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SECCIÓN I
La necesidad humana de la resurrección
SECCIÓN II
El significado personal de la resurrección
SECCIÓN III
Evidencia sólida de la resurrección
LA RESURRECCIÓN DE CRISTO—
LA ÚNICA ESPERANZA DEL MUNDO
Imagínese que un ser extraterrestre inteligente viene de algún lugar en
el espacio para visitar nuestro planeta y pasarse unos cuantos años ha-
ciendo una gira por el globo. El propósito de su visita es aprender de
nosotros, investigar nuestra historia y hacer observaciones acerca del
estado de la vida en La Tierra. Pero también imagínese que los guías
humanos del extraterrestre deliberadamente le impiden todo contacto
con cristianos, de toda la información acerca del cristianismo y de todos
los datos referentes a la historia cristiana. ¿Qué observaría este extrate-
rrestre, y qué concluiría en base a sus observaciones?
Él haría una gira por las Américas, los Estados Unidos y Europa
Occidental y vería culturas en decadencia y sociedades fragmentadas
en las que la gente persigue sus propios intereses. Sería testigo de gente
que se satura con el placer y el entretenimiento mientras ignora las ne-
cesidades humanas y la creciente pobreza a su alrededor, fracasa en el
mantenimiento de buenas relaciones y que se hunden cada vez más en
la inmoralidad. Vería grandes mansiones en comunidades amuralladas
con pobladores mirando por encima de una multitud de barriadas do-
minadas por la desesperanza, la pobreza y la mas abyecta miseria. Vería
una tasa de criminalidad cada vez mayor y una creciente deshonestidad
en todos los estratos de la sociedad. Vería un desenfrenado consumo de
drogas y homicidios en todas las ciudades.
Al viajar al África, el extraterrestre haría una gira por países en los que
grandes cantidades de gente con hambruna, incluyendo niños, mueren
cada día mientras sus líderes nacionales se enriquecen mediante la co-
rrupción y avaricia. Encontraría naciones enteras en las que la gente
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mero sueño. La muerte iba a reinar para siempre. La esperanza del Me-
sías prometido para liberar a la humanidad de las cadenas de las tinie-
blas parecía haberse hecho trizas. El supuesto Salvador estaba muerto, y
cualquier esperanza de liberación estaba sepultada con él.
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La promesa de la resurrección
“Pero”, podría decir usted, “¿qué significa la resurrección de Cristo
para mí? Así que él proclama haber resucitado de entre los muertos. Si
es cierto, es asombroso, pero en última instancia, ¿qué importa? ¿Qué
tiene que ver la muerte y resurrección de un hombre hace dos mil años
conmigo ahora mismo en el siglo XXI?”
La promesa de la resurrección es esta: Lo que le sucedió a Cristo
puede sucedernos a nosotros. Como él, nosotros moriremos, pero su
resurrección es una promesa que indica que la muerte no es el fin. Su
resurrección es el prototipo de la nuestra. Él marcó el camino atrave-
sando la muerte hasta llegar a la vida eterna, y nos dice que podemos
seguir sus pisadas teniendo su mano guiándonos en todo el trayecto.
La resurrección nos da esperanza de un futuro glorioso, sin dolor,
libre de muerte. Los sueños de un paraíso, donde Arcadia, Utopía,
El Dorado y Camelot pueden cumplirse en toda su perfección ima-
ginable. Nuestros más descabellados sueños de paz, amor y armonía
pueden cumplirse.
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Sabemos que este capítulo lo podría dejar con toda clase de pregun-
tas acerca del significado de la resurrección. ¿Por qué fue necesaria? En
primer lugar reflexionemos ¿por qué está este mundo hecho un desas-
tre? Si se supone que la resurrección resuelve los problemas del mundo,
¿por qué todavía lidiamos con el dolor, las guerras, los problemas y
la muerte? ¿Y qué de mis esperanzas personales? ¿Se perderán cuando
muera y me encuentre en el cielo? ¿Se romperán mis relaciones para
siempre? ¿Y qué del cielo? Basado en lo que usted haya oído de ello,
tal vez ni siquiera esté muy entusiasmado de ir al cielo. ¿Realmente
será como las pinturas, cuadros y descripciones populares que se hacen
de ese sitio? ¿Seré realmente yo mismo en el cielo o seré absorbido por
Dios y perderé mi ser conciente? Y luego vienen las preguntas realmente
grandes: ¿Cómo puedo estar seguro de que todo esto es cierto? ¿Cómo
puedo saber con certeza que realmente sucedió la resurrección? ¿Cómo
puedo saber que esto no es solo otro sueño dorado?
Le animamos a que siga leyendo. El propósito de este libro es ayu-
darlo a encontrar las respuestas a estas preguntas cruciales y de impor-
tancia eterna.
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La creación ideal
El dolor, la tragedia y la muerte que nos causan estragos no estaban pre-
sentes en la creación original de Dios. La belleza que vemos en la natu-
raleza, el gozo que experimentamos en las relaciones amorosas, la satis-
facción que sentimos con el trabajo bien hecho y el placer que vivimos
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de tantas maneras, son pistas que indican cómo era el mundo cuando
Dios lo creó. Las relaciones no estaban contaminadas por el orgullo, la
lujuria, la avaricia o los celos. La naturaleza era completamente benig-
na, sin tormentas destructoras, sin sequías, sin incendios forestales. El
trabajo era recompensado con el logro y la satisfacción, y el principio
pesimista que espera que todo salga mal, no existía, para frustrar nues-
tros esfuerzos. La muerte, el dolor y la enfermedad no existían. La tierra
estaba en un estado de completa perfección, en el que todo funcionaba
tal como debía, y el gozo perfecto y el amor estaban a la orden del día.
Sabemos que para muchos el párrafo anterior suena como un sueño
descabellado e idealista, una fantasía creada por nuestra propia imagina-
ción que simplemente es demasiado buena para ser cierta. Pero creemos
en nuestros mejores momentos, cuando podemos ver en los vestigios de
la bondad que aún abunda en nuestro mundo, que un ser benevolente
debió haber creado todo esto. Y un ser lo suficientemente poderoso
para inventar el placer, amor, felicidad y gozo con seguridad tendrá el
poder para impedir los males que infectan a la creación ahora. ¿Cómo
explicamos esto? ¿Cómo puede ser todo perfecto y libre de dolor, como
en el mundo que describimos anteriormente, y luego degenerar hasta
convertirse en el mundo lleno de dolor destrozado por la muerte en el
cual ahora vivimos?
Para contestar, miremos brevemente la naturaleza del mundo tal
como lo creó Dios al principio. En el relato de la creación esbozado
en el primer capítulo de Génesis, Dios hizo el mundo, la naturaleza y
la vida en este planeta en un proceso de seis etapas, comenzando con
la materia y procediendo con la luz, la tierra, los peces y los animales
terrestres. Finalmente, en el último día, creó seres humanos a través de
la primera pareja, Adán y Eva, masculino y femenino.
Estos prototipos humanos eran singulares entre toda la creación en
el hecho de que solo ellos fueron creados a la imagen de Dios. Esto
significó que poseían varios rasgos que les faltaban a las otras criaturas
de Dios. Ellos se paraban erguidos; tenían manos para usarlas como
herramientas para moldear su ambiente; poseían raciocinio, conciencia
de sí mismos y la capacidad de elegir su propio destino. La diferencia
principal, no obstante, estaba en el hecho de que al hombre y la mujer
se les infundió el Espíritu de Dios mismo. Mientras que los animales
tenían instinto como su mecanismo de control, los humanos tenían al
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Dios del universo morando en sus vidas, dirigiendo sus pasos y dando
información a sus decisiones.
Lo que esto quería decir era que el hombre y la mujer eran los asis-
tentes de Dios en la tierra. Ellos eran los representantes de Dios, sus
agentes, quienes recibieron la responsabilidad y el poder de gobernar
sobre la tierra en lugar de Dios, cuidar de los animales y el ambiente, así
como también controlar perfectamente su propia conducta personal.
Ellos eran los señores de la tierra, gobernaban sobre toda la naturaleza,
incluyendo su propia naturaleza humana, por medio del poder de Dios
mismo viviendo dentro de ellos.
Así que naturalmente, las cosas marcharon bien en la tierra. Todo
funcionó según el propósito por el cual había sido creado, de acuerdo al
orden que Dios había diseñado puesto que el hombre y la mujer gober-
naban sobre todo con una mano benevolente dirigida por Dios mismo,
quien moraba dentro de ellos.
El primer impulso suyo tal vez sea pensar que el diseño para Adán y
Eva fue esencialmente nada mejor que el de los animales. Sí, estuvieron
bajo la dirección de Dios en vez de la del instinto intrínseco, pero en
ambos casos, estuvieron bajo dirección. Le podría parecer a usted que
no estaban libres. Pero permítanos explicar que no fue así. Adán y Eva
eran completamente libres. Anteriormente mencionamos que un atri-
buto que separaba a los humanos de los animales era que ellos tenían la
libertad de elegir su propio destino. Y la elección era sencilla. Todo lo
que tenían que hacer era decirle a Dios que se saliera de sus vidas y él lo
haría. Ellos entonces estarían libres de Dios, ya no estarían bajo su guía
y dirección, y por lo tanto, tendrían la libertad de dirigir sus vidas de
cualquier manera que escogieran.
Sin embargo, sería una decisión insensata, porque Dios diseñó a
los seres humanos explícitamente para que él morase en ellos y gober-
nase a toda la creación con su poder. Puesto que él los diseñó de esta
manera, toda la felicidad, gozo, placer y satisfacción de ellos venía de
funcionar tal como fueron diseñados. Como ve, Dios amó profunda-
mente al hombre y la mujer, y los diseñó para experimentar gran gozo
y placer. Él les dio todo lo posible para aumentar su gozo y placer:
todas las imágenes, sonidos, aromas y gustos de la creación, así como
también el éxtasis y los sentimientos asociados con el amor, eran para
su deleite.
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Puesto que Dios los amó profundamente y les dio la tierra para dis-
frutarla, Adán y Eva también amaron a Dios profundamente. Él era su
principal deleite. Y para mejorar las cosas aún más, el Dios que amaban
profundamente no era una deidad distante sino un ser afectuoso y per-
sonal que vivía dentro de ellos en una relación de profunda intimidad
cada momento de cada día. Las cosas no pudieron planificarse mejor
para la pareja humana. Elegir irse por su propio camino, separarse de
Dios, y por lo tanto, perder su guía, dirección y la conciencia directa e
íntima de su continuo amor, hubiera sido la decisión más insensata que
podrían haber tomado.
Este era el estado de las cosas cuando Dios al principio creó los cielos,
la tierra, los animales y los primeros seres humanos. Todo estaba en per-
fecto orden porque Dios gobernaba todo por medio de sus serviciales y
amados seres humanos. El dolor, la tragedia, la ruina y la muerte jamás
podrían invadir siempre y cuando Adán y Eva eligieran permanecer en
su relación amorosa con Dios.
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