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ESCUELA JUDICIAL C.A.M.

TUCUMAN

EVALUACION DEL MODULO “RAZONAMIENTO JURIDICO Y CALIDAD


ARGUMENTATIVA DE LA SENTENCIA” a cargo de los Dres. Rodolfo Vigo y
Carolina De Mitri

CASO ASIGNADO “Albarracini Nieves, Jorge Washington s/ medidas


precautorias”

ALUMNO: MERCADO, Claudia Gabriela

e-mail: claudiamercadodgmail.com

1- En la argumentación del caso “Albarracini Nieves, Jorge Washington s/


medidas precautorias” asignado por la Formadora, en mi opinión tiene
más peso la dimensión material, pues la justificación de la decisión
judicial de ninguna manera se hace depender de los efectos que pueda
tener en su destinatario, sino de las razones contenidas en los
argumentos dados. para arribar a la confirmación de la decisión de no
ordenar la tranfusión del hujo del accionante se dio la consideración
que se dio a la existencia de una manifestación de voluntad por parte
del hijo del accionante acerca de que no quería recibir transfusiones de
sangre, reusltando un punto crucial en el resultado arribado la
importancia que se dio a comprobación o verdad de tal inferencia. De
otro modo no se hubiera pasadoPrecisamente el pase a la ponderación
de la norma constitucional aplicable al caso tuvo lugar porl fallo busca
reafirmar la libertad de culto y el derecho a disponer sobre el propio
cuerpo upersuadir a la sociedad acerca de la tolerancia frente a
decisiones basadas en creencias que la mayoría del cuerpo social no
comparte, pero igualmente debe respetar. A tal fin se destaca en la
decisión de la mayoría de los magistrados ciertos recursos retóricos
tales como cuando en el considerando 19 se proclama sin más el
respeto a los comportamientos incluso públicos de las personas que
pertenecen a su privacidad aun cuando resulten molestos o desentonen
con pautas de obrar se destacan elementosAsimismo tiene vital
relevancia desde el punto de vista de los profesionales de la salud, pues
les otorga certeros presupuestos para evaluar en el caso concreto la
validez de la negativa del paciente a ser tratado en pos de una mejor
adecuación de su ejercicio profesional a las necesidades del paciente, a
sabiendas de que ello no habrá de comprometer, a futuro, su
responsabilidad.

Se tuvo especialmente en cuenta que en este caso la voluntad


del paciente se encontraba documentada legalmente y
había sido dada con pleno discernimiento y no afectaba
directamente derechos de terceros. En ese orden de
ideas el fallo se fundó en la ley 26.529 que otorga al
paciente el derecho a aceptar o rechazar determinadas
terapias o procedimientos médicos “con o sin expresión
de causa”; y que, además, “toda persona capaz mayor
de edad puede disponer directivas anticipadas sobre su
salud, pudiendo consentir o rechazar determinados
tratamientos médicos, preventivos o paliativos, y
decisiones relativas a su salud…”

Además se destacó que no había constancias que indicaran


que la negativa a recibir un tratamiento médico
contrario a sus creencias religiosas no hubiera sido
adoptado libremente o que mediara un interés público
relevante que justificara la restricción en la libertad
personal del nombrado.

Me parece sumamente importante destacar que la Corte dejó


bien en claro que la decisión de los pacientes en este
aspecto no debe controlarse en su racionalidad o
prudencia cuando actúan guiados por sus valores o
puntos de vista.

Más adelante se destacó que “no resultaría


constitucionalmente justificada una resolución judicial
que autorizara a someter a una persona adulta a un
tratamiento sanitario en contra de su voluntad, cuando
la decisión del individuo hubiera sido dada con pleno
discernimiento y no afectar directamente derechos de
terceros” y que “el art. 19 no protege solo el fuero
íntimo de la conciencia aquellas conductas de tan
escasa importancia que no tuvieran repercusión alguna
en el mundo exterior”.

Sin dudas este fallo además de reafirmar la libertad de culto y


el derecho a disponer sobre el propio cuerpo que se
enrola con el nuevo paradigma legislativo desarrollado
en los últimos tiempos, importa una lección de
tolerancia dirigida a la sociedad frente a decisiones
basadas en creencias que la mayoría del cuerpo social
no comparte, pero igualmente debe respetar. Asimismo
tiene vital relevancia desde el punto de vista de los
profesionales de la salud, pues les otorga certeros
presupuestos para evaluar en el caso concreto la validez
de la negativa del paciente a ser tratado en pos de una
mejor adecuación de su ejercicio profesional a las
necesidades del paciente, a sabiendas de que ello no
habrá de comprometer, a futuro, su responsabilidad.

PREMISA MAYOR

Las acciones privadas de las personas adultas, mientras no se no se


aparten del orden jurídico ni perjudiquen a terceros gozan de
protección constitucional y están exentas del juicio de los magistrados.
PREMISA MENOR

La manifestación de voluntad Pablo ALbarracini ante escribano público de no


querer recibir tranfusiones de sangre por considerarlas contraria a su
culto, no se aparta del orden jurídico ni perjudica derechos de terceros

CONCLUSION

La voluntad escrita de pablo goza de protección constitucional y no puede ser


restringida por los jueces.

3- El caso se rige por el art. 19 de la CN “Las acciones privadas de los hombres que de
ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo
reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación
será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe.”
Tomando en cuenta la tipología de normas sugerida por los autores manuel Atienza y Juan Ruiz
Manero, cabe encuadrar al art. 19 como una norma regulativa y dentro de dicha tipología como
un princpio en sentido estricto en tanto que el mandato derivado del princpio de privacidad y
legalidad contenido en la norma puede ser cumplido en diversos grados y porque la medida
ordenada de su cumplimiento no solo depende de las posibilidades fácticas, sino también de
las posibilidades jurídicas. Los principios en sentido estricto en cambio configuran de forma
cerrada sus condiciones de aplicación aunque su modelo de conducta sea abierto, por ende el
término «mandatos de optimización».solo sería valido para «principios en sentido estricto».
Véase ATIENZA Manuel y RUIZ MANERO, Juan. Las piezas

calificar el princpio de privacida y legalidad que consagra la norma mencionada como no


califica ni como regla ni como principio en sentido estricto pues no especifica
en forma cerrada que supuestos de hecho ha de regular ni que consecuencia
jurídica, es entonces en este contexto una directriz o principio de fin que que
orienta la solución a la que arriba el Tribunal Claramente se advierte que se
trata de una rirectriz amplísima con la que se pretende dotar de validez a la
manifestación de volutad de una persona

concibe los derechos constitucionales como principios, y los principios como mandatos de
optimización, que ordenan que algo debe realizarse en la mayor medida posible (de acuerdo
con las posibilidades fácticas y normativas existentes). Cuando se pr

En tanto mandatos de optimización, los principios son normas que ordenan que algo sea
realizado en la mayor medida posible de acuerdo con las posibilidades jurídicas y fácticas. Esto
significa que pueden ser satisfechos en grados diferentes y que la medida ordenada de su
satisfacción depende no solo de las posibilidades fácticas, sino jurídicas, que están
determinadas no solo por reglas, sino también, esencialmente, por los principios opuestos61.
Esto último implica que los principios son susceptibles de ponderación y, además, la necesitan.
La ponderación es la forma de aplicación del Derecho que caracteriza a los principios. En
cambio, las reglas son normas que siempre o bien son satisfechas o no lo son. Si una regla vale
y es aplicable, entonces, ordena hacer exactamente lo que ella exige; nada más y nada menos.
En este sentido, las reglas contienen determinaciones en el ámbito de lo fáctica y jurídicamente
posible. Su aplicación es una cuestión de todo o nada.62 No son susceptibles de ponderación y
tampoco la necesitan. La subsunción es para ellas la forma característica de aplicación del
Derecho. De esta manera, el principio que tiene precedencia restringe las posibilidades
jurídicas de la satisfacción del principio desplazado. Este último sigue siendo parte del orden
jurídico. En otro caso puede invertirse la relación de precedencia. ¿Cuál ha de ser la solución?
Depende de los pesos relativos de los principios opuestos. Con esto es claro, al mismo tiempo,
que en las colisiones de principios, a diferencia de lo que ocurre en los conflictos de reglas, no
se trata de la pertenencia o no al sistema jurídico. Las colisiones de principios no tienen lugar
en la dimensión de la validez, dado que solo pueden entrar en colisión principios válidos, sino
que se dan dentro del sistema jurídico en la dimensión de la ponderación63. Dentro del marco
de una teoría del sistema jurídico la teoría de los 59 El término «mandatos de optimización»
utilizado por el profesor Robert Alexy indica que el mandato derivado del principio se
caracteriza porque puede ser cumplido en diversos grados y porque la medida ordenada de su
cumplimiento no solo depende de las posibilidades fácticas, sino también de las posibilidades
jurídicas. Atienza y Ruiz Manero no comparten con Alexy.que los principios en sentido estricto
puedan ser cumplidos en diversos grados; pues ellos distinguen entre «principios en sentido
estricto» y «directrices o normas programáticas». Lo característico de las.«directrices o normas
programáticas» se halla en que este tipo de pautas configura de forma abierta tanto sus
condiciones de aplicación como el modelo de conducta prescrito. En la conducta gobernada
por directrices no se trata de determinar la prevalencia de una u otra en relación con un
determinado caso, sino de articular políticas capaces de lograr, en el mayor grado posible, la
consecución conjunta de todos estos objetivos. Los principios en sentido estricto en cambio
configuran de forma cerrada sus condiciones de aplicación aunque su modelo de conducta sea
abierto, por ende el término «mandatos de optimización».solo sería valido para «principios en
sentido estricto». Véase ATIENZA Manuel y RUIZ MANERO, Juan. Las piezas

Art. 11 de la ley 26.529Toda persona capaz mayor de edad puede disponer


directivas anticipadas sobre su salud, pudiendo consentir o rechazar
determinados tratamientos médicos, preventivos o paliativos, y decisiones
relativas a su salud. Las directivas deberán ser aceptadas por el médico a
cargo, salvo las que impliquen desarrollar prácticas eutanásicas, las que se
tendrán como inexistentes. La declaración de voluntad deberá
formalizarse por escrito ante escribano público o juzgados de primera
instancia, para lo cual se requerirá de la presencia de dos (2) testigos.
Dicha declaración podrá ser revocada en todo momento por quien la
manifestó.
Norma I): "Toda persona tiene derecho a que se respete su integridad física, psíquica y
moral"(7) .

Norma II): "(...) Durante el proceso, toda persona tiene derecho, en plena igualdad, a las
siguientes garantías mínimas: a) derecho del inculpado de ser asistido gratuitamente por el
traductor o intérprete, si no comprende o no habla el idioma del juzgado o tribunal (...)"(8) .

Ambas normas forman parte de la Convención Americana de Derechos Humanos. La


norma I) es un principio, la II), una regla. Las diferencias estructurales entre una y otra se
advierten, según la mayoría de los autores, básicamente desde dos niveles de análisis
distintos. Cabe examinarlos a continuación, para pasar luego al análisis de una muy
interesante crítica que han recibido recientemente.

a) En primer lugar, las normas transcriptas son distintas en cuanto a su fuerza deóntica. En
efecto, por su propia índole, la prescripción de la norma I (el respeto de la integridad física,
psíquica y moral) puede ser llevada a cabo en más o en menos, es decir, admite distintos
niveles de cumplimiento (o de incumplimiento). Lo que la norma ordena es que sea
observado en la mayor medida posible, en otras palabras, que sea optimizada. La norma
II, en cambio, ordena un algo que no admite distintos niveles de cumplimiento. Puede ser
observado o no: no hay puntos intermedios, o el inculpado tiene la asistencia de un
intérprete o no la tiene. Esta diferencia es causa de que la interpretación de los principios
sea con frecuencia más complicada que la de las reglas. Sobre la base de lo dicho, R.
Alexy ha caracterizado los principios como "mandatos de optimización"(9) .

b) Cuando mejor se percibe la diferencia entre reglas y principios es en el momento de su


aplicación. Más concretamente, en el momento de su colisión o conflicto con otras normas
(10).

En los casos de conflictos entre reglas hay que decidir la precedencia de una u otra, y esa
decisión conllevará la anulación de la regla preterida. Un conflicto de reglas, en efecto,
"sólo puede ser solucionado o bien introduciendo en una de las reglas una cláusula de
excepción que elimina el conflicto o declarando inválida, por lo menos, una de las reglas"
(11). Imaginemos que a la norma II se le opone esta otra regla:

Norma III): Durante el proceso, los inculpados de nacionalidad argentina no tienen derecho
a ser asistidos gratuitamente por un traductor o intérprete, puesto que se presupone su
conocimiento del idioma nacional.

Este hipotético conflicto normativo puede ser resuelto de dos modos: 1) introduciendo en la
regla II) una excepción, que deje a salvo lo que establezca cada país respecto de sus
nacionales; 2) declarando una de las dos reglas inválida, lo cual puede tener lugar,
respectivamente, acudiendo al criterio o principio de competencia y al de jerarquía. El
criterio de competencia resulta aplicable a las cuestiones jurídicas para cuya solución se
brindan reglas provenientes de dos o más subsistemas jurídicos diferentes (p. ej., una
norma federal y una provincial). La solución surge al determinar quién tiene la potestad
normativa para regular la materia, de acuerdo con la distribución territorial y orgánica que
se haya hecho de ella, habitualmente en sede constitucional. El criterio de jerarquía
comporta, por su parte, un análisis del lugar que ocupan las reglas en cuestión en la
pirámide normativa; aunque esto resulte insuficiente en caso de equivalencia, y habrá que
acudir a reglas como lex posterior derogat legi
Artículo 19 de la Constitución Nacional, su extensión e importancia.

“Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral
pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de
los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley,
ni privado de lo que ella no prohíbe.”

La Corte Suprema aprovecha la cuestión para zanjar varias lagunas en términos de la extensión
e importancia de este artículo podemos señalar.
- Se remitió a Ponzetti de Balbin (fallo) para recordar la extensión que el Tribunal impuso a la
aplicación del derecho contemplado en el artículo.

“la libertad individual protege jurídicamente un ámbito de autonomía individual constituida por
los sentimientos, hábitos y costumbres, las relaciones familiares, la situación
económica, las creencias religiosas, la salud mental y física y, en suma, las acciones,
hechos o datos que, teniendo en cuenta las formas de vida aceptadas por la
comunidad están reservadas al propio individuo y cuyo conocimiento y divulgación
por los extraños significa un peligro real potencial para la intimidad. En rigor, el
derecho a la privacidad comprende no sólo a la esfera doméstica, el círculo familiar de amistad,
sino otros aspectos de la personalidad espiritual física de las personas tales como la integridad
corporal o la imagen y nadie puede inmiscuirse en la vida privada de una persona ni violar
áreas de su actividad no destinadas a ser difundidas, sin su consentimiento o el de sus
familiares autorizados para ello y sólo por ley podrá justificarse la intromisión, siempre que
medie un interés superior en resguardo de la libertad de los otros, la defensa de la sociedad,
las buenas costumbres o la persecución del crimen.”

Decisión del Tribunal.

La Corte consideró en una decisión sin precedentes legitimar la voluntad de Pablo Albarracín
expresada a través del documento firmado ante escribano público.
Entre las fundamentaciones que presentan para dicha decisión se puede resaltar.

- “No existen elementos que permitan albergar dudas respecto de la validez formal del
documento señalado… firmado de puño y letra por Pablo.” Considerando 9°. La actora se
centraba en que el documento firmado constituida un contrato de adhesión ya que Pablo no
había podido determinar ninguna de las clausulas.

- “No existen pruebas claras y convincentes de que el paciente al momento de expresar dicha
voluntad no haya considerando la trascendencia y las consecuencias de su decisión”.
Considerando 10°. Esto exime de la posibilidad de un vicio de la voluntad que derribe la
presunción de validez del documento expresada en el punto anterior.

- Se desestimó la posición de que Pablo había abandonado el culto, se encontraba casado con
una mujer del mismo credo y el casamiento se había realizado en diciembre de 2011, en el
Salón del Reino de los Testigo de Jehova. Considerando 11°.

- El tribunal concluye con “mientras una persona no ofenda al orden o a la moral pública, o a los
derechos ajenos, sus comportamientos incluso públicos pertenecen a su privacidad, y hay que
respetarlos, aunque a lo mejor resulten molestos para terceros o desentonen con pautas del
obrar colectivo”. Segundo párrafo del considerando 19.
EN DERECHO NINGUN DERECHO ES ABSOLUTO. (Ni siquiera el de la vida).

El caso Albarracini que acaba de resolver la Corte Suprema conmovió a


la opinión pública y generó un debate que, seguramente, no se agota
con el fallo del máximo Tribunal. Como es sabido, se trata de un
paciente en muy grave estado que, según la opinión de los médicos que
lo asisten, necesita una transfusión de sangre como tratamiento en
forma urgente. El paciente no está consciente, lo que le impide dar su
conformidad con el tratamiento. Pero hace unos años, previendo la
posibilidad de encontrarse en esa situación y en virtud de su creencia
religiosa, dejó planteada por escrito –con certificación de firma por
escribano- su voluntad de no recibir nunca una transfusión de sangre.

El conflicto se planteó entre el padre de Albarracini, quien pedía que la


Justicia autorizase la transfusión, y su esposa, que pedía el respeto a su
voluntad escrita.

La Corte sostuvo que no había duda sobre la voluntad del paciente ni


motivo para suponer que la hubiera modificado. Citó el artículo 11 de la
Ley 26.529, conforme al cual toda persona puede dejar directivas
anticipadas sobre su salud, consentir o rechazar tratamientos médicos,
con el único límite de que eso no implique una eutanasia. Aclaró que,
en el caso, se trata justamente de una negativa a recibir determinado
tratamiento y no del pedido de una práctica eutanásica.

En paralelo, ubicó la cuestión en el marco constitucional que le


corresponde, recordando una de las garantías fundamentales definida
en el artículo 19. Esa norma, como es sabido, consagra el derecho a
hacer todo lo que la ley no prohíbe así como el de no ser obligado jamás
a hacer algo que ella no mande. Por eso, establece que las acciones
privadas que no se aparten del orden jurídico ni perjudiquen a terceros
están al margen de cualquier autoridad estatal incluida, naturalmente,
la judicial.
El Tribunal recordó que la autonomía individual comprende los
sentimientos, hábitos, costumbres, las creencias religiosas –lo que por
supuesto incluye el no tenerlas-, la salud mental y la física, áreas donde
nadie puede inmiscuirse sin el consentimiento expreso de la persona.
Por todo ello admitió la validez de la voluntad del paciente y rechazó
disponer que se le hiciera la transfusión.

El caso es, sin duda, muy doloroso y es comprensible que haya posturas
contrapuestas ante la decisión de la Corte. No hablamos, por supuesto,
del padecimiento indescriptible de un padre que pelea por salvar la
vida de su hijo. Sólo quien tiene esa desgracia puede entender lo que se
siente ante ella. Tampoco nos referimos al aspecto religioso,
justamente porque el respeto a las creencias –o, nuevamente vale
aclararlo, a la ausencia de ellas- es un principio fundante del Estado de
Derecho y de toda idea democrática.

Es, en cambio, destacable que la Corte haya ratificado, una


vez más, que existe un ámbito de privacidad propio de
cada persona y que ese ámbito no puede ser invadido
por los poderes públicos.Es que, si aceptáramos que
cada uno debe ser rescatado de sí mismo –vale la
reiteración, cuando lo que decidió no viola la Ley ni
perjudica a otro-, estaríamos desvirtuando esa norma
de convivencia básica que consagra el indispensable
artículo 19 de la Constitución

Hace unos días, la Corte Suprema de Justicia de la Nación confirmó


la decisión de la Sala A de la Cámara Nacional de Apelaciones
en lo Civil que denegaba la medida precautoria pedida por
un padre (Jorge Washington Albarracini Nieves) respecto de
su hijo, mayor de edad (Pablo Jorge Albarracini Ottonelli),
para que se le efectuara una urgente transfusión de sangre
luego de que resultó herido de gravedad en un intento de
robo.
El joven internado, que se hallaba inconsciente, pertenece a la
religión denominada “Testigos de Jehová” y, en tal condición,
en el año 2008 había efectuado una declaración –certificada
por escribano público- en la que dejaba constancia de su
negativa a aceptar transfusiones de sangre de acuerdo con las
creencias que profesaba. Sobre esa negativa documentada, su
esposa –practicante del mismo culto- cimentó la oposición a
que fuera transfundido.

No es la primera vez que este tema es abordado por el Máximo


Tribunal de nuestro país. De hecho, en el fallo recientemente
dictado, se invoca el precedente “Bahamondez” en cuanto
estableció que “el art. 19 de la Ley Fundamental otorga al
individuo un ámbito de libertad en el cual éste puede adoptar
libremente las decisiones fundamentales acerca de su
persona, sin interferencia alguna por parte del Estado o de
los particulares, en tanto dichas decisiones no violen derechos
de terceros”.

En el voto de los doctores Highton de Nolasco, y Maqueda se destacó


que la intromisión sobre la privacidad de las personas tiene
que ser ordenada por ley y sólo cuando medie un interés
superior en resguardo de la libertad de los otros, la defensa
de la sociedad, las buenas costumbres o la persecución del
crimen; y se puso especial énfasis en que existe respecto del
individuo una esfera de señorío sujeta a su voluntad que
incluye el derecho a oponerse a todo propósito, posibilidad o
tentativa que intente enervar los límites de esa prerrogativa.

Destacaron los ministros la importancia del respeto al ámbito de


libertad que establece el artículo 19 de nuestra Constitución
Nacional y que consagra que “las acciones privadas de los
hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral
pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a
Dios y exentas de la autoridad de los magistrados”.

En el caso se encontraban comprometidos diversos derechos


fundamentales, a saber: la libertad religiosa, la salud, la
personalidad espiritual y física, la integridad corporal y la
posibilidad de aceptar o rechazar un tratamiento, todo lo
cual, se dijo, hace a la autodeterminación y autonomía
personal.

Se tuvo especialmente en cuenta que en este caso la voluntad del


paciente se encontraba documentada legalmente y había sido
dada con pleno discernimiento y no afectaba directamente
derechos de terceros. En ese orden de ideas el fallo se fundó
en la ley 26.529 que otorga al paciente el derecho a aceptar o
rechazar determinadas terapias o procedimientos médicos
“con o sin expresión de causa”; y que, además, “toda persona
capaz mayor de edad puede disponer directivas anticipadas
sobre su salud, pudiendo consentir o rechazar determinados
tratamientos médicos, preventivos o paliativos, y decisiones
relativas a su salud…”

Además se destacó que no había constancias que indicaran que la


negativa a recibir un tratamiento médico contrario a sus
creencias religiosas no hubiera sido adoptado libremente o
que mediara un interés público relevante que justificara la
restricción en la libertad personal del nombrado.

Me parece sumamente importante destacar que la Corte dejó bien


en claro que la decisión de los pacientes en este aspecto no
debe controlarse en su racionalidad o prudencia cuando
actúan guiados por sus valores o puntos de vista.

Más adelante se destacó que “no resultaría constitucionalmente


justificada una resolución judicial que autorizara a someter a
una persona adulta a un tratamiento sanitario en contra de
su voluntad, cuando la decisión del individuo hubiera sido
dada con pleno discernimiento y no afectar directamente
derechos de terceros” y que “el art. 19 no protege solo el
fuero íntimo de la conciencia aquellas conductas de tan escasa
importancia que no tuvieran repercusión alguna en el mundo
exterior”.

Sin dudas este fallo además de reafirmar la libertad de culto y el


derecho a disponer sobre el propio cuerpo que se enrola con
el nuevo paradigma legislativo desarrollado en los últimos
tiempos, importa una lección de tolerancia dirigida a la
sociedad frente a decisiones basadas en creencias que la
mayoría del cuerpo social no comparte, pero igualmente debe
respetar. Asimismo tiene vital relevancia desde el punto de
vista de los profesionales de la salud, pues les otorga certeros
presupuestos para evaluar en el caso concreto la validez de la
negativa del paciente a ser tratado en pos de una mejor
adecuación de su ejercicio profesional a las necesidades del
paciente, a sabiendas de que ello no habrá de comprometer, a
futuro, su responsabilidad.

pues la justificación de la decisión judicial de ninguna manera se hace depender de


los efectos que pueda tener en su destinatario, sino de las razones contenidas en los
argumentos dados.

. AL respecto no debemos perder de vista que en la dimensión material lo que interesa


es analizar la plausibilidad de los razonamientos dados por el órgano de decisión,
precisamente, por lo que en ellos se contiene. En el caso concreto, de la sentencia
propuesta me parece que los argumentos l Así pues, la concepción material de
la argumentación no hace completa abstracción del contenido de los
argumentos y del contexto en el que los mismos tienen lugar, pero
tampoco debe confundirse con el análisis de argumentos concretos, o en
un estudio de tipo puramente empírico. En las propias palabras de
Atienza:

Es, como se ha dicho, un estudio de clases de argumentos y llevado a


cabo de manera sistemática, pero con un método que no tiene como
objetivo central captar la forma, la estructura de la inferencia. La
concepción material viene a ser, en lo esencial, una teoría de las
premisas o de las buenas razones. Para ello, naturalmente, no puede
prescindir del todo de la estructura de las argumentaciones de las que
las premisas forman parte, pero esto último viene a ser un presupuesto o
una consecuencia, no el centro de la teoría... Justificar una decisión
jurídica (en particular, una decisión judicial) sería algo que no depende en
lo esencial ni de la estructura de la argumentación construida para ello,
ni de los efectos que pueda tener en sus destinatarios. Depende de que
efectivamente se ofrezcan razones del tipo apropiado.4

1. Sostiene la Corte Suprema que corresponde atender el tratamiento de


una medida precautoria por la urgencia del caso y porque una resolución
tardía del mismo supondría la lesión de un derecho de raigambre
constitucional, como la vida.

2. Si bien la solución del caso es análoga, el presente se diferencia de


Bahamondez” por cuanto el Sr. Albarracini no ha podido expresar
su parecer acerca del tratamiento que se le está aplicando, dado su
estado de inconsciencia. Sin embargo, la existencia de un instrumento
firmado por el paciente en el año 2008 ante escribano público, servirá al
Alto Tribunal como expresión de la voluntad personalísima del paciente.

3. Así pues, sus creencias religiosas y en consonancia con ellas, su


voluntad de no recibir transfusiones de sangre, han sido probadas por la
apelante mediante un instrumento público donde el paciente declaró su
voluntad en forma fehaciente.

4. Aún cuando, las “directivas anticipadas” sobre tratamientos médicos


del Sr. Albarracini fueron muy anteriores a entrar en estado crítico, la
valoración de este instrumento lleva a la Corte a ponderar que “no
existen razones para dudar de que el acto por el cual Pablo ha
manifestado su negativa de ser transfundido fue formulado con
discernimiento, intención y libertad” y a considerar por tanto que
corresponde situar la decisión del paciente de no recibir un tratamiento
contrario a su fe en la esfera más íntima de la libertad personal,
amparada por la Constitución Nacional.

5. Dicho argumento, también fue utilizado en “Bahamondez” al considerar


que la libertad personal del Art. 19 CN, es un ámbito donde los individuos
pueden tomar decisiones fundamentales en relación a su persona, sin
intervención del Estado, siempre que no violen derechos de terceros.

6. En el presente caso sostiene el voto de la mayoría que “los


pacientes tienen derecho a hacer opciones de acuerdo a sus
propios valores o puntos de vista, aún cuando parezcan
irracionales o imprudentes, y que esa libre elección debe ser
respetada”. Esta opinión se encuentra receptada en la Ley 26.529 (art.
2 inc. E), y es limitada en el mismo cuerpo legal por el art. 11 que
expresa que las directivas expresadas por un paciente en cuanto a
su voluntad de recibir o no cierto tratamiento debe ser respetada por
los médicos, salvo que impliquen desarrollar prácticas eutanásicas
(art. 11 Ley 26.529), las que se tendrán como inexistentes.

7. El otro límite impuesto a la expresión de voluntad de un paciente es


la existencia de algún interés público relevante que justifique la
restricción a la libertad personal del paciente.

8. Conclusión: La Corte, al mantener la doctrina del caso “Bahamondez”


en el presente, resuelve que no se configuran en el caso “Albarracini” los
supuestos del art. 11 de la ley 26.529, ni se ha podido probar vicio alguno
en la expresión de voluntad del paciente, aún cuando ahora no esté en
condiciones de ratificarla, ni se violenta interés público de ninguna
especie que haga necesario desestimar la decisión del paciente, por lo
que se mantiene el fallo de Cámara, respetando la autonomía individual,
libertad religiosa y de conciencia del paciente.

En ese sentido, la dimensión material de la argumentación jurídica es


esencialmente una teoría de las premisas y no de la inferencia, como
puede considerarse a la concepción formal antes reseñada. Para explicar
lo anterior, Manuel Atienza cita la obra de Viehweg, en la que este autor
plantea la tópica como un ars inveniendi, es decir, una técnica para hallar
las premisas. Lo que hace un tópico es que una determinada proposición
que se ajusta a él pueda considerarse como probablemente verdadera y
sirva así como generadora de premisas de argumentos plausibles. Un
caso análogo de tópicos en el razonamiento científico serían las leyes y
las hipótesis.

El grado de generalidad de los tópicos es muy variable, los hay tan


genéricos que pueden utilizarse en cualquier campo del conocimiento,
como por ejemplo "el todo es mayor que sus partes", y otros tan
específicos que sólo son útiles en determinado saber como "la sentencia
sólo obliga a las partes".

Lo característico de los tópicos es la función que cumplen en una


argumentación, esto es, operar como respaldo o garantía (según el
esquema de Toulmin), pues contribuyen a que el argumento construido a
partir de ellas tenga una determinada forma y en ese sentido contribuyen
a la estructura del argumento, pero no son los esquemas lógicos, sino la
materia de los argumentos.
El análisis material de los argumentos no puede ser tan abstracto como
el formal, pues la relevancia no está puesta en la estructura de los
argumentos, sino el contenido de la argumentación, como nos señala
nuestro autor. Así, un estudio material de la argumentación se preocupa,
por citar algunos ejemplos, en determinar qué tipo de canon
interpretativo fue utilizado, o cuándo se debe dar prioridad a una
interpretación teleológica frente a una estrictamente literal, o bien, si
existe una jerarquía entre criterios interpretativos y en qué condiciones
debe darse esta, etcétera.

Así pues, en la dimensión material no se hace abstracción del contenido.


Por ello, este enfoque da lugar a teorías distintas según se trate de la
ciencia, de la moral, del Derecho e incluso distintas según la rama del
Derecho como puede ser la judicial y legislativa; y por otra parte, en esta
concepción de la argumentación, el contexto extralingüístico no queda
completamente eliminado.

Ahora bien, partiendo del hecho de que el razonamiento jurídico, en sus


diversos contextos, tiene en última instancia un carácter práctico;
además, de que no hay ningún sector de la experiencia humana
completamente ajena al Derecho, Atienza se pregunta: ¿Cómo elaborar
una teoría de las premisas a propósito del razonamiento jurídico?

Para responderla, propone buscar si existe alguna especificidad basada


en el tipo de institución en que consiste el Derecho; o sea, si es posible
hablar de razones típicamente jurídicas, o bien, si es posible obtener
algún grado de especificidad de las premisas en razón de las estructuras,
de las formas, características de los razonamientos jurídicos.

Para ello, se debe tomar en cuenta que si bien el Derecho es un conjunto


de normas, lo cierto es que no todos los enunciados del sistema tienen
un carácter estrictamente normativo; por otro lado, existen distintos
tipos de normas que juegan papeles también distintos desde el punto de
vista argumentativo; finalmente puede considerarse que también existen
normas válidas e inválidas.

Por otro lado, el Derecho no es sólo un sistema de normas, sino también


una práctica, y en esta se hace uso de muchas premisas que no son
enunciados del sistema, como es el caso de valores o principios.

El problema se torna complicado si se toma en cuenta que no basta con


identificar las premisas que componen los argumentos jurídicos, sino su
relevancia y peso, es decir, por qué se toman en cuenta unas razones y
no otras y, por qué unas son más plausibles que las demás.
1. Sostiene la Corte Suprema que corresponde atender el tratamiento de
una medida precautoria por la urgencia del caso y porque una resolución
tardía del mismo supondría la lesión de un derecho de raigambre
constitucional, como la vida.

2. Si bien la solución del caso es análoga, el presente se diferencia de


Bahamondez” por cuanto el Sr. Albarracini no ha podido expresar
su parecer acerca del tratamiento que se le está aplicando, dado su
estado de inconsciencia. Sin embargo, la existencia de un instrumento
firmado por el paciente en el año 2008 ante escribano público, servirá al
Alto Tribunal como expresión de la voluntad personalísima del paciente.

3. Así pues, sus creencias religiosas y en consonancia con ellas, su


voluntad de no recibir transfusiones de sangre, han sido probadas por la
apelante mediante un instrumento público donde el paciente declaró su
voluntad en forma fehaciente.

4. Aún cuando, las “directivas anticipadas” sobre tratamientos médicos


del Sr. Albarracini fueron muy anteriores a entrar en estado crítico, la
valoración de este instrumento lleva a la Corte a ponderar que “no
existen razones para dudar de que el acto por el cual Pablo ha
manifestado su negativa de ser transfundido fue formulado con
discernimiento, intención y libertad” y a considerar por tanto que
corresponde situar la decisión del paciente de no recibir un tratamiento
contrario a su fe en la esfera más íntima de la libertad personal,
amparada por la Constitución Nacional.

5. Dicho argumento, también fue utilizado en “Bahamondez” al considerar


que la libertad personal del Art. 19 CN, es un ámbito donde los individuos
pueden tomar decisiones fundamentales en relación a su persona, sin
intervención del Estado, siempre que no violen derechos de terceros.

6. En el presente caso sostiene el voto de la mayoría que “los


pacientes tienen derecho a hacer opciones de acuerdo a sus
propios valores o puntos de vista, aún cuando parezcan
irracionales o imprudentes, y que esa libre elección debe ser
respetada”. Esta opinión se encuentra receptada en la Ley 26.529 (art.
2 inc. E), y es limitada en el mismo cuerpo legal por el art. 11 que
expresa que las directivas expresadas por un paciente en cuanto a
su voluntad de recibir o no cierto tratamiento debe ser respetada por
los médicos, salvo que impliquen desarrollar prácticas eutanásicas
(art. 11 Ley 26.529), las que se tendrán como inexistentes.

7. El otro límite impuesto a la expresión de voluntad de un paciente es


la existencia de algún interés público relevante que justifique la
restricción a la libertad personal del paciente.

8. Conclusión: La Corte, al mantener la doctrina del caso “Bahamondez”


en el presente, resuelve que no se configuran en el caso “Albarracini” los
supuestos del art. 11 de la ley 26.529, ni se ha podido probar vicio alguno
en la expresión de voluntad del paciente, aún cuando ahora no esté en
condiciones de ratificarla, ni se violenta interés público de ninguna
especie que haga necesario desestimar la decisión del paciente, por lo
que se mantiene el fallo de Cámara, respetando la autonomía individual,
libertad religiosa y de conciencia del paciente.

Por lo que se refiere a la dimensión pragmática, el esquema trata de captar el aspecto


ilocucionario, esto es, los diversos tipos de actos de lenguaje que tienen lugar dentro del acto
de lenguaje complejo en que consiste argumentar. Así, además del acto de plantear un
problema y de proponer una solución, tienen particular importancia las preguntas que el
argumentador se va haciendo a lo largo del proceso argumentativo y que, a su vez, podrán
clasificarse, por ejemplo, en cerradas u orientadas (pueden concebirse como una disyunción
entre dos o más miembros y cuya respuesta –que no es la respuesta final- consistirá, por lo
tanto, en optar por uno de ellos) o bien abiertas (la pregunta está formulada de manera que no
están delimitadas de antemano las respuestas posibles entre las que habría que elegir).
Además, una argumentación incluye también suposiciones, afirmaciones o negaciones. El
modelo no permite dar cuenta de todos los aspectos retóricos y dialécticos de una
argumentación (por ejemplo, si se utiliza un lenguaje más o menos preciso, cargado
emocionalmente, etc.), pero sí de algunos de ellos: del orden de la argumentación, de la
concentración del esfuerzo argumentativo en ciertos lugares o momentos y, hasta cierto punto,
de la interacción dialéctica que tiene lugar cuando sobre un mismo problema se han producido
diversas argumentaciones.

Una posibilidad, sin duda, es la de recurrir a la lógica formal clásica, como han hecho muchos
autores (incluidos los representantes de la teoría estándar de la argumentación jurídica: como
MacCormick o Alexy). El formalismo de la lógica es, obviamente, útil para muchos propósitos,
pero la representación que proporciona no resulta satisfactoria cuando se trata de argumentos
jurídicos de cierta complejidad (no sólo en relación con los casos estrictamente difíciles). Por
diversas razones: no da cuenta del flujo de la argumentación, o sea, lo que se representa no es
el proceso, la actividad de argumentar, sino exclusivamente el resultado; no da cuenta de la
diferente fuerza que tienen cada una de las razones, de los argumentos (en la lógica formal
estándar, todas las premisas –no superfluas- valen lo mismo); no da cuenta de la variedad de
actos de lenguaje en que consiste la argumentación; y la representación que ofrece es, cabría
decir, lineal, mientras que las argumentaciones reales se asemejan más bien –como a veces se
ha dicho- a la trama de un tejido (es una metáfora de Perelman) o a las patas de una silla
(Wisdom). Tampoco cabría proponer una representación basada en las razones, en lo que
hemos llamado elementos “materiales” de la argumentación, puesto que el sentido de esas
razones no sería comprensible si se dejaran fuera los elementos estructurales y los
pragmáticos. De manera que la mejor alternativa parece que tendría que ser la de un modelo
que asumiera más bien la perspectiva pragmática de la argumentación pues, como se señaló en
el capítulo anterior, esa perspectiva no es reductivista, esto es, permite dar cuenta también de
los elementos formales y materiales de la argumentación. Un ejemplo de esto último es el
esquema ideado por Toulmin y al que ya se ha hecho referencia varias veces. Y otro, el
propuesto por el procesalista estadounidense John Wigmore, a partir de la segunda década del
siglo XX, que denominó “chart method”, y que ha sido desarrollado (y simplificado)
recientemente por Twining, Anderson y Schum.

El método que aquí se propone se basa en la utilización de diagramas de flechas y, hasta


cierto punto, podría considerarse como un desarrollo del de Toulmin y puede complementarse
con el de Wigmore, al que me acabo de referir, si bien este último se aplica únicamente a la
argumentación en materia de hechos. No da cuenta, por supuesto, de todos los elementos que
cabe encontrar (y analizar) en una argumentación, pero sí de muchos de ellos . En el mismo se
refleja tanto el aspecto inferencial, el paso de unos argumentos a otros, como los tipos de
enunciados (la naturaleza de las premisas y su contenido proposicional) y los diversos actos de
lenguaje que se llevan a cabo en cada uno de esos pasos. Por lo demás, permite también
captar la diferencia entre las argumentaciones, las líneas argumentativas y los argumentos. Una
argumentación es el conjunto de pasos, actos de lenguaje y enunciados que median entre el
planteamiento de una pregunta inicial –el problema que da lugar a la argumentación- y la
respuesta a la misma –la solución. Un argumento es una razón a favor o en contra de una
determinada tesis; las argumentaciones no constan exclusivamente de argumentos. Y una línea
argumentativa es un conjunto de argumentos orientados en un mismo sentido: a defender
una tesis o a atacarla.

El punto de partida consiste en concebir la argumentación como un flujo de información que


va desde el planteamiento del problema que suscita la necesidad de argumentar hasta su
solución. Ese flujo se puede representar mediante líneas (los pasos que no son argumentativos,
inferenciales) o mediante flechas que indiquen que se trata de un argumento a favor o en
contra de cierta tesis. Además de estos argumentos, a los que cabe llamar simples, se pueden
representar diversos tipos de argumentos complejos; o sea: puede que se trate de varias
razones independientes entre sí, o que estén ligadas entre sí de diversas formas (conjuntiva o
disyuntivamente); puede que una razón ataque o apoye directamente una tesis o que el ataque
o apoyo esté referido a la inferencia, al paso de un enunciado a otro. Y a todos estos tipos de
relaciones de inferencia puede atribuírseles un peso variable: puede tratarse de una inferencia
deductiva o no deductiva y, en este último caso, su peso podría ser mayor o menor.

En cuanto al contenido proposicional (el elemento material en sentido amplio de las


argumentaciones), algunos expresan razones, pero otros no; o sea, hay oraciones lingüísticas
que forman parte de una argumentación y que no son un argumento -una razón- en sentido
estricto: por ejemplo, una pregunta. Ahora bien, además del contenido proposicional, el
esquema puede dar cuenta (cuando resulta de interés) de los diversos tipos de enunciados –
de premisas y de conclusiones- que se contienen en una argumentación jurídica. Como
anteriormente se ha señalado, algunos de esos enunciados forman parte del sistema jurídico, y
otros no. Los que pertenecen al sistema pueden ser de carácter teórico, como las definiciones,
o práctico, como las normas o los valores; las normas pueden ser reglas o principios, etc. Entre
los que no forman parte del sistema, puede distinguirse, a su vez, entre enunciados
interpretativos, teóricos (de la dogmática o de la teoría del Derecho), jurisprudenciales,
empíricos, valorativos, etc.

Por lo que se refiere a la dimensión pragmática, el esquema trata de captar el aspecto


ilocucionario, esto es, los diversos tipos de actos de lenguaje que tienen lugar dentro del acto
de lenguaje complejo en que consiste argumentar. Así, además del acto de plantear un
problema y de proponer una solución, tienen particular importancia las preguntas que el
argumentador se va haciendo a lo largo del proceso argumentativo y que, a su vez, podrán
clasificarse, por ejemplo, en cerradas u orientadas (pueden concebirse como una disyunción
entre dos o más miembros y cuya respuesta –que no es la respuesta final- consistirá, por lo
tanto, en optar por uno de ellos) o bien abiertas (la pregunta está formulada de manera que no
están delimitadas de antemano las respuestas posibles entre las que habría que elegir).
Además, una argumentación incluye también suposiciones, afirmaciones o negaciones. El
modelo no permite dar cuenta de todos los aspectos retóricos y dialécticos de una
argumentación (por ejemplo, si se utiliza un lenguaje más o menos preciso, cargado
emocionalmente, etc.), pero sí de algunos de ellos: del orden de la argumentación, de la
concentración del esfuerzo argumentativo en ciertos lugares o momentos y, hasta cierto punto,
de la interacción dialéctica que tiene lugar cuando sobre un mismo problema se han producido
diversas argumentaciones.

Finalmente, el esquema está pensado partiendo de un tipo característico de argumentación jurídica, la


justificación judicial, pero es suficientemente flexible como para, a partir de ahí, poder extenderlo (con
alguna que otra modificación)a otros tipos de argumentaciones jurídicas.

Lo señalado por el profesor es lo que realmente debe de implementarse


para una correcta resolución judicial, el Juez debe de graduar, ponderar,
decidir potestativamente para alcanzar la mejor argumentación de su
resolución, no sólo enfocarse en la norma, sino lo que hay detrás de ella,
que son derechos fundamentales protegidos.

Higa Silva, respecto a los argumentos de las partes como una


herramienta para facilitar la tarea del juez para emitir una adecuada
resolución judicial, señala que “desde un punto de vista pragmático, una
vez producido el intercambio de argumentos, analizados y escudriñados,
el juez debería establecer el estándar bajo el cual resolverá el caso. En
realidad, ese estándar debería estar fijado desde el inicio del proceso, a
efectos de que las partes sepan qué determinará que su argumento sea,
o no, aceptable. En la fijación del estándar se deberá indicar qué criterios
serán tomados en cuenta para resolver el caso de acuerdo a los derechos
en contraposición y al contexto en el cual se desenvuelve la
controversia” [21].

Las partes en muchos casos, desconocen su proceso, muchas veces los


abogados no le informan lo adecuado, pero para ello, uno debe estar
enfocado desde el inicio del proceso para conocer desde ese momento
como se desarrolló el mismo y cuando se dicte sentencia, si esta está
motivada o no, si cumple con los fundamentos precisos, o es una mera
transcripción de la ley y los dictámenes fiscales que muy a menudo
sucede.

Así pues, Zavaleta Rodríguez sostiene que “una decisión es irrazonable,


en términos amplios, cuando no respeta los principios de la lógica formal,
contiene apreciaciones dogmáticas o proposiciones, sin ninguna
conexión con el caso; no es clara respecto a lo que decide , por qué
decide y contra quien decide; no se funda en los hechos expuestos, en las
pruebas aportadas, así como en las normas o los principios jurídicos y,
en general, cuando contiene errores de juicio o de actividad que cambian
los parámetros y el resultado de la decisión” [22].

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Resaltamos, en consecuencia, la discrecionalidad que utiliza el juzgador


en la apreciación de sentido y de valor de los hechos concretos, de todas
las circunstancias que rodean el caso y, de la misma forma, en la
elección de la norma adecuada al caso concreto. La razonabilidad en las
apreciaciones es condición indispensable para justificar la decisión y
evitar caer en una decisión arbitraria, por lo tanto, injusta[23].
Es básico que un juez muy aparte de los estándares de argumentación
para emitir una resolución adecuada, tiene que ver también con la norma
a emplear de acuerdo a cada caso concreto, y de interpretar de tal forma,
que le suministre la ayuda y razonamiento para una adecuada decisión,
no para enredarse con normas que aplicadas al caso no tienen sentido.

En ese sentido, nos hacemos la pregunta: ¿Cómo podemos mejorar en la


evolución del Derecho respecto de una adecuada forma de interpretar, de
argumentar, de ponderar derechos, principios con adecuadas reglas que
permitan el mejor desarrollo del caso en concreto?, el profesor Morales
Godo tiene una respuesta y una predisposición que con un desarrollo
jurisprudencial adecuado la evolución del Derecho es en la forma natural,
discrepo en lo absoluto, puesto que para mi opinión el derecho
evolucionara, siempre y cuando se respeten las Garantías
Constitucionales de acuerdo al caso concreto, respeto de la dignidad de
la persona, sus principios constitucionales etc.

Pero sigamos, Morales Godo anota que “puede ocurrir que las
apreciaciones de sentido y de valor cambien, porque se le están
atribuyendo, a determinado caso específico y concreto, apreciaciones
anteriormente desconocidas, lo que ameritaría una solución específica y
adecuada a dicho caso. Ello generaría la posibilidad de un cambio
legislativo o de un desarrollo jurisprudencial específico. En otras
palabras, al cambiar de sentido y de valor los casos concretos, deben
cambiar las reglas para la solución de dichos casos, sea mediante
disposición legislativa o de un desarrollo jurisprudencial. Debo confesar
mi apuesta por la jurisprudencia, como la forma natural como evoluciona
el Derecho” [24].

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personas con discapacidad»

Asimismo, a tenor de Taruffo, “una buena motivación debe consistir en un


conjunto de argumentos justificativos lógicamente estructurados en
grado de formar una justificación racional de la decisión, se puede
entonces observar que la motivación también posee una función
esencialmente racionalizante. De hecho, esta lleva a que el juez realice un
ejercicio racional y no sólo se base en intuiciones subjetivas no
justificables. Si el juez “inteligente” sabe que deberá justificar
racionalmente su decisión, se puede intuir que para llegar a su fallo haga
uso de criterios lógicos y racionales, que finalmente deberá plasmar en la
motivación de la sentencia” [25].

En esa directriz, Hurtado Reyes sostiene que “el juez al resolver conflictos
no es un mero aplicador del derecho, no realiza una tarea mecánica,
porque su labor seria meramente subsuntiva, sino que ocurre todo lo
contrario ante la indeterminación de los instrumentos normativos debe
realizar una tarea especial para la determinación del derecho. La
aplicación del derecho implica un juez colabora en la determinación del
derecho, cuando éste es vago, ambiguo, contradictorio o presenta
lagunas” [26].

4. La argumentación en el marco del Estado constitucional

La Constitución peruana establece lo siguiente: “Son principios y


derechos de la función jurisdiccional: (…) La motivación escrita de las
resoluciones judiciales en todas las instancias, excepto los decretos de
mero trámite, con mención expresa de la ley aplicable y de los
fundamentos de hecho en que se sustentan”[27].

Sobre el particular, el Tribunal Constitucional ha expuesto lo siguiente: “el


derecho a la debida motivación de las resoluciones importa que los
jueces, al resolver las causas, expresen las razones o justificaciones
objetivas que los llevan a tomar una determinada decisión. Esas razones,
(…) deben provenir no sólo del ordenamiento jurídico vigente y aplicable
al caso, sino de los propios hechos debidamente acreditados en el
trámite del proceso”[28].

Asimismo, el supremo intérprete de la Constitución, también ha


establecido que el debido proceso en su variable de derecho a la debida
motivación de las resoluciones judiciales protege al justiciable frente a la
arbitrariedad judicial, ya que “garantiza que las resoluciones judiciales no
se encuentren justificadas en el mero capricho de los magistrados, sino
en datos objetivos que proporciona el ordenamiento jurídico o los que se
deriven del caso”[29].

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En ese sentido, ha afirmado que dentro de los supuestos que dan lugar a
una violación del contenido constitucionalmente del referido derecho
fundamental, se encuentra el de la denominada motivación aparente. La
motivación es aparente, entre otros casos, cuando “no responde a las
alegaciones de las partes del proceso, o porque solo intenta dar un
cumplimiento formal al mandato, amparándose en frases sin ningún
sustento fáctico o jurídico”[30].

De otro lado, el mismo Tribunal ha destacado que a efectos de proteger el


contenido constitucional del derecho a la debida motivación de las
resoluciones judiciales, a la jurisdicción constitucional corresponde
también controlar las deficiencias en la motivación externa, es decir, las
deficiencias en la justificación de las premisas de la decisión judicial, sea
la premisa mayor o jurídica, sea la premisa menor o fáctica.

Por todo lo mencionado, Gascón Abellán advierte que el Poder Judicial en


el Estado Constitucional de Derecho debe ejecutar “cambios profundos
de manera de concebir las relaciones entre legislación y jurisdicción: el
principio de legalidad el relación con el juez, que tradicionalmente se
había interpretado como vinculación del juez a Derecho pero sobre todo a
la ley, ha pasado a entenderse como vinculación del juez a los derechos y
principios constitucionales pro no a la ley, lo que resulta polémico desde
el punto de vista del principio democrático”[31].

En ese orden de ideas, la citada autora sostiene que “en el Estado


Constitucional el juez está vinculado a la ley pero también a la
Constitución. Esa doble vinculación del juez (a la ley y a la constitución)
significa que éste sólo está obligado a aplicar leyes constitucionales, de
manera que debe hacer un previo juicio de constitucionalidad. Se relanza
el papel del juez en relación con la ley: en el primero (judicial review)
porque se reconoce directamente la facultad del juez para inaplicar las
leyes inconstitucionales; en el segundo (control concentrado) porque, a
pesar de no reconocerse dicha facultad, bajo el argumento de que se está
haciendo una interpretación de la ley conforme a la constitución es
posible que al final el juez “esquive” la ley; ósea, es posible que el juez
aplique la Constitución (o el entendimiento que tiene de la misma) en
detrimento de la ley” [32]. Un juez no puede solo basarse en la norma
jurídica, sino también lo que reza la Constitución, sobre todo el respeto de
las Garantías Constitucionales, es suma, es importante, para lograr una
correcta resolución judicial.

De ahí que Landa Arroyo sostenga que “las bases del derecho penal no
hay buscarlas en las leyes, sino en la Constitución, entendida como orden
jurídico fundamental del actual Estado constitucional democrático”[33].
La referencia del sistema penal y civil a la Constitución permite evitar
contradicciones normativas. Esta afirmación se sustenta en el principio
de supremacía constitucional, sin lugar a dudas.

Es por eso que las Constituciones modernas se fundan en un conjunto de


principios y de reglas cuyos contenidos delimitan, con mayor o menor
precisión, el marco en el que se debe resolver cualquier tipo de
controversias relativas a los límites a los derechos fundamentales[34]. La
Constitución como concreción de la norma y de la realidad social, política
y económica, es el parámetro fundamental para establecer la
conformidad de la norma legal con dicha realidad constitucional[35].

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jurídica?

Es importante señalar las reglas y principios muy importantes para una


correcta argumentación, tenerlos definidos, para su mujer utilización al
memento de ponderar derechos fundamentales entre sí. Es por ello que
Dworkin sostiene que “la diferencia entre principios jurídicos y normas
jurídicas es una distinción lógica. Ambos conjuntos de estándares
apuntan a decisiones particulares referentes a la obligación jurídica en
determinadas circunstancias, pero difieren en el carácter de la
orientación que dan. Las normas son aplicables a la manera de
disyuntivas. Si los hechos que estipula una norma están dados, entonces
o bien la norma es válida, en cuyo caso la respuesta que da debe ser
aceptada, o bien no lo es, y entonces no aporta nada a la decisión. Los
principios en cambio, no establecen consecuencias jurídicas que se sigan
automáticamente cuando se satisfacen las condiciones previstas; los
principios enuncian una razón que discurre en una sola dirección, pero no
exige una decisión en particular”[36].

En ese sentido, Alexy[37] por su parte expone que la distinción entre


reglas y principios no es nueva y que a pesar de su antigüedad y de su
frecuente utilización, impera al respecto confusión y polémica. Existe una
desconcertante variedad de criterios de distinción. Los principios son
normas que ordenan que algo sea realizado en la mayor medida posible,
dentro de las posibilidades jurídicas y reales existentes. Por lo tanto, los
principios son mandatos de optimización, que están caracterizados por el
hecho de que pueden ser cumplidos en diferente grado y que la medida
debida de su cumplimiento no sólo depende de las posibilidades reales
sino también de las jurídicas. El ámbito de las posibilidades jurídicas es
determinado por los principios y reglas opuestos. En cambio, las reglas
son normas que sólo pueden ser cumplidas o no. Si una regla es válida,
entonces debe hacerse exactamente lo que ella exige, ni más ni menos.
Por tanto, las reglas contienen determinaciones en el ámbito de lo fáctica
y jurídicamente posible. Esto significa que la diferencia entre reglas y
principios es cualitativa y no de grado. Toda norma es o bien una regla o
un principio[38].

Continuando, estas ideas, el Tribunal Constitucional ha expuesto que, las


distintas eficacias de las disposiciones constitucionales, da lugar a que
éstas puedan ser divididas entre “normas regla” y “normas principio”.
Mientras que las primeras se identifican con mandatos concretos de
carácter autoaplicativo y son, consecuentemente, judicializables, las
segundas constituyen mandatos de optimización, normas abiertas de
eficacia diferida, que requieren de la intermediación de la fuente legal,
para alcanzar plena concreción y ser susceptibles de judicialización[39].

Los principios tienen una dimensión que falta en las normas: la


dimensión del peso o importancia. Cuando los principios se interfieren (la
política de protección a los consumidores de automóviles interfiere con
los principios de libertad de contratación, por ejemplo), quien debe
resolver el conflicto tiene que tener en cuenta el peso relativo de cada
uno. En esto no puede haber, por cierto, una mediación exacta, y el juicio
respecto de si un principio o una directriz en particular es más importante
que otro será con frecuencia motivo de controversia[40].

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Los jueces en los casos difíciles deben acudir a los principios. Pero como
no hay jerarquía preestablecida de principios es posible que éstos
puedan fundamentar decisiones distintas. Dworkin sostiene que los
principios son dinámicos y cambian con gran rapidez y que todo intento
de canonizarlos está condenado al fracaso. Por esa razón la aplicación
de los principios no es automática, sino que exige el razonamiento
judicial y la integración del razonamiento en una teoría. El Juez ante un
caso difícil debe balancear los principios y decidirse por el que tiene más
peso. El reconstruccionismo conduce a la búsqueda incesante de
criterios objetivos[41].

5. Conclusiones

 En el marco del Estado Constitucional, toda motivación de una


resolución judicial, debe estar inmersa en la ponderación de principios
y reglas, en sólidas manifestaciones teniendo como pilar la
Constitución, más que otras normas, esto debido a que se vive en
nuestros días el respeto a los derechos fundamentales, a la dignidad
humana, separación de poderes y la libertad, que son sumergidas en
una esfera que salen para respaldar y defender la Constitución, la ley
ya no es más el camino correcto a seguir para sostener una correcta
motivación.

 Los Jueces tienen la difícil labor de no sólo basarse en lo que


estrictamente señala la norma a emplear para resolver el caso en
concreto, sino también de tener formación sólida y adecuada de lo
que señala la Constitución, no sólo ello, tener formación en
argumentación jurídica, para que cuando tenga que resolver un caso
complejo, sepa distinguir entre regla y principio, ponderar que derecho
esta mayormente protegido, con ello, lograr emitir una correcta
motivación de la resolución judicial. De ese modo, ayudar al sistema
jurisdiccional que se está cambiando y mejorando en la forma de
aplicar y de resolver el caso en concreto.

 Todo el sistema judicial debe ahorcar los hábitos desde su formación


en la Academia de la Magistratura y todos los institutos que forman y
capacitan a los magistrados, para entender el nuevo paradigma del
Estado Constitucional y, desde luego, tener una adecuada preparación
en Argumentación Jurídica para con ello entender y plasmar en sus
resoluciones una correcta motivación a plenitud y en respecto a los
derechos fundamentales”.

Le

A principios del mes de junio, la Corte Suprema de Justicia


de la Nación confirmó la sentencia que rechazó la
transfusión de sangre a Pablo Albarracini, un testigo de
Jehová. Los jueces enfatizaron el derecho a la
autodeterminación y a la libertad del paciente, que había
firmado un testamento vital en el que rechazaba
expresamente esa práctica.

Cabe consignar que al momento de la resolución,


Albarracini se encontraba en estado crítico, pero había
dejado constancia de su voluntad de manera fehaciente
mediante directivas anticipadas otorgadas ante un
escribano público.

El Alto tribunal falló sin apartarse de la doctrina


establecida en 1993 en la causa “Bahamóndez”. En esa
oportunidad, se consideró la situación jurídica de un
paciente perteneciente al mismo culto, internado en el
Hospital Regional de Ushuaia, quien sufría una hemorragia
digestiva y se negó a recibir una transfusión de sangre. El
Juez de Primera Instancia autorizó a los médicos a que
llevaran a cabo tal procedimiento. La Cámara Federal de
Apelaciones de Comodoro Rivadavia ratificó la resolución
de la instancia anterior. En sus fundamentos, sostuvo que
la postura de Bahamóndez comportaba un “suicidio
lentificado” por omisión propia, destacando que el derecho
a la vida era un bien supremo. Contra esa decisión, el
defensor oficial interpuso un recurso extraordinario,
alegando la violación de los artículos 14 (libertad de culto)
y 19 (principio de reserva) de la Constitución Nacional.
Los magistrados centraron su argumentación en el respeto
por la persona como valor fundamental.

Asimismo, consideraron que desde un comienzo el caso


estaba resuelto a favor del apelante, conforme a lo
prescripto en el artículo 19 de la ley 17.132 (ejercicio de la
medicina), que determina que los médicos deben respetar
la voluntad del paciente, especialmente en cuanto a la
negativa de recibir tratamiento, señalando que, por otra
parte, el artículo 19 de la Constitución Nacional garantiza
la libertad de disponer del propio cuerpo y de la propia
vida, en función del principio de reserva.

Subrayaron que el recurrente no buscaba el suicidio, sino


mantener sus ideas religiosas, estimando que prevalece el
respeto a la dignidad humana, aun cuando ello pueda
significar poner en peligro su vida.
Por último, sostuvieron que sería antijurídica una
resolución que autorizara a someter médicamente a un
adulto capaz en contra de su voluntad, cuando la decisión
fuera efectuada con pleno discernimiento, intención y
libertad, sin afectarse derechos de terceros.

A diferencia de la época en la que se resolvió el caso


“Bahamóndez”, hoy no sólo rige el inciso 3º del artículo 19
de la ley 17.132, sino también el artículo 11 de la ley 26.529
(derechos del paciente), la que recepta claramente el
principio constitucional de autodeterminación.

La sentencia del caso “Albarracini” tiene suma importancia


porque implica la consolidación de la línea jurisprudencial
de la Corte, que privilegia aquel principio.

Sin embargo, en su considerando 18 señaló una restricción


a ese derecho en los siguientes términos: “La libertad de
una persona adulta de tomar decisiones fundamentales
que le conciernen a ella directamente, puede ser
válidamente limitada en aquellos casos en que exista
algún interés público relevante en juego y que la
restricción del derecho individual sea la única forma de
tutelar dicho interés”.

El caso “Albarracini” tiene muchos puntos de contacto con


el caso “Bahamóndez”. Sin embargo, hay una diferencia
destacable, Pablo Albarracini es padre de una hija
pequeña.

A raíz de esta decisión, la menor corre el riesgo de quedar


huérfana de padre. ¿Supone esto o no la afectación de
derechos de terceros? ¿Puede llegar a conformar la
afectación de un interés público?

n fecha 01/06/12 la Corte Suprema de Justicia de la Nación se expidió en


el caso “Albarracini Nieves, Jorge Washington s/medidas precautorias”,
manteniendo la doctrina del precedente “Bahamondez” sobre libertad y
autonomía individual.

Los aspectos más relevantes del fallo son los siguientes:

Hechos / Antecedentes:

- El paciente Pablo Albarracini se encuentra internado en estado crítico


en una clínica de Capital Federal.

- Para su tratamiento los galenos que lo atienden sugieren la transfusión


de sangre.

- Atento su estado de inconsciencia, su esposa manifiesta que el Sr.


Albarracini es Testigo de Jehová y que por tanto se ha negado a recibir
la mentada transfusión.

- Como prueba de ello, presenta un documento firmado ante escribano


público donde el paciente expresa esta negativa en forma clara y precisa.

- El padre del Sr. Albarracini se presenta ante la Justicia solicitando la


intervención médica a través de una medida precautoria.
- El caso llega a la Corte tras la aceptación de la medida en 1ª Instancia y
la negativa de la Cámara de Apelaciones en lo Civil, en segunda
instancia.

1. Sostiene la Corte Suprema que corresponde atender el tratamiento de


una medida precautoria por la urgencia del caso y porque una resolución
tardía del mismo supondría la lesión de un derecho de raigambre
constitucional, como la vida.

2. Si bien la solución del caso es análoga, el presente se diferencia de


Bahamondez” por cuanto el Sr. Albarracini no ha podido expresar
su parecer acerca del tratamiento que se le está aplicando, dado su
estado de inconsciencia. Sin embargo, la existencia de un instrumento
firmado por el paciente en el año 2008 ante escribano público, servirá al
Alto Tribunal como expresión de la voluntad personalísima del paciente.

3. Así pues, sus creencias religiosas y en consonancia con ellas, su


voluntad de no recibir transfusiones de sangre, han sido probadas por la
apelante mediante un instrumento público donde el paciente declaró su
voluntad en forma fehaciente.

4. Aún cuando, las “directivas anticipadas” sobre tratamientos médicos


del Sr. Albarracini fueron muy anteriores a entrar en estado crítico, la
valoración de este instrumento lleva a la Corte a ponderar que “no
existen razones para dudar de que el acto por el cual Pablo ha
manifestado su negativa de ser transfundido fue formulado con
discernimiento, intención y libertad” y a considerar por tanto que
corresponde situar la decisión del paciente de no recibir un tratamiento
contrario a su fe en la esfera más íntima de la libertad personal,
amparada por la Constitución Nacional.

5. Dicho argumento, también fue utilizado en “Bahamondez” al considerar


que la libertad personal del Art. 19 CN, es un ámbito donde los individuos
pueden tomar decisiones fundamentales en relación a su persona, sin
intervención del Estado, siempre que no violen derechos de terceros.

6. En el presente caso sostiene el voto de la mayoría que “los


pacientes tienen derecho a hacer opciones de acuerdo a sus
propios valores o puntos de vista, aún cuando parezcan
irracionales o imprudentes, y que esa libre elección debe ser
respetada”. Esta opinión se encuentra receptada en la Ley 26.529 (art.
2 inc. E), y es limitada en el mismo cuerpo legal por el art. 11 que
expresa que las directivas expresadas por un paciente en cuanto a
su voluntadde recibir o no cierto tratamiento debe ser respetada por
los médicos, salvo que impliquen desarrollar prácticas eutanásicas
(art. 11 Ley 26.529), las que se tendrán como inexistentes.

7. El otro límite impuesto a la expresión de voluntad de un paciente es


la existencia de algún interés público relevante que justifique la
restricción a la libertad personal del paciente.

8. Conclusión: La Corte, al mantener la doctrina del caso “Bahamondez”


en el presente, resuelve que no se configuran en el caso “Albarracini” los
supuestos del art. 11 de la ley 26.529, ni se ha podido probar vicio alguno
en la expresión de voluntad del paciente, aún cuando ahora no esté en
condiciones de ratificarla, ni se violenta interés público de ninguna
especie que haga necesario desestimar la decisión del paciente, por lo
que se mantiene el fallo de Cámara, respetando la autonomía individual,
libertad religiosa y de conciencia del paciente.

a Corte Suprema de la Nación confirmó la decisión de la Cámara Civil de


privilegiar la voluntad del paciente por sobre el derecho a la vida, en un fallo
que llama la atención y decepcionó al padre de Pablo Albarracini; ante el
silencio social y de otras religiones que hacen del respecto a la vida un credo.

a abogada del padre de Albarracini, Mariana Gallego señaló que la Corte hizo hincapie en
el "principio de reserva del artículo 19 de la Constitución Nacional", y en la voluntad del
paciente y que lo priorizó por sobre el derecho a la vida.

En el marco de la causa "Albarracini, Nieves. Jorge Washington s/ medidas precautorias", la


Corte Suprema de Justicia de la Nación resolvió "al no existir constancias en autos que
indiquen que la negativa de recibir un tratamiento médico contrario a sus creencias
religiosas" encuadra en circunstancias excepcionales analizadas en el expediente, "cabe
concluir que no existió en el caso algún interés público relevante que justificara la restricción
en la libertad personal del nombrado".

"Por ello, oído el señor Procurador General y agregado el informe del Cuerpo Médico
Forense, se declara formalmente admisible el recurso extraordinario interpuesto y se
confirma el pronunciamiento apelado".

El fallo lleva las firmas de los magistrados Enrique Petracchi (por su voto), Juan Carlos
Maqueda, Carlos Fayt (por su voto) y Elena Highton de Nolasco.

En cambio, horas antes el Procurador General de la Nación, Luis González Warcalde, se


había pronunciado a favor de la transfusión, porque "preservar la vida" era más importante
en el caso.

El jueves, el padre del testigo de Jehová presentó un recurso para que la Corte Suprema
de Justicia"ordene la transfusión de sangre" a su hijo que fue baleado en un robo, y que
había firmado un documento en el que se niega a recibir sangre.

El recurso extraordinario que este viernes fue resuelto por la Corte fue presentado por la
abogada Gallego, en representación de Jorge Albarracini, el padre del joven que reclamó
la intervención del máximo tribunal para que deje sin efecto el fallo que suspendió la
transfusión, indicaron fuentes judiciales a Infobae.com.

El juez Civil, Horacio Maderna Echegaray ordenó la transfusión pero a la noche se


presentó en la clínica y "en forma oral" le dijo a la esposa que había suspendido esa
medida, al aceptar una apelación. Y al día siguiente la Cámara Civil la dejó sin efecto,
explicó la abogada.

Para la letrada, "la sentencia que impide transfundir a Pablo es arbitraria y contraria a
principios constitucionales básicos, así como a tratados internacionales que protegen la
vida".

Gallego reiteró "el papel que supuestamente firmó Pablo es una copia simple y no aparece
el original, y que en todo caso lo firmó hace cuatro años y tal vez tampoco sería su voluntad
hoy. Aunque no lo podemos saber porque se encuentra en coma y en estado crítico".

Jorge Albarricini, padre del seguidor de los Testigos de Jehová baleado en un robo, criticó
el fallo de la Corte Suprema que terminó avalando la voluntad del paciente a no recibir
transfusiones de sangre por sus creencias religiosas.

"A la justicia le falta frescura", fustigó el padre de Pablo Albarracini, e indicó que el máximo
tribunal "se maneja como los Testigos de Jehová".

"Los testigos no van a cambiar su postura, porque con su idea de la vida eterna no les
importa la vida en la tierra", criticó severamente Albarracini a la organización que
pertenecía su hijo.

"Ellos están pendientes de la vida eterna, ignoran y desprecian todo lo demás, incluso el
sufrimiento que pasa uno de ellos",acotó.

Y, recordó que el joven "tiene dos balas alojadas en su cuerpo, una alojada en su cabeza.
Ahora se llegó a la conclusión de que hay que sacárselas y son cirugías sangrantes a largo
plazo". Respecto de la esposa de Albarracini, dijo "ella es la única que puede revertir esto".

"Es terrible no poder decidir, no poder hacer, no esta en la mente de uno y lo único que se
pude hacer es entrar con un equipo comando y transfundirlo", pidió el padre.

Por último, llama la atención el silencio de la Iglesia Católica y de los defensores del derecho
a la vida en caso de "aborto" que no sagan a defender el derecho a la vida de Albarracini,
ante el fallo negativo de la Corte y la idea de creencia que tiene esta secta
llamada "Testigos de Jehova" sobre lo que es el cuidado de la salud de una persona no
permitiendo transfuciones de sangre porque es pecado.

cagl

Organismos de Derechos Humanos, dirigentes sociales, políticos, legisladores y


funcionarios políticos también guandan "incomodo" silencio.
CONCEPTO Y DIFERENCIAS CON OTROS ARGUMENTOS PRÓXIMOS
Este argumento es muy utilizado por los tribunales en sus decisiones, pero por el contrario
los teóricos no han dedicado mucho tiempo a su estudio, esto se debe principalmente a la
similitud con otros argumentos como el de la no redundancia o el apagógico. Con este
argumento se establece la verdad o el valor de las tesis que se defienden a partir de las
consecuencias favorables que de ella se derivan o la falsedad o disvalor de tesis defendidas
por el adversario por las consecuencias desfavorables que de ellas se desprenden. Podemos
concluir a partir de esto que el valor de las tesis se deriva a través de las consecuencias.
Un razonamiento jurídico no siempre es difícil de encuadrar en una tipología de
argumento, podría pertenecer a más de un tipo. En el caso de un argumento pragmático
podría confundirse con el argumento de la no redundancia o el apagógico.
1. Diferencias existentes entre el argumento pragmático y de la no
redundancia. En común estos dos argumentos están a favor de la máxima efectividad. En
cuanto a las diferencias, el argumento pragmático actúa referido exclusivamente a un
enunciado, mientras que el de la no redundancia exige la presencia de dos enunciados
aparentemente redundantes. El primero justifica la elección entre uno de los posibles
significados del enunciado, resuelve entre una interpretación que deje sin efectividad a un
enunciado u otra que le de una función.
2.- Diferencia entre argumento pragmático y apagógico o reducción al
absurdo: El argumento apagógico rechaza significados que hagan absurdo a un enunciado
del ordenamiento. Por el contrario el pragmático justifica la elección del significado que
hace más efectivo el enunciado. Cuando este argumento se expresa en algunas ocasiones en
forma negativa se confunde con el apagógico.
ARGUMENTO PRAGMÁTICO EN LAS SENTENCIAS DEL TRIBUNAL
CONSTITUCIONAL.
Una de las formas más básicas de argumento pragmático es la que, al margen del valor o
disvalor de las consecuencias, interpreta las disposiciones en el sentido que le otorgue
consecuencias o mejor, rechaza cualquier interpretación que deje sin efectos a un norma o
enunciado legal. El Tribunal Constitucional otorga a esta forma del argumento pragmático
una a gran relevancia, tanto es así que se le califica como uno de los principios de la
interpretación de la Constitución Española. Hay una serie de principios que manifiestan la
importancia de este argumento al interpretar la Constitución:
– Principio del efecto útil: Cuando una disposición puede tener dos sentidos es preferible
entenderla en el sentido que le permita producir algún efecto. Se admite una interpretación
u otra por las consecuencias que de ella se deriven.
– Principio de la eficacia: Se dirige la interpretación del intérprete hacia las opciones que
optimicen la eficacia de normas constitucionales. Se elegirá una interpretación u otra
atendiendo a la máxima eficacia que pueda producir en la aplicación del derecho
fundamental.
Este argumento puede utilizarse tanto para rechazar un camino interpretativo como para
defenderlo. Vamos a ver ejemplos:
– Para rechazar una interpretación. En estos casos es cuando más claramente se observa su
parecido con el argumento apagógico o de reducción al absurdo pues de otorgar un
determinado sentido a un precepto se pueden seguir consecuencias inútiles.
Por ejemplo: Un conflicto de competencias promovido por la Generalidad en relación al
Real Decreto 2824/1981, de 27 de noviembre, sobre registrosanitario de alimentos, el TC
señala que en materia de sanidad el Estado tiene competencia en las bases, coordinación
general y alta inspección; sobre coordinación general dice: "…la competencia de
coordinación general presupone lógicamente que hay algo que debe ser coordinado, esto es,
presupone la existencia de competencias de las Comunidades en materia de Sanidad." El TC
separa los conceptos de coordinación general y de fijación de bases a través del argumento
de la no redundancia y atribuye competencias a las Comunidades por el argumento
pragmático: si el Estado ha de coordinar, debe haber algo que coordinar, de lo contrario el
art. 149.1.16 CE (la competencia de coordinación general de la sanidad es exclusiva del
Estado ) sería inútil.
– Para apoyar una interpretación:
Un recurso de amparo en el que se alegaba indefensión (violación del art. 24.2
CE) por no practicarse en el proceso que da origen al recurso pruebas que se estiman
decisivas para la defensa. El TC dice acerca del art. 24.2: "…tal facultad denegatoria de
aquellas pruebas que el juzgador estime inútiles viene impuesta por evidentes razones
prácticas como son evitar dilaciones injustificadas del proceso, que podría alargarse a
voluntad de cualquiera de las partes, vulnerando el derecho de las otras a obtener un
proceso sin dilaciones indebidas reconocido en el art. 24.2 CE.". El TC argumenta con base
a razones prácticas que sería obtener un proceso sin dilaciones indebidas.
Principios pragmaticos en la interpretacion constitucional
Veremos a continuación los tres principios interpretativos básicos de contenido pragmático
seguidos por el TC.
1. Principio antiformalista o principio pro actione. En cuanto al principio
antiformalista decir que el Tribunal Constitucional ha adopatado este principio cuando
interpreta los requisitos procesales establecidos por su Ley Orgánica para acceder a su
jurisdicción. Se ha considerado este antiformalismo como una característica de la
jurisdicción constitucional. Con el principio pro actione se adopta una postura
antiformalista al interpretar los requisitos procesales con el fin de que el tribunal se
pronuncie sobre el fondo de la cuestión que se plantea y se relaciona estrechamente con el
principio que lleva a interpretar el ordenamiento de la forma más favorable para la
efectividad de derechos fundamentales.
2. Principio seguridad jurídica . El artículo 9.3 de la Constitución garantiza la
seguridad jurídica. Es un principio propio del Estado de derecho, cada uno conoce con
certeza sus derechos y obligaciones y puede preveer las consecuencias de sus actos.
Seguridad jurídica equivale de este modo a predictibilidad y se vincula necesariamente con
principios como la certeza, legalidad, jerarquía, publicidad norma, irretroactividad no
favorable o interdicción arbitrariedad. La consecuencia más importante de la seguridad
jurídica se manifiesta a la hora de establecer el contenido del fallo de las sentencias del TC.
En ese momento, en ocasiones, el TC ha tenido en cuenta consideraciones basadas en la
seguridad jurídica. Tiene en cuenta también principios como la buea fe, la carencia de
consecuencias prácticas de lo que se pide o el equilibrio de intereses entre partes. Son
razones pragmáticas las que llevan al tribunal, por ejemplo cuando toma en consideración
las consecuencias prácticas que va a tener su fallo a la hora de limitarlo. Se puede
compatiblizar y así se hace un equilibrio entre seguridad jurídica y equilibrio de los
intereses en juego. En cuanto a los límites de la seguridad jurídica, a este principio se le
puede denominar de cierre, ya que actua cuando la aplicación estricta de otras normas
podría llevar a lesionar derechos o sitiuaciones de terceras personas, es un principio vago,
impreciso.
3. Principio de la interpretación más favorable para la efectividad de los
derechos fundamentales. Este principio encuentra su fundamento en el aforismo in
dubio pro libertate. Un fundamento más concreto es el art. 24.1 CE que obliga a interpretar
la normativa en el sentido más favorable para la efectividad del derecho fundamental. De
este modo, en caso de duda habrá que interpretar los preceptos de modo que sean más
favorables a la efectividad de los derechos fundamentales; también se crea una auténtica
pauta interpretativa que obliga constantemente a desarrollar la actividad interpretativa
teniendo en cuenta los derechos fundamentales. Las consecuencias de aplicación de este
principio es que por un lado se interpreta los derechos fundamenteales otorgándoles la
máxima efectividad y de otro lado se interpreta todo el ordenamiento jurídico otorgándo a
los derechos la máxima efectividad.

La concepción formal, la concepción material y la concepción pragmática de la


argumentación
La concepción formal se utiliza para la solución de problemas formales de tipo matemático
que tienen como elemento común el no ser problemas reales, sino ficticios, cuya utilidad es
que nos ayudan a resolver los que se presentan en la realidad.
La concepción material, al igual que la formal, debe valerse de argumentos generalmente
deductivos, aunque no siempre. Esto da pie a que se diga que este tipo de concepción
presupone la formal.
La diferencia es que en la concepción material el razonamiento no acaba, como en la
formal, en las formas, sino que lo esencial es el contenido. Quien soluciona un problema de
corte material tiene comprometerse con la verdad o la corrección de un contenido o
supuesto de hecho determinado, no así en la concepción formal, en la cual basta que la
inferencia sea lógica.
La concepción pragmática resulta necesaria porque hay un tercer tipo de problema, que
genera la necesidad de argumentar y que no puede calificarse ni de formal ni de material.
Es el caso de las situaciones en las que interactuamos con otros. En estos casos, lo que
buscamos es persuadir sobre la veracidad de algo o bien sobre la falsedad de
la tesis contraria. En el área jurídica esto está a la orden del día. El abogado debe convencer
al juez de que su tesis y no otra es la verdadera, el juez debe convencer a las partes y aun a
la comunidad en general de que su fallo ha sido emitido haciendo un buenanálisis del caso,
que razones de hecho o de ley son los motivos de su decisión.

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