y
omas, y Nueva evidencia que exige un veredicto. perecer. Ellos iban a tener vida nueva sin muerte o dolor, en la presencia

JOSH McDOWELL SEAN McDOWELL


nos dice que podemos seguir sus pisadas toma-
de un Dios amoroso para siempre. dos de su mano que nos guía en todo el trayecto.
La resurrección nos da esperanza de un futuro
glorioso, sin dolor, libre de muerte… Nuestros
más anhelados sueños de paz, amor y armonía
Pero, ¿podemos creer en su promesa? En realidad ¿podemos verda pueden cumplirse.
-deramente creer que la promesa la hizo un hombre que resucitó de los
En primer lugar ¿por qué está este mundo hecho
muertos? En este fascinante vistazo a las declaraciones de los escritores XQ GHVDVWUH" 6L VH VXSRQH TXH OD UHVXUUHFFLyQ
del evangelio y 2,000 años de cristianos creyentes, el autor de gran éxito resuelve los problemas del mundo, ¿por qué to-
davía lidiamos con el dolor, los problemas y la
de ventas, Josh McDowell, y su hijo Sean le invitan a examinar la evi- muerte? ¿Y qué de mis esperanzas personales?
dencia convincente y abundante que indica que Jesucristo conquistó la ¢6HSHUGHUiQFXDQGRPXHUD\PHHQFXHQWUHHQHO
FLHOR"¢6HURPSHUiQPLVUHODFLRQHVSDUDVLHP-
muerte y la tumba. Y ellos le desafían a contestar esta pregunta: Si Jesús pre? ¿Y qué del cielo? Basado en lo que usted

SEAN MCDOWELL UHVXFLWyGHHQWUHORVPXHUWRVKDFHDxRV¢TXpVLJQL¿FDHVWRSDUD


ha oído de ello, tal vez realmente no esté muy
entusiasmado de ir allá. ¿Realmente es como
es director del departamento bíblico en Capistrano mí el día de hoy? las fotos y descripciones populares de ese sitio?
Valley Christian Schools y es un orador popular en ¢6HUpUHDOPHQWH\RPLVPRHQHOFLHORRVHUpDE-
universidades, iglesias, escuelas y conferencias a sorbido por Dios y perderé mi ser consciente? Y
nivel nacional. Es el vocero nacional y conferencista las preguntas realmente grandes: ¿Cómo puedo
de Wheatstone Academy, una organización dedicada a estar seguro de que todo esto es cierto? ¿Cómo
la capacitación de jóvenes en la cosmovisión bíblica. puedo saber con certeza que realmente sucedió
la resurrección? ¿Cómo puedo saber que esto no
es solo otro sueño dorado?

El propósito de Evidencia de la resurrección es


ayudarlo a encontrar las respuestas a estas pre-
guntas cruciales y de suma importancia.
C O N T E N IDO
Introducción:
La resurrección de Cristo —la única esperanza del mundo............. 9

SECCIÓN I
La necesidad humana de la resurrección

1 ¿Cómo se volvieron las cosas un desastre?....................................19


2 ¿Estamos condenados a la ruina?.................................................29
3 El increíble amor de Dios............................................................37
4 La solución a nuestro dilema.......................................................47

SECCIÓN II
El significado personal de la resurrección

5 Libres del temor a la muerte........................................................59


6 Se cumplirán nuestras esperanzas y deseos...................................71
7 La restauración de todas las cosas.................................................81
8 Nuestra nueva vida comienza ahora.............................................95

SECCIÓN III
Evidencia sólida de la resurrección

9 ¿Es cierto? ¿Es verosímil?...........................................................111


10 La confirmación de la historia...................................................125
11 ¿Causan los relatos de milagros debilidad a la credibilidad?........133
12 Evidencias de la confiabilidad documentaria..............................149

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13 ¿Causan las discrepancias debilidad a la confiabilidad histórica..165


14 Hechos cruciales acerca de la crucifixión de Cristo....................171
15 Hechos cruciales acerca de la sepultura de Cristo.......................183
16 Datos de la resurrección con los que hay que lidiar....................199
17 Intentos para “desechar” la resurrección.....................................213
18 Destrozando las teorías del sepulcro vacío..................................229
19 La evidencia circunstancial........................................................241

Conclusión: ¿Qué es lo que sigue?..................................................249


Notas.............................................................................................257

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Introducción

LA RESURRECCIÓN DE CRISTO—
LA ÚNICA ESPERANZA DEL MUNDO
Imagínese que un ser extraterrestre inteligente viene de algún lugar en
el espacio para visitar nuestro planeta y pasarse unos cuantos años ha-
ciendo una gira por el globo. El propósito de su visita es aprender de
nosotros, investigar nuestra historia y hacer observaciones acerca del
estado de la vida en La Tierra. Pero también imagínese que los guías
humanos del extraterrestre deliberadamente le impiden todo contacto
con cristianos, de toda la información acerca del cristianismo y de todos
los datos referentes a la historia cristiana. ¿Qué observaría este extrate-
rrestre, y qué concluiría en base a sus observaciones?
Él haría una gira por las Américas, los Estados Unidos y Europa
Occidental y vería culturas en decadencia y sociedades fragmentadas
en las que la gente persigue sus propios intereses. Sería testigo de gente
que se satura con el placer y el entretenimiento mientras ignora las ne-
cesidades humanas y la creciente pobreza a su alrededor, fracasa en el
mantenimiento de buenas relaciones y que se hunden cada vez más en
la inmoralidad. Vería grandes mansiones en comunidades amuralladas
con pobladores mirando por encima de una multitud de barriadas do-
minadas por la desesperanza, la pobreza y la mas abyecta miseria. Vería
una tasa de criminalidad cada vez mayor y una creciente deshonestidad
en todos los estratos de la sociedad. Vería un desenfrenado consumo de
drogas y homicidios en todas las ciudades.
Al viajar al África, el extraterrestre haría una gira por países en los que
grandes cantidades de gente con hambruna, incluyendo niños, mueren
cada día mientras sus líderes nacionales se enriquecen mediante la co-
rrupción y avaricia. Encontraría naciones enteras en las que la gente

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joven está siendo exterminada por epidemias infecciosas, en particular


el SIDA. En el Medio Oriente, vería la represión criminal de religiones,
opresión y tortura de mujeres, y luchas internas entre los líderes de tri-
bus en culturas saturadas de una increíble riqueza petrolera.
En el Lejano Oriente, encontraría más tiranía gubernamental, re-
presión y genocidio en masa. En la India, encontraría pobreza vil y
desesperanza impuestas por un cruel sistema de castas que impide el
movimiento social ascendente.
Al estudiar la historia del pasado de nuestro planeta, nuestro visi-
tante extraterrestre detectaría inmediatamente un ciclo repetitivo en
nuestra historia: naciones que nacen; crecen con esperanza idealista,
desarrollan grandes leyes, arte y bienestar para sus ciudadanos, y luego
se deterioran tanto que la misma riqueza las conduce a la fragmentación
egoísta, la corrupción y el declive, hasta que la sociedad finalmente se
derrumba y cae en la ruina. Vería que este patrón se repite una y otra
vez en todas las grandes civilizaciones del pasado y el presente: Egipto,
Mesopotamia, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia, Roma, los bizantinos,
Inglaterra y Estados Unidos. Vería guerras continuas, grandes y peque-
ñas, costando la vida de innumerables personas y devastando sociedades
por muchas generaciones. Vería repetidas epidemias y enfermedades
propagándose por los continentes y eliminando un enorme porcentaje
de la población. Vería odio y genocidio en masa repitiéndose una y otra
vez con tiranos como Stalin, Hitler y líderes de tribus africanas.
Sin duda nuestro visitante extraterrestre vería que este planeta no
tiene esperanza. Percibiría una falla corrupta en el corazón humano que
provoca que estos patrones de conducta tan funestos se repitan una y
otra vez hasta que los humanos se destruyan a sí mismos o hasta que el
sol se enfríe. Abordaría su nave y regresaría a su planeta, sacudiría su
cabeza desilusionado al pensar en el destino fatal de nuestro mundo.
En realidad, no tendríamos que invitar a un extraterrestre a que vi-
niera aquí para demostrar la desesperanza de nuestro planeta sin el cris-
tianismo. Lo hicimos solamente para presentar un efecto dramático.
Nosotros pudimos fácilmente haber visto al mundo a través de los ojos
de muchos no cristianos que también ven el dolor, la destrucción y las
tragedias de la vida en la tierra como un ciclo de existencia que no tiene
sentido ni salida. Por ejemplo, considere este comentario puesto por
una chica no cristiana en un sitio web ateo:

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I ntro ducción

“Estoy confundida… Siempre creí que la ciencia sería la cura


de todos mis problemas, pero no sé si puedo seguir viviendo sin
vida eterna. Supongo que simplemente yo misma tendré que en-
contrar una manera de superar esta existencia sin sentido. Ojalá
conociera a alguien que pudiera mostrarme el camino a la vida
eterna. Pero si la ciencia no puede dar las respuestas, entonces
¿¡quién o qué podrá!? (suspiro) ¿No es cierto que parece como
que hay un poder superior que da un propósito a nuestras vidas?
Bueno, la ciencia dice que no, por lo tanto no lo hay1.”

He ahí todo el problema en unas pocas palabras. Si la vida tal como


uno la ve ahora en este planeta plagado de desventuras es todo lo que
hay, entonces la existencia en verdad carece de significado y, como lo
dice esta chica, “uno mismo debe encontrar una manera”. Ella se da
cuenta que hay una cosa que daría sentido a todo: la vida eterna. Ella es-
peró una vez que la ciencia encontrara una manera en que los humanos
vivieran para siempre, pero llegó a reconocer que ésta no podía lograrlo.
Deseaba que hubiese algún tipo de poder superior que le asegurase la
vida eterna, puesto que solo una vida gozosa sin fin haría que esta atri-
bulada existencia presente tuviese sentido.
Muchos han encontrado consuelo en este mundo turbulento soñan-
do con sociedades idílicas en las que reinan la paz y la buena voluntad,
donde la vida está llena de significado, donde el dolor y la muerte no
existen y el futuro se extiende para siempre. Todos sabemos sus nom-
bres: Atlántida, Arcadia, Utopía, El Dorado e incluso Camelot, donde
por un breve momento reluciente todo es exactamente como debería
ser. Pero en la mente de muchos desesperanzados, todos esos sueños son
simplemente ilusiones. No existe tal sociedad perfecta. Aun la historia
de Camelot, la cual tal vez fue cierta, muestra lo inútil de esos sueños.
En la historia de Camelot, el rey Arturo y su consejero Merlín dan
inicio a un nuevo reino en base a la honra mutua, mediante el ayu-
dar a los pobres, rescatar a los encarcelados, levantar a los oprimidos,
administrar justicia y misericordia, y convivir en paz y armonía. Pero
poco después que se estableció el reino, surgen fallas mortales: lujuria,
la debilidad en el noble Lancelot; la maldad y la envidia, y el cáncer en
el corazón del marginado Mordredo. Por lo tanto cae Camelot, devora-
do desde la raíz por estas fallas mortales, ofreciéndonos una actuación

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cinematográfica especial de cada civilización que ha existido o que vaya


a existir en este planeta.

La última gran esperanza de la humanidad


En un momento de la historia, hubo un grupo de creyentes que
confiaron en alguien que ellos creían con fervor que verdaderamente iba
a cambiar al mundo para siempre. Un puñado de devotos judíos creía
que un hombre llamado Jesús era el Mesías, el libertador que iba a rom-
per los lazos opresivos que tenían los romanos sobre ellos y establecería
un reino permanente y verdaderamente piadoso en la tierra. Su profeta
Isaías había profetizado en las antiguas escrituras judías que el Mesías
iba a venir a restaurar todas las cosas hasta convertirlas en un paraíso, en
el cual no habría más peleas, opresión, temor o muerte (ver Isa. 11; 35).
Toda la tierra volvería a ser una vez más un jardín inmaculado, donde
todos vivirían juntos y en paz para siempre.
Imagínese el terrible estado mental y emocional de ese pequeño
grupo de discípulos mientras veían al Mesías, su libertador, dando su
último y agonizante suspiro, colgado para morir como un criminal co-
mún en una cruz romana. Aquí está el hacedor de milagros que había
mostrado que podía mandar a la naturaleza, sanar las enfermedades,
resucitar a los muertos y producir comida con una palabra o un gesto.
Ellos lo habían dejado todo para seguirlo. Aquí estaba el Rey que ellos
habían creído que iba a volver a establecer el reino de Israel. Pero ahora
allí estaba, clavado en una cruz. muriendo. Y muriendo con él estaban
todas las esperanzas que habían puesto en él. Debieron haberse sentido
como la pobre chica que citamos anteriormente. La vida parecía no
tener sentido. Todo carecía de esperanza. Parecía no haber salida a su
absurda existencia, no había camino a una vida ideal y eterna.
Pero mucho más que el destino de los discípulos, o incluso el destino
de Israel colgaba en la cruz ese día. El destino de toda la raza humana
y su esperanza de un brillante porvenir y de una vida después de la
muerte colgaban allí con Cristo. Él era la última esperanza de la huma-
nidad. Pues el hombre que estaba muriendo en esa cruz era aquel que
Dios había prometido que vendría y sacaría a toda la humanidad de
su dolor y desgracia hacia una vida eterna de gozo. Pero ahora, con su
muerte, parecía que se había ido toda esperanza. La vida eterna era un

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mero sueño. La muerte iba a reinar para siempre. La esperanza del Me-
sías prometido para liberar a la humanidad de las cadenas de las tinie-
blas parecía haberse hecho trizas. El supuesto Salvador estaba muerto, y
cualquier esperanza de liberación estaba sepultada con él.

La sorpresa más grande del mundo


María Magdalena era una mujer que fue leal a Cristo hasta el fin. Él
había sacado siete feroces demonios de ella, y desde ese momento en ade-
lante ella lo siguió con gratitud y de todo corazón. Ella apoyó su minis-
terio económicamente y creyó que él era aquel que Dios había escogido
para traer paz eterna al mundo. Ella se había quedado al pie de la cruz y
había presenciado la injusta y cruel ejecución de su maestro, y ahora su
vida estaba hecha un caos total. Ella era una de las seguidoras más devotas
de Jesús, y verlo deshonrado le produjo una angustia tremenda.
Después que los soldados romanos determinaron que Jesús estaba
muerto, lo bajaron de la cruz y entregaron su cuerpo a un funcionario
judío rico para que lo enterrara en una tumba nueva. María dejó la de-
primente escena decidida a visitar su tumba después que se terminase el
entierro. El domingo temprano en la mañana ella fue a la tumba, y allí
sufrió otro revés. No solo habían matado a Jesús de manera injusta, sino
que también para gran susto suyo, la tumba estaba abierta y no estaba
su cuerpo. Temiendo que alguien hubiera robado el cuerpo, ella corrió
hacia Pedro y Juan, dos de los discípulos de Jesús, y les dijo lo que había
visto. Con total incredulidad, los dos hombres corrieron rápidamente
hacia la tumba para verificar la historia por sí mismos.
Cuando ellos llegaron, vieron los lienzos plegados aún intactos, pero
no se encontraba el cuerpo por ningún lado. Los dos discípulos regre-
saron a casa asustados y confundidos. Pero María se quedó atrás. Ella se
asomó a la tumba para dar una última mirada, y lo que vio la sorpren-
dió: estaban allí dos hombres, vestidos con brillantes túnicas blancas,
sentados dentro de la tumba.
—¿Por qué lloras? —le preguntaron los ángeles.
—Porque se han llevado a mi Señor —respondió ella— y no sé dón-
de le han puesto (Juan 20:13).
Volteándose, ella luego vio algo aun más sorprendente: Jesús estaba
parado delante de ella, ¡vivo! Pero de manera extraña, en vez de reco-

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nocerlo, ella lo confundió con un jardinero. Quizás nunca sepamos por


qué ella no lo reconoció. Tal vez sus ojos estaban llenos de lágrimas.
Quizás todavía estaba oscuro. Tal vez ni siquiera le vio el rostro. O qui-
zás Dios simplemente le impidió que entendiera quién era él. Jesús le
hizo la misma pregunta que le hicieron los ángeles:
—Mujer, ¿por qué lloras?
Aún despistada en cuanto a la persona con quien estaba hablando,
ella dijo suavemente: “Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has
puesto, y yo lo llevaré” (Juan 20:15). María estaba claramente confun-
dida y angustiada. Ella amaba mucho a Jesús y quería presentar sus
últimos respetos.
Pero luego, en un momento de extraordinaria ternura, Jesús la llamó
por nombre: “¡María!” dijo él.
“¡Maestro!” clamó ella mientras lo reconocía repentinamente. Ella
corrió hacia él, abrazándolo con gozo desenfrenado (ver Juan 20:16).
Jesús estaba parado delante de María, vivo, sano y saludable porque la
muerte no pudo retener al Mesías prometido. Dios lo resucitó para cum-
plir su misión y traer vida eterna a un mundo enfermo y moribundo.

Por qué es crucial la resurrección de Cristo


Cuando Cristo estaba en la cruz, parecía que todo estaba perdido. La
muerte había ganado. Pero después de tres días en la tumba de un rico,
Jesús apareció vivo nuevamente. La noticia fue tan impactante que los
discípulos se negaron a creerla hasta que él mismo se les presentó perso-
nalmente y les dejó tocar sus heridas con sus propias manos. Entonces
Jesús hizo una declaración asombrosa a sus discípulos: En el futuro ellos
también iban a tener cuerpos resucitados como el suyo. Cuerpos que
nunca iban a deteriorarse, envejecer o perecer. Ellos iban a alcanzar la
única gran esperanza que traería significado a una existencia que de
otro modo carecía de sentido. Ellos iban a tener vida nueva sin muerte
o dolor en la presencia de un Dios amoroso para siempre.
Esa es la gran esperanza que ofrece el cristianismo a un mundo sin
esperanza, una vida con Dios más allá de la muerte, libre de dolor y
sufrimiento, y llena de gozo ilimitado. Esto, tal como explicaremos en
más detalle posteriormente, es exactamente cómo la Biblia describe el
cielo. El cielo es un lugar de bendición inimaginable. Es un sitio de

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éxtasis y satisfacción. Cuando lleguemos al cielo todos diremos: “¡Para


esto es que fuimos hechos!” La Biblia menciona a la vida después de la
muerte con anticipación y gozo. Los cristianos esperan ansiosamente el
día en que todas las lágrimas serán enjugadas. Esta creencia en el cielo
no son unos simples castillos en el aire diseñados para hacernos sentir
bien en un mundo desesperado, como Utopía, Arcadia o El Dorado; es
una creencia basada en evidencia sumamente sólida. Nosotros explora-
remos esta evidencia en la tercera sección de este libro.
Cuando consideramos nuestro dolor y luchas actuales a la luz de
la vida eterna en el cielo, podremos trascender nuestras circunstancias
aparentemente desesperadas. Como dijo valientemente la Madre Tere-
sa de Calcuta: “¡Desde el cielo la vida terrenal más miserable parecerá
como si fuera una mala noche en un hotel incómodo!” Podemos cobrar
ánimo mediante las palabras que Jesús pronunció cuando la muerte lo
estaba mirando desafiantemente a la vuelta de la esquina: “En el mundo
tendréis aflicción, pero ¡tened valor; yo he vencido al mundo!” (Juan
16:33). Es útil recordar durante las pruebas difíciles que nuestra propia
resurrección está a la vuelta de la esquina.

La promesa de la resurrección
“Pero”, podría decir usted, “¿qué significa la resurrección de Cristo
para mí? Así que él proclama haber resucitado de entre los muertos. Si
es cierto, es asombroso, pero en última instancia, ¿qué importa? ¿Qué
tiene que ver la muerte y resurrección de un hombre hace dos mil años
conmigo ahora mismo en el siglo XXI?”
La promesa de la resurrección es esta: Lo que le sucedió a Cristo
puede sucedernos a nosotros. Como él, nosotros moriremos, pero su
resurrección es una promesa que indica que la muerte no es el fin. Su
resurrección es el prototipo de la nuestra. Él marcó el camino atrave-
sando la muerte hasta llegar a la vida eterna, y nos dice que podemos
seguir sus pisadas teniendo su mano guiándonos en todo el trayecto.
La resurrección nos da esperanza de un futuro glorioso, sin dolor,
libre de muerte. Los sueños de un paraíso, donde Arcadia, Utopía,
El Dorado y Camelot pueden cumplirse en toda su perfección ima-
ginable. Nuestros más descabellados sueños de paz, amor y armonía
pueden cumplirse.

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Sabemos que este capítulo lo podría dejar con toda clase de pregun-
tas acerca del significado de la resurrección. ¿Por qué fue necesaria? En
primer lugar reflexionemos ¿por qué está este mundo hecho un desas-
tre? Si se supone que la resurrección resuelve los problemas del mundo,
¿por qué todavía lidiamos con el dolor, las guerras, los problemas y
la muerte? ¿Y qué de mis esperanzas personales? ¿Se perderán cuando
muera y me encuentre en el cielo? ¿Se romperán mis relaciones para
siempre? ¿Y qué del cielo? Basado en lo que usted haya oído de ello,
tal vez ni siquiera esté muy entusiasmado de ir al cielo. ¿Realmente
será como las pinturas, cuadros y descripciones populares que se hacen
de ese sitio? ¿Seré realmente yo mismo en el cielo o seré absorbido por
Dios y perderé mi ser conciente? Y luego vienen las preguntas realmente
grandes: ¿Cómo puedo estar seguro de que todo esto es cierto? ¿Cómo
puedo saber con certeza que realmente sucedió la resurrección? ¿Cómo
puedo saber que esto no es solo otro sueño dorado?
Le animamos a que siga leyendo. El propósito de este libro es ayu-
darlo a encontrar las respuestas a estas preguntas cruciales y de impor-
tancia eterna.

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1

¿C ÓMO SE VOLVIERON LAS


COSAS UN DESASTRE?
En el libro Runaway Jury (Jurado fuera de control), de John Grisham,
Jacob Wood se despide de su familia una mañana y se va a trabajar a
su oficina de abogados en el centro de la ciudad. Él le pide consejo a
su secretaria acerca de un buen regalo de cumpleaños para su hijo. Él
está ansioso de pasar una noche divertida con su familia para celebrar
el cumpleaños de su joven hijo. Pero los planes de Jacob no se iban a
cumplir. Esa mañana un pistolero loco se metió a la oficina y lo abatió
a tiros.
Jacob Wood, como el resto de nosotros, se había forjado una vida
esperando encontrar gozo, felicidad, seguridad, amor y significado en el
mundo a través de la familia y la vocación. Pero en un breve momen-
to, todo se desmoronó. Terminó su vida. En un instante, su esposa se
convirtió en viuda, su hijo perdió a su padre y todos sus planes termi-
naron.
Así sucede en la vida real. La gente trata de forjar una buena vida,
pero sus planes son destruidos, a veces mediante la muerte, como en
el caso de Jacob Wood. Pero más frecuentemente éstos se destruyen
por eventos inesperados que estorban y hasta paralizan los planes que
cuidadosamente diseñamos. Nos ha sucedido a todos. Le ha sucedido a
usted, y le volverá a suceder. Todos hemos enfrentado temores inespe-
rados, dolor, decepción y tragedia. Casi todos y cada uno de nosotros
con un tipo de sufrimiento que no se esfuma: un recuerdo de la niñez
que no ha sanado, una relación tensa o rota, un problema físico, un
sueño destruido. Las sonrisas en algún momento se convierten en ce-
ños fruncidos, y la risa cede el paso al llanto. La felicidad y la salud de

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pronto se convierten en dolor y sufrimiento. Todos nosotros en algún


momento sufriremos la pérdida de un ser querido. Si bien algunos de
nosotros tendremos más sufrimientos y ayes que otros, ninguno puede
escapar de los golpes y heridas que nuestra presencia en este mundo nos
puede traer.
Incluso la tierra siente el dolor atroz de las tribulaciones y la muerte.
Gime bajo el estrés de un mundo maldito por el pecado: tornados y
huracanes causan estragos en la vida y las propiedades, arroyos embra-
vecidos inundan sus orillas hasta convertirse en fuerzas destructivas, y
la pequeña chispa de una fogata se transforma en un furioso infierno
forestal, consumiendo plantas, animales y casas. Animales dóciles que
primero deambulaban por la tierra en armonía ahora se destrozan bru-
talmente entre sí para sobrevivir y proteger su territorio. Los volcanes
hacen erupción, arrojando cenizas. Los terremotos derrumban edificios.
El sol reseca los campos, produciendo sequía, ruina y más muerte.
Mientras luchamos para forjar una buena vida en medio de todo este
dolor, sufrimiento y destrucción, algo dentro de nosotros dice: “Todo
esto no tiene sentido”. Podemos ver toda la belleza de la tierra, experi-
mentar el gozo del amor y la satisfacción de los logros y sentir que de
algún modo, algo simplemente no está bien con respecto a la manera en
que funcionan las cosas en esta tierra. Hay tanta belleza y bondad que
nos preguntamos si no hay algún tipo de significado detrás de todo el
dolor y ruina que vemos y sentimos. Junto a los tornados, huracanes e
incendios forestales, vemos la majestuosidad de las montañas, la gloria
esplendorosa de las puestas del sol, la visión de vibrantes praderas y la
maravilla de las poderosas ondas del mar. Somos testigos del complica-
do equilibrio de la naturaleza, experimentamos el gozo de la amistad,
y la familia, y nos decimos: “Hay tanto bien en este mundo, entonces
¿por qué tiene que estropearlo todo el dolor, la muerte y las tragedias
que nos persiguen incesantemente?”

La creación ideal
El dolor, la tragedia y la muerte que nos causan estragos no estaban pre-
sentes en la creación original de Dios. La belleza que vemos en la natu-
raleza, el gozo que experimentamos en las relaciones amorosas, la satis-
facción que sentimos con el trabajo bien hecho y el placer que vivimos

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¿Cómo Se V o lviero n L as Co sas U n Desast re ?

de tantas maneras, son pistas que indican cómo era el mundo cuando
Dios lo creó. Las relaciones no estaban contaminadas por el orgullo, la
lujuria, la avaricia o los celos. La naturaleza era completamente benig-
na, sin tormentas destructoras, sin sequías, sin incendios forestales. El
trabajo era recompensado con el logro y la satisfacción, y el principio
pesimista que espera que todo salga mal, no existía, para frustrar nues-
tros esfuerzos. La muerte, el dolor y la enfermedad no existían. La tierra
estaba en un estado de completa perfección, en el que todo funcionaba
tal como debía, y el gozo perfecto y el amor estaban a la orden del día.
Sabemos que para muchos el párrafo anterior suena como un sueño
descabellado e idealista, una fantasía creada por nuestra propia imagina-
ción que simplemente es demasiado buena para ser cierta. Pero creemos
en nuestros mejores momentos, cuando podemos ver en los vestigios de
la bondad que aún abunda en nuestro mundo, que un ser benevolente
debió haber creado todo esto. Y un ser lo suficientemente poderoso
para inventar el placer, amor, felicidad y gozo con seguridad tendrá el
poder para impedir los males que infectan a la creación ahora. ¿Cómo
explicamos esto? ¿Cómo puede ser todo perfecto y libre de dolor, como
en el mundo que describimos anteriormente, y luego degenerar hasta
convertirse en el mundo lleno de dolor destrozado por la muerte en el
cual ahora vivimos?
Para contestar, miremos brevemente la naturaleza del mundo tal
como lo creó Dios al principio. En el relato de la creación esbozado
en el primer capítulo de Génesis, Dios hizo el mundo, la naturaleza y
la vida en este planeta en un proceso de seis etapas, comenzando con
la materia y procediendo con la luz, la tierra, los peces y los animales
terrestres. Finalmente, en el último día, creó seres humanos a través de
la primera pareja, Adán y Eva, masculino y femenino.
Estos prototipos humanos eran singulares entre toda la creación en
el hecho de que solo ellos fueron creados a la imagen de Dios. Esto
significó que poseían varios rasgos que les faltaban a las otras criaturas
de Dios. Ellos se paraban erguidos; tenían manos para usarlas como
herramientas para moldear su ambiente; poseían raciocinio, conciencia
de sí mismos y la capacidad de elegir su propio destino. La diferencia
principal, no obstante, estaba en el hecho de que al hombre y la mujer
se les infundió el Espíritu de Dios mismo. Mientras que los animales
tenían instinto como su mecanismo de control, los humanos tenían al

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Dios del universo morando en sus vidas, dirigiendo sus pasos y dando
información a sus decisiones.
Lo que esto quería decir era que el hombre y la mujer eran los asis-
tentes de Dios en la tierra. Ellos eran los representantes de Dios, sus
agentes, quienes recibieron la responsabilidad y el poder de gobernar
sobre la tierra en lugar de Dios, cuidar de los animales y el ambiente, así
como también controlar perfectamente su propia conducta personal.
Ellos eran los señores de la tierra, gobernaban sobre toda la naturaleza,
incluyendo su propia naturaleza humana, por medio del poder de Dios
mismo viviendo dentro de ellos.
Así que naturalmente, las cosas marcharon bien en la tierra. Todo
funcionó según el propósito por el cual había sido creado, de acuerdo al
orden que Dios había diseñado puesto que el hombre y la mujer gober-
naban sobre todo con una mano benevolente dirigida por Dios mismo,
quien moraba dentro de ellos.
El primer impulso suyo tal vez sea pensar que el diseño para Adán y
Eva fue esencialmente nada mejor que el de los animales. Sí, estuvieron
bajo la dirección de Dios en vez de la del instinto intrínseco, pero en
ambos casos, estuvieron bajo dirección. Le podría parecer a usted que
no estaban libres. Pero permítanos explicar que no fue así. Adán y Eva
eran completamente libres. Anteriormente mencionamos que un atri-
buto que separaba a los humanos de los animales era que ellos tenían la
libertad de elegir su propio destino. Y la elección era sencilla. Todo lo
que tenían que hacer era decirle a Dios que se saliera de sus vidas y él lo
haría. Ellos entonces estarían libres de Dios, ya no estarían bajo su guía
y dirección, y por lo tanto, tendrían la libertad de dirigir sus vidas de
cualquier manera que escogieran.
Sin embargo, sería una decisión insensata, porque Dios diseñó a
los seres humanos explícitamente para que él morase en ellos y gober-
nase a toda la creación con su poder. Puesto que él los diseñó de esta
manera, toda la felicidad, gozo, placer y satisfacción de ellos venía de
funcionar tal como fueron diseñados. Como ve, Dios amó profunda-
mente al hombre y la mujer, y los diseñó para experimentar gran gozo
y placer. Él les dio todo lo posible para aumentar su gozo y placer:
todas las imágenes, sonidos, aromas y gustos de la creación, así como
también el éxtasis y los sentimientos asociados con el amor, eran para
su deleite.

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Puesto que Dios los amó profundamente y les dio la tierra para dis-
frutarla, Adán y Eva también amaron a Dios profundamente. Él era su
principal deleite. Y para mejorar las cosas aún más, el Dios que amaban
profundamente no era una deidad distante sino un ser afectuoso y per-
sonal que vivía dentro de ellos en una relación de profunda intimidad
cada momento de cada día. Las cosas no pudieron planificarse mejor
para la pareja humana. Elegir irse por su propio camino, separarse de
Dios, y por lo tanto, perder su guía, dirección y la conciencia directa e
íntima de su continuo amor, hubiera sido la decisión más insensata que
podrían haber tomado.
Este era el estado de las cosas cuando Dios al principio creó los cielos,
la tierra, los animales y los primeros seres humanos. Todo estaba en per-
fecto orden porque Dios gobernaba todo por medio de sus serviciales y
amados seres humanos. El dolor, la tragedia, la ruina y la muerte jamás
podrían invadir siempre y cuando Adán y Eva eligieran permanecer en
su relación amorosa con Dios.

Cómo se desordenaron las cosas


Tal vez es probable que Adán y Eva jamás se hubieran salido de esa
relación amorosa con Dios si no hubiesen sido engañados y tentados
a hacerlo. Pero el enemigo de Dios, a quien conocemos como Satanás,
invadió su mundo perfecto, engañó a la mujer para que dejase el amor
de Dios, y ella a su vez tentó al hombre para que hiciese lo mismo. Ellos
decidieron seguir su propio camino en lugar de la senda de Dios.
Sin duda, no consideraron las consecuencias devastadoras de su de-
cisión. Como resultado, todo en su mundo cambió, y no fue para bien.
Dios, habiéndoles dado la libertad de escoger su propio camino, honró
su decisión. Él se apartó de sus vidas para no interferir con la inde-
pendencia y libertad que habían escogido. Pero sin Dios en sus vidas,
ellos de pronto carecían el poder y la sabiduría para ejercer el cargo
de reinar sobre la naturaleza. En consecuencia, la naturaleza perdió el
control y el equilibrio. Tormentas, terremotos y desastres ya no podían
prevenirse. La tierra ya no producía abundantemente para el arado, y la
hierba mala, el óxido, la podredumbre, la bacteria maligna y los parási-
tos plagaron todo. Los animales que se habían encariñado del hombre
y la mujer ahora huían de ellos e incluso se volvieron en su contra con

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temor y hambre. El dolor y la muerte se convirtieron en características


permanentes del ambiente.
Hasta la naturaleza humana perdió el control. Con el Espíritu de
Dios residiendo en ellos, Adán y Eva habían vivido en armonía, no solo
con la naturaleza, sino también entre ellos. Su relación siempre había
sido amorosa y afectuosa. Pero después que rechazaron a Dios y eligie-
ron su propio camino, aun la armonía doméstica terminó. El hombre
y la mujer ya no eran capaces de controlar sus propias naturalezas. El
egoísmo, el orgullo y la lujuria entraron en juego, causando conflicto,
malentendidos y sufrimiento, contaminando incluso las relaciones más
íntimas.
Este evento, la decisión de la primera pareja humana de rechazar a
Dios y volverse a sí mismos como si tuviesen autoridad propia, se llama
pecado. Pensamos que el pecado viene en muchas variedades, desde el
acto pequeñito y aparentemente insignificante de ir a 76 millas por hora
en una zona donde la velocidad máxima es 70 millas por hora, hasta el
pecado horrible y atroz del homicidio en masa. Y en verdad, los peca-
dos vienen en muchas variedades y en muchos niveles de gravedad. Sin
embargo, todos los pecados tienen una cosa en común, desde el menor
hasta el mayor. Todo pecado surge de ese impulso original de Adán y
Eva de seguir su propio camino en lugar del de Dios. Todos los pecados,
desde el exceso de velocidad hasta el homicidio en masa, surgen del
pecado, lo cual es simplemente rechazar el camino de Dios a favor del
camino de uno.
Las secuelas de todo pecado son caos, dolor, tragedia, destrucción y
muerte, simplemente porque separarse de Dios nos deja sin el poder y la
sabiduría para cumplir la función original de imponer el orden benevo-
lente de Dios sobre la creación. Esta reducción de la condición humana
de su creación espléndida como ejecutores del poder y la influencia de
Dios a impotentes criaturas acudiendo a sus seres vacíos para obtener
guía, es lo que comúnmente se llama la Caída. La Caída marcó el des-
censo de la humanidad de la perfección creada al mundo trágico, atri-
bulado y plagado de muerte que conocemos hoy en día.
Si el propósito de Satanás al seducir a la pareja humana era traer
caos mortal a la creación de Dios, parece que tuvo éxito. Todo lo
que necesitaba era lograr que esta primera pareja se alejara de Dios, y
entonces todos sus descendientes nacerían en una condición pecami-

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nosa, separados de Dios por la libre elección de sus primeros padres,


Adán y Eva.
Ya que Dios es la fuente de toda vida, separarse de él significa la
muerte. Adán y Eva no solo se condenaron a sí mismos sino que tam-
bién condenaron a toda su descendencia al escoger libremente rechazar
a Dios y convertirse en su propia autoridad. Como nos dice Pablo: “Así
como el pecado entró en el mundo por medio de un solo hombre y la
muerte por medio del pecado, así también la muerte pasó a todos los
hombres, por cuanto todos pecaron” (Rom. 5:12). En la caída de Adán
y Eva, la muerte entró en el mundo perfecto de Dios y condenó a toda
la humanidad.

¿Por qué no puede Dios simplemente


ignorar nuestro pecado?
Si Dios realmente nos ama, tal como lo dice, ¿por qué debe dejar que el
pecado se interponga entre él y nosotros? Él es Dios, después de todo,
y es todopoderoso, ¿no es verdad? Él puede hacer cualquier cosa que
quiera, ¿no es así? ¿Por qué simplemente no puede olvidar que nosotros
pecamos y nos salva de todos modos?
A primera vista esto parece una pregunta razonable, pero cuando
profundizamos nos damos cuenta que tiene problemas. La respuesta
tiene que ver con los conceptos gemelos de justicia y santidad. Hable-
mos primeramente de justicia.
Todos nos quedamos cortos de los estándares perfectos de Dios.
Puesto que él es el gobernante moral del universo, no puede ver las
violaciones de dichos estándares con indiferencia. Nosotros tal vez po-
demos hacer esto cuando nos ofendemos mutuamente, pero Dios no,
porque tolerar cualquier cosa inferior a la perfección en su universo
perfecto sería una ofensa contra su perfecta justicia. Habría indignación
si un juez no impartiese justicia en su corte. Imagínese un juez quien,
al oír un caso que implica un asesinato brutal y violación, dejase ir libre
al culpable ¡porque quería actuar con amor! ¿Qué pensaría la familia de
la víctima por ignorar un crimen tan atroz? Naturalmente, clamarían
por justicia. Dejar ir libre al asesino convertiría en trivial el acto brutal
y trataría a la ligera la vida truncada de su ser querido. ¿En qué clase de
mundo viviríamos si cada juez eligiera “actuar con amor y bondad” y

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perdonase crímenes en lugar de impartir justicia? Podríamos asegurarle


que no le gustaría.
Dios es el gobernante moral de este mundo. Él es el juez del univer-
so, él es el Rey supremo. Sus leyes no son arbitrarias; provienen de su
propio carácter y naturaleza, y nos las ha dado para hacernos más como
él. Esencialmente todas las leyes de Dios son para nuestro propio bien.
Él diseñó a los humanos; él sabe lo que nos estimula y cómo podemos
alcanzar el mejor rendimiento y la mayor felicidad. Sus leyes funcionan
como las instrucciones y el manual de mantenimiento de un fabricante.
Si las seguimos, nos acercaremos mucho más a ser lo que Dios quiso
que fuéramos y cosecharemos el gozo, satisfacción y realización que
vienen de ello.
Dios es verdad, y sus leyes son justas. Cuando Abraham le suplicó
a Dios que salvase a Sodoma y Gomorra de la destrucción que había
planeado, él clamó: “Lejos esté de ti hacer tal cosa: hacer morir al justo
con el culpable, y que el justo sea tratado como el culpable. ¡Lejos esté
de ti! El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?” (Gén.
18:25).
Por supuesto, entendió un poco mal la situación de Sodoma. Dios
sabía que no había gente justa en Sodoma aparte de Lot y su familia,
a quienes él tenía la intención de salvar. Pero el punto es, Abraham
hizo una declaración correcta: Dios, como gobernante y juez de toda la
tierra, está ligado por su propio carácter a hacer lo que es recto, y esto
significa impartir justicia con exactitud.
El pecado despierta la ira de Dios. No es que él pierda el tempera-
mento irracionalmente porque se estropearon sus planes de tener un
mundo perfecto. No hay nada impulsivo, hecho al azar o caprichos en
lo que a Dios respecta; no es malicioso o malévolo. Su enojo no es ni
irracional ni misterioso. Él es completamente honorable y controlado.
Su enojo siempre es provocado por la perversidad y la destrucción que
esta provoca en los seres creados que tanto ama.
La segunda razón por la cual Dios debe responder al pecado es por
que es santo. De hecho, el atributo de la santidad se aplica a Dios más
que cualquier otro atributo en la Biblia. La mayoría de la gente entien-
de mal el significado de santidad. Tienden a pensar que consiste en ser
exageradamente religioso hasta llegar a estar un poco desconectado de
la realidad cotidiana. O de manera más negativa, creen que la santidad

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es ser superior moral y religosamente que la gente común y corriente.


Pero el verdadero significado de santidad no es nada así. La santidad
de Dios simplemente no se compara con el pecado. Los ojos de Dios
son demasiado puros para ver el mal, y ya que él es perfecto, no puede
soportar la maldad (ver Hab. 1:13).
Puesto que Dios es santo, no puede mirar el pecado con indiferen-
cia. Él juzga a los pecadores porque así lo exige su carácter perfecto.
La Biblia usa un par de frases para indicar por qué Dios debe hacerlo:
Primero, Dios es provocado por el pecado. La Biblia nos dice que él se
enojó cuando se ponían ídolos o dioses extranjeros delante suyo en la
vida de su pueblo (ver Deut. 32:16, 21). Esto significa simplemente que
la naturaleza perfecta de Dios hace que reaccione fuertemente contra el
agravio. Él no puede tolerar la idolatría, inmoralidad o injusticia. Si lo
hiciera, no podría llamarse bueno. No sería santo.
Segundo, se nos dice que Dios enciende su furor por los pecados de la
humanidad (ver 2 Reyes 13:3). Jueces 3:8 dice: “El furor del SEÑOR se
encendió contra Israel”. Así como nuestros ojos arden cuando miramos
al sol, hay algo dentro de la naturaleza de Dios que enciende su furor
cuando ve el mal. Debido a que Dios es santo, simplemente no puede
responder al pecado de ninguna otra manera.
Puesto que Dios es santo y justo, siempre hará lo que es recto. Él no
puede pasar por alto nuestras maldades, ya que está obligado a hacer lo
que es recto. El teólogo británico Michael Green observó que “para que
Dios perdone sin costarle nada a nadie, sería pura indiferencia. Arrasa-
ría cualquier distinción entre el bien y el mal. Esto diría que el bien no
interesa, y que el mal es un asunto de indiferencia”.1
De modo que, como usted puede ver, el pecado de Adán y Eva y su
caída subsiguiente dejó a toda la humanidad con un serio dilema. Ellos
le habían dado la espalda a Dios, y Dios, en su santidad y justicia, tenía
que impartir un juicio santo y justo contra ellos. La sentencia fue la
muerte. No hay vida para aquellos que se aparten de la fuente de vida,
y esto es lo que toda la humanidad ha hecho por medio del pecado.
Trataremos este dilema con más detalle en el siguiente capítulo.

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