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No podías vivir así, ruidos, mentiras,

plástico lacerante en las pupilas,


el tedio, la mercancía y lo humano,
te da nausea, la sangre ennegra,
la carne se pudre.

¡Esgrime el cuchillo en los cuellos,¡


dibuja una realidad en un lienzo,
afila la pistola, escribe prosa,
Es un poema que vaga en mis colonias,
agujerea la tierra, escapan los fantasmas,
sin dirección.. de negro.
Matamos las verdades, y solo hay una!
La del individuo en guerra,
la del individuo en peligro,
el individuo y gasolina.
Preparen a sus mejores lacayos
acéfalos
Dispara la futilidad,
y miles de ciudadanos sumisos.

Es ahora la guerra, no mañana,


desenfunda el carboncillo, apunta al enemigo,
prefiero el canto del grillo en las cavernas silenciosas,
el pueblo no sirve, perdido en su propio territorio.
Apuñala y, que arma, tan bella, tan egoica.
Si quieren ustedes agonizar en esclavitud..
¡no señalen al individuo! ¡Soplones!

Toda estos policías van a morir,


todos estos hijos de puta van a morir.
La ciudad espera el amor de tus bombas,
el exacto segundo que viajen las hordas,
y abandonar el cielo.

Conmigo nunca podrán,


no me engañaron,
prefiero mil veces morir robándole al enemigo,
que vivir jodidamente como un nauseabundo esclavo.
Dos líneas de tiempo, el primer capítulo respecta a este período reciente, cuando
Daniel Salas Vasquez ya cruzó el abismo delincuencial. El segundo capítulo
coincide con el 2018 aún en temprana disidencia. El tercero continúa el primero,
el cuarto el segundo y así sucesivamente hasta que el tiempo calcina.

Sobre el autor, Daniel Salas es un joven delincuente, seguidor del nihilismo


como de libros de literatura maldita, filosofía subterránea y los íconos que
corresponden a un estilo de vida confrontativo; con su desorientada prosa azota
también a los grandes criminales del monopolio estatal retratando las vivencias
del bajo mundo, delincuentes, padres jóvenes, insurrectos, chicas prostitutas,
algunos poetas, y mucho desencanto.
Dedicado a todos los que saltaron a la nada sin límite alguno. A nuestros presos
y asesinados hermanos vengadores de esta bastarda civilización.
Capítulo I

La primera abogada que consulté sobre mi caso advirtió que terminaría en la


cárcel, sentí una puñalada en mi pulmón, miraba directamente a mis ojos como
petrificada, creí que al retirarme del pasillo me esperaban policías regordetes con
esposas y armas en sus grasosas manos. En los contiguos estudios jurídicos la
conclusión era la misma.
—Seis denuncias por hurto agravado. Pena privativa de libertad por lo menos de
tres a cinco años. No prevalece tu argumento que no hiciste daño a nadie por
robar en tiendas. El delito es el mismo, y se castiga tan igual como en otras
modalidades.

Dos señoras de aspecto humilde que hacían fila para ser atendidas me
observaban, me escrutaban y sus miradas me clavaban en la piel. Imaginé sus
críticas insignificantes de progresar honradamente. Recordé que a nadie le
importaba, en esos ojos residía la mentira y una fantasía decorada con promesas,
unas fétidas ideas sobre su lugar en el mundo. Esperanza malsana. Recordé a mi
profesora Eli haciéndonos temer el incumplimiento de las normas de clase, de su
dios, y de la sociedad. Nos hacía pensar en nuestros más profundos miedos
como castigo. La muerte de algún familiar, veía a mi prima la china a lo lejos.
Mamá muerta. Pero lo que más temía era descender infinitamente en el universo
exterior, cayendo hacia la nada, agujeros negros, destrucción oscura y sin
dirección. Era mi mayor miedo.

Todos los correctos y cuerdos querían mi cuerpo dentro de la prisión. Traté de


no hundirme en la mierda que me anticipaban. -Putos mentirosos-. Los peores
delincuentes son los policías y los abogados. Yo quiero seguir la senda del
nihilismo, descreer de todo lo que me rodeaba, incluso del trabajo, la ley y el
progreso humano. Remedios inmediatistas, mi decisión, negarme a la industria,
gigantes murallas cubiertas por la planta de maracuyá de mi infancia, tabernas
afrodisíacas, un viaje a dionisios, abrazar el agujero, indios precarios con armas
incendiarias: delincuencia.

Me encontraba en el juzgado de paz de Villa María, por motivos desconocidos


no llegó a tiempo el oficio del INPE dando orden a los trabajos comunitarios que
debía cumplir como reparación civil. Una malsana duda se internó en mi. -Quizá
no llega porque me van a encarcelar-. En el pasillo a la oficina del Juzgado de
paz penal habían dos señoritas esperando y un hombre con el gesto agazapado
que los delincuentes deben tener ante las autoridades. Hice mi parte del teatro y
esperé.

El abogado de mesa de partes me indicó nuevamente que debía ir al INPE.


—Jefe, ¿y si estuviera requisitoriado? Tengo una vecina que esconde a propósito
las notificaciones de mi casa.
Esta función me era perezosa y aburrida. Toda mi vida deambulé criticando la
máquina torturadora que me obligaba a ser parte de la inmundicia, abandonando
todo cuanto empezaba. Siendo abandonado por muchos ¿y? -Nada me
importaba que no viniera de mis propias fauces- Yo era consciente que no había
lugar para mi, no lo había para nadie. Tan difícil era trasmitirselo a los demás,
luego de dos años de militar en el anarquismo societista deduje que no había
solución para nada. -En este mundo nada se resuelve- La obediencia era el
camino para llenar todas las dudas que el individuo podía crear. Yo era
consciente de que me estaba volviendo loco, y obedecer me daba una gran
flojera. Cuando por fin encuentro algo que me divertía, el Estado busca aniquilar
mi cuerpo y mi mente. Mi padre en la cárcel no vería la luz, sentí que muchos de
mis esfuerzos se iban a la mierda. Quizá debía estar agradecido y no.
—No me corresponde a mi solucionar este problema. Acércate al INPE.

Parecía que a este abogado se le salía la panza al caminar. No iría al INPE,


mañana es la faena planificada con el grupo de Pedro. Al salir de la oficina me
atajaron los “jaladores" de los estudios jurídicos. Coincidentemente me decían
que conocían a un abogado penalista. Acaso leían los rostros de los denunciados
por delitos. Putos defensores de la ley y sus lacayos, a buena hora abandoné esa
carrera. -Al carajo todos ustedes, al carajo todo este mundo- Algo tendría que
hacer.

Me desplacé a la avenida para coger el bus, compré una cajetilla de cigarros


baratos en una tienducha al lado de una mecánicos de autos. No quería ir a
ningún lado, fumaba, una, dos, tres.. recordé a Abigail fumando en el cumpleaños
de Limber, junto a Alonso, las demás chicas y chicos del barrio. Qué dirían de mi
en esta situación. Abigail parecía una chimenea humana, Verónica vomitando, sus
dos amigas de Limber que se las follaba, una le maquillaba la cara en medio del
baile; su otra amiga, aprovechando que cuidábamos de Verónica mientras
vomitaba el vodka dormida, ingresó al baño con Limber. Las noches de Otoño
fresco y liquidada por la ciudad era divertida, no teníamos reglas, como tantos
crepúsculos deliciosos. Esta selva de cemento me está chupando la sangre. ¿De
verdad me iba ir a la cárcel? Solo por expropiarle a los que no les falta para
comer. No quiero irme a la cárcel, pensé en mis adentros, muy rendido,
presenciando la variopinta ciudad, impenetrable, como si fuese la última vez.
Nimbado mi cielo por demonios. ¡Carajo! Y aún no experimentaba otras
modalidades mucho más sofisticadas de expropiación. “¡Carajo! Al menos irme a
la cárcel por delitos más serios. Que vergüenza”, que vergüenza, pensé otra vez,
prefería irme adentro por atentar alguna infraestructura del Estado.

Caminaba sin dirección alguna, simplemente caminaba. Me sudaba el cuerpo a


pesar del creciente friecito. Me senté en frente de una cancha de deportes, los
estudiantes de aquel colegio color azul. Recuerdo mi mamá vendía sellos y
gelatinógrafos a los profesores de ese colegio. Ingresé con ella prendido de su
mano. Mi mamá tenía el arte del habla. Una gran vendedora. Vestía
humildemente pero correcta, perfecta para su edad.

Veía a los estudiantes, me vi a mi mismo, saliendo del colegio “Virgen de


Lourdes” de Lurín. Me vi tomando el examen de admisión. Como siempre,
llegaba casi tarde y me faltaba borrador o tajador. Le pedí a mi compañero que
estaba delante de mí. No dudó, casi el mismo rostro de ahora, de alguien que
carecía de expresiones, no se sabía nunca si estaba triste, alegre, hiperactivo o
sediento. Limber, el primer amigo que hice en el colegio.

Nos trasladaron a distintas secciones y perdí su rastro. Ahora él viste de hopper


clásico, ni tan llamativo, corpulento, refinado y de apariencia un caballero. Estudia
Derecho cerca a casa, es el “chulito” de mi banda de amigos. Limber siempre
carga preservativos, coge el celular cada quince minutos, logicamente. Toda esta
mierda empezaba con él y me siento orgulloso. Me siento orgulloso de Limber.
En el colegio tuvo problemas de depresión y ansiedad, consumía psicotrópicos y
la pasaba solo. Pedía permiso al profesor para ir al baño, empujo la puerta, veo a
Limber y sus padres con la profesora Meche, Limber estaba mudo, su padre
movía los brazos exaltado, me dio la impresión que justificaba algo, algo malo
para limber. Su mamá lloraba. Tenía conocimiento, entonces, por mi prima, que
su papá era violento con él y su madre. Vivó un romance con mi prima, nos
hicimos más amigos, escuchábamos rock, tocábamos guitarra. Al regresar de
España fue al primero que visité con todas las locuras que aprendí allá.

Tenía tantos deseos de estar a solas, o conversar con Limber, con Sandro,
doparme con Kenny escuchando Lil peep, discutir de nihilismo con Alonso, en un
valle azotado por demonios, ver la muerte con Vera.. como estos meses, en mi
exilio. Durante meses pensaba en la futilidad, el hastío, la inutilidad de la vida.
Me había aislado y tenía pocos amigos. Por el consumo de alcohol no recuerdo
cuando fue la primera vez que desvalijábamos mercancías en los supermercados
en banda. Era más astuto que robar al paso con arma, celulares de chiquillos
pequeñoburgueses. No importaba. Nos salíamos con las nuestras y sin violencia,
solo con el arte de engañar. Hacíamos yan quen pó fuera de los super para
decidir quién haría el papel más riesgoso, normalmente yo me ofrecía, pero no
era lo justo. La ciudad acorralándonos con sus colores grises, parecíamos una
banda de los Black Panthers, o de Joy División y me sentía como Ian escribiendo
poesías deprimentes con unas irremediables ganas de suicidarme.
Un canto ensordecedor del cielo arrasaba toda normalidad. Limber vendía las
drogas y tenía el “caño” de la coca. “Esto así nomas no lo consigues”, decía.
Mezclábamos las drogas con los finos licores, y quizá los sedantes que imitaban a
otras drogas que describiera Burroughs. El delito une más a los amigos. Les
recomendaría a todo el mundo cometer delitos. Reí, agazapado, al recordar las
palabras de Sandro una noche: “robar para vender es razonable, ¿tragos?, y para
comprar drogas. Esto ya no es normal.”

Nuestras fiestas tampoco eran tan comunes. Violeta llegó ebria con el amigo de
infancia de Anatoli que queríamos dormirlo. La víctima es un Ingeniero de
Sistemas afortunado de la vida. Tenía baja autoestima y poca empatía con las
chicas. Iba con Verónica a comprar las xanax y la reconocí, a media cuadra estaba
el eunuco, era contraproducente que nos viera juntos. Le dije con señas que
debía darse la vuelta a la manzana. Verónica me miraba, indignada, dubitativa, y
yo: tranquila, amiga, esto es algo que no comprenderás. Y ella seguía a paso
firme, dudando aún. Al regreso de comprar las xanax, en una de las tantas
hamburgueserías de mala muerte estaba Pochi con su pareja, cenando. Pochi me
reconoció, lo saludé con la mirada. Verónica me preguntó quién era ese, “un
buen muchacho”. El plan era que Violeta lo seduzca, le introduzca clonazepam y
lo duerma, entonces, el botín era nuestra en una pintoresca escena de estrategia
para calcular la inocencia de Laura en un teatro perfectamente planificado. Solo
estábamos en el plan Anatoli, Violeta y yo; ésta llegó con una amiguita más para
repensar la maldad. Vestían relindo, últimamente Laura consumía drogas y
alcohol barato, una semana se encerraron con David y Antonio en casa de
Sandro. Noches de sinfonías austeras. Perfecto estado de esquizofrenia. Su rostro
palidecía por las preocupaciones que cargaba, tenía un hijo, poco dinero, y el
padre del niño era un hijo de puta de esos que no debieron nacer.
Mucha gente no debió nacer, sinceramente.

Mientras conversaba con Abigail sobre sus historias, sobre mis amigos, en que
puede confiar a pesar de los años de distancia.. Anatoli comportándose como un
soplón me hizo quedar mal esa noche. Me enteré días después. El curita era un
simple posero queriendo incursionar delitos para sentirse “diferente”. Me daba
gracia en el fondo y él lo intuía.
Las luces multicolores ejercían presión a beber. Todos bailaban, cantaban a viva
voz Hector Lavoe, y clásicos del rock. Violeta desapareció con la víctima, la familia
de Limber bailaban en una zona un poco apartada. Observé que Abigail tenía
buen trato con nuestrxs amigxs. Llegó Rodolfo casi al final ebrio, con sus amigos
de su banda de rock. Molestaba a la prima de Limber y lo cargué a la calle
advirtiéndole que se comporte, que no me haga quedar mal delante del barrio.
Algunos lo miraban de reojo, al día siguiente éste no decía acordarse mucho,
riéndose de su acto. Alonso a mi oído: “cálmalo a Rodolfo porque los muchachos
lo van a gomear”. Una espléndida noche. Los buenos muchachos hicieron un
círculo bebiendo sus elixires. Freddy me pedía que le presente a una de mis
amigas. Pedro me llamó a un lado, me pidió apoyo para un robo. Mi primer
allanamiento a mano armada. Un feliz cumpleaños.

Tras la ventana del bus divisé la Dirincri de Villa Maria, me entró nauseas.
Hombres orgullosos de defender los intereses de los mayores criminales,
anclados como sanguinarios del patíbulo. No entiendo por qué quiénes ostentan
el poder tienen la fuerza para dominar. Acaso los dominados se dejan dominar,
también. Pero por qué esa lógica funciona así, por qué permanece esa fábrica
mental. Por qué todo el puto mundo obedece sin ver más allá. Policías de verde,
de azul, de negro. Delincuentes esposados, rebeldes, solitarios. Por qué no
vivimos otra realidad.. Apoyé mi cabeza a la ventana, no tenía ganas de leer.. otro
viaje observando las pistas asirse de mugre y gente alzando sus brazos para
llegar a destino. -¡El mismo destino de mierda para todos!- Recordé cuando la
policía irrumpió en casa, enmarrocó a mi padre, mi padre me miraba con su
siempre mirada triste, mirada vacía extendida al cuerpo completo. Todo él era un
trilce viaje, un mar de veneno y fragilidad, una montaña de mentiras y amor,
había algo en sus ojos que me hacía llorar. El portón viejo de caoba quedó sin
picaporte, mi tía Elvira no sé de donde sacó dinero para reemplazarlo. Yo estaba
en cama llorando con Fely, mi prima chinita, me abrazaba llorando también. Me
juraba que mi papá volvería pronto. Me vistieron con un corduroi marrón y un
polo gris, mi polo favorito que me regaló Barush. -Mierda de mundo-. La gente
subía al bus, la zona de pesquero olía rancio y entrañas y sangre. Me sentí en la
ciudad que siempre me acompañaba, huele a maldad, como en el barrio de
Antonio, como en las calles de Alonso o los amigos de Pedro conversando en
silencio. Dudé por un momento si había valido tanto camino irreparable y
nauseas negras el sabor del abismo. A estas alturas de mi vida ya me daba igual
lo que opinen de mi. Parte de mi familia me dejó de lado, yo no creía ni en la
capacidad de crear y escribir en marmol con cincel o jeroglificos, una lectura
heroinómana, un recuerdo mordaz de Arguedas. Poco a poco fue parte de mí, y
no me esperaba la carcel, lo que significaba el suicidio.

Bajé del bus y crucé la avenida del mercado, el olor del basural inundaban mi
percepción; un “choro” conocidito del barrio estaba sentado en bancas de
plástico, delante de las vendedoras de verduras y sus plásticos azules, en la
avenida con sus amigotes, trabajando de boletero. Lo reconocí porque fue el
mismo que le robó a mi primo hace muchos años. Su mirada malvada me
hincaba, imaginé cincuenta miradas iguales en mi delante, cien recluidos
queriendo violarme. Como al “Clavel" de “El Sexto” o las historias de Josue. -Voy
a perder la vida- Cuanto deseaba llegar a una isla cercana, dormir en la arena,
recolectar frutas. Pedro me llamaba al teléfono.
—Oe, mano, mañana es la notita. Confirma a la gringa.
—Mas tarde te confirmo. Dame unas horas.

Abigail estaba en camino para visitarnos, es una chica simpática, parece tener un
buen corazón, vestimenta anti femenino, no busca ojos para su estética personal.
En una oportunidad le dije que ella era transgresora, por naturalidad. Guapa, para
los stándares culturales, blanca, con muchos piercing en la cara. Amante de
Marylin Manson, black metal depresive, y otros subgéneros extraños que poco
presté atención en mi etapa de punk rocker. Poco antes terminaba una relación
de casi tres años con un ignorante ocho años mayor que él.
—Militares de mierda. Ya no te fijes en tipos así. Necesitas un delincuente en tu
vida —y le miraba a los ojos.
—Oye, qué. Ja, ja, ja.
—Necesitas un poco de caos en tu vida.
—¡Eh! ¿solo un poco?

Cenamos en casa, vino vestida con su short bermuda, polo negro y zapatillas de
lona. El nuevo piercing que le acompañé a hacérselo en Ciudad de Dios le hacía
ver más sanguinaria, le decía “eres una forajida”.
—Ya conoces mi casa. Si quieres denunciarme algún día.
—Ja,ja,ja. No lo haré, Daniel.

Le explicaba los detalles del proyecto con Pedro. El pago sería chévere para ella,
considerando el casi ningún peligro que correría ella.
—Vas a pedir unos cuantos productos, la vieja te abrirá la ventana, entonces le
dirás que te duele el brazo, que por favor te lo diera desde la puerta.
—Ella abrirá la puerta y tú entrarás violentamente. —Se anticipó.
—Sí, tranquila. No te pasará nada. —Le miré a los ojos, notaba la duda de sus
pupilas. Luego miré mi plato, como confesando algo.. —No le haremos daño. No
es necesario. Mi amigo es un profesional, estuvo cana, pues. Debió aprender
muchas cosas.
—Si me haces algo, también tú te cagas.
—No pasará eso, yo soy leal. Prefiero morirme que delatar.

Me miraba a los ojos, con cierta duda e inseguridad.


—¡Oh! Ya. Porque quiero comprar las entradas para el concierto de .
—Ja,ja,ja. Terrible eres. ¿Qué es eso? —me apresuré a lavar los cubiertos.
—Es mi grupo favorito.
—Ah, esperemos salga todo bien. Yo quiero comprarme un arma.
—Ja,ja,ja. Estás loco.
—Sí. Es necesario. Seguridad más que nada. —Por un momento vi a Kenny y
Vera sentados al lado de ella.
—El año pasado mi casa era como una “okupa”. Vivíamos cuatro personas.
Nuestra rutina era cocinar, limpiar, expropiar, beber y drogarnos.
—¿Y orgías?
—Sí. Algunas veces. Digamos que, los licores son tan finísimos que no queríamos
compartirlo. Ja,ja.
—Quiero probar uno, amigo, porfavor..
—Teníamos más de cincuenta licores variados de todos los países. Era hermoso.
Ay, por qué no me hacías caso esos días. —Volví a sentir ese gusano
alimentándose de mi. Pensé en Pedro.
—¡Que rico!
—Sí, riquísimo —Abigail reía, no medía la preocupación que yo sí durante estos
días. Allanaría una empresa dentro de una casa. Algo completamente diferente
que expropiar “al paso”, un gran temple haría falta, y una fuerte convicción, a
pesar que estudiando cada detalle y tomar las mínimas precauciones, creía, en
esos días, que algo no previsto, inesperado, no controlado puede suceder. Una
posibilidad, remota o inmediata.
—¿Y tu amigo Limber, como es eso que es un “chulito”?
—¡Ah! Oye, explícame algo. No lo comprendo ahora. Quizá antes sí, hace años,
cuando vivía con un ron en la mochila —escupió una risa— me encantaba
conquistar chicas, me sentía bien. Pero a estas alturas me interesan otras cosas.
—Otras cosas más peligrosas —dijo en voz más baja.
—Es una aventura. Un no saber donde terminar. Ja,ja,ja. Cierto —recordé—
Limber dice para bajar a su casa, hay una reunión, una inauguración de un vecino
algo así, trago y droga, jaja.
—Vamos. —Ella no lo dudó, quería beber.

Me eché en mi cama a mirar el techo y contemplar mi posible muerte, un balazo


a quemarropa, o un suicidio en prisión. Me estremecía, no quería morir. Abigail
cagaba y el gato le fastidiaba. “Daniel, llama a tu gato”, escuché, ignorando. El
gusano se hacía más gordo dentro de mí, quería comer más de mis entrañas.
“Putamadre”, otra vez como aquel día, como esos días previos antes de
abandonar toda la falsedad de esta sociedad. Es como si este monstruo disfrutara
con el apaleo de mierda que nos hacen.
Eran aproximadamente las nueve de la noche. Caminamos por las zonas vacías,
aún pistas de arena, polvorín esparcido por algunos buses, los postes reflejan luz
amarilla, le hacían ver más tétrico. Nosotros andábamos tranquilos.
—No quiero que nadie me vea, últimamente.
—¿Por qué?
—Quizá haga cosas jodidas. Es mejor no existir.

Me sentía como un gato husmeando techos, buscando comida, encubierto,


oculto, vagabundo sin hogar. Los gatos callejeros de niño me llamaban mucho la
atención, pasaba minutos viéndolos dándoles comida.
—Me gusta mucho que tengas animalitos.
—Me encantan. Los recojo cuando puedo. El año pasado comían esos sachets de
Tottus. Ja,ja,ja. Había comida de sobra, las mezclaba con camote.
—En mi casa los gatos mandan. Me acuerdo que mi gato no le dejaba dormir a
mi ex. —Abigail reía, recordándolo.
—Mi perra Rina es celosa, ella se interponía entre yo y mi ex en nuestros paseos.
—Quiero cigarros.
—Sí, yo también. Y quiero coquearme. Coquita y cigarritos.

Lo vi a Limber en la reunión, habían algunas caras conocidas, no me agradaba


tener que saludar a los conocidos, la inauguración de una de las tantas barberías,
estaban de moda aún. Luego otras se impondrían por cortos períodos absurdos.
Victor y Giampier bebían cervezas afuera de la tienda de Maco.
—Unas chelas.
—En que estás, Daniel.
—Necesito beber urgente. —Toqué la ventana de la casa.
—Y eso, pues, mano. El tal Ramirez que vive por aquí a la vuelta. Estuvo
interrogando a un vecino en el paradero once. —Conversaban de un asunto
jodido.
Nico salía del baño de Marco, al ingresar el pasillo entre la mesa, una pinta de
tiza blanca decían letras sin entenderse. Nico le dio unas llaves a Victor.
—Oye, en que estás, Daniel, qué has traído para comprar.
—Nada aún, estoy en otro asunto por el momento. —Nico me miró y no dijo
nada.
—Mano, que me salvé, quiero unas chelas. Recién acabo de llegar. —Miró a la
avenida, un transeúnte quería una carrerita. Giampierr subió al auto. Volvió a los
segundos. —Iré acá nomas a San Juan. Regreso como un loco.
—Mano. Que cuentas, mano. —Victor me saludó.
—Quiero viajar a Francia donde unos familiares. Quiero traer mercadería por
cantidad.
—Ayayay, quieres ser mayorista. —Interrumpió Nico. No recuerdo que más
conversamos. En un momento, Victor dijo:
—Mano, yo sé en lo que tú estás, y tú sabes en lo que yo estoy.
—Tranquilo, mano. No le voy a contar a nadie tus cosas. —Le di una mano sin
expresar nada. —También odio a esos policías conchesumares. ¿Dice que hay un
soplón por aca?
—Un chibolo. Aquí del barrio. Un vecino con el que se podía tomar chelas, que
aparentaba confianza.

Se acercaba invierno, húmedo hasta los huesos, y desolador. Pensaba en los


perritos callejeros que morirían en la calle de frío. El hambre los debilitaba
inevitablemente. Comer basura de esta gente de mierda debe ser asqueroso.
Giampier soltó lágrimas en la sexta cerveza que íbamos, dos de la mañana, me
sentía cansado; repitiendo por segunda vez lo que le reprochaba su padre. “Qué
hice mal para que seas así“. Giampier guardaba cien gramos de marihuana muy
bien escondido en su carro. Creí que trasladaba la mercadería de su proveedor.
Aún desconocía detalles. Compró dos cervezas más. Fumé marihuana y recordé el
plan con Pedro.
—Putamadre, mi hermano. Cuando rescato al causita, luego que le lancea el
celular al borracho. El borracho despierta y empieza a corretearlo. Apresuro la
palanca para avanzar y no me funciona. ¡Putamadre!

Los muchachos me vieron conversando con Pedro una noche, bebiendo una
cerveza. Cuando Pedro los reconoció empezaba a tratar de otro tema, sobre una
reunión con las amigas de Limber. Este me miró a los ojos, diciéndome que los
demás ya saben sin que tenga que contarlo. Tienen un olfato animal. -
Delincuentes- Sentí otra puñalada, quería concentrarme, no sé que haría falta.
Solo me dejaba llevar por el viento. La tierra, las aves, los árboles y los cielos son
mis únicas aliadas. La cara de Rodolfo abrazando a su hijita. Alonso con sus dos
niños. Los tíos de Sandro queriendo matarle, David escondido; todo esto me
pesaba, me pesaba hondamente. Mañana expropiare y necesito sentir un pie más
allá, donde no hay nada, donde todo termina y regresa al inicio eternamente.
—Mano, —me miró Victor— si vas a hacer algo, hazlo bien.
—Yo de chibolo era terrible, Daniel. Yo, putamadre, tenía algunos amigos. Les
decía, tú vigila aquí, tú en otro extremo y yo entraba a poner tiendas. —Nico me
miraba fijamente. Yo les escuchaba, sin decir palabra. Creo que necesitaba
escuchar algo así, sentí un baldazo de agua helada en todo mi existir. Necesitaba
escuchar mierda así. ¿Acaso ellos lo supondrían?

Nico se retiró luego de comprar una cerveza.

—Mi causa Nico antes estaba en la nota. Ahora está tranquilo. Tiene a su hijo, se
ha mudado, tiene su chamba y ya inauguró una tienda de abarrotes en su barrio.
—Los ojos de plato de Victor, cabello corto, un poco pesado pero se puede
percibir una increíble fuerza corporal. —Yo le digo que baje nomas a hacerla
aquí.
—¿Te acuerdas que te conté que puse con arma hace meses? —Escuchaba
silencioso.
—Ahí viene Giampier.

Estar aquí es como nadar, en las playas del mediterráneo por el dos mil doce,
solo depende de ti, si pierdes el ritmo, el equilibrio, la armonía, te puedes
ahogar. Giampier decía que debía agachar cabeza ante los padres. Su madre
estaba llorándole, lamentándose, y aconsejaba que uno si es pendejo, colocaba
sus dos dedos en la sien, uno debe ser pendejo en todos lados.
—¡Qué vas a decirle a tus padres que te gusta este estilo de vida, que no crees
en la ley! Debes decirles que necesitas dinero, que no eres un forajido, que lo
haces por tu familia.

Veo las horas morirse, y quizá mañana ya no esté aquí con los muchachos,
bebiendo cervezas como sumerios en las altas montañas del este. Giampier me
miraba directamente, como diciéndome que él hizo esta cagada, y nadie debe
imitarle. Giampier trabaja de taxista, no le alcanza porque tiene dos hijos, una
pareja muy linda. En las salidas con la gente, Giampier es quien convence a algún
policía o seguridad para rebajar el precio de los estacionamientos, para hacer
compras de tragos. Vestía con los jeanes que vendía en el mercado del barrio,
zapatillas de buso, piel trigueña clara, nariz aguileña. parece que esa piel habría
de aguantar muchas lágrimas y peleas.
—El borracho me alcanzó, la nave no avanzaba, conchesumare. Me falló la nave.
El borracho chapó un ladrillo y me cagó la ventana. Arranqué y abandoné al
causita. No tenía opción.

Victor escuchaba con una cara de pena igual que la mía. Victor sacó a la calle a
David. Nunca lo ví triste, cuando había un tema que se deslizaba por ese rancio,
él lo evitaba. Victor era rudo, era pura alegría como los demás. Nunca vi esa
expresión conspicua al sufrimiento familiar de Giampier. Me indispuse. Recordé
aquél día que la china lloraba, yo enmarrocado, jodido. Seguía viendo al tiempo..
El movía la cocaína en el barrio, David me confesó aquel día de Octubre que me
llamó a su casa, en estado de ebriedad, por la mañana, cuando me pide permiso
para salir con Elena. -Noble de su parte, como un acto aristocrático- Que de
Victor aprendió muchas cosas y que era un tipo muy inteligente.
—Quiero más chelas —Gian tocó el timbre del vecino de las cervezas— ¡Marco!
Atiéndeme por favor. Dos cervezas más.
—Al carajo toda esta mierda. Que sean cuatro. —Balbuceé.
—De la que me la libré, hermano. Yo me iba adentro. —Saltaron lágrimas
pequeñas e inofensivas— Ya no quiero hacer esta mierda. Me alejaré. Ramirez
también conversaba con el paichero Cuquín.
Cuquín era un adicto a las drogas más bajas del barrio. Era un prostituto gay,
siempre andaba andrajoso.
—Mano, se me puso enfrente. Tengo una visión, aquí, un minimarket. Una vuelta
rapídisima.
—Puedo conseguir alguien que haga la chamba, normal. —Respondí.
—Claro.

Otra puñalada, y sorbé más cerveza. Me sentí aliviado, un poco, si iba positivo,
me endulzaba con esa nueva sensación aún no saboreada, un paso más al
abismo. Me encantaba este mundo de la pendejada, la delincuencia organizada,
de ángeles caídos, hiperinteligentes, sus lanzas celestiales y su infierno. Como
caminar en las callecitas de Cora Cora, con mi abuela, junto a mi padre y mamá,
escuchar los huaynos, correr contra el sol naranja en el parque de la estación de
los buses interprovinciales; los comerciantes de los dulces riquísimos: alfajores,
milojas, rosquitas. Las doñas alrededor cargando sus paquetes o sus hijos en la
espalda. Me sentía morir y me encantaba esa sensación.

Yo le respetaba a David, él prácticamente me sacó a la calle, a su barrio, me


presentó a sus buenos amigos. Aquí nadie cree en la ley y todos odian a la
policía, exactamente como yo. Limber me lo presentó una tarde deprimente de
otoño, el aspecto colorido se hacía decrépito, aparecía con sus dreads a lo Bob
Marley, le apodan el pequeño king, también el caracol, pero el apodo preferido
era “bebe”, ¿por qué bebé?; Anatoli reía, sus dientes de niño: “Bebé porque
cuando tenía trece años ya tumbaba a los mayores en pandillas.”

Cuquín se acercaba, perdido entre la oscuridad su piel morena. Le faltaba un


diente, su pelo descompuesto. Algunas veces se ponía al costado de la gentita y
le compartían unos vasos y se iba. Dejaba algunos chismes, quizá. No lo sé bien,
me encontraba ebrio.

—Que caiga preso, la conchesumare, hermano. Si soy bandido, entro como


bandido. Si tengo que avanzar a alguien, mataré a alguien para que no me
caguen. —Giampier se secaba la cara y arremetía a sus palabras con sus brazos
espontáneos.
—Putamadre, no sé que haría yo.
—Pero como te joden a ti. Cuantos años te pueden poner por el hurto. —
Preguntó.
—Seis meses.
—Ahí viene Cuquín, lo voy a destrabar.
—Seguro los tombos le dan un poco de droga a ese mal nacido. —Dije
entredientes. —Putos policías, quisiera acabarlos.
—Tranquilo, mano. —Aguardó Victor.

David, un buen muchacho, otro personaje; platicamos de política y delincuencia.


Le cité al poeta expropiador Renzo Novatore, italiano como la mafia italiano-
americana; alguna pericia de anarquistas en México. David me mira, me estudia,
cada palabra, cada gesto, a los ojos directamente como un león creyéndose
invisible danza alrededor de un búfalo. Mirar a los ojos significa invadir territorio
ajeno. El admira hazañas hechas por delincuentes, obras maestras que requerían
un cerebro creativo y pendenciero. El también era listo. Administraba el negocio
familiar de mecánica de autos en su misma casa. Astuto, silencioso. Ataca como
una manada de hienas en la oscuridad. Unas ramas de los árboles milenarios,
ángeles colgados en ellos, cuervos negros, pistolas. Mi primer amigo delincuente.
Delgado, de la misma estatura que yo, me hizo unos dreads y me quedé con tal
estilo. Ya era parte de la manada de hienas en la oscuridad, esperando la carne
muerta, antes que los tombos lleguen con sus flechas y monarcas.
—Cuquín, ven, causa. Toma esto. —Giampier le extiende un vaso — que fue,
causa, te han visto hablando con Ramirez en la calle, en su patrulla.
—¿Qué?
—Claro, Cuquín. Que, ahora vas a decir que no. —Giampier se le acercó
ligeramente para allanar su percepción.
—¿Y? Crees que tengo algo que ver con él.
—Hay que tener cuidado contigo, Cuquín. —Cuquín se alejaba, como perro
resentido. Lo miró a Victor unos segundos.
—Más bien hay que tener cuidado con tu amiguito. —El mensaje era para Victor
y se alejaba el soplón. Tiesos, pensativos, sin decir más palabra. El lenguaje de la
mirada. Mirada inquisidora.
—Maricón de mierda. Si uno no está en falta, de una se cierra y se molesta, no
huye. —Agregó Giampier. —Que te dije, Victor, que te dije.

Yo entonces solo hurtaba en tiendas. Nos llevamos muy bien, sentí que había un
halo invisible, todo era tan loco, conversaban de prácticas ilegales con tanta
naturalidad. Guardaban misterios, secretos, quién sabe cuántos. En una de esas
noches de incienso y aromatizantes como panacea a mi depresión, llegué con
valijas, saludé, Victor presentándome a algunos, el Nico en extremo drogado,
balbuceando, apenas diciendo palabras, tartamudeaba por tanta coca; Pochi
callado, la primera impresión fue de alguien invisible, hablaba solo lo necesario.
Giampier con los ojos de asiático empedernido, Victor preguntándome detalles,
invandiendo mi territorio, no dejaba de mirarme. David hermético y tieso, como
un muñeco de porcelana. “Son buenos muchachos”, sonreía Victor mirándome
cuando dije ello, “¿Goodfellas?”, claro. Mi mercancía se agotaba y compraba
cervezas.

Contemplamos el cielo unas horas más, fumando, bebiendo, expulsando la


hediondez de los espectros malcoloridos de esta ciudad, maté al gusano. El
dueño de la tienda nos estaba avisando hora de cierre. Hablamos muchas cosas
más.
—Cuídate, mano. —Victor se despidió al ver a su padre salir temprano a barrer la
vereda de su casa

Giampier me dejó en casa, no me cobró nada, semanas antes luego de hacer


unas entregas de ropa, le regalé uno demás. Era un tipo agradecido. Manejaba
ebrio:
—Mano, la cárcel es terrible. ¿No te da miedo?
—Al carajo.
Giampier reía. Aún no hacía la hazaña con Pedro y ya tenía un cómplice más.
Pensaba, acostándome y cargando a mis chicos perrunos, movían su cola, lamían
mi cara, saltaban sus patas sucias a mi ropa, no me importaba y pensaba en
robarle a la humanidad moderna supercivilizada, ciudades devastadas que me
enfermaron, seré ahora y hasta la muerte la misma mierda que vomitaron con
sus valores antropocentristas y sumisas, y su progreso inmundo, aténganse a las
consecuencias. Mi tía me ofrecía jugo de naranja, me mataban los ojos.
Capítulo II

El bus “Sanchez” hizo una parada repentina, una de las llantas desestabilizó, mi
mamá bebía el maté de coca hirviente, podía observar las hojas mojadas, la china
jugaba con el pin ball que me regaló Barush, yo no dejaba de mirar tras la
ventana a los hermosos pavos que comían las naranjas caídas de los árboles
naranjarelos, una estable alambrada cubrían a los pavos de la carretera, a lo lejos
se veían las curvas de muchas montañas con un fondo celeste pulcro, iríamos
camino al sol y el congelador inmenso de los andes. Mamá me cargó y
descendíamos. Debajo de la carretera, los desordenados árboles de “…” y la
solitarias hojas moviéndose indiferente a todo lo existente, me imaginaba de niño
que se sentirían solos, creía que las plantas tendrían vida propia.

Mi tía dejó el almuerzo hecho y se retiró a su trabajo. Las azucenas en la mesa


me hacían compañía, mis canes, el cuadro de mis abuelos. -Otro día en la
universidad que fatídico- Me pregunté si todo esto era real o un sueño, o el
capricho de algún gusano leviathan. Este era el horario que más me hacía
palidecer: observar el sol iluminar mi día a día, las voces estridentes de los
vecinos, los meticulosos cobradores de buses, la vocina de la estación del tren,
las caras mancilladas de miles de ciudadanos y el olor del tráfico, la mascarilla
invisible que me ponía por la repulsión que me estremecía cada hora perdida,
cada día regalado a la sociedad. -Todo se hundía a pedazos-
La caminata de la avenida wilson hacia veintiocho de julio, cigarrillo en la mano,
mi visturí en el bolsillo. El monumento de piedra empolvado, la muca, el gentío
impotente, los garabatos sobre el castillo del Mali. La atmósfera húmeda y gris,
las casas y negocios en cada paralela que debía caminar, los orgullosos
estudiantes y los trabajadores como máquinas automáticas mirándote con sus
ojos de cazadores. -Por aquí marchamos la última vez con Diego y los
muchachos- La esperanza rebotando en el aire, alimentando el mal.
Aldo me llamó muy temprano. Llevaba un par de horas despierto, bebiendo café,
repasando algo de la exposición que debíamos presentar. Me levanté un poco
angustiado, pensando semanas atrás en abandonarlo. Debía tener todas las notas
aprobadas al final del ciclo. Y si me quedase, pasar un verano sin pensar en los
estudios era muy alentador para finalizar bien. Dejar en casa constancia de buen
desempeño. Me despedí de Bobby y Rina.
Pueblos como hechos de barro, áridos pasadizos de conexiones arbitrarias, hacia
algún lugar; criaturas con ropas, con ojos, rapiñando cuencas de otros. Ladrillos
descompuestos sobre techos, alambres viejos como manivelas, gatos sobre
paredes lluviosas, un gran surco donde atraviesa cajas de transporte. Pueblos
jóvenes, señoras desconfiadas, ancianos en desidia. En cada calle el peligro
disipando la asfixia. La luz del bajo fondo alumbrando el bajo mundo. Una gran
pantalla de esperanza. Una película del cine negro viendo con Celeste desnudos
y abrigados. Afuera animales a la interperie, robots parlantes socavando el arte.
Madrugadas de mayo del dos mil dieciocho. Contaba el tiempo, entonces, me
desesperaba el tiempo perdido. Una angustia permanente, oía voces en mi
interior.
—Llega temprano, carajo. No te vamos a esperar, harás la exposición principal.

Aldo no tenía la agudeza de análisis que yo pretendía en el grupo. El era más de


acatar y memorizar. Pero tenía presencia y buen desenvolvimiento, encantaba a
los profesores y a los compañeros, en especial a las chicas. En las borracheras
solía decir que su mamá es colombiana y su padre respetado en su barrio. Era
insistente como Celeste, me exigía puntualidad, algo que no existía en mi. Aldo
era tres años menor que yo, le gustaba escuchar mis historias en las protestas,
las peleas con la policía, algunas citas de escritores, mi querer rebelde, en
general. Le di unos tips para aprender temas que pareciesen aburridos, le añadía
unas historias a las teorías. Hacer de la práctica más lúdica. El otro miembro de la
pandilla es Martín, un chico que se podía ver su inteligencia, de mi misma edad,
talentoso en rap, conocía el ambiente político social donde me desenvolví.
También leía a Nietzsche, fue nuestra primera conversación en el aula, en las
clases de filosofía, yo como siempre, intervení a la tesis de la profesora, una
colombiana católica confesa, vestida de monja, cabello corto perfectamente
limpio, anticipé que nadie había escuchado tal apellido pero Martin, a seis
compañeros delante mío apoyado sus brazos a su banca apostillada a la barra de
madera me miró con esos ojos cuando quiere hacer un “trance”. Su pelaje de
moreno y cabello color negro y cara blanca le daban brillo a sus ojos que
parecían siempre estar delineados con ese maquillaje que mamá solía usar. Ahora
pienso que Martín, un año mayor que yo, más callejero, más listo, vio algo en mi
aquel momento. No puedo suponer con exactitud, creo él también deseaba lo
mismo que yo, tener una conversación de verdad y poco perezosa a la mente.

En la universidad le vendíamos algunas drogas a muchachos de otras carreras,


Martin no era un dealer como mis amigos que conocería despues, tenía amigos
del oficio, como él decía: “manito, tengo todas las cremas.” Acidos, lsd, extasis,
pastillas multicolores, cocaína, anfetaminas y la mejor marihuana de su barrio.
Nos retirábamos angustiados por ser los primeros en hacer los trabajos,
competíamos entre nosotros dos porque era evidente, éramos los más listos en
clases y a la vez lectores de Nietzsche, Schopenhauer, y algún otro maldito
desahuciado por la normalidad pestilente. Solíamos tener conversaciones
reflexivas luego de las clases, me invitaba un trozo de marihuana y divagábamos,
en el Mali, en las sombras, en los jirones de Plaza San Martín: teoría del derecho,
recientes leyes en el diario “El Peruano”, algunas leyes del pasado, una futura
tesis, sobre cárceles, drogas, robos y anarquismo individualista, nihilismo.
Disfrutaba su compañía. Las tiendas atosigadas, el cuadro de las calles acosadas
de transeúntes ausentes, emborrachar a los compañeritos tranquilos y nuestras
amigas simpáticas. Una puta vida tranquila, pensaba, caminando, fumando un
cigarro luego de la hierba, sentía más delicioso, la hierba me creaba un estado
de consciencia y reflexión superlativa, como escuchar Chopine y Bach, meditar,
observar el pantano oscuro antes del baño en el manantial rodeado de
vegetación ancestral, y una angustia también, puta angustia.. Algo andaba mal
desde hace mucho en mi y lo sentía en la garganta, como la sensación de llevar
un muerto en mi espalda oloroso de moral, un buitre comiendo carne
envenenada, pútrida, en un gran desierdo deshabitado toda hermosa naturaleza.
—Dile a Martín que imprima los textos, llegaré a la hora exacta, men, me siento
perturbado.—Le dije a Aldo, cambiándome de ropa, derecho civil, romano,
matemáticas, derecho constitucional, putos cursos malolientes.

No tenía problema alguno para exponer en grupo, era sencillo. Sacaba buenas
calificaciones al final de cada exposición, los demás compañeros me veían con
admiración, dirían "ese irresponsable con apariencia de hippie cómo podría ser
capaz de aprenderse todo ello”. Así la pasé por casi dos años. Para mi siempre
fue fácil aprender y repetirlo. Lo que me era difícil era adaptarme a cada horario,
norma, lenguaje, aspecto, metodología relacionado al estudio. Prácticamente no
me agradaba nada, ni las aulas, los pasillos, los hombres de seguridad,
profesores, directores ni los alumnos. Debía tolerar la rutina de espera, de
escucha, de obediencia, modelos de aprendizaje y un gran agotamiento mental.
A diario asistiendo a mi centro de domesticación, miraba la Universidad donde
estudia Viviana en camino al aburrimiento, -espero se encuentre bien luego de la
denuncia- imaginándola ingresando, su cabello azul, su nariz respingada, su
sonrisa que expresa tanta vitalidad, ella siempre optimista, cuánto me gustaba
esa chica hace años.. pude ver la sombra de campo de marte. El proyecto del ex
alcalde de Castañeda de agregar un Bypass en veintiocho de julio, -aqui conocí a
Diana, Eddy y los demás, como estarán que estará haciendo no sé nada de ellos-
recordé cuando me uní a la toma organizada por los vecinos y promovida por
algunos partidos de izquierda. Algunos anarquistas se unieron y me uní a esa
algarabía. Los vecinos nos llevaban desayunos por las mañanas, montaron una
acampada de carpas y casitas de plastico en Plaza Belgica. Los policías
hostigaban, grababan, difamaban.

¿Cómo pasas de un estado pacífico bajo los circuitos reproductibles por la


infinitud de valores sumisos del ciudadanismo y la mansa plebe-cristiandad-
democratica a un estado de ataque contra la civilización? Cuál es el camino
agujereado y vidrioso de la monotonía obediencia, la industria de la “normalidad”
de cuerpos y mentes a la desobediencia, a declararle guerra a esta sociedad
sádica y maligna. Cómo se pasa de ser víctima del monopolio de la violencia
(Estado) a ser un individuo criminal, a ver la belleza del fuego quemando la
ciudad. Primero uno empieza a cuestionarse, ¿para qué vivir? ¿qué es todo lo que
nos rodea? ¿hacia dónde vamos? uno no cree en nada al nacer, crece y se
impone la familia, la educación, la calle, los padres morales de la patria, los
dueños de la verdad con sus bastardas túnicas y biblias. Uno se hostiga de la
barbaridad cotidiana. Y yo me sigo preguntado, volveré a esta vida por la
eternidad una y otra vez sin poder recordar todo mi andar irreparable. Artaud no
metía bombas al Estado francés pero dejó arte: “Vivir no es otra cosa que arder
en preguntas”.

Aldo estaba en la puerta, vestido con su casaca de cuerina, su cabello con gel,
limpiecito y su cara de inseguridad.
—Habla, mano. ¿De verdad vas abandonar la universidad?
—Sí, no tolero muchas cosas.
—¿Y qué vas hacer?
—No sé, no tengo planes. No tengo ni puta idea que hacer pero no quiero
seguir aqui.—Recordé a Diego, recorriendo las batallas contra la policía, en
Abancay, en Lampa, en Colmena, en el cruce de PLaza San Martin y jirón de la
unión desplazándose como una fiera salvaje.
—No te vayas, Daniel, haremos todo lo que quieras. Quién va joder a los
profesores.

Caminábamos hacia nuestra aula, sacos y corbatas haciendo cola en los


ascensores, los empleados saludando con respeto a las autoridades, nosotros
siendo parte de esta máquina educativa. Los estudiantes de ingeniería se
encontraba al lado de nuestra aula. Algunos conversaban con nuestra
compañeras, nos saludaban. Nosotros tres eramos como los que tomabamos las
iniciativas. La semana pasada salimos a una discoteca en Petit Thuoars, un
reducto austero de dos pisos, música, un pequeño estante de cervecería, y
algunos baños. Suelen venir aqui los estudiantes de las universidades cercanas,
mis iguales asistían religiosamente los fines de semana. Martin les hizo gastar en
trago a estos muchachos, nosotros estábamos acompañados de chicas y ellos no.
Solo en eso pensaban todos aqui, en aprobar lo más fácil, ligar chicas, engatuzar
chicos.

En los pocos días que restaban, Aldo seguía increpándome por mi decisión
mientras miré el cuadro del aula de estos ciclos, las mismas caras, los gestos
sumisos ante los profesores. Diego se alegró cuando le conté que empezaría a
estudiar, me decía que mueva gente, que expanda el discurso de la anarquía en
tierras desconocidas. En la universidad no había muchas mentes inconformes,
todos aspiraban a terminar sus estudios, ser parte de ese sector progresista-
profesional, y morir consumiendo porquerías, alcanzar una estabilidad y no ver
más allá de lo que nuestros flujos mentales nos limitan. -Habría que tener mucho
valor para hacer lo que hizo Diego todas las comisarías del centro y norte lo
conocían-.

Siempre quise ser un escritor. “Mediante la poesía, llegar a lo desconocido”,


escribió el chico poeta, Rimbaud, tenía la capacidad de empuñar un arma y
empuñar un lapiz de carboncillo. Y en esta inmenso dolor de cerebro, asequias y
plomo, pasillos directos a la muerte del individuo: costumbres que hacen de la
carne y del espíritu una masa carente de alma. ¿Dónde está Rimbaud? A la
mierda los cánones de la literatura, abandonaba el trabajo que prestaba a la
comunidad pagando el delito contra la propiedad privada. A la mierda todo este
mundo y sus reglas, haré lo que quiera, me gozaré el crimen egoico, la sátira
animal contra el humano hipercivilizado antes de morir. Dónde hay poesía, si ella
se trata de expresar la vida obra, arte como vida, arte como terrorismo: y donde
hay armas. En los policías paseando deportivamente nuestro territorio, veo a
estos bastardos y recuerdo mis denuncias por hurto. Siento “Una temporada de
infierno” de 1873, miro al suelo, cuento las horas, mi aspecto no es el mismo..

Mi mente se movilizaba entre expedientes, teorías, casos específicos que


aprender, volvía mi mente a Diego huyendo como un antílope ante los leones.
Las horas, los días morían. El tiempo moría y volvía a mi el eterno retorno, me
pregunté, y la insurrección, y el arte.. Volvía a escribir resúmenes, en la punta de
mi lapiz vi una pequeña flor, me sentí por un momento dentro del jardín de la
casona de mi abuelita, jugando con mi padre y mi madre esperándonos para
viajar a Cora Cora. Me infligí el daño de eliminar esas imágenes. Debía destinar
otra hora a Economía. El modo de producción creaba la riqueza para algunos y la
miseria para otros. Principios básicos, un manual para poder hacerme propio
estas lecturas. Tenía hambre, dejé de lado todos los detalles. Lo peor de todo era
que la gran mayoría de los estudiantes hacían propios este punto de vista. Ellos
creían que de verdad hacía falta el Estado, creían que la competencia entre
individuos era saludable, creían que hacía falta leyes para una normal vida
colectiva. Me daba asco recordar todo el tiempo que perdí y que voy a perder
solo por ocupar un puesto digno de trabajo y recoger cada fin de mes un salario.
¿Debía sentirme orgulloso? Finalmente cogí mi bus, sentí que sería el último día
en esta cárcel mental.

El bus tardó dos horas y media en llegar a casa por el embotellamiento. Ya eran
las ocho de la noche, los pobrecillos perros se hacinaban a esas horas en la
avenida buscando restos, basura o algún alma que se apiade. Me incrementaba
la repulsa y la hostilidad. Diego era un chapucero, también trabajo cuidando
mascotas. No quería ver este cuadro occiso. Cené con Bobby y Cata que me
saludaron con ecos de ladridos; por algún impulso interior irracional busqué mis
cartas de años atrás que le escribía a Viviana, Celeste o sobre política. Algunos
fragmentos que guardaba en bloc de notas, con la idea de juntarlos algún día.

Salí a caminar y pasear a mis chicos. Al salir por mi portón viejo veo a Kenny,
fuera de su casa, botella en mano, con su amigo el Gordo. Me reconoció, dejó la
botella, a Gordo también, olía a ron, y al oído: “Gordo tiene varios cox de
marihuana. ¿podemos hacerla en tu casa?” Kenny tenía poco de una ruptura.
Estaba devastado, buscando algún lugar donde beber, fumar, pasarla vacán. Yo
quería conversar con él pero no tenía ganas de ver a nadie.
—Quisiera hablar contigo, Daniel.
—Hoy no, manito. Me siento cagado. —Me amarraba el cabello largo. No
reconocí que estaba desordenado. —Mañana. Necesito estudiar algunos cursos,
mañana tengo examen. Cuidate huevon. Cualquier cosa avisame.

Volví a aquel día, luego de las marchas contra las leyes laborales juveniles,
cenamos en un local de “Caldo de gallina” en Alfonso Ugarte, juntamos ripios
entre nosotros que nos contábamos como diez. Alonso ya iba a ser padre, reía a
cada momento bromeando a los otros, los estudiaba quizá. Limber era nuevo en
estas esferas. La batalla nos tenía cansados, bebimos un ron. Diego era el mayor
de todos, vestía de buzo, cuerpo atlético, ojos redondos, le cubría un aura de un
soldado hiperbóreo, ni de tierra ni de mar.. se le veía los tatuajes en los brazos,
nos recomendaba hacer ejercicio y practicar algun deporte de lucha. Nos contó
sobre su barrio y algunas locuras en su adolescencia delictiva, y que
innumerables veces terminó dentro de los barrotes de las comisarías por agudizar
la violencia en las protestas sociales. Se le notaba agraciado, éramos una nueva
camada de simpatizantes anarquistas. “De dónde sacaste toda esa batería,
Daniel”, “no tengan piedad con la policía”, “hace años los sindicatos expulsaban
de sus marchas a los punkis solidarios”, “no confíen en los comunistas”.

Veintitrés de marzo del presente año, fecha que nuestra manada lobezna nunca
olvidará. Odio, tristeza y demencia, nuestros indómitos corazones apuñalados
observaron su cuerpo acribillado tirado en la casa de cambio ubicada en Lince,
cuadra dieciseis, 1793; lloramos al ver su foto mostrado en los noticieros,
investigaron sus antecedentes, muchos años antes múltiples veces fue retenido
en los calabozos por asirse de gasolina y destruir las pistas en las
manifestaciones, luchando puntualmente contra la policía bastarda y los
ciudadanos pacifistas. Bastardo policía que andaba de civil, abaleó a mi hermano,
Diego Zavala, veintiseis años; en cada fuego y pistola veré tu rostro, hermano,
aún no puedo creer que ya no vuelva a verte en los conciertos con tu banda, en
las marchas, en los debates, fumando hierba, contándome alguna historia que
desprendía tu voz ténue. Maldita sea, pensaba, como pasó, tenías dos hijos, no
debías ser tú. Bastardo policía. -Bastardos hijos de puta- Lloraba y sangraba de la
rabia, los periodistas mostraban su rostro como un trofeo, y el asqueroso terna
orgulloso de haberlo asesinado. Tomé foto a su rostro del repudiable imaginando
que algún día pudiese encontrarlo y torturarlo.

Permanecí echado oculto del mundo exterior con mi Bobby, secándome las
lágrimas, hoy se cumplía casi dos meses de su asesinato. No pude ayudar a mi
padre, Diego asesinado, y el exilio que deseaba en lo profundo de mi ser. Me
incorporé amargo, debía ir a estudiar. Celeste volvía a llamarme.
—Abandonaré la universidad. No te molestes, sabes, no debe afectarte. Ya no lo
tolero.
—¿Y qué vas a hacer? ¿A qué te vas a dedicar? ¿Por qué nunca acabas lo que
empiezas? Me haces renegar.
—Reniega, es mi problema. Yo no te cuestiono tus decisiones, ¿o sí?.
—¿Por qué me estás tratando así?
—No te estoy tratando mal, nena, oye, mis sentimientos no van a cambiar.
Necesito unos meses para mi mismo.
—Más tarde te llamo —su voz decaía.

Dice un filósofo argelino que todos somos cómplices de la sociedad en la que


vivimos, las ideologías necesitan aniquilar a otras ideologías para sostenerse en el
tiempo, lo que significa que se necesitaría eliminarnos unos a otros para vivir en
“bienestar común”. Según éste, podíamos elegir en rebelarnos a todas las
ideologías o el suicidio. Todos somos parte del pasado, presente, futuro; nadie se
puede sentir inocente, nadie está limpio, nadie puede ser una víctima y no parte
del engranaje. Pensé que yo también era parte de lo que ocurría. Yo no quiero
retozar en nubes y esperanza. Aún cuando era miserable el proceso del abismo.

La esperaba en las bancas en la boletería del Cinemark de Megaplaza de Los


Olivos, estudiaba periodismo en la UPC, una incomprendida e impredecible niña
de instintos a flor de piel, Celeste era mi cómplice de canciones, dulce, delgada,
recordé por meses su cintura, su sonrisa, y sus brazos apoyados en mi, sus labios
finos humedecidos, sus ojos decaídos. Yo, cuando la conocí, quería ser un
revolucionario de cuerpo entero, mover proyectos sociales, sabotear el discurso
del capitalismo, difundir la solidaridad anarquista, quería que el pueblo reconozca
valores de un humanismo liberador, racional, fraterna y colectiva. Celeste era mi
inseparable compañera. De saber que la esperaba otro día a su lado en una casa
llena de mentiras, ficciones, y la puta necesidad de identidad. Celeste era
perfecta.

Las cajas rectangulares parlotean homicidios, atracos, violaciones y demás


aberraciones muy temprano. Me producía náusea el discurso democrático de los
periodistas despotricando vilmente toda actividad ilícita, ondas violentas de
adolescente, voces en cada desayuno, una lavada de cerebro, uniformes, libros,
colegio, “que el Estado de derecho, que Lima azota delincuencia, que debemos
acatar a la ley”, años completos de oxidación; de alguna forma era necesario
romper con la tiranía de la normalidad, ya lo tenía claro. Un poco de alcohol en
el cuerpo, unas irremediables ganas de abandonar la universidad. Unas
irremediables ganas de suicidarme. Esa naturalidad mía me deprimía. Me deslicé
al cuarto de baño, sentir el agua fría e incorporarme automáticamente a lo que
debía hacer; desayunar, alimentar a mis perros, guardar un par de libros, unos
lapices viejos. Pensaba en los mensajes de Celeste de anoche, y mis leves
sospechas. Pareciese que Celeste se obligara a un hábito bastante común previo
al inevitable eclipse.
No comprendía su malestar anticipado a nuestros encuentros, no obstante, mi
natural escepticismo creó hipótesis. Sus ojitos dulces miraban al suelo y se
apagaban sus vivas luces bajo los bares donde solíamos beber, se comprimía los
labios de niña, estaba angustiada por mi culpa. “La gente coexiste con la abulia y
los deseos, yo no lo eludía, me daba rabia, Celeste. Eso no cambian mis
sentimientos”. La realidad en todos los fondos de carne humana era que nadie
sabe amar. “Yo sé que si no te sientes identificado bajo la masa, con tus amigos
y tu novia sí podrás, por qué estás tan triste”, contestaba apagando su voz fina
voz.

La neblina contemplaba los cerros, casuchas de madera desperdigadas, lodo,


humedad, y una brutal austeridad. Las periferias de Lima se alimentan de
discursos inútiles, peste, supertecnología innecesaria, jirones llenos de polvo. Los
cánticos sagrados y el silencio criminal daba cuerpo a este aire expulsado del mar
helado, castrado por pescadores, sus extorsionadores y basura. Setenta de las
cien playas fueron consideradas insalubres, enfermas y contaminadas, a manos de
estas miserables ciudades.
Este año intervinieron a extorsionadores de pescadores artesanales, llevaban
armas de fuego, gasolina, botellas. -Qué es más insano asesinar animales o
gente.- El presidente Vizcarra nombró a este año como "año de la lucha contra la
corrupción e impunidad". Que broma de mierda, dije entredientes caminando
sobre la arena que invade la pista. Las mentiras están impregnadas en estos
papeles grises, pienso, esperando mi autobús para dirigirme a la universidad. Un
tropel de escolares y trabajadores de todas las índoles se aglutinan en la avenida
infestada de basura y perros en su lucha por sobrevivir, el más grande y grotesco
expulsa al más débil, satisface su hambre. Así es la gente aquí, pensé, a su
violencia justificada le llaman "derecho". El hedor de sus cuerpos es insoportable.
Llamé a Negro que no dejaba de oler la basura amotinada en la avenida
principal, le acaricié su cabecita y me despedí. Los escolares inundan la
percepción de la mañana con sus uniformes negros y blancos, llevan libros en los
brazos, fólderes, sueños o droga. Yo sardónico y mis ojos puestos encima, irían a
prepararse intelectualmente para progresar, prepararse a la vida y trabajar para la
sociedad.

Olía a una mezcla de sal y plástico quemado. Tenía en manos un libro sobre
narcotráfico colombiano que encontré barato en Quilca, leía en el tren, el color
verde pálido inunda el hermético viaje. Cascos, cabellos cortos, lentes, sacos,
pantalones, libros, mujeres, hombres, niños, niñas, ancianos.. no existo, ante
todos, el individualismo capitalista se canta y se goza como si fuese arte, y no
existo, nadie es. Solo copian, no caminan solitariamente, siguen las señales de
tránsito, algunos con excusas, pueden reconocerlo, pero lentamente lo evaden. El
individualismo nihilista sería un placer ante esta monotonía, pensaba, deseaba
gozar de la rebeldía del cuerpo y la mente.
Tras la ventana del tren, gotitas de lluvia y polvo cubierto, recordé a Sandro tras
el reflejo de mi rostro, en la puerta negra de fierro añejo de una hamburguesería
de mala muerte, quizá esperaba el bus para su trabajo o estaría en proceso de
un "trance". -Daniel, eres mi causa- Otro puto día, pensé. Ya no pensaba en las
clases y deberes de mi carrera. Lo detestaba, pensar en dedicarme a algo que no
creía. -¿Sandro estaría preparado para empuñar un arma?- Tenía que
abandonarlo. Qué hacer luego de eso, también me angustiaba. Leí a Renzo
Novatore ignorando a la pobredumbre.

Nuestra época es una época de decadencia. La civilización burguesa-cristiano-plebeya ha


llegado hace mucho tiempo al punto muerto de su evolución... ¡Ha llegado la
democracia! Pero bajo el falso esplendor de la civilización democrática, los más altos
valores espirituales han caído rotos en pedazos. La fuerza volitiva, la individualidad
bárbara, el arte libre, el heroísmo, el genio, la poesía, han sido objeto de burla,
ridiculizados, calumniados. Y no en nombre del “yo", sino de la “colectividad”. No en
nombre del “único”, sino de la “sociedad”.

La luz del inicio del día no penetraba en mi aula de estudios, tampoco en la


silueta del profesor de derecho penal. Un ex asesor de algún juez, petulante, un
César para estos plebeyos. Unas densas nubes cubrían el cielo, alguien danzó
toda la noche implorando lluvia, en una tierra desierta y oscura. Martín
conversaba con un chico, percibí su aura sigilosa, le estaría vendiendo hierba o
cocaína. Me reconoció y se acercó a mi asiento álgido y pretencioso.
—En la tarde nos veremos con las chicas del instituto de formación bancaria.

Chicas lindas, pensé, pero yo no estaba con ánimos para tal teatro. Siempre que
conocíamos chicas estudiantes los viernes por las tardes en el parque del Centro
Cívico, una sana rutina cada fin de semana de muchos estudiantes de al rededor,
debía desarrollar una doble manera de percibir las cosas, fingir superficialidad si
hablase con gente así.
—Ya, tío. Yo saco el trago y la hacemos. Tengo unas ganas de beber como
basura.
Celeste tenía intenciones de abandonarme. Posiblemente esté conociendo chicos
en el bar disco; imaginé tal escena, Celeste follándose a un egresado de
veinticinco años, destacado, guapo e inteligente que haya conocido mediante sus
amigas de su universidad, alguien superficial y reciclado. La vi enfrente mío, venir
caminando, inocente, con sus ojos inquisidores.

Aldo vestía de gala para su trabajo, meneó la cabeza indicándome algo. Pude ver
la perfecta imagen de estos centros de domesticación. Señaló al profesor y me
dijo que lo cuestionara, riéndose.
Era momento de mi exposición, el profesor nombraba mi apellido de forma
petulante y parecía me retara, y mientras hacía exposición de mi investigación
sobre resocialización y cárceles, miraba sin mirar a los demás futuros abogados,
ausentes y carentes de toda crítica personal, dominados por los lentes de botella
del profesor. Vestían formalmente, excepto yo. Sus ojos no dejaban de seguirme
al notar mi naturalidad, sin ningún atisbo de preocupación. El profesor me jodería
por no asistir con terno y corbata. Mire a mis amigos y por un momento creí que
no abandonaría la carrera. Volví a mi asiento y recordaba, bocabajo,
ocultándome, recordaba a mi padre cocinando, tan cansado siempre, llevándome
donde mi abuelita, peleándose con los vecinos, aquella vez que regresó con el
rostro hinchado. Pobre viejo, preso por trece años; me sentía culpable, acaso él
estaría preso por mi culpa. Nunca me lo encaró, no lo debía hacer, yo me negaba
el derecho de la duda, me sentía responsable, su pobreza material se agudizó
con mi nacimiento, y con mi madre muerta a los pocos años, una carga más
pesada. Todos estos de mi alrededor son unos imbéciles. Existir era un problema
para mi. Quisiera que mi padre esté libre..

A las horas estaba en secretaría solicitando mi ausencia temporal en el tercer


ciclo que llevaba. Aldo era el único que me esperaba
—Este mundo no es para mi. No es para nadie. Miren a todos estos patéticos.
Necesito irme. Ya nos veremos.
Y él que no, que debería quedarme, que me van a extrañar. Quién va joder a los
profes y tanta cháchara.
—Bajas a mi barrio, cuando puedas, Daniel. Siéntete en casa.

Nos volveríamos a ver, buscaría otra forma de subsistir, éste no era mi lugar, y no
comprendían lo que decía, probablemente pensarían que yo ya estaba
caminando por la locura. Me largué, hacía frío, el viento de invierno golpeaba
contra mi cara, me obligó a detenerme bajo los árboles del parque del Mali, iba
dejando atrás años de sueños e ideas, pedía a gritos interiores poder disfrutar de
algo, algo tan simple como una carrera, una familia normal, una novia, palabras
triviales, obsequios cada fin de semana, una mesa grande y vasta de comida y
conversaciones superficiales. Fumaba apoyando en un árbol, deseando sentir su
fantasma milenario. Lo imaginaba tétricamente y no podía. Intenté concebir la
idea de suicidarme, pero no tenía suficiente satisfacción, adentro mío aún algo
quería nacer. Tuve la misma sensación de desolación y desamparo que cuando a
los seis años contemplaba las blancas sábanas de nieve sobre la montaña que se
vislumbraba desde la casona de mi abuela. El sol candente que compensaba el
frío, los paisanos yendo con sus animalitos a las chacras, sus túnicas, sus ponchos
coloridos, las polleras y los niños; el tío Guillermo visitándonos aquel jueves. Vi
una madre y su hijo pequeño caminando cerca de mí en la parada del bus, hace
años esa imagen me haría llorar. Pobre viejo, estaría desilusionado. Esperaban un
abogado en la familia. Detesto esta puta sociedad, subiendo al carro, cayendo
una lágrima. A nadie le importaba, la gente alborotada seguía, los veía tras la
ventana, estudiantes, trabajadores municipales, ambulantes, buses.

"¡Al carajo toda esta mierda!", pensaba aturdido, caminaba de esquina a esquina
de mi cuarto bebiendo cervezas. "Carajo, ahora que haré”, me hablaba y mi voz
se perdía entre el bullicio de la música, melodías Pink Floyd que escuchaba en
España, me traían el olor que desprendía los invernaderos cerca mi
departamento, los colores de los migrantes en cada esquina, los viajes con mi
familia, el óvalo con el esfinge de una mujer autóctona española, la dulce
comodidad plástica.
Mi mente desvariaba, como debía serlo.. De niño fui un sujeto extraño, no del
mismo modo que ahora; al principio solía ser tímido cuando conocía un
ambiente nuevo, luego de entablar contacto ya era parte de la manada,
debilucho, enamoradizo, hiperactivo. No había mucha diferencia entre mis
colegas, además que yo tenía gustos particulares, me gustaba leer. Mi tía Felícita
me obsequió un juego completo de historia, geografía y mundo animal para
niños de Snoopy, los personajes de las historietas me orientaban en
conocimientos básicos sobre el mundo. Desde muy niño miraba programas sobre
la vida salvaje animal, la destrucción de la naturaleza me preocupaba. En el
colegio mi actitud pícara era castigada. Prefería leer mis temas personales, luego
solía estar en el aula de disciplina escuchando reproches y a veces sin ningún
gramo de arrepentimiento.
Capitulo III

He perdido toda esperanza en alguna idea, toda tolerancia, y toda pose de


nobleza y compasión. No siento nada por mis iguales. No soy nada, ahora estoy
seguro acercarme al nihilismo, más y cada vez más. Pedro me dijo, sentado en mi
sillón gris al lado de Fermín, parte de su banda de asaltantes, que debíamos
charlar sobre Nietzsche con unas chelas. Había venido con el sapo del plan. El
vecino de la vieja.
—Mi causa Fermín, lo conocí en Luri.(Lurigancho, el penal)
—¿Es confiable? ¿Por qué no peina la cancha antes de hacer el acto?
Necesitamos visión.
—Te estás meando de miedo, peluquín. Todo va ir bien, está botado ese lugar.

He perdido la idea de tiempo, no creo en los eslabones ni las idealizaciones,


tampoco en la justificación del presente. No creo en sus putas realizaciones..
estoy en un limbo reflexivo de pura sustancia peligrosa.
Abrí la puerta, Pedro cargaba los materiales de trabajo. Fermín sonreía. La
mototaxi verde arrancó. El hermano de Fermín hacía marcajes y visiones
trabajando de mototaxistas.
—Pasen. En silencio, por favor. No quiero que nadie escuche.
—¡Cuantos perros tienes!
—Ese de allí es medio mongolito, tiene retraso. —Bobby no dejaba de dar
círculos a mucha velocidad. Se emocionaba por la gente.

Soy un ladrón, prefiero autodenominarme “expropiador”, más clásico, más fino;


me trae vagas imágenes de los anarquistas expropiadores del pasado, sabor
madera, sensación lisérgica; como el LSD que probamos Sandro y David,
divagando en la estratósfera, encerrados en la oscuridad de mi cuarto. El sol se
hunde en el oscuro mar y los demonios danzan con sus lanzas artesanales
milenarias. Somos nada, la negación de todo lo existente, somos nada.
El mayor afrodisíaco, le decía a Abigail en su oído cuando la volví a ver luego de
tres años, es el crimen, el paso al abismo. -Cruzar el límite, el peligro.- Todos mis
amigos quieren expropiar, y la mayoría desea suicidarse; tengo veintitrés años, no
trabajo, no estudio, estos días bebo demasiado. No me molestaré explicar por
qué razones empecé la expropiación, esa dulzura lo dejo para después. A mi
familia no le gusta mi oficio, no quise que se enterasen. Es lo primero que piensa
la gente corriente, “que dirá su familia”, “no ha tenido buena educación”, “acaso
no piensa en su madre”; y un montón de cháchara inconsecuente en su totalidad.
Opino que la obediencia es más nociva que la desobediencia. Recuerdo las frases
insurrectas y se me pasa la poca vergüenza, como le dije a Valeria anoche,
mientras bebíamos, “un poco de Nietzsche, Bonanno, Kazcynski y tu mente
explotará como dinamita”.

Pedro revisaba alguno de mis libros y tomó la palabra.


—Esta es la habitación de un poeta ladrón.
—No tenemos mucho tiempo. Mi tía va a venir.
—¿La gringa?
—En su casa. Está positiva para chambear.
—Sí, mano, no arruga.
—No lo hará, es de mi confianza.
—Que positiva —agregó Fermín y no dejaba de sonreir.
—Sírvete esta gaseosa —me miró Pedro —minutos antes debes estar relajado,
Daniel.
—Sí lo estaré, solo me preocupa que no haya un trato especial. Debería haber
visión en ambos jirones paraleos, de esa manera ingresaremos sin fallar y evitar
un retorno.

Pochi me contò que cuando cayó en la cómica por un asalto, él manejaba el


teatro de fuga, llamó a su mamá y ella: “te dije que terminarías así”, y colgó.
Saboreo la náusea, la nada, el absurdo.. Recuerdo a mamá y papá llevándome a
los sitios más tediosos, centros atiborrados de gente, como los días festivos en
las calles, espantosos. Prefería la vida salvaje de la sierra con mi abuelita,
pasteando sus burros, sus vacas y corretear con los carneritos, tratar de capturar
una araña, huir de los gallinazos. Lima hace quince años era tierra de nadie en
extremo, cuando no habían implementado las cámaras de videovigilancia; aún lo
es, como todo este planeta, solo le pertenece a la violencia. La tecnología se está
haciendo más barata cada día, el control hacia los individuos está escalando a
grados nunca visto antes. Los eco extremistas atentan contra todo hasta perder
su vida en este contexto en que vivimos. Ellos no tienen nombres, ni apellidos,
viven la guerra cada día. Es una guerrilla diferente, bañado en aceite de oliva en
una catarata de color verde, danzas precarias de indios desnudos, en las aguas
puras y virgen de los interiores más nucleares de la tierra. La guerra es el
alimento de los nihilistas eco extremistas. Leer a oscuras y una irremediable
soledad los comunicados de estos individuos.. era como leer a la metamorfosis o
el ecce homo, esa sensación pusilánime al principio azotado por un fuego
volcánico expandiéndose en las estrellas.. Fue cuando empecé a perder la cabeza
y no me arrepiento, querer la guerra, volver a Lima, incursionar delitos y escribir
me arruinaron la vida y no me arrepiento, estoy orgulloso de ser un delincuente.
Algo cambiará en mi.

—Habrá visión, Daniel. Solo sigue mis indicaciones.


—Confía en él —repuso Fermín.
—Está bien. Suelo hacer mis cosas solo, saben. Robé en la calle con arma hace
meses, por Surco y Benavides. Pero la adrenalina era diferente.
—Siempre. No debemos tener comunicación por redes. Consíguete un número,
peluca.
—No me gusta esa mierda.
—¡Qué cardíaco eres!
—¿Tienen el arma?
—Luego nos vamos a hacerla en una discoteca. Mi causa el negro no responde la
llamada. Creo que hoy se cancela.
—Putamadre, quería hacerlo hoy día —repuse con un miedo intenso que
intentaba ocultar.
—Aca vives con tu viejita.
—Es mi tía, y mi otra tía en la casa contigua. Esta vecina de mierda es una
soplona, así que eviten decir nada.
—Que pasa, Daniel. Somos cuidadosos.
—Sí, lo sé, solo lo aclaro.
—¿Qué, es cagona?
—Me ha tirado dedo. Aquí luego de robar tragos fumábamos marihuana y
vendíamos, todas las noches. La tía me denunció de fumadero.
—Ja,ja,ja. —Fermín reía bajo, con respeto. —Mira este quemado, Fermín, lo que
pinta en la pared.
—Quiero un poster de Tony Montana.
—Quemado, qué eres, nihilista. ¿Qué es el nihilismo?

En una primera etapa hurté licores de calidad; es como la droga, un dealer tiene
fuertes cantidades de droga que sobrepasa el consumo diario. En mi caso, tengo
licores de calidad y ropa de marca. Desarrollé dos formas de expropiación de
licor y ropa. Puedo sacarme cualquier licor que quiera, cuando quiera y el precio
que desee. También algunas joyas, accesorios personales, libros originales.
También practiqué otras modalidades de robo; son negocios, visiones, estudios.
No hay que ser un forajido o un tipo con una vida demencialmente violenta para
hacer negocios. Solo usar la cabeza. En el camino se aprende, es como la escuela,
avanzas grados, estudios, libros más densos, más complejos.

Rozando la esquizofrenia, puedo ver los bosques históricos destruyendo la


civilización. Organicemos el odio. Esté donde esté siempre te llevo aquí, en mi
corazón, dulce rebeldía, como escalar los Alpes, como respirar bajo el agua con
ornitorrincos, con vacas, con lobos negros, con todos los animales muertos en un
espacio sin tiempo. Diego tenía una frase: “donde estés, est(A)ré”. Cuando me
movía en la anarquía. Caos. Esté donde esté siempre te llevo aquí, dulce rebeldía,
amor letal, peligrosa vida en la escuela de la guerra, poesía pura, vida como
poesía, esmeraldas, tántalos, divinas comedias.
El segundo nombre de Limber es ninfomanía, Sandro abandonó su trabajo, se
alcoholiza, no visita a su hijo y no le importa nada. Alonso vive en una crisis
nerviosa perpetua, alimentar dos crías como condena, un día se va meter un
balazo en la cabeza. Vera ha intentado suicidarse muchas veces, sus brazos
tienen cicatrices muy deprimentes. Temo de todo esto. Kenny es un amante de la
música oscura, parece que existe, parece que algún espíritu lo poseyera. Vera lo
apoda Belcebú. Yo soy un expropiador, leo, escribo y me encanta delinquir,
incluso más que el dinero. La otra cosa que nos gusta es la droga, la cocaína,
excepción de Kenny, él de chiquillo probó muchas drogas y ahora solo se
introduce alcohol expropiado.

Limber me escribió antes del mediodía diciéndome que sus amigos que llevan la
blanca -que rica cocaína- en el barrio están tomando unos tragos. Me pidió que
llevara el Danzka. Significaba que habría mucha cocaína, cogí unos libros. Valeria
me llamó previamente, me indicó que se venía su cumpleaños pronto. Valeria
tiene un problema mental, desde muy pequeña, la conocí porque mi mamá y su
mamá eran muy buenas amigas desde jóvenes. Le dije a propósito que me gusta
alguien, “se llama Nadia, quítale la i y queda nada”. El amor a la nada. El vacío. El
absurdo. El tedio. La dulce desobediencia.
—Caminar con ella me recuerda los sentimientos de Celeste de hace un año. Me
acongoja, me disminuye.

Estoy tan loquísimo que le escribí una carta a Nadia pensando en ella mientras
marcábamos algunos negocios con Pedro en Villa el Salvador. -Nadia, Nadia,
Nadia- Ella nunca entenderá, un poco sí, cuando me encierro a escribir
escuchando obsesivamente “Lullaby for Ian” de Hypomanie, o alguna música
clásica, las melodías depresivas de Bach, Chopine o Beethoven. Mirando la escena
cuando los amigos de Ian Curtis están sentados cavilando el suicidio de Ian.

Regreso a la realidad, estuve esperando a Valeria durante media hora, mi mente


ayer no podía leer, ni escribir, ni pensar. Estuve entumecido mentalmente, el
insomnio me abrigaba cada noche más. Necesitaba salir hacer algo. Olvidé mis
llaves cuando por fin Valeria llegó. Regresé renegando, insultando al aire, empujé
mi puerta de madera de mi cuarto, busqué como loco las llaves, no las
encontraba y la puta la veo en el suelo. “Maldición. Carajo”. Como si tuviera la
culpa las llaves.

Eddy se retiró de mi casa temprano, estuvo tres días, le di asilo político,


bromeándole.
—Lo único que te pediré es que me ayudes a expropiar. Nada más. Aquí hay
techo, comida, y mucho caos.
Mi amigo Eddy tiene problemas mentales, le acosa la depresión, ansiedad,
indicios de psicosis y unas extrañas imágenes. Consume sedantes potentes.
También es un artista, dibuja y pinta. No me enseñó ninguno de sus artes.
Eddy era un amigo cercano de Diego Zavala, el domingo luego de la fiesta me
escribió pidiéndome alojo, que se había peleado con su madre por un hecho que
quería contarme en persona y otros detalles. Le dije que sí, sin dudarlo, pero que
venga con un trago porque estamos celebrando un domingo de amigos. En una
de nuestras tantas conversaciones le expliqué que anoche vi algo muy
transgresor, una noche negra de disco goth con los amigos del hampa. Le dije
que yo también veo a las mejores mentes y cuerpos de esta pobredumbre
generación sucesiva podrirse en drogas, armas y lujuria. La rebeldía que tanto
buscábamos en los movimientos sociales aquí está, creciendo como un árbol sin
darle tregua al cemento asqueroso.
—Mano, aquí la gente es real. La delincuencia no solo es una fiesta inagotable. Es
una forma de empuñar el arma a la violencia totalizadora. Violencia contra
violencia.
—Pero te puedes morir. ¿Quieres morir ahora?
—No me importa. La violencia es el camino. Solo la violencia.

Anoche sacamos un vodka danzka, antes que se vaya Kenny donde Vera. El
sábado, tres días antes, habíamos disfrutado del evento de Kenny. Kenny es un
artista, dj y organizador de eventos góticos. Sus canciones nos hacían levitar un
poco más arriba del suelo, reflexionar los rincones más ignorados y consagrarse
en la última batalla, el último día que nos queda, así lo tomaba yo. Quizá era
culpa de Kenny o culpa de Sandro. Me daba igual, porque en el fondo yo sabía
que esa violencia tenía historia.

—Necesito el dinero, necesito pagar al INPE un monto grande para evitar el


RQ.(Requisotoriado) —Pensaba, infantilmente, ganar y luego comprarme un arma.
—Yo también necesito el dinero. —Pedro tenía cuatro hijos. Era muy pendenciero
en todo.
—Me tengo que ir, Pedro. Luego conversamos, Daniel. Debo recoger a mi hijo
del colegio. —Le llevé al garage y le pedí vaya despacio.
—Peluca, invítame bajada.
—Hay un lugar que debemos estudiar. Anatoli, mi causa, marcó una casa, dueños
de un negocio de imprenta en Ciudad de Dios. —Pedro escuchaba sin decir
palabra. —La fuente es creíble. Su hermano trabaja para ellos y tuvo una relación
con la hija de los dueños. Ella le contó en secreto que sus padres no creen en los
bancos y guardan el dinero en su casa.
—¿En que lugar es exactamente?
—Jr. Jorge Chavez, paradero dos. Al lado de un negocio de gas. Podemos
disfrazarnos de trabajadores.
—Vamos a caminar por allí.
—En un rato, vamos a tomar este trago, lo robé ayer.
—Ayayay, peluca. Me sorprendes. Robas cuando quieres.
—Eso es lo bueno de hurtar en modo hormiga. Hay libertad.
—Compra una gaseosa coca cola retornable. Aprendí en luri una técnica para
abrir puertas. Te la voy a enseñar.
—¿Con plástico?

Unos meses antes, sintiéndome como un gato famélico y perdido en el basural


decidí dedicarme a escribir y leer. Decidí no suicidarme, expropiar, drogarme,
ahogarme un poco más. Entonces dejé que las cosas se solucionen de la justa
manera. Cuando asesinaron a Kevin Garrido Fernandez en noviembre sucumbí
días en depresión. Me vi al espejo, cobarde, solo, aplastado. Mis contemporaneos
anarquistas estaban en otros asuntos más pacíficos, queriendo construir su
revolución con las masas. Me daban asco, pero pensé, podrían ser útiles para la
explosión. No comprendo que es lo que sienten mis amigos anarquistas por las
masas, los pobres o deshauciados. Siento una gran afinidad y solidaridad con el
dolor y la lucha de los animales y bestias humanas contra el progreso. Y hago
mío el discurso de la venganza. Su finalidad de ellos es la revolución social, la
mía es la hermosa destrucción contra cualquier empresa humana hasta que caiga
la civilización.

Abigail estaba loca, le decía a Limber bebiendo y planificando las vueltas de


Pedro.
—Ella no va a quererte si no es por algo patológico también.
Esa chica hace cuartetos, tríos, amoríos ilusorios, le decía, y él me preguntaba por
qué yo era tan “suave” con ella, omitía tantas cosas que él desaprobaba. Valeria
escuchaba y preguntó: ¿qué te hizo esa chica? “Hey, nada, qué alucinan”.
Tomábamos con los buenos muchachos, Victor apadrinó un espacio lo más
parecido a un bar, el dueño, un bigotudo anciano condescendiente nos atendía
fielmente, no le molestaba que los terna tomasen fotos pasando con sus autos
negros intimidando. Historias tristes, algún delito ganado, siempre quisiera
recordar, …….. Le respondí, un poco más noche, cuando apuesto perder la
memoria, que Abigail no es mi amiga como lo es Vera o Elizabeth.
—Abigail quiere expropiar, quiere ensuciarse, hermano. Por eso soy especial con
ella. Porque me comprende.
—Pero no te importa lo que yo sienta, acaso.
—No podemos dejar que se sienta utilizada. Es nuestra amiga, antes que sea tu
novia, es tu amiga.

Es mi amigo, pero aún guarda costumbres del presente. Presente pestilente que
arañábamos con violencia. Le reproché a Abigail su jodida actitud, Limber se
trompeaba con Sandro y Abigail quería irse a otro grupo a beber.
—Tú te vas y aquí muere todo.

La rencilla entre Limber y Sandro tiene historia. Limber estaba en falta el año
pasado y lo sabía. No interferí. Cuando Abigail endulzaba a Sandro invitándole a
hacer una orgía con Limber y su novia Angela, se encerró en el baño del bar con
éste. Limber contabilizó anoche los minutos, dedució estuvieron cuatro minutos
dentro. Yo no observé ni la entrada, la salida ni los coqueteos que eran
evidentes; cuidaba de Kenny que no estaba consciente y quería quedarse a cuidar
sus equipos de luces, según él. Le cerré un orificio de la nariz y la boca, Limber le
colocaba el papelito con la coca y Kenny aspiró en inconsciencia. Vera reía, se le
veía cansada, no tenía ganas de prolongar la ebriedad de Kenny hasta el medio
día. Debíamos irnos de inmediato antes que Kenny se quedase dormido. Yo no
tenía otra preocupación, hasta que vi salir del baño a la pareja de
ezquisofrénicos. Vi el rostro de Limber y no pensé más, actué. Limber destrozaría
a Sandro y éste quemado no iba a rendirse.

En el anterior evento de Kenny llevé cincuenta soles de cocaína, cien soles en


alcohol y Limber llevó marihuana. Le di detalles a Vera del robo que hice con
Antonio, quién conoció un día antes. Le explicaba riéndome y observando el
vacío que la múscia oscura, el bar y los murciélagos disfrazaban. Vera reía,
recuerdo su sonrisa muy tierna. Dejó de lado a sus amigas para conversar
conmigo. “Los atracos llevados a cabo por nihilistas ya empezó en estas tierras
dominadas por el terror, no crees”, ella: “debes tener cuidado, siempre, no confíes
en nadie”. Bailábamos Lebanon, Xmel Deutrset, Joy División. Hordas de jinetes y
canserberos reverberando los odios, siempre buscaré la nada, está en mi corazón
mi moribunda arma. La considero una hermanita, así como Elizabeth y Elena,
pero Vera sabe lo que hice, reconoce mi disidencia y comprende mi locura. “Eres
el mejor amigo para Kenny, siempre hablamos de ti..” Ella también estaba loca.
“No han pasado ni seis meses y ya viví una aventura peligrosa. Ellos son mis
nuevos amigos, tienen secretos, pronto te enterarás”. Le presenté a ella y Kenny
con algunos de mis amigos delincuentes. Mi círculo más cercano ya conoce al
gueto.

—Hace años robé en una casa de Surco.


—Me sorprende.
—Escucha, peluca. No le cuentes a nadie esta mierda. ¡A nadie! Mi flaca me
ayudó. La mamá de mis chibolos. Marcamos que la dueña se quitó.
—Ella como te ayudó.
—¿No lo deduces? Ella trabaja de empleada. Quitó las llaves de la puerta y abrí
con el plástico. —Mi mente no podía absorber tanta información. —Buscaba
como loco en la habitación de la vieja y me calmé, veo bien, palpando con mis
manos. Una caja de madera. Conté quince mil soles.
—Bien, conchesumare.
—Estaba ganadote. Gasté como loco.
—Gil, debiste invertir.
—Me iba bien. Ja,ja,ja, que me dices gil. Me compré varios pares de zapatillas,
cosas para mis hijos. Mi esposa estaba feliz.
—Quisiera una novia así.
—¿Y la gringa?
—Es mi causa.
—Tu causa que duerme contigo. —No contesté nada. —Eres terrible, peluquín.
—Estoy enamorado de la muerte.
—Quemado. ¿Por qué estás tan quemado?
—¿Yo el quemado? ¡Pendejo!

El nihilismo no surge sobre los territorios dominados por el Estado peruano, aún
no, por poco. El nihilismo aquí ya encendió la mecha: gasolina, polvora, balas. Un
poco más cerca de allá, de la nada. Un poco más cerca de aquí, de mi individuo
rebelandose. Cuando muera, se rebelarán muchos. Es algo inevitable. La histeria
me supera, me convertía en cocodrilo, en orangután, en lobo.. y ella me dijo,
paseando en San Borja, cómo puedes vivir así, luego me besaba con una pasión
cerca a la locura.. yo respondí, hace mucho busco poesía y una magnum
automática, limpia, que no tenga ningún “frío”(muerto).

Quedé como un idiota cuando Abigail crea el problema entre Limber y Sandro.
Limber me encaró anoche, no supe que decirle inmediatamente, solo pedí
disculpas y traté de darle indirectas de algunos negocios. Abigail quería
expropiar, y no parecía solo el dinero tal motivación, ella quería divertirse. Con
Pedro tanteábamos el horario dispuesto para allanar. Me sentía feliz, vaga y
extrañamente. Me invadía unas sombras provenientes de algún infierno, cabezas
en estacas cubriendo las cúspides de montañas heladas, y somos el viento
emisarios del negro eterno. Una felicidad no poseída por la falsa idea de
progreso y satisfacción que la sociedad trata de calar en tu cerebro como parte
de tu carne. Me sentía feliz por robar, me sentía loco, demasiado insumiso. El
crimen era aquello que la cultura y sus ídolos no podían despojarle a la
apropiación lícita de todo lo que nos rodeaba. Toda su falsedad se escapaba de
sus dedos cuando cometes un delito. Le debía todo a Limber, por presentarme a
David y su barrio. Anoche jalábamos cocaína y hartas cervezas, llegó Valeria y
Abigail, bebimos hasta yo perder la memoria. Al menos Abigail y Limber
pudieron solucionar algo del embrollo sucio. Los veía juntos conversando,
trasladar el éter de sus almas, del maníaco a la brujilla, ¡qué romántico, un amor
hijo del delito! Me imaginé a Nadia cuando tomábamos un jaggermeister. “Chica,
estoy escribiendo un libro. ¿No soy genial, acaso?”, y ella que no, que mi estilo
de vida era excesivo..

Sandro estaba drogado, como siempre, traté de apaciguarlo y se puso malcriado


conmigo. Los alcoholicos del bar se entrometían, Limber estaba destrozado
sentado en la grada del suelo, pusilánime, enjuto. Me amargó esa puta actitud de
Sandro e intenté controlarlo, evitaba que Limber se acercase a él. Parecíamos una
manada de perros callejeros, actuando por disfraces o instintos. Entonces Sandro
me amenazó, y no estaba tan inconsciente, no me importó. Volví mi cara a
Limber y le dije que le sacara la mierda, que no me importaba. Vera estaba tras
de Kenny, Laura y sus amigos querían seguir bebiendo. Las ganas de dormir me
arrancaban de lo que sucedía. Alonso tomó su carro gritándole a Limber que se
está propasando por pelear por una pareja.
Limber se había descontrolado también, no lo culpo, a él ni a Sandro. Los dos
son mis hermanos, y Limber se estaba enamorando, luego de tres años de
soltería. Sandro también, con Angela, y él quería follar con Abigail, un dulce
revanchismo o total indiferencia. Esa era la forma de amar en nuestros corazones
jóvenes e indómitos.

—Vamos por un chaufa, yo invito.


—Estás bueno, peluquín.
—¿Conoces a esa pareja? —señalé a un par de ebrios en la tienda donde con
Sandro compramos cañazo.
—Esa flaca está ebriaza. Que alcohólica.
—Esos conchasumadres intentaron matar a mi causa Sandro.
—¿Sí? Este barrio es neto, Los Castillanos, se hacen llamar.
—Me llega al pincho. Espero no me reconozcan.
—Cardiaco eres, peluca. Osea, en el golpe vas a ponerte así.
—Yo soy cuidadoso en extremo.
—Has visto atrás de esa casa de tu contacto. Es vacío, cuento con una escalera
larga para eso. Podemos ingresar por esa ventana, te fijaste también.
—Sí, no soy ciego.
—Yo trepo como un gato.
—Se nota que la ventana principal no la cierran. Seguro como hace calor en
estas fechas.
—Sí, está positiva. —Hicimos cola en el chifa.
—Quiero comprarme un arma, pero quiero una semiautomática.
—Dos mil soles. Una bonita. ¿Por qué estás tan loco?
—La locura es la liberación del individuo, Pedro. Toda esta gente de mierda me
avergüenza su sumisión.
—Pensé que eras anarquista. Yo les escuchaba a ti y Limber desde hace años,
cuando bebían afuera del barrio. Sé que no tienen una mente tranquila. Parecen
sanos pero tienen huevadas en la cabeza.
—Sigo el nihilismo. Simplemente no creo en nada, no creo en la sociedad. Y el
crimen me parece algo placentero.
—Estás quemado. Tú no has tenido cariño de niño, ¿no? Qué te ha faltado. —
Dudé si Pedro quería humillarme o trabajarme psicológicamente. Era muy astuto.
—No tuve una infancia tranquila, el cielo se nimbaba de demonios, las hojas de
mi árbol de mora ingresaban en mi cuarto, veía programas de animales salvajes.
¿Te lo recito poéticamente?
—Quemado. Dijiste que estás escribiendo un texto.
—Sí. Experiencias delictivas. Estarás en mis escritos.
—Ojalá, peluca. Mira la televisión. Perú este año juega la copa américa.
—Me llega al pincho, Pedro y lo sabes.
—Ja,ja,ja. Deja de renegar. Putamadre, parece que de niño te han tratado mal.
—Mi tío era cagón conmigo.
—Ja,ja,ja. Peluca de mierda. Ja,ja,ja,ja.
—Cagonazo. Vendió parte del terreno de mi mamá y se lo apropió.
—Métele bala.
—Algún día. —Pedro volvió a reírse.

Individualista hasta los huesos, el círculo de conspiración más cercana, y lo más


cercano a una célula de acción, se ha dividido. Otras demencias podían venir.
Esto era interesante, me dije a mi mismo.
El evento de Kenny era una cosa extraña, góticos extravagantes, dark wave, new
wave, post punk, y un sinnúmero de temas que Kenny flamea negro. Música que
parece venir de una matriz extraña, desorden sonoro, pintas en las caras, chicas
con vestidos alucinantes, bellas, muy bizarras; los buenos muchachos con sus
pintas callejeras estaban bebiendo, bailando con las chicas, Violeta y la chata.
Cocainómanas. Cocainómanos. Luces de fuego y una angustia permanente. Ellas
saben que ellos son buenas personas, siempre al borde del ocaso fantasmal. Me
da el infantil sabor de maracuyá, dulce, hojas verdes y el sol arrasando el suelo
de gras, la nauseabunda prisión mental en camino al final. Todos sabemos que
estamos jodidos. Todos sabemos que podemos morir cualquier día. Victor estaba
demasiado ebrio, Franco bailaba sin comprender el bullicio musical. Pochi
intentaba hablar con las amigas de Violeta. Arte, pensé, criminales y Kenny
direccionando la música. Los buenos muchachos llamaban la atención bailando
con las chicas. Sus secretos de estos individuos oscuros se condensaban con el
humo y la psicósfera. Bajo sus sombreros a lo hopper clásico, gánster ochenteros,
noventeros. Los invitados le dijeron a Kenny “por qué han entrado lacrillas”.
Kenny defendió a mis amigos diciéndoles que son sus invitados del barrio. Que
gracioso, pensaría que Kenny ahora andará con alguna mafia. Era evidente, los
buenos muchachos aspiraban cocaína. Pero fueron respetuosos, muy caballeros.
No hicieron desmadres.

Giampier entró corriendo con la botella de trago en sus manos. El de seguridad


del bar retiró el trago; lo miré a Giampier envenenado de alguna droga, me miró,
le dije al oído que baje con una mochila. Esperé y nada. Afuera estaba el mundo
real. Carros estacionados, maleantillos y muchachos buscando alguna discoteca.
La lluvia me encogía. Giamper gritaba “Pochiiiiii”, fuerte, queriendo dormir
sentado -mucha marihuana-, decía Pocho cuando Oscar junto a la chata
aspiraban coca y Pochi esperaba su turno.

Subí, llamé al hermano de Victor. Le pedi su mochila y permanecí con la botella


mientras conversaba con Lisset. Ella estaba sentada sola, bebiendo una cerveza.
Me estaba esperando, imaginé. Me senté a su lado, con violencia y saludé. Me
sonrió como las pocas veces que la vi. Lisset tuvo una relación amorosa cortísima
con Kenny, antes de que salga con Vera, cuando vivíamos en mi casa el año
pasado con el clan.
—Hola, ¿me puedo quedar aquí?
—Sí, claro. —Sonreía y pensé en que decirle— ¿Cómo estás?
—Muy bien.
—Oye, en el evento pasado creo que un amigo te estaba molestando. El
muchacho que compró el vino.
—Solo me dijo que si quería tomar en otro lado.
—Ese idiota. Estoy algo triste porque ese muchachito me traicionó. ¿Lo crees?
—¿Qué hizo?
—Es una historia que prefiero ahorrármela ahora. Podría contártela en otra
ocasión. Si deseas.
Lisset tiene puesta una maya entre todas las piernas, una falda negra luminosa.
Un maquillaje loquísimo; Kenny el año pasado en sus conversaciones le decía que
ella es “underground”, que por eso se juntaba con ella. Que exigente era Kenny,
pensé. Uno de los dj más conocidos de Lima. Alguien que puede estar en un
evento y que la escena lo querría en su grupo para beber y simplemente tenerlo
de aliado. El gótico del bajo mundo, ahora, el más contestatario estéticamente.
Kenny tiene rostro de vampiro albino, unos ojos inexpresivos y de la retina surge
una rosa; más allá de lo humano, una bestia provenida de un infierno estético.
Todo en él es arte. Quizá por eso nos lleváramos tan bien. Arte y crimen, bella
mezcla. El crecimiento de la maleza creando un espectral pantano devorando la
ciudad, aniquilando a los humanos, nuestros cuerpos y cráneos humea negro.
Podía confiar en él, siempre puedo confiar en él. Sé que él va responder por mi.
Ahora lo veo en los equipos de sonido, manejando una lapto y las consolas. Vera
cerca de él, sabe que Lisset es su anterior agarre. Me ve con ella hablando, no
me dice nada. Ella está sentada al lado de las escaleras ascendentes al segundo
piso, donde nos encontrábamos, controlando el ingreso y salida, con un vaso de
mojito, ron y hierba buena en una mesita pequeña. Abigail está vacilándose con
los buenos muchachos, bailando, aspirando cocaína, es muy extrovertida, me
recuerda a Viviana, por eso le tengo mucho aprecio, quizá. Abigail se mueve de
un lado a otro, organiza las bromas, conversa con todos, super hiperactiva, me
abraza, me dice que me quiere mucho, que soy uno de sus amigos más
preciados. Sandro camina de un lado a otro, buscando algun resto de cocaína,
salió a comprar cigarros para bajar el placer del ácido sulfúrico. Balbuceandome
al oído, me pide acompañarle a recogerla a Angela. Regresó con Angela. Esto se
va descontrolar, pienso. Somos oscuros profundos precipios, somos el camino a
la nada.

—Hace casi un año terminé una relación de tres años de duración. Apenas me
afectó un par de días.
—Qué, oye te envidio —me miró y cogía un sorbo de cerveza — este último año
ha sido muy triste para mi. Mi ex novio se metió con mi hermana.
—Carajo —interrumpí. Bebí otro sorbo.
—Y mi hermana en lugar de apoyarme me dijo que puedo estar con cualquiera
menos con él.
—Oye, no estés triste. Por favor. Eres una buena chica con buenos sentimientos.
—Lisset lloraba timidamente. Le tapé con mi cuerpo y exhalaba cigarrillos.
—¿Por qué, acaso valgo poco?
—La gente no comprende los sentimientos muy profundos. Los hombres suelen
ser machistas. ¿Te cuento mi historia con Celeste?

Individuos con lanzas y armas de piedras, obsidiana en la nuca de un caballero


español, penetrante deseo de morir, compañera de mi vida serás hasta el fin de
mi vida, rebeldía, pura rebeldía, frutos del núcleo oscuro y desolador de la tierra,
sabes que te amo como un fanático, en la cama me haces tuyo, me enseñas el
camino, la senda de vivir, de la nada a la muerte, la muerte como nihilismo, el
amor como nada, la creación como muerte.. granito en el suelo, panaceas de
enfermedades. Rebeldía, la mayor melodía, cerca de Chopine, cerca del almuerzo
desnudo.. rebeldía, me consuelas en las horas de persecución, de obstinación, de
depresión, de flojera. Eres el verdadero amor que cada individuo necesita.
Rebeldía, me acompañas como una hermana, como un padre, como una mima.
—El hermano de Fermín recogerá a la gringa luego de hacer el teatro. Yo
ingresaré inmediatamente, tú estarás en el otro jirón observando si hay algún
sapo y si pasara la policía, pero no va pasar esos perros. —Que azulado se sentía
el fondo de la vida en estos días, Pedro y Fermín varados sobre la arena sucia
que lidian con la pista, el camión de gasolina ilegal, el padrastro de Kenny que
no estaba, al frente, preso; la mujer gritando cada mañana pidiendo dinero a su
marido, los venezolanos alquilando esos cuartuchos en manada.
—Entiendo. Pero yo quiero ingresar a ayudarte.
—Si notas que nadie, pero nadie se dio cuenta, ingresas caminando, con
normalidad.
—Claro, no te preocupes, soy bueno engañando.
—Ya peluquín. La visión es esta. Hay cuatro mil soles en la caja chica de la
empresa. Tienes que montar un buen teatro con la gringa. Lo demás yo domino.
—Tengo otra amiga que puede prestarse, pero vive lejos, igual, apuntalo.
—Escucha, cabrón, no tenemos mucho tiempo, no quiero que los demás me vean
hablando contigo.
—Sí, entiendo.
—No le dirás a nadie esto, ni a los muchachos. Tenemos un chat grupal.
Pensamos en agregarte a ti y Limber.
—No es necesario. El Facebook no es seguro.
—Cardiaco. El sitio está botadazo. Necesitamos que confirmes a una amiga que
coopere.
—¿Cuánto voy a recibir?
—Quinientos. —Miré en frente de la casa de Limber, la bulla de su cumpleaños
estremecía el silencio. Me entró pánico y alivio. Cuchillos, vértigo, puto insomnio.
—Está bien. Te dije que ya hice unas huevadas.
—Sí. Te escribo más tarde.
—No hagas huevadas hasta ese día, Pedro.
—Ja,ja,ja. Quemado. Preséntame a tu amiga, a la blanconcita.
—Se llama Abigail. Háblale nomas. Dile que eres narcotraficante.
—Ja,ja,ja. Te llamo mañana, te presentaré al grupo.
—Piola, Pedro, chévere. Gracias.

Al día siguiente, bebimos en casa con mis hermanos. Kenny, Vera, Limber y
Angela. Alonso no podía disfrutar del alcoholismo, debía trabajar para sus dos
crías. Me daba pena no poder ver a mi hermano. Sentía un compromiso
incorruptible con mis hermanos de locuras. Me prometí a mi mismo hacer un
buen robo y pasar a otro estado de catarsis.

Le llamaba a Nadia mientras bebíamos. Le pasé el teléfono a Vera y le pedí que


le dijera que yo era un buen chico. Vera se prestaba, claro. Reía mucho Vera, ella
era especial.. conocía mis fracasos amorosos y la soledad que me impuse: “la
soledad me enseña el camino a la nada y el crimen, Vera.” Le daba pena, una
dulce empatía, como la rebelión. Dulces sabores que sentí antes de morir. Le
agradaba la idea que una chica desconocida aún, inteligente y linda me dase
atención.

Kenny seguía emborrachándose, Limber cogía su celular, quizá para manipular


alguna chiquilla. Sandro se había quitado el polo, pulseaba a Angela, le hacía
cumplidos y le exigía compromiso como si fuese alguien de la realeza. Limber
sacando el ciplox de polvo blanco, Sandro pidiendo disculpas otra vez, una y otra
vez. Vera callada, pensativa, dando opiniones certeras, debatiendo con Kenny.
Ángela observando todo enamorada, la nueva ladrona de la manada lobezna. El
aire huele a marihuana, no dejarían de venir días iguales. Limber con la llave,
contando que noches antes sentía la presión de la coca en su pecho, "me sentía
casi al límite". Al ver esas tres parejas pensé en Nadia, cuando la besé y ella no
opuso resistencia. El invierno ya había azotado con fuerza este último año, para
mi era el último año, el último día. Alcohol, drogas, literatura, ilegalismo, amor
libre y una aventura decadente. ¿Para qué vivir? Para hacer arte. Kenny dándonos
cátedras de new wave. Eddy tenía alucinaciones por momentos, creí, sus ojos se
movía en círculos. Le regalé a Limber el juego de póker que Rodolfo me lo
obsequió. Como un gesto de cariño por prestarme su arma en la redada con
Pedro. Mi familia criminal, me sentía tan feliz. Me encantaba convivir con
individuos que dieran el paso al abismo, al sabor del delito, me encantaba andar
con gente que estuviera loca por nuevas experiencias, por levantar puños a la
disidencia, por corromper la ley y la normalidad.

América se ha sentado en mis pies, quiere calor, le cargo a mis piernas sobre la
casaca de Alonso que se olvidó, tiene caracha y no me importa, le acaricio, es de
color marron, con anteojos cremas. Algún hijo de puta la abandonaría, uno de
esos tantos hijos de puta que merecen ser asesinados. -Puta sociedad de mierda-
Me siento listo para asesinarlos.

Mi madre quería ser parte de esta máquina, quería reconocimiento, quería verse
en algún sitio en el cual ella pueda encajar a la perfección. Aún recuerdo cuando
iba a sus negocios de ventas a pedido, piramidales, claro. Papá llegaba a casa
luego de trabajar limpiando casas de algunos burgueses de mierda. Era la mejor
época, mi madre tenía el cabello hasta el cuello, bien aseado, se lo pintaba de un
rojizo oscuro cada mes. Tenía una mirada indicando una gran pena en su interior.
Me contaba sus historias, yo era el más engreído. Me da angustia pensar en mi
madre, aquella vez que me contó que todas sus amigas eran profesionales, que
ya ganaban un sueldo seguro. Si supiera mamá que escribiría un libro. Quizá, a
menos que la policía me coja y me lleven a prisión. En prisión tendría que matar
a alguien apenas entrando, me encerrarían en el “hueco”, un lugar temible, me lo
imaginaba una celda diminuta llena de mierda y orines, cuando me contaba
Pedro esa triste historia en sus años de prisión. Quisiera que mamá esté aquí.

Familia, la palabra rebotaba en mi cabeza. Mi familia de la calle y mis canes.


Bebía café solo, ya los muchachos no estaban, tras la puerta de vidrio se retiraba
Eddy. Mi tío decía que el vidrio se encontraba en la arena de la playa, aquella ves
que estuvimos en el Silencio. La misma playa que asistí con David con coktails de
ginebra.
Familia criminal. Miré la playa, el mar mojándome los pies.. Barush llegó a casa
por su cumpleaños, la china le sonreía con indiferencia, ella le envidaba, la
división de los dos empezaba, una pelea estúpida, que me dolía. La china
envidaba que Barush estudiara en la Universidad y ella en uno técnico. Adela
prestaba más atención a su celular. Barush estaba un poco ebrio, asustado, mi tío
nunca lo vio en ese estado, “Daniel, ven a cenar, mierda, deja esa maldita
computadora”, reía sin tantos motivos. Se le notaba feliz, yo me sentía bien por
él. Solía atender el internet de su primo, me enviciaba de videojuegos con
chiquillos de la calle, mi tío y Barush me sacaban casi a palos de allí. Mi tía
también estaba presente, las abuelitas de ambos, todos orgullosos de Barush,
una noche de planificar, futuros estudios en España, arroz con pato, vino, bromas,
planes, la universidad, todos felices. Mi tío me pedía que de rato en rato ojeara
por la ventana su auto. Eran mis segundos de plácida soledad tras la ventana.
Creo que era mis segundos favoritos. Barush le dijo a todos que le superé en
matemáticas, que veía en mi mucha inteligencia. Se sentía orgulloso de mi.
Capítulo IV

Estaba devastado, sin universidad, sin trabajo, sin ningún oficio.. pensé que
necesitaba volver a mi origen, nuestro espíritu reside en el silencio, un silencio
peligroso. Visité a Alonso, como tantas veces luego de experiencias fatídicas. Esa
semana de completa soledad y austeridad.. el reloj lacerante me empujaba a
caminar.. robé toda la semana en centros comerciales y volvía casa, bebía sin
control. Me cansé de la ataraxia mental. Decidí ir donde Alonso, decidí no
suicidarme otra vez.

Mi tío Rolando, papá de Alonso, bastante fraterno y gracioso, puesto la camiseta


del Club “Universitario de Deportes”, me contaba historias cuando vivía en
Surquillo o el Callao. Bebíamos las galoneras de pisco de su jefe que le daba a
precio irrisorio, junto a Alonso, durante años, me sentía como un hijo para él..
nunca olvidaré el sabor de pisco Italia, acholado que inmediatamente escucho
canciones de Hector Lavoe, Willie Colon y sus historias: sus amigos ladrones que
viajaron a Europa a llevar el oficio, que estuvo escondido porque uno de sus
amigos asesinó a cuchillazos a un maleante, que las prostitutas menores tenían
permiso de los padres. De los gays en la avenida república de panamá
prostituyendo a paicheros. Todos aceptando el final de su cruel destino o
engañándose. Imágenes mentales multiformes arañaban mi conciencia. Me
despedí de mis canes.

Me deslizaba en el gueto de “Los cubanos”, atravesando la pista principal hacia la


plaza, buitres y cuervos mirándome, y ya me conocían.. directo a su casa, evitaba
mirar a los costados, estaba en territorio ajeno. Casas tras casas enlaminadas con
calaminas, concreto viejo, sin límite en el desorden, plena libertad de dirección y
cagadas de perros. Prendido del miedo las primeras veces: “mano, baja a mi
barrio, no te va a pasar nada, mis causas ya te sacan”. Muchachos con gorras y
pantalones embotados. Caras agujereadas por el delito, ojeras moradas, ojos
maliciosos alcanzando un brillo infernal: barrios humildes.
Alonso me reconoció a una cuadra y grita: “¡Oe, conchatumadre, recién llegas!”
Dos vecinos de al lado limpiaban un auto, uno de ellos, recuerdo era enrulado,
chato y de hombros anchos, le contestó agresivamente y Alonso contesta: “a ti
no te hablo oe conchatumadre”. No le dejaba de mirar a los ojos como un perro
rabioso, el chato seguía quejándose, Alonso se quita el polo, borracho. No me
detuve al caminar, me hincaba el miedo.. Rolo sale a confirmar sus dudas: “que
pasa conchatumadre, te metes con mi hijo”. El chato calló. A las horas pidió
disculpas.

“Desprecio la vida humana”, le contaba a Diego en nuestras últimas


conversaciones, él respondía: no te ensucies con pensamientos que no son
anarquistas.. “Quiero hacer atracos, menear una pistola en mis manos, llenarme
de fuego, amor”. Diego hacía hincapié que él era insurrecto en sus años de
juventud, robaba a diario y afirmaba, con mucha seguridad, que hace falta lucha
social, organización popular. “La masa está envenenada de control y son más
policías que víctimas”.

Rolando me llamó temprano dándome pormenores de ataques depresivos y


violentos de Alonso: “la ruptura con Érika lo tiene jodido, tiene una novia en casa
y aún así se angustia, reniega, no quiere trabajar, tiene pesadillas, para dopado”.
Le respondí que iría en la noche a visitar a mi hermano. Rolando sí, gracias,
Danielito: “aquí te espera un arroz chaufa de tu favorito que hace mi esposa”.

“La humanidad ha creado basura infectada por miles de años, Diego. Por qué
chucha me invitas a esa jornada de lucha con estudiantes. ¿Para qué? Para que
después se vuelvan profesionales y ejerzan poder sobre los demás.” Diego, no le
culpo, era muy buena persona, la compasión superaba su encanto delictivo: “lo
que has dicho es lo más burgués que he oído, ellos también sufren como tú,
como yo. El individualismo no luchará por nadie”. Yo no quería luchar por nadie,
Diego. Nunca más. Bastarda civilización.
Cerca a las diez de la noche llegué a casa de Alonso con la mitad de un
jaggermeister. Alonso vivía cerca a la canchita de futbol donde al caminar hacia
su casa veía algunos “paicheros” fumando pasta básica de cocaína. Toqué la
puerta de vidrio enrejado, la voz de su mamá: “Hola, Danielito. ¿Cómo estás?
¿Cómo están en la casa?”. Le dije que muy bien, señora, muchas gracias. Besito
en la mejilla. Los ojitos chinos reverberando alegría, su cabello ondeado de arriba
abajo, una señora muy decente y siempre parecía estar agradecida con la vida,
aunque ella estaba agradecida con su Dios cristiano que Alonso despotricaba
como hijo del diablo. Exactamente como yo. Hubo un tiempo que Alonso creía
ser un elegido para despotricar gratuitamente, se hizo cargo de tal función en su
sien. Lo veías a Alonso con sus libros yendo a la academia a estudiar para
postular a la San Marcos, estudiar Historia, con una botella de pisco de su padre
y cigarros Pall Mall. Luego podías ver a Alonso alcoholizándose en los parques de
Villa el Salvador con alguna muchacha que escuchaba sus poemas y sus historias
disidentes. Y yo al lado.
—Hola, tío. He traído una cosa muy riquísima —abría mi morral— un riquísimo
jaggermeister.
—Ha venido Dani, Nayeli.
—Hola, Nayeli. ¿Están viviendo aquí?
—Sí. Hola, Daniel. Alonso me ha contado muchas cosas de ti. —Nayeli se acercó
a saludarme amistosamente. Vestía una minifalda jean y sandalias.
—Ajala, ya se aman. —Alonso sonreía, y se arrugaba tiernamente su cachete.
—Claro que lo amo, es mi enamorado.
—¿En serio? Y qué es el amor. Estoy en un eclipse con Celeste. Me siento
cagado.
—Va venir mi amiga Berenice. ¿Tienes enamorada?

Rolo reía, orgulloso, porque humillaron a ese chato.


—No puedes creerte grande si no has sido pequeño. Que se cree ese huevon.
Alonso me miraba: —Se está riendo porque lo insulté. Te das cuenta que mi viejo
es un quemado.
Compré cigarrillos para todos, un poco nervioso. Fechas del dosmilcatorce, vivía
alcoholizado con Alonso, Sandro y algunos otros desahuciados por la vida en los
parques de Villa el Salvador. Amo esas fechas, amo esa inconsciencia, cuantas
veces abrí el ojo en el sillón de su sala, el techo blanco carcomiéndose por la
humedad. Rolo y Alonso discutiendo.. me recordaban a mi tío Andrés y Barush.
—Mira, Daniel, Bukowski dice que si quieres ser algo, sé un alcohólico.
—Ya soy un profesional, entonces. Anoche tomamos como mierda en las brisas.
—¿Qué hacían en las brisas? Pensé que se habían quedado en la muni —
preguntó Rolo.
—Beber como locos. Era el cumpleaños de un tal Carlitos. Nos colamos. Bajó
Kelly. —Respondí.
—Conocimos a una flaca, no, Daniel. Se llamaba Erika. Le saqué el Facebook.
—Ah, sí.

Alonso necesitaba que lo cuiden de él, constelaciones iluminando el smock y la


desidia, una noche como todas cuando, los perros destrozan los basurales
acumulados, en la poca vereda del barrio arenoso, en la familia humilde y
respetable Velasquez, Alonso llevó a Nayeli, con su maleta, ropa, dinero y un par
de zapatillas. Con rolando solía conversar sobre Alonso, Rolando me explicaba
que Alonso conmigo se expresa, se siente con un aliado, se siente más en casa, y
le afirmaba siempre, ebrios, que no es mi amigo, que es mi hermano.
Conversamos sobre Erika y la ruptura, horas y horas por el celular. “Tu hijo
siempre fue emocional, impulsivo, lascivo; le encanta las mujeres, no se controla,
qué te puedo decir, tío”, le decía y Rolando furioso porque Erika descuidaba a la
bebé por su nuevo marido. “Conchasumadre, esa puta, debe cambiar, carajo, su
mamá es una apañadora de mierda, como vive sola con dos maridos, la escuelea
a su hija”.

Kenny en casa al ver las rencillas entre Nayeli y Alonso, ésta embarazada, me
miraba, sin expresión alguna, me miraba desorientado, algo no había de lógico
en su mirada. Nayeli le lanzó su zapato a Alonso, el sonido invandió toda la casa,
Limber había llevado a una ex novia de Alonso a casa, Kenny se molestaba:
“cómo chucha va traer a su ex novia si Nayeli está embarazada”. Alonso estaba
inconsciente en extremo ebrio, andaba sin sentido por la casa, hablando
incoherencias, la reconoció y empezó a contarle gatos encerrados. “¡Carajo!
Limber, me estás loqueando. Llévatela”, le grité histérico. Nayeli le reclamó
sollozando a Alonso, que se iría de la casa. No tenía donde ir tampoco.

Unos días antes Alonso me llama confesándome que conoció una chiquilla de
quince años, que le decía que le gustaba él, que quería ir a su casa y cuantas
cosas más. Que se sentía un poco confundido porque era menor de edad, que se
imaginaba lo que le dirían las compañeras feministas.
—¡Al carajo, tío! Si ella quiere estar contigo, bien. ¿Crees ser el primero?

No debí decirlo eso, creo.


Nunca confíen en las mujeres, solo confíen en ladronas y nietzscheanas.

Nayeli parece una chica de veinte años y sus rasgos ser de caribeñas, su madre
dice tener sangre colombiana de su abuelita la Cheme no sé qué. La cuestión es
que cuando quedó embarazada Nayeli, su mamá le propuso a Alonso viajar a
Colombia y él decía que mejor se quedaba en Perú. Muy sardónico. Pero esta
chica guardaba secretos muy oscuros. ¿Por qué las colombianas son famosas en
otros países? Ella no era así, ella era muy inteligente a su cortísima edad. Le
guardé aprecio desde el primer día que la vi, no solo por el lazo que tengo con
Alonso, sino porque me recordaba a mi sobrina a quien no veía muchos años.
—¿Y tienes enamorada, Daniel?
—Sí, aunque está yendo todo mal, creo.
—Pregunto porque mi amiga Berenice va venir a visitarnos en media hora. Te va
caer muy bien.
—Sí, se van a entender —interrumpió Alonso.
—¿Es tu mejor amiga? —pregunté.
—Sí, como lo adivinaste.
—Soy inteligente, ¿no? Alonso no te ha dicho eso de mi?
—Dice que estás robando tragos. Y que también eres anarquista y que te gusta
leer y que se alcoholizaban durante años con él.
—Sí y hay otros amigos más. Limber, Renato. Ya los conocerás. Oye, Alonso, tus
padres qué te dicen.
—Nada. Esta es mi casa.

Quemado de mierda, pensé. Alonso siempre fue un loco, por eso nos lleváramos
tan bien desde que nos conocimos. A veces manipulador. Pero un buen chico.
Conocí a Alonso bebiendo el trago más barato junto a Sandro, pistas sin
cemento, arena expandida en el aire, una pobreza inmensa, un concierto de rock
en el culo del mundo. Estábamos relocos alcoholizándonos a diario, eso nos unía.
Pero el amor, nos aguantaba los días lluviosos, nos calentaba la poca esperanza,
veíamos en proporciones menores el sufrimiento cotidiano. Pensé en Celeste. Ella
también era mi mejor amiga, la llamé.
—¿Qué? ¿Lo has dejado? Pensé que era otro de tus ataques de nervios.
—No podía evitarlo, recordé a mi padre, no tenía más fuerzas.
—Quiero verte hoy día, donde estás, ven a mi trabajo, pasamos la noche juntos.

En casa Nayeli cocinaba algunos platillos, su hermana, Carolina, venía a visitarla.


Carolina era un misterio. En una oportunidad con David, Kenny y Alonso
bebiendo pisco sour, nos entró la fatiga del hambre, íbamos a cocinar, y entre las
dos inventaron algunas coloridos almuerzos. Carolina apoyó sus manos a la
mesita de piedra, llamando la atención, gritando en algarabía: “¡voy a cocinar y
quiero que todos coman bien, así que falta comprar esto..!” Hizo una pequeña
lista. David reía por su actitud, esa sonrisa maliciosa de un muchacho
pendenciero. La impresión que me advirtió la segunda visita de Carolina me
graduó las primeras ideas, Carolina es, para los stándares del capitalismo
falsamente estético, una belleza en potencia de serlo más aún. Nunca pasaba
desapercibido en las ruedas cotidianas de andar montada en una antigua carreta
de madera para los aristócratas romanos y sus mujeres barrocamente hermosas.
Carolina tenía poder y era consciente de ello, me intimidaba.
—Todo está yendo mal con mi flaca, Nayeli. Se está pudriendo.
—Pero no la amas, ella te ama, llevan casi tres años, podrán resolverlo.
—Eso creemos, las cosas son complicadas. Mira, nunca le hice daño, desde hace
año y medio me comporté como un cristiano caballero. ¿Eso es necesario, no?
—Quizá no te quiere pues, Daniel. Si una flaca ya no te quiere te va ultimar o
joder. —Alonso interrumpió con su voz típica en estado de ataque, mantiene el
mismo volumen alto y enérgico desde el principio.
—Le dije que no podía ir a visitarla ahora, estoy con ustedes.
—¿Pero la quieres aún? —Nayeli me miraba, inspeccionaba mi pronta respuesta.
Dudé su intención.
—Las cosas están yendo mal. —Me rehusé a decir la verdad, que tenía esperanza.
—Mi mejor amiga ya está viniendo.

Aproximadamente a las cinco de la mañana Alonso tocaba mi portón de caoba,


apresurado, un taxi estacionado afuera, al lado Nayeli, barrigoncita. Mi prima
alterada me exigía que callara el ruido, Alonso estaba ebrio y discutía con ella.
Les hice pasar y pagué el taxi. No tenían nada. Mi hermano estaba en camino al
fracaso. Las calles estaban oscuras, Nayeli cargaba una mochila con pequeños
útiles personales, algo encrispada, tratando de mantener la naturalidad, pasos
silenciosos, el sonido de la puerta, los perros ladrando, acomodamos la
habitación para ambos. Dormí con Bobby en la ex habitación de mi tía.

Nayeli seguía hincándome con sus ojos, volviendo a preguntar si somos los
mejores amigos, le explicaba otra vez que sí, que a veces nos peleamos horrible.
Alonso colocaba videos y canciones. Su casa es muy particular, una cama de uso
como sillón, a pocos pasos de la cocina, la misma mesa, los cuadros de la virgen
maría, de algunos niños americanos, los posters de Cuchillazo, Rolando trabaja
limpiando casas de adinerados, mudanza y otras funciones de supervisor general.
Uno de sus jefes era el guitarrista de la banda musical Cuchillazo, en los días de
alcoholismo volvía con alguna guitarra, con alguna botella de licor de esos
pitucos, siempre novedades. Veía a Rolando caminando desde la cevichería de
Memo, a tres cuadras, solíamos almorzar allí, rodeados de caras de asesinos,
ladrones, o mafiosos del barrio. Rolando les bromeaba a algunos, parecía un
bufón, pero los maleantes lo trataban con respeto, “yo soy de surquillo, Daniel,
conozco a gente más pendeja que todos aquí”. Desde la sombra de los días. Al
lado había otro “hueco”, una cevichería con un salón de baile, música estridente.,
paredes de color cemento sin pintar. El único “hueco” donde vendían ceviche
norteño. Atendían las dos amigas de Alonso de su colegio miserable y su padre,
en una oportunidad Rolando compró una caja, y yo media caja. Ya estábamos
tomando excesivamente, me daba la sensación que moriría si probaba otro vaso
y seguíamos.. Alonso en menos de dos días llevó a Nayeli a todos nuestros
huecos favoritos, incluso la muni de villa el salvador y casa de Limber.

—Eres muy pendejo, Alonso. Qué esperabas, que Erika no cruzara los límites, si le
fuiste infiel muchas veces.
—Sí, es mi culpa, Dani. Es mi culpa. —Alonso bebía otro tragazo en botella
misma.
—Se le va pasar, pensamos con Limber que mejor que haga huevadas ahora a
que los haga más adelante. Ella siempre te amó.
—Parecía que me amara, creo que la gente no sabe hacerlo. Ese imbécil tiene
denuncia de extorsión a chiquillos babosos.
—Eso me llega al pincho, que lo deje pasar a su casa.
—Sí, mi hija no tiene porque estar rodeada de ese mierda.
—Tu papá que opina de esto.
—Denuncia nomas, proseguir el método legal. —Sus ojos estaban
completamente abatido.
—Nunca te he visto así, Alonso. —Alonso siempre era el de la fuerza
inagotable— te amenazó ese imbécil, ja,ja,ja; yo le escribí huevadas sobre Erika, le
podrí la mente.
—Creo que me da igual lo que hagan, quiero que mi hija esté bien. —Limber
traía otra botella de ron.
—No puedo tomar mucho, mano, mi gastritis.
—¡No puedes tomar conmigo conchatumare!
—No puedo. Mañana debo ir a la universidad.
—Limber, hermano, te adoro. —Alonso ama el alcohol.
—Ultimamente pienso en robar, no sé, creo las lecturas que voy llevando,
quisiera experimentar esa locura, darle batalla al capitalismo. Centrate, Alonso.
—Bajamos a la marcha y hablamos con Diego de eso.
—Claro, hermano, anímate. Estará Eddy, Ernesto, Fabrizio.
—Esos aburguesados también se dedican al estudio como tú.
—Créeme que detesto las leyes, pero podré robar con saco y corbata. Jaja.

Rolando me cargó del cuello y me llevó al pequeño patio, sacó marihuana de


color roja de su bolsillo. Decía que era de uno de sus jefes, lo compró en
Holanda y le regaló cinco gramos. Fumé desesperadamente, y me seguía
contando sobre Alonso, muy preocupado. “Ya estoy aquí, no te preocupes,
controlaré a tu hijo”, me impuse. Una chica de rulos rojizos, facciones alegres,
ojitos de contacto verde, y una silueta atractiva, estaba al lado de Nayeli,
conversando en voz baja. Preferí la marihuana roja, estaba riquísima. “No he
podido visitar mucho a tu hijo por la Universidad, ahora que lo abandoné podré
saber más de él, Rolando, no te preocupes”. Rolando era excesivo.
—Lo siento, Alonso, necesito fumar, está riquísimo, nunca he probado esto.
—Tranquilo, así eres más chévere. Ven, te presento a Valeria.
—Hola —le saludé besito a la mejilla —estoy drogado, Valeria, soy el mejor
amigo de Alonso.
—Yo soy la mejor amiga de Nayeli.
—Daniel, compra un trago, pe causa.
—Aquí está el jagger.
—Queda poco.
—¿Y a dónde iríamos? Donde Limber no es buena idea. Somos cuatro.
—Vamos a tu casa.

Las balas de lacrimógena inundaban todo nuestro jirón, en frente mismo del
congreso, donde nos aglomeramos. Diego se encapuchó con su polo negro, sus
ojos de tigre blanco, bailaba, hablaba con los demás. Sucesivas tiendas de ropa
elegante nos separaban de los otros muchachos, incansable logro de finalizar el
nuevo decreto legislativo, donde le reducirían derechos a estudiantes técnicos.
Eddy y Ernesto corrían de lado a lado, como antílopes, la policía dudaba en
atacarnos, en la duda, Diego avanzaba y lanzaba lo que podía encontrar en sus
manos. Atacaba y retrocedía, siempre era el que estaba al borde del apaleo y
denuncia. Me escabullí en las tiendas de ropa, pretendía robarme alguno
aprovechando el pánico. Pude contar veinte de nosotros contra quince policías y
venían más. La ventaja de ser poca cantidad del bloque de ataque residía en
poder mimetizarnos con la población pasiva. Además, teníamos a Diego, un arma
poderosa. Se le encargaba algo y lo cumplía. Pensé en mimetizarme y vestí como
cualquier persona, creaba el caos y miedo entre los pacíficos, pensé en observar
mejor la pelea que pelear, guardaba gasolina en mi mochila para quemar algo
simbólico. Los policías lanzaron más lacrimógenas, Diego, Victoria y Diana corrían,
vestidos de negro, hermosos y forasteros, extranjeros emisarios del terror. En la
tienda había mucha gente, me fue imposible robar algo, pero estuve cerca a la
policía sin que me pudieran ver como un objetivo, no me hacían nada, los tenía a
cuatro o tres pasos mío. Habían cámaras de videovigilancia, me entró el deseo de
guardar una pistola, que fácil me resultó acercarme al enemigo. Luego de
golpizas temí de marchas, me aislé y empapé de muchos textos de anarquismo
individualista, insurrecto o anarco-nihilistas, como las Células de fuego, en Grecia
no tenían compasión, cuando un policía asesina a Alexandros Griporopoulos,
anarquista de quince años de edad, los anarquistas, nihilistas, de ese país
quemaron centros comerciales, calles y paralizaron toda la estructura civil como
solidaridad. Diego era un tigre griego, albino enmarrocado, animal abaleado. -
Algún día vengaré tu muerte, Diego, los guardianes de los bancos y casas de
cambios, ahora son un nuevo blanco- Eddy era mejor amigo de Diego, siempre
juntos en las movidas, inseparables amigos. Eddy era como su abastecedor de
vidrio de Diego, en una ocasión me gané esa danza negra. Seguía viendo a los
regordetes policías delante de mí respiré vinagre por pútrido olor de
lacrimógeno. Perdí de vista a Raquel.

—¿Y los padres de esa chiquilla? Saben que está aquí o que —caminábamos a
varios pasos delante de Berenice y Nayeli. Volteé a mirarlas. —Me dan algo de
temor, ja,ja,ja.
—Oe, Berenice está forrada, mantiene a sus parejas, creo que se prostituye con
los chinos.
—¡Carajo! El mundo era más podrido de lo que creí.
—No has conocido nada aún, Dani.

Toda esta mierda pensaba de camino a mi casa, Berenice pagó el taxi, Nayeli
compró el trago, Alonso se divertía de todo esto, mi cara deprimida nos
colocaban en polos opuestos. Alonso que bromeaba a las chicas, recordando
cuando amanecieron en una piscina y no concuerdan horarios y no sabían de
donde sacaron el dinero. Increpé el excesivo gasto en taxi.
—Cuidado con los perritos, Berenice —le tomaba de la mano para ayudarle a
camina.
—Daniel, siempre te digo que tienes muchos perros.
—Amo los animales, Berenice. ¿Tú?
—A los gatitos. Los perros son muy sucios.

Alonso colocó cumbia, salsa, y canciones de infancia, bailaba con Nayeli, se


llevaban tan bien. Berenice me contaba sobre su reciente ex novio, un pata del
barrio de Alonso, un foraja.
—¿Te pidió que le compres una zapatilla de trescientos soles?
—Sí. Que desgraciado, ¿no?
—¿Y le compraste?
—No. Jamás.
—Rayos. Y encima tenía un hijo que lo negaba. —Alonso se acercó, se sirvió más
copas de ron y naranja.
—Alonso, ¿tú negarías a tu hija?
—Jamás. Eso es de lacras. Gente que no vale la pena.
—Sí, que pendejo ese chico —agregó Nayeli mirándole a Berenice —oye
Berenice, Daniel es chévere, ¿no?
—Daniel tiene un buen temperamento y trato con las chicas. No es interesado. —
Alonso reía.
—Yo ahora estoy bien drogado. Ja,ja,ja. La hierba de tu papá estaba buenísima.
Lo siento, Berenice.
—No te preocupes, así me agradas.
—Yo también estoy muy deprimido, Berenice.

“Amor, cuando tengamos una familia te sentirás mejor”, Celeste se echaba en mis
brazos. “Deja de estar triste, vas a estar bien, vamos a estar bien”. Las vagas
imágenes golpeaban mi esqueleto. También abusaron psicológicamente de
Celeste. Era muy inocente e inofensiva, delgadísima, fina. Michael Corleone
llevaba a Katty donde su padre y sus hermanos. “Así te presentaré a mi familia,
nena”, y ella decía que no me preocupara por eso, que ella me quería solo a mì.
“¿Pero tu primo, no te llama, tu tío tampoco?”, “no, desde el día de la madre del
dosmilcatorce, llegaron a casa para saludar a mi abuela en su carro de él, me
evadieron”. “No importa, amor, miremos para adelante, tendremos un hijito en
cinco años, y nos mudaremos y viajaremos por todos lados que queramos, así
podrás escribir muchos libros”. Pasaron más escenas del Padrino, mi película
favorita. “Me siento algo alejado de mi familia, no por los problemas que se
resolverán, yo era como Michael, yo nunca pensé como ellos, yo pienso diferente,
yo moriría en lucha contra el capitalismo”. Y ella que sí, amor, que te entiendo,
que eres muy noble, inteligente, y los demás no te entenderán fácilmente.

—La relación con mi novia se está yendo a la mierda. Lo huelo.


—Ay, Daniel, por una chica te vas a poner así.
—Créeme que cuando estoy normal, sano, no pienso así. El alcohol saca un lado
jodido de mi.
—A mi también me hicieron muchísimo daño, y tengo un hijo, y salgo adelante
como puedo, como madre soltera.
—¿El padre?
—Es un imbécil y misio.
Alonso comentó sobre Erika, y Nayeli decía que cuando la vea le pegará. Estaba
enjuto, ya sentado, escuchando música de Ivan Cruz o Radiohead. Mezcla bizarra.
—¿En qué trabajas, qué haces, Berenice?
“Siempre seré el primero en hacerte sexo anal, nena”, Celeste se exitaba
mirándome, no me soltaba, sus ojitos brillaban en la oscuridad de mi habitación,
y gemía, colocaba mi oreja en su boca para escucharle, “te amo, Daniel”.
“Siempre estaremos juntos, nena, te amo por encima de mi familia”. Celeste me
abrazaba por horas, me apoyaba en su vientre y dormía, me hacía masajes en la
cabeza, por semanas tenía migraña. “Recuerdo mi vida como una película.
Llegaste y me diste un baldazo de agua fría”. “Eras una loquita, lo recuerdas,
putamadre, antes me celaba de ello, hasta el año pasado, me jodía pensar en las
cosas del pasado tuyas. Eliminé esa mierda en mi cerebro”. Celeste era promiscua
y le gustaba experimentar la bisexualidad, antes de enamorarse de mi estuvo con
un tipo diez años mayor, le compraba de todo, le engreía en todo. Un día
decepcionada me llama y me dice que el tipo tenía familia y que no los había
dejado de lado por ella. “¿Y qué esperabas de esta gente de mierda? Cuídate,
loquita, estoy alcoholizándome en el centro de Lima, en Quilca, con mis causas,
porqué no vienes a recogerme”.

—Trabajo para una organización empresarial de chinos. Manejo el área de buffet,


me encanta cocinar, en mi rubro dirijo, preparo, administro, dispongo de
empleados.
—¿Chinos? —Alonso me miraba de reojo para ver mi impresión.
—La mafia china.
—¿Ah? —Y Berenice habló en chino mandarín lúcidamente.
—¡Carajo! Alonso, estás que te vuelves loco.
—Daniel roba licores de tiendas, podrías venderle a los chinos.
—Sí, claro, ellos me quieren y compran lo que les ofrezca. Se pudren en dinero.
—Espera, no me quedó claro. ¿Mafia china? —Berenice reía como niña inocente.
—Sí. Los dueños de chifas también tienen negocios ilegales.
—¿Cómo qué? Ah, supongo que no podrás contar, perdón.

Alonso se quedó dormido con Nayeli, se enroscaron con una manta. Berenice
abría unas páginas web para ver películas asiáticas.
—¿Te gusta el terror?
—Prefiero la acción y épicas, pero dale, me gustará verlo contigo. Quiero ver que
te dé miedo.
—¿Y a qué te dedicas tú?
—A hurtar y de vez en cuando un cachuelo que me llaman.
—Ja,ja,ja. Qué te pasa, es en serio.
—Sí. Estuve estudiando Derecho, me aburrió la rutina y lo dejé.
—Quizá debas darte un tiempo.

Llevé los vasos y la jarra de ron a la cocina, le di una mirada hostil a las paredes,
el alcohol ya estaba haciendo su función, veía a Celeste con algún chico mejor
que yo.. se lo merecía, se lo merecía de verdad. La película One Day, su hermana
embarazada, la fiesta de mi cumpleaños con ella, paseando a los canes, su
Universidad, su cuerpo tibio.

—Que película extraña.


—Esas películas son muy vistas en China.
—Que extraño. —Habían efectos sobrenaturales evidentes. No sé si a los chinos
les gusten ver la clara ficción. Prefiero creer que hay una verdad detrás de una
mentira. —Cuéntame, cómo conociste a los chinos.
Berenice se acomodó en la cama, empujé a Alonso para que nos diera espacio.
—A los trece años mi papá me botó de la casa. Un chino me recogió y conocí a
su familia y su mundo. Me tenía esclavizada al principio, enjaulada en su casa
cumpliendo deberes de esposa. —Carajo, que mierda estoy escuchando. —En los
siguientes años aprendí chino. Me alejé de ese pendejo y conocí a otros grupos
de chinos.
—Y te volviste traductora.
—Algo así, Daniel. No te puedo contar mucho.
—Entiendo. Has tenido una vida dura. Pero eso duro te hace ser más inteligente,
lo sabes. —Bere sonreía, se sentiría bien, acaso, compartir un par de vasos,
pensar y recrear historias muertas, corrompidas, echar una nostalgia al pasado.
Remover el suelo. —Ya está por acabar la película, estoy muy cansado.
—Hay que dormir. —Guardé la lapto, acomodé las frazadas y coloqué dos sillas
para apoyar los pies. Le abracé y le empecé a besar, le quité el pantalón, el
calzón, le mordé los labios —quiero follarte esta noche y otras más, me gustas
mucho, me has parecido una chica muy noble— y le dije que le penetraría hasta
que le duela, ella decía afirmaba el deseo. Cerró los ojos. Luego ella estaba
encima de mí, hacía movimiento equiláteros con su vagina, movimientos
creativos, durante veinte o treinta minutos. Creí ver que Nayeli abrió el ojo unos
segundos.
—Follas muy bien, vamos al baño.

La incliné y la penetré con violencia pensando en Celeste.. pensaba en Celeste


hasta el amanecer.
Capítulo V

Puedo leer en mi DNI (documento de identificación nacional peruano) el nombre


que me impuso mi madre y mi abuela, Daniel, por mi mamamarci, mi abuelita, en
honor a su esposo fallecido y Andreí, por mi mamá, según, un recuerdo vago
tengo de lo que contaba mi padre, era el nombre de un revolucionario ruso. Leí
detenidamente mi DNI, veinte años, veinticuatro de agosto, fecha de nacimiento;
cuando Gonzalo casi me mata. Olía la sangre bañada en mi ropa, mi cabello, mi
cara, saboreé la sangre por voluntad extraña. Respiraba lento, estaba varado
afuera del Bar “Hendrix” de Villa María del Triunfo. Intranquilo, mis ojos fruncían
exactamente igual como cuando Celeste, seis meses antes, me terminó. Vi detrás,
y mis amigos punkis y anarquistas le rompieron la cara al soplón acompañante
de Gonzalo, quien su existencia es tan miserable que no es necesario decir su
nombre. Valeria me cogió del brazo para no tumbarlo a Gonzalo, quien estaba a
punto de arrancar su moto lineal, a dos pasos de mi, Valeria gritó: “tiene arma,
huevón”. Exageradamente nerviosa, me empujó, respiraba fuerte, acelerada, no
sabía como reaccionar, mi amiga. “Carajo, me descuidé, cómo pudo pasar, ahora
que le diré a mamamarci”, fue lo primero que pensé. La moto lineal del soplón
arrancó, viéndose la sangre caer. Me entró ganas de lanzarle una piedra, pero
algunos conocidos, Anyelo y su mejor amigo yacían en el primer piso del bar,
alrededor discotecas, mis amigos pidiéndome explicaciones.. no quería hacer más
el ridículo. Era el fin.

Me despedí del anarquismo esas fechas. Era lo último, además, era necesario, si
quería conquistar mi venganza. Meses antes ya habíamos pasado problemas con
los compas, las amenazas de la municipalidad, de la policía, los arrestos, los
problemas de Diego moviendo hierba, los comedores populares pobrísimos que
apoyaba Fabricio, la austeridad, y las graves denuncias contra mí hecha por una
chica. La depresión que llevaba le añadía conductas adictivas en medio del orden
que queríamos crear. Bebía casi a diario, salía mucho a la calle, incumplía
acuerdos, no me interesaba nada. Salía con chicas, incluso con una de la movida,
cosa que debía evitar y ahora me impongo una disciplina estoica.

Veía mi DNI echado en la posta mientras me cosían la cabeza, doce puntos, me


dolía como cuando me quitaban la pus acumulada en mi frente, cuando caí del
cuarto escalón de la casa de Barush, una cosa extraña. Recuerdo quedarme
mirando su árbol de higo, a cuatro metros de mí, no sé que habría imaginado,
que pronto caí y grité despavorido. Mamá me llevaba con la mamá de Barush y
él a la posta, me cosieron en una erupción de alaridos. Pensé, la primera vez que
tomé en cuenta el conflicto interno, el anuncio del porvenir, como Thomas Ward
en la edición a Gonzales Prada : ”El porvenir nos debe una victoria”. Un título
para crear esperanza en los anarquistas. Ese colapso mental fue el anuncio de mi
porvenir, una carta de algún cuervo trasladado del tiempo, viajó de este año a
aquel, atravesó el espacio y toda lógica. El cuervo se fue más allá del bien y del
mal: saboreé la muerte ese día.

A las semanas de tal hecho, Diego y Alonso, avanzaron a Gonzalo. “Qué chucha
vienes a nuestro evento, Gonzalo, si tú eres rojo, te la pegas de anarco, facho
eres”, me contaron que Diego le miró cara a cara y le habló en la jerga del
maleante que era. Gonzalo había ido con un grupo de hoppers de tendencia,
algunos, comunista. Siempre se organizaba con rojos; seguía argumentando que
era problema personal, que yo había acosado a una de sus amigas, que yo era
un machista, que hablaba huevadas sin prueba, que mis denuncias no debían ser
tomadas como un acto práctico político, sino como un juego infantil. Alonso: “oe
conchatumadre, vuelves a tocar a mi hermano y te mato”. Viviana y los demás
muchachos veían la escena sobre la puerta del pasillo al bar donde organizaban
un concierto profondos para los comedores populares.

“Mis amigos se exponían en problemas por mi culpa”, pensé, y me despedía del


anarquismo que tanto amaba en mi laguna solitaria, conversando con insectos, la
creciente maleza que me esperaba al final del lago, un tono fosforescente.
Gonzalo tenía varias denuncias por autoritarismo y agresión a compañeros, y
violencia machista contra su propia novia, madre de su hija, e intentos de
violación contra otras muchachas, y otros de sus amigos de su banda de anarco
elegidos del reino de Bakunin y Kropotkin también infligían daños, que se hacían
colaterales, a mi percepción. Sus presencias creaban un ambiente hostil y de
incertidumbre en un espacio que queríamos empuñar para luchar contra el
capitalismo y sus séquitos mentales.
Gonzalo trabajaba en una empresa formada por otros supuestos anarquistas, un
restaurante donde vendían animales muertos. “Qué gracioso estos
revolucionarios, vendiendo animales”, les decía a mis amigos, señalándolos de
hipócritas, desde que supe algo de ellos. Gonzalo era trigueño, de mi mismo
tamaño, pero atlético y tres años mayor que yo, cabello trinchudo, lo solía tener
cortísimo, se cuidaba estéticamente, más su floro de elegido redentor de la
humanidad, era un mujeriego como un bufón francés, enano, con gorra roja.

Más pena me daba alejarme de todos mis compañeros y amigos. Mi presencia se


convertía en un peligro para los espacios que buscaban la paz y la construcción
horizontal. Acababa el dos mil dieciséis, me sentía rendido. Diego siempre me
llamaba para que aún participe del grupo, nunca dejó de hacerlo. Los otros no
criticaron ni me desmerecieron, estaban de mi lado pero sin abrazar el mismo
argumento en defensa y objetivo de aislar totalmente a Gonzalo y su séquito de
toda actividad libertaria.

Diego nos trataba como hermanos menores, nos instruía en la historia de los
compañeros ácratas, estrategias para mantener un grupo sólido, sobre algunos
individuos de otras épocas, Bonnot, Durruti, Emma Goldman.

La historia y práctica de los movimientos anarquistas en Perú finalizaron en los


años treinta, sucesivamente a esos años los políticos comunistas y apristas
absorbieron la variedad de tendencias existentes antiautoritarias. Algo así leí en
uno de esos libros que publicaban algunos anarquistas intelectuales que conocí.
Me espesa la garganta recordarlos postrados en sus oficinas, sus centros de
trabajo, sus tiendas, y algunos eventos al aire público. Me espesa la pasividad al
grado de querer reventar botellas de vidrio contra la pared. Pasaron décadas de
nula formación de anarquismo social, quizá alguna que otra propuesta por
organismos ahora recordados con halagaos y agradecimiento. La anarquía murió
en Perú.

En los años 90’ se lleva a la superficie de la llanura húmeda de Lima grupúsculos


universitarios y exteriores. Se fomenta una de las primeras piedras que cimentará
las adversidades que pasarán los pocos anti autoritarios en inicios de los 2000.
Entrando en el 2010 es cuando se observa en las luchas sociales expuestas en los
cementos del centro de Lima, grupos de izquierda, oenegés, diversas
organizaciones enfocados en defender sus derechos, feministas, animalistas, y en
un rincón, de color negro, los gritos de anarquistas comprometidos. Habían
muchos sueños y esperanzas, egos tratando de imponer organizaciones de tinte
libertario en sus entornos cotidianos. Gente interesante que conocí, hermanos y
compañeros de sangre. Y como en todo grupo humano, también habían
bastardos autoritarios egocéntricos hasta el culo de verse a si mismo como
redentores de los plebeyos peruanos. Y también gente con la carne negra de
tanto odiar esta execrable civilización, gente como Diego Zavala.

La primera vez que vi a Diego fue en la marcha contra el decreto legislativo que
le otorgaba inmunidad a la policía de someter a juicio arbitrario contra los
“delincuentes”. Se consideraba “delincuente” a los luchadores sociales en este
contexto. Hay que verlo de ambas formas. Los “luchadores” odiaban esa etiqueta,
porque argumentaban, buscaban defender derechos en ciertos sectores, en base
a ciertas leyes y derechos fundamentales, aunque colisionaban con
organizaciones de lo más repudiable, (Oenegés, municipalidades, o hasta partidos
de izquierda, congresistas y derecha si parecía un juego estratégico), pero no
querían ver que la “delincuencia” también era lo que se fomentaba en las calles
cuando empezaba la gresca y la presión contra la policía.

Poco después de conocer a Diego comprendí que era inútil dialogar con
izquierdistas, revolucionarios o comunistas. Estaban atados a sus propios dioses
como esclavos para cumplir su venia todos las noches antes de dormir.
Quisiera escribir poesías de ataque, una última noche danzando con los espíritus
del pasado, una última gota de sangre emanada por la aspereza de las armas,
agotar todas balas, acabar todo sentimiento de compasión. Cuantos compañeros
presos alrededor del mundo. Cuantas horas pasé pensando en el absurdo de lo
cotidiano, en la necedad, el menosprecio y la estupidez de creernos amos con la
total pasividad de un consumidor. Hay un momento cuando la chispa hace
explotar todos los espacios de nuestro profundo individuo.

Una chica me había denunciado de acoso, en primer momento lo negó, cuando


mis amigas más cercanas le preguntaron, ella me envió las fotos donde se podía
leer que ella negaba tal acusación. La individuo que me señaló fue una de las
amigas mas cercanas de Gonzalo, se dedicó por semanas a esparcir tan asunto
en los medios sociales. Diego me aconsejaba que no bajara al centro de Lima por
un tiempo. En parte tuve la culpa, estábamos alcoholizados, tan igual de
alcoholizados pero, yo era más consciente y la besé, ella me abrazaba, me cogía
de la cintura, me decía cosas extrañas, y cedí, solo nos besamos. La tipita nos vio
y empezó a gritonear en casa ajena el supuesto acoso. Los presentes no
apoyaban su argumento, la ignoraron, la tipita de tanto insistir, le callé la boca,
me abofeteó y le escupí en la cara. Nunca olvidará mi saliva.

“Estás acabado, Daniel, mejor hazte a un lado un tiempo”, me dijo Viviana.

Los anarquistas de esta gran poderosa y hermética ciudad me dan gracia, antes
sentía algo de ternura, un compañerismo, solidaridad exacerbada. Un compañero
anarquista auto proclamado se convertía en un aliado por efecto y causa de sus
pensamientos. Me dan algo de pena los compañeros que conocí, ninguno roba,
conspira, se diversifica en estratos del bajo mundo para plantar la semilla del
caos. Ninguno quiere asesinar al enemigo. Dispersos, enemistados y muchos
autoritarios infiltrados vestidos de negro pululan como luciérnagas perdidas en
los matorrales de edificios, linyeras de las urbes; solo brillan de noche, de día son
otro ciudadano consumista de mierda. Hablan y hablan, proyectan sus principios
y generan espacios que buscan la aceptación social.
Discutía con Fabricio, una tarde austera, fría y desprovista de todo planteamiento;
nos citamos con la intención de organizar fechas de reunión. Con mis camaradas
de. mi distrito ya estábamos vendiendo droga, mercadería robada, buscábamos
fondos de auto gestión y por qué no, extender la violencia. Fabricio, un
anarquista que sobrevivió la dictadura de Fugimori, trabajaba de abogado
apoyando a grupos desamparados en la Federación de Comedores, una
asociación legítima, asistían abuelitos sin familia, serranos viviendo en Lima
buscando progreso, niños callejeros. Años atrás fuimos parte en eventos
solidarios hasta formamos un periódico que no tuvo mucha acogida.

Fabricio taimado, muy racional argumentaba que la expropiación y el ilegalismo


son praxis política si van programados bajo una lógica colectiva a crear, a
construir en la sociedad. Rechazaba tajantemente el placer individual, el derecho
no, la libertad de la guerra individual. Renato y Sandro me esperaban en el bar
de Quilca, no respondí alterado, Fabricio me dijo sin rodeos que mi praxis no era
"anarquista", que más me daba, yo lo apreciaba como compañero. Le contesté
que yo era burgués si creía que la insurrección era para pequeño burgueses.
Seguíamos charlando de otros asuntos, compartimos un par de vasos. Insistió en
participar de las jornadas de apoyo a las marchas contra la opresión policial a los
estudiantes técnicos, hermanos de clase, bla bla bla. Pocas semanas después
asesinan a Diego, no volví a verlos.

“¿No hay forma de reivindicarme, reparar errores, no sé, algo que pueda hacer?”,
pregunté y Viviana me miró de soslayo, enérgica, como siempre, contestó:
“Espérate un par de meses o un año”. ¡Carajo!
Capítulo VI

Las chicas nos invitaron a almorzar, cada una pagó al de su correspondiente


noviecillo que ultrajaban. Una pollería con una infraestructura rústica de bambú.
Atendían venezolanos simpáticos. Berenice le sonreía al chico mesero, un
blanquito de ojos verdes con buen acento. No me importó en lo más mínimo y
ella se daba cuenta. Alonso pedía un plato especial. Humildemente pedí arroz
chaufa simple.
—Estoy sin trabajo, Bere, ¿tienes algo para mi?
—Ja,ja,ja,ja —irrumpió Alonso. —Vende droga, loco.
—Pero no tengo un barrio que me sostenga como el tuyo, en mi cuadra nos
odian.
—¿Por qué, Daniel?
—Una sucia historia, ya luego te contaré..
—Ay, Daniel, pero tú eres chévere, me caes mejor que Limber. —Nayeli peleaba
con Alonso por quien comía más rápido. Que locos estaban.
—Debo irme. Siento que hoy pasará algo cagado.
—Te gusta el drama, Daniel.
—Tú eres el drama, Alonso.
—Bere, mañana te llamo, quiero ir un supermercado contigo.

No sé cuanto habremos almorzado, estas chicas tenían dinero. ¿Qué harían para
conseguirlo? Me jodía imaginarlo, por la putamadre, me jodía, aún tengo un alma
débil por momentos, luego me da igual, lo asumo. Algo me está pasando y
Celeste se da cuenta. Debo bañarme, cambiarme con la mejor ropa, limpiecita,
perfumada, hoy follaré con Celeste, quizá sea la última vez. Necesito hablar con
ella, algo de Nietzsche, algo de anarquía. Ojalá me entienda..
Celeste en una oportunidad les dijo a su amiga Joana que yo era como un niño
abandonado y que le encantaba mis ojos tristes, que nací para tirarle mierda al
sistema. Que ella veía eso en mi. Cuando leía amoralidad, me cuestionó, “que
sería de la sociedad si no creía en ninguna consciencia moral”, “creo que
estallaría un caos fatídico y apocalíptico, lo humano sacaría lo más mierda y lo
más nuclear y real que llevan, el monstruo engendraría mayores bestias y quizá
luego del caos sobrevivan los más aptos, los que negamos todo”, contesté. “Estás
loco, Daniel, sería una completa violencia, libertinaje, destrucción”, argumentaba
que ya lo vivimos, bajo fundamentos humanistas, morales, democráticas, finales..

Almorcé tan pronto que perdí algunos sencillos al cambiarme y hacerlo a la vez.
Celeste en el whatssap: “amor, ya voy a salir de casa, no te demores, te extraño
mucho”.

No la veía casi un mes. Celeste y Bere y Nayeli. Por qué esas figuras en mi
mente. Celeste nunca se prostituiría. Le insinuó una mujer hacerlo y ella lo
rechazó rotundamente, ella tiene principios. Nunca me fue infiel, dice y no me
importaría si no lo sea.

—Eres un mal hombre, Daniel, haces que tus amigos comenta cosas, que piensen
en cosas..
—¡Que mierda! Mi novia dice eso de mi, que afortunado estoy, sabes.
—Tú no eras así, tú has perdido el encanto, la esperanza en la vida. Sientes que
no tienes nada, que nunca lo has tenido.
—Pútridos son todos —no quise argumentar la esperanza dañina.
—Pero yo no te cuestiono tu forma de vivir.
—Yo estoy bien, yo estoy estable.
—¿Y yo no? —Celeste echó su cabeza en mi pecho, me abrazó, un poco rendida.
—Tu locura.
—Estoy loco, siempre estuve loco, es la verdad. Te enamoraste así de mi.
—No quiero pelear otra vez. —Me sentí repulsa al ver su rostro herido.
—Ven, dame unos besitos como la primera vez..
Llevaba poco menos de tres años de pareja con Celeste, no tenía cómo
agradecerle su compañía, ella no tenía por qué, debe ser un poco problemático
hacerse de pareja con un chico como yo con una severa incompetencia para
expresar sus sentimientos más profundos, mal que en cartas y narraciones sí le
cautivé. Celeste había nacido en el mismo hospital que yo en Villa el Salvador y
en el mismo mes. Su temprana niñez y adolescencia la vivió en Villa,
trasladándose de alquiler en alquiler con sus padres. Un padre adicto a los juegos
de azar, una madre con cierta tendencia a la histeria. La carencia económica la
obligaba a su madre a trabajar y dejarla en soledad durante años. Podía hacerse
compañía de sus dos medios hermanos por parte de su mamá, era una
muchacha con los ojos solitarios que me enamoraron. Es una mujer muy buena,
no tiene maldad con nadie.
Celeste me recordaba a mamá.

Miré al espejo antes de huir, dije, entre dientes, “como Celeste me ha follado
tantos años a esta cara de mierda”. Nunca me gustó mi rostro pero algunas
chicas decían que soy simpático.

—Déjame morderte mientras hacemos estas cositas ricas.


—Sí, hazlo. —Le mordí el cuello como los leones a las leonas.
—No te has enamorado de otro, Celeste.
—No, amor, tú eres el único en mi vida. —Celeste me miraba envenenada de
incertidumbre, sus pupilas quebraban al preguntarme.
—¿Tú has conocido a otra?
—A nadie, bebé, solo a ti te quiero hacerte el amor. —La volteé de lateral,
acaricié sus piernas y sus cachetes blanquitos. Le hice caricia con mi pene en su
vagina antes de inyectarle. —Te quiero, nena. No quiero a nadie más, lo juro.
Celeste gritaba con una pesada angustia, carajo, era mi culpa. Le di movimientos
creativos unos cinco minutos hasta sentirla cansada.
—Hazme sexo oral, nena, porfa.
—Ya —me golpeó con un beso de vampira primero.
Cuando éramos los mejores amigos nos contábamos todo. Los encuentros
sexuales, el día a día, las peleas, los estudios, las protestas, los nuevos amigos
que conocía, el alcoholismo. Celeste una noche no supo como amaneció con un
sicario llamado Kevin, ella recuerda en su alcoholismo, que el patita sacaba un
arma.

—¿Vas a terminarme por eso? Porque no puedo aguantar esta puta vida
ciudadana llena de ficciones.
—Quiero expectativas, Daniel, quiero algo más.
—Entonces te equivocas conmigo.
—Quiero que trabajes, vuelvas a estudiar, veamos las cosas como antes, nuestros
planes. —Celeste destallaba sus ojitos, como cuando me pedía tener sexo,
cuando deseaba que le compre algo, esa carita de niña engreída.
—No quiero esa mierda en mi vida. —Celeste echó a lagrimear. —Detesto que
llores. Me voy, cuídate.
Me largaba de Plaza Francia, con la convicción resuelta. Cargado de mierda.
Recuerdo la tiendita de libros de segunda mano cerca al Centro Cívico, volteo y
estaba ella, caminando a mi lado, cogiéndome del brazo, de la misma forma que
luego harían Abigail, Nadia, Angela, mis amigas.
—No sé que estoy haciendo, no sé que me pasa. Perdón. Quiero estar a tu lado.

Puto viaje de mierda, como odio este maldito tráfico. Casi como un año iba
desde Villa María a Los olivos, los parques, los mercados, el Mega, las discos, el
particular calorcito en verano. Como detesto a esta gente de mierda. ¡Carajo!

No sé por qué recordé aquel día cuando, en nuestro supuesto primer aniversario,
asistí al mismo lugar donde nos conocimos, pensando que pasaría, alucinando
que la vería llegar, compré un cartavio, llamé a Steven.. Ella revisaba mis libros,
platicábamos de algunas perspectivas filosóficas, obras literarias, ideologías
políticas. Cuando gané un concurso de cuentos en la universidad se sentía
orgullosa, le prometí que le dedicaría un grupo de cuentos para ella. Nuestra
historia escrita, imagen tras imagen, esperanza tras dulcesitos en Abancay, las
luces de neón, el olor de las provincias ciudades compadeciéndose con la
verdosidad salvaje. Me obsequió un collage con nuestras fotos y frases de
algunas cartas mutuas. Escribió la frase de Diego “Donde estés, est(A)ré”. Ella
tenía esperanza en mi y yo no tenía esperanza en nada al final.

—Y por qué me pediste vernos, por qué aceptaste, ¡por qué volviste conmigo!
Porque tienes sexo conmigo—Tengo la particularidad de quedarme mirándome
en un punto invisible cuando debo expresar lo más íntimo. Mis cejas se
fruncieron, envejeció entre las dos, miré a lo invisible.
—Intento romper con toda esta mierda que me hace sentir atado, intento ser
algo mejor, intento ser un individuo. Quiero ser un buen hombre.
—No lo estás haciendo bien, Daniel, no lo haces bien.
—¿Y qué debo hacer? ¿lo que tú me indiques? Sabes que todo lo que piensas es
solo una repetición infinita de los putos discursos que nos meten al cerebro.
—Ni siquiera te das cuenta.
—Estamos jodidos, totalmente abatido, derrotados, aplastados, apaleados y llenos
con mierda en una cárcel mental. ¡Estoy harto de esta mierda!
—Y qué quieres hacer, inmolarte, meter una bomba, destrucción, quieres volverte
más loco.
—Todo cambió, Diego se fue, no lo volveré a ver. —Me encogí, sentí pesado mis
párpados.
—Ay, bebé, sé que lo extrañas tanto. —Celeste se angustiaba al verme así,
siempre, que habría vivido en casa, gritos, humillaciones, padres podridos,
hermanos cegados por las caricias y castigos de lo cotidiano.

Nos citamos en el supermercado Metro de Alfonso Ugarte, ella estaba vestida


como usualmente, pantalones jeanes pitillos, botines, de un material que brillaba
como la cuerina; un polo que hacía ver parte de sus senos y su casaca jean,
estaba hermosa. Su maquillaje era diferente. Estuve varado como esperando a
mamá aquella vez que mi padre volvía de una temporada de trabajo en
provincia, mamá se fue a comprar agua helada y tardó como veinte minutos. El
estaba oxidado esperando y yo muy aburrido, más aún verlo a él angustiado.
Parecía que Celeste me estuviera mirando detrás del cajero automático que se
veía al lado de la puerta del super. No era un buen lugar para buscarla. Me
trasladaba de un lugar a otro, sin dirección. Quizás era gracioso para ella y a la
vez tierno. Nunca lo sabré, pero la conocía, ella dio por supuesto que yo me iría
a angustiar. Quería comprobar sus sospechas una vez más. La reconocí pronto,
me acerqué..

—Se ubica entra Velasco de Villa el Salvador y la ruta D. El viejo se va a las 9 de


la mañana a su trabajo, la hija mayor a las ocho, se queda la vieja sola. Necesito
tu ayuda, peluca.
—Hace tiempo no robo, necesito algo de acción, me siento tan cansado de esta
mierda cotidiana.
—Yo también, dos meses me guardé desde la última vez. Estuve con Fermín y
uno de los Castillanos.
—Sí he oído del segundo. ¿Tantos quieren entrar a la casa?
—El viejo se va a comprar material por mayoristas en el centro los miércoles. Los
martes, entonces, tiene el dinero en su casa, él no maneja bancos.
—Bien pensado.
—Ya tengo todo listo. Pensábamos cargar ladrillos cerca a su casa en la
camionetita, preguntar por el don y apenas abra la puerta la vieja, entramos.
—Está bien, tengo una amiga, de la bandita hormiga.
—Ayayay, de eso quería hablarte, quizá una amiga tuya tenga capacidad.
—Claro, capacidad de engaño, ya están entrenadas, je,je,je.

Me besó, sin decir nada, sin compadecerse de mi ni de ella, lo hizo como solía
hacerlo siempre que apenas nos reconocíamos, o cuando ya estábamos por
desnudarnos. Celeste no me esperaría nunca más allí y en ningún lugar, ella
estaría subiendo las escaleras del edificio, con sus tacos número cuatro, de su
universidad con algún muchacho responsable con su vida ordinaria, de la mano y
bien maquillada, un estúpido filántropo futuro empresario, un estéril acéfalo. No
recuerdo palabras exactas, ella me miró dulcemente por largos segundos.
—Que rico besas, nena, te he extrañado —me acongojé irremediablemente..
—Te he extrañado, bebé. —Me abrazaba con fuerza, como cuando Nadia me
decía que era su amigo, que le caía de putamadre, que soy alguien interesante.
Como Abigail, delante de Vera, que me quería muchísimo, que soy un buen tipo.
—Te quiero hacer el amor hasta perderme de cansancio. A partir de ahora las
cosas van a mejorar.
—Sí, bebé, tengo hambre. Invítame algo.
—Ten, veinte soles, cómprate lo que quieras. Mientras, robaré un jaggermeister.
Ya suéltame, porfis, en el cuarto me haces lo que quieras.
—¿Cuánto tiempo ha pasado?
—Un mes y tres días. Necesitabamos un descanso. —Recuerdo sus ojos perdidos,
imaginando que yo me follase a otra mujer.
—Te amo. —Apoyó su cabeza en mi cuello.

Casi al primer año de relación tuvimos nuestra primera ruptura. Mi culpa, mi


actuar celoso, la reproducción de los roles que impone la sociedad. Puto
machista. Ella me lo permitía.. un día estalló el odio. Me golpeó y se fue, lloró
días completos.. en ese entretiempo de ruptura, busqué otros cuerpos, otras
Celestes, otras víctimas del erotismo juvenil y la necesidad imperiosa de pagar
una deuda, un par de tiros de cocaína un sábado, y un poco más cuando
quisiera, cuanto quisiera y donde quiera. Celeste parecía que tenía una deuda..

—Hola.
—Hola, me llamo Daniel. ¿Quieres un poco de ron? Está delicioso, el alcohol es
de poco, lo mejor de las cosas que ha creado esta sociedad.
—Me llamo Celeste. ¿Conoces a Antony?
—Me cae muy bien, es un tipo de la conchasumadre, tiene mente abierta.
—Sí, opino igual, tiene una mente bien interesante.
—Y no conoces mi mente. Quisiera conocer el tuyo, tienes ojos de drogadicta.
—¿Eres punk?
—Punk hasta la muerte. —Bebía del pico de la botella. —No me gusta este lugar,
vámonos al parque Quilca a conversar o te quedarás con ese tu amigo.
—¿Luis?
—Sí, ese de cara aceitosa.
—Ja,ja,ja, eres gracioso. Vámonos.

Ella volvía, la vi caminar hacia mí, desde la pileta de esa avenida que no recuerdo,
los negocios alrededor, los niños en las gradas, ella venía caminando a mí, como
la última vez. Directamente a este ser, sin curvas, sin mirar atrás, también
recordaría ella ese cuadro, por meses o años.. ella, perdida entre la multitud; ella
era el individuo entre todas las multitudes, ella no podía distinguir entre el goce
estético descarnado y la falsedad de las ideas salidas de las bocas ignorantes de
su entorno. A ella le encantaba Poe, Kafka, Cortázar. Ella era una figura que se
movía como programada para esto, yo lo percibía a cada paso que daba hacia
mí. Seguía a pocos pasos de mí, en una pieza calcinada, también llegaba de una
discoteca de Miraflores, los shows.. Sus piernas con el tatuaje de su gatito, sus
senos, las orquídeas y rosas en su rostro. Era mi cielo, todo le debía a ella, como
a mis camaradas. Era absurdo volver a los sitios de siempre, Alisos, la playa de
barranco, el puente suspiro.

—Estás loquito, amor, pero me gusta, siempre me has gustado así.


—Me siento deprimido, nena, no puedo más con esto, no puedo más
cumpliendo todo lo que debo hacer, hogar, normas, estudios, trabajo, la
putamadre, me estreso solo recordarlo.
—Tu tía qué dice.
—Nada, no sabe nada aún. Cree que estoy estudiando. Ya le diré la verdad. Ella
está más preocupada por la china.
—Has estado bastante inestable estas semanas. Me has escrito unas que otras
cosas. Habían días que ni me decías nada, ni me llamabas.
—Lo siento, nena, necesito soledad últimamente. Estar con mis amigos, hacer
algunos planes, me siento en la nada.
—Tú has decidido estar así —almorzábamos en la plazoleta de Jr. Cuzco, nos
gustaba comer al aire libre, hace años le planteé eso, hacer algunas cositas
opuestas a lo cotidiano. La gente nos miraba mucho cuando vestía punk y ella
rocker.
—No quiero hablar mucho de mí, de verdad, no quiero que te importe. No sé
que pasará más adelante. Las células de fuego en Grecia.. supongo que
empezaban así sus carreras delictivas.. no sé si hablarte de estas cosas. Me siento
mal.
—No, amor, cuéntame, quiero conocerte más. — A Celeste le encantaba peinarse
de diferentes estilos, se pintaba el cabello en variedad colores. La primera vez
que la vi tenía el cabello rojizo como mamá.

Cuantas chicas vi como tú en mis andares vidriosos, cuantas chicas con tu perfil,
con tu caminada, con tu seriedad, con esa naricita respingada que te mordía.
Toda mi vida se resumía en ella hasta hace unos años. La piel blanca que se
imponía sobre mi carne, ella me miraba a los ojos, nunca dejaba de hacerlo,
super delgada, de rasgos esbeltos, sus manitos parecían de alguien que nunca
trabajó, su sonrisa y sus ojos como de drogada. Me encantaba esa locura clínica
que expresaba sus ojeras por noches enteras sin poder dormir ella, estudiando,
bailando, drogándose.

—¿Una relación?
—Sí, quiero una relación contigo. —Ella se reía de mi expresión temerosa.
—Sí, yo también. —Me besó como Ian a su novia en un concierto.
—La pasaremos vacan, quiero que dejes esa mala vida..

Alquilamos un hostal, teníamos toda la madrugada, a media noche saliéramos a


caminar y ver a algunos amigos parranderos. Los conciertos en Vichama, las
cervezas del Bar Munich, los atolondrados poetas punk merodeando, alcohólicos
en cada esquina, la Casona de Camaná..
—Hay que ver una película y conversar tranquilamente, nena. —Celeste me
abrazaba la cintura.
—Sí. —Me besó y entendí.
—Ven aquí. —La cargué entre mis piernas y abracé todo su cuerpo, todo lo que
pude.
—Te extrañé mucho, no quiero separarme nunca de ti.
—Cállate, no digas esas cosas. Todo va mejorar. —Quité las frazadas y le cubrí su
delgada cintura. Bajé la cortina, encendí el televisor, serví las copas de
jaggermeister, encendí algunas velitas, le besé con una gran ansiedad, y le quité
la ropa, besitos en la barriguita, en la pierna, en la cintura, en sus pies. Bebí las
copas.
—Ay, amor, me dejas con ganas.
—Sí, quiero hablar contigo. —Mi voz decayó.

No podía vivir así, despertar, bañarme, estudiar, acomodarme a la simple


obediencia a la sociedad, alcanzar un puesto laboral, quizá, reproducir la misma
barbaridad. Me dolía el estómago, me daba infecciones, gastritis, enfermé del
hígado, migrañas por horas, daño a mi sistema digestivo. Síntomas colaterales,
ocho meses no pude beber alcohol por el estrés que hacía daño a mi sistema vital.
La caminata de la avenida Wilson a la universidad, sentía que en cada paso yo
escapaba de mí mismo, que algo muy profundo de mi vida se iba de mis manos,
las caras diarias de gente sin corazón, abatidos, como discos reproductibles con la
misma tonada de mierda. Sabio Benjamin: “la humanidad, que antaño, en Homero,
era un objeto de espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en
espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite
vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden”; estamos
cagados y mantenemos esperanza con la plena conciencia de estar jodidos; frases
de pensadores, artículos, ensayos, Foucault, la normalización, la destrucción de la
metafísica, el mito de Sísifo, las añoranzas anarquistas, el individualismo, liberación
animal, Deleuze, Derrida, incomprensión, el año en que estudiaba Derecho más
prestaba atención a otras lecturas, necesitaba liberarme del tedio.. necesitaba el
camino al nihilismo.

—Quiero explotar, me da rabia, me enerva, no lo puedo controlar, Celeste.


—A él no le hubiera gustado que estés así.
—Tú no sabes eso, no lo sabes.
—Tú sí, míralo, está muerto. No podrá hacer nada, ni por sus hijos, los dejó solos.
—Murió valiente. No hables así, no lo conocías.
—Dejó a sus hijos solos, todo por la locura de la anarquía, de la rebelión.
Ustedes son buenos chicos, líderes, buenas personas.
—Diego volverá a morir una y otra vez, por la eternidad, y no podrá regresar
jamás, no podrá evitar su muerte, no podré evitarlo, Celeste. Le he fallado. Me he
fallado a mi mismo. —Celeste no decía nada, caminó hacia el baño, le dolía la
cabeza, quizá, Celeste ya estaba en otra habitación. No había forma de volver a
ella.
—Debes preocuparte por ti.
—Eso hago, me preocupo por mi, mi individuo no existe, me siento dentro de
esta masa putrefacta.
—No lo haces bien, que opinaría tu mamá de ti ahora. ¡Dime! —Quise abrazar a
Celeste, consolarme, me evitó.
—Ella nunca lo sabrá. No la menciones en esto, carajo. —Tú eras mi mamá,
entonces..
—No puedo con esto, Daniel, no puedo. La vez pasada me rechazaste, me
dejaste botada. Me da que pensar que quieres dejarme. —Aún ella oponiéndose
la abracé fuerte.
—Estoy jodido, Celeste, no me dejes, por favor. No te lo voy a decir otra vez,
créeme que nunca más lo haré. No volveré rogarle a nadie, a ninguna persona,
idea ni dios. —Asesinaré todo lo que pueda, Celeste, toda esta mierda hostil,
fundamentando todo vestigio de opresión, toda supuesta panacea mental y sus
psicotrópicos, destruiré todo lo que pueda cuanto pueda, me destruiré a mi
mismo, no lo pensé.

No podía vivir así, me siento amargo de todo el tiempo que he perdido y perderé.
No disfrutaba de mis lecturas favoritas de algún tiempo, no disfrutaba de la
literatura, a menos que se recree en un ambiente de desesperanza corrompida por
el crimen. Mi cuerpo pedía a gritos salir de ese universo donde nada gravita por
orden primitivo, nada se resolvía, problema tras problema; era una vida de mierda
donde todo parecía tener sentido. Me rebelé a mí mismo, luego contra la
civilización humana y su beneplácito antropocentrismo asqueroso. Respiré otros
aires lejos de la mentira, de la ficción ideologizante enmascarada las ciencias
sociales, lejos de esos techos que crea la epistomología clínica, sus dientes
aberrantes, habría que destruir los libros más repugnantes, nosotros no
pertenecemos a un “todo”, no hemos nacido para responder a la consciencia ni la
moral. ¡Hemos nacido para destruirlo todo! ¡Canto de guerra! ¡Al lado de Mauri,
de Kevin, de todos nuestros muertos! ¡Toda la carne que apuñala la policía! ¡Todos
los lamentos perdidos! ¡Todo el sufrimiento volverá a quienes nos inflingen! ¡Ellos
también van a temer de nuestras armas!

—De qué exactamente quieres hablar, mi amor.


—De ti y de mí, a dónde iremos a partir de ahora. Quiero una casita en España.
¿No quisieras irte conmigo allá?
—Claro, amor, contigo a donde quieras. Pero debo primero independizarme de
mi familia, que te conozcan de otra manera. —Recordé el problema con su
hermano aquella vez que la dejé en su casa borracha. Me golpeó y le respondí
como Alonso me enseñó.
—Desde que dejé la universidad ya no tengo migraña. Me siento tan relajado.
—Si paras fumando y bebiendo.
—Robando. Ja,jaja.
—Ay, por qué haces eso, bebé. Explícame bien ahora, por qué robar. Entiendo
que los ricos nos quitan todo, pero por qué hacer lo mismo que hacen ellos.
—Porque es necesario, hay cositas y placeres que nos privamos por el trabajo de
mierda. O acaso a ti te gusta perder tantas horas cuidando a esas niñitas por un
pago miserable.
—Me gusta mi trabajo. Aprendo muchas cosas como cuando sería mamá.
—Igual es un trabajo de mierda. Nadie debería trabajar, deberíamos jugar
eternamente. —Recordé caminar hacia la estación de tren, todos los días, leyendo
a Bob Black, “La abolición del trabajo”, a Ted Kaczynski, “La sociedad industrial y
su futuro”.
—Ten cuidado, amor.
—No te preocupes. Al parecer soy inteligente en esto. Luego aprenderé otras
cositas, tendré mucho dinero y nos iremos a algún lugar.
—Ay, amor. Estás loquito. Ja,ja,ja.

Me encantaba cuando Celeste saltaba encima de mí y podía ver y acariciar toda


su espalda y parte de su vagina penetrada. Le decía que tenía una cintura de
barbie, de una muñequita divina. Fumábamos marihuana antes de hacer esa
posición. Mi pene ingresaba violentamente, le ayudaba en su equilibrio
cogiéndole parte de los cachetes de su rico trasero. Ella cerraba los ojos. Luego
le lamía la espalda, le arañaba suavemente, toscamente, en proporciones
desiguales y azarosas. Le pedía que gritara, ella seguía moviéndose en círculos,
en cuadrados, en triángulos, en invenciones animales. La posición del 69 era
nuestra favorita para ambos. Me chupaba el pene y yo sus líquidos vaginales, le
hacía con una velocidad perfecta para hacerle gritar. Me arañaba. Celeste volvía a
mi siempre, yo era el amor de su vida. Me lo decía en todas las posiciones
existentes que hayamos hecho. Mirando al agente Mulder y la agente Scully,
leyendo a Vallejo, bailando salsa, entonces..

—Hazme sexo oral, nena. —Le cogí su cabeza disponiéndola a mis piernas. Me
dio una mirada de vampira.
—No eyacules amor, como la otra vez, que malo.
—Soy tu chico malo. —Celeste primero mojaba con su lengua mi glande, me
masturbaba, mordía suavemente mi escroto. Le daba besitos extraños, quitaba
algunos pelitos de que su vagina alojaba tiernamente.
—Me encanta, nena, que rico. —Celeste me decía que le encantaba mis palabras
exitadas, disfrutaba mis alaridos.

Minutos en las que me consumía el placer de su boca, su lengua obsesiva, sus


labios moviéndose como lápices, quisiera un lienzo, dibujar a Celeste, pintarle
esos labios comiéndome. Luego de los primeros meses que investigaba
empíricamente el sexo oral, encontró mis puntos débiles, con sus labios intentaba
absorberme al momento de subir a la cúspide de su placer, y volvía. Celeste era
una bestia y yo un mantis religioso para ser almorzado.
Hace cinco días Pochi me dijo para asaltar un banco, pensé muchas variantes
para hallar mi propia ecuación, mi dilema personal, entiendo a la muerte como el
paso consecutivo a la vida, y como desear vivir, también deseo morir en la misma
intensidad. “Hace falta una moto, y un arma”. Bebíamos en un bar-disco, Perú
había ganado a Chile, pasaría a las finales. Decidimos ir a la disco más cercana.
Oscar llevaba medio kilo, vimos algunas amigas comunes, algunas caras
conocidas me vieron con ellos. ¿Qué pensarían? Al día siguiente desperté con
mucha ansiedad, el alcohol tocó neuronas, la angustia estaba como música
adueñándose del ambiente de mi habitación, Angela me vio asustada, me
consolaba, el ritmo cardíaco se elevaba, no evité aquellos pensamientos, los
sueños, las imágenes bañados con colores, los días luego de morir. Me
imaginaba un mar de lágrimas y bombas haciéndose en mi nombre. Saldría en
los noticieros, la prensa me relacionaría con Diego, el círculo de lectura publicaría
mi libro a mi nombre, no me imagino más, si muriese como Kevin, como
Mauricio, Diego, Claudia, y miles ángeles caídos, todo el odio que nos determina,
presos mentales de hospitales, deseos frustrados, la extinción de las plantas
acercándose, policías armados, individuo enfermo aplastado, la luminosidad que
no se apaga, la puta autoridad, los abusos por milenios. Viviendo por encima de
cadáveres. Cagada de mierda, esto es una cagada que debe ser aniquilada hoy,
para hoy, y por cada uno, no por una causa, no por un progreso o desarrollo.

—Eres mi gatita, yo soy tu gatito callejero. Eres la doncella gatita de esa película,
ay, no recuerdo el nombre. La gatita tenía tres gatitos bebitos.
—Te amo, mi amor. Eres todo para mí. Qué sería de mi vida sin ti, me pregunto a
veces —su voz bajaba a una levedad de suspiro —Qué sería de mi vida sin
Daniel, él me ayudó, me sacó de esa vida, me iba a perder más.
—Tú me adoptaste, nena.
—Eres mi hijito bonito, abandonado niño tonto y malcriado.
—Oye, no me digas así.

En el nombre del progreso y sus putrefactas civilizaciones el humano moderno


continuara dañando terriblemente la tierra, eso no va cambiar. Pero recuerden
que acá estamos nosotros, atentos a lo que pase, anotando nombres, verificando
direcciones, acá estamos nosotros para devolver mínimamente el daño causado a
nuestro entorno y para eso nos valemos de explosivos caseros y otras armas.

—Terminé con Celeste, Kenny.


—Lo siento, hermano. Ella era todo para ti pero, estaba enferma. Loca
desquiciada.
—No quiero estar con nadie nunca más. No merecen mi individuo.
—Sí, mano, vamos a robar un jaggermeister.
—Puto jaggermeister, jaja, me emborraché con eso con ella.
—A Raquel también le gustaba.
—Ella sí está loquísima. Sabes, no es como Celeste.
—Me llega, we, vámonos, alístate. No estés aquí.
—Necesitaba un par de días a solas. Menos mal llegaste, quiero enseñarte unas
cositas, mano. Quiero robar. Quiero profesionalizarme en esto. Me da igual todo.
—Yo seré el espía, jiji.
—Gracias, Kenny.

Faltaba una moto, un conductor y un arma. Conseguí los tres requisitos, tres
personas me harán el seguimiento de la mentira. “Mentira”, recuerdo esa palabra,
como aquella vez cuando discutía con Celeste, todo empezaba desde el inicio otra
vez, todo volvía a la luna morada; “toda nuestra vida, nuestros sueños, nuestros
objetivos, todo nuestro pasado, nuestra construcción de vida, nuestros criterios
también han sido una gran mentira, Celeste. Todo lo que hagamos, dentro de la
civilización bastarda no generará vida, estamos muertos..” Ella no comprendía el
eterno retorno, las cenizas asifixiándome, la pólvora escondida en el jardín, entre
flores, entre pistolas, entre animales y sus espíritus.

—Amor, te quería decir algo, ahora.


—¿Ahora que estás así? —Ella estaba de lateral, le penetraba con suavidad,
haciéndonos cariñito mutuamente.
—Sí, bebé, quiero tener un hijito. Ahora, quiero embarazarme.
—¿Qué? Nena, hablas en serio.
—Sí, amor, sí, lo quiero ahora, por favor. —Por unos cortos segundos me calenté
más aún y la cogía con profundidad, con mayo velocidad.
—No lo sé, amor, no tengo trabajo ni ningún oficio. También quisiera un hijito
contigo.
—No importa, Dani, yo lo cuidaré aunque tú no puedas. Quiero tener un hijo
contigo. Solo de ti.
—Amor, no sé si aceptar la idea de tener un hijo.
—No me digas eso, por favor. —Quería llorar, no quise ver eso otra vez y opté
por mentir, huir de esa situación.
—Ya, sí, sí quiero, al carajo todo. —Ella sentó encima de mí, me dominó, me
tenía en su poder, y yo me dejaba llevar por su deuda. No sé si la pagó conmigo.
Esa deuda me hacía oscilar entre la vida y la muerte, creo que era mi primer
elixir. Sus cabellos estaban desordenados, parecía una punki con la rapada lateral
por un lado.
—Tendremos un hijito y lo cuidaremos siempre, cuando serás papá cambiarás, te
harás responsable, te sentirás lleno, amor, tú estás solo. —No sé por qué ya no
me dolían esas cosas, ya no me afectaba, me sentía insensible en ese lado de mi
vida.
—Sí, ven, vamos hacerlo hasta agotarnos, sentirás calentito mi semen, luego me
lo chuparás, ya, amor.
—Sí. Sí. —Vi el piercing en su ombligo por última vez. Sus piernas
encarcelándome, sus senos, su cuello con los dos pequeñísimos lunares. Ella
gemía, gritaba, seguía soñando, yo al lado de ella, cargando un bebé, en un
futuro cercano, ella me quería en su vida, no le importó sus padres cuando
volvimos, ellos estaban en contra de mí, tampoco la opinión de sus hermanos ni
de sus amigos. Ella daba todo por mí, como mamá, como papá.
—Ahí, ya, sí, ya llegué. —Eyaculé el líquido preseminal y me fui al baño.
—Lo hiciste, amor, de verdad.
—Sí, nena, tendremos un hijito, ¿cómo le llamaremos si es hombre o mujer?
—Varinia, tú siempre querías.
—La esposa de Espartaco, pero si es hombre, ¿Cómo, entonces?
—Luan.
—Ya. Luego pensaré el segundo nombre.

Dormimos, salimos a beber a Quilca, cenamos en cualquier hueco, ella ya se


sentía con los síntomas, fingí muy feo. Tenía que escapar, no era ningún mérito,
no podía hacerlo, no era justo, no se puede. Bajo ningún motivo. No puedo traer
hijos a este mundo bastardo. El peor pecado es eso. Ella no lo entendía, nunca
leería a Cioran, en su texto lo dice claramente, no porque él lo diga. Vivimos una
sobrepoblación abrumante, un hijo se convertiría en una masa acéfala buscando
un rey, sufriendo irreversiblemente. No podía traer hijos.

Capítulo VII
Una mañana calurosa de enero, ya aburrido de verme corretear de niño tras los
perros o carneros que mi abuelita criaba en el friecito pueblo de Chumpi, con el
sentimiento de absurdo minándome, y una batalla perdida contra el gran muro
de plástico, garabateba algunas páginas con una inexplicable hambre de
sedarme. Pensar en la muerte me traía recuerdos de infancia. Veía a papá y
mamá jugando con mis canes, en las higueras y chapoteando el ríachuelo
contiguo de la chacra.

Le pasé algunos poemas de Mauricio Morales a Antonio, el conocido de Sandro,


un pendenciero que vivía de aquí a veinte minutos en bus; yo sabía lo que
practicaba Antonio. Quedamos para salir a expropiar mercadería, dialogamos
sobre hip hop, sobre política y poesía. Algunas experiencias en la calle, con
chicas, en borracheras, aspiramos cocaína; Antonio tiene una silueta de
embustero, del tipo que a la primera que te descuides te va “avanzar”. Tiene
talento para el canto, y sus facciones de niño bueno endulzaban a las chicas.
Cuando lo vi, me saludó, muy caballero, con la sonrisa encantadora de niño
bueno. Tiene rostro bien cuidado, nariz pequeña y unas naturales líneas negras
alrededor de sus ojos, y pestañas refinadas. Un buen muchacho.

Abandonaba un corto estudio de diseño gráfico, escaseaba el dinero, a la última


clase que tenía permitido ingresar me lo negué, caminé sin rumbo todo Ciudad,
sintiéndome asesinado por las multitudes absurdas y decrépitas; aún sentía un
peso arrasador en mi espalda, como un animal alimentándose de tu vacuidad y
tu poca energía. Tenía tantas ganas de acabar con mi vida, no soportaba aquellos
putos días, y claro, no serán los únicos, ni los últimos.

Jalamos harta cocaína, bebimos cervezas, visitamos a Kenny en su trabajo de


barbero. No veía a Kenny desde que nos separamos cuando empezaron a
acosarle los ternas a Limber. Me sentí tan conmovido. Flotaban los recuerdos en
mi cara al verlo cuando convivíamos en casa como hermanos. Como chilenos
aguerridos.. Expropiamos ropa, tres licores, fumamos marihuana; Antonio propuso
terminar en el parque Kennedy, él quería conocer alguna chiquilla de esa zona, al
parecer le gustó mi corta historia con Alicia. Fumamos marihuana y luego de
conversar muchos temas profundos, me miró, a los ojos, con los mismos ojos
cuando le conté que allané una empresa, una clara decisión personal, una turbia
sombra se apoderaba de sus ojeras, como mis hermanos en problemas: “mano,
hay que poner”.(raquetear)

Batallo contra un muro gigante, y somos sombras acechándole toda su


iluminación infinita, ¿a dónde llegaré? Quiero ser un hiperbóreo, un guerrero, un
lobo, mostrar mi jauría, quiero ser azufre explosionando la atmósfera. La ciudad
me atiza cuchillos y hace bucólico a todo lo artístico. Aquí, en este mundo, no
hay espacio para pensar por la cuenta de uno mismo. Días antes leí otras
biografías de algunos insurrectos anárquicos o nihilistas del pasado. “Qué
románticos, me parecían”, le decía a Sandro de camino a la dirincri para recoger
los objetos personales que no nos devolvieron.
—Hijos de puta. ¡Hijos de la gran puta!

Además de sacarnos doscientos soles se quedaron con su celular, unos objetos


de maquillaje de mi amiga tendera. Sandro me veía angustiado y me dio
clonazepam:
—Tranquilízate, Daniel.
—No deberíamos existir, creo que nadie en este puto universo debió haber
nacido. —Caminábamos de Abancay para la estación Miguel Grau del tren—
Nuestra consciencia y nuestra razón creó una ficticia idea de lo que es bueno
para nosotros. ¿No crees?
—Sí.
—Lo más honorable sería suicidarnos. Pero por qué suicidarme, ahora, Sandro.
¿Por qué?
—¿Le vas a dar el gusto al sistema que tanto odias?
—No sé, tío, no sé. Esta sociedad me asesinó cuando nací. —Las lágrimas caían
en mi interior, mi voz era como esa radio vieja que mi abuela guardaba como
reliquia, se apagaba, volvía con fuerza, una sutil languidez creaba la atmósfera.
—No sé que voy hacer para fin de año. Mi flaca me pide dinero, ropa para mi
hijo, algunos regalos.
—Tener un hijo debe ser algo hermoso. Que no te joda lo que diga, pero Cioran
decía que el peor error es ser padre.
—Que Cioran se vaya a la mierda. —Sandro volvía sus ojos a mi, volvía al centro
amontonado de gente del comercio mayorista de Abancay y al rededor. La luz de
los de la tienda de ropa nos iluminaba completamente. Y esa luz me hacía
vulnerable, me empapaba de miseria. Sentí que éramos los únicos entre toda la
maquinaria de comercio. Venezolanos, serenazgos, policías, estúpidos, estúpidas,
mediocres en general.
—No sé qué hacer, viejo. Ya no puedo expropiar, por ahora. No tengo dinero, no
tengo alguna habilidad.
—Es porque no has querido.
—No lo quiero, viejo. Quería vivir a mi manera y siento que me equivoqué. —
Compré un cigarrillo a una señora con mirada policíaca y señalé hacia Wilson—
Extraño marchar con la gente. Quisiera un gran saqueo poblacional. ¿Por qué la
gente es tan cojuda?

Mi voz desvariaba. Pero podía confiar en Sandro. Su único problema era la


adicción. A Sandro podías verle igual que yo, sentado podrido en frente de su
computadora, esperando a su novia, aburrido en el tren camino al laburo, con la
justa medida exacta de una cara completamente aburrida, quizá leyendo algo
pero buscando perder el tiempo, sus ojos brillan con el reflejo del día, sonríe y
no hace mueca. En el fondo está contando sus últimos días.
—Toda nuestra vida ha sido una mentira. Buscamos ser alguien, buscamos alguna
característica, una sensación de alivio al infinito absurdo. Una máscara para
enfrentar la muerte.
—Deja de pensar en esa mierda, Daniel. Toma, otra bromazepan.
—No quiero esa huevada.

Los deseos de acabar con mi bastarda existencia humana, la carga


inconmesurable de nacer humano. Me decía, ¿por qué no nací perro, liebre,
jabalí? ¿Por qué humano?, los sueños con el pasado y la nostalgia de infancia,
una nube negra acechaba el calor de enero. No tenía ganas ni de ir a la playa,
me pesaba cada paso, salía a correr por las mañanas con mis perros, volvía a
casa, expropiaba, leía, veía algunas películas, volvía a leer. Las nihilistas rusas
contra el zar, Ecce Homo, bebía los últimos licores que me quedaban. Sandro me
contagió su deprimente costumbre de la bromazepan. Recordaba a Alicia y por
qué la cagué. Sandro irrumpe mi costumbre solitaria un día soleadísimo, invade
mi habitación drogado, cantando unos versos con los fondos musicales clásicos
del hip hop. Su novia porfín le había dejado y no había forma de arreglarlo,
según él. Días depresivos, días de muerte.

Sandro llamaba a David y en el parque del barrio fumábamos hierba con otros
chiquillos vaguitos, salimos a un bar del centro de Lima entre esos fatídicos días,
yo apenas tenía veinte soles, David auspició los tragos. Ellos bailaban y se
entusiasmaban, una noche de no saber donde terminar.. conocimos unas
venezolanas de dieciocho y diecisiete años. Ambos estaban emocionados llenos
de las luces multicolores. Yo bebía sentado observando las calles, pistas, autos, la
gente arrimarse en algún centro alcohólico. Caminamos con las chicas a jirón
quilca y si había algun fantasma. Compraron un par de rones, me vi exactamente
como hace tres o dos años, con los compañeros de lucha bebiendo hasta el
amanecer.
David me objeta por mi pasividad. Me dijo al oído, un poco ebrio, que quería
expropiar conmigo, quería hacer explotar al país entero, que estaba harto de esta
vida de mierda, que intentó muchas veces salir adelante legalmente y no pudo.
Que se cansó: “la sociedad no está hecho para progresar”. Que tenía una hija y le
deprimía continuar en ese patético estado económico. “Verás que nos saldrá
bien, Daniel, todo esto se construye de a poco, estudiemos la cancha.” Eran las
cinco de la madrugada esperando el bus en el parque del Sheraton. Solo
deambulaban las almas de los trabajadores municipales, borrachos y borrachas
en algunas veredas, aves en los árboles, una tremenda e infecciosa oscuridad
imponiendo su inexistencia. David ya no podía vender ninguna droga. Las
camionetas de la policía lo subían a la parte trasera, le exigían dinero, y si él no
estaba cargado de droga en su interior, lo dejaban ir. David me enseñó que en la
camioneta misma podías negociar con los policías, “si son personas, como
negociar cualquier trance”. David solía andar cargado de montos de hierba o
coca por las calles, pasaba algún amigo de él, o conocido de su barrio y le hacían
señas con los dedos, a veces dos dedos en la sien, si indicaba marihuana o le
decían “c-c” para la coca. Podías verlos con un dedo tapándose el orificio de la
nariz o la palabra “weed”. Pensé que debí aprender a expropiar hace muchos
años antes. Podía enmendar mi error.

La primera vez que supe de Antonio fue por una denuncia publicada vía
Facebook. Policías encubiertos lo acosaban de preguntas si había allanado una
vivienda ubicada en Surco. No opuso resistencia y no se negó. Permaneció
callado negando algunos detalles. Puse toda mi atención al video, uno de mis
conocidos resultó ser delincuente. Antonio vestía de azul, una gorra negra. Sus
ojos emanaban un gran llanto interior, como dijo Diego, “es como si te atraparan
y te llevaran al final de tu vida.” Antonio con algunos maleantes de su banda
rompieron la puerta, treparon, escabullidos en la oscuridad, con un auto taxi
station a la espalda de la cuadra, desvalijaron lo que era ajeno, lo que era del
gran puto capital, lo que le sobraban a esos hijos de perra acaudalados sin
problemas. Una vecina que pudo verlos desde fuera llamó a serenazgo y la
policía hacía sonar su claxon mientras Antonio buscaba donde esconder su
“baby”, una imitación de un Taurus.

Todo lo racional, todo lo humano, todo este hermético sabor a metal y plástico
en una tarde cálida primaveral dentro de un bosque y una ciudad ensañándose,
una multitud aniquilando.. dicen siempre nuestros padres, nuestros
contemporáneos y nuestros más cercanos amigos que la historia o la vida está
para algo, algo nuclear. Todo esto es hijo de las ruinas de la humanidad. Putos
mediocres. “Cobardes”, aquellos que se regocijan en alguna idea y esperanza.
Aquellos satisfechos en la normalidad. Aquellos que encontraban en el
consumismo algo logrado. Aquellos que debía perecer y asesinaron las flores,
mutilaron al individuo salvaje, enlodaron de mierda alguna caverna, eliminando
poco a poco al espíritu voraz de vida.. esto no puede ser vida. Obedecer, cumplir,
dejar constancia de cumplir a la comunidad, de respetar o tolerar las miles de
ideas flotantes como gases tóxicos, formando cuerpos. Me imaginaba una vida
diferente de niño, recolectando frutos, investigando la vida salvaje, bañarme en
cataratas, proteger a los animales de peligro en extinción, me imaginaba una vida
de verdad.. pero alguien, la sociedad en forma humana, apareció por la espalda,
me secuestró, me privó y me llevó al patíbulo, a la muerte de la vida y el
nacimiento de la civilización. Miles de profesores metiéndoles mierda a los niños,
millones de niños mal educados por padres. “Que la ley es necesaria, que la
tecnología es progreso, que el dinero es lo mejor, que adquirir productos es
vida.” La vida humana vale menos que un pedazo de metal. Es más fácil procrear
que metales inagotables, petróleo, oxígeno, agua. ¡Vivir en guerra! ¡Vivir en el
mar y no en la tierra! El tiempo se acaba, pensé. Amé lo que hice con mis
camaradas, y cuando me amenazaban de cárcel los policías inflados, miré mis
manos, limpias y frescas como de niño. Antonio me propuso robar y pensé, es
una oportunidad para acechar en la calle. Expropiar a una víctima es muy
diferente que esconder mercadería ajena en la ropa. Robar con arma es un delito
propiamente y la pena son tres años de cárcel. Es ahora o nunca. Acepté.

Los Individualistas tendiendo a lo salvaje lanzaron otro comunicado, del cinco de


enero del 2019, en chile “sobre bomba” con las últimas palabras escritas del
asesinado Kevin Garrido. -Ellos sí están en estado de guerra-

“(…) Por lo Inmoral e Indiscriminado ¡¡Viva el Terror, las explosiones y el


fuego!! ¡¡Muerte a la civilización y todo progreso humano!! (…) A la ciudadanía
espero le explosen infinitas bombas (…)”

Recordé su carta, su profunda desolación secuestrado por el Estado chileno, el


asesinato dentro de la prisión.. vi a Diego otra vez, a mi padre también. Encendí
la música de Tchaikovsky y repasé todo mi historial.. escribí unas cuantas cosas
en mi ordenador, como si quizá fuesen las últimas..
“Hay que expandir el fuego en estos territorios. ¡Hay que dejar la vida en la
guerra! ¡hay que dejarnos morir por el deseo de libertad! ¡Hay que amar la
muerte con toda la sutileza e inteligencia! Nunca podrán aplacar el deseo de
vivir, el deseo de más, del mayor placer sobre el planeta, el grito de millones de
caídos en batalla. Nunca podrán acabar con nosotros. Nunca nos atraparán
porque cuando muere uno, nacen cien. Cuando mueren cien, nacen mil y en no
muchos años empezará una guerra sin cuartel en las calles por las capitales del
mundo entero. Y este era mi lucha individual, no del pueblo ni de ninguna
ideología. Es mi guerra contra la sociedad.”

Robar a mano armada no es igual que expropiar en supermercados. En algún


sentido hay definiciones que se deben absorber antes. Como un niño cuando
juega sin importarle el mañana. Solo juega. El ladrón conoce el funcionamiento
de su cuerpo, un peristaltismo y un hambre anormal. Un individuo que desea
robar lo sabrá en la primera vez que lo haga. Si da un paso atrás, no volverá a
pensar en ello. Conocí forajidos que en situaciones límite se echaban atrás, pero
volvían. Se requiere una gran dosis de entrenamiento mental. En mi caso fue así.
Antonio me esperaba en la avenida principal cerca a casa, escolares pasaban,
portaban sueños, mochilas, y una gran ignorancia. Lo vi y le di la seña con dos
dedos para que me siga, compré una lata de cerveza, cigarrillos.
—Habla, mano. —Reía. —¿Conoces a una flaquita llamada A.? Vive por aquí.
—No conozco a nadie de aquí, viejo. En mi barrio no existo.
—¿Por qué, mano?
—Problemas de familia y de vecinos. Igual, todo fresco. Nadie sabe nada de mi.
Ni se lo imaginan.
—Bien, mano —me ojeaba, parecía un niño inocente en la manera de hablar.

No sabía qué pensar o decir, pero estaba preparado para morir. Vi un alumno,
caminando con un libro en mano, y me vi a mí, como hace ocho, nueve, diez
años, perdido en la imaginación leyendo la primera vez que escuché sobre
Mariátegui, Marx y Bakunin.
—Mano, que salga bien esta locura de hoy —le dije, de modo triste.
—Va a salir bien, mano, ya lo hice antes.
—¿Nunca has caído?
—Una vez, en San Gabriel. Me sacaron la mierda en la comisaría. Conozco esta
ruta, tranquilo.

Estarás quebrado horas antes, días antes de lo planificado. Como cuando un


heroinómano en abstinencia, desearás la muerte o nunca haber pasado estas
situaciones. Tendrás un miedo abrazador, una llamarada te rodeará. Una montaña
de dudas, un insomnio jodido. Unas pesadillas inconsolables. Recuerdos
reprimidos. Vas a querer fumar opio para curar la “enfermedad”. Tendrás miedo.
Leerás poemas. Te recomiendo a Artaud a media noche.

Me vestí diferente, supuse que Antonio estaría como un chico malandro. Short
ancho, polo ancho, gorra. Y sí, acerté. Me puse zapatos, pantalón de vestir, mi
boina negra y la camisa naranja que expropié en HYM que guardaba una
similitud con la de Tony Montana en la escena que asesina al colombiano.
—Vamos a recoger la pistola. Esta donde mi causa en el paradero cuatro.
—Ya mano, invítame esa cerveza.
—Oh, disculpa. Estoy algo jodido. ¡No puedo dormir bien!
—Que fue, mano, ¿por qué? — el sol opacaba sus rastros de estafador.
—No lo sé. No importa.

Me esperó en unas bancas del parque. Toqué la puerta de casa de David, Limber
le había prestado mi arma porque éste pensaba hacer unos trabajitos. David me
miró, Ernesto estaba allí, con el traje de mecánico. Se hizo un espacio para
saludarme, pensé que me estaría inspeccionando. David apareció,
preguntándome a donde iría y otras cosas insignificantes. De la nada sacó el
arma de su cintura, la cogí y guardé en mi mochila.
—Nos vemos más tarde, o en Lurigancho.
—No, mano, nos veremos más tarde. Una caja de chelas.
—Dos cajas. —Le dije a Ernesto.
Divisé a Limber y Alonso trabajando para el papá del primero, limpieza y ordenar
materiales de construcción. Estaban finalizando de construir el segundo piso de la
casa de Limber. Una buena noticia. Nayeli y Ana estaban con sus bebes. No
sabían nada de este negocio. Me despedí con las manos.

Antonio fumaba el último cigarro, sentí pánico por lo que guardaba en la


mochila. Me pesaba el calor. Quería acabar esto de una vez. Sentía curiosidad.
—Mano, ya mira, vamos a caminar por estos barrios de Los Olivos. Estas calles
están repletas de chibolos pavos con sus novias. —Antonio parecía un profesor.
—Uhmmm, no hay seguridad. Es cierto.
—En ningún lugar hay, mano. Haremos la visión, observaremos. Cuando te de la
señal avanzamos al objetivo. Tú vas a tapar con tu cuerpo o lo intimidarás y le
saco el arma. Le miro con este rostro —y Antonio parecía un asesino. De la cara
de niño pasaba a la de un matón. —Me han dicho que tengo una mirada de
mierda.
—Sí, da miedo.
—Psicología, nada más, mano. Luego caminamos una curva y corremos. Cogemos
un bus y ya.
—Vamos, tengo calor. Me aburre este lugar.

Subimos al bus, teníamos que esperar varias horas hasta llegar al objetivo.
Mientras nos alejamos del barrio vi de lejos a Jeremi, o me parecía verlo. Un niño
que le enseñaba matemáticas en la biblioteca que formamos con los
compañeros. Jeremi y su amiguito corrían hacia mi cuando faltaba por
enfermedad a la biblioteca. Nunca olvidaré esa escena. Y tampoco a Antonio.
Nunca olvidaré a Antonio.

No hay para un joven que sufre por la realidad, mejor maestro que quien afirma
que todo lo que nos rodea es absurdo, sin valores universales como esperanza
única. El suicidio era un problema de la consciencia, no del cuerpo. Mi cuerpo
quería más, y no hay para un joven que desea vivir mayor placer que el delito. Y
tendrás miedo, un reloj en conteo regresivo. Antonio yace en sus pensamientos
dormido en el asiento. A esta hora no hay tráfico y quería salir huyendo por la
ventana. Recordé que no tenía opción. Que debía hacerlo. Quería consumirme
dulcemente en el debacle y no. Era necesario.
—Llegamos, mano. Hey, despierta.
—Ya. Toma la mochila. Necesito caminar. Quiero un cigarro.

En el camino Antonio me contaba algunos recuerdos de su padre, antes que


fallezca, antes que lo señale como un delincuente. Se acongojaba, meneaba su
cabeza, sus pupilas dilataban. Recordé a mi tío, que estaría gozando de las
exuberantes ganancias de mi primo. Recordé a Rolo, bebiendo pisco con Alonso,
con Renato, con Limber. Me vi bebiendo unos tragos baratos con algunas chicas
y chicos en algún parque miserable polvoriento y desolado. Me veía contento
embriagado ignorando toda esta plebe cristiana inmaculada.
—Por aquí vive mi ex.
Bajamos en Plaza Norte. La ruleta gigante, los hostales y comercios, la tarde
calurosa, el cabello de Antonio es medio ondulado pegadito a la cabeza. Un
muchacho pendejito, como los que les gustaba a Celeste. Me imaginé a ella en
uno de esos antros bebiendo con gente que ni conocía. Aún extrañaba a Celeste.
—¿Tu ex? ¿Cuál de todas, mano? Me has hablado de tres.
—La reciente.
—En mi cumpleaños te voy a presentar una flaquita forajida, hermano. A dos
cuadras de aquí, antes de llegar a la municipalidad de Los Olivos hay parques
solitarios.
—Vamos, tú mandas.

Tenía miedo que en algún momento alguien me tumbaría al suelo para


golpearme o algunos policías me llevasen enmarrocado directamente a la
carceleta. Comprendí, gracias al barrio, que no se puede hacer negocios con
cualquier persona. Uno debe confiar con quien trabaja, debe confiar su propia
vida. No se puede exponer toda tu historia personal, diáfana o inexistente ante
todo, como si no importase. Uno volverá a esta vida, los primeros pasos con
mamá, los coletazos de la policía o el aroma de cannabis que procrea un poema
y un lapiz luego de un acto peligroso. Yo quiero hacer de mi vida algo que
nunca me imaginaría. La vida tiene un precio, solo es una, un gesto de
agradecimiento o gran desprecio al respirar cada paso. La vida era algo que yo
quería abrazar en toda su peligrosidad, a bordo de un barco luchando contra los
monstruos marinos y sus lacayos y crías. Me daba náusea la pasividad, me daba
ganas de vomitar. Los días deprimidos se saboreaba lentamente, horas perdidas
como el humo de los árboles de la selva, leyendo biografías de insurrectos, un
poco de Dostoievski, El Castillo..

—Mano, estuve con unos causas de mi barrio tomando anoche, me preguntaron


si tenía caña, si quería hacer esto o lo otro. Les respondí que no tenía caña, más
huevones para preguntarme eso. Si tuviera alguno estaría forrado.
—Y yo te seguiría, tío. —La parada de buses, mi tía, mi madre, aquella vez que
solicitamos mi pasaporte en la sucursal de la embajada por aquí..
—Quieren poner un chifa, una farmacia pero no tienen carro.
—Tenemos un arma ahora, mano. Tú sabes, avísame. Hoy aprenderé algo nuevo.
—Soy tu maestro, mano. Quién lo diría.
—Robar en supermercados es diferente. Me han dicho que soy un experto.
—Sí, mano, doy fe de eso.
—¿Conoces a David? Uno con cabello rasta, muy conocido que vendía hierba en
galvez.
—No sé si se acuerde de mi. Pero fumábamos de chibolos en el colegio. Quizá
no se acuerda.
—¿No estás palteado con gente del paradero 14, no?
—No, mano. Mi causa vive arriba, en “Los pórticos”. —Cruzamos algunas calles
de buen aspecto. Ingresamos la cerca. Nadie se imaginaba de nuestras
intenciones. Yo tenía buen aspecto. Parecía un evangelista con un forajido. —Ya
vamos a llegar al “parque róbame”. Ninguna cámara de videovigilancia.
—Eso debe ser un festín.
—Mira esos huevones —Antonio señaló a una pareja en una tienda comprando
algo. —Si tuviera una moto. Da ganas de recoger tu celular y billetera.
—Ja,ja,ja,ja locaso. Mi soli vive por aquí. Mi maestro tirapiedra de marchas.
—¿Ah, sí?
—Se dedicaba al contrabando.
—Pásame el arma. Es hora de trabajar.

Me entró un pánico que me languidecía. Le di martillazos a lo alemán. Luego las


putas iglesias, la puta plebe, la puta ciudadanía obediente, la puta ciudad. Toda
esta gran mierda en mi cabeza. Unas canciones de Novatore en mi mente.
Antonio cogió el arma ocultándose tras mío, lo envolvió en su cintura.
—¿Parece que tuviera un arma?
—No.
—Está bonita tu revolver.

Supe que ya no había marcha atrás. Avanzamos en jirones vacíos. Divisé la casa
del serenazgo y comprobé que carecían de pantallas de vigilancia. Antonio seguía
contándome que casi embaraza a una chica, el mismo día que estuvo con otra y
esas cosas de chicos malos. Llegamos al parque “róbame”.
—Voy a coger mi libro y con mis lentes parezco estúpido. Me das la señal. No
quiero que piensen que les vamos a robar.
—Tranquilo, yo ya vi.

Un parque con dos pisos, escaleras, caminos entre la hierba, árboles cubriendo la
visión. Eran casi las siete de la noche. Luces disparadas desde postes. Una
serenazgo caminando de un lado a otro. No se imaginaba nada. Nadie. Perdí el
miedo. Ahora estaba en la pelea. Todos los sentidos en disposición de ataque.
No había marcha atrás, pensé, putamadre.
—Allá, Daniel. Vamos.
—No, mano. Mira, atrás hay un tío.
—Está dormido.
—¿Y si despierta por los alaridos?
—No va a gritar. Nadie grita, Daniel.
—Putamadre, lo siento. Quiero ser precavido.
Dimos varias vueltas alrededor, sentándonos a descansar. Teníamos tres objetivos.
Todos eran parejas de enamorados tumbados en el gras.
—Allá, sígueme.
—Sí, no hay nadie cerca. Están como queriendo tirar en el gras.

El tío Guillermo ingresó al zaguán de la casona, mi abuela estaba haciendo


canchita en la olla de barro, al lado de la puerta del zaguán. El tío buscó una
silla, impresionado. Mi abuela le increpó qué pasaba, que porqué estaba
nervioso. El tío necesitaba sentarse, tenía un problema en el tobillo. Recuerdo sus
canas blancas ocultas por el sombrero de tela, alto, flacucho, tenía la esencia de
higo, el aroma de los altos pinos, sus zapatos de cuero marrones, pantalón beish,
y su chompa crema. Informó que la vaquita Reyna de mi abuela estaba enferma.
Ya no quería volver a comer. Mi abuela rompió en llanto, siempre muy fatalista
ella.. supo que no había cura. Cogió unas cuantas herramientas y me llevó con
ella a la chacra. Me decía en el trayecto: “qué vas a comer estos meses, mijo. Ay
diosito nos castiga o nos da pruebas. Pobre mi vaquita.”

Cuando estuvimos cerca a la pareja, el muchacho se para y empieza a mirarnos.


—Ya se dio cuenta, vámonos por la izquierda. —Murmuró el ladroncito.
—¡Allá venden cigarros, tío!, —señalé con mis manos, para despistar al curioso.
—Necesito fumar. Acabo de recordar unas huevadas.
—Que sean dos cigarros, pues.

¡Putamadre! Dije a mis adentros. ¡Ya lo teníamos listo! Tenía razón Antonio,
pensé. Un par de insultos y salíamos trotando como fingiendo deporte, y
corríamos cruzando la cuadra. Ella estaría tan asustada que él no tendría más
opción que consolarla. ¡Putamadre!

Al salir de comprar un cigarrillo, en los arbustos del jardín de la tienda, observo


un pichón de paloma, gordito, de plumas blancas, su pico y su cabeza movían de
arriba abajo, como jadeando de hambre o sed. Como cagándose de miedo.
Estaba jodida. Me quedé parado mirándola. Antonio se acercó, qué pasaba, por
qué te quedaste ahí.
—Me da pena ver esto, mano.
—Vamos. Hay que ganar esta vez. —Encendí el cigarro.

Recordé a todos los animales muertos o siendo asesinados para alimentar a


todos esos esclavos de mierda llamado pueblos. A los secuestrados por el Estado,
anarquistas, nihilistas, eco extremistas.. todos guerreros padeciendo entre
barrotes.
De alguna forma no me importó. Dimos más vueltas, como fingiendo ser grandes
amigos, hablando de chicas, de drogas.. Ingresamos al segundo piso del parque,
un joven de unos dieciséis años caminaba hacia nosotros con su celular en mano.
Antonio miró alrededor en segundos.
—Aquí es, mano, aquí es
Antonio se acercó y le dio la mirada de asesino.
—¡Dame conchatumadre!

El chico no quería entregar su celular. Tenía aspecto de alguien que nunca le


haría falta uno. Como se negaba tuve que actuar.

—Dale, mierda. Dale. —Le cogó del brazo y en eso Antonio le enseña el arma
ensamblada en su cintura.

El chico murió de miedo y entregó su celular. Revisé los bolsillos y no había


billetera.

—Vámos por la escalera, rápido.

Trotamos. En el primer piso corrimos hacia la avenida. Cogimos un bus. No dije


palabras. Ni pude reconocer el espacio exterior. La adrenalina me invadía, pero
teniendo en cuenta que estaba librado. La huída era la victoria. Al llegar al
paradero me cambié de ropa. Un método que ensayé en casa.
Nos sentamos al final del bus, al lado de la ventana. Ma imaginé una patrulla
persiguiéndonos. Pero no.
—¡Ja,ja,ja,ja,ja.! Viste su cara de ese mongol —le miré y traté de hablar en
códigos.
—Sí, ¡Ja,ja,ja! Mano, eres un maldito.
—A ese imbécil nunca le va faltar nada. Irá a casa y le pedirá a su padre otro
celular. ¡Ja,ja,ja!
—Dame esa, mano. —Una palmada de manos.
—Quiero tomar unas chelas. Tengo que contar esta mierda a mis causas. A la
firme, son duros de pensamiento pero, alguien debe inmolarse primero. ¿No
crees?
—Sí, mano. Preséntamelos. Quizá algún día salga algo mejor.
—Su cara de ese hijo de puta. ¡Ja,ja!
—Ahora vamos a otro parque.
—¿Dónde vive tu prima, no?
—Sí, mi prima tiene comida para nosotros.
—Uy, qué rico. —Un tipo de adelante nos miraba, creí que entendía algo.

El viaje estaba atestado de peligros. Ciudadanos, profesionales, choferes, madres,


estudiantes. Todos iban a ser parte de esta máquina genocida. Nosotros éramos
los más vulnerables aunque portábamos un arma. Miré a través de la ventana,
como todos esos meses de soledad. Pero tenía a un delincuente de mi lado. Otro
alíado entre todos los que iba creando. El cobrador se cernía con nosotros.
Antonio le dio la mitad del precio del pasaje, y le miraba, le hacía un teatro de
pobreza. El hombre de delante de nosotros tenía cara achinada, trigueño, con
una maleta, casaca marron. Iría a trabajar, nos miraba de reojo. -Tendría miedo-
La chica del costado de mi camarada, con falda, casaca escolar. Y él, que me
decía que era guapa, que se parecía a su ex novia. Llegamos al destino. Lejos de
los Olivos. Ni me acordé de Celeste, ni de lo que opinaría mi familia, ni si hubiera
alguna patrulla detrás de nosotros. No tenía miedo. Por primera vez me sentí
delincuente. Aún había mucho camino por recorrer. Libros que escribir. -Arte
como crimen, crimen como arte. Bob Black. Habrás robado, Bob Black. Feral Faun.
Bonanno, sí. Y todo mi barrio también. Qué importa. De la teoría a la práctica.-
Capítulo VIII

Que asco me produce la ciudadanía consumiendo porquerías en el día de la


madre. Una muerte en vida, una gran pérdida de oxígeno. Hoy amanecí
preocupado por los antecedentes policiales que debo rendir cuentas, cientos de
soles para las empresas agravadas, dice el testamento policial: agraviado tiendas
saga fallabella. "Já, agraviados estos conchesumadres", pensaba delante del
comisario Chumacero y sus balbuceos que me producían un tremendo hedor. Las
catorce horas que permanecí tras estos policías llevándome a Aramburú, para ser
examinado si consumo alguna droga que ellos utilizarían en contra mi derecho
de defensa. Cuatro denuncias por hurto agravado, me dijeron que una más e iría
a parar a Lurigancho. La cárcel de Lurigancho es el tercer penal con mayor
población en este planeta. Miraba a Sandro y sentía la culpa de involucrarlo en
esta denuncia, aún así le indicaba que él se libraría, que está limpio, yo en
cambio, no.. cristales rotos anidarían mis mañanas, polvo gris respiraría, una y
otra vez, porque era lógico deducirlo, mi irremediable amor a sentirme libre no
pararía, iría más, siempre más al fondo oscuro del abismo, en eso justamente
consistía la satisfacción de este camino, perder cada día el miedo al final del día.

No me dejé apabullar por la ley y sus lacayos, a los pocos días llamé a Sandro
muy temprano para ir a cometer algunos actos de expropiación, coger sin ningún
consentimiento de las empresas su mercancía; reapropiar, volver a nosotros
mismos lo que nos pertenece Simplemente por nacer. Sandro estaba frustrado
últimamente. Cuando tenía la mierda en la cabeza se volvía intratable, se hacía
puntiaguda pelaje por cualquier tema que le disgustase y fruncía el seño
ignorando todo cuanto pudiese. Ya lo conocía y le convencí que mejor nos
desahogásemos con las mercancías que entre nosotros. Decidió no ir a su trabajo
por tercer día.
—Nos vamos a ir al infierno.
—Ya estamos en el infierno. —Repuse insatisfecho.
—Mi suegro de mierda. Encima que me explota, ¡esa basura!

—Ya no reniegues. Disfruta este delicioso whyski antes que se caliente. —Llevé
un jack daniels, la pasamos mal y nos lo merecíamos.

Decidimos ir al Jockey Club. Allí era imposible caer. Los empleados de seguridad
se sentían confiados al tener consumidores de calidad. La gente pituka y los que
los imitaban pasaban el ocio consumiendo porquerías que no necesitaban allí.
Kenny nos esperaría en el centro de lima con su amiga, una chica que le
mantenía pegado al celular por horas. Kenny sonriendo era increíble, con su voz
sombría, sus dientes medio amarillos y su piel pálida invadiéndole más, volvía el
brillo a su retina.
—Lo siento por lo que pasó, hermano. Me siento muy responsable. No quiero
que estés manchado. —Le confesé la angustia que me tenía hincando el cuerpo.
—A la mierda. Igual nos moriremos. Además es una denuncia de hurto. No
volveré a caer.
—Yo tengo cuatro. Dame un tiempo, aprendo a asaltar con arma y reuniré dinero
para sobornar a estos perros policías.
—Ja,ja,ja. Estás loco, Daniel. Por eso te quiero. —Me abrazó del hombro, olía a
whyski.
—No te emborraches aún. Tenemos que chambear.

Las figuras entremezcladas de casas, edificios, negocios rancios y la lluvia oscura


de Julio que el tren envolvía en su velocidad cristalizaban en nuestros ojos.
Nunca antes habíamos estado en la carceleta. Yo nunca imaginé esa situación,
mucho menos en el Callao y luego en Supe. Yo estaba preocupado si las otras
denuncias no habían sido archivadas, soborné con cincuenta, setenta y cien soles
a esos imbéciles uniformados. Sandro tenía un poco de culpa, estaba colgándose
en pastillas sedantes durante días. Se peleaba con su novia, no iba a trabajar,
regresaba con ella, volvía a su trabajo; luego volvían a separarse, iba a mi casa,
se escondía por días y así, nadie predecía cuanto duraría ese amor tan particular
en estos tiempos.
—¿Qué pasó con tu suegro? —Finalmente me pregunté, dudando y preparado
para ser ignorado. Sandro a veces temía expresar sus sentimientos.
—Me dijo que.. me dijo que si yo quería eligiera a que país irme. Que elija
cualquiera, él lo costearía, pero que dejara a Vania y mi hijo.
—¿Qué? —Sandro miraba hacia abajo y no podía— Que se ha creído ese hijo de
puta.
—Sabe que soy un cagado. —Me miró inexpresivo ahora.

No respondí nada. Caminamos callados hasta los corredores azules.


—Quiero aprender a robar con un lapicero. Hoy saco un jaggermeister. Tenemos
un beylis. Hay que mezclar un cocktail elegantísimo y conversar esa posibilidad.
—Ja,ja,ja,ja.
—No te drogues aquí. Al salir tomamos esas clonas y la hierba.

Anatoli había estado toda la madrugada insistiendo al comisario que nosotros no


éramos malos chicos, que le ayudábamos en la parroquia con trabajos
voluntarios. Presentó su carnet de Sacristán y algunos bauchers de pago del
párroco del barrio. Anatoli era genial. Le apodamos el curita. Todos

le apreciábamos cuando nos rescataba de la carceleta y se enfrentaba a sus


cavernícolas policías. El párroco confiaba en él y nosotros también.
—Anatoli nos salvó esta. Hay que llevarle un polo, él es talla S. ¿No?
—Sí, de Doo Australia para que parezca un pirañon.
—Ja,ja,ja. Berenice lo está pulseando. El no sabe como entrarle. Je,je.
—Que verguenza con el curita. Ya va aprender. ¿Y tú? Sigues solo luego de
Celeste.
—Quiero experimentar la soledad. Luego de ver a Fiorella, no supe más de ella.
Desapareció. Creo que se reconcilió con su novio.
—¿Tenía novio?
—Sí, ni atención me prestas, drogón.
Celeste no era parte de mi mundo que quería crear. Lo pude hacer, impulsé dos
bandas sobre robos menores en menor grado, allané asaltos más complejos,
aprendí a usar armas y lo más importante, entrené mi mente para tales objetivos,
incluso exageradamente me rehúso a placeres antes que el delito, así sea pequeño,
así sea solo mental, aunque no esté en las reglas del Estado, inventaba delitos.

Como de costumbre en este centro comercial, ni bien ingresábamos y


caminabamos las playas de autos, no volvíamos a comunicarnos hasta lograr los
objetivos acordados. Ingresé a Saga y él a Ripley. No debíamos tardar más de
treinta minutos. Un mar de gente disparándose sin direcciones, muy bien vestidos,
muy simpáticos. Caras satisfechas de realizar sus compras o ansiosas de hacerlas.
Niños, jóvenes, adultos mayores, con los símbolos del capital, yo enjuto, ellos
venían y se iban. Yo pensaba, miraba y fingía no hacerlo. Los chalecos naranja
ubicados en lugares estratégicos ordenaban el tránsito desarrollo de la gente en
la pequeña plazoleta, ascensor o pasillos. Me senté unos minutos en las bancas,
dentro del óvalo que era como la antesala al inmenso valle rancio de negocios de
franquicias, me entró un estupor con miedo, no debía caer, no me era permitido.
Deseaba también vivir como estos repugnantes seres; la mayoría blanquitos,
despejando un aire de ensueño, de no tener ninguna preocupación encima. Los
envidiaba, ocultándome. Tenía entendido que los chalecos naranja también
observasen tenderos. El punk que me enseñó esto me lo confirmó cuando lo
cogieron en Megaplaza, los chaleco naranja lo llevaron directo a la comisaría. No
había oportunidad de tranzar, de eso yo temía.

Nosotros no éramos los únicos, habían muchos más muy bien camuflados. Dentro
de la tienda evito mirar a los ojos a nadie. Permanezco quince a veinte minutos
andar como un comprador que quería ser como los idiotas de fuera: sin
preocupaciones, bien vestido, saqué mi billetera al ingresar a Saga, cuento cien,
doscientos soles, tengo entendido, que todo consumidor que recién ingresa es
videocaptado, analizado para luego sostener si debía hacérsele seguimiento, en
esta tienda la seguridad lo maneja una empresa externa a la misma tienda,
pantalones negros, líneas azules, “ISEG”, simples ciudadanos, comandado siempre
por un policía o un soplón retirado, no saludo, piso el suelo pulcro... Siento que
algún policía disfrazado de civil me observa, los veo caminando entre los pasillos
revueltos de gente, los veo abalanzarse sobre mí en la puerta de huída, lo imagino.
La consciencia me almuerza desnudo, soy algo paranoico últimamente, como
heroinómano, un mecanismo de defensa desarrollado contra esta clase de
actividades, lo aprendí en la anarquía, Diana decía que todo anarquista es
paranoico en excentricidad; me siento corroído, y reconozco que es necesario sentir
que un soplón está merodeando. es importante suponer que las cosas pueden
terminar en victoria o derrota. Desabotono parcialmente mi camisa, correa firme,
pantalón limpiecito, zapatos limpios. Este flujo te permite perfeccionar la mentira.
Camino tranquilamente entre las marcas, Denimlab, Doo Australia, Billabong,
Mossimo; cojo prendas y me veo en el espejo, con casi el vómito en la boca me
hago una foto, si algún trabajador de la tienda me mira. Siempre existen espacios
invisibles, con mucho tino, como colibrís en las flores, se camina y en la menor
brevedad, hago un puño a la prenda y lo escondo entre mi axila y el brazo, cayendo
el resto en el torax, mi casaca negra logra aminorar la percepción de algún bulto
extraño. Cuando hago cola para los saloncitos de probadores siento un cincuenta
ya hecho, superada la abstinencia de la droga, la puñalada. La jovencita que me
atiende no posee ni la mínima sospecha, las trabajadoras debían ser atentas y
alegres, por norma. Observo mis ojos ansiosos en el espejo enlonado. Envuelvo
con aluminio las piochas de las dos prendas que me las llevo. Mi mochila antirrobos
posee un bolsillo secreto, para asegurarme utilizo una pegatina y escondo el cierre.
Me despido de la señorita guapita con mucho respeto, mi apariencia es otra al
salir, esa era el primer modus: cambiar de apariencia, ser otro, camuflarse, perder
de vista al ojo de la videovigilancia.

Asaltar un banco es aceptar más de un 50% la muerte te llevará a la claustrofobia.


Con mi muerte pagaría mi deuda y mi odio a esta abusiva civilización. Yo atacaría,
yo gozaré el placer armado, la estética, la poesía hasta convertirme en un cadáver
de lobezno, con los demás lobos, la gran manada salvaje dispuesta aterrorizar a
sus enemigos. Pochi sería el caño, el contacto, le debería la vida a él por tal placer.
A la puerta de salida camino mirando la ropa de estreno, preguntando tonterías
a los empleados de las empresas de movistar. En el casi final del recorrido
pregunto precios de ofertas. Sonriendo, fingiendo. Subirse a los ascensores, coger
la billetera, contar billetes, hablar por celular o hablar solo con el aparato en la
oreja mientras cruzo la puerta de huída. -Ningún puñal en la espalda- Noto de
reojo que el seguridad me escrutina con la mirada. Expropiar supone un flujo de
pensamientos y reflejos alborotados. Hay que ordenarlos, hay que desarrollar un
ojo de tigre y un olfato de perro. Expropiar es un placer, no hay mayor placer, en
el total sinsentido de la existencia, que cometer un crimen, y no hay mayor
función que aquellos actos invisible ante los ojos deleznables de los soplones.
—Expropiamos con el arte de mentir.-Le decía a Sandro de camino a los baños.
En los lavabos intercambiamos paquetes de "compras" con naturalidad y sigilo.
En todos lados hay soplones, en los baños, pasillos, mercancías, colegio, y la casa.
—Esos imbéciles de seguridad, por qué no se dan cuenta.
Sandro reía y se dibujaba su rostro infantil endemoniado.
—Desmoña la droga, vámonos. —Le dije, ya era tarde, el Jockey Plaza nunca nos
desilusionaba.

Sandro solía venir con su novia y su hijo a expropiar mercadería. Yo asistía hasta
solo y descaradamente guardaba mercadería robada en los casilleros de otra
tienda sin ningún cuidado.
—¿Pensabas que yo era un tonto de mierda? —le pregunté caminando al puente.
Mirando al rededor, me imaginaba que algún policía nos seguiría.
—Yo no creía en ti.
Me quedé pensando por qué diría eso Sandro. ¿Creer en mi? ¿Cuándo se lo
pedí? Yo significaba un amigo más para él, con una deuda de hermandad. O
acaso él esperase algo de mí. Mejor no pienso más. Por fin cogimos el bus para
el centro de Lima. Kenny estaría contando algunas historias a su amiga, para
convencerle.

—Bueno, yo no creo en nadie, ni en mi familia cuando me dicen quererme. ¿Qué


hago, me suicido? —precipité— que harás con tu suegro, tío. ¿Volverás a tu
trabajo? Tienes que hacerlo, no puedes estar varios días sin trabajar. A menos
que vendas estas mercancías.
—Tengo que regresar, igual. Me ha tenido explotando durante más de dos años.
Está bien, él me enseñó a confeccionar, manejar carro, atender a los
compradores. Me dijo: hey chiquillo, yo te enseñaré todo. Deberás comportarte
como el padre que eres.
—Eres el consentido. Tu otro cuñado el colombiano, no creo que lo sea.
—Mi flaca se caga en dinero. Nunca le va faltar nada, a mi hijo tampoco. Pero,
no sé, ese imbecil me hizo pensar muchas cosas.
—Tú eres el padre, viejo, eso nada lo podrá cambiar.
—No iré toda esta semana. Vamos a expropiar y vender estas cosas.
—Claro, perra. —Le di un codazo en la espalda, él respondió con otro y casi me
hace caer sobre otros pasajeros.
—Mira, se van a bajar dos pasajeros aquí adelante. Anda caminando despacio, y
yo con fuerza me siento y esos dos estúpidos ni cuenta se darán. —Le dije y
Sandro captó la idea, y se movió como serpiente mostrando dientes de
hipopótamo. Me senté al lado de la ventana, mirando las calles azules invadiendo
mi individuo.

En la Dirincri de Aramburú impregnaron mis huellas dactilares en una máquina


de reconocimiento, controlado por un especialista, vestía blanco, tenía cara
desagradable, no hablaba con nadie; tomaba mis manos con aires de
menosprecio, presionando cada yema de mis dedos sobre una perímetro
pequeño de vidrio que despejaba un láser violeta. Detrás de mí había una lista de
hombres tenebrosos, caras sombrías, de fieras, uno podría ser un exconvicto o
todos; se leía una gran indiferencia, sus pieles trigueñas se hacían gris. -Viejos
hampones como el vecino de Alonso- Todos querían huir de este impecable
edificio blanco, sus soldados armados, el techo que goteaba sangre, los médicos
y especialistas de celeste claro, y nosotros esposados, éramos los enfermos
morales, los que por años de historia los médicos y psiquiatras diagnosticaban
enfermedades mentales. ¿La delincuencia y la desobediencia tienen razones
emocionales? La pulcritud y la academia nos identificaban. Mi cuerpo estaba
adolorido, el policía gordo que nos trasladaba no cerró la ventana. Dormí con el
brazo atado a Sandro en una incomodidad nunca antes sentida. Sandro de reojo
me decía que quizá era el final. ¿Final de qué? Nunca olvidaré el día que conocí a
Sandro, estaba sentado en la puerta de un chifa clausurado, fumaba un cigarro
en pleno fuego solar, miraba sin mirar el espacio que le rodeaba, serían ciudades,
escuelas, novias, música, vicios, gente deforme, el trabajo, quizá, todo lo que
odiaba él. El papá de Sandro es un alcohólico conocidito entre el mundo de los
alcohólicos de esquinas, cantinas clandestinas y los parques. No era un mal tipo,
lo respetaba mucho. La primera vez que lo vi, allá por el 2013, me pidió que
aconseje a su hijo que estaba metiéndose alguna droga. La madre de Sandro
falleció cuando él era aún muy pequeño. Quizá eso en común nos unía, y no me
imagino qué pensamientos tendría Sandro todos los días teniendo un linaje
ejemplar. Tiene primos en Trujillo, familiares de su padre, son raqueteros y
microcomercializadores de marihuana o cocaína, no lo sabré aún. El padre de sus
primos es un sicario prontuariado. Sandro estaba chalequeado siempre, y heredó
esa mala costumbre: alcohol, drogas, despreocupación. En contra de todo ello le
afligía un sentimiento de angustia y cuando le conocí, por medio de un amigo
punki, le di la mano, le dije, leamos a Camus, a algún Bukowski, bebamos,
hagamos punk rock. Y él, sí, siempre haciéndome caso.
Su mente estaba en el presente y a la vez no estaba. A mí me pasaba lo mismo,
pero en esta situación lo único que quería era mi arma en mi cintura y a la
expectativa de algún ataque. Luego las fotos de frente, de los dos perfiles, de
espaldas.
—Vasquez Salas. —Dijo el féretro.

El policía viejo me trasladó a un cuarto donde un policía médico tomaba mi


orina, flema, e hizo unas preguntas.
—¿Por qué motivo estás aquí?
—Hurto, jefe. En tiendas. No hice nada malo.
—Cuídese, joven.

Era amable, en cambio el viejo no hacía preguntas.


—Jefe, ¿me iré a la cárcel? es la cuarta vez que me capturan.
—Te vas a refundir en la cárcel.

Reía el desgraciado. Me tomaba del hombro al caminar, me dolían las piernas


luego de la golpiza y apenas podía sentirme en equilibrio.
Debía ser el protocolo. Evitar la fuga del delincuente. Pero yo enjuto, invisible,
observado, no era ninguna amenaza. Esas máquinas servían para el
reconocimiento corporal si en caso fuese necesaria, nos detalló luego Mauro.
Sandro pasó el mismo proceso. En la camioneta le pregunté si habló algo.
—Cállate, idiota. No debí hacerte caso. Putamadre.
—Era el Callao, superó todas nuestras medidas de seguridad. —Recordé
arrepentido entre imágenes la visita a los colegas anarquistas, su local que
alquilaban luego la tienda ropa. Nos precipitamos. ¡Putamadre!

De camino al Centro de Lima Sandró leía uno de mis libros que le presté. No
recuerdo si era Kafka o Emilie Armand. Nos cogieron el mismo día de la madre.
El shock fue brutal y no tuve tiempo de recordar a mamá como todos los años.
Escuché mentalmente a Emmanuel, Jeanette y Camilo Sesto. Mamá cantaba en el
zaguán de la casona, limpiando, dándome instrucciones. Papá llegaba con
algunas compras para ella. Le conversaba alegremente sobre llevarme a caminar
al río. Nunca había ido al río desde que tenía memoria, viajamos con mamá
durante horas. Me colocó la crema de lechuga en el rostro para no cuartearme la
piel que se hacía rojiza. Mi padre cargaba una mochila repleta de comida, y para
Coki, como le insistí en llevarnoslo, el perro doberman de mi abuelita que nos
hacía compañía siempre que nos veía salir a la calle.

Ellos conversaban y yo conversaba con Coki corriendo sobre los sembríos


evitando las arañas gigantes que habían por doquier. Papá no le gustaba pero
mamá le decía que me dejara. Que así aprendería ser más inteligente.
—Oe, pegado. ¿Sacaste el polo para el curita? Yo saqué uno pero me gusta
mucho, me lo voy a quedar. —Sandro me despertó como otras veces de mis
sueños despiertos.
—Sí, sí, quédatela. No hay problema.
—Deberíamos hacer una tienda. Vi una tienda informal por Pachacamac de una
flaca que vendía estos artículos con sus precios y etiquetas, weon. Me quedé
estúpido. —Su risa demoniaca otra vez.
—Necesitamos muchas cosas para eso. Hay que ver como van las cosas. Voy a
dormir, despiértame en el centro, porfa.
—Pásame tu cuenta de Netflix.
—No jodas.

Kenny nos presentó a su amiga, la animal humana que lograba sacarle sonrisas
cuando Kenny cogía el celular; venían caminando desde Plaza Francia, Sandro
estaba muy drogado; conversaban, reían, no olvidaré esa imagen mental, aunque
tengo muchos recuerdos olvidados.. ella es blanca, gótica, con un maquillaje
particular, su cabello hasta los hombros y una mecha de color rojo por el lado
izquierdo, tenía unos ojos que no se inmutaban, algo gravitaba en sus pupilas
que no se podía leer, algo indescifrable.
—Ella es Vera —dudé al mirarlo —, mi amiga, loco, nos ayudará a expropiar hoy
día.
—Ah, hola, Vera, mucho gusto. Vamos rápido que se acaba el horario. Luego
bajamos a Alfonso Ugarte, al Metro de allí. Este drogo es Sandro —Sandro
saludó sin palabra, le preguntó a ella si tenía una rila.
—No, no tengo. —Y reía.

Mi mente estaba abstraída, recordé por unos segundos a Celeste, cuando me


ayudaba a expropiar; trataba de concentrarme en lo que venía, la última ves
cometí un error y me valió un par de horas en la comisaría. Encendí un cigarro.

—Voy a comprar rizo. Ustedes vayan chambeando. —Intervino Sandro,


cogiéndolo del brazo a Kenny, sus ojos ya no estaban lúcidos.
—Pero vas a volver aquí, en la pileta del Sheraton. Aquí es punto de reencuentro
para irnos a la casa. ¡No te demores más de quince minutos! Si no encuentras
rizo compro una manzana. ¿Todo bien?
—Sí, sí. Deja de tratarme como un estúpido. —Me respondió Sandro.
—¿Cómo es, qué método hacemos ahora? —preguntó Kenny.
—Entré hace una hora, me saqué útiles escolares para Elisabeth. Supongo que ya
le explicaste los pasos. Me he dado cuenta que para hacerlo tres veces debemos
ser más rápidos, así que les pediré que sean sinverguenzas y escondan cosas en
su mochila.
—Ya, todo va ir bien, Vera, con este loco hemos sacado durante un mes a diario
sin retroceder. —Kenny sonreía inspirando confianza. —No te olvides, debes
sacar el Jaggermeister y redbull.
—Claro, ¿luego a donde vamos? Propongo ir a casa a ver una peli sobre atracos
bebiendo el jagger. Vera estaba callada, pero atenta, quizá no quería expresarse
en mucha confianza. Apenas me conocía. Fumé un cigarrillo mientras
caminábamos, me sentía algo nervioso, ya había entrado hace una hora y volver
a ingresar no es recomendable. Pero tenía a Kenny de mi lado, podría evadir el
riesgo cambiando mi apariencia.

Ingresé primero a Plaza Vea, como de costumbre, solo, meditabundo, con el


celular en la mano disimulando, bien vestido, zapatos y camisa, y con los lentes
parecería un padre de familia haciendo compras del hogar una quincena. El
centro comercial estaba aglutinado, cajeras, empleados, consumidores, hartos
consumidores, policías de civil, me daba náuseas, debía concentrarme en hurtar.
Los primeros quince minutos de paseo fingido, llenando el carrito de víveres que
no compraré deberé encontrar el lugar específico, perdiendo el tiempo en las
repisas limpias y ordenadas, hay pocas posibilidades para encontrar un lugar en
concreto sin videovigilancia permanente. Eludir a la seguridad de civil con sutil
engaño, despistar a los observadores, sea quienes sean, en esta sociedad la
soplonería, la asquerosa actitud policíaca es recompensada y valorada por todo el
execrable mundo. Todos son enemigos para un delincuente, así sea un
delincuente menor e inofensivo que no coge ningún arma para cometer el delito,
sino solo la capacidad de engañar a sus objetivos. En tanto Kenny ingresaba con
agresividad delante de los de seguridad, a paso firme, mirándolos, mirando
alrededor con ojos de culpable, con la caminada del maleante de barrio, y si a su
lado hay otra individuo con carácterísticas similares, el 90% del trabajo ya estaba
realizado. Los observé a ambos en los pasillos, llamando la atención, pareciera
que robaran o tramaran un asunto espectacular, y que luego irían a esconderse
en un castillo medieval, con sus fachas barrocas y radicales. Cogí la curva entre el
pasillo de los aceites y las carnes. Una pareja de ancianos delante mío, me
ocultaban de la cámara delantera, aproveché y guardé el redbull en mi bolsillo
interior, seguí caminando como si no me importara nada. Cerca del lugar
específico, leía los compuestos de una bebida, había gente a mi alrededor, el
Jagger ya tenía el aluminio sobrepuesto en las piochas que grita la alarma al salir
de la tienda, con mucho sigilo lo cogí y lo guardé en mi espalda, mi camisa
preconfeccionada lo almacenaba hasta la salida sin ser vista, la mochila lo
dismulaba, puesto con una casaca gruesa y negra. Miré al rededor para confirmar
si alguien me vio. Nadie. Hui sin comprar nada esta ves asumiendo ese riesgo, es
siempre más considerable para el robo comprar algo de la tienda y justificar la
estadía, debes ser cuidadoso con el robo, cariñoso y sutil, sin hermetismo, darle
rienda suelta a los detalles que tu imaginación expulsa. Estaba repleto y tardaría
veinte minutos en hacer una espantosa cola fingiendo normalidad y alegría sin
ningún repudio. Quería también impresionar a los dos cómplices y demostrarles
que cuando cooperamos en grupo, la victoria sabe rica porque es más eficaz.

Nos reagrupamos en el sitio programado. Kenny aparecía riendo, ella también


reía al lado de él, no olvidaré esa imagen mental, Kenny estaba usurpando la vida
de otro individuo, secuestrando su natural deceso hacia la normalidad,
anormalizando su cotidiano. <Soy feliz, Daniel, Vera es la chica de mi vida>.
Estábamos locos y ebrios de acciones punitivas. Cogí un taxi y fugamos al super
más cercano, se hacía tarde y a las diez de la noche cierran y expulsan a todos
indiscriminadamente.
—Vera, guarda esto por favor, nos esperas afuera con toda esta merca. Kenny,
somos tú y yo nomas, como siempre. No tomes nada aún, amiga, je,je,je. En mi
casa hay otras frutas.
—Ya. Tengan cuidado.

La misma metodología aunque había menos gente, así que tardamos más de lo
acordado. Otro trago rico expropiado a estos bastardos. Todo el tiempo
debemos estar mirando a nuestro alrededor, si acaso alguien nos observa
demasiado, si alguien busca algo de nosotros que no queramos ceder jamás. Un
cuchillazo en la nuca para solucionar el problema. Cogimos el bus a casa,
eliminamos la tensión. No fracasamos.

Se apoyó en mí, le abracé sintiendo su cuerpo, quizá era la última vez, la idea de
suicidarme la tenía más presente que Celeste. ¿Le habré mencionado una o dos?
¿Qué tanto me entendía? Estoy que pienso huevadas. Sentí su respiración más
lenta y profunda. Recordé a mi madre y mi padre cuando me llevaban a las
chacras de mi abuela. Yo muy torpe queriendo comunicarme con los carneros de
la Justina, sus hermosos ojos y su melena, parecían un animal mitológico que leía
de muy niño. Mi madre, a quien papá llamaba siempre Felicia, que era el
segundo nombre de mi mamá, Elvira Felicia, en honor a su abuelita. Vestía un
buzo rosado que le regaló mi tía Teresa, contrastaba bonito con su color de piel
canela, mi madre era guapa, con los mismos ojos decaídos que Celeste. Mamá
quería hacer un negocio de juguería en el mercado con papá, pensando en mis
futuros estudios y el dinero que haría falta. Veo los rostros de los dos, sus sueños
precipitaron contra la realidad, igual que yo, igual que Celeste.

—Ja,ja,ja, oye Kenny, ese idiota de seguridad te revisaba hasta las medias y ni
cuenta de mi existencia —nos reíamos bebiendo la miel— son tan estúpidos.
—Dos tipos de civil me estaban siguiendo, ya tengo en mente su rostro de
ambos. Dame esa botella. Este tráfico de mierda me estresa.
—Voy a insultarlos por la ventana, men.
—Oye no hagas eso, ja,ja. Hazlo, no me importa. —me dijo Vera, entretanto se
formaba espontáneamente un orificio en cada mejilla. Eso era más gracioso.
—Es hora de beber, muchachos. Mañana también y robaremos también. Como
quisiera estar en Estados Unidos, allá hay miles de supermercados, aquí en Lima
no hay ni cincuenta. Tenemos que venir hasta aquí contaminados por el tráfico
excesivo.
—Oye, Daniel, viste la cara del policía cuando se despidió de ti. La cagada esos
estúpidos. —Kenny sacaba de su bolsillo los alpras mientras Vera tomaba a
sorbos grandes, otra imagen mental petrificada en el tiempo.
—Bebe, tranquila, te lo mereces. Nos lo merecemos todo esto, todas esas
botellas también. Todo este puto mundo debería ser nuestro. —Miré a la ventana
cubierta de la humedad pegada por días, algo deprimido y alegre. Una leve
contradicción en una grave atmósfera social. ¿Por eso me dejó ella? Solo por
robar mercadería y celulares. Que estupidez.
—¿Tú eres anarquista, Daniel?
—Era anarquista. Ahora me llega al pincho todas las iglesias, incluído la
anarquista.
—Le escribiste a mi amiga Ale, le preguntaste si conocía a Kenny y le mandaste
una foto de él donde apenas se le nota el cabello y una mano con un tatuaje. Mi
amiga me pregunto si ustedes eran tracas.
—¡Ja,ja,ja! —escuchaste eso, Daniel.
—Putamadre, ¿en serio? ¡Ja! Que va, somos como hermanos. El de la mano era
Alonso, con él también expropiamos —Vera nos observó para analizar nuestras
reacciones. Vi la primera maldad que emanaba de sus ojos. —No pienses mal,
Vera. Kenny es todo tuyo, dije. Asímismo Kenny fingió no escuchar nada, un poco
perturbado. Me disculpé sonriendo, les expliqué que los tres licores son nuestros.
El que me corresponde lo venderé y los dos restantes los beberemos hasta
vomitar. Me quedé dormido hasta llegar a casa, mi sueño me cubría la lucidez,
eran meses que no podía dormir bien o tenía insomnio.
—No te duermas, tío, ten —Kenny me alcanzó el redbull combinado con los
alprazolan, observé por la ventana y estábamos por puente Benavides. Los
montículos de gente extraviada se volvían naranja amarillas por la
resplandeciente luz de los faros. Miré a propósito como buscando algo entre esa
manada de idiotas, decenas de jóvenes trabajadores, una señora vendiendo cosas
al paso, ella ganaba más dinero que esas ovejas albinas y maltratadas por el
espantoso orden laboral.
—Ya estamos cerca a puente atocongo. —El bus coje la ruta hacia Villa El
Salvador donde muere el tráfico a estas horas. Esta rutina es corrosiva para
impacientes como yo.
—¿Conoces a Guillermo el poeta? —Me miró Vera. Estaban bebiendo el ron que
traía Vera, con un poco de RedBull y coca cola. Cogí la botella y bebí. Sospecho
que nos importaba un carajo lo que opine el resto, habían señores de bien
delante, una madre y su niño a pocos metros y hombres sujetados a las varillas
viajando parados. Uno que otro miraba a Vera de reojo y yo lo miraba a él
frenéticamente.
—Ese tarado. Se la pinta de rebelde y se dedica a vender libros y escribir sobre
historia, sobre actos que nunca hará en su vida. Puro floro.
—¡Ja! Ese Guillermo es un locazo, me invitaba salir durante meses, le pasé varios
poemas míos y me prometía que iba a ayudarme a publicar, que tenía contactos
y conocidos. Todo con tal de atracarle sus tragos. Salimos un par de veces con
sus amigos. Me daba risa.
—Guillermo debería aprender a expropiar para que yo lea sus poemas. Mira;
problemas y crisis existenciales los tenemos todos, —vacilé mis manos como
indicando decepción y sarcasmo— rebeldía pacifista, la tiene cualquiera, hablar
como huevón toda la historia del anarquismo lo hacen hasta catedráticos
pagados por el Estado. Me cago en los intelectuales, me aburren, me
decepcionan.
—Desde muy pequeña rechacé esta sociedad asquerosa, al grado que estuve
internada en hospitales psiquiátricos. —No le pregunté detalles, quería
emborracharme para conversar sobre tales asuntos.
—¿Depresión? —pregunté.
—Sí, y más cosas. —Kenny nos pasaba la botella de trago. Discutía con uno de
los hombres parados, el mismo que miraba sutilmente a Vera. El hombre le
reclamaba del olor a ron que despedíamos.
—No le hagas caso, Kenny, a nadie le importa lo que opine ese tipo —agregué
mientras Vera lo miraba grueso a tal sujeto.
—Hey, señor, métase en sus asuntos, usted con su voz chillona está que
despierta a los niños y a nadie más le importa ningún olor, estamos bebiendo
gaseosa. Vera disparó golpes contra el entrometido, la gente estaba en sus
asuntos pensando en miles de cosas que deben de satisfacer, miles de
actividades absurdas por planificar. Yo era un puntito de arena negra entre todo
el mar asfixiante que arrasa y ahoga.
—Esta gente de mierda, me aburren. —Espeté, acomodándome para volver a
dormir. —Dormiré otra ves. Me despiertas, Kenny, porfavor.

Una señorita muy decente que no pudo tolerar mi estilo de vida callejera e
indiferente. Ella aún era algo que me revolvía el estómago con solo ver sus fotos.
Pero su abandono fue necesario. Alejarme de ella, porque podía, si la buscaba, si
cambiaba alguna perspectiva confrontativa. Pero no, elegí la soledad. En mar
abierto, en duelo contra los monstruos marinos. Nuestros cielo no era del mismo
color, como le decía: planes, familia, amor que yo necesitaba, decía ella, acabar
nuestras carreras profesionales, trabajar, alquilar un departamento, escribir libros
e investigaciones, tener un hijito. Nunca comprendió fielmente el abandono
personal que me impuse. Ella simplemente decía que yo estaba aislado. Se sentía
como una empecinada contradicción de polos opuestos, ya no había amalgama,
ninguna química para explotar: ella me pedía explicaciones, yo fingía respuestas,
ella me condicionaba por un bien mayor argumentando que yo estaba
"indispuesto mentalmente" para decidir por mi mismo; ella creía que yo
simplemente estaba deprimido.

Kenny me despertó, “te estuve haciendo daño, Celeste, sin que me diera cuenta”,
pensé.. caminaba tambaleando entre la pista, parecía un sueño, otro día que
parecía un sueño esta realidad. Cruzamos el boulevard sucio de basura. En este
país los servicios hacia la ciudadanía son una fachada de corrupción, invierten
veinte y roban diecinueve, mientras nos podrimos de basurales cada mañana,
cada noche, cada día. Al menos los perros callejeros tienen algo de comer,
revoloteaban las bolsas olorosas. Compré Malboro en la tienda del tío Chino, una
blancón muy amable, le compraba allí desde que empezaba a fumar a los
diecisiete años. Kenny le tenía confianza, abríamos botellas en sus bancas y
mesas colocadas encima de la vereda peatonal, a dos casas de la misma avenida.
—¿Y si nos quedamos aquí?
—No, Kenny, vámonos, hace mucho frío. —Vera tampoco quería quedarse.

Encendimos la lapto, nos acomodamos en mi cama y la cama inflable, apagamos


las luces. Les di sachets de ricocan expropiados a mis canes. Volvía a mi cuarto
con jugo de piña, Kenny preparaba los cócteles, Vera me explicaba los motivos
de sus cortes en su brazo.
—Demencial, es una obra demencial. El suicidio me parece una forma valerosa de
enfrentar esta megamáquina mortal.
—A veces buscaba perder esta sensibilidad humana. Mira mi brazo. —Figuras
amorfas despellajadas con un cuchillo, cicatrices alargadas, nunca había visto algo
así. —Me recetaron cientos de pastillas, sertralina, valprax, diazepan.
—Esa mierda es peor que las drogas.

Llegamos a casa, Kenny encendía las ollas para calentar la sopa que cocinamos
tempranito antes de las jornadas. Me puse a limpiar la mierda del perro, le
echaba lejia, aromatizantes, quedaba pulcro. A nadie le molestaba la presencia de
los canes. Vera estuvo jugando de rodillas en el piso con Bobby y el Negro la
miraba con recelo. El gatito que trajo la china no dejaba de maullar. Alonso salió
de mi alcoba:
—¿Cómo les fue muchachos? —reía de oreja a oreja.
—Alonso, te presento a Vera —decía Kenny.
—Oe tío, tienes que limpiar también, tamare. —Espeté.
—Sí he limpiado, el cuarto, el baño y el pasadizo. Ya tú limpia la sala. No te creas
dictador. Ja,ja,ja.
—Sí, putamadre. Tienes razón. Ja,ja,ja. —Vera nos miraba sonriendo. Se le notaba
alegre. Yo también, Kenny. —¿Dónde está Sandro?
—Fumando weed.
Y Kenny abrió los chorizos robados, la salsa blanca, el arroz y nos servía a mi y
Vera. Dijo que Alonso se sirva a sí mismo y Nayeli. Alonso ya estaba en pijama,
utilizaba la lapto, cuando no salía a expropiar se iba a algún cachuelo en la calle
o se quedaba cuidando a Nayeli que llevaba tres meses de embarazo.

Nos sentamos en la mesa antigua que mi tía lo compró en la selva, duro y


resistente. Alimenté a los canes, Rina, Bobby, Negro, Gorda y Lía.
—Kenny, yo no quiero carne. Sabes que no consumo..
—¿Tampoco? Yo igual, hace unos tres meses que dejé rotundamente de comer
carne. Pero si es carne robada, qué importa. Je,je.
—Ja,ja. Yo no puedo por ya razones médicas. Soy vegana hace cinco años.
—Admirable. Kenny, tienes una amiga interesante. Se verían bien juntos. Solo con
un par de armas.
—Ja,ja,ja,ja —Kenny reía y servía los platos.
—Estoy que le escribo a Limber, me dijo que lo llame para tomar el Jagger. Si no
lo llamo, no me dará marihuana. Y últimamente me duele la cabeza.

Me sentía feliz, esta era como una casa Okupa que visité en Santiago con los
mexicanos anarcos. Las tres casas okupas que visité, había amor, arte, música, y
un gran odio al sistema. No había problemas de ser quien quisieras ser, podías
ser homosexual, lesbiana, callado, enfermo. Nadie iría a decir a otro cómo vivir.
—Dice Limber que está viniendo. Mejor lo llamo
—Llámalo. También quiero fumar y no quiero comprar.

Cogí el celular. “Oye, ven a mi casa altoque. Seguro estás con una flaca. Ven
rápido porque me acabaré el jagger. Trae hierba. Mañana vendrá mi amiga
Fiorella y quiere hierba.”

Dice que vendrá en quince minutos. Que no nos acabemos el jagger.

No tenía ni idea de cómo formar una guerrilla individualistas, les dije a mis
amigos que podía robar tragos deliciosos, les gustaba mucho el alcohol, era su
debilidad, entonces, ¿licores finos?
La luz del nuevo día traspasa los cabellos de mis perros, se aloja en las figuras de
los objetos de nuestro alrededor, la luz nos obliga a lenvantarnos, creer en el
tiempo y en la espesura del espacio, el sabor fresco del viento frío de invierno,
gotas de lluvia en el patio de la tierra, olor a incienzo que mi tía dejara para
ambientar, mi perro mueve la cola al verme despierto, revolotea mi cama,
extiende sus patas, bailan sus orejas, besa mi mentón; vientres abiertas en la
avenida, asesinatos múltiples todos los días, gritos de dolor y espanto en las
calles y las iglesias. Los templos de los policías seguían alquilados por
delincuentes que no hacían servicio a la comunidad. No había escapatoria. Errar
significa pagar. Celeste ya no estaba. Se había ido para siempre. No la buscaría
más. Eso me impresionó en un principio.

Abrí los ojos, Sandro y Limber dormía en la cama inflable de Limber. Alonso y
Nayeli en mi cama. Kenny y Vera en la otra habitación y yo en el sillón viejo.

Kenny era un prófugo de la comodidad de las urbes, vivía como vagabundo de


casa en casa, hijo de una familia de la zona cálida de Madre de Dios, un hermoso
lugar para nacer y morir. Se mudaron al frente de casa cuando él tenía
aproximadamente seis años, yo siete. Lo veía con su bicicleta y sus dos
hermanitos menores; los mismos ojos de ausencia, serio, pensamientos
multiformes, Kenny era aislado como yo en el barrio. Mi familia tenía buen trato
con la suya. Ellos instalaron un negocio rentable de restaurante y alquiler de
mototaxis. Kenny heredó la perspicacia de ser un negociante, él en casa
administraba bien sus objetos. Aún recuerdo cuando una de sus pocas amigas
me dijo en una borrachera en quilca: “tú eres su único amigo, los demás lo
buscan por interés”. Dudé si sea cierto, Kenny tenía varios amigos, se hizo muy
popular en el círculo subcultural que se movía.
Leí en uno de los tantos textos sobre mi favorito filósofo alemán, que el
individuo mide su valía por cuanta soledad le es posible aguantar. No lo
comprendía en absoluto, apartado desde una sencilla lectura, nunca. Precipité y
nadé en esos mares nuevos para mí. Soledad es la madre de las sinfonías más
hermosas de la historia conocida, de los libros más profundos del espíritu. Arte,
días como perro perdido. Los simulacros a los terremotos humanos no existían.
Uno saltaba a la vida sin ningún mensaje previo. Horas hongueadas por la
desidia también. Observando desde un vértice alejado de todo el universo.
Recostado por horas, hincándome el cuerpo. Pensaba en mamá, en papá, en mi
abuelita, en mi propia vida. Sin Celeste era más sencillo navegar, y uno nunca
estará siempre solo. Llegó Kenny a casa, vestido como suele, sus botas largas,
jean pitillo y una mochila llena de ropa y objetos personales; tenía la apariencia
de un David Bowie por lo excéntrico, su cabello muy ordenado y pulcro, ojos de
un Marily Manson; un amigo de años. La gente mediocre del barrio lo miraba
desde lejos como un fanático a una cultura miserable, o como un homosexual
por simplemente la pinta extraña.
—Raquel me terminó. Definitivamente. La cagué, tío. Putamadre.

Sin la universidad, sin Celeste, sin los gestos de autoridad de casa era más
sencillo.. Sin papá y mamá, a pesar del deseo insatisfecho de su ausencia que
amarga a un joven adolescente, no pedirle permiso a nadie era artístico, muy
satisfactorio. Alejado de las multitudes, de la masa que deforma el cuerpo del
individuo, llegó Kenny a casa destrozado. Él comprendía mis pensamientos
esquizofrénicos, un rechazo abismal a todo lo existente y un no saber qué hacer.
—Salimos en grupo a beber a la playa a acampar. Bebimos harto, me tomé
alprazolan, fumé weed y no me acuerdo más. Ella dice que le estuve maltratando.
Mi otra amiga dice que no pero sus amigos le apañan. No entiendo, tío. No
entiendo esta mierda. Igual le pedí perdón. Fui a su casa de amanecida y me
botó.
—¿A qué hora fuiste? Si estaban acampando.
—A las siete de la mañana. Esperé por media hora afuera y salió por la ventana.
Me dijo que me vaya, que su mama saldría con la escoba.
—Putamadre, Kenny. Toma, bebe, tengo guardado esto, jaggermeister.
—Le estuve lanzando piedritas a su ventana, una cada vez más grande. Ja,ja,ja.
Exactamente como un perro perdido, de los tantos que rescataba junto a mi tía.
Famélico, sin hogar, cadavérico, sin ningún sentido de esperanza. Excavaba en la
basura, en los litorales, entre el mar y la tierra, entre la diferencia y la comodidad.
Pero llegó Kenny, destruido, despojado de su familia política.
—¿Qué fue? ¿Por qué no te dejan pasar?
—Esa tía es una pendeja, la esposa de mi padrastro.
—Nunca me cayó ese tipo, men. Nunca. Te puedes quedar aquí.

—¿De donde sacas el jaggermeister?


—Lo expropiamos con Sandro. Tenemos que enseñarte cómo se hace. Es
superfacil. Bebe, relájate, las cosas van a cambiar. Mira, si ella no te ignora es
porque aún siente cosas y no las dejará de lado. A las chicas les gusta el drama,
la verdad. A mi también y a ti.
—Sí que está riquísimo

Despierta, Sandro, despierta, tienes que ir a trabajar.


No jodas.
Ah, luego no digas que te avisé. El piso estaba de tapas de gaseosa, red bull,
botellas vacías, rilas de marihuana, colillas de cigarrillos.

Kenny entonces era mi mejor amigo y confidente. Vivíamos en casa durante


meses. Luego de la ruptura con Celeste y él con Raquel, nos sentíamos
deshechos. Le enseñé a expropiar los jaggermeister y nos unimos para los
cometidos. No nos importaba nada. Kenny sentía casi lo mismo que yo.
Alonso, tío, abre la puerta, hey. Escuché pasos.
¿Qué pasó? ¿Qué hora es?
Son las diez de la mañana, Nayeli debe estar con hambre, loco.
Está que duerme, dice que no le despiertes.
Tamare.

Le besé interrumpiendo sus palabras, ella tenía razones, yo solo sentimientos, su


cuerpo tibio. Ella era mi más grande deseo, acabar nuestras carreras, tener dos
hijos, ser el padre que no pude tenerlo siempre, ella la madre que me
prohibieron. Era. Bebí otra cerveza, mirando transeúntes pasar en la panadería,
comprando el desayuno, una caravana de trabajadores, indios con pelajes
eurocentristas, sentí que todos odiasen el trabajo tanto como yo lo odiaba. Las
luces naranjas centellaban por bloques, dejando espacios oscuros, la atmósfera se
apoderaba de Celeste en la pequeña habitación.

—Recuerdas cuando nos conocimos aquella tarde de invierno, a pocas cuadras


de aqui. Estabas con tu gorrita gris, parecías una niña.

Celeste empapó su mejilla, y podía verse reflejo de las luces externas en sus ojos,
me abrazó fuerte, me besaba. Abrazaba mi soledad tan

profunda que me modelaron una personalidad que ella decía,

debía cambiar. Si no tenía motivos para hacerlo, debía hacerlo por ella, me
enseñó; me hice la idea unos años. La eché a la cama y le iba desnudando,

le daba piquitos en su frente, en su nariz,

en su mentón, sus mejillas, ella no dejaba de mirarme y lagrimear, le sequé y le


froté la espalda, el cuello también. Su cuerpo contorneándose en
el mío, sus ojos clavándome estacas para quedarme a su lado, ella me quería
devorar, me quería solo para ella, y yo siempre cedía, me dejaba cazar

por su maldad y su amor maternal; a ella le gustaba que la llevase a donde yo


quisiera, ella se dejaba dominar por mi, cuando teníamos sexo

a los dieciocho y ella diecisiete años, parecía que ella tenía una necesidad
imperiosa de satisfacerme, y en sus infidelidades, le adimití

aquella misma necesidad. Celeste parecía que tenía una deuda consigo misma.
Volvía a decir que me amaba con su fina voz cuando cantaba Andres Calamaro.

Me atrapó, no podía permitirle sufrir a mi novia. Le dije que la quería por delante
de todo, le mentí. Y en mi mentira había cierta verdad, yo la quería solo a ella.

No pensaba en nadie más, no tenía cabeza para hacerlo.

—Recuerdas cuando te reclamaba acerca de tu pasado con ese tipo mayor, y con
los treinta más que perdimos la cuenta.
—Ya no pienses en eso, amor. —Me miró sigilosa.
—No lo hago, reyna. —Le besé y le abracé.— Tú eres mía y me encanta todo de
ti. No me importa el pasado, te lo dije. Pero ahora encuentro

otras sensaciones, sabes, es como si ya no me importara. No siento celos, incluso,


podría tolerar una ruptura.

—No te entiendo, Daniel. Tampoco lo haría, no lo haría. —Se dispuso a sentarse,


y aproveché en abrazar sus piernas albinas y delicadas—.

Optaría por terminar la relación antes de hacer ello.

—Te amo, reyna. Todo va mejorar entre nosotros.

Le mentía otra ves.

Y yo lo comprobé poco despues de un mes a dos meses. Pero luego te contaré.


-Sus ojos me seguían, ella estaba imaginando.- Yo también lo tenía en cuenta,
pero ya no me importaba. Solo me importaba la presencia poética que
embellecían mis días lóbregos. Y esta última ruptura parecía otro

episodio tragicómico, y no lo fue.

-Ya no será nunca más tú, yo y ninguna familia de mierda que hacer, ningun hijo
que se volverá

un mediocre obediente e impotente. ¡No quiero eso para mi! ¡Mierda! ¡No lo
puedes aceptar,

tienes que aceptar como soy, como quiero ser!

Poco despues conocí el amor de

Celeste. Mi mente ya no racionalizaba, si aquello anterior era remoto o presente.


Ella era esa tarde de verano en la playa.

En esta sociedad no hay muchas personas que lean libros por sus propios
medios.

Volví a la cama, le abracé fuerte, apenas me reconoció me dio un beso, entre su


sueño, la realidad, el final. El olor a ella, las estrellas de aluminio, la fragancia
oscura, cerró los ojos, yo la miraba con un deseo desgarrador, sus cabellos
cubrían parte de su rostro, se echó encima mío sin decir palabra.

Escuchaba Sleep Dealer por horas, uno de sus álbumes, The Way Home, escribo
intoxicado, pensando en el pasado, en Celeste y cuando encontré esta banda
musical. Ayer le conté a Valeria nuestra ruptura, los últimos días, cuando Celeste
me pedía tener un hijo conmigo, su irremediable forma de amarme, su
imposibilidad de cortarme en persona. Ella no quería terminarme, aceptó mis
términos: amor libre, delincuencia. Ella me entendía, me trataba como mamá
cuando era niño y me llevaba a pasear a los parques con alguno de mis perritos,
me esperaba sentada viéndome orgullosa recorrer el campo, tirándome al suelo,
gritando y huyendo. Mi madre le decía a mi abuela que yo era feliz con los
perros.
Era Julio, la humedad se apoderaba de mi habitación, mucha languidez decorada,
frutos de una innecesaria vida decrépita, resultados deplorables. Una perpetua
sensación de angustia, como el sábado en el bar. Celeste interpretaba malísimo
mis opiniones, yo la amaba, no dejaba de hacerlo, ella lo sabía, se lo decía, pero
ella quería todo a su manera. -¿Encontraré a Celeste?- “Camino a casa”,
significaba el título. Yo quería estar en casa, beber unos desayunos sobrios,
conversar sobre la familia, algún chismesito del barrio, las mascotas, la boda de la
china, las proezas de mi sobrina. Celeste era como mi madre. -Me sentía apático
antes de conocerla era tan sencillo todo a su lado caminar las calles del centro
de lima beber un trago contar nuestras historias como dos niños sin hogar uno
atrás del otro uno encima del otro uno cuidando de todo-

En diciembre la contacté, para saber algo de ella, para realizar una amistad, ella
se negó con justo derecho, y no me importó. Nunca lloré. Quizá por dentro,
como cuando el individuo pierde un poco de encanto exterior, mi interior estaba
lleno de locura. Tampoco otras chicas, nadie. Yo quería meterle una bomba a una
comisaría o un edificio del Estado con tanto deseo. Pensaba en ello más que en
Celeste.

Cuando era muy niño mi padre traía a un amigo inválido a casa, un pobrecillo
que caminaba lentamente, inclinado en un bastón, mitad bestia mitad hombre,

sus piernas no se podían movilizar libremente, y la otra mitad del cuerpo carecía
de toda flexibilidad. Raquítico, huesudo, abandonado. Maximo Hernandez, un
grande

de los grandes. Sus ojos de plato al principio me ahuyentaban, al segundo día de


conocerle ya compartíamos los almuerzos, era amable y atento con todos en
casa.

Nos visitaba con ganas de ayudar en algo, lo poco que podía era barrer, trapear,
lavar los platos luego de las austeras comidas, arreglar las sillas o mesas,

él era carpintero de joven y se las ingeniaba para arreglar todo tipo de cosas en
casa. Quería sentirse útil, nosotros le dábamos en nuestra inmensa pobreza

los desayunos y almuerzos y algunas propinas. Mi tía se gastaba mucho iniciando


cada negocio legal por hacer marcha, por las noches cuando podía le daba
diez soles, o cinco. Maximo reía con una gran felicidad, la sombra de sus sonrisa
iba de lado a lado, yo le solía acompañar a tomar la mototaxi para irse a su

casa. Mi padre tenía deudas en los últimos años que la pasamos juntos, le fue
mal algunos negocios legales y se sentía obligado a trapichear, buscarselas de
cualquier

modo. -Giampier llorando me hacían pensar en él-. Nunca olvidaré cuando el


primer año que mi padre estuvo en prisión, yo viviendo solo en la casa, Máximo

me visitaba. Almorzando me conversaba algunas historias de mi padre cuando


era joven, decía que era muy inteligente, que leía muchísimo, que era mujeriego,

que se metía en pleitos con mi tío, peleas callejeras de aquellos años setenta y
ochenta en estas periferias, cuando no había pista sino arena y no había

instalaciones de agua ni desague, se visualizaba conchitas de mar en las calles, en


la casa, en los colegios, en los paraderos. Pocos sabían que

los continentes miles de años antes era la tierra del mar. Máximo también lo
sabía y eso era lo que teníamos en común, nos gustaba leer

simplemente por el placer de hacerlo. Yo porque quería huir de esta asquerosa


realidad y él porque no tendría mucho que hacer con un cuerpo inservible,
postrado,

abandonado y solo.

La historia de Máximo terminaba cuando empezó. Yo volvía de estudiar, cuando


mi tía no estaba en casa Máximo cocinaba, veía la puerta abrirse, previamente
mis perros

atolondrados aullando salvajemente, Maxímo cogía el bastón, inclinaba su cuerpo


para soportar el peso, avanzaba lentamente a la cocina. Me servía la comida y se

servía un poco él para acompañarme.

—Tu abuelito era un tipo muy fuerte. Era amigo de mi padre. Tu padre tenía
siete años cuando tu abuelito murió. Tu abuelita estaba destrozada. Tu abuelita
entonces era una mujer muy guapa, los hombres venían a casa a visitarla.

Conocí a ese tal Reynaldo, su hermano, se los llevóa todos tus tias y tu papá. Tu

abuela le dejó encargada la casa a mi papá, nosotros vivíamos aqui.

Al pasar los años me acostumbré a verlo así. El dolor ya no me molestaba. Yo


estaba buscando siempre muchos libros y crímenes. No podía evitarlo.

—Tu papá era un tipo muy inteligente, un cráneo. El organizaba a todos sus tíos,
daba ideas y tu tía era muy receptiva. Los sábados nos metíamos una tranca. Yo
entonces podía caminar.

Me sentía muy domesticado esos días. Estudiar, volver a casa, jugar con mis
perros, las visitas de Celeste. Leer mucho.

—Tú cuando eras chiquito como gritabas. Tu abuelita te adoraba, te cargaba, te


llevaba a pasear, tú eras su nieto favorito y también la china.

Máximo era un buen tipo. No merecía morir, millones de personas no padecieron


lo que él sí y siguen vivos. Que cagada.

—Cuando era niño vivía con mi padre en el cono norte, mi papá trabajaba en las
haciendas de azucar. Yo vivía con mis hermanos en una casa humilde cerca a las
tierras donde los explotaban. Cuando debían vacunar a todos los niños contra la
polio, los empleados de salud no llegaron a mi casa. Mis hermanos estaban con
mi madre en Trujillo. No me vacunaron y por eso ando así.

Este último año para mi fue la más bohemia y pasiva. A veces me iba a expropiar
libros a las tiendas Crisol o EntrePáginas, le traía a Máximo lo más reciencito que
eponían de Arguedas. Nos gustaba leer a Arguedas, especialmente cuando
evocaba capítulos de su infancia donde lloraba al ver a los animalitos de la sierra
sufrir por la mano humana. Cuando falleció le pedí a mi tía que trajera todos los
libros. Ya había pasado más de una semana, cuando mi tía me trae la caja, y veo
los cincuenta libros, no pude evitar unas lágrimas. Lo vi entrar una vez más a mi
casa con su bastón, su gorra que ocultaba las canas, y las prendas que mi primo
le daba. En mi mente “adiós, hermano, vengaré tu muerte”.

—Aristóteles escribió que los humanos somos animales pero “racionales”. Esa
justa razón en la consciencia nos daba la merecida aprobación de lo cuerpo, lo
normal y lo divino. Ya no éramos simples criaturas, ahora éramos algo más. No
creo en esa mierda, Máximo.
—Te has vuelto muy inteligente, Daniel. Pásame un libro que me retuerce la
mente.
**
Capítulo IX

Mi abuela dialogaba con mi mamá sobre una "Corrida de toros", una fiesta
patronal, el aniversario de Comachi, la familia, los amigos de toda la vida, el
alcalde y los respetables señores. No comprendía, ¿corrida de toros? Habrían
toritos que me deleitaba viéndolos en las caminatas a las chacras con mamamarci
y Justina.

La casona de Mamarci era un sello inmaculado de la historia de Comachi, un


pozo donde se sube con oro en valijas, desde que nadie tiene memoria los
visitantes, invitados, distinguidos, toreros, médicos, forasteros que requería la
presencia del olvidado pueblo de Comachi necesitaba se alojaban en casa.
Mamamarci les ordenaba sus respectivos cuartos, veía, colchones de paja, muchas
tazas, platos, mujeres sirvientes, carnes colgando al aire.

Las habitaciones correspondían la mitad de la casa, al interior un aposento para


los animalitos, la cerda, los cuyes en el cuarto de barro, y una extraña taza de los
chavines que veía en clases, pero gigante, mamarci lo llamaba el horno de barro..
del portón de la granjita podía ver la pista sin cemento hacia el final del
recorrido cotidiano.
—¡Quiero ir a la corrida de toros, mamá!
—Sí, papá, vas a ir.
—Que lindo mi hijito, ya todo un comachino.
—¿Los toros van a correr?
—Sí, hijo. Es una fiesta anual, vendrán extranjeros a hacerlos correr y saltar.
La casona de mi abuela era de lo mejor de la ciudad, su antiguo techo de pajas y
ramas, las paredes de barro, la tienda y el comedor antiquísimo, las cruces y
cuadros de madera de la Virgen de las nieves, el patio inmenso de piedra, lo
rústico y natural. Entonces los vecinos iniciaban a remodelar sus casas con
material noble. La mama de mamamarci tenía un poder que el pueblo le
concedió como un acto burgués, ella intercedía como abogada en rencillas,
aconsejaba como contadora profesional, daba opiniones importantes al elaborar
las fiestas, por donde iba le saludaban, era una señora distinguida como los que
mamarci trataba con mucho respeto.
—Mamarci cuando vamos a la chacra, quiero ver a tu vaquita la reina, con los
hijos de Clorinda, Juanca y Polo.
—Luego de la fiesta, mi hijo, no te aburras, ve a la plaza allí están los niños, no
tengas miedo.
—No los conozco. -Yo era muy tímido en nuevas amistades. Me forcé.
—Elvira, allí no va el hijo de Meche, tu amiga.
—Sí, Danielito, anda, estás renegando de aburrimiento. -el problema en comachi
ers el aburrimiento atroz que me generaba, no habían videojuegos,
computadoras, televisión y Barush no me prestó su PinBall

Cientos de cuerpos coloridos, miles de colores como nunca antes veía, saltaban,
extendían sus brazos, botellas de vidrio con un líquido marrón, cañazos, tinajas
de chicha de jora, ollas gigantes, la gente comiendo con los dedos, mamá llevaba
los cubiertos de plástico, Justina estaba con otros señores algo lejos.
—Qué espesa la Justina no viene con nosotros, Elvira.
—Ya, mamá, seguro tendrá otros asuntos.
—El pueblo ya no es como antes, mi hija. -Mamamarci se cogía las manos.
—Todo cambia, mamá, el bebé debe radicar en Lima, te extraña.
—Me extrañas, mi hijito.
—Sí, mamá. -abrazaba a mamamarci.

El toro corría, le apodaban El Gato, mamá tenía miedo que salte sobre encima
del muro de madera, mamamarci no tenía nada de miedo. Le gustaba el peligro,
creo ahora. El toro brincaba tras la pañoleta gigante roja del Torero. Parecía
furioso, una bestia hermosa, regordete, los cachos daban miedo. La baba le teñía
de un aspecto tenebroso.

—Óscar, mano, necesito un arma, cuánto me cuesta. No te pregunto para sapear,


de verdad necesito. —Óscar me miró fijamente por unos segundos sin inmutarse.
—Quinientos soles.
—¿Limpia?
—Sí, pero es un cañoncito, un revólver.
—Bien. En cuanto tenga el dinero te llamo. -Creo que mejor consultaría con
Pedro o Victor. Creo que cometí un error.
—¿Para qué lo necesitas?
—Sí te dije la otra vez, estábamos ebrios. Ya hice un par de cosas. Ahora quiero
manejar mis propios asuntos.
—Quisiera robar esa empresa de gas Zeta Gas, la sede principal.
—Mi brother trabajaba allí. —Las chicas fueron a cocinar, Victor a traer más
droga.
—También Violeta, ella de secretaria fija, conocía los huecos del dinero.
—Mi brother solo conducía el carro en traslado. Me dateo de una vuelta básica,
robar 3 balones de gas con un aparato especial. Me pidió que consiga tres
balones.
—Pendejo.

Era un circo compuesto de madera, rojiza y blanca, debería ser madera de los
eucaliptos, mi abuela decía que es la madera más resistente, tranzando algún
negocio con las señoras de sombreros de amarillos como mexicanas que veía en
la televisión. Murmullos en quechua, niños y ancianas en algarabía, los hombres
sonreían, bebían sin medirse. Las mujeres sirviendo, espectando, decían que el
torito era bello, y el toro seguía corriendo como Layca cuando llegaba de clases,
en números ocho, levantando las patas, exponiendo su mirada orgullosa y su
pecho de paloma. Ojos marrones de Layca, piel crema, mordiendo mi planta de
maracuyá, nunca me enojaba con ella. De pronto el torero, un mexicano con la
cara ancha, y un diente de oro, saca una espada. El toro seguía como un
canserbero queriendo arremeter un cornazo, los toreros de capa rosada
despistaban la atención del toro, el chico se veía acorralado, atacando a lo
primero que veía cerca, el torero levantaba la espada hacia el cielo, los
multicolores saltaban y vitoreaban, el tío Guillermo le recordaba a mi abuela
otros episodios matrimoniales de espada y toro. Escuché que el toro iba a ser
atacado. Los de capas rosadas le colocaban unas astas en su espalda, varias, de
su lomo salía sangre, y dejé de gritar como la gente, me encogí como insecto,
comprendí lo que iba a suceder rápidamente, el estómago se me hizo un nudo,
miré a mamá y le pregunté si iban a matarle como todos comentaban sin la
mínima compasión. Me cogí las rodillas, mi pantalón de lana apreté, el friecito
era abrumador, mamamarci me colocó un poncho negro con líneas de hilo
rosada y amarilla, mi gorrita de lana, recuerdo, me la quité, apretaba fuerte..
—Es costumbre aquí, Daniel, que lo maten. —Una mujer agregó palabras en
quechua riéndose.
—¿Qué dijo? Qué dijo, mamá.
—Que si no como comemos el bisteck que tanto te gusta.

Notó mi angustia, me abrazó. El torero se acercaba con la espada apuntándolo


directamente a su cara, el toro estaba a tres pasos, como el Mío Cid que peleaba
con otro caballero español cubierto de metales, pero el toro no tenía una espada,
solo cachos, ni un escudo de metal, tenía una gran incomprensión de estos
humanos gritando y siguiéndole sin motivos naturales, sus venas debían suponer
el final. El toro lloraba, recuerdo, “El gato” lloraba, instinto de superviviencia
eliminada, una mueca de confusión, tenía la baba en todo su pecho de paloma,
el torero levantó su pie en alto hacia atrás antes de correr al toro y salta,
clavándole la espada, todos esos mínimos metro y medio de acero hecho
únicamente para asesinar al gatito, toro cae desplomado al suelo, le salía sangre
por la boca, su lengua negra podía verla. Me salieron tantas lágrimas que mi
cuerpo se paralizó. Mi abuela gritaba alagos al torero, los ponchos, las polleras,
las caras diezmadas por la ocasa humedad penetrada en todo el viento, no
entendía, por qué ellos siguen alegres, el toro estaba llorando y sangrando por la
boca, echado, levantando el cuello, los cuernos, como un héroe a punto de morir.
Gritaba, y la gente seguía emborrachándose, comentando en quechua, en
español mal hablado, los niños veían sin decir nada, estaban dos palos debajo de
mí. Justina reía con los señores canosos, hasta los sombreros de pajas caían al
suelo, una mujer gorda corre apresurada desde uno de las dos puertas del circo,
en la parte baja, donde uno salió el pobre Gatito y la otra para los malvados
toreros. Malos eran, pensé, malísimos. La mujer echa un licor espumoso, otros
hombres chatos y otras mujeres ebrias bailaban cerca al toro. Cargaron al toro
entre diez personas y la música estalló, la banda musical del pueblo. Yo no
dejaba de llorar desconsolado, uno de los de capa rosada le mete un cuchillo al
cuello, mi abuela decía que esa era la última estocada, que murió como un
valiente. No dejaba de llorar por minutos, dejé de gritar, lloraba para mi,
Guillermo se impresionaba de mi sensibilidad.
—Marcela, no deberías traer a tu nieto, es muy sensible.
—Ya se va acostumbrar como todos los niños. Mi hijo también lloraba de niño.
—Está llorando mucho, Marcela. —Me sequé las lágrimas para no llamar la
atención.
—Mamá, no le digas a Juanca y Polo que estuve llorando. —De rato en rato
decía, “pobre toro”, “pobre toro”.
—Ya hijito, ven, duerme, mejor.

Me echaron de la comisaría, nadie me esperaba afuera, no estaba mamá, mi


abuela, la china. Podía ir a casa de Alonso a dormir unas horas, un impulso
extraño, como tantas veces, me empujó a quedarme a dormir en la completa
desolación. Quinta denuncia. “Hijos de puta”. Eran las cuatro de la mañana,
"adiós, jefe, gracias por ayudarme”. Mi cuerpo pedía a gritos que me sentara en
el suelo como un vagabundo sin techo, cómo se le llama a esa sensación de total
pérdida. Perdí trescientos soles. “¡Carajo! a juntar de nuevo”. Necesitaba comprar
algo para un negocio sucio. "Perdón, jefe, necesito que me ayude, soy un buen
chico, jefe, tengo familia, mi mamá está enferma". Estaba arruinado, aunque pudo
haber sido peor. El enemigo está siempre al asecho aunque no lo veamos, por
eso, cuida tu espalda y con excesiva cautela da tus pasos delictivos. ¿Qué
hicieron ellos?: llamadas, un par de soles de gasolina, esperar el tránsito, y
escribir su maldita sentencia en su ordenador mientras miraban fotos de chicas
semidesnudas, luego cobrarme. Tumbado en la vereda, bajo la luna disparando
flamas de oscuridad, me disparaba perdigones de ese sentimiento que te anuncia
enormes tierras por atravesar solo y casi perdido; me ocultaba un poste de luz
del cavernícola que yacía bajo la puerta de la comisaría de Surquillo, una tienda y
un basural a mi costado, calles estrechas, arboles fantasmales, el Prometeo no
existe, los mitos sobre los autos en cada esquina, una fila de camionetas lateral a
la policía, me quedé allí, mirándolos. Debía emplearme y estudiar algo corto, para
fingir, para el anonimato necesario. Sentí en mis dedos la respiración de otro
animal. Un perrito negro me miraba amistoso. De seguro tenía hambre el pobre
chico, se le notaban sus costillas, su boca blanca y colita agitada, un mestizo
color negro con orejas pesadas. Era hembra. Te llamaré “América”, en sus ojos vi
a mi perro negro o Punky, abracé al miserable, “te llevaré a casa, chica”, le
estreché calor y seguía. Se acurrucó en mis piernas, tenía frío, quería comer,
pensaba en ir a pedir comida a una juguería. Ahora él se sentía seguro. No iba a
llorar por esta cojudez. Me daba cólera el dinero perdido. Pronto se quedó
dormido.

Mamá me cargaba, le abrazaba del cuello, las amigas de la mamacha


conversaban con Mamamarci, el jirón atiborrado de niños vendiendo rosas,
pantalones muy grandes para ellos, caritas constreñidas por el frío, marroncitas,
escarpadas; “ya despertaste, bebe”, me daba miedo el tumulto, abrazaba a mamá.
Recordé al torito, me dolía el pecho por haber llorado. Las mamachas caminaban
a pocos metros de distancia de mi mamá, tenían una capa verde extraña,
deberían ser parte de alguna comisión, mamá me sacaba la cara, me hablaba de
visitar a Fabricio, un amiguito en Cora Cora. La plaza se iluminaba de ambulantes
por doquier, prendas, mazamorra, coctels con manzanilla y cañazo, cosas
extravagantes, vendían rosas. Mamá compró un pollo brosther y recordé el
infierno que veía en el mercado de casa, mataban a las gallinas y se escuchaba
sus alaridos, decidí no comer. Mamá saludaba a Hilda, hija de una de las amigas
de antaño de mamamarci. Sus cachetes rojizos, como de todos en estas alturas;
reían, porqué siempre reían, me preguntaba vagamente. Mamá me dejó en el
suelo, comí las papitas fritas.
—Ya sabes como es mi mamá de picona.
—Ja,ja,ja, doña Marcelita no cambia. Quería llevar la olla de la comida.
—Están sus cuñadas y siempre la han evadido, me da tanta cólera, Hilda. —Las
cuñadas de mamamarci la odiaban, yo las odiaba también a ellas. Mamá cogió
un pedacito del ala brosther hacia mi boca —come, bebé, tienes que comer.
—No quiero. No quiero comerme al pollito.
Vi al torito otra vez saltando, mi pecho latía fuerte otra vez, respiraba hondo.
Quería abrazar al torito, pobrecillo, mi tía Nilda seguro rechazaba esas fiestas. Ella
me entendía, amaba a los animales como yo.
—Mamá, mañana vamos donde mi tía Nilda a Cora-Cora.
—Ya, bebito.

Busqué a Fabricio con la mirada, seguro si me veían con los ojos rojos se
burlarían de mí. Mamamarci llegaba con un bolsa transprante y dentro papel
blanco cubriendo roscas o alfajores.
—Mi hijito, quieres alfajor.
—No quiero nada. —Pobre torito.

Tormentas de quechuhablantes retornaban, escapaban, preguntaban, la pequeña


multitud observando a los “Señores”, los auspiciadores del circo asesino.
Montaban caballos que adornaban cintas rojas en las patas, bellos caballos.
Recordaba otra vez al torito. Me dolía el corazón. Volvía a llorar.
—Mi hijito, por qué lloras. —No contestaba, no era bueno expresando mis
sentimientos, nunca pude decirle te amo a mamá, pero sí a Mamamarci. —Ya no
llores, mi hijito, ya pasó, ya no volverás a ver esto.
—Mamá, no debimos llevarlo, tú sabes que él ama a los animales como tu hija
Nilda.
—Sí, se parece bastante a su tía, no papá, te voy a comprar una paleta. —
Mamamarci me llevó caminando donde una mujer que vendía algodones.
—¡Como estuvo la corrida, mamá!
—¡Muy bueno, hija, muy bueno, el mexicano se lució! —Luego le dijo palabras en
quechua y la mujer me miró tierna.
—¿Te gusta, papacho? Ya no llores por favor. Los llameritos ya van a llegar, te
gustará verlos. En Cora Cora te acuerdas que tenían látigos.
—Sí, sí me acuerdo.
—Ya no llores, mi hijito lindo. Paicu papaico, paicu paya, paicu paicu.. —la
cancioncita que me hacía reír, ella me cogía de los brazos y me hacía saltar;
pronto olvidaba las escenas del torito, los llameritos vestían de negro con
chalecos, diferente que en Cora Cora, quizá por el friaje de la noche.

La voz de la TV de aquel día: El dominical “Punto Final” ha presentado la


denuncia, identificando a la mujer como Viviana Mary Zamudio Lopes, quien sería
estudiante de la carrera de Derecho y trabajadora del Ministerio Público. La mujer
habría grabado el preciso momento en el que se quemaba el patrullero y
colgado el video en sus redes sociales, donde además se le escucha
decir: “Bájense esa mmierda” y “Está explotando el carro de los perros”. A esto,
el General PNP Gastón Rodríguez, ha expresado lo siguiente: “Y utiliza palabras
que son de épocas nefastas para el Perú. También tenemos esa información, el
aparato de inteligencia está trabajando en qué tipo de personas son, a qué tipo
de organismos u organismos pertenecen, y cuál es su intención en la
participación de este tipo de marchas”.
Escuchaba Sleep Dealer con mis audífonos, mis hermanos eran inocentes,
pensaba frustrado, pero tenía a mi banda de amigos en casa. “¡Policías bastardos!
¡Hijos de perra! ¡Deberían volver al hemisferio de los desperdicios, al otro lado de
la historia! ¡Deberían violarlos enlodados del fango, del basural que su vomitiva
sociedad putrefacta genera! ¡Eso es lo que son, desperdicios, seres ínfimos, carne
de cañón para los de arriba! ¡Son solo eso, carne para ser fusilada! ¡Me cagan su
existencia, no aguanto la cólera! ¡Puta policía bastarda! ¡Nos estalla la ira, el
hedor y la calcinada cara, mi ojera se expande, mis manos tiemblan, se me cae el
cabello, la palidez se hace roja, me enerva la vida! ¡Estalla la mierda! ¡Cuando
menos se lo esperen caerán por mis balas! ¡Y si muero, morirán ellos primero!
Como cantaba Mauri con su guitarra, “Si hay que morir, morirán ellos primero!
¡Conchatumadre! ¡Policía de mierda! ¡Periodista conchadesumadre le difamó a mi
hermanita Viviana! ¡Vas a morir, Escajadillo, estás condenado, yo te mataré!”,
pensaba, por horas, días, Diego ya había sido asesinado y querían vapulear a
Viviana. “¡Putamadre! ¡Putamadre! ¡Diego, hermano!”, no podía dormir, no podía
vivir.. algo se escapaba otra vez de mí, como esos pasillos, esas cabezas, esas
palabras falsas, algo se iba de mí, parte de mi carne, Vera me dijo una vez en su
convulsiva depresión, “Daniel, acaso no sientes que adentro tuyo te estás
pudriendo..”. “¡Diego, juro que los mataré en tu nombre, lo juro, por mi vida,
abandonaré todo, todo, por ti, en tu nombre, nadie olvidará tu acto, nadie!”,
estaba solitario, los anarquistas pacifistas me rechazaron, Sandro fumaba hierba
con Kenny, tres de la mañana, Alonso en el suelo rebotando su saliva en la
madera. “¡Asaltaré lo que pueda, atentaré esta ciudad, dejaré tu nombre en una
vitrina con dinamita, estaño, aluminio, cobre, con todo lo que florezca, metales y
flores!”, Kenny le contaba a Sandro sobre la denuncia a su padrastro por violar a
una menor. Sandro pensaba en su papá. Pensaba en Diego, queriendo morir con
él.. la muerte era mi pasado, mi presente y futuro.

Pensaba como la gente del pueblito eran felices si no tenían TV, computadora,
Goun bound, otros videojuegos, primos o familia que les dieran mejores ropas.
Subí el cerro empinado de paja, cactus, piedritas que negrea de sombra el único
colegio. Mamá me dijo que regrese pronto, que el calor me va cuartear la cara.
Burritos andaban con su dueño, un hombre enano y con piernas muy anchas. El
burrito parecía triste, vi el circo asesino tras el colegio. Me senté, lloré solo, y le
dije al torito que lo vería en la otra vida, con papá dios y Jesús. Surcos, chacras
amarillas, revoloteando los verdes, amarillentos, blanquesinos y marrones árboles,
parecían enredaderas los surcos de piedras, el cielo celeste inmenso, curvas,
jirones, direcciones opuestas, el torito estaría en el cielo, lo miré una vez más.
¿Qué es el eco-extremismo? Vivo en tierras donde no existe guerrilla de ningun
color ácrata. Desde los 70 en diversos países se alzaron individuos con sus capas
negras y sus máscaras, ocultos como fantasmas, perdiendo el juicio, la razón, el
amor. En estas tierras somos contados con los dedos los que pasamos a la
ilegalidad. Les escrito desde el completo anonimato, nunca sabrán quien fui, quien
vivió esto. La guerra es lo único que nos queda, pelear y morir en la batalla. ¿Por
qué?

Rodolfo trabaja quince horas al día, para poder mantener a su familia. La denuncia
de su ex mujer lo tienen loco, si no cumple, puede parar en la cárcel. Alonso está
amenazado por Nayeli, ella es menor, dos hijos, casa alquilada, un padre
dipsómano, una madre sumisa. Ningún oficio. Sandro tiene problemas familiares
con amenazas de muerte de obsequio. Vivía en España, con mi tía, mis sobrinos,
no me sentía cómodo al verla trabajar, la rutina casera, los fines de semana de
familia y por debajo de nuestro departamento, montañas de muertos y esperanzas.
Escapé, fugué de esta mal llamada vida que me quisieron someter. Conmigo no
pudieron. Nunca podrán.

Siempre quise asaltar un banco, era de mis sueños más lujuriosos. Morir asaltando
un banco, me lo imagino, y no puedo creerlo que llegué, pude llegar tan lejos. El
único problema era que podía morir, en un porcentaje temible. La muerte, la
mentira. La lucha desigual donde la primera triunfa, contra todo espejismo e
idealización. Celeste no aceptaba mi deseo de muerte, no entiendo por qué pienso
en ella ahora, como también en mi familia, en mi tío despotricando a los ministros
en nuestros desayunos escolares, en mi tía Felícita en España, con mis sobrinos, en
la playa del mediterráneo, decía Camus que está siempre a la vuelta de cualquier
esquina, el absurdo.. la migraña me aterrorizó hasta el medio día, quizá en esto
tenga algo que ver Pochi, es un tipo duro, lo comprendo, querrá ver lo mismo en
mi, él está diez pasos adelante mío, debo ser sincero, nada más, me está
estudiando, incluso me estudia ahora mismo, aunque no me mire. ¿Cuántos días
tuve que pensar en dar el paso siguiente? Cinco, ahora compraré el arma antes de
gastarme mi dinero.

Trato de contactarlo a Pochi y venga a mi casa, le invite unas cervezas o un buen


trago. Temo que me descarte, no sé qué me haría falta, creo que solo él y sus
amigos conocen las respuestas. Me hice muy amigo, ahora, de la mafia callejera.
Delincuentes de experiencia, con proyección política y emprendimiento económico.
Hay que verlo de ambas formas. Me gané un espacio entre ellos, Victor una ocasión
me dijo: “Daniel, tienes problemas con alguien, vamos para allá a castrarlos, pero
antes endulza a la gente, una caja de chelas primero”. Estoy en otra crisis personal,
muy profunda, intento no pensar, intento pensar. Una dicotomía que busca revivir
la tragedia griega. Un poema que asesine la razón. Puedo saborear un golpe
certero. “Antes de dormir abrazo el caos..”

El caos llenó mi vida de temporadas infernales con Rimbaud, con Digiovanni, con
la delincuencia que reivindiqué como nihilista.
Pochi se llama Juan Carlos, Josué en su primera impresión lo describió como
cualquier persona que pasara desapercibida en la calle. Pochi me comentó un
asalto de una ganancia de 50 mil soles, él en el teatro de chófer. Lo capturaron a
las semanas, los policías exigían un pago, nada más. “Así es el hampa, una mierda,
Daniel, por eso debes tu dinero guardado, sino, una mierda, no hagas nada,
quédate en casa”, me daba consejos. Piel trigueña, casi de mi misma estatura, no
parece tener una gran fuerza física como Pedro, pero era inteligente, tenía control.
El papá de Carolina era chófer en sus años jóvenes, con Rolando coincidieron que
el más bravo en una operación de asalto debe ser el chofer. Pochi tenía un gran
entrenamiento mental que me hacía sentir un insecto entre bestias. No comprendo
aún por qué me insinuó la idea. Me alcoholicé, estábamos también Oscar y Victor.
Todos estábamos aún intrigados por la conducta disidente de David.

Esto sentiría Dostoievski al escribiri “Crimen y Castigo”, en los momentos previos


del estado de locura de R1askolnikov, yo quise conocer ese sentimiento, sí,
Dostoievski, ahora podemos hablar los dos, uno no quiere morir, la carne no
quiere morir, el suicidio es un problema de la consciencia, decía Albert Camus, y
yo agrego, a tinta y sangre, que esa misma quemasón de cuerpo es lo que
siempre he sentido cuando percibía la realidad cotidiana: trabajar, estudiar,
pensar en progresar, adquirir bienes, una familia de la misma calaña cotidiana. La
misma normalización de cuerpos, el mismo producto de una gran fábrica, somos
una idea concebida, somos una mentira, somos una ideología que se sustenta en
algún valor. La negación de los valores, el nihilismo, la vida en la cárcel, el
oxígeno escaceando, la gente sin corazón, sin alma. ¡Putamadre! Escucho rapper
school como hace cinco ocho años cuando cogí un ensayo de Hector Barriga
Reátegui y luego leí Crimen y Castigo, las misera de Marmelanov me clavaban
agujas, una sagaz y criminal curiosidad, quería saber más..
Dostoievski estaba condenado a muerte, el soldado le apuntó y dictaron “fusilar”;
no dispararon, el Zar quería hacer un acto de “bondad” para limpiar al asqueroso
poder, Dostoievski ya estaba muerto, la nada, el inicio y el tormento, el ojo de la
luna detrás de ti, nimbado de demonios, voces en tu interior siempre. La nada.

Estoy muerto, prácticamente muerto, solo mi carne aún se mueve, entonces, voy
a atacar, con toda la fuerza de los espíritus de estas tierras, del espíritu criminal
del los Unicos, los salvajes, los que negamos toda idea creída por la sociedad,
todos los esclavos carentes de pensamiento nunca lo comprenderán, tampoco
nuestra familia, ni las personas que considerabas muy amadas, rechazarán tu
rebeldía. Es un riesgo, el sacrificio, todo por saborear otros modos de vida, el
deseo de morir me dio vida, fuerza, voluntad, negación a toda idea existente,
somos la nada creadora.

Violeta me llamó para ir al Jockey a ganar prendas. Necesitábamos un tercero y


contacté a Alonso. Violeta llegó a casa, cansina, preocupada: “debo juntar
trescientos soles para el domingo, haré lo que chucha sea, hasta me prostituiré
pero mi hijo no pasará el roche de su vida”. Violeta tiene el color canelita que me
recordaba a mamá, cara ancha, ojos vidriosos, un rasgo propio de ella, me
parecía guapa por su picardía, por su aroma que despeja su silueta. Violeta tiene
veintiun años, su mamá la botó de casa porque incumplía deberes, rentó un
cuartucho donde convivía con la Chata en sus noches de trances y pepas. Tiene
un padre que, literalmente, decía ella, “se caga en billete ese conchesumare y no
le da nada a su hija mayor”. Me gané con los chats que tenía en casa. A Violeta y
las demás chicas no le importaban que vea sus conversaciones sin querer, supuse
que tenían una fuerte convicción de sus egos, tenían una inflada idea de ellas
mismas, confirmé una vez más, que los delincuentes somos más solitarios y
fuertes..
Hacer algo era muy aburrido. Podía estudiar algún curso pequeño, costaría
dinero que no tenía. Luego ganaría un sueldo nada envidiable. Me cuestionaba,
para qué trabajar para este puto sistema. Me daba náuseas solo imaginarme
volver a esas celdas laborales. No había salida, no hay tregua. Uno camina
purulento sin un fruto como bálsamo, sin ninguna senda verdosa. Uno camina
encogido, uno camina manos al bolsillo, uno camina aburrido. ¡Putamadre!
Cuantas veces caminé fumando un cigarrillo, dieciséis, diecisiete años. Un libro en
la mochila. Visitar a Sandro, Alonso o algún otro desahuciado. Me gustaba andar
con vidas rotas. Veo más alma en los espíritus desquiciados que en los cuerdos.
¡Y la putamadre otra vez! El tedio, el asqueroso tedio. La luminosidad de la
mañana refleja un color celeste fosforescente contra todo a lo que se impone.
Vienen terremotos, multitudes, en donde el individuo es devorado por la masa y
se pierde totalmente. La soledad era el camino, el arte, la muerte, el crimen.
Como dijo Miller, “algún día triunfará la música”. Ese día no llegará para todos,
moriremos en la mayor catástrofe nunca antes vista, el animal humano es un
producto metafísico y racional de lo más deplorable. -Odio a mis
contemporáneos- No hay forma, no existe forma dentro de las fauces del gusano
leviathan para recuperar todo lo que nos quitaron. Puedo recordarme a mi
mismo, vestido de punk, con un ron en la espalda, alucinándome un Sid o un
Rotten, un poeta de las alcantarillas. Y yo caminé por años, muchos años sin
panaceas, sin música, sin versos; y contaba los pasos, de la avenida principal de
Villa El Salvador a la empresa donde Pedro esperaba, disfrazado de albañil,
pistola en la espalda, con muecas desesperantes y una gran serenidad. Con el
corazón en la boca y la adrenalina mezclándose con mi sangre, bombeos del
pulmón, pregunté si vendían tales productos; Pedro allanó, yo allané. ¿Quieren
aprender a allanar empresas o casas? Es fácil, solo deben estudiarlo, mirar por
todos lados, conocer a las víctimas, conocer el territorio. Unas semanas de
estudio. No se desesperen nunca. Salidas, rutas de escape, ingreso, ¿cómo
ingresar? Hay puntos vacíos, puntos huecos. Como en los pasillos de los
supermercados. Puntos invisibles. Y deben hacerlo con gente que ha hecho esto
por años. Yo conocí a Pedro. Sus tatuajes de berraco y una extraña hoz y
martillo. ¡Buen muchacho!
Capítulo X

Hice un trato con David, era exquisito, para ambos. Le di diez prendas y me pagó
con una buena cantidad de marihuana y un poco de cocaína. Kenny medió el
trance y Alonso ya buscaba clientes, desesperado por dinero que hacía mucha
falta, nos dedicamos a vender hierba entre conocidos. El causa de Kenny, Anyelo,
venía a casa en su carro, un station descuidado, la ventana delantera carecía de
flexibilidad, colocaba un trapo negro para cubrir una mentira y ningún avispado
meta el brazo e ingresara con normalidad. Anyelo vivía en casa del tio Benancio,
semanas antes el tío se había mudado a Nueva Esperanza, montaba su negocio
de pastelería, Anyelo era su movilidad personal, fumaban hierba como locos,
habían dos muchachos más, decía Benancio, sus sobrinos, dos hermanos
gemelos, trigueños y feos de cabellos ondulados, macetones; y un cuarto, un
moreno flaco con cara del jugador de futbol Advíncula, me parecía, yo vivía
drogado todos los días. No conozco dealer que no consuma su mercadería.
Nadie hacía caso a Tony Montana. El tío Benancio era un buen tipo, campechano,
extravagante hasta la médula, llevaba los setenta años y utilizaba ropa de los
clásicos Heavy metal: botas, casaca de cuerpo, metales de adorno, y nos decía,
cuando lo conocimos, llevaba siempre su pistola, un cañoncito de revolver.
—Présteme su pistola, maestro, le decía, emocionado.
Sacó de su cuarto, una especie de lienzo artístico, donde guardaba objetos. Sacó
esa belleza.
—Que belleza, maestro, que belleza.
Alonso cogió el revolver, y se apuntó a la cabeza.
Kenny reía.
Vendimos cinco gramos de hierba.

Alonso planteaba que la locura es la liberación del individuo, le contra


argumentaba que sin crimen, la locura era vacía, que un gatillo recargado
liberaría al individuo del tedio. Kenny fumaba la pipa, hacía click del encendedor,
su ceja fruncía, concentrado, con los ojos bien puestos en ambos, decía que la
música le hacía sentir libre.
—Y la droga, también.

Valeria estaba en casa, esperándonos para comprarnos hierba. Le hice pasar.


—Amix, él es Kenny, Kenny, ella es Valeria. Y a Alonso ya lo conoces. Como ves,
estamos drogadísimos.
—Loco de mierda. ¿Tu tía no te dice nada?
—Está de viaje. No te preocupes. Oye, como le decía a Kenny, no ha existido
cultura alguna que no haya consumido drogas.
—Ninguna pues, Daniel. Todas han creado alcohol. Por ejemplo.
—Ves, Kenny, que te dije, Valeria es un genio y no se droga seguido.
—Ja,ja,ja quemado.
—Oye Daniel, invítame tu jagger.
Capítulo XI

Me quedé dormido, putamadre, estaba agotado, muy agotado. Pasé la noche con
Victor y Giampier, bebiendo chelas, fumando cigarros y aspirando cocaína.
Usualmente puedo evitar una mala noche, no debía cansancio. Y había algo que
me empujó a quedarme allí. Una divagación muy filuda.

El reloj ya marca las cuatro de la tarde. Salí del consultorio de Urgencias de la


posta de mi barrio. Me hice el enfermo en la entrevista con el doctor, la
enfermera me exigió un termómetro, yo le respondí que no tenía dinero, con mi
cara de pena. Salí a comprar el maldito termómetro. No miraba a nadie en la sala
de espera. Unos niños jugaban en el gras del patio. Había un menudito que reía
mucho. Volví y supe que le conmoví a la enfermera y cambió su voz asquerosa
un poco más tierna. Mi tía me obligó a solicitar una constancia de descanso
médico, no asistí a los trabajos comunitarios y debía justificar mi falta. La mierda
estaba en mi cabeza, Pedro me llamó indicando que se aplazaría la faena para
mañana.
—Mañana, causita. Ya tengo otro lapiz.

El tono de su voz siempre cambiaba cuando debía decir algo interesante. Un


lapiz real era necesario. Creo que mi conversación le hizo cambiar de parecer. La
noche antes acordamos precausiones en tales situaciones. Nunca hay que pensar
que todo iría bien. Puede ir mal. -Nosotros necesitamos suerte todos los dias, el
enemigo solo necesita un día de suerte. Ahi la diferencia, decía Erick-. Pedro era
un villano, la villa donde nació olía a azufre y lobos muertos. Pedro estuvo preso
un par de años. Era hábil, sabía lo que hacía. Dicen que en las cárceles se
aprende secretos del negocio. Negocio es a lo que llamo como algo "interesante"
donde uno necesita un lapiz real. Que conmovedor, Pedro le llamaba lapiz
cuando yo escribía con un lapiz también mis recuerdos. Todo esto son recuerdos,
Alonso en el pasar de los años me decía que sí era bueno escribiendo, yo nunca
lo supe y creo que no lo sabré. Mañana moriré, lo deseaba, lo tenía en mente
desde que desperté temprano con el alcohol en la cara. Hoy día sería el último
día de mi vida. Sentado en las bancas de la posta recordé a Figner, la nihilista
rusa que se describía como una suicida romántica, puesto que necesitaba de
aquello para cometer sus delitos contra el sistema zarista. En mi caso era muy
particular. La primera vez que hice negocios con un lapiz pensaba en el suicidio
por semanas. Poco antes Alicia me había dejado, un día antes de conocerla salía
de la carceleta. Desolado y como perdido leí varios libros que los aplazaba, yo
solía aplazar los buenos libros para leerlos en situaciones únicas. Hasta ahora no
leo Dostoievsky con la podrida mente que tengo. Lo conocí a los dieciseis años
cuando vivía en España, enfermo leí muchos libros.

Un familiar de él pertenecía a las bases populares de la guerrilla de Sendero


Luminoso, los comunistas maoístas, pero Pedro estaba totalmente despolitizado.
Yo lo sabía. Pedro tenía cara de salsero, alto, atlético y con ojos de gato. Lo
conocí por Limber, la primera vez que entablé diálogo con él le propuse hacer
unos negocios. El estaba borrachísimo, estaban tomando afuera de casa de
Limber con sus tíos. Llegaba de una jornada de expropiación, prendas de
estación, manos en los bolsillos, pateando las piedras, arruinado. Y él, que era un
buen ladrón, que ganó diez mil soles no sé cuando, que trabajó con David, y
etcétera de cosas. Le dejé con la cara pensativa. Pedro tenía amigos, buenos
muchachos. Me presentó a algunos, poseía las herramientas necesarias para los
negocios. Creo que era una banda, parecían llevarse muy bien y apreciarse. Me
recordaban cuando iba a negociar con los muchachos. Kenny, Alonso, Sandro,
Limber, pronto se volvieron mis hermanos.

El médico me atendió muy amable, haciéndome preguntas unas tras otras, yo


pensaba en mi, en que casi todo en mi había sido decepción y derrota. Muy
joven ya me sentía deplorable. Nunca comí los frutos jóvenes, mi padre en la
cárcel me angustiaba, mi madre fallecida volvía a la vida cada ciertos instantes de
mi día a día.

Nunca acabé ninguna carrera profesional. No pude salvar a mi hermanito Sandro.


Abandoné el anarquismo y casi me mata un falso rebelde hijo de puta. Me tenían
difamado en el movimiento social. No volví a reconciliarme con mi familia en
España, los malditos trabajos comunitarios me impedían la salida del país. Abigail
estaba en mi casa, era el cuarto día que la pasábamos juntos.

-Con esto compre la jeringa, las pastillas y la medicina. Vuelva para proceder con
la inyección.

Cogí los papeles y largué. Tenía ganas de un fuerte abrazo, apenas llegue a la
casa le abrazaría a Carolina muy fuerte.
—Que te pasa, Daniel. —Se reía.
—Necesito que me abraces. Puede ser el último día de mi vida. Mañana ya sabes
lo que haré.
—Ay no pienses así, todo va ir bien. Tranquilo.

Nunca deseé nada de lo que me rodea, vivo sufriendo por el olor rancio de esta
metrópolis, sufro y me hago fuerte, soy más fuerte entre muchos. Entre la masa
de heno y de insectos, me convierto en cuervo y vuelo a la muerte; Abigail
conversaba con Limber, que su ex novio volvió a llamarla, que él está soltero
hace tres años y ningún amorío le llena, ella le mira, pícara, endemoniada. Se
para, bebe un vaso de agua, saluda a su mami de Limber. “Daniel, quieres
almuerzo?”, no señito, no gracias, estoy lleno. Estaba con la garganta hambrienta
de sangre. Un dulce azote del tiempo, carroña del cuerpo, espectro del final,
montañas de cadáveres, nunca deseé nada de lo que me rodea. Pedro llama al
celular, “loco, vente, es hora de partir”, llevo a Abigail de la mano.

Limber se despide. Me mira. “Corona y somos en la noche. Si te pasa algo


perderé algo más este año. Me llaman al acabar el acto.” Yo no elegí nacer pero
quiero más cocaína, con Limber, Víctor, David, en las favelas de los pórticos, de
los guetos donde nací. Me hubiera gustado conocer el gueto de las faldas del
cerro, me hubiera gustado tener un barrio y hacerme un camino lumpenezco. Y
quiero expropiar, matar, incendiar la babilonia ciudad.

Salud por la tempestad que ahoga las navidades, salud por las negaciones a los
colores de la ciudad, salud por el terrorismo nihilista contra la democracia, salud,
por el paso firme hacia la nada, la muerte.. ¡Salud por el día que leí “anarquía”!
Salud por los mensajes de vino, de ginebras, de polvo cubriendo las espadas
legendarias. Salud por el día que abracé el caos y abandoné todo, todo lo que
conocí hasta entonces. Salud porque somos puro sentimiento, salud por la
conspiración, carajo. Salud por los lobos empuñando un arma.

La vieja abrió la puerta para entregarle los víberes a Abigail que tenían un
volumen al cual solo se entregaba mano a mano, ella, como le indicamos, dijo
que le dolía el brazo; estuve tras ella, como un hermano con lentes, gorra, en
terno, un tonto del culo. Empujé con mi hombro con la mayor fuerza posible. Le
dije que se vaya con mis ojos. Mis ojos estaban en perpendicular a la puerta,
donde la gente de la zona transita a tan solo diez pasos. Volví mis ojos a la
escena y Pedro apuntaba con su pistola baby de color gris en la cabeza de la
vieja. Ella inmutada, ella callada, con los ojos en ninguna parte. Yo debía
quedarme con la vieja y la pistola, según la idea de Pedro pero me ordenó hacer
su rol y buscar el botín. Huí a buscar el objetivo. Mi cuerpo actuaba solo, mis
ojos miraban al rededor, por si alguien se acercase a la ventana de atención.
Nadie debía mirarme. Mi corazón se salía por mi boca. Volví a mi. Horas antes,
no quería estar allí, y era eso lo que buscaba por meses de dolor, lo deseaba
tanto. Deseaba nunca volver a los centros de trabajo, de estudio, sentado en el
parque del Mali fumando un cigarro leyendo a Bonanno o Ted Kaczynski, Beatriz
Preciado; de adaptarme a cualquier carcel y aprisionamiento mental me deprimía.

Salud por esos cerebros que desbordan alegría, placer criminal egoico
naturalizado por el odio que determina, salud porque lo que empieza, se termina,
salud por los años de propaganda vitoreando la muerte del Estado. Salud por los
anormales enfermos mentales.

En el parque de conspiración miré todo lo que por años me oprimía, una letanía
hedionda y sepulcral, un monstruo inmaterial chupando mi sangre, cortando mi
piel: la sociedad, la perra de babilonia, la fábrica mohosa, sus mecánicos inertes,
sus guardias asesinos; todo mi pasado también, mi espíritu incendiario construido
por años de soledad, mi padre en la cárcel torturado por los presos, mi madre
descansando ignorando todo. Pedro aparece, con su uniforme de construcción
civil naranja, lentes negros, casco amarillo. Abigail reía, no entendía por qué,
Pedro le invitaba a una reunión para el fin de semana, me quedé callado. Miraba
y no veía nada. Es como si estuviera absolutamente solo, complacido, exitado, y
con miedo. Todo lo que parecía ser yo. Quería a la vez, cruzar ese abismo. Era yo
o la vieja. Yo o la sociedad. Sombras tras los días.

La casa era pulcra, ordenada, mis ojos distinguieron las vitrinas, el botín de
dinero sobre una mesa, cigarrillos, dulces, y mercadería de valor. Un celular
también me apropié. En esa casa se olía a tranquilidad. Ociosas ovejas solo
debían pararse, vender, y volver a su gran placer del ocio. Cogí lo que había, me
oculté como un lince, respiré una mezcla de azufre y humedad. Aproveché los
segundos en seguir olfateando algo de valor, no encontré nada. Me sentí como
aquella película que vimos hartos de alcohol con mis hermanos Limber, Renato y
Alonso, un viernes estremecido por fiestas. Sangre por sangre, me sentí como el
personaje que carecía de una comunidad de amigos forajidos y buscaba ansioso
ser aceptado en alguna cueva de marginales. Sabía que Pedro daría la señal,
antes que lo haga se acercaban dos consumidores del negocio. Regresé en una
velocidad incalculable. Le dije a Pedro que ya debíamos irnos y él que no, que
podíamos aprovechar en subir a los dormitorios y extraer cosas de valor. Yo
insistí que no, que habían personas fuera y que me habían visto. El se negaba,
entonces lo convencí a la fuerza: jalé del gatillo de la puerta y crucé con
normalidad, los compradores estaban a diez pasos de nosotros, los miré y me
entró el fantasma de la ley y la represión, quizá reconocerían mi rostro.
Finalmente me retiré y me iba a paso ligero, cuando trato de cambiarme de ropa,
Pedro ya estaba corriendo a la calle contigua, gritó despavorido que me
apresurase. Lo hice y no supe cuanto corrí que ya estaba mi corazón
friccionando. La adrenalina me hacía sudar y mirar a todos como enemigos. Me
dio la mano golpeándome el pecho levemente. "Bien, peluca, bien
conchesumare", volví a mi, me sentí feliz y la psicosis empezaría a surgir. Pedro
luego me diría que era normal, que simplemente no saliera de casa una
temporada. Seguía intranquilo, no podía creerlo, salí vivo. Vivo por fin y ganador.
Gané. Le gané un paso más a la sociedad.

Yo no he venido al mundo para darle razones a los demás, no he venido a


entretenerlos o seguir girando en sus pestilentes normas. No he venido al mundo
para auto complacerme de mi dolor. Esto no es arte, esto es subversión. Yo he
venido a hacerles la guerra hasta que mi muerte me lleve a un estado de locura.
El Estado mató a Diego, a mi hermano, el cuerpo de mi hermano vertiendo polvo
a los insectos. ¡Mataron a mi hermano! ¡A mi camarada!, puta policía bastarda!
¡Me estalla la ira, el estupor y la cólera! ¡Voy a rodar sus cabezas en una fiesta
pagana con delincuentes y artistas! ¡Bailaremos y crucificaremos sus cuerpos en
cada polvorín del cerro! ¡Que sepan que nuestras armas van a buscar sus cuellos!
Nos retiramos en un bus hacia el distrito próximo. Vi la ciudad con otros ojos, los
espíritus del pasado de guerreros milenarios estaban conmigo, los animales, las
plantas, eran mis aliadas. La ciudad me era pequeña, ya no me oprimía como
antes en esos instantes de lujo y pomposidad. La gente que tanto despreciaba
emergían con sus herramientas, mochilas y ropas directo a sus centros de
exterminio, mientras el transito empolvado y sus hijos yendo directo a las fauces
de los que comen muertos. Supe que ya no retrocedería, un paso más a la
muerte, un camino hermoso, me deleitaba con el peligro, nadaba en mi propio
mar. Una ventisca de cieno y hojas aún sobreviviendo al exterminio de la
civilización. Supe que no había marcha atrás, ahora ya podía expropiar como los
antiguos luchadores que leía: Roscigna, Bonnot, Ravachol y un larguísimo
etcétera. Ahora no había marcha atrás, pensé, y Pedro contaba el dinero sentados
en una bodega bebiendo una cerveza. No pude hablar unos minutos, los
pensamientos me invadían. Era yo y no me importaba lo que pase. “Mis ojos ya
no temen a la hora divina de la tragedia inminente.” Conspirar, temer y atacar.
Contra toda horda de humanos fabricados. Contra todo el mundo hasta el fin.
Fumé un cigarrillo y salí por el mercado del distrito. Veía a todos esos esclavos
que me causaban tremenda repulsión. Pensé, "esta sociedad va sentir mis
puñaladas de plomo y dinamita". Pedro me llamaba y pedía otras cervezas. Temí
por la pistola que guardaba en su mochila, quizá alguna redada u operativo.
Pronto no me importó. Los adoquines exteriores, la señorita atendiendo
ignorando todo lo que sucedía, el color amarillento de la tienda, el sabor de
cebada, la malta riquísima, los fierros que protegían el interior. Me daba risa.
Todo me daba risa. Nunca antes reí tanto por el placer armado.

Estoy de lado de los muertos. Como Diego, puedo oler la sangre de mi hermano,
la cabeza angelical, su féretro de oro negro. ¿Y a quién le importó? Puta masa,
putos esclavos de mierda con sus discursitos de bienestar y valores sociales, ¿me
responsabilizan de su pobreza? ¡Vayanse a la mierda! ¡Sepan que el terrorismo ya
empezó! ¡Imaginen que tengamos armas biológicas, Ak47, helicópteros,
nitroglicerina! Puedo oler la sangre de mi hermano. En nombre de los muertos,
de los que seguiremos muriendo, estaré enterrado, y muerto quemaré más vivos.
Cuando muere uno, nacen cien, caerá nuestro odio por todos los vivos, ¡carajo!

Capítulo XII

Vera quiere suicidarse, desde hace muchos años, desde que tiene consciencia,
seguro.. desde que la conocí siempre comentaba algún guiño o cita sobre la
muerte, saborear la muerte, dice, es su mayor placer. Sintió en mis crímenes la
muerte misma, eso es lo que yo llamo compañerismo, camaradería, ella no
necesita expropiar, yo lo hice, ella me escuchaba.. es un trabajo grupal. Uno
contempla el ocaso morir en el atardecer, la nada haciéndose dueña de los
“Únicos”, el abismo imponiéndose en el crimen, en la soledad.

—Lo mataron a Diego, Sandro, los putos policías, policías conchasumadres.


—Diego, el que mueve la hierba en su barrio. El quemado de los tatuajes.
—Sí, lo mataron, huevon, lo quemaron, en un atraco.
—Putamadre. Y que dicen los demás, que pasó, ahora, putamadre, los van a
investigar.
No tengan miedo de robar, tengan miedo de no poder desearlo nunca. Tengan
miedo que no naciera ese deseo de etanol esparciéndose en toda la sangre
como un virus. No tengan miedo, se estudia, se aprueba, se pone en riesgo la
vida, se hace estadísticas, supuestos casos, de huída, de ayuda, las opciones
últimas.

—Estoy devastado, Sandro, que deberìa hacer ahora. Los anarquistas en otros
países en nombre de sus presos o caídos explotan bombas. —Sandro dejó de ver
la pantalla gigante y sus ojos me pensaban.
—Voy a comprar un trago, Daniel.

Tengo tantas ganas de acabar con mi vida que no quiero volver a escribir, quiero
meterme un balazo en la sien y acabar este dolor. Vengar con mi muerte mi
bastarda existencia humana. Si Vera se suicida no me quedarán más de seis
meses de vida. No sé como lograría aprender a fabricar bombas, estallaría
comisarías hasta que la vida me consuma con sus miles de mentiras y absurdos
atormentando mis días. ¡La violencia, como se hace necesaria para permanecer
con vida!

En la comisaría saboreo el peor asco. Un hombre gordo achinado esposado fue


trasladado al calabozo, intercedido por los decrépitos policías. El policía que me
atendió, con cara de ardilla con sus lentes ovalados. Miraba su celular, a cada
nada. Digo, que estúpido. Está sentado con un cuaderno apuntado qué. Otra vez
el abogado que se le salía la panza al caminar me tomaba nota de mi asistencia.

—Venga por aqui, joven. ¿Qué delito cometió?

No respondo. Callado, fingiendo, mintiendo. Agacho cabeza, obedezco como un


esclavo antiguo y ellos pueden hacerme lo que quieran. Endeudarme, forzarme a
trabajar, violarme, registrarme, hacerme cargar delitos. ¿Quienes les dio a ellos
poder? ¡Los obedientes!

Empecé a negociar con la idea de juntar plomo y hacerlo estallar en la peste de


estos cuerpos inertes.

¡Por amor estoy quemándome! ¡Por amor hundiéndome! ¡Por amor perdiendo!

Quisiera que cuando al despertar estos días de trabajo forzado, mire por la
ventana, y que estalle unas cuantas casas. Leer en el periódico un colapso de
algún edificio de un centro comercial, un par de policías abaleados por
delincuentes. Bajo el cielo gris y húmedo llevo una espina en la boca, la
reemplazaré con gillet, como los delincuentes del Callao o Surquillo que mi tío
Rolo me contaba abatido por alcohol. Y yo caminaba con Pedro en las calles
donde nos meteremos como murciélagos y cuervos hambrientos de carne
humana. ¿Por qué debería ser obediente ante las reglas de la mafia(Estado)?

Quizá una matanza por lo menos una vez al mes me alivara el dolor. Cuando
enfermo estoy atado al mundo, a la peste y la enfermedad bubónica que se
expande, con sus anuncios, con su educación, con sus valores, con sus dioses y
reglas. Raskolnikov estaba tan loco como los nihilistas de mi época. Son todos
los anarquistas de praxis, nihilistas y eco extremistas personajes dostoievskiano. El
dominio del Estado no garantiza el bienestar de nadie, solo impone su fuerza y
permanece, reconchasumadre.

Trabajar o estudiar significa sustentar la civilización. El ciudadano, trabajador, es


otro policía, y si actúan así, ¿qué se hace? En el 2010 compañeros punkis
apoyaban las marchas de los sindicatos, y estos pestilentes obreros los vendían a
la policía.

En Chile, México, Grecia, Italia y el resto de los países donde la bomba es pan de
cada mes, sucede lo mismo. Y los anarquistas que tiran dedo al mismo estilo de
la policía, que son incapaces de portar un arma. Esos que con su discurso
antropocéntrico, de redimir a la humanidad de la santa inquisición capitalista.
Que dicen, las masas son la unica vida de lucha, que la construcción popular, que
la mierda cambiará por la esperanza. Se pueden meter la esperanza al culo. ¿Si
quieren ustedes agonizar en esclavitud, deja al individuo!? El destino del se ha
dicho es aquel que el mismo se sabe forjar, y hoy no hay más que una
alternativa. En rebeldía o esclavitud.

En rebeldía o esclavitud.

En rebeldía o esclavitud.

En rebeldía o esclavitud.

Abigail dormía en mi cama, yo al lado en mi mesa con la lapto escribiendo, unos


cuantos libros desperdigados, la pared de madera, el sol que moría destellaba
opaco en ella. Carolina era muy guapa. Tenía dieciseis años cuando la conocí
hace tres años, junto a los muchachos de la Biblioteca -la biblioteca que

formamos junto a Diego, mi sensei- la pasamos recontra vacán. Y estos cuadro


días también: en alcohol, alucinógenos y locura. Le decía en su oreja.

Abigail tenía sexo con Limber, no me preocupaba, ella me agradaba, su mente


retorcida especialmente, pero lo que nadie le hizo ni nadie le hará yo lo hice con
la mayor violencia posible que puedo engendrar. Yo le violé la mente. Hace dos
noches fuimos a negociar a las tiendas de ropa. En el proceso me fugue a los
baños a cambiarme de ropa y ella me sorprendió en mi espalda, tiesa y tensa,
me reí y me abrazó la cintura caminando hacia el bus. Era una buena chica.

-Disculpa, tío, me siento mal. Normalmente puedo controlar mis emociones. Esto
es algo nuevo para mi.

-Ja, ja, ja. Pásame la réplica, el chato va venir en la moto.

Sandro me visitó con su nueva amiga, la misma chica que junto a Antonio le
habían robado sus celulares. Sandro estaba loco, pensé, y María contaba sus
experiencias. Mucho alcoholismo mientras escribía..

Hacer algo era muy aburrido. Podía estudiar algún curso pequeño, costaría
dinero que no tenía. Luego ganaría un sueldo nada envidiable. Me cuestionaba,
para qué trabajar para este puto sistema. Me daba náuseas solo imaginarme
volver a esas celdas laborales. No había salida, no hay tregua. Uno camina
purulento sin frutos, sin bosques, sin lagunas fosforecentes. Uno camina
encogido, uno camina manos al bolsillo, uno camina aburrido. ¡Putamadre!

Cuantas veces caminé fumando un cigarrillo, dieciséis, diecisiete años. Un libro en


la mochila. Visitar a Sandro, Alonso o algún otro desahuciado. Me gustaba andar
con vidas rotas. Veo más alma en los espíritus desquiciados que en los cuerdos.
¡Y la putamadre otra vez! El tedio, el asqueroso tedio. La luminosidad de la
mañana refleja un color celeste contra todo a lo que se impone. Vienen
terremotos, multitudes, en donde el individuo es devorado por la masa y se
pierde totalmente. La soledad era el camino, el arte, la muerte, el crimen. Como
dijo Miller, “algún día triunfará la música”. Ese día no llegará para todos,
moriremos en la mayor catástrofe nunca antes vista, el animal humano es un
producto metafísico y racional de lo más deplorable.

Puedo recordarme a mi mismo, vestido de punk, con un ron en la espalda, tantos


años, recuerdo el dos mil catorce, día de la madre, mi abuela en casa viendo
alguna telenovela, su hijo la visita, Barush, ambos, con alguna cena,
conversaciones de antaño, mi abuelita posee ese brillo de la eterna viuda, la
gigante empresa humana fracasada.. Pensaba en las profundidades de mis
propias heridas, leía El Extranjero, La senda del perdedor, cuentos, novelas, tibio,
solo. El camino irreparable, el no saber donde estar, luego de la carceleta junto a
Renato, días póstumos, envenenada amalgama de superación, estimulación vana,
sin mapas mentales, sin brújula, sin pasado, escuchando Bach, Sarabande, días
como perro perdido. Por las diez de la mañana, mi perrita Rina dio a luz unos
cinco perrillos hermosos, la enfermedad me acicalaba de remedios, una fobia y
ansiedad bárbara, me acercaba donde mi hija, oí los alaridos de los perritos,
cargué a unos cuantos, derramé lágrimas; para mi no hay diferencia entre
humanos ni animales infantiles y el cuarto de madera del perro olía a un
desolador calor de todos los veranos. Consumí alprazolan para dormir, consumir
esta droga es como estar muerto, buscar la no vida, la no existencia, es lo mismo
que almacenar la mierda para más adelante, el individuo no escapa de sus
pesadillas del presente, no puede, no le está permitido. ¡Sí le está permitido
blanquearse de una morisqueta falsa! ¿Cuánto durará? Drogas, alcohol, sexo,
objetivos, supuesto cariño, valores, ¿de dónde vienen esos valores? Pensaba,
aturdido, manipulado por mi mismo. “Era mi culpa, todo esto es mi culpa”, creía,
y no era así, también era culpa de lo que me rodeaba, la bastarda sociedad..

Y más odio, más huracanes, más volcanes, más tormentas y mares. “¡Más
venganza!”, y pensaba, así estaba yo hace un par de años, solo, alcoholizándome
con mis amigos, entre tanto, el mundo giraba y yo lo ignoraba, prefería el zenit,
la inviolable niñez, la inconsciencia.. y así estaba yo, pensé, amargo, llorando por
dentro, manos al bolsillo, dos o tres días sin bañarme, oliendo a pisco de
Rolando, cantando Sex Pistols, Flema, Eskorbuto; no le daba tregua al pasado,
vivía una mentira, y cuando conocí la civilización me espanté, huí, fugué.
Caminando con Elizabeth en el parque, discutiendo de gnoseología con Renato,
copas y más copas con los chicos, expropiar licores por desidia, fumar todo el
día, “como chino frustrado”, decía mi tía.. “¡Más odio!”, el odio me empujaba a
vivir, era lo único que parecía quedarme, mis perritos, todos los animales
asesinados, la naturaleza divina demacrada, los héroes vengadores. “¡Quisiera un
arma, dinamita, un carro!”, amargo, me volvía loco.. dirigéndome a casa de
Limber, tomar unas cervezas, olía la idea, en medio de todo el maléfico escenario
de lo naturalizado. Le llamé antes, “trae tus valijas, aquí lo vendemos en mi
barrio”, sí, recordé, su barrio, los conocía de lejos, algunas veces compartimos
vasos.
Regresaba a la luna de las divagaciones, luego de expropiar mercadería. El
pueblo áspero se oculta en las casas pobres, se puede observar algunos rastros
del ladrillo condimentado de cemento roído, el cemento se apolilla por el frío,
cinco o veinte años, los colores se quiebran, eran estaciones de tiempos
violentos, una máscara diferente, veredas incoloras, arenas, sentimiento del
villano, atmósfera de odio, como el mío.

—Habla, recién llegas, ya es tarde, Daniel. ¿Tienes trago?


—Sí, traje un jagger —miré el presente, despejándome de la enfermedad.
—Te presento a la gente. —Sus amigos me chekearon de pies a cabeza
disimuladamente, quizá.
—Hola, chato, claro, la vez pasada te di unos gramos.
—Sí, en que están —Saludé a Victor, luego Nico, Giampier.
—¿Quieres hierba? —Giampier olía a ese aroma de montañas.
—Sí, un poco, estoy cansado.
—¿Qué has hecho? —preguntó Nico. Balbuceaba por momentos. Estremecido
por la coca.
—Traje ropa, pero aquí puedo mostrárselos. Estamos en la calle. Muy palta, no
creen.
—Saca nomas, chato —agregó Victor.
—Sí te saco, mano, eres causa de David. En el tono que hicieron en el “Bunker”.
—Claro. —Giampier me miró riéndo, sus labios compaginaban con la mitad de
los cachetes.
—¿Y los tragos? ¿Se te acabaron? —Nico sorbía la chela.

Y yo caminé por años, muchos años sin panaceas, sin música, sin versos; y
contaba los pasos, de la avenida principal de Villa El Salvador a la empresa
donde Pedro esperaba, disfrazado de albañil, pistola en la espalda, con muecas
desesperantes y una gran serenidad. Con el corazón en la boca y la adrenalina
mezclándose con mi sangre, bombeos del pulmón, pregunté si vendían tales
productos; Pedro allanó, yo allané. ¿Quieren aprender a allanar empresas o casas?
Es fácil, solo deben estudiarlo, mirar por todos lados, conocer a las víctimas,
conocer el territorio. Unas semanas de estudio. No se desesperen nunca. Salidas,
rutas de escape, ingreso, ¿cómo ingresar? Hay puntos vacíos, puntos huecos.
Como en los pasillos de los supermercados. Puntos invisibles. Y deben hacerlo
con gente que ha hecho esto por años. Yo conocí a Pedro. Sus tatuajes de
berraco y una extraña hoz y martillo. ¡Buen muchacho! Y yo, un individuo
queriendo abrazar el nihilismo, despotricando toda idea y fundamento.
Mi perrita Rina quiere subirse a mis piernas, mientras escribo volviéndome loco
cada día más, ella huele mis emociones, muchas veces saltó hacia mi para
consolarme. Los perros tienen esa habilidad. Como algunos delincuentes, te
observan, te hacen crispar. Y sigo escribiendo, aprendí esto luego del crimen.
Algún día moriré abaleado, ahogado o suicidado pero dejaré estos textos. Y
muchos jóvenes dejarán sus vidas falsas para lanzarse al precipicio, y no me
arrepiento. Arte como crimen, crimen como arte. Hakim Bey, frase hermosa.
Poeta de la conchasumare. Pero a Hakim Bey no le entenderá cualquier persona
corriente. Tiene una prosa elevada a lo Stirner y a su plagero alemán.

Diego, como presagiando días lluviosos en noches muertas de cuervos


hambrientos.. y todo el tiempo me sentía como un extranjero amarrado a un pico
de un árbol, dejándome almorzar por cuervos decrépitos.. era la visión de Diego,
un manto invisible en las ciudades en llamas. Se sentía seguro, si le pasara algo a
él, el grupo que habíamos formado con él y otros más, quedaba en manos de
Alonso y mías. Me sorprendió aquella confesión..

Nadie merecía vivir, esas letras estaban en mi cabeza, días, semanas.. nunca la
sentí tan propia, como un símbolo tatuado; Siempre es una aberración, la verdad.
Algunos necesitan las mentiras para sobrevivir, yo era de ese ínfimo grupo de
personas que preferían la soledad, las pastillas, los márgenes, la imaginación del
abismo, morir a vivir. Aún recuerdo cuando la primera vez, almorzando luego de
mis trabajos comunitarios, irrumpió mi andar en curvas sin direcciones, me dijo
que quizá era el último año que le quedase, que me portase bien, que cuidara a
Dennis. Que cuidase a mi abuela, esperase a mi padre, que lave los platos
siempre a tiempo, para evitar las moscas, alimentase a los perros puntualmente,
que ellos necesitan su horario establecito. Que arregle los problemas con Barush,
salude a mi tío, que lo respete, porque vivi con él y me orientó. Que deba volver
a la universidad, trabaje, tenga una novia decente.

**

Mamá se encontraba en la cocina haciendo el jugo de frutas, me dirigí a ella, a


beber agua, en medio del comedor sala se encontraba el único cuadro añejo de
mi abuela y mi abuelo. Mi madre aún no sabía sobre Jorgito y lo que sucedió
aquel día. Pensaba mucho en mi abuela que se encontraba en Ayacucho. Pobre
abuelita, pasando toda esta maldita pobreza. Yo cambiaría esto, a las buenas o a
las malas. Aprendí lo necesario, pagué lo necesario. Ahora no estaba atrás, estaba
esperando, construyendo, reordenando las piezas. Se trataba de tiempo, viajar a
Francia, volver con dinero, comprar herramientas de expropiación. Me detuve a
mirar el cuadro. ¿Yo estaba equivocado? Ahora vuelvo a mi madre, que me
preguntaba si dormí bien, que Azucenita viajaría a China a hacer estudios
temporales, a Estados Unidos, en setiembre. Recordé fugazmente mi estadía en la
universidad. El momento en que abandoné esa mal llamada vida que me
quisieron imponer todo el mundo. Conmigo no pudieron, avancé, caminé, caí mil
veces, pero, sentía culpa.

Recordé esa angustia, ese cuchillo, el insomnio; ninguna madre estaría orgullosa
de un hijo desadaptado. Sentía la culpa en mis labios, yo no quería suicidarme,
yo no podía irme de aquí aún, robé para vivir, consumía lsd, me emborrachaba,
leía, conocí el bajo mundo, me rebelé a lo existente y me aislé, todo, para no
suicidarme. Yo quería suicidarme en las albas u ocasos, en la locura o la
normalidad, en la rebeldía o la sumisión.

-Mamá, ¿qué pensaba la abuela de joven? ¿qué hacía, qué tenía en mente, en sus
planes, con mi abuelo, qué querían hacer? -quería alguna respuesta, el pasado
era mi futuro.

-La abuelita sufrió mucho. Mi papá también, era un joven solitario, sus padres
tenían otros compromisos y otros hijos. Lo mejor que le pudo pasar fue conocer
a mi mamá.

Me quedé observando el cuadro, pensando..

Nadie me conoce más que mi abuela, me recogió de la misma basura como


Muriel recogió a Coraje, cuando aterricé al detestable aeropuerto Jorge Chávez
aquel primero febrero del dos mil trece: Barush feliz, la china, Adela estirando los
brazos, mi tía Felícita con la típica pancarta con mi nombre que de costumbre
hacen los familiares. Andrés en el auto no dejaba de fastidiarse, no me dirigía la
palabra, tan solo para reprocharme.
-Debiste quedarte allá, estudiar, trabajar, esperar. ¡Qué vas hacer aquí!
-Qué te importa, tengo mi dinero. -Le respondí en el límite de mi tolerancia.
-No le hables así a tu tío, Daniel. -Mi tía arremetía contra mi.
-Ya no está en edad de hablarme como se le de la gana.
-Papá, no le digas nada. Va regresar en uno y dos años y va poner su cara de
huevón como ahora. -Maldito desagradecido, no lo pensé.

Mi abuela extrapolaba sus sentimientos de abandono al amor del único nieto


que la atendía en su inculpable soledad. Ella afirmaba a sus hijas que su nieto
estaba más loco que Andrés. (…) Volví a Perú, extrañaba a mi madre, tenía
algunas pesadillas y una ansiedad desconocida. La depresión que viví allá ya no
era un problema. Me las arreglé, con un poco de alcohol al principio, cigarros,
conocer a Alonso, Sandro, Renato, Kenny, (…)

Mi cuerpo era débil en este clima, el invierno empezaba y me hacía inútil horas
en la cama. Me sentía como un praguense, en extremo enfermo, con miedo y
aburrido de la vida. Mamamarci era mi enfermera y cocinera particular.

Mi muerte. Soy un mal tipo. Y esto es lo que cargo también, nadie es tan
valiente como yo.. El individuo ha nacido solo y lo humano le despojó de todo lo
verde, lo salvaje, lo desconocido; la razón asesinó las flores, entre mi individuo y
mis versos, nace un eco sin esperanza. Algunos nacimos condenados, de cara al
precipicio, el crimen, el hastío, yo nací arruinado, rebelde y solitario o quizá no
debí nacer.

Capítulo XIII
Los jinetes emisarios del terror, los caballos y lobos nacen con el astro negro de
amor, iluminando las tierras puras y danzando, el mensaje va danzando,
apuntando sus flechas al temor, al miedo al precipicio. Hordas de muertos,
calaveras vestidas de negros con bomba al inicio y al final, del desborde
abrazando el mar en dirección al norte, y el podrido mundo dejándolo atrás. Los
perros infernales invadidos de fuego y de odio corriendo en las calles, también
ascendiendo, vomitando dinamita, escupiendo música, y nosotros observando
siendo llamados, llamados por la naturaleza, llamados por los ángeles negros que
yacen en el Vesubio, bailando con Espartaco, las brujas violadas y los indios sin
rostro. ¡¿Por qué?! Los muertos viven procurando que el caos destruya el
platonismo, lo ideal, la fantasmagórica mentira del “más allá”. Lavándonos con
ácido las muñecas de las esposas recordamos que somos nada, somos nada,
¡somos nada! Malditos feudales, malditos caballeros enlatados de cristianismo. ¡A
tragarnos el espesor y la amargura! ¡A tragarnos el inmenso dolor de la
existencia!

¡Y brindaremos por ellos, pero por verlos muertos!


Bebiendo vino como piratas, sin una pata, y un loro me habla, me dice,
acércate a la nada, vomita la ciudad, incendia la norma, deja el dolor, marca tu
camino, senda del nihilismo, senda del delito, ama la vida, revuélcate como cerdo
en los fangos que la plebe apuñala, vuelve a ti.

Los jinetes guardan achas y pólvora, mi boca aboga el regicidio, ¡y matar la


desidia! Los jinetes de Belcebú, del ocaso a la noche, del alba al medioevo,
secuestrando las almas de los esclavos griegos, romanos, paganos, cristianos,
macedonios, chinos, toda arma iconoclasta, contra toda idea bastarda.
Los cuatro jinetes del infierno, en la guerra sin rostro, mi gato viejo me dice que
desde la sombra de las noches feroces, desde Ravachol a Kevin Garrido, renacerá
como animal, como superhombre, como individuo. Mi rostro en la penumbra la
muerte nos acompaña, nunca lo olvides, nunca la ignores, la muerte es la
inspiración.
Porque la civilización solo fabrica cuerpos y mentes domesticadas, eliminando el
arte salvaje del amor de la pura espontaneidad. ¡Muerte a toda fuerza represiva,
conchatumadre!

Por Sebastian, Mauricio, Kevin, Claudia, Alexander, Fernando, Mónica, Diego.


Por todos nuestros muertos, por todos nuestros vivos.

Los niños salvajes cantan y se drogan, en medio de todo, con sangre en la


garganta, en medio de lo existente, respiraremos hidrógeno y todo deseo de
caos, cuando todo estalle, el cielo nimbado de demonios parirá lo primitivo, el
orden primitivo, y hasta entonces, ¡apuñálalos, apuñálalos, dispárales, mátales!

No encuentro motivos para vivir sin tu cuerpo, caigo mil veces al abismo, sin
compasión, sin humanismo, sin el legado torturador de la metafísica, el olor
rancio de costumbres esparcidas por los cerebros dogmatizados de la
nauseabunda hediondez del pueblo. ¡La soledad! Amiga fiel que me enseño el
camino al crimen, camino al arte, camino al nihilismo, con mis perros carachosos
aullándole a la luna y su precipicio. La luna es el inicio. Besar sus helados
océanos por encima de la civilización con Diógenes y Raskolnikov y todo el arte
del odio.

La educación que pretenden imponernos desde niños no es la verdad que


necesitamos como seres pensantes, como seres sintientes necesitamos peligro, si
pensar hoy es solo una mercancía más para el capital y sus hijos, nos hacen una
masa reproductible de la distópica forma de estructurar la sociedad, lacayos con
armas cuidando a la mercancía se permanezca como masa y no nazca el
individuo. Volvamos al arte primitivo, a las pinturas rupestres, a recolectar las
frutas, a morir en batalla, a dialogar con las plantas. ¡Y qué más da! Si más tarde
puedes ir a un bar o a drogarte con calcinados hombres y mujeres consumidos
por la prensa y sus mensajes de felicidad y bienestar. ¿Qué si delinques haces
daño? ¡Quién les dio el poder de decidir lo cuerdo, lo bello, lo correcto! Su arma
poderosa es la interpretación que el Poder y sus perros sostienen, no hay
verdades, solo interpretaciones, solo partes, solo tentáculos apretando los cuellos
de los serviles plebeyos. El lenguaje es otro virus de sus lógicas e
interpretaciones. Lo bueno, lo malo, lo correcto, lo sano, el progreso, el
asqueroso progreso basado en la “realización” como humanos racionales, no
somos racionales, antes, somos animales y la carne se pudre. ¡La carne se pudre!

Y como cantaba Mauri:


¡Pero es hora de que sepan que no hay ley que respetemos!
¡Si hay que pelear atacaremos sus cuellos!
¡Que si hay que enfrentarse mataremos a sus perros!
¡Si hay que morir, morirán ellos primero!

¡Mi canto no es de llanto mi canto no es de protesta, que este canto que yo


canto es de pelea! ¡Que este canto callejero es de lucha, que se bramen estas
tierras que mi canto es un canto de guerra!
Capítulo XIV

Oscar saca tu tarjeta de crédito, abre el ciplox, engancha polvo blanco a la


tarjeta, con mucho cuidado y rapidez, lo lleva al orificio izquierdo y aspira. Hace
un gesto blanco, y al aspirar sonríe, con los ojos de felino observando
directamente un espacio. Le alcanza el ciplox a la Chata, eran las tres de la
mañana, mi cuarto respiraba a marihuana, polvo blanco, licores. Bobby no se
movía de la cama, donde por arte de magia entrábamos tres, Violeta dormía sin
problema, Victor tenía la mitad de las piernas al aire. Bobby medio cuerpo en mi
pecho. ¿Cuántos días? Tres o cuatro, no recordaba. La estufa que calienta la
habitación llevaba más de un día encendido, reaccioné y lo apagué, dije antes:
“no se dan cuenta de esto”, Violeta aventó una botella de energizante cerca a la
estufa, si habría estado encendida.. “nos moríamos”, Victor se reía, su risita tiene
una convulsión como burlona.
—Salía en el periódico, drogadictos se incendian a sí mismos.
—Sí, putamadre, el cuarto es de madera, se correo rápido.
—Ja,ja,ja —se cagaba de risa Oscar con mi comentario.

Cocinabamos, bebíamos, vendían droga, íbamos a hurtar, volvíamos a drogarnos,


a beber, dormir. El primer día de locura no recuerdo casi nada, Violeta creó el
shot de la “pepa”, dos tabletas con volt y cerveza. Recuerdo gemidos en mi baño,
recuerdo caminar con la chata buscando ron, recuerdo a Eduardo en la sala
dándome el primer ejemplar de la novela nihilística, pretendida. ¿Luego?
Recuerdo la cara de Limber, a las tres de la mañana, le pedía cocaína para seguir
viendo videos con Victor. Que cagada de vida, que hermosa locura. Oscar me
miró al cuarto día: “esto es vida, Daniel”. Y yo: “depende lo que consideres vida, ¿
o no ?.
Llegando a casa observé un taxi con el maletero abierto, eran las cuatro a cinco
de la tarde, entre esas horas el amarillento color de la tarde arrasa todo cuanto
existe, mi madre abría la puerta, mi abuela miraba el bulto grande envuelto con
una bolsa que los vecinos usan para los basurales, con sus manos como rezando,
derramando algunas lágrimas, mi madre se dirigió del taxi, le pagó, a donde el
vecino, Roberto, el esposo de la única vecina nuestra, a pedirle que cargara el
bulto; caminé unos diez pasos y mis dudas desaparecieron, era mi perro, el
Negro, las sombras y el sol abrazaban su cuerpo; pesaba 26 kilos, un día antes lo
pesamos en la clínica del barrio, lo tuvimos que cargar con Sandro hasta mi casa
a mi pobre chico. “El veterinario dijo que ya no soportaría más, ya sufría mucho”,
fueron las palabras de mi madre y comprendí todo. Mi tía Elvira no se
encontraba, caminaba directo a mi cuarto, abri mi puerta y regresé a la puerta de
mi tía, recordé su desprecio hacia mi perro un día antes, deseando que se
muriese porque causaba problemas. Golpeé su puerta y me largué a mi cueva. Mi
chico ya se había ido a la nada lentamente, tragicamente, y feliz. Me eché a mi
cama, encendí música, Boby subió a mi cama, ignorando cuanto sucedía, lo
abracé y cerré los ojos. Me quedé dormido una hora a dos, escuchando a
Roberto cavando su tumba, mis chicos ladrando, la música sonando mi cabeza,
pescaba el sueño, me sentía decaído y pescaba odio, dejé mi almohada mojada
de lágrimas.

Desperté a las 7 de la noche, había soñado con mi chico, solo pensaba en él, con
una miserable culpa, ya no estaba aquí y eso no debía atormentarme, vivió feliz
en la medida que le pude ofrecer compañía, era un buen amigo leal. Siempre
quise tener un perro grande que inspirase miedo, él era mi favorito para salir a
caminar a comprar algo al mercado, o vagabundear. Ya no estaba mi chico, me
dejó en este mundo enfermo. Mi tia Elvira lo recogió en una temporada de
otoño del 2017, lo captó al vagabundo que merodeaba el vecindario por una
perra preñada, le dio agua y comida, eso fue suficiente para que el vagabundo
fuese aceptado por la manada humana y canina. Recordaba algunos episodios,
desde un panorama ahora lejos, muy lejos; cuando lo bañé por primera vez, le
temía un poco, el Negro media mas de 1 metro 30 parándose de dos patas, era
gigante. Apenas me dio confianza y lo bañé con la manguera que le inspiraba
terror. El chico no tenía los dientes completos, yo le calculaba unos cuatro a
cinco años de nacido. Sabía recoger el balón de trapo que le lanzaba cuando
hacíamos ejercicios en la loza de arena, entonces adiviné que ya debía tener una
anterior familia humana; lo abandonaron en la calle y tuvo la suerte de
conocerme. Mi abuelita ya se había acostumbrado a él, le acompañaba a caminar
al mercado, a la tienda o cualquier lugar. Tenía las característica de un pastor
belga, inteligente y protector también lo era. Alguien tocaba la puerta, ya no
escucho los ladridos del Negro, estruendoso, agresivo y celoso de su manada.
Apostaba que era Sandro, a informarme sobre el viaje a Barranca.
-Oe, tío, mañana nos vamos a barranca, te alistas, bajas a las 12 del mediodía a
mi casa, mis primos ya te conocieron, vamos a ganar allá, lo tendremos todo a
nuestra disposición -me habló directo a los ojos, decidido y delatandose la
borrachera que prosiguieron en casa de su tío Dani.

-El Negro se ha muerto, tío, voy a ir, tengo ganas de robar y joder cualquier
ciudad de mierda. ¿Qué pasó donde tu tío? -le pregunté, esquivandolo y
mirandolo a la calle.

-¿Qué? No, putamadre. Cuídate, hermano. Mi papá me espera, me meché con mi


tío de nuevo borracho. Debo irme.

-Perdoname, Daniel. Te quiero, hermano.

Sandro se disculpó delante de Limber, se oía angustia, bromazepan, tabaco y


sabía a Jaggermeister, nuestro licor favorito. Limber no reaccionó. Al menos
reconoce su error, pensé.

-Yo no soy tu viejo, Sandro. No volveré a tolerar algo así.

Sandro cogió la botella y bebió vasos enteros. Tomó otras pastillas. Estaba
arrepentido. Nuestra separación duró dos a tres meses. Cuando le contaba esa
anécdota a Nadia me miraba sin perder la concentración.
Con Alonso, Kenny y Sandro fuimos a expropiar licores. Decidimos sacar diez, y
sacamos doce en menos de tres hora. Era un record, una locura, muy divertido
también, discutía con Alonso ese día, no era muy precavido antes de ingresar a
Wong, le insistí que se quedara, no me hizo caso, él estaba muy alterado.

Su suegro lo jodía, su pareja estaba embarazada, su cabeza estaba en otro lugar.


Sandro se había pepeado como nunca antes, y encima de eso se bebió un Ron
Barcelo solo. En el bus de regreso a casa le insultaba a todos los pasajeros,
algunos ya lo miraban con ganas de pegarle, nosotros eramos cuatro, quizá por
eso no lo avanzaron. Se acercó al conductor y le obligaba a que cambiara de
emisora, Kenny lo cuidaba mucho, más que yo. Alonso estaba discutiendo en el
teléfono con su pareja. “No hay dinero, pues estoy haciéndolo. Tú que estás
haciendo.” El cobrador del bus empujó a Sandro a la calle, de inmediato bajamos
a cuidarlo. Estábamos varados en la Cuarta de Villa el Salvador. La zona donde
me decían se mueve la droga de todo el distrito. Un barrio peligrosísimo.

Sandro seguía hostigando a todo aquel que respiraba alrededor, yo le cogí de los
brazos y le pedí a Kenny que tomara un taxi, y tampoco querían ayudarnos.
Cualquier taxista inteligente teme por esos lugares. DEbíamos esperar un Bus.
Mientras tanto, Sandro se me echaba encima, me insultaba y quería golpearme.

Yo me cubría la sien con los manos. Retrocedía, no iba a pelear con mi


hermanito en la calle y él encima ebrio y drogado. Pero Sandro estaba hecho una
fiera.
Alonso, quien solía ser el que evita los pleitos, debido a su corpulencia superior,
estaba más al tanto del teléfono que de nosotros. Kenny se preocupó y le cogió
el cuello y los brazos en una llave como la serie de los luchadores actores de la
WWE. Apenas vi el Bus y me largué con las mercancías, me preocupaba más eso.
Llegué a casa angustiado, me lavaba la cara y escondí la merca, me serví algo de
comida y llegó Kenny, con las manos con sangre.

-Putamadre, huevón, por qué te fuiste. Debiste quedarte. Sandro empezó a


golpearme y le amenacé que no iba a tolerarlo como tú.

-¿Qué pasó? Por qué estas con sangre?

-Lo avancé, Daniel. Putamadre, me golpeó y lo dejé nockeado en el suelo. No


pude evitarlo.

Sandro estaba tirado en el suelo, sucio y con sangre en la cara. Alonso precipitó
al ver la escena, los separó luego de dejarle a Kenny darle su merecido. Por culpa
de Sandro quizá nos acuchillaban los bandidos de la zona, los pasajeros o el
señor que estaba con su esposa y sus hijas tranquilamente comiendo un chifa.
Sandro insultaba a todos, parecía un domador de la muerte. Alonso los separó y
se llevó a Sandro a su casa. Al día siguiente en la comisaría su mamá me cuenta
que lo dejó Alonso, le vistió, le limpió la cara. Su suegro lo recogió a Alonso y le
hizo el favor de llevarle sin cobrarle nada.

-No te preocupes, Sandro no te hará nada. Hablaré con él.

Yo le llamaba a Vera cada cierto tiempo, le preguntaba como estaba Kenny


cuando él se mudó a su casa. Vera pronto se hizo mi mejor amiga, en el sentido
que era cómplice, mis dos mejores amigas Irena y Elizabeth tenían una visión
diferente. Ellas no querían morirse y me querían ver vivo, esclavizado en alguna
universidad de mierda congeniando con los demás humanos. Vera era animal
como yo, como Kenny, como Alonso y Sandro.

Al día siguiente Sandro llegó a casa a las seis de la mañana. Tocaba con fuerza la
puerta. Abrí y recibí un derechazo. Me gritaba pidiéndome su celular. Putamadre.
Yo no lo tenía, su papá me contó que llegó sin el celular.

-De seguro lo perdió en medio de la gresca, señora.

Sandro me lanzaba otros golpes y yo los evadía o me protegía. Mi tía saltó a la


escena y lo botó a patadas y mi prima china le dio puñetes. Sandro se iba de la
casa gritando que llamaría a la policía y tanta mierda.

-Señor, yo nunca le haría daño a Sandro. Ya le conté como fueron los hechos.

Me sentí muy mal ese día. Kenny y Alonso también. No fuimos a negociar. Llegó
Limber con la ex novia de Alonso, bebimos, nos alcoholizamos y conversamos de
la muerte, nihilismo y pura mierda que nadie nos entendía. Nadie nos quería. Yo
lloré en silencio.

Capitulo XV

“Qué seremos en los próximos años, Daniel”, Alonso preguntó, en la plaza del
mercado principal de Lurín, al lado Josué y Ricardo, sentados, mezclando el ron.
¿Qué día era? Verano del dos mil catorce. No supe que contestarle, tenía
dieciocho años, deseoso de alcohol permanentemente, un líquido que me
envolvía en una realidad diferente, encendiendo los sentidos, beber apretaba un
botón para la parálisis mental, para la indiferencia de alrededor, para sucumbir a
los sentimientos.
—Estamos cagados, Alonso, cagadísimos. Nos queda el alcohol y la literatura y la
rebeldía. —Josué no se impresionaba, era una melodía escuchar ello.
—Vámonos a la playa, no importa —Ricardo decidió, compró el ron y el hielo.
—Vámonos, Alonso, vente, deja de moverte.
—Ya se le va a pasar, voy a comprarle un marciano de maracuyá. —Alonso
seguía sonriendo mirando de frente.

Escuchábamos Flema, Eskorbuto, Sex Pistols, indie argentino que Josué nos
enseñaba, Ricardo se acoplaba, no tenía otra opción. The Clash, Bastad Ugly, Ad
Hok, Guerrilla Urbana, La polla records.. no teníamos dinero, tampoco parlantes,
cosa que estaba de moda en esos días. Mirábamos con indiferencia a los
metaleros que cargaban sus equipos de música, bien limpiecitos, bien guapos en
las borracheras que fluían todos los días, una costumbre. Viejas y viejos nos
miraban: “tan chiquillos y tomando”. Tomábamos basura, anisado de dos soles
cincuenta, cañazo y yonque de cuatro soles y el famoso “pifrut” de cinco
cincuenta, la tía Veneno solía estar ebria, muy amable la señito. Manuel en
ocasiones extremas empeñaba su celular por un ron cartavio. El cartavio y el
russkaya era la maravilla.
—Sé que no está bien, sé que estuvo mal, pero ya es pasado..
—Y nunca va cambiar, las cosas son así, ¡y nunca va cambiar! —Josué se
estrepitaba.
—Siempre estoy dado vueltaaa, siempre estoy dado vueltaaa, siempre estoy dado
vuelta y que, una y otra vez, será la última vez. —En coro.

Ricky Espinosa era una leyenda en el rock urbano y las memorias del subsuelo de
los terribles y desahuciados rockers y punks. Alonso y yo seguíamos las sendas
del punk, algo retrasado, surgió en los setenta en Inglaterra y vivíamos el casi
final del neoliberalismo del dos mil catorce.

—Son unos inútiles de mierda, tía. Psiquiatras, psicólogos, mediadores de


nuestros pensamientos para funcionar correctamente a las condiciones laborales
educativas de esta horripilante sociedad.
—Ay, hijito, y cómo piensas eso, por algo no han estudiado mucho.
—Daniel, deja de hablar huevadas —la china solía callarme desde siempre.
—Puto tráfico, que aburrimiento, y ni puedo dormir.
—De todo te quejas.
—No de todo, ciertamente, hay cosas que amo.
—Robar. —La china enfurecida, parecía un dragoncito rojo.
—Quitarle a los ricos no es robar, es un merecido derecho.
—Hijo, tu prima quiere lo mejor para ti, ese psiquiatra la ayudó mucho.
—Ningún psiquiatra me va entender, tía. —Bastardo sistema de pensamiento.
—Daniel, ya cállate, me estresas.
—Y no te estresas de Barush o Adela. De ellos sí, su mierda profesional es un
gran ejemplo. Gran ejemplo. Ingenieros construyendo obras para la putrefacta
sociedad, eso hace Barush. ¡Que ejemplo!
—Ellos han luchado para tener lo que tienen. Que tú seas un vago te lo
permitimos, pero ladrón, es una vergüenza.
—Chóferes, profesores, ingenieros, médicos.. todos cooperan feliz con la
sociedad, con tal que les paguen, que importa.
—Hijo, como pretender vivir.
—No lo sé. Solo quiero irme a casa de una vez.
—Dile todo lo que sientes o piensas al psiquiatra. No tiene hijos, te verá bien.

Caminamos por treinta minutos desde la avenida de Lurín hasta la playa San
Pedro. Alonso con la botella, pico a boca, sus crestas de punk resplandecían con
el fondo de los sembríos que parecían lechugas, sobre el puente; al filo,
caminando, Josué, nuestro camarada más pequeño. Josué heredó la piel morena
de su abuelita y abuelito de parte de madre, sus cabellos casi ondeados pegados
a la cabeza, su cara triste compaginaban con su libro publicado a sus cortos
diecinueve años, su mentor era su padre, alguien que no concordaba con Josué
mismo y él sufría. Josué odiaba a su padre y nos quería a mi y Alonso, sus dos
hermanos mayores marginales.

Ricardo se cagaba de risa, Alonso empezó a bailar en la arena la música que


sonaba de una de las cevicherías alojadas al ras de la pista, entre el mar.
Llegamos al mar, corrimos hacia él. Josué permanecía callado muchas veces. No
teníamos dinero para alquilar una carpa, el ron se calentaba y decidimos beberlo
lo más pronto. Ricardo comentaba sobre su novia. Alonso sobre Gonzales Prada,
Joaquín tocaba la guitarra. Un grupete de adolescentes uniformados apareció,
llevaban una “3X”, es un trago afrodisíaco muy barato. Cuatro chicos y cuatro
chicas. Alonso los miró y adiviné sus pensamientos. Ricardo:
—Este sol me está cagando, Ricardo y solo me hablas de su flaca. —Le jodí.
—Escucha pues, Daniel.

Hace un mes desperté a las tres de la mañana, era inútil intentar dormir. Cogí
textos de Schopenhauer, la voluntad de vivir, la voluntad de morir; el suicidio
significaba para él satisfacer deseos bajo el umbral cargado de tragedia.
Conversaba con Nietzsche, repasaba el eterno retorno, en mi mente golpeando:
suicidio, eterno retorno. Miraba y no. El menosprecio, caída del absurdo, la
atmósfera plana que creaba. La existencia era plana, un camino lineal insufrible
hacia el final, la muerte, el único momento donde el círculo eterno vuelve al
principio. Jodido insomnio, me sobaba el rostro fatigado.
El eterno retorno, pensaba, todo volvería a vivirlo una y otra ves hasta el infinito.
Ordenaba mis libros, encendía algo de música clásica. Bach y Beethoven, y
psicodeli. A Alicia le encantaba el psicodely inglés. Ella era inmune al eterno
retorno, intentó suicidarse una vez y consumía psicotrópicos como sertralina, para
vivir, decía ella. Diego no era inmune. El vivía la muerte desde niño, robaba en
los mercados, pulseaba a la gente mendigando, consumía caña barata, seguro
vestido con sus tipicos buzos de entrenamiento, y sus cuchillos en su cintura.
Diego era como Gomez Muriel, un potencial chileno aguerrido. Diego no tenía un
demonio cantándole la Gaya Ciencia, él era su propio demonio. Yo era un débil.
¿No podía recordar las vidas pasadas? ¿Por qué?

Lo unico que puedo hacer es escribir, le quitaba sus garrapatas, matando el


tiempo. Miraba a mi perro tiernamente, mi tía lo recogió al miserable que estaba
a pocas casas de la nuestra husmeando la puerta de una perra lunada. Fumaba y
expulsaba el humo, y de nuevo apareció

Necesitaba calor y cogía poesía. Artaud, un relato de Kafka. ¿Qué significaba la


muerte para ti, Kafka? Sentado en mi mesa, iluminado por mi lámpara, mi perro
dormía en mi cama. Quisiera dormir como tú, Severino. La luz amarilla me cubría
mi cuerpo y la mesa del resto oscuro y desolado espacio. En la pared que se
apoyaba mi cama, la silueta del León blanco apenas se reconocía.

Releí el texto que escribí a las cuatro de la mañana:

(kursiva)Si no atacas a quienes te atacan, en qué te conviertes entonces, en un


cobarde, sumiso, esclavo desposeído de significados propios y pasiones
individuales.

Probablemente la mayoría de esta sociedad no lo comprenda, están tan


familiarizados con el pensamiento caduco de la dominación que se
acostumbraron,

se acostumbraron a regalarle la mitad de su vida a alguien que se sienta, ordena,


asesina y pone las reglas.
Todos nos abandonan si se enterasen la transformación mental que uno se
impone, bajo placeres y padecimientos; lamentablemente no comprenderán el
elixir de los frutos milenarios del bosque, están lejos de zarpar al mar en un viaje
sin retorno, sin fin, sin dirección. No danzarán en las cenizas de los malditos
asesinos a las orillas del mar, nunca van a dedicarle prosas a esa bella
monstruosidad. No existe mayor placer que el placer de cometer un crimen,
lasciva flor del alba, perecible amor del presente. No existe lujo, ni valor que el
de forjarse el propio con la sangre de tus manos.

El suicidio es la antesala, la muerte el ocaso, la única dirección es la muerte. Lo


único que nos espera es morir.

Tengo un secreto que no puedo contarles, uno que supone el final de mi


existencia. Soy un sujeto peligroso y en cuanto se sepa quien escribió esto la
policía irá directamente a mi casa, me esposarán y me denunciarán por delitos
que ni existe en el código legal peruano, ¿por qué? Porque mi libro incita a los
jóvenes de mentes saludables y con ganas de vivir a cruzarse con lo desconocido,
con lo indómito, con lo que esta ficticia sociedad no puede dominar: el deseo de
vivir.

Estoy enamorado del caos, no le puedo ser infiel. Sí puedo, como también puedo
engañarme a mi mismo. La muerte y la soledad acecharon mi aposento. ¿Cómo
te puede agradar un perro famélico? Un perro perdido escarbando basura de las
periferias. Alimentándome de sedantes, drogas e insectos humanos, sifilíticos
dementes. Pero no pierdo la vista del mar, el mar en su basta inmensidad es la
utopía anárquica. El perro se convierte en monstruo, y el monstruo finalmente en
niño. Y sigo siendo un niño sin mamá, sin papá. Mis hermanos no son como tus
“pinkis” o de clase de tu universidad. Hombres y mujeres correctos,
heterosexuales, obedientes, logocentristas, carnívoros y con orgullosos padres.
Miller estaba enamoradísimo de Tania, le hacía alagos parafílicos. Yo no puedo
enamorarme, Nadia. Una personalidad de mi te desea, como desea el amor
tradicional, una parrilla un fin de semana, una casa repleta de hipócritas. Tu
presencia es como la ausencia de mis consanguíneos, ven letras en mi y me
rechazan a la vez. Cuando me besas es como estar en casa. Es esa alma
avasalladora de Celeste y de todos nuestros contemporáneos: el amorque hace
débil si no está más allá del bien y del mal. Más allá de la tierra y el mar, donde
se extinga la inmundicia, donde la guerra anónima destruyó la falsedad. Donde el
individuo se baña con babuinos y monjes tahoistas. Cuando la música trinfa.
Kenny está fumando en el crepúsculo con una lechuza, Vera está fotografiando
las calles que odia, veo a Sandro alcoholizándose con Ana María y Alonso en una
moto lineal con casco negro completo. Y mis nuevos causas, la gente real.
¿Dónde está mi alma, Nadia? Y camino solo bajo la lluvia, las figuras de las letras
de tu nombre se diluyen en el río donde me baño con David, fumando
marihuana, contaminándonos. Todos ellos han pensado en la muerte, como yo,
también han deseado morir alguna vez. Si todos nosotros tuviéramos un arma,
un glock, una magnum, dinamita, carros, gas butano y zótanos indetectables
Lima estallaría en arte y amor a la vida. El terror de la poesía cobraría vida.
Escalé al cerro de mi distrito con mis perros a pensar y leer, el grueso
humedecido campo me ensucia las zapatillas españolas, mis canes se ensucian
revolcándose por doquier. Cuántas veces vi el fantasma del Negro, Laica y otros.
David me llamaba en verano reciente, quería acercarse más a mí. Conversábamos
sobre asaltos profesionales, que como en Estados Unidos aquellos asaltantes son
profesionalmente entrenados por ellos mismos. Llama a chiquillas del hampa,
mujeres arrebatadas, perdidas, violentas, viciosas. Pensarás, Nadia, que yo debería
conocer una chica con la misma negación estética que yo. Me extrañarás cuando
esté muerto, llorarás al ver mi cuerpo abaleado. Y quizá, quizá es ahí cuando me
querrás..
Este es tu final, asalto narrativo, voy a robarte toda la tradicional manera caduca
de ver el mundo y hacer tu vida. Apuntaré con un lapiz a tu cabeza y te
secuestraré en un cenáculo. Mientras, voy a quitarte tus propiedades más
profundas de tu espíritu casi muerto. Te dejaré traumado y ensangrentado
acuchillado por el caos. El caos te enseñará a dibujar, pintar, bailar y asaltar. El
caos soy yo y nunca me olvidarás. Violaremos en manada de lobos armados tu
falsa inocencia, te reconocerás como oveja y también cómplice de esta bastarda
violencia civilizada. Recordarás por siempre que eres un humano cómplice de la
ignominia. Te reconocerás como un montón de huesos, carne deforme y dormida
que merece ser asesinada a fuego. Ningún policía del pensamiento te salvará.
Hoy es el rito, tu funeral, asalto narrativo.

Mientras exista miseria, habrá rebelión.

¡Violencia! Más violencia es lo que quiero. Empuñar con mi arma en la cabeza de


algún empresario. Desvalijar casas de acomodados inútiles. ¡Violencia! ¡Más
violencia! Danzas y cantos en una noche de sueños desvelados. Esparciendo lo
ilícito. Desayunando ¡Delincuencia!

En mi cotidiano veo bultos que se sienten libres comiendo mierda, bultos que se
frotan las mejillas por la desgracia material pero con la aplastante imagen de
Cristo en sus cabezas, bultos adultos que compraban pollo a la brasa cada jueves
de promoción, un par de zapatillas descompuestas y rezaban sus sueños
indigestos; no hay arte, no hay libertad, pensaba yo, en esos bultos que carecían
de creatividad, bultos presionando los botones de su celular y las letras del final
del día con una horrorosa sonrisa, colores del progreso humano, significa no
aprender a pensar

Tengo que pensar en mi siguiente paso, una estrategia muy premeditada. Solo
necesito pensar, pensar mucho. Pero ellos también estaría planificando la
siguiente acción contra mi. Todos están pensando, el lenguaje planetario del
error, lo que ha pensado la historia, un maldito error, todos estos imbéciles que
me rodean siempre han pensado, pensado mierda.

No lo puedo evitar. En esto reside mi genialidad, una tragededia inminente,

una horda de opiniones. El pueblo ataca a la delincuencia y defienden la


represión. Aman sus cadenas, aman su ignorancia, señalan y soplan a la policía.
Prefieren

mendigar

que usar las armas contra el enemigo. Se tragan la mierda que vapulea la prensa.
La policía viene, tenemos que encendernos, armarnos, huir, huir es la victoria,

y el pueblo nos va tirar dedo. Somos aves rapaces, nos comeremos la pasividad
de rebaños mendigos.
Capítulo X

No tenía el cuerpo tozudo, la mente casi descompuesta por los golpes que la
máquina económica impone a los individuos. Pensar y cavilar lo mantenía
agotado, una estrecha caminata entre nuestros paraderos, el aire de ortiga, el
oxígeno de almíbar no estaba, quizá un poco de las ondas grisácesas de Lima.
Algo de lo estúpido y sagrado del templo del mal: putas costumbres. Para él
habían opciones. La disciplina, las ansias, las ortigas y la esperanza. Yo le cantaba
que hay que meterle la esperanza por el culo al mundo. No quería confundirlo ni
aprovecharme de la situación. Todo residía en él, si continuar mordiendo las
larvas y los tallos secos o consumirse en la aventura del espectro, de la nada, del
cause al sombrío y helado amanecer, pero libres y fuertes, mucho más fuertes
que antes. No sé si lo entendió, puesto que no conozco en severidad a todos sus
modelos de pensar. Rodolfo estaba jodido, le faltaba dinero, una hija, una
esposa, una casa en alquiler, deudas al banco, futuros gastos. "Hey, mira, tengo
mercancía robada que puedes vender. Ganas un gran porcentaje a comparación
de estar en planilla y esperar", le dije en la tercer ocasión que charlamos sobre
sus problemas y algunos planteamientos que podríamos hacer. Rodolfo es bueno
en su trabajo, responsable, educado; un artista en el arte del licor y músico de
talla profesional. "Vamos a por todo, tío, no te va pasar nada a ti", le dije
fríamente. “Tengo un amigo que ha robado en buses grandes celestes”, pero
haría falta un carro que nos recogiera en tal lugar. Yo ya estaba acostumbrado
pero no tengo un hijo que educar. Tengo cinco perros que alimentar. Saltamos la
brecha, vendimos mercancía, siempre es por temporada los mejores días, siempre
debía ser así. "Puta vida que nos tocó, no tío."

Conversábamos en el trayecto a los centros comerciales, regresábamos a casa


con una mínima suma de 300 soles en productos y bebiendo vodka o alguna
cerveza, además de comer rico y no perder tanto tiempo como los escalvos.

-Me dan risa toda esta gente. Creen que ejerciendo sus labores encuentran un
estilo de vida.

Le venden un estilo de vida en mercancía.

-Como dicen, este no es mi trabajo solamente, este es un estilo de vida.


Imbéciles, -contestaba Rodolfo aguzado el oído, la cien contra la espera del tren.
Pasaban miles de personas pensando en qué cosas hacer hoy y toda la semana.-
Neceisto más dinero, loco. Tengo que producir toda esta

semana.

Hoy hasta el pensamiento es un motor mercantil para el mundo, el pensar está regido
bajo lo que ellos nos codifican como lo correcto lo cuerdo. el lenguaje que usamos es
un elogio a sus lógicas de expresión, pretenden disminuir los recursos imaginativos
dejándonos formas de diversión y ocio. si estas feliz o triste de todas formas querrás
fumar o tomar algo, da igual. necesitas desestresarte, anda a un bar o una disco, pura
felicidad regalada, la que nos regalan ellos, que solo buscan la muerte del individuo y el
nacimiento del consumidor. Las revoluciones que operan bajo el movimiento de masas
dejan intacto el modo de actividad y solo tratan de lograr otra distribución de esta, ser
individualistas es poner todos nuestros actos de acuerdo con nuestro pensar, y eso
significa reconstruirnos totalmente.

Leía mucho esos días, con sed de venganza, con dientes de vampiro.

Un libro sin igual lo imprimí donde Carlos, mi amigo fotocopista. El me preguntó


de qué trataba esta vez el libro, como siempre solía preguntarme. Apenas dije
que se trataba sobre atracos, terrorismo, amor y rió: El idealista de la violencia
por Osvaldo Bayer. La crónica minuciosa y narrativa de la exuberante vida
terrorífica de Severino Digiovanni, mi ídolo por mucho tiempo. Detesto a los
ídolos, pero no podía evitar sentirme atraído por él. Me enamoré de su vida, me
encogí como insecto, me crecieron patas y una barriga esquelética y asquerosa,
una especie de metamorfosis bañada en caos. Un dulce azote de los infiernos.
Una historia corrompida solo por la sociedad. Cuando encontré a Manuel en el
tren de casualidad le aclaré que la URSS no le declaró la guerra al fascismo. "Es
imposible que un fascismo le haga la guerra a otro fascismo". El único que le
hizo temblar las piernas al fascismo en latinoamérica fue Severino Digiovanni y
claro, sin quitarle crédito alguno, a la gentita exiliada. Nombres como Paulino
Scarfó, Simon Radowitzky, Roscigna bailaban en mi profunda soledad. Jugaban
las ganas de matarme, algunos poemas de Artaud, y conocí a Antonio el
ladroncuelo mujeriego.
Capitulo XI

Nos veíamos en la penumbra como, como una forma de conectarnos, ella una
chica estudiosa, con prestigio, dignidad y honestidad y yo, como uno de mis
perros rescatados sucio y carachoso rebuscando la basura cada noche como si
fuese la última noche que comiera. Mariposas alrededor de la luz que con sus
rayos gama destruía todo lo conocido, toda la tierra, toda la ciencia; y recordé
cuando nos conocimos, cuando irrumpí toda su normalidad, cuando mi
decadencia estética brilló en sus ojos, ella decía: “¿tú has escrito esto?”; y yo “sí,
es como una terapia, tengo problemas, sabes, todo esto es una mierda y el arte
me redime”. Y la tremenda oscuridad era nuestra atmósfera, me contaba de sus
gustos favoritos de lecturas, de su experiencia conociendo a un joven comunista
de su base de la universidad, yo no sabía que decir, simplemente era yo. Ella que
quería aprender a escribir, que le gustaban muchos de mis temas, que le hacían
pensar en ella misma, en sus orígenes más dorados, en sus críticas más
primitivas, qué como yo podía vivir así.. y recordaba otra vez, cuando nos vimos
la segunda vez y lo primero que me dijo fue: “estás loco, muchacho, muy loco,
no me robes, por favor”. Las estrellas se ven a lo lejos puras y brillantes y de
cerca estaba ella, contemplando a un monstruo marino que nunca había visto en
su vida.
—No conocerás a alguien tan loco como yo, chica. Yo sería capaz de cualquier
cosa y no me importa lo que pase.
—Me das miedo, Daniel. Un poco.

Y su voz no expresaba lo que sus palabras sí. Le estuve ignorando algunas de sus
voces interiores que querían decirme muchos secretos a solas. Se llamaba Nadia,
una estudiante de psicología de la San Marcos. Sus ojos de cristal negro,
resplandecían inteligencia, un instinto suicida como Vera, unos poemas
reprimidos, un fuerza insurrecta para apuñalar a sus enemigos. Nos conocimos
por medio de un amigo del movadef, el mismo que estuvo preso seis meses por
alusión al terrorismo maoísta. “Imbécil”, dije en mis adentros. Pero ella se
preocupaba por él, porque era un buen muchacho y nada más. Ella veía el
espíritu, valoraba las emociones.
—Considero que las cosas no merecen existir. Pero eso no quiere decir que me
suicide ahora mismo. Ahora estoy viendo algo que me haría vivir un par de años
más.
—¿Sí? ¿Qué cosa?
—¿Te puedo besar?
—No.

Y cogí su rostro y la besé. Un beso como todos mis recuerdos. El último beso de
mi día, el último beso de mi vida, el último roce de su piel. El aire se hacia
gradualmente más y más lascivo a medida que la tocaba. Ella se dejó acariciar, la
cargué encima de mí, como una pareja que se adorase por años. El alcohol
nublaba mi juicio, yo no quería pensar, quería sentir. Pensar sintiendo. Celeste
besaba como queriendo huir de un hogar destruido, Alicia me besó con esa
mentalidad de la suicida y la lujuria juvenil. Nadia besaba como queriendo
expresar algo muy profundo, como un grito en su interior queriendo vibrar en
otro cuerpo. Hoy moriré, pensé.

El magnífico cielo y el calor del aire nos envolvían en una misma sustancia por
unos segundos, me molestaba esa idea del amor, pero ella me gustaba
demasiado. Quizá, y quizá no.

Los tíos de Sandro intentaron matarlo. Días antes a lo sucedido se encontraban


en casa de Sandro además de sus tíos, Anyelo, David, Antonio y Laura. Bebían
algún jugo rancio metílico. Escuchaban música, descargaban sus fobias. El tío
Daniel de Sandro se emborracha y pierde los estribos, discute con su hermano,
jode a la casa. Afuera fumando marihuana Anyelo y Sandro, se acerca el tío a
mear. Anyelo le increpa: “así que te gusta golpear a mi amigo, métete conmigo”.
Sandro esconde a Anyelo en su alcoba y le pide a Antonio que cuidase el cuarto..

Fui a buscar a Sandro a los pocos días, toqué y no contestaba nadie. Me


preocupé de mi hermanito. Pregunté por él a Anyelo, le llamé.

-Si le hacen algo a Sandro nos vengamos, mano. Yo pongo la pistola, tú pones la
movilidad.
-Sí, conchasumare.

Dormí angustiado.
Soñé crudo.

“Yo era consciente que podía estar perdiendo el tiempo, uno tras otro
indiferentemente

del progreso o el futuro. Luego me reía, ¿progreso? Quién me enseñaba a vivir,


los medios,
la tv, los profesores, los políticos grasientos, los congresos anuales de los grandes

empresarios, mi familia, o el policía. Para mi esas cosas no tenían importancia, la


gente

era estúpida de todos modos, ¿cómo podrían criticar a un adicto cuando ellos
mismos no

criticaban sus propias enfermedades? La pandemia en esta época brota de la


servidumbre, de los cuellos de los ciudadanos normales, la forma mansa y
ordenada de caminar en son de paz y obediencia. Un látigo lacerante en sus
espaldas día tras día. Y ellos impávidos, más ebrios, mucho más drogados de lo
que me encontraría yo y mis camaradas.

Yo me decía a mi, bebiendo una chata de ron o un vodka: ¿para qué tomar
importancia a las palabras de los enfermos? Mi enfermedad solo para para mi, no
contagiaba a nadie.

Meneaba la botella de mano en mano, bebía un sorbo y fumaba un cigarrillo.


Cogía algún libro y leía un fragmento.”

Capítulo XII

Son las ocho de la mañana, se acerca el cumpleaños de Kenny y Sandro. Tendré


que regalarles un jaggermeister a cada uno. Mis párpados cansados quieren
dormir más. Pero no, hoy es sábado, día de laburo expropiador. Mis perros están
en mi cama durmiendo conmigo y mi gatito se apoya en mi almohada. Ya está
maltoncito, es un vivaracho ladroncuelo, apenas me descuido y me arranca un
pedazo de algo. He podido dormir mejor. Me siento mejor. Me prepararé un te
cargado, como aconseja Nietzsche, “eres lo que comes, piensas lo que comes” o
algo así. El aire fresco ingresa por las rendijas de mi techo de calamina. El sillón
está de polvo de Catalenya, se echó a dormir con las patas sucias. “Carajo, Cata,
porqué eres así”, ella se va todas las tardes a visitar a su antigua familia, una
manada de perros en el parque del seis donde una buenísima odontóloga les da
su almuerzo todas los mediodías. Se parece a mi, la Cata, nunca abandona a sus
camaradas. Coloco la canción “Rebelde o esclavo” de 89 puñaladas.
“No productores, es cierto, pero no cómplices,
no productores, si ladrones, si quieres, pero no esclavos,
desde hoy, no esclavos.
Desde hoy, temidos y no humillados, desde hoy
en estado de guerra contra..”

Desde ahora, nunca esclavo. Es más honorable morir rebelde que vivir como
esclavo. Ni un día más así. Ha pasado un año, desde el cumpleaños de Kenny
que con sus ojos agradecidos me dijo antes de irse a un antro: “sánate,
hermanito”. Me enfermaba seguido, y este año aún no siento ninguna dolencia.
Tanto cambian las cosas. Y ni un día más como esclavo.

Nadia me respondió mi mensaje, dice que leerá el capítulo más jodido que
escribí. “Me alegro, Daniel, hoy tengo un trabajo por la noche.” ¡Carajo! Parece
interesada, parece desinteresada, no sé cómo actuar. Hoy quiero beber un whyski
con Limber y Abigail. Abigail ya no tiene los problemas psíquicos de telarañas de
inseguridad y frenesí. Me alegro. Anteayer tomamos el jaggermeister en el bar
chicha de los amigos de Victor. Abigail sentada al lado de Limber, bajo los rayos
de las luces. ¡Qué romántico! ¡Un amor delincuencial! Un policía en motorizado
bajó, habló unas cosas con los dueños que se encontraban afuera y se retiró.
“Sería un buen negocio”, dije a mis adentros. Una rockola clandestina, solo para
delincuentes. Tendría muchas historias para escribir y nuevos amigos para
seleccionar y camaradas.

Perdí tres amigos en menos de un mes. Anatoli de mierda, ja,ja,ja, cómo dijo:
“nos agarramos a cuchillazos”, mongol. A nadie se le dice eso, se le hace.
Gracioso. Elena, me dolió tu partida pero no necesito a gente como tú, lo mismo
fue con Celeste. ¿Y David, mi maestro se vuelve loco por tanta droga que se
mete? Ahora ya aprendí, tengo un mayor olfato, unas orejas de lobo, un cuerpo
magullado. Ahora sé por donde caminar, con quien y para qué. (Si no me aceptas
como soy, retírate. No necesito a nadie, solo a mi. Ni a mi familia. Elena, volverás,
amiga.)

Ya mucho pienso, mientras alistaba para una ducha fría, alimenté a mis cuatro
canes, mi gatito llorón. Mi tía se fue tempranito a su trabajo. Las azucenas en la
mesa se ven vivas y resueltas dentro de este cubículo y dentro de una gran
bóveda expansiva de una gran mentira.. Pedro me dejó un mensaje: “llama,
mierda, hay trabajo por hacer.”

¡Qué divertido! Se viene un asalto, carajo. Ya extrañaba esto.

Trabajaré unos capítulos más. Varios amigos me han sugerido que publique esta
basura. Veremos, entonces, hacia donde va. Hice unos contactos, amigas y
amigos de distintas universidades para que puedan ofrecerlo. Les ha encantado
algunos párrafos. Hasta Alicia, a quien engañé, por medio del Instagram de
Sandro le escribí pidiéndole publicidad, que somos una editorial caleta, que
somos anónimos. Le mentí que Josué era el autor del libro. Josué publicó una
novela hace dos años, la mentira tenía detalles. Tenía color, como mi piel blanca
combatiendo el clima perdido de Junio. Arturo se encargaría de los diseños, de
quien no describiré nada. Es un anónimo como yo. Josué se hace más amigo de
Alicia. ¡Que bien!, pensé en mi. Expandiremos las ventas por medio de contactos
y nunca sabrán nada de nosotros.

Vera me escribe, me dice que vomitó billis hasta por la nariz. ¡Putamadre! Vera,
no te vas a ir aún. La llamo.
—Qué pasó, Vera, anda al médico o no sé. Date un viaje donde Kenny.
—Kenny quiere que vaya, pero no sé, debo descansar. Anoche no podía ver por
un ojo, el otro estaba negro, una atomósfera negra.
—¿Qué?
—Sí, me da miedo averiguar.
—¡Carajo! Mira, no importa morir. Importa saber cómo vamos a terminar el día.
Kafka escribía sus mejores textos famélico y aislado.
—Extraño a Kenny, cuando está aquí lo siento como un niñito que debo cuidarlo.
—Se emborrachó el domingo pasado. Me reí, porque Abigail por ebria no visitó a
Limber, éste se moría a puros tiros de coca. Ángela el mismo día me visita y me
explica que Sandro intentó acuchillarse diciéndole que se quiere suicidar. ¡Ja,ja,ja!
—Ella también estaba dudando, y yo también lo estaba haciendo.
—Ay, no me puedes negar que te gusta un poco su locura. —Me estaba
cambiando, zapatos, jean nuevo, camisa de oficinista. Qué mentiroso me he
vuelto.
—Sí, me gusta. Se parece a mi padre. ¡Ay, mi padre era un locazo de joven!
Alucina que tiene un corte en su brazo.
—Anteayer que vino Alonso de improviso. Además de contarme que está
haciendo unos contactos en la cachina. Dice que hay mafias de compra y venta
con contratos con empresas de ropa. Dice que un domingo se gana ciento
cincuenta soles. Bueno, le pregunté que hizo el sábado, si se emborrachó, si
Nayeli lo jodía. Me dijo que sí, cagándose de risa. Le escribí borracho a Nadia y
me ignoraba. Al día siguiente me dice que le escribo incoherencias así.
—¡Ja,ja,jaja!
—Todos estábamos jodidos. ¡Ja!, Ah verdad, quería compartirte unos textos. Me
pasó unos temas sobre escritores drogadictos. Huxley, Thomas Dequencey.
—Que rico, drogadictos filósofos. —Interrumpió.
—Sí, no entiendo. ¿Acaso quiere que me drogue?
—¡Ja,ja,ja! —Su risa de mala con un eco oscuro— quizá quiere eso. Ya te dije, a
esa chica le gustas pero no te puede dominar.
—En la vida, pues. Hoy veré a una chica que conocí en la movida anarquista. Dice
que robaba tragos hace dos años.
—Iré al doc. Cuídate.
—Cuídate, hermanita.

Kenny y Vera, volveré a verlos como animales huyendo del artificio humano.
Como enlaminados por algún retrato de Davinci, huyendo mis amigos, escapando
de las fauces del leviathan. Escuchando a Bach, Chopine y anónimos del arte.
Volveré a quemarme en este desierto, insectos me atropellan los pies, ¿Quiénes
son? La gente, las multitudes. Estoy escalando la montaña helada.

Limber me espera en la avenida para huir. Pude solucionar el tema con Sandro,
Sandro me trae siempre jodidos problemas, pero lo soporto. Todo un Jesse
Pinkman.

Angela en repetidas ocasiones me decía que yo deba ser un escritor, que “yo
perdía plata”. Y Angela le pintaba los ojos a Sandro, Vania estaba escribiendo su
cortometraje en mi lapto. Tiene cara de curiosa, me observa, le escucho. Nunca
era el interés mío ganar dinero. Ella, no sé por qué vino a casa, si sé, la idea de
drogarse conmigo terminaría en algún rincón desconocido bebiendo vino barato
y.. en las reuniones decía que haría un cortometraje con uno de mis capítulos,
“quizá”, pensé a mis adentros. Quizá ambas no tenían tantos conocimientos de
literatura. Sandro vino corriendo, pagó diez soles y cogió comida valorizada de
treinta soles del chifa cerca a casa. Ya está que se vuelve loco.

Nadia en una de nuestras tantas conversaciones me dijo que yo era una especie
de geniecillo, deducí porque nunca me preparé, nunca estudié, nunca pedí
favores a ningún especialista. Aprendí en la calle, en la delincuencia. Fue gracias a
la desobediencia que aprendí unas cuantas cosas. A quien tomé en cuenta
bastante fue a Valeria, ella era una chica extraña, tenía capacidades altas desde
muy pequeña. A sus quince años ya terminaba la secundaria completa. Era voraz
lectora y escribía poemas mientras veía el suelo cubrirse de sangre salida de sus
venas. Yo ni leo demasiado, solo leo a los “malditos”, a esos “cerebros de mi
generación destruidos por la locura, famélicos..”. Sé que hay más poesía en la
calle que en los libros apolillados de los autodenominados escritores. Hay más
literatura en las carceletas, dientes amarillos, caras magulladas que en los patios
de las universidades. Yo he visto más arte en el barrio planificando un asalto y
unas jornadas. No importa el monto, no importa el verso. Importa la acción
delictiva cuando es necesaria. Es un pan del cielo.

Me imagino un Jack Kerouac navegando con Neil en uno de esos carros de estilo
hippie, de camino a un lugar que no importase, importaba el viaje, nunca estar
en el mismo lugar; tomando bencedrina, planificando un asalto de un carro,
escuchando rock and roll, planificando una orgía en Woodstock leyendo a un
Henry Miller desgastado y deprimido por la vida asalariada del cual escapó para
vivir en las calles más marginales de París o New York, quitándole los piojos a
Boris, follando con June. Valeria me recomendó a Miller aquella tarde que le
expliqué que estuve escribiendo como terapia antipsiquiátrica y que a algunos
amigos les gustaba y que me pedían lo publicara. Y ella que sí, que conocía a
algunos poetas bohemios, que hacía algunos recitales. Yo, que conocía al
vallejiano Beto, que nunca leí algo como sus versos tan abstractos. Tomamos más
vasos, pensé en Bukowski y los años de alcoholismo en los parques atestados de
chiquillos perdidos junto a Alonso y Sandro, leíamos Bukowski luego de una
fiesta, luego de un concierto y lo veíamos a nuestro escritor favorito dándole
puños a algún borracho que le desagrade, perdiendo la consciencia, viviendo
simplemente a su manera.

Prefería fumar marihuana y leer a Burroguhs y sus extravagantes teorías y


experiencias en la heroína. Un loco maldito. De vez en cuando los poemas de
Artaud cuando estaba antes y después de un “negocio”; Pizarnik cuando quería
cortarme las venas.
En Perú no conozco referencias. Si habría alguno, bienvenido, algún día lo leeré,
pero aquí aparezco yo, sin nombre, sin apellido, “mostrándole los dientes al
enemigo, desde hoy temidos y no humillados desde hoy, en estado de guerra
contra la sociedad.. todo es indignidad y delito, todo nos da vergüenza, nos
causa náusea, nos da asco. Dejen al individuo la libertad de morir como hombre
(individuo)
hoy no hay más que una alternativa,
en rebeldía o esclavitud,
en rebeldía o esclavitud,
en rebeldía o esclavitud,
en rebeldía o escalvitud,
rebeldía o esclavitud.”

Es ahora cuando debemos divertirnos. Es ahora cuando debemos bailar en las


arenas de las playas, música psicodeli, unas cuantas guitarras, el ocaso del sol, las
nubes retozando; alucinógenos, esquizofrenia, historias de terror. ¿Recuerdas
cuando nos conocimos? ¿Quién? Tú, querido lector. Tú, y yo. ¿Quién yo?, te
preguntarás: el caos. Yo soy el caos, aquello que escribe, yo soy el lapiz que crea
el arte, el mismo lapiz en la cabeza de algún empresario, el mismo lapiz de
metáforas y símiles y prosas.
¡Es hora de bailar en las cenizas de los policías! ¡Quemémoslo en un gran hueco
en la tierra haciendo honra a todos los asesinados en la historia! ¡A todos los
guerreros hijos de la naturaleza! ¡A todos los inocentes disparados a fuego! ¡A
todos los pobres acaecidos por la desesperación, a todos los animales hermanos
pequeños arrasados por la civilización! ¡Es hora de bailar tango, merengue, jazz,
bailes chinos, flamengos, xx, xx ,xx ¡ Pintemos la tierra con nuestra sangre,
elevémoslo con nuestros colmillos de vampiros y nuestra inteligencia de lobo!
¡Repudiamos la puta policía bastarda! “¡Nos estalla la ira, el estupor y la cólera!”
¡Es hora de bailar! ¡Gozar! Clavemos sus cabezas en estacas alrededor de toda la
pista panamericana de cono a cono. Impongamos el terror a la cultura.
¡Hagamos el arte del terrorismo!
Quise ser un escritor, tenía quince años e ignoraba a mi profesor de historia,
colgado de teorías del ministerio del Estado peruano. Era un tipo sentimental,
obstinado en hacernos cumplir los roles y las normas, padre de familia, un hijo
cursando la ingeniería, aún lo veo, de lejos, sin saludarlo, a mi profesor, la misma
flatulencia en persona. -Quisiera tener un arsenal de armas- no anticipé que
escribir podía llevarme a extremos nunca imaginados. Me siento deprimido, me
siento nadar en el vasto silencio, es un privilegio, lo entiendo ahora, un requisito
para esculpir en mármol una vida que es peligrosa, una vida que arremete contra
la supuesta paz social. Esto no es literatura, esto es en extremo basura.

De verdad siento que la policía me observa,

No recuerdo nada del lunes. Violeta mezcló dos tabletas de alprazolan, un


energizante y cerveza. En orden consecutivo recuerdo beber con Victor en mi
cuarto, las voces de Angela y Violeta, en la puerta de Limber comprándole
cocaína. Despierto una de la tarde, en mi cama, mis canes con hambre. Compro
comida. Trato de recordar y no sé por cual conexión de flujos de recuerdos,
sugestiones o emociones pero hecho la culpa a Angela de perder el resto de
dinero que me quedaba para aguantar mi semana. Cogí el ordenador y quise
escribir, escribir es algo para gente con una gran locura en la cabeza, un

Le llaman Oscar en el barrio, también se llama Martín, Carlos, y algunos más que
no recordará. El proveedor de la merca que mueve Victor, según me contaba
Limber. Cuando el lunes pasado fui al escondrijo de Violeta, él llamó a Kat,
preocupado: “los policías me quitaron mi celular y ochenta soles”. Saltamos a la
ventana, boté con cuidado la cortina vieja, él estaba de pie, con su otro celular,
llamando, tenso. “Hey, en que estás, Daniel”. Reía. Gorra roja, zapatillas de igual
color y un pantalón del estilo clásico de los rapper gánster. La banda son
fanáticos de la escuela del este y oeste: Tupac, Notorius, Recuerdo pasar una
experiencia así, los policías se quedaron con mi celular y mi cámara digital. Temí
por muchas horas que espiaran mis conversaciones. A buena hora llegó Anatoli y
reclamó todo. Teníamos la vara de su padre, sin pagarle, Anatoli era un buen
embustero y estafador propiamente. Torres

Limber se molestó anoche, porque recogí a su casa a Claudia,

Necesito alcohol, toda la noche, todo el día, todas las horas, necesito elevar mi
consciencia a un estado de percepción diferente, quiero sentir, sentir mis
pensamientos.

¿Por qué amamos? Le pregunté, con ella teníamos conversaciones profundas, de


escritores, teorías, pensamientos elevados, en la estratósfera, en la tierra, en las
venas del individuo.

¿Por qué ser individuo se sufre? Es parte, lo decía N., el placer y el dolor son
requisitos para la superación y supervivencia.

Me he superado, porque yo sufro,

el peso de la civilización,
el peso de la rebeldía..

Elegí un estilo de vida opuesto a los valores que están en las cabezas de todos
mis contemporáneos.

Soy fuerte.

Nací en Perú, Lima, no tengo más que contar que mi propia vida, uno nace y al
nacer no elige ni los llantos del alba. Ni las manos de su propia madre, el ser
más hermoso de la historia conocida. Ella ama a su madre, me preocupé,
obstinadamente, me hizo reflexionar.

Soy un chico solitario, este sentimiento era inevitable. La valía de un hombre se


mide por cuanta soledad soporte (N.), viajé al universo execrable, otra vez; donde
uno abandoné todos los valores existentes, toda verdad, toda costumbre, el
tiempo, el espacio.. el universo execrable que anida en nuestros corazones
indomables; luego la desidia, el caos, el crimen, la poesía.. “el tiempo es un
círculo plano, volveremos a esta vida millones de veces más”, balbuceaba Sandro,
totalmente alcoholizado, pretendiendo a Ángela. Estuvimos un mes de
alcoholismo, drogas, y algunos robos en casa. Mi hogar, mi cenáculo, mis libros
regados en el suelo. Me siento un poco culpable, les pasé unos textos a mis
amigos malhechores. Soy un chico solitario, la rebeldía es para solitarios, la
escritura es para locos, las armas es para suicidas, la normalidad es para los que
aceptan sin cuestionarse nada. Pero ¡qué rabia! Me daba antes, escuchar a
supuestos rebeldes elevarse su canto en prosas o rimas, o libros. Ellos,
intelectuales, no tienen una mínima idea de lo rebelarse. Solo los anormales
tenemos derecho a escribir poemas al caos y la insurrección. Solo los que
decidimos morir a manos del enemigo y no acumular prestigios, reconocimiento,
halagos. Putos mediocres. Rabia de antes, amor del presente, un aire de altas
montañas, gélidas y ardientes de preguntas.

Más rebelde es Pedro, que en sus años de “paichero” robaba para comprar pasta,
se escondía en los cerros con su “batería”, no sé cuantas noches; mi “causa”
Pedro, le dedicaré un cuento cuando se vaya a prisión otra vez. Aceptando su
cruel destino. Los cerros siguen vomitando drogadictos, en San Mateo ya no
existen pandilleros por las calles, portando armas, atemorizando a todo
vulnerable ciudadano. Me decía Oscar, “mano, las cosas han cambiado, antes
podías cargar un kilo de marihuana en la calle”. Y ella me decía: cómo puedes
vivir así. Y yo: rebeldía o esclavitud. Parafraseando al italiano, al único individuo
que dejó su vida por hacerle la guerra al fascismo Argentino. ¿Se imaginan un
gobierno de corte totalitario en Perú? Se aperturarían mil pentagonitos.
Secuestros, cárceles abarrotadas, criminales en el exilio. ¿Cuál es la amenaza al
poder del Estado? ¡La fuerza del individuo!: ¡El crimen!.
“No creemos en su ley”, me decía Nico, “no creemos en su puta ley, que se vayan
a la conchasumadre”. Eso es un canto, un poema, un aroma cruel de las cumbres
de las hojas de robles y caobas. Un caracol paseaba en la vereda colindante a la
avenida. La llovizna le ayudaba a movilizarse, quise ayudarla a llevarla al jardín
que se dirigía, Arthur me detuvo: hey, déjalo, es la ley de la supervivencia,
sobrevive el más apto. Tenía quince años y me negaba ese derecho, esa realidad
impuesta. El más grande elimina al más débil. ¿Qué hacemos contra el mayor
poder del Estado? Anonimato. Unirnos, organizarnos, conspirar, sin nombre y sin
pellido. Si lo has comprendido, vamos por buen camino. No soy un artista, soy
un simple delincuente, con algunos oficios mediocres. ¿Te interesa el
reconocimiento, ser alguien, tener un nombre, un cuadro o fotos con tu fecha de
nacimiento. Estás equivocado. No debiste nacer.

Carolina, porqué me dejaste. Estaba aspirando cocaína y la ectoplasma me


aguarda delirios, insomnio, prismas anclados en mi cabeza. ¡Recuerdas los
perdigones de la policía! En las marchas, mes a mes, semana tras semana,
creyéndonos libertarios, creyéndonos revolucionarios. Ha muerto1 la esperanza
en mi. Y gozo, me divierto, bailo, creo letras.. brindo por la desesperanza.. en el
fondo te espero, llegues con el peluche de Cuthul -el pulpo alienígena dios
milenario de Lovecraft- que te regalé en aquel otoño del 2017.. tu gorrita gris de
alpaca para el friesito, te cuestionaba tu consumo animal. ¿Recuerdas, Carolina?
Cuando conocí a tu hermana, una señorita embarazada de un ingeniero de no sé
donde. Tu madre prefería a tu hermano que a ti. Vivías celosa de él, y yo era tu
hijo pródigo. Volvía luego de derrochar todo mi dinero en alcohol, drogas y mis
amigos rebeldes pequeño burgueses. Tú seguías con nuevas amistades, yo
descendí a los guetos donde ya no es un libro el placer, sino un día sin que te
coja la policía, te extorsione, te golpee o te encarcele. Meses y meses.. Tú con
nuevas y sotisficadas amistades y yo seguía con mi batería.. Me dejaste por
delincuente, Carolina.. te odié, te odié tanto que no te busqué en los primeros
meses de ruptura. Tú me esperabas, me lo confesaste.. por qué, yo no quería
descender, yo soy el bajo fondo, el bajo mundo, el submundo de las esperanzas
muertas. Pasaron meses.. sin saber nada de ti. El odio me determina, le dije a ella,
le dije en acciones. ¡Crees que yo cambiaría por el amor de otro ser! Camino
vidrioso, puestos de trabajo, robos, amoríos, poesía.. y me asquea, me da náusea,
me da vergüenza: los colegios se llenan, los mercados se llenan, los buses se
llenan, los hostales se llenan, los prostíbulos se llenan, los bares me llaman, la
mierda entera sobrevolando como espectro del mundo, en el universo. Un alma
enferma volando en el universo. Carolina, me dejaste por ser un vomitivo..

Oh que alguien me enseñe a fabricar una bomba, Quisiera tanto que exploten muchos edificios, Se
incendien ciudades, Se levanten cadáveres de gusanos, Uno a uno al final de la mentira, Al final de la
vida Y calmar este dolor. Nunca deseé nada de lo que me rodea, Vivo sufriendo por el olor rancio de
esta metrópolis, Sufro y me hago fuerte, Soy más fuerte entre muchos, Entre la masa de heno y de
insectos, Me convierto en cuervo y vuelo a la muerte, Un dulce azote del tiempo, Carroña del
cuerpo, Espectro del final, Montañas de muertos Nunca deseé nada de lo que me rodea, Yo no elegí
nacer pero quiero más cocaína, Con Limber, Víctor, Óscar En las favelas de los pórticos, De los guetos
donde nací, Y quiero expropiar, Matar, Incendiar la babilonia ciudad. La primera vez que morí, Oigo
los alaridos de bebé Los chirridos de dolor, Las lágrimas de suplicio, Anunciaban el pasillo A la
muerte Mis versos tienen un aroma cruel, Por lo mismo que es real, Todo yo es real, Yo soy más
realista que la mayoría de la gente, El enemigo engrosa sus filas, Asqueado de esperanzas, Guerra
eco extremista, hasta que pague Con mi propia vida. A la mierda las Morales humanistas, La masa es
el problema del individuo, Si a ustedes les molesta, son ciegos, Cobardes, oxidados y carecen de
Alma. La soledad es una forma de rebeldía, La sociedad encarcela al individuo, Lo que está libre no
están vivos, Están atados a la mentira, La mentalidad de mierda, De la buena vida, las páginas
correcta, Las horas arrodillados, A las fuerzas del enemigo. ¡odiamos la puta policía bastarda!
¡Odiamos los fundamentos! Amamos la vida peligrosa. Desde ahora hasta el final del sendero negro.
Conoci la sociedad, Me volví su enemigo, Me volveré un cadáver, Dentro de una caja de madera,
Oliendo a menosprecio. Busquemos la libertad, Busquenos la muerte, No temamos Quien está más
solo, Está más preparado, Para autoinmolarse Y con el suicidio, Vengarme. La gente de esperanzas
nunca sentirán El placer de la desobediencia, El honor de morir, Abaleado por el enemigo. Ella es
una buena mujer, Cumple cada rol correctamente, Ella me dijo que Ustedes saben que no hay
solución al colapso, Por qué trabajan o progresan, Si todo se fundamenta en ficciones, En el
asesinato al más débil. Para qué tienen esperanza, Maten lo ahora, Sálvense, Tengan dignidad Por
qué pienso mucho en ti, Clínicamente loco, Enfermo, arrastrándome, Bebiendo de cortezas podridas,
Porque pienso en ti obsesivamente, Años enteros, Animales muertos, destrucción al unísono La
música perdió. Por que pienso en el suicidio, Un baile eterno de dos, en palacios sobre el vesubio.
Caos, llamas y castillos medievales y sacrilegios. Te extraño, espíritu indomable, Máquina de guerra,
hija del conocimiento, Extraño tus besos.

¿Por qué rebelarnos? Vivimos la 6ta extinción de animales y la mayor catástrofe contra la naturaleza
como nunca antes registrada. ¿Por qué rebelarnos? El final está aquí, en nuestros corazones,
alimentándose de mentiras. Duele. Rebelarse duele más que cualquier otro tormento de mierda y
empresa humana. Dejar la vida por respirar, lo desconocido, la poesía, la música, el amor.. hoy quizá
me coja la policia al salir de casa, o al cruzar la avenida, es una ciencia, la criminología, estudian a
tipos como yo, nos clasifican, nos enumeran, nos asignan una categoría y luego nos desechan a
prisión donde solo vive lo peor de la humanidad. La cárcel y la vida ciudadana es la peor hija
bastarda de la puta normalidad y sus perros defensores (policía). Hoy moriré y no tengo miedo,
estoy triste. ¿Por qué rebelarnos? ¿Contra quién? Contra nosotros mismos, nuestros lujos, nuestras
comodidades, costumbres y la economía de roles sociales. Hoy estoy robando, mañana estaré
vendiendo droga a muchachitos con problemas, pasado mañana en prisión o morir y todo la
humanidad me sepultara como la escoria. El problema no está en la calle, está en los que dominan y
los dominados. Los delincuentes somos la escoria humana, los enfermos mentales, los gusanos que
pudren los frutos, la culpa. ¡Carajo! Nosotros no tenemos la culpa que los obedientes sean ineptos y
deban rendirse sin pelear. ¡guerra! Guerra contra nuestros iguales y uno mismo (N.) Soy un
delincuente, mis amigos son delincuentes, mi futuro es la muerte fría, bajo copos de nieve y los
cuchilladas milenarios. Una violencia histórica que cargamos algunos. Somos individuos también,
sentimos, sufrimos, vivimos, escribimos y nos besan los labios aquellos ojos que miraron nuestro
interior. No existe grupos conspirativas en Perú. Quizá yo sea el único delincuente te Nunca he
sentido tanto rechazo y asco a todo mi alrededor como en estos días, resultado de una fobia
insegura a lo cotidiano. Una fobia extremadamente cosida en mi piel, por años enteros, por
infinitudes de bálsamos al clima gris. Era inevitable, miraba

Nunca he sentido tanto rechazo y asco a todo mi alrededor como en estos días, resultado de una
fobia insegura a lo cotidiano. Una fobia extremadamente cosida en mi piel, por años enteros, por
infinitudes de bálsamos al clima gris. Era inevitable, miraba por mi ventana a mis quince años, libro
de bolsillo, fiel Soledad, mi gatito mitad angora de pelaje azul oscuro, me acompañaba al dormir.
Abria con sus garras la ventana de mi cuarto, ronroneaba y me platicaba. Otro día para levantarse,
asearse y asistir a los templos de domesticación. De animal, de gato, de murciélago voraz de sangre
empapando las páginas de Kafka a un niño obediente y uniformado cantando himnos a la patria. Fue
la metamorfosis mi primer libro, y yo no soy un insecto. Yo soy un delincuente y pronto hare temblar
de miedo a este país con simple gas butano.

Ella me contaba sobre su ex novio, un muchacho estudiante de filosofía, parecía un hippie con
problemas de identidad política. Andaba con rojos, con negros, con vagos, con drogadictos. Algo
interesante, para ella. A ella la conocí cuando asistía a los trabajos comunitarios. Ella estaba
deprimida, el primer chico de su vida le había abandonado por drogadicto. Recordé a Celeste
sollozando cuando me convertí en una sucia escoria. “Escoria humana, te burlas de mi ignorancia”,
me dijo ella, riéndose. Y sí, soy un orgulloso escoria humana, le respondía, riéndome, imaginandola.
El era un loco lector de teorías ficticias. La cautivó con su andar extraño, su olor a eso diferente que
le gusta tanto a ella. -Celeste, lo siento.- El la había tratado mal, peleaban en exceso. No valoró a una
hermosa hija del conocimiento de la máquina de guerra. ¿Por qué? Ella leía a los grandes filósofos y
guerreros del pasado. Y ese instinto animal la llevó a mi psicosfera, el sabor a ceniza, aluminio y
estrellas de mis labios. Yo le platicaba de Digiovanni, del primer expropiador en carro, Bonnot..
algunos poemas de Mauricio Morales. Quizá me recuerde algún día, ella llegó a ocupar el lugar que
Celeste dejó. Impactos de bala, estremecimiento, sirenas y esos golpes, los puñetazos a “Los
Pórticos”. Yo no nací en el mal, chica, le decía. Te digo chica, por que así le decía Tony a Elvira,
símbolo de la perfección de los gánsteres de mi barrio: chicas guapas, delgadas, y jóvenes. Ella era
una hermosa hija de la estética de la máquina de guerra. Una estrella inalcanzable para mi. Un fruto
de un continente donde yo no nací. Ella se enamoró de mi locura y yo de su paz. Nunca nacimos para
encontrarnos, sabíamos que estábamos lejos del mar y la tierra. No habían hijos hipornoreos. Ella
me recordará cuando esté en prisión o sepultado y reirá, como la primera vez que nos vimos: “Hola,
chico, como estás, ¿por qué robas? Estás loco. No me robes, por favor..”

Me pesaba la languidez, no sabía qué hacer exactamente. Al releer recordé que


hace años gané un concurso de cuentos en mi anterior academia. Algunos
profesores me dijeron que tenía talento, que debía desarrollarlo. Mis amigos me
veían con otros ojos, yo era un vagabundo, andaba alcoholizado a todo horario y
no respondía a las exigencias de la academia. Sonreí al recordar mi astucia pero
estaba solo, con la guerra de sobrevivir en la mierda de la vida ciudadana:

"..Convoqué a mis ex y compañeros de estudio. Tuvimos 2 reuniones previas a la


marcha del 15, con debates, porque es necesario discutir y comprender el tema antes de
la acción directa revolucionaria. <La palabra “revolucionaria” me es densa y una gélida
sensación casi vergonzosa, como si no la mereciera, atraviesa mi garganta hasta el
estómago, supongo>. Entre la desorganización de las zonas, los dirigentes reunidos
aisladamente no sé para qué decisiones tomar. Contacté con compañeros del frente de
choque <entre anarquistas, punks y diferentes tendencias ideológicas> y nos sumamos a
ellos. Me parecía más justo y seguro. En las reuniones de aquellos veo su incentivo a la
horizontalidad y organización y solidaridad. Éramos alrededor de 30 a 40 estudiantes.
Todos conocían mis impulsos en las iniciativas politicas, la ley del nuevo régimen laboral
juvenil: me parece absurdo creer que las posibilidades de los jóvenes crecerán
reduciendo sus beneficios y no aumentando el sueldo <el Perú es el 4to más bajo del
mundo, en sueldo mínimo, la mano de obra aquí es baratísima>. Es un retroceso
histórico creer que de esa manera “saldrán adelante” como lo publican los medios de
información oficiales.."

Ilusamente Alonso decía en algunas conversaciones sobre política, que las

marchas de la ley pulpín era analogamente nuestro Mayo del 68 (lo que fue para
Francia).

"..Te conocí cuando leía los diarios de Kafka. En año nuevo te vi, a mi descripción, algo
menuda, vulnerable no sé, una mirada aveces pensativa. Recuerdo poco también estaba
ebrio, jodiendo como imbécil. No sabía quién rayos era esta persona.. luego en la
marcha te vi de nuevo.. los días inciertos. Escucho música.. tengo un carácter depresivo.
Mucho he pensado estos meses sobre mi. Mis profesores de cuando estaba en la
academia me hicieron pensarlo. (me siento algo con vergüenza, ridículo, absurdo al
escribir todo esto). Ya había en cierta parte madurado temas como literatura absurda.
(Camus por ejemplo) y luego veo tus fotos de Sartre, de otras personalidades. (eso
encanta). No sé si te dije que mi curso favorito primero es filosofía. Conocerte me fue
algo con aires y remolinos vitales. -Todo es absurdo- Al carecer de valores universales.
En ese vacío existencial, qué puedes hacer. Elegir, subjetivamente elegir el camino y
certeza y sentido que le atribuyas a todo. Porque todo carece de sentido. No te
pregunté si eres atea. Me pongo algo nervioso cuando estás cerca. Hace mucho no tenía
sensaciones así. Solo pasaron circunstancias, sonidos en la nada. Recuerdo cuando leí a
Cioran a mis dieciseis años. “La gente tiene vergüenza de aceptar el sinsentido de su
vida”. Hoy me buscó un viejo compañero de clases, me hablaba de Dios, me invitó a su
culto. Me molesta las seguridades divinas de las personas. Como si encajara las cosas en
una sórdida imagen a colores…”

Conocí a Viviana, Diego y los demás muchachos del grupo anarquista. Mis ojos
decayeron. Precipité con imágenes mentales en mi cabeza.

El progreso es un mito. Un concepto de esperanza que se empecina en ser


creído y digerido debe ser una mentira. ¿Por qué hay una predisposición a la
obediencia? Uno a uno, los tejidos de fantasías e idealizaciones, formando una
cárcel para nuestros cuerpos. Lo tenía claro y pensaba en ello aquellos días, el
mito usurpa al humano-capital, cadáveres de perros helados en toda la avenida
pachacutec, la distorsión climatológica.

Los horrores de la política, es el nombre del artículo que publicaron en el mural


de mi universidad, lo exigimos con mucha paciencia con mis amigos de otros
ciclos, a mi me parecía más que necesario, yo creía en algo. Lo escribí con tanto
placer. Ahora lo leería por última vez.

“Tarde de verano en la avenida Ica de Nueva Esperanza, oscurecido por la fábrica,


vapuleada por la sistemática polución del progreso industrial. En el paradero de los
mmicrobuses amarillos, al frente del Grifo Pecsa, paradero cuatro, de pronto un grupo
de hombres empieza a tirotearse con la policía en una persecusión veloz y volátil,
tomaban jirones, pistas perpendiculares, hasta que el auto de los forajidos se paraliza.
Producto del altercado, un policía y tres ladrones muertos. El cuarto huyó despavorido a
toda velocidad, e interceptado por dos patrulleros dos cuadras. Así es este país,
reescribiría sin ninguna sutileza. Los primeros días de 2018, miles de limeños protestaron
en las calles, inusitadamente la nochebuena del año anterior el entonces presidente
Pedro Pablo Kuczynski, traicionando su propia promesa, liberó al ex dictador y genocida
Alberto Fujimori, condenado por ser el autor en las matanzas de Barrios Altos y La
Cantuta. Los familiares de las víctimas reclamaron su liberación ante la Corte
Interamericana de Derechos Humanos. Pocos meses despues, Pedro Pablo Kuczynski
renunció a la presidencia luego de que el Congreso de la República amenazara con
destituirlo. ¿Razón?, Entre 2004 y 2017 Kuczynski había recibido cuatro millones de
dólares de dos consultorías asociadas a Odebrecht. Así es este lugar, decían los
"peruanos", son unos parásitos. En julio un escándalo en términos incalculables
desmanteló a un equipo de magistrados y empresarios a quienes se les investiga por
incluso negociar la liberación de violadores sexuales de menores. En tal red también se
involucraba al Consejo Nacional de la Magistratura, el órgano encargado de elegir jueces
y fiscales. Un total desorden y asquerosas violaciones de nuestros derechos, decían los
vecinos y transeúntes aquella mañana que se ventiló en los periódicos y los medios
virtuales. No se tiene certeza cuando asistirán enmendar los desarreglos cuando algunas
tuberías cubren de agua las pistas, o cuando los servicios municipales se retrasan. “Están
comiendo de nuestros impuestos”, dice la gente y totalmente anónima regresa a sus
casas, se resignan. Y resignados, con rostro indiferente, limpios y libres de pecados son
atacados, hace poco un caso, por ladrones caníbales. Dos drogadictos robaron y
apuñalaron a un trabajador poco más de cuarenta años, lo dejaron tirado en la pista
cerca a una estación de buses. De víctimas a victimarios. La proeza es ser el más astuto y
pendejo, engañar a los que puedan y obtener algo. No importa si le haga daño, no
importa, piensan los resignados. En este mundo la gente teme de sus pecados, y
terminan ocultándose en los mismos, no quiere que nadie los vea cuando la hipocresía
está a flor de piel. Miran a los ojos haciéndose los locos y continúan en sus senderos. El
sendero del resignado, del camello, del perdedor y ciudadano creyente de dioses.
ATTE: ESTUDIANTES AUTONOMOS DE LA TECNOLÓGICA.”

Cuando miro el despertar del día, los salones atestados de gente que no piensan,
en el tránsito de bultos que no tienen corazón, la fila de espera, escuchando las
palabras del profesor, sentado trabajando o simplemente buscando trabajo, la
publicidad cansina, mentalizarme la idea de esperanza, progreso, una casa
segura, un futuro prometedor.. todo esto me daba ganas de vomitar. Eran en
esas aulas de domesticación mental cuando viajaba en algún otro lugar, no
quería estar allí.

Quisiera escribir poesías de ataque, una última noche danzando con los espíritus
del pasado, una última gota de sangre emanada por la aspereza de las armas,
agotar todas balas, acabar todo sentimiento de compasión. Una última guerra
hasta el fin de esta sociedad de mierda. Cuantos compañeros presos alrededor
del mundo. Cuantas horas pasé pensando en el absurdo de lo contidiano, en la
necedad, el menosprecio y la soledad. Hay un momento cuando la chispa hace
explotar todos los espacios existentes y desconocidos de nuestra profundo
individuo.
Necesitaba dinero, pensé en Kenny y Sandro, ejemplares consumidores de
marihuana. Percy era el “dealer” más conocido en todo el barrio. Se escuchaba su
nombre en universidades, colegios, comisarías, parques, casas, fiestas de gente
del barrio; todos sabían quién es el tal Percy, pero no se podía decir
gratuitamente. Lo llamaban y él dictaba la hora, y el lugar de la cita. Por el otro
lado del celular podías imaginártelo como él mismo emanaba una idea mental.
Con una gran tranquilidad decía que estaba con su señora, o con su hija, un
poco ocupado, que tenía que hacer otro asunto familiar. Aparecía en un carro
negro, uno no tan llamativo. Sandro me dijo en una de nuestras tantas
borracheras que aproximadamente ganaría diez mil a quince mil soles al día. Le
llegaban citas desde otros distritos. Percy también era un perro de otro
proveedor, quizá del traficante, no se tiene la información clara. El Gordo era su
perro favorito. Gordo carecía de toda mentalidad de construcción individual, ni le
importaba nada más que crear canciones con su banda musical. Kenny y él eran
muy buenos amigos durante años, el primero padecía la infección de la
marihuana y su amigo proveía. Gordo tenía amigos por ello, siempre andaba
cargado de hierba o coca por las calles.

Podías verlos caminar en la calle a ambos y Sandro también, con sus fachas de
rockers, botas, polos de bandas, aún niñatos; ojos rojizos, expresivos, flacuchos.
Le propuse vender marihuana a Kenny, pero debía tener un ingreso propio.
Invertir en hierba suponía paciencia. Necesitaba dinero en lo inmediato. Alimentar
a mis canes, libros, comida, salidas..

Llevaba poco menos de un mes haciendo del robo hormiga, de forma individual
primero, un ingreso económico extra como un alivio a algunas necesidades. Invité
a algunos amigos para tales actos artísticos. Ingresé a Plaza Vea, expropié
maquillaje, útiles de aseo, chorizo -para mis chicos- y compré verduras como
excusa y cerveza. Cuando expropiaba, solo pensaba en expropiar. No había otra
idea rebotando entre mis neuronas. Disfrutaba cada segundo poder obtener
dinero sin esfuerzo. Un gran placer.
Celeste me llamó.
—¿Más tarde te veo, cariño?
—No. Estoy sin ánimos, nena. Lo siento. Mañana te invito una cena en la
hamburguesería vegana, ya nena.

Sinceramente no quería estar allí. Toda la realidad me daba asco, me producía


náuseas. No lo podía evitar. Conversaba con Diego algunas angustias personales,
su mayor consejo era la lucha, en la lucha encontraba la felicidad, ciertas razones
más. Pero yo era debilucho para el concepto de lucha que leía en Maria Alfredo
Bonanno, Feral Faun, los anarco nihilistas, individualistas. Pensar en Diego, eligió
atacar o morir. Mi padre en cambio, aceptó el castigo de la cárcel, no huyó, no
peleó antes de ser atrapado.

Estás bien jodido cuando nace miles de deseos muy profundos para cometer
delitos. Estás bien jodido cuando, de igual manera, quisieras quemarlo todo
como un acto artístico. Uno es consciente que el resto del mundo no te volverá a
ver igual. Oscar, cuando conversábamos en casa sobre los delitos, opinaba igual
que yo, “cuando vendes droga, así sea solo por una vez, nadie te volverá a ver
igual”. Cuando robas, es lo mismo, así sea comida enlatada. Es el júbilo del
humano moderno hipercivilizado: menospreciar el delito y sacralizar su podrida
moral humanista.

Nos moldean, nos educan, nos imponen roles laborales y emocionales, vomitan y
cagan para caer en ruinas que llamamos progreso, bienestar, humanismo. Estoy a
pocas semanas de estar en requisitoriado en términos policiales. Me veo a mi
mismo de niño, mi instinto abismal y animal secundaba mi trauma al ver la
degeneración. Me espantaba la violencia, a diario las pandillas arrasaban la vida
civil con sus guerreos callejeros, saqueos a tiendas, sirenas policiales, las lunas
rotas de los vecinos, grupúsculos de pandilleros en las esquinas, gente
escondiéndose tras las mesas; con mi madre nos escondíamos en un restaurante
de la avenida de casa, el dueño al verme niño, nos abrió espacio en la cocina..
cenábamos un riquísimo arroz chaufa. Siempre guardaba pedazos de carne para
dárselo a los pobres perros flacuchos de hambre desahuciados, como yo y como
mis camaradas. Me moría de pena, los acariciaba y me seguían hasta casa, no
podía hacerles pasar.

Escribir es como morir, aunque ya has muerto muchas otras veces y no llegaste a
la escritura como una forma de violentarse y profundizarse las hendiduras en el
cuerpo, la cuchilla penetrada en la espalda, como en la pesadilla donde el barrio
de los Castillanos me atravesaban con sus sables y yo mismo me las arrancaba,
escribir es una pesadilla dentro de un cuadrilátero oscuro, es un arma peligrosa,
estarás solo como buscando algunas luces en el espacio solidificado, de glaciares
eternos, no puedes moverte, desolado y vacío como las océanos de la luna, los
cantos de la luna, aplastado por ese infeccioso viento de cenizas.. escribir es morir,
por eso me encanta escribir y no dejaré de hacerlo, lo haré aunque me cueste la
vida, aunque deba pagar como a los pecados debemos deudas. El delito, el pecado,
las cenizas, el hielo, la soledad, la muerte de la luna morada aullando una noche
sin estrellas, sin retorno. Me encanta morir.

Poemas

Las prosas más tristes de mi vida,

Dedico poesía a la muerte,


Desear la muerte engendró albas,

Contemplando morir el ocaso,

Desear la muerte me dio vida,

Un frenesí inagotable de pulsión

Emoción, amor, estética,

Se llama arte,

El morir como individuo

Y no morir como perro.

Se llama arte, música, poesía, pintura,

La agonía del espíritu en guerra contra

Todo lo existente.

El individuo ha nacido solo

y lo humano le despojó de todo

lo verde, lo salvaje, lo desconocido;

la razón asesinó las flores,

entre mi individuo y mis versos,

nace un eco

sin esperanza.

El individuo ha renacido solo,

algunos nacimos condenados,


de cara al precipicio, el crimen,

el hastío,

yo nací arruinado,

rebelde y solitario

o quizá no debí nacer

En donde mierda vivimos,

Paicheros,

No tengo ventanas dentro de mi habitación

no hay aire, no hay luz

el color se vuelve gris

mi techo de calaminas con agujeros

agujeros donde muere la cien

el cerebro entero

palpita y golpea.

Hoy no hay oxígeno en mi poema

espesa es la ciudad
mal llamados pueblos jóvenes

pueblos desiertos

jóvenes salvajes.

Hoy no hay aire, no hay luz

hay mucha arena

mucho odio,

traición y peligro.

Más peligro siento por las patrullas

aceras verdes trajes hombres de justicia

los defensores de la paz

defensores de la ignominia

de las jaulas, los fetos, la sangre muerta

en sus circos pasean los monos,

en sus pistolas los individuos mutilados

perros, cerdos,

cobardes amantes del dinero

y la masa

crédula,

cómplice,

ofenden a los animales,

todos, absolutamente todos son cómplices.


Desprecio mi existir humano

quisiera abrazar la muerte,

antes el caos

la guerra;

desprecio a todxs aquellxs que odian

a los animales,

a los locos,

los rebeldes,

los delincuentes,

a los ancianos.

Estos últimos son más cuerdos

que la basta normalidad pedante.

Pastillas, sedantes, hospitales

en la mañana;

expropiaciones al unísono

alumbrando mi cielo

en la noche.

Yo sigo con mi ejambre,


mi jauría, mi invierno;

nunca más comeré mierda

no pasaré hambre.

Desprecio mi existir humano,

quisiera abrazar la muerte

antes el caos

la guerra, los animales.

Mi naturaleza ciega indómita

pedrogoso indomable, caída del árbol

caída del bosque,

muerte de las aves,

soy una nave sin retorno

exactamente cuando cae una paloma inocente

en mi cara.

Desprecio mi existir humano

quisiera ser el caos.

Vivimos dentro de un circo eterno

leones, bestias y gladiadores

es la ciudad,

la perla del capital,


la perra del capellán,

la cruz del policía.

Míranos, señor mío

sé que no existes

míranos cuando descendemos

al fondo del mar

donde habitan monstruos

y sirenas hermosas.

Besos de muerte

gestos de rabia,

laguna emerge el lobo

ese lobo que aniquila

lo existente.

Vivimos dentro de un circo eterno

y nuestros lobos se comerán a los dueños,

cercenarán las carnes de los comerciantes

los patricios y plebeyos.

Moriremos dentro de un circo eterno,

pero con colmillos robustos de sangre

y de veneno.
El suicidio parece una opción

ostentan los valientes

los cuerpos inertes,

la pradera enferma

sucumbe

el mar en verde

palidece

los bosques fantasmas

a la desolación,

del fango tecno-industrial,

incansable el hedor

de esta prisión

y sus pueblos,

toneladas de hormigón

toneladas de sumisión

la gente se pudre

obedeciendo

la familia

no calma la sed;
se distribuyen tareas

cada individuo sueña

cree,

cómplice,

cree que ser alguien,

pero pasea solitario

solo dando vueltas

a la tuerca de la fábrica

de la máquina homicida,

del espeso yugo químico.

El suicidio parece una opción

la ostentan los valientes,

como mi amiga, mi amigo.

No hay enterna primavera, señor Kafka.

Hay la exquisites de la rebeldía

el rebelde terso,

terco, hereje, vivo, bebe y teje

las horas en el suplicio

las toscas hordas del Estado,

la brecha al patíbulo

la mecha y la bomba

la acera limpia de gusanos,


democracia es la madre

la masa hija

de la pestilencia.

El nihilista muere

mostrando los dientes al enemigo,

al patrón y al obrero

al mundo entero.

El suicidio parece una opción,

perdónenme familia,

decidí no suicidarme,

decidí el viaje al sol

como un cuervo

hambriento, flaco

hacia la nada, sin dirección,

entonces,

el homicidio es la opción.

Escribir es una forma de morir,

existen muchas:

la insurrección,
la nada creadora,

el asesinato justificado,

el crimen,

el tedio,

la vida.

Vivir es morir,

rebelarse al concepto,

al tiempo

al medio,

al enemigo de aqui dentro.

Pensar es la fobia de la masa

acèfala, discapacitada diagnosticada

de cancer al cerebro;

protegen leyes, cantan himnos nacionales

se cobijan en los presos

en papel denuncian sus desdichas.

El pueblo clama a su rey

invocan a su Dios, su sangre sus vìboras


Se apiadan del altruismo

de los vicios del capitalismo

somos las ratas asesinas de la humanidad

los animales salvajes en canto de guerra

enamorados de la guerra!

enamorados de la muerte!

en òptimo cuerpo latente!

en el crimen organizado!

nihilistas es el incendio!

el precio de la vida

el golpe contra el miedo

enfermo esfumese de mi terrotorio

de mi predio, en mi odio!

Temen a la muerte!

Pueblo teme a la muerte!

El pueblo teme a la muerte!

Los revolucionarios temen a la muerte!

Los estùpidos temen a la muerte!

Crimen como poesía!


poesía contra el genocidio!

Lobos de azufre,

cuchillos de neón,

iluminando la mierda de ciudad

que me asfixia y apuñala,

dame un poco de oxígeno

dame un poco de tu alba,

del color insurrecto,

del crimen sentimiento

contra el miedo,

contra la injusticia

esa inmundicia del día a día,

eso que llaman progreso

eso que llaman esperanza,

eso que llaman mañana.

Anida en nuestro corazón otro color

color insurrección
la marea negra inevitable del fin

nuestro fin es hoy

no mañana! no mañana!

no mañanaaa!

Reviviremos en los llantos y alabanzas

de nuestros amigxs profanadores del caos.

El tiempo en un infinito círculo

avanza hacia la hermosa nada

turbulenta de tragedias, alegrias, disidencias.

La historia no es un fin en sí mismo

ni la realización de la producción por la masa

es otra arma para desdibujar la existencia.

En el tiempo me llevo una aguja a la garganta,

Espero desangre,

Espero que ella,

Que me dijera que me ama,

Que encontraré los motivos en los suyos,

Que seremos el complemento, la unidad,

Las rosas creciendo en la ciudad,

Quizás una mentira más.

¡Muerte a la revolución!
gritan nuestros milenos de muertos

todos ellos agazapados por gigantes despiadados

¡Muerte a la revolución!

cargadores eternos del miedo.

¡Somos delincuentes, no somos pacifistas!

¡Somos delincuentes, no somos ciudadanos!

¡Somos delincuentes, sin dirección y sin retorno!

Ella es el cuerpo mas sexy de toda mi clase

Bañada en jugos de flores

es la diosa de los mortales

hija de Prometeo, dios serpiente, del dios gusano

ella me llama todos los días

a rescatarla del mundo humano.

Me enamore de la semidiosa

una ladrona de cetros y coronas

sacrilegio del peligro,

Ella me llevó al mar,

Ella me hizo perder la cabeza,

Ella me encerró en el manicomio.


¿Quién?
La desobediencia.
“Es hora de que sepan que no hay ley que respetemos,
que si hay que pelear, atacaremos su cuello
si hay que enfrentarse, mataremos a sus perros,
si tenemos que morir, morirán ellos primero.” (Mauricio Morales)
“.. En una hermosa mañana otoñal, procedentes de Chiavenna, subimos mi mujer
y yo por el puerto de Maloja, y pronto estuvo ante nosotros Sils-María, donde,
con el corazón palpitante, me lancé al encuentro del amigo y, profundamente
conmovido, lo abracé, tras catorce años de separación. ¡Pero qué cambios habían
acontecido en él durante este tiempo! La actitud orgullosa, el paso elástico, la
fluida palabra de otro tiempo no existían ya. Parecía arrastrarse con dificultad e
inclinándose un poco hacia un lado; con bastante frecuencia su palabrase volvía
torpe y se cortaba. Acaso no tenía tampoco su buen día. “Querido amigo -dijo
con melancolía, mientras señalaba hacia algunas nubes que pasaban-, para poder
concentrar mis pensamientos he de tener un cielo azul por encima de mí”. Luego
nos llevó a sus lugares predilectos. Recuerdo especialmente un paraje cubierto de
hierba, situado junto a un abismo, encima de un arroyo de montaña que pasaba
rugiendo en lo hondo. “Aquí -dijo-, es donde más me gusta estar tumbado y
donde tengo mis mejores pensamientos”. Nosotros nos habíamos albergado en
el modesto hotel Zur Alpenrose, en el que Nietzsche solía tomar su almuerzo,
consistente de ordinario en una sencilla chuleta o algo parecido. Allí nos
retiramos por una hora a descansar. Apenas había transcurrido ésta, nuestro
amigo volvió a estar junto a la puerta, se informó con delicada preocupación de
si aún estábamos cansados, pidió disculpas si es que había venido demasiado
pronto, y otras cosas por el estilo. Menciono esto porque tal preocupación y tal
atención exageradas no habían estado antes en correspondencia con el carácter
de Nietzsche, y me parecieron significativas de su estado en aquel momento. A la
mañana siguiente me llevó a su vivienda, o, como él decía, a su caverna. Era un
cuarto sencillo, en una casa de campesinos, a tres minutos de la carretera;
Nietzsche lo había alquilado durante la temporada por un franco diario. El
mobiliario era de lo más encillo que quepa imaginar. A un lado estaban sus
libros, casi todos ellos bien conocidos por mí desde antiguo, luego venía una
rústica mesa, sobre la que había una taza de café, cáscaras de huevo,
manuscritos, objetos de aseo, en abigarrada confusión, y a continuación aparecía
un sacabotas, con la bota puesta allí, hasta acabar en la cama, aún no arreglada.
Todo ello indicaba un servicio negligente y un huésped sufrido, que pasaba por
todo. Nos marchamos por la tarde y Nietzsche nos acompañó hasta la próxima
aldea, una hora valle abajo. Aquí habló una vez más de los sombríos presagios
que, por desgracia, iban a cumplirse tan pronto. Cuando nos despedimos tenía
lágrimas en los ojos, cosa que yo no había observado nunca antes en él. No
volvería a verlo en su sano juicio.”

Paul Dasen.

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