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Dos señoras de aspecto humilde que hacían fila para ser atendidas me
observaban, me escrutaban y sus miradas me clavaban en la piel. Imaginé sus
críticas insignificantes de progresar honradamente. Recordé que a nadie le
importaba, en esos ojos residía la mentira y una fantasía decorada con promesas,
unas fétidas ideas sobre su lugar en el mundo. Esperanza malsana. Recordé a mi
profesora Eli haciéndonos temer el incumplimiento de las normas de clase, de su
dios, y de la sociedad. Nos hacía pensar en nuestros más profundos miedos
como castigo. La muerte de algún familiar, veía a mi prima la china a lo lejos.
Mamá muerta. Pero lo que más temía era descender infinitamente en el universo
exterior, cayendo hacia la nada, agujeros negros, destrucción oscura y sin
dirección. Era mi mayor miedo.
Tenía tantos deseos de estar a solas, o conversar con Limber, con Sandro,
doparme con Kenny escuchando Lil peep, discutir de nihilismo con Alonso, en un
valle azotado por demonios, ver la muerte con Vera.. como estos meses, en mi
exilio. Durante meses pensaba en la futilidad, el hastío, la inutilidad de la vida.
Me había aislado y tenía pocos amigos. Por el consumo de alcohol no recuerdo
cuando fue la primera vez que desvalijábamos mercancías en los supermercados
en banda. Era más astuto que robar al paso con arma, celulares de chiquillos
pequeñoburgueses. No importaba. Nos salíamos con las nuestras y sin violencia,
solo con el arte de engañar. Hacíamos yan quen pó fuera de los super para
decidir quién haría el papel más riesgoso, normalmente yo me ofrecía, pero no
era lo justo. La ciudad acorralándonos con sus colores grises, parecíamos una
banda de los Black Panthers, o de Joy División y me sentía como Ian escribiendo
poesías deprimentes con unas irremediables ganas de suicidarme.
Un canto ensordecedor del cielo arrasaba toda normalidad. Limber vendía las
drogas y tenía el “caño” de la coca. “Esto así nomas no lo consigues”, decía.
Mezclábamos las drogas con los finos licores, y quizá los sedantes que imitaban a
otras drogas que describiera Burroughs. El delito une más a los amigos. Les
recomendaría a todo el mundo cometer delitos. Reí, agazapado, al recordar las
palabras de Sandro una noche: “robar para vender es razonable, ¿tragos?, y para
comprar drogas. Esto ya no es normal.”
Nuestras fiestas tampoco eran tan comunes. Violeta llegó ebria con el amigo de
infancia de Anatoli que queríamos dormirlo. La víctima es un Ingeniero de
Sistemas afortunado de la vida. Tenía baja autoestima y poca empatía con las
chicas. Iba con Verónica a comprar las xanax y la reconocí, a media cuadra estaba
el eunuco, era contraproducente que nos viera juntos. Le dije con señas que
debía darse la vuelta a la manzana. Verónica me miraba, indignada, dubitativa, y
yo: tranquila, amiga, esto es algo que no comprenderás. Y ella seguía a paso
firme, dudando aún. Al regreso de comprar las xanax, en una de las tantas
hamburgueserías de mala muerte estaba Pochi con su pareja, cenando. Pochi me
reconoció, lo saludé con la mirada. Verónica me preguntó quién era ese, “un
buen muchacho”. El plan era que Violeta lo seduzca, le introduzca clonazepam y
lo duerma, entonces, el botín era nuestra en una pintoresca escena de estrategia
para calcular la inocencia de Laura en un teatro perfectamente planificado. Solo
estábamos en el plan Anatoli, Violeta y yo; ésta llegó con una amiguita más para
repensar la maldad. Vestían relindo, últimamente Laura consumía drogas y
alcohol barato, una semana se encerraron con David y Antonio en casa de
Sandro. Noches de sinfonías austeras. Perfecto estado de esquizofrenia. Su rostro
palidecía por las preocupaciones que cargaba, tenía un hijo, poco dinero, y el
padre del niño era un hijo de puta de esos que no debieron nacer.
Mucha gente no debió nacer, sinceramente.
Mientras conversaba con Abigail sobre sus historias, sobre mis amigos, en que
puede confiar a pesar de los años de distancia.. Anatoli comportándose como un
soplón me hizo quedar mal esa noche. Me enteré días después. El curita era un
simple posero queriendo incursionar delitos para sentirse “diferente”. Me daba
gracia en el fondo y él lo intuía.
Las luces multicolores ejercían presión a beber. Todos bailaban, cantaban a viva
voz Hector Lavoe, y clásicos del rock. Violeta desapareció con la víctima, la familia
de Limber bailaban en una zona un poco apartada. Observé que Abigail tenía
buen trato con nuestrxs amigxs. Llegó Rodolfo casi al final ebrio, con sus amigos
de su banda de rock. Molestaba a la prima de Limber y lo cargué a la calle
advirtiéndole que se comporte, que no me haga quedar mal delante del barrio.
Algunos lo miraban de reojo, al día siguiente éste no decía acordarse mucho,
riéndose de su acto. Alonso a mi oído: “cálmalo a Rodolfo porque los muchachos
lo van a gomear”. Una espléndida noche. Los buenos muchachos hicieron un
círculo bebiendo sus elixires. Freddy me pedía que le presente a una de mis
amigas. Pedro me llamó a un lado, me pidió apoyo para un robo. Mi primer
allanamiento a mano armada. Un feliz cumpleaños.
Tras la ventana del bus divisé la Dirincri de Villa Maria, me entró nauseas.
Hombres orgullosos de defender los intereses de los mayores criminales,
anclados como sanguinarios del patíbulo. No entiendo por qué quiénes ostentan
el poder tienen la fuerza para dominar. Acaso los dominados se dejan dominar,
también. Pero por qué esa lógica funciona así, por qué permanece esa fábrica
mental. Por qué todo el puto mundo obedece sin ver más allá. Policías de verde,
de azul, de negro. Delincuentes esposados, rebeldes, solitarios. Por qué no
vivimos otra realidad.. Apoyé mi cabeza a la ventana, no tenía ganas de leer.. otro
viaje observando las pistas asirse de mugre y gente alzando sus brazos para
llegar a destino. -¡El mismo destino de mierda para todos!- Recordé cuando la
policía irrumpió en casa, enmarrocó a mi padre, mi padre me miraba con su
siempre mirada triste, mirada vacía extendida al cuerpo completo. Todo él era un
trilce viaje, un mar de veneno y fragilidad, una montaña de mentiras y amor,
había algo en sus ojos que me hacía llorar. El portón viejo de caoba quedó sin
picaporte, mi tía Elvira no sé de donde sacó dinero para reemplazarlo. Yo estaba
en cama llorando con Fely, mi prima chinita, me abrazaba llorando también. Me
juraba que mi papá volvería pronto. Me vistieron con un corduroi marrón y un
polo gris, mi polo favorito que me regaló Barush. -Mierda de mundo-. La gente
subía al bus, la zona de pesquero olía rancio y entrañas y sangre. Me sentí en la
ciudad que siempre me acompañaba, huele a maldad, como en el barrio de
Antonio, como en las calles de Alonso o los amigos de Pedro conversando en
silencio. Dudé por un momento si había valido tanto camino irreparable y
nauseas negras el sabor del abismo. A estas alturas de mi vida ya me daba igual
lo que opinen de mi. Parte de mi familia me dejó de lado, yo no creía ni en la
capacidad de crear y escribir en marmol con cincel o jeroglificos, una lectura
heroinómana, un recuerdo mordaz de Arguedas. Poco a poco fue parte de mí, y
no me esperaba la carcel, lo que significaba el suicidio.
Bajé del bus y crucé la avenida del mercado, el olor del basural inundaban mi
percepción; un “choro” conocidito del barrio estaba sentado en bancas de
plástico, delante de las vendedoras de verduras y sus plásticos azules, en la
avenida con sus amigotes, trabajando de boletero. Lo reconocí porque fue el
mismo que le robó a mi primo hace muchos años. Su mirada malvada me
hincaba, imaginé cincuenta miradas iguales en mi delante, cien recluidos
queriendo violarme. Como al “Clavel" de “El Sexto” o las historias de Josue. -Voy
a perder la vida- Cuanto deseaba llegar a una isla cercana, dormir en la arena,
recolectar frutas. Pedro me llamaba al teléfono.
—Oe, mano, mañana es la notita. Confirma a la gringa.
—Mas tarde te confirmo. Dame unas horas.
Abigail estaba en camino para visitarnos, es una chica simpática, parece tener un
buen corazón, vestimenta anti femenino, no busca ojos para su estética personal.
En una oportunidad le dije que ella era transgresora, por naturalidad. Guapa, para
los stándares culturales, blanca, con muchos piercing en la cara. Amante de
Marylin Manson, black metal depresive, y otros subgéneros extraños que poco
presté atención en mi etapa de punk rocker. Poco antes terminaba una relación
de casi tres años con un ignorante ocho años mayor que él.
—Militares de mierda. Ya no te fijes en tipos así. Necesitas un delincuente en tu
vida —y le miraba a los ojos.
—Oye, qué. Ja, ja, ja.
—Necesitas un poco de caos en tu vida.
—¡Eh! ¿solo un poco?
Cenamos en casa, vino vestida con su short bermuda, polo negro y zapatillas de
lona. El nuevo piercing que le acompañé a hacérselo en Ciudad de Dios le hacía
ver más sanguinaria, le decía “eres una forajida”.
—Ya conoces mi casa. Si quieres denunciarme algún día.
—Ja,ja,ja. No lo haré, Daniel.
Le explicaba los detalles del proyecto con Pedro. El pago sería chévere para ella,
considerando el casi ningún peligro que correría ella.
—Vas a pedir unos cuantos productos, la vieja te abrirá la ventana, entonces le
dirás que te duele el brazo, que por favor te lo diera desde la puerta.
—Ella abrirá la puerta y tú entrarás violentamente. —Se anticipó.
—Sí, tranquila. No te pasará nada. —Le miré a los ojos, notaba la duda de sus
pupilas. Luego miré mi plato, como confesando algo.. —No le haremos daño. No
es necesario. Mi amigo es un profesional, estuvo cana, pues. Debió aprender
muchas cosas.
—Si me haces algo, también tú te cagas.
—No pasará eso, yo soy leal. Prefiero morirme que delatar.
Los muchachos me vieron conversando con Pedro una noche, bebiendo una
cerveza. Cuando Pedro los reconoció empezaba a tratar de otro tema, sobre una
reunión con las amigas de Limber. Este me miró a los ojos, diciéndome que los
demás ya saben sin que tenga que contarlo. Tienen un olfato animal. -
Delincuentes- Sentí otra puñalada, quería concentrarme, no sé que haría falta.
Solo me dejaba llevar por el viento. La tierra, las aves, los árboles y los cielos son
mis únicas aliadas. La cara de Rodolfo abrazando a su hijita. Alonso con sus dos
niños. Los tíos de Sandro queriendo matarle, David escondido; todo esto me
pesaba, me pesaba hondamente. Mañana expropiare y necesito sentir un pie más
allá, donde no hay nada, donde todo termina y regresa al inicio eternamente.
—Mano, —me miró Victor— si vas a hacer algo, hazlo bien.
—Yo de chibolo era terrible, Daniel. Yo, putamadre, tenía algunos amigos. Les
decía, tú vigila aquí, tú en otro extremo y yo entraba a poner tiendas. —Nico me
miraba fijamente. Yo les escuchaba, sin decir palabra. Creo que necesitaba
escuchar algo así, sentí un baldazo de agua helada en todo mi existir. Necesitaba
escuchar mierda así. ¿Acaso ellos lo supondrían?
—Mi causa Nico antes estaba en la nota. Ahora está tranquilo. Tiene a su hijo, se
ha mudado, tiene su chamba y ya inauguró una tienda de abarrotes en su barrio.
—Los ojos de plato de Victor, cabello corto, un poco pesado pero se puede
percibir una increíble fuerza corporal. —Yo le digo que baje nomas a hacerla
aquí.
—¿Te acuerdas que te conté que puse con arma hace meses? —Escuchaba
silencioso.
—Ahí viene Giampier.
Estar aquí es como nadar, en las playas del mediterráneo por el dos mil doce,
solo depende de ti, si pierdes el ritmo, el equilibrio, la armonía, te puedes
ahogar. Giampier decía que debía agachar cabeza ante los padres. Su madre
estaba llorándole, lamentándose, y aconsejaba que uno si es pendejo, colocaba
sus dos dedos en la sien, uno debe ser pendejo en todos lados.
—¡Qué vas a decirle a tus padres que te gusta este estilo de vida, que no crees
en la ley! Debes decirles que necesitas dinero, que no eres un forajido, que lo
haces por tu familia.
Veo las horas morirse, y quizá mañana ya no esté aquí con los muchachos,
bebiendo cervezas como sumerios en las altas montañas del este. Giampier me
miraba directamente, como diciéndome que él hizo esta cagada, y nadie debe
imitarle. Giampier trabaja de taxista, no le alcanza porque tiene dos hijos, una
pareja muy linda. En las salidas con la gente, Giampier es quien convence a algún
policía o seguridad para rebajar el precio de los estacionamientos, para hacer
compras de tragos. Vestía con los jeanes que vendía en el mercado del barrio,
zapatillas de buso, piel trigueña clara, nariz aguileña. parece que esa piel habría
de aguantar muchas lágrimas y peleas.
—El borracho me alcanzó, la nave no avanzaba, conchesumare. Me falló la nave.
El borracho chapó un ladrillo y me cagó la ventana. Arranqué y abandoné al
causita. No tenía opción.
Victor escuchaba con una cara de pena igual que la mía. Victor sacó a la calle a
David. Nunca lo ví triste, cuando había un tema que se deslizaba por ese rancio,
él lo evitaba. Victor era rudo, era pura alegría como los demás. Nunca vi esa
expresión conspicua al sufrimiento familiar de Giampier. Me indispuse. Recordé
aquél día que la china lloraba, yo enmarrocado, jodido. Seguía viendo al tiempo..
El movía la cocaína en el barrio, David me confesó aquel día de Octubre que me
llamó a su casa, en estado de ebriedad, por la mañana, cuando me pide permiso
para salir con Elena. -Noble de su parte, como un acto aristocrático- Que de
Victor aprendió muchas cosas y que era un tipo muy inteligente.
—Quiero más chelas —Gian tocó el timbre del vecino de las cervezas— ¡Marco!
Atiéndeme por favor. Dos cervezas más.
—Al carajo toda esta mierda. Que sean cuatro. —Balbuceé.
—De la que me la libré, hermano. Yo me iba adentro. —Saltaron lágrimas
pequeñas e inofensivas— Ya no quiero hacer esta mierda. Me alejaré. Ramirez
también conversaba con el paichero Cuquín.
Cuquín era un adicto a las drogas más bajas del barrio. Era un prostituto gay,
siempre andaba andrajoso.
—Mano, se me puso enfrente. Tengo una visión, aquí, un minimarket. Una vuelta
rapídisima.
—Puedo conseguir alguien que haga la chamba, normal. —Respondí.
—Claro.
Otra puñalada, y sorbé más cerveza. Me sentí aliviado, un poco, si iba positivo,
me endulzaba con esa nueva sensación aún no saboreada, un paso más al
abismo. Me encantaba este mundo de la pendejada, la delincuencia organizada,
de ángeles caídos, hiperinteligentes, sus lanzas celestiales y su infierno. Como
caminar en las callecitas de Cora Cora, con mi abuela, junto a mi padre y mamá,
escuchar los huaynos, correr contra el sol naranja en el parque de la estación de
los buses interprovinciales; los comerciantes de los dulces riquísimos: alfajores,
milojas, rosquitas. Las doñas alrededor cargando sus paquetes o sus hijos en la
espalda. Me sentía morir y me encantaba esa sensación.
Yo entonces solo hurtaba en tiendas. Nos llevamos muy bien, sentí que había un
halo invisible, todo era tan loco, conversaban de prácticas ilegales con tanta
naturalidad. Guardaban misterios, secretos, quién sabe cuántos. En una de esas
noches de incienso y aromatizantes como panacea a mi depresión, llegué con
valijas, saludé, Victor presentándome a algunos, el Nico en extremo drogado,
balbuceando, apenas diciendo palabras, tartamudeaba por tanta coca; Pochi
callado, la primera impresión fue de alguien invisible, hablaba solo lo necesario.
Giampier con los ojos de asiático empedernido, Victor preguntándome detalles,
invandiendo mi territorio, no dejaba de mirarme. David hermético y tieso, como
un muñeco de porcelana. “Son buenos muchachos”, sonreía Victor mirándome
cuando dije ello, “¿Goodfellas?”, claro. Mi mercancía se agotaba y compraba
cervezas.
El bus “Sanchez” hizo una parada repentina, una de las llantas desestabilizó, mi
mamá bebía el maté de coca hirviente, podía observar las hojas mojadas, la china
jugaba con el pin ball que me regaló Barush, yo no dejaba de mirar tras la
ventana a los hermosos pavos que comían las naranjas caídas de los árboles
naranjarelos, una estable alambrada cubrían a los pavos de la carretera, a lo lejos
se veían las curvas de muchas montañas con un fondo celeste pulcro, iríamos
camino al sol y el congelador inmenso de los andes. Mamá me cargó y
descendíamos. Debajo de la carretera, los desordenados árboles de “…” y la
solitarias hojas moviéndose indiferente a todo lo existente, me imaginaba de niño
que se sentirían solos, creía que las plantas tendrían vida propia.
No tenía problema alguno para exponer en grupo, era sencillo. Sacaba buenas
calificaciones al final de cada exposición, los demás compañeros me veían con
admiración, dirían "ese irresponsable con apariencia de hippie cómo podría ser
capaz de aprenderse todo ello”. Así la pasé por casi dos años. Para mi siempre
fue fácil aprender y repetirlo. Lo que me era difícil era adaptarme a cada horario,
norma, lenguaje, aspecto, metodología relacionado al estudio. Prácticamente no
me agradaba nada, ni las aulas, los pasillos, los hombres de seguridad,
profesores, directores ni los alumnos. Debía tolerar la rutina de espera, de
escucha, de obediencia, modelos de aprendizaje y un gran agotamiento mental.
A diario asistiendo a mi centro de domesticación, miraba la Universidad donde
estudia Viviana en camino al aburrimiento, -espero se encuentre bien luego de la
denuncia- imaginándola ingresando, su cabello azul, su nariz respingada, su
sonrisa que expresa tanta vitalidad, ella siempre optimista, cuánto me gustaba
esa chica hace años.. pude ver la sombra de campo de marte. El proyecto del ex
alcalde de Castañeda de agregar un Bypass en veintiocho de julio, -aqui conocí a
Diana, Eddy y los demás, como estarán que estará haciendo no sé nada de ellos-
recordé cuando me uní a la toma organizada por los vecinos y promovida por
algunos partidos de izquierda. Algunos anarquistas se unieron y me uní a esa
algarabía. Los vecinos nos llevaban desayunos por las mañanas, montaron una
acampada de carpas y casitas de plastico en Plaza Belgica. Los policías
hostigaban, grababan, difamaban.
Aldo estaba en la puerta, vestido con su casaca de cuerina, su cabello con gel,
limpiecito y su cara de inseguridad.
—Habla, mano. ¿De verdad vas abandonar la universidad?
—Sí, no tolero muchas cosas.
—¿Y qué vas hacer?
—No sé, no tengo planes. No tengo ni puta idea que hacer pero no quiero
seguir aqui.—Recordé a Diego, recorriendo las batallas contra la policía, en
Abancay, en Lampa, en Colmena, en el cruce de PLaza San Martin y jirón de la
unión desplazándose como una fiera salvaje.
—No te vayas, Daniel, haremos todo lo que quieras. Quién va joder a los
profesores.
En los pocos días que restaban, Aldo seguía increpándome por mi decisión
mientras miré el cuadro del aula de estos ciclos, las mismas caras, los gestos
sumisos ante los profesores. Diego se alegró cuando le conté que empezaría a
estudiar, me decía que mueva gente, que expanda el discurso de la anarquía en
tierras desconocidas. En la universidad no había muchas mentes inconformes,
todos aspiraban a terminar sus estudios, ser parte de ese sector progresista-
profesional, y morir consumiendo porquerías, alcanzar una estabilidad y no ver
más allá de lo que nuestros flujos mentales nos limitan. -Habría que tener mucho
valor para hacer lo que hizo Diego todas las comisarías del centro y norte lo
conocían-.
El bus tardó dos horas y media en llegar a casa por el embotellamiento. Ya eran
las ocho de la noche, los pobrecillos perros se hacinaban a esas horas en la
avenida buscando restos, basura o algún alma que se apiade. Me incrementaba
la repulsa y la hostilidad. Diego era un chapucero, también trabajo cuidando
mascotas. No quería ver este cuadro occiso. Cené con Bobby y Cata que me
saludaron con ecos de ladridos; por algún impulso interior irracional busqué mis
cartas de años atrás que le escribía a Viviana, Celeste o sobre política. Algunos
fragmentos que guardaba en bloc de notas, con la idea de juntarlos algún día.
Salí a caminar y pasear a mis chicos. Al salir por mi portón viejo veo a Kenny,
fuera de su casa, botella en mano, con su amigo el Gordo. Me reconoció, dejó la
botella, a Gordo también, olía a ron, y al oído: “Gordo tiene varios cox de
marihuana. ¿podemos hacerla en tu casa?” Kenny tenía poco de una ruptura.
Estaba devastado, buscando algún lugar donde beber, fumar, pasarla vacán. Yo
quería conversar con él pero no tenía ganas de ver a nadie.
—Quisiera hablar contigo, Daniel.
—Hoy no, manito. Me siento cagado. —Me amarraba el cabello largo. No
reconocí que estaba desordenado. —Mañana. Necesito estudiar algunos cursos,
mañana tengo examen. Cuidate huevon. Cualquier cosa avisame.
Volví a aquel día, luego de las marchas contra las leyes laborales juveniles,
cenamos en un local de “Caldo de gallina” en Alfonso Ugarte, juntamos ripios
entre nosotros que nos contábamos como diez. Alonso ya iba a ser padre, reía a
cada momento bromeando a los otros, los estudiaba quizá. Limber era nuevo en
estas esferas. La batalla nos tenía cansados, bebimos un ron. Diego era el mayor
de todos, vestía de buzo, cuerpo atlético, ojos redondos, le cubría un aura de un
soldado hiperbóreo, ni de tierra ni de mar.. se le veía los tatuajes en los brazos,
nos recomendaba hacer ejercicio y practicar algun deporte de lucha. Nos contó
sobre su barrio y algunas locuras en su adolescencia delictiva, y que
innumerables veces terminó dentro de los barrotes de las comisarías por agudizar
la violencia en las protestas sociales. Se le notaba agraciado, éramos una nueva
camada de simpatizantes anarquistas. “De dónde sacaste toda esa batería,
Daniel”, “no tengan piedad con la policía”, “hace años los sindicatos expulsaban
de sus marchas a los punkis solidarios”, “no confíen en los comunistas”.
Veintitrés de marzo del presente año, fecha que nuestra manada lobezna nunca
olvidará. Odio, tristeza y demencia, nuestros indómitos corazones apuñalados
observaron su cuerpo acribillado tirado en la casa de cambio ubicada en Lince,
cuadra dieciseis, 1793; lloramos al ver su foto mostrado en los noticieros,
investigaron sus antecedentes, muchos años antes múltiples veces fue retenido
en los calabozos por asirse de gasolina y destruir las pistas en las
manifestaciones, luchando puntualmente contra la policía bastarda y los
ciudadanos pacifistas. Bastardo policía que andaba de civil, abaleó a mi hermano,
Diego Zavala, veintiseis años; en cada fuego y pistola veré tu rostro, hermano,
aún no puedo creer que ya no vuelva a verte en los conciertos con tu banda, en
las marchas, en los debates, fumando hierba, contándome alguna historia que
desprendía tu voz ténue. Maldita sea, pensaba, como pasó, tenías dos hijos, no
debías ser tú. Bastardo policía. -Bastardos hijos de puta- Lloraba y sangraba de la
rabia, los periodistas mostraban su rostro como un trofeo, y el asqueroso terna
orgulloso de haberlo asesinado. Tomé foto a su rostro del repudiable imaginando
que algún día pudiese encontrarlo y torturarlo.
Permanecí echado oculto del mundo exterior con mi Bobby, secándome las
lágrimas, hoy se cumplía casi dos meses de su asesinato. No pude ayudar a mi
padre, Diego asesinado, y el exilio que deseaba en lo profundo de mi ser. Me
incorporé amargo, debía ir a estudiar. Celeste volvía a llamarme.
—Abandonaré la universidad. No te molestes, sabes, no debe afectarte. Ya no lo
tolero.
—¿Y qué vas a hacer? ¿A qué te vas a dedicar? ¿Por qué nunca acabas lo que
empiezas? Me haces renegar.
—Reniega, es mi problema. Yo no te cuestiono tus decisiones, ¿o sí?.
—¿Por qué me estás tratando así?
—No te estoy tratando mal, nena, oye, mis sentimientos no van a cambiar.
Necesito unos meses para mi mismo.
—Más tarde te llamo —su voz decaía.
Olía a una mezcla de sal y plástico quemado. Tenía en manos un libro sobre
narcotráfico colombiano que encontré barato en Quilca, leía en el tren, el color
verde pálido inunda el hermético viaje. Cascos, cabellos cortos, lentes, sacos,
pantalones, libros, mujeres, hombres, niños, niñas, ancianos.. no existo, ante
todos, el individualismo capitalista se canta y se goza como si fuese arte, y no
existo, nadie es. Solo copian, no caminan solitariamente, siguen las señales de
tránsito, algunos con excusas, pueden reconocerlo, pero lentamente lo evaden. El
individualismo nihilista sería un placer ante esta monotonía, pensaba, deseaba
gozar de la rebeldía del cuerpo y la mente.
Tras la ventana del tren, gotitas de lluvia y polvo cubierto, recordé a Sandro tras
el reflejo de mi rostro, en la puerta negra de fierro añejo de una hamburguesería
de mala muerte, quizá esperaba el bus para su trabajo o estaría en proceso de
un "trance". -Daniel, eres mi causa- Otro puto día, pensé. Ya no pensaba en las
clases y deberes de mi carrera. Lo detestaba, pensar en dedicarme a algo que no
creía. -¿Sandro estaría preparado para empuñar un arma?- Tenía que
abandonarlo. Qué hacer luego de eso, también me angustiaba. Leí a Renzo
Novatore ignorando a la pobredumbre.
Chicas lindas, pensé, pero yo no estaba con ánimos para tal teatro. Siempre que
conocíamos chicas estudiantes los viernes por las tardes en el parque del Centro
Cívico, una sana rutina cada fin de semana de muchos estudiantes de al rededor,
debía desarrollar una doble manera de percibir las cosas, fingir superficialidad si
hablase con gente así.
—Ya, tío. Yo saco el trago y la hacemos. Tengo unas ganas de beber como
basura.
Celeste tenía intenciones de abandonarme. Posiblemente esté conociendo chicos
en el bar disco; imaginé tal escena, Celeste follándose a un egresado de
veinticinco años, destacado, guapo e inteligente que haya conocido mediante sus
amigas de su universidad, alguien superficial y reciclado. La vi enfrente mío, venir
caminando, inocente, con sus ojos inquisidores.
Aldo vestía de gala para su trabajo, meneó la cabeza indicándome algo. Pude ver
la perfecta imagen de estos centros de domesticación. Señaló al profesor y me
dijo que lo cuestionara, riéndose.
Era momento de mi exposición, el profesor nombraba mi apellido de forma
petulante y parecía me retara, y mientras hacía exposición de mi investigación
sobre resocialización y cárceles, miraba sin mirar a los demás futuros abogados,
ausentes y carentes de toda crítica personal, dominados por los lentes de botella
del profesor. Vestían formalmente, excepto yo. Sus ojos no dejaban de seguirme
al notar mi naturalidad, sin ningún atisbo de preocupación. El profesor me jodería
por no asistir con terno y corbata. Mire a mis amigos y por un momento creí que
no abandonaría la carrera. Volví a mi asiento y recordaba, bocabajo,
ocultándome, recordaba a mi padre cocinando, tan cansado siempre, llevándome
donde mi abuelita, peleándose con los vecinos, aquella vez que regresó con el
rostro hinchado. Pobre viejo, preso por trece años; me sentía culpable, acaso él
estaría preso por mi culpa. Nunca me lo encaró, no lo debía hacer, yo me negaba
el derecho de la duda, me sentía responsable, su pobreza material se agudizó
con mi nacimiento, y con mi madre muerta a los pocos años, una carga más
pesada. Todos estos de mi alrededor son unos imbéciles. Existir era un problema
para mi. Quisiera que mi padre esté libre..
Nos volveríamos a ver, buscaría otra forma de subsistir, éste no era mi lugar, y no
comprendían lo que decía, probablemente pensarían que yo ya estaba
caminando por la locura. Me largué, hacía frío, el viento de invierno golpeaba
contra mi cara, me obligó a detenerme bajo los árboles del parque del Mali, iba
dejando atrás años de sueños e ideas, pedía a gritos interiores poder disfrutar de
algo, algo tan simple como una carrera, una familia normal, una novia, palabras
triviales, obsequios cada fin de semana, una mesa grande y vasta de comida y
conversaciones superficiales. Fumaba apoyando en un árbol, deseando sentir su
fantasma milenario. Lo imaginaba tétricamente y no podía. Intenté concebir la
idea de suicidarme, pero no tenía suficiente satisfacción, adentro mío aún algo
quería nacer. Tuve la misma sensación de desolación y desamparo que cuando a
los seis años contemplaba las blancas sábanas de nieve sobre la montaña que se
vislumbraba desde la casona de mi abuela. El sol candente que compensaba el
frío, los paisanos yendo con sus animalitos a las chacras, sus túnicas, sus ponchos
coloridos, las polleras y los niños; el tío Guillermo visitándonos aquel jueves. Vi
una madre y su hijo pequeño caminando cerca de mí en la parada del bus, hace
años esa imagen me haría llorar. Pobre viejo, estaría desilusionado. Esperaban un
abogado en la familia. Detesto esta puta sociedad, subiendo al carro, cayendo
una lágrima. A nadie le importaba, la gente alborotada seguía, los veía tras la
ventana, estudiantes, trabajadores municipales, ambulantes, buses.
"¡Al carajo toda esta mierda!", pensaba aturdido, caminaba de esquina a esquina
de mi cuarto bebiendo cervezas. "Carajo, ahora que haré”, me hablaba y mi voz
se perdía entre el bullicio de la música, melodías Pink Floyd que escuchaba en
España, me traían el olor que desprendía los invernaderos cerca mi
departamento, los colores de los migrantes en cada esquina, los viajes con mi
familia, el óvalo con el esfinge de una mujer autóctona española, la dulce
comodidad plástica.
Mi mente desvariaba, como debía serlo.. De niño fui un sujeto extraño, no del
mismo modo que ahora; al principio solía ser tímido cuando conocía un
ambiente nuevo, luego de entablar contacto ya era parte de la manada,
debilucho, enamoradizo, hiperactivo. No había mucha diferencia entre mis
colegas, además que yo tenía gustos particulares, me gustaba leer. Mi tía Felícita
me obsequió un juego completo de historia, geografía y mundo animal para
niños de Snoopy, los personajes de las historietas me orientaban en
conocimientos básicos sobre el mundo. Desde muy niño miraba programas sobre
la vida salvaje animal, la destrucción de la naturaleza me preocupaba. En el
colegio mi actitud pícara era castigada. Prefería leer mis temas personales, luego
solía estar en el aula de disciplina escuchando reproches y a veces sin ningún
gramo de arrepentimiento.
Capitulo III
En una primera etapa hurté licores de calidad; es como la droga, un dealer tiene
fuertes cantidades de droga que sobrepasa el consumo diario. En mi caso, tengo
licores de calidad y ropa de marca. Desarrollé dos formas de expropiación de
licor y ropa. Puedo sacarme cualquier licor que quiera, cuando quiera y el precio
que desee. También algunas joyas, accesorios personales, libros originales.
También practiqué otras modalidades de robo; son negocios, visiones, estudios.
No hay que ser un forajido o un tipo con una vida demencialmente violenta para
hacer negocios. Solo usar la cabeza. En el camino se aprende, es como la escuela,
avanzas grados, estudios, libros más densos, más complejos.
Limber me escribió antes del mediodía diciéndome que sus amigos que llevan la
blanca -que rica cocaína- en el barrio están tomando unos tragos. Me pidió que
llevara el Danzka. Significaba que habría mucha cocaína, cogí unos libros. Valeria
me llamó previamente, me indicó que se venía su cumpleaños pronto. Valeria
tiene un problema mental, desde muy pequeña, la conocí porque mi mamá y su
mamá eran muy buenas amigas desde jóvenes. Le dije a propósito que me gusta
alguien, “se llama Nadia, quítale la i y queda nada”. El amor a la nada. El vacío. El
absurdo. El tedio. La dulce desobediencia.
—Caminar con ella me recuerda los sentimientos de Celeste de hace un año. Me
acongoja, me disminuye.
Estoy tan loquísimo que le escribí una carta a Nadia pensando en ella mientras
marcábamos algunos negocios con Pedro en Villa el Salvador. -Nadia, Nadia,
Nadia- Ella nunca entenderá, un poco sí, cuando me encierro a escribir
escuchando obsesivamente “Lullaby for Ian” de Hypomanie, o alguna música
clásica, las melodías depresivas de Bach, Chopine o Beethoven. Mirando la escena
cuando los amigos de Ian Curtis están sentados cavilando el suicidio de Ian.
Anoche sacamos un vodka danzka, antes que se vaya Kenny donde Vera. El
sábado, tres días antes, habíamos disfrutado del evento de Kenny. Kenny es un
artista, dj y organizador de eventos góticos. Sus canciones nos hacían levitar un
poco más arriba del suelo, reflexionar los rincones más ignorados y consagrarse
en la última batalla, el último día que nos queda, así lo tomaba yo. Quizá era
culpa de Kenny o culpa de Sandro. Me daba igual, porque en el fondo yo sabía
que esa violencia tenía historia.
Es mi amigo, pero aún guarda costumbres del presente. Presente pestilente que
arañábamos con violencia. Le reproché a Abigail su jodida actitud, Limber se
trompeaba con Sandro y Abigail quería irse a otro grupo a beber.
—Tú te vas y aquí muere todo.
La rencilla entre Limber y Sandro tiene historia. Limber estaba en falta el año
pasado y lo sabía. No interferí. Cuando Abigail endulzaba a Sandro invitándole a
hacer una orgía con Limber y su novia Angela, se encerró en el baño del bar con
éste. Limber contabilizó anoche los minutos, dedució estuvieron cuatro minutos
dentro. Yo no observé ni la entrada, la salida ni los coqueteos que eran
evidentes; cuidaba de Kenny que no estaba consciente y quería quedarse a cuidar
sus equipos de luces, según él. Le cerré un orificio de la nariz y la boca, Limber le
colocaba el papelito con la coca y Kenny aspiró en inconsciencia. Vera reía, se le
veía cansada, no tenía ganas de prolongar la ebriedad de Kenny hasta el medio
día. Debíamos irnos de inmediato antes que Kenny se quedase dormido. Yo no
tenía otra preocupación, hasta que vi salir del baño a la pareja de
ezquisofrénicos. Vi el rostro de Limber y no pensé más, actué. Limber destrozaría
a Sandro y éste quemado no iba a rendirse.
El nihilismo no surge sobre los territorios dominados por el Estado peruano, aún
no, por poco. El nihilismo aquí ya encendió la mecha: gasolina, polvora, balas. Un
poco más cerca de allá, de la nada. Un poco más cerca de aquí, de mi individuo
rebelandose. Cuando muera, se rebelarán muchos. Es algo inevitable. La histeria
me supera, me convertía en cocodrilo, en orangután, en lobo.. y ella me dijo,
paseando en San Borja, cómo puedes vivir así, luego me besaba con una pasión
cerca a la locura.. yo respondí, hace mucho busco poesía y una magnum
automática, limpia, que no tenga ningún “frío”(muerto).
Quedé como un idiota cuando Abigail crea el problema entre Limber y Sandro.
Limber me encaró anoche, no supe que decirle inmediatamente, solo pedí
disculpas y traté de darle indirectas de algunos negocios. Abigail quería
expropiar, y no parecía solo el dinero tal motivación, ella quería divertirse. Con
Pedro tanteábamos el horario dispuesto para allanar. Me sentía feliz, vaga y
extrañamente. Me invadía unas sombras provenientes de algún infierno, cabezas
en estacas cubriendo las cúspides de montañas heladas, y somos el viento
emisarios del negro eterno. Una felicidad no poseída por la falsa idea de
progreso y satisfacción que la sociedad trata de calar en tu cerebro como parte
de tu carne. Me sentía feliz por robar, me sentía loco, demasiado insumiso. El
crimen era aquello que la cultura y sus ídolos no podían despojarle a la
apropiación lícita de todo lo que nos rodeaba. Toda su falsedad se escapaba de
sus dedos cuando cometes un delito. Le debía todo a Limber, por presentarme a
David y su barrio. Anoche jalábamos cocaína y hartas cervezas, llegó Valeria y
Abigail, bebimos hasta yo perder la memoria. Al menos Abigail y Limber
pudieron solucionar algo del embrollo sucio. Los veía juntos conversando,
trasladar el éter de sus almas, del maníaco a la brujilla, ¡qué romántico, un amor
hijo del delito! Me imaginé a Nadia cuando tomábamos un jaggermeister. “Chica,
estoy escribiendo un libro. ¿No soy genial, acaso?”, y ella que no, que mi estilo
de vida era excesivo..
—Hace casi un año terminé una relación de tres años de duración. Apenas me
afectó un par de días.
—Qué, oye te envidio —me miró y cogía un sorbo de cerveza — este último año
ha sido muy triste para mi. Mi ex novio se metió con mi hermana.
—Carajo —interrumpí. Bebí otro sorbo.
—Y mi hermana en lugar de apoyarme me dijo que puedo estar con cualquiera
menos con él.
—Oye, no estés triste. Por favor. Eres una buena chica con buenos sentimientos.
—Lisset lloraba timidamente. Le tapé con mi cuerpo y exhalaba cigarrillos.
—¿Por qué, acaso valgo poco?
—La gente no comprende los sentimientos muy profundos. Los hombres suelen
ser machistas. ¿Te cuento mi historia con Celeste?
Al día siguiente, bebimos en casa con mis hermanos. Kenny, Vera, Limber y
Angela. Alonso no podía disfrutar del alcoholismo, debía trabajar para sus dos
crías. Me daba pena no poder ver a mi hermano. Sentía un compromiso
incorruptible con mis hermanos de locuras. Me prometí a mi mismo hacer un
buen robo y pasar a otro estado de catarsis.
América se ha sentado en mis pies, quiere calor, le cargo a mis piernas sobre la
casaca de Alonso que se olvidó, tiene caracha y no me importa, le acaricio, es de
color marron, con anteojos cremas. Algún hijo de puta la abandonaría, uno de
esos tantos hijos de puta que merecen ser asesinados. -Puta sociedad de mierda-
Me siento listo para asesinarlos.
Mi madre quería ser parte de esta máquina, quería reconocimiento, quería verse
en algún sitio en el cual ella pueda encajar a la perfección. Aún recuerdo cuando
iba a sus negocios de ventas a pedido, piramidales, claro. Papá llegaba a casa
luego de trabajar limpiando casas de algunos burgueses de mierda. Era la mejor
época, mi madre tenía el cabello hasta el cuello, bien aseado, se lo pintaba de un
rojizo oscuro cada mes. Tenía una mirada indicando una gran pena en su interior.
Me contaba sus historias, yo era el más engreído. Me da angustia pensar en mi
madre, aquella vez que me contó que todas sus amigas eran profesionales, que
ya ganaban un sueldo seguro. Si supiera mamá que escribiría un libro. Quizá, a
menos que la policía me coja y me lleven a prisión. En prisión tendría que matar
a alguien apenas entrando, me encerrarían en el “hueco”, un lugar temible, me lo
imaginaba una celda diminuta llena de mierda y orines, cuando me contaba
Pedro esa triste historia en sus años de prisión. Quisiera que mamá esté aquí.
Estaba devastado, sin universidad, sin trabajo, sin ningún oficio.. pensé que
necesitaba volver a mi origen, nuestro espíritu reside en el silencio, un silencio
peligroso. Visité a Alonso, como tantas veces luego de experiencias fatídicas. Esa
semana de completa soledad y austeridad.. el reloj lacerante me empujaba a
caminar.. robé toda la semana en centros comerciales y volvía casa, bebía sin
control. Me cansé de la ataraxia mental. Decidí ir donde Alonso, decidí no
suicidarme otra vez.
“La humanidad ha creado basura infectada por miles de años, Diego. Por qué
chucha me invitas a esa jornada de lucha con estudiantes. ¿Para qué? Para que
después se vuelvan profesionales y ejerzan poder sobre los demás.” Diego, no le
culpo, era muy buena persona, la compasión superaba su encanto delictivo: “lo
que has dicho es lo más burgués que he oído, ellos también sufren como tú,
como yo. El individualismo no luchará por nadie”. Yo no quería luchar por nadie,
Diego. Nunca más. Bastarda civilización.
Cerca a las diez de la noche llegué a casa de Alonso con la mitad de un
jaggermeister. Alonso vivía cerca a la canchita de futbol donde al caminar hacia
su casa veía algunos “paicheros” fumando pasta básica de cocaína. Toqué la
puerta de vidrio enrejado, la voz de su mamá: “Hola, Danielito. ¿Cómo estás?
¿Cómo están en la casa?”. Le dije que muy bien, señora, muchas gracias. Besito
en la mejilla. Los ojitos chinos reverberando alegría, su cabello ondeado de arriba
abajo, una señora muy decente y siempre parecía estar agradecida con la vida,
aunque ella estaba agradecida con su Dios cristiano que Alonso despotricaba
como hijo del diablo. Exactamente como yo. Hubo un tiempo que Alonso creía
ser un elegido para despotricar gratuitamente, se hizo cargo de tal función en su
sien. Lo veías a Alonso con sus libros yendo a la academia a estudiar para
postular a la San Marcos, estudiar Historia, con una botella de pisco de su padre
y cigarros Pall Mall. Luego podías ver a Alonso alcoholizándose en los parques de
Villa el Salvador con alguna muchacha que escuchaba sus poemas y sus historias
disidentes. Y yo al lado.
—Hola, tío. He traído una cosa muy riquísima —abría mi morral— un riquísimo
jaggermeister.
—Ha venido Dani, Nayeli.
—Hola, Nayeli. ¿Están viviendo aquí?
—Sí. Hola, Daniel. Alonso me ha contado muchas cosas de ti. —Nayeli se acercó
a saludarme amistosamente. Vestía una minifalda jean y sandalias.
—Ajala, ya se aman. —Alonso sonreía, y se arrugaba tiernamente su cachete.
—Claro que lo amo, es mi enamorado.
—¿En serio? Y qué es el amor. Estoy en un eclipse con Celeste. Me siento
cagado.
—Va venir mi amiga Berenice. ¿Tienes enamorada?
Kenny en casa al ver las rencillas entre Nayeli y Alonso, ésta embarazada, me
miraba, sin expresión alguna, me miraba desorientado, algo no había de lógico
en su mirada. Nayeli le lanzó su zapato a Alonso, el sonido invandió toda la casa,
Limber había llevado a una ex novia de Alonso a casa, Kenny se molestaba:
“cómo chucha va traer a su ex novia si Nayeli está embarazada”. Alonso estaba
inconsciente en extremo ebrio, andaba sin sentido por la casa, hablando
incoherencias, la reconoció y empezó a contarle gatos encerrados. “¡Carajo!
Limber, me estás loqueando. Llévatela”, le grité histérico. Nayeli le reclamó
sollozando a Alonso, que se iría de la casa. No tenía donde ir tampoco.
Unos días antes Alonso me llama confesándome que conoció una chiquilla de
quince años, que le decía que le gustaba él, que quería ir a su casa y cuantas
cosas más. Que se sentía un poco confundido porque era menor de edad, que se
imaginaba lo que le dirían las compañeras feministas.
—¡Al carajo, tío! Si ella quiere estar contigo, bien. ¿Crees ser el primero?
Nayeli parece una chica de veinte años y sus rasgos ser de caribeñas, su madre
dice tener sangre colombiana de su abuelita la Cheme no sé qué. La cuestión es
que cuando quedó embarazada Nayeli, su mamá le propuso a Alonso viajar a
Colombia y él decía que mejor se quedaba en Perú. Muy sardónico. Pero esta
chica guardaba secretos muy oscuros. ¿Por qué las colombianas son famosas en
otros países? Ella no era así, ella era muy inteligente a su cortísima edad. Le
guardé aprecio desde el primer día que la vi, no solo por el lazo que tengo con
Alonso, sino porque me recordaba a mi sobrina a quien no veía muchos años.
—¿Y tienes enamorada, Daniel?
—Sí, aunque está yendo todo mal, creo.
—Pregunto porque mi amiga Berenice va venir a visitarnos en media hora. Te va
caer muy bien.
—Sí, se van a entender —interrumpió Alonso.
—¿Es tu mejor amiga? —pregunté.
—Sí, como lo adivinaste.
—Soy inteligente, ¿no? Alonso no te ha dicho eso de mi?
—Dice que estás robando tragos. Y que también eres anarquista y que te gusta
leer y que se alcoholizaban durante años con él.
—Sí y hay otros amigos más. Limber, Renato. Ya los conocerás. Oye, Alonso, tus
padres qué te dicen.
—Nada. Esta es mi casa.
Quemado de mierda, pensé. Alonso siempre fue un loco, por eso nos lleváramos
tan bien desde que nos conocimos. A veces manipulador. Pero un buen chico.
Conocí a Alonso bebiendo el trago más barato junto a Sandro, pistas sin
cemento, arena expandida en el aire, una pobreza inmensa, un concierto de rock
en el culo del mundo. Estábamos relocos alcoholizándonos a diario, eso nos unía.
Pero el amor, nos aguantaba los días lluviosos, nos calentaba la poca esperanza,
veíamos en proporciones menores el sufrimiento cotidiano. Pensé en Celeste. Ella
también era mi mejor amiga, la llamé.
—¿Qué? ¿Lo has dejado? Pensé que era otro de tus ataques de nervios.
—No podía evitarlo, recordé a mi padre, no tenía más fuerzas.
—Quiero verte hoy día, donde estás, ven a mi trabajo, pasamos la noche juntos.
Nayeli seguía hincándome con sus ojos, volviendo a preguntar si somos los
mejores amigos, le explicaba otra vez que sí, que a veces nos peleamos horrible.
Alonso colocaba videos y canciones. Su casa es muy particular, una cama de uso
como sillón, a pocos pasos de la cocina, la misma mesa, los cuadros de la virgen
maría, de algunos niños americanos, los posters de Cuchillazo, Rolando trabaja
limpiando casas de adinerados, mudanza y otras funciones de supervisor general.
Uno de sus jefes era el guitarrista de la banda musical Cuchillazo, en los días de
alcoholismo volvía con alguna guitarra, con alguna botella de licor de esos
pitucos, siempre novedades. Veía a Rolando caminando desde la cevichería de
Memo, a tres cuadras, solíamos almorzar allí, rodeados de caras de asesinos,
ladrones, o mafiosos del barrio. Rolando les bromeaba a algunos, parecía un
bufón, pero los maleantes lo trataban con respeto, “yo soy de surquillo, Daniel,
conozco a gente más pendeja que todos aquí”. Desde la sombra de los días. Al
lado había otro “hueco”, una cevichería con un salón de baile, música estridente.,
paredes de color cemento sin pintar. El único “hueco” donde vendían ceviche
norteño. Atendían las dos amigas de Alonso de su colegio miserable y su padre,
en una oportunidad Rolando compró una caja, y yo media caja. Ya estábamos
tomando excesivamente, me daba la sensación que moriría si probaba otro vaso
y seguíamos.. Alonso en menos de dos días llevó a Nayeli a todos nuestros
huecos favoritos, incluso la muni de villa el salvador y casa de Limber.
—Eres muy pendejo, Alonso. Qué esperabas, que Erika no cruzara los límites, si le
fuiste infiel muchas veces.
—Sí, es mi culpa, Dani. Es mi culpa. —Alonso bebía otro tragazo en botella
misma.
—Se le va pasar, pensamos con Limber que mejor que haga huevadas ahora a
que los haga más adelante. Ella siempre te amó.
—Parecía que me amara, creo que la gente no sabe hacerlo. Ese imbécil tiene
denuncia de extorsión a chiquillos babosos.
—Eso me llega al pincho, que lo deje pasar a su casa.
—Sí, mi hija no tiene porque estar rodeada de ese mierda.
—Tu papá que opina de esto.
—Denuncia nomas, proseguir el método legal. —Sus ojos estaban
completamente abatido.
—Nunca te he visto así, Alonso. —Alonso siempre era el de la fuerza
inagotable— te amenazó ese imbécil, ja,ja,ja; yo le escribí huevadas sobre Erika, le
podrí la mente.
—Creo que me da igual lo que hagan, quiero que mi hija esté bien. —Limber
traía otra botella de ron.
—No puedo tomar mucho, mano, mi gastritis.
—¡No puedes tomar conmigo conchatumare!
—No puedo. Mañana debo ir a la universidad.
—Limber, hermano, te adoro. —Alonso ama el alcohol.
—Ultimamente pienso en robar, no sé, creo las lecturas que voy llevando,
quisiera experimentar esa locura, darle batalla al capitalismo. Centrate, Alonso.
—Bajamos a la marcha y hablamos con Diego de eso.
—Claro, hermano, anímate. Estará Eddy, Ernesto, Fabrizio.
—Esos aburguesados también se dedican al estudio como tú.
—Créeme que detesto las leyes, pero podré robar con saco y corbata. Jaja.
Las balas de lacrimógena inundaban todo nuestro jirón, en frente mismo del
congreso, donde nos aglomeramos. Diego se encapuchó con su polo negro, sus
ojos de tigre blanco, bailaba, hablaba con los demás. Sucesivas tiendas de ropa
elegante nos separaban de los otros muchachos, incansable logro de finalizar el
nuevo decreto legislativo, donde le reducirían derechos a estudiantes técnicos.
Eddy y Ernesto corrían de lado a lado, como antílopes, la policía dudaba en
atacarnos, en la duda, Diego avanzaba y lanzaba lo que podía encontrar en sus
manos. Atacaba y retrocedía, siempre era el que estaba al borde del apaleo y
denuncia. Me escabullí en las tiendas de ropa, pretendía robarme alguno
aprovechando el pánico. Pude contar veinte de nosotros contra quince policías y
venían más. La ventaja de ser poca cantidad del bloque de ataque residía en
poder mimetizarnos con la población pasiva. Además, teníamos a Diego, un arma
poderosa. Se le encargaba algo y lo cumplía. Pensé en mimetizarme y vestí como
cualquier persona, creaba el caos y miedo entre los pacíficos, pensé en observar
mejor la pelea que pelear, guardaba gasolina en mi mochila para quemar algo
simbólico. Los policías lanzaron más lacrimógenas, Diego, Victoria y Diana corrían,
vestidos de negro, hermosos y forasteros, extranjeros emisarios del terror. En la
tienda había mucha gente, me fue imposible robar algo, pero estuve cerca a la
policía sin que me pudieran ver como un objetivo, no me hacían nada, los tenía a
cuatro o tres pasos mío. Habían cámaras de videovigilancia, me entró el deseo de
guardar una pistola, que fácil me resultó acercarme al enemigo. Luego de
golpizas temí de marchas, me aislé y empapé de muchos textos de anarquismo
individualista, insurrecto o anarco-nihilistas, como las Células de fuego, en Grecia
no tenían compasión, cuando un policía asesina a Alexandros Griporopoulos,
anarquista de quince años de edad, los anarquistas, nihilistas, de ese país
quemaron centros comerciales, calles y paralizaron toda la estructura civil como
solidaridad. Diego era un tigre griego, albino enmarrocado, animal abaleado. -
Algún día vengaré tu muerte, Diego, los guardianes de los bancos y casas de
cambios, ahora son un nuevo blanco- Eddy era mejor amigo de Diego, siempre
juntos en las movidas, inseparables amigos. Eddy era como su abastecedor de
vidrio de Diego, en una ocasión me gané esa danza negra. Seguía viendo a los
regordetes policías delante de mí respiré vinagre por pútrido olor de
lacrimógeno. Perdí de vista a Raquel.
—¿Y los padres de esa chiquilla? Saben que está aquí o que —caminábamos a
varios pasos delante de Berenice y Nayeli. Volteé a mirarlas. —Me dan algo de
temor, ja,ja,ja.
—Oe, Berenice está forrada, mantiene a sus parejas, creo que se prostituye con
los chinos.
—¡Carajo! El mundo era más podrido de lo que creí.
—No has conocido nada aún, Dani.
Toda esta mierda pensaba de camino a mi casa, Berenice pagó el taxi, Nayeli
compró el trago, Alonso se divertía de todo esto, mi cara deprimida nos
colocaban en polos opuestos. Alonso que bromeaba a las chicas, recordando
cuando amanecieron en una piscina y no concuerdan horarios y no sabían de
donde sacaron el dinero. Increpé el excesivo gasto en taxi.
—Cuidado con los perritos, Berenice —le tomaba de la mano para ayudarle a
camina.
—Daniel, siempre te digo que tienes muchos perros.
—Amo los animales, Berenice. ¿Tú?
—A los gatitos. Los perros son muy sucios.
“Amor, cuando tengamos una familia te sentirás mejor”, Celeste se echaba en mis
brazos. “Deja de estar triste, vas a estar bien, vamos a estar bien”. Las vagas
imágenes golpeaban mi esqueleto. También abusaron psicológicamente de
Celeste. Era muy inocente e inofensiva, delgadísima, fina. Michael Corleone
llevaba a Katty donde su padre y sus hermanos. “Así te presentaré a mi familia,
nena”, y ella decía que no me preocupara por eso, que ella me quería solo a mì.
“¿Pero tu primo, no te llama, tu tío tampoco?”, “no, desde el día de la madre del
dosmilcatorce, llegaron a casa para saludar a mi abuela en su carro de él, me
evadieron”. “No importa, amor, miremos para adelante, tendremos un hijito en
cinco años, y nos mudaremos y viajaremos por todos lados que queramos, así
podrás escribir muchos libros”. Pasaron más escenas del Padrino, mi película
favorita. “Me siento algo alejado de mi familia, no por los problemas que se
resolverán, yo era como Michael, yo nunca pensé como ellos, yo pienso diferente,
yo moriría en lucha contra el capitalismo”. Y ella que sí, amor, que te entiendo,
que eres muy noble, inteligente, y los demás no te entenderán fácilmente.
Alonso se quedó dormido con Nayeli, se enroscaron con una manta. Berenice
abría unas páginas web para ver películas asiáticas.
—¿Te gusta el terror?
—Prefiero la acción y épicas, pero dale, me gustará verlo contigo. Quiero ver que
te dé miedo.
—¿Y a qué te dedicas tú?
—A hurtar y de vez en cuando un cachuelo que me llaman.
—Ja,ja,ja. Qué te pasa, es en serio.
—Sí. Estuve estudiando Derecho, me aburrió la rutina y lo dejé.
—Quizá debas darte un tiempo.
Llevé los vasos y la jarra de ron a la cocina, le di una mirada hostil a las paredes,
el alcohol ya estaba haciendo su función, veía a Celeste con algún chico mejor
que yo.. se lo merecía, se lo merecía de verdad. La película One Day, su hermana
embarazada, la fiesta de mi cumpleaños con ella, paseando a los canes, su
Universidad, su cuerpo tibio.
Me despedí del anarquismo esas fechas. Era lo último, además, era necesario, si
quería conquistar mi venganza. Meses antes ya habíamos pasado problemas con
los compas, las amenazas de la municipalidad, de la policía, los arrestos, los
problemas de Diego moviendo hierba, los comedores populares pobrísimos que
apoyaba Fabricio, la austeridad, y las graves denuncias contra mí hecha por una
chica. La depresión que llevaba le añadía conductas adictivas en medio del orden
que queríamos crear. Bebía casi a diario, salía mucho a la calle, incumplía
acuerdos, no me interesaba nada. Salía con chicas, incluso con una de la movida,
cosa que debía evitar y ahora me impongo una disciplina estoica.
A las semanas de tal hecho, Diego y Alonso, avanzaron a Gonzalo. “Qué chucha
vienes a nuestro evento, Gonzalo, si tú eres rojo, te la pegas de anarco, facho
eres”, me contaron que Diego le miró cara a cara y le habló en la jerga del
maleante que era. Gonzalo había ido con un grupo de hoppers de tendencia,
algunos, comunista. Siempre se organizaba con rojos; seguía argumentando que
era problema personal, que yo había acosado a una de sus amigas, que yo era
un machista, que hablaba huevadas sin prueba, que mis denuncias no debían ser
tomadas como un acto práctico político, sino como un juego infantil. Alonso: “oe
conchatumadre, vuelves a tocar a mi hermano y te mato”. Viviana y los demás
muchachos veían la escena sobre la puerta del pasillo al bar donde organizaban
un concierto profondos para los comedores populares.
Diego nos trataba como hermanos menores, nos instruía en la historia de los
compañeros ácratas, estrategias para mantener un grupo sólido, sobre algunos
individuos de otras épocas, Bonnot, Durruti, Emma Goldman.
La primera vez que vi a Diego fue en la marcha contra el decreto legislativo que
le otorgaba inmunidad a la policía de someter a juicio arbitrario contra los
“delincuentes”. Se consideraba “delincuente” a los luchadores sociales en este
contexto. Hay que verlo de ambas formas. Los “luchadores” odiaban esa etiqueta,
porque argumentaban, buscaban defender derechos en ciertos sectores, en base
a ciertas leyes y derechos fundamentales, aunque colisionaban con
organizaciones de lo más repudiable, (Oenegés, municipalidades, o hasta partidos
de izquierda, congresistas y derecha si parecía un juego estratégico), pero no
querían ver que la “delincuencia” también era lo que se fomentaba en las calles
cuando empezaba la gresca y la presión contra la policía.
Poco después de conocer a Diego comprendí que era inútil dialogar con
izquierdistas, revolucionarios o comunistas. Estaban atados a sus propios dioses
como esclavos para cumplir su venia todos las noches antes de dormir.
Quisiera escribir poesías de ataque, una última noche danzando con los espíritus
del pasado, una última gota de sangre emanada por la aspereza de las armas,
agotar todas balas, acabar todo sentimiento de compasión. Cuantos compañeros
presos alrededor del mundo. Cuantas horas pasé pensando en el absurdo de lo
cotidiano, en la necedad, el menosprecio y la estupidez de creernos amos con la
total pasividad de un consumidor. Hay un momento cuando la chispa hace
explotar todos los espacios de nuestro profundo individuo.
Los anarquistas de esta gran poderosa y hermética ciudad me dan gracia, antes
sentía algo de ternura, un compañerismo, solidaridad exacerbada. Un compañero
anarquista auto proclamado se convertía en un aliado por efecto y causa de sus
pensamientos. Me dan algo de pena los compañeros que conocí, ninguno roba,
conspira, se diversifica en estratos del bajo mundo para plantar la semilla del
caos. Ninguno quiere asesinar al enemigo. Dispersos, enemistados y muchos
autoritarios infiltrados vestidos de negro pululan como luciérnagas perdidas en
los matorrales de edificios, linyeras de las urbes; solo brillan de noche, de día son
otro ciudadano consumista de mierda. Hablan y hablan, proyectan sus principios
y generan espacios que buscan la aceptación social.
Discutía con Fabricio, una tarde austera, fría y desprovista de todo planteamiento;
nos citamos con la intención de organizar fechas de reunión. Con mis camaradas
de. mi distrito ya estábamos vendiendo droga, mercadería robada, buscábamos
fondos de auto gestión y por qué no, extender la violencia. Fabricio, un
anarquista que sobrevivió la dictadura de Fugimori, trabajaba de abogado
apoyando a grupos desamparados en la Federación de Comedores, una
asociación legítima, asistían abuelitos sin familia, serranos viviendo en Lima
buscando progreso, niños callejeros. Años atrás fuimos parte en eventos
solidarios hasta formamos un periódico que no tuvo mucha acogida.
“¿No hay forma de reivindicarme, reparar errores, no sé, algo que pueda hacer?”,
pregunté y Viviana me miró de soslayo, enérgica, como siempre, contestó:
“Espérate un par de meses o un año”. ¡Carajo!
Capítulo VI
No sé cuanto habremos almorzado, estas chicas tenían dinero. ¿Qué harían para
conseguirlo? Me jodía imaginarlo, por la putamadre, me jodía, aún tengo un alma
débil por momentos, luego me da igual, lo asumo. Algo me está pasando y
Celeste se da cuenta. Debo bañarme, cambiarme con la mejor ropa, limpiecita,
perfumada, hoy follaré con Celeste, quizá sea la última vez. Necesito hablar con
ella, algo de Nietzsche, algo de anarquía. Ojalá me entienda..
Celeste en una oportunidad les dijo a su amiga Joana que yo era como un niño
abandonado y que le encantaba mis ojos tristes, que nací para tirarle mierda al
sistema. Que ella veía eso en mi. Cuando leía amoralidad, me cuestionó, “que
sería de la sociedad si no creía en ninguna consciencia moral”, “creo que
estallaría un caos fatídico y apocalíptico, lo humano sacaría lo más mierda y lo
más nuclear y real que llevan, el monstruo engendraría mayores bestias y quizá
luego del caos sobrevivan los más aptos, los que negamos todo”, contesté. “Estás
loco, Daniel, sería una completa violencia, libertinaje, destrucción”, argumentaba
que ya lo vivimos, bajo fundamentos humanistas, morales, democráticas, finales..
Almorcé tan pronto que perdí algunos sencillos al cambiarme y hacerlo a la vez.
Celeste en el whatssap: “amor, ya voy a salir de casa, no te demores, te extraño
mucho”.
No la veía casi un mes. Celeste y Bere y Nayeli. Por qué esas figuras en mi
mente. Celeste nunca se prostituiría. Le insinuó una mujer hacerlo y ella lo
rechazó rotundamente, ella tiene principios. Nunca me fue infiel, dice y no me
importaría si no lo sea.
—Eres un mal hombre, Daniel, haces que tus amigos comenta cosas, que piensen
en cosas..
—¡Que mierda! Mi novia dice eso de mi, que afortunado estoy, sabes.
—Tú no eras así, tú has perdido el encanto, la esperanza en la vida. Sientes que
no tienes nada, que nunca lo has tenido.
—Pútridos son todos —no quise argumentar la esperanza dañina.
—Pero yo no te cuestiono tu forma de vivir.
—Yo estoy bien, yo estoy estable.
—¿Y yo no? —Celeste echó su cabeza en mi pecho, me abrazó, un poco rendida.
—Tu locura.
—Estoy loco, siempre estuve loco, es la verdad. Te enamoraste así de mi.
—No quiero pelear otra vez. —Me sentí repulsa al ver su rostro herido.
—Ven, dame unos besitos como la primera vez..
Llevaba poco menos de tres años de pareja con Celeste, no tenía cómo
agradecerle su compañía, ella no tenía por qué, debe ser un poco problemático
hacerse de pareja con un chico como yo con una severa incompetencia para
expresar sus sentimientos más profundos, mal que en cartas y narraciones sí le
cautivé. Celeste había nacido en el mismo hospital que yo en Villa el Salvador y
en el mismo mes. Su temprana niñez y adolescencia la vivió en Villa,
trasladándose de alquiler en alquiler con sus padres. Un padre adicto a los juegos
de azar, una madre con cierta tendencia a la histeria. La carencia económica la
obligaba a su madre a trabajar y dejarla en soledad durante años. Podía hacerse
compañía de sus dos medios hermanos por parte de su mamá, era una
muchacha con los ojos solitarios que me enamoraron. Es una mujer muy buena,
no tiene maldad con nadie.
Celeste me recordaba a mamá.
Miré al espejo antes de huir, dije, entre dientes, “como Celeste me ha follado
tantos años a esta cara de mierda”. Nunca me gustó mi rostro pero algunas
chicas decían que soy simpático.
—¿Vas a terminarme por eso? Porque no puedo aguantar esta puta vida
ciudadana llena de ficciones.
—Quiero expectativas, Daniel, quiero algo más.
—Entonces te equivocas conmigo.
—Quiero que trabajes, vuelvas a estudiar, veamos las cosas como antes, nuestros
planes. —Celeste destallaba sus ojitos, como cuando me pedía tener sexo,
cuando deseaba que le compre algo, esa carita de niña engreída.
—No quiero esa mierda en mi vida. —Celeste echó a lagrimear. —Detesto que
llores. Me voy, cuídate.
Me largaba de Plaza Francia, con la convicción resuelta. Cargado de mierda.
Recuerdo la tiendita de libros de segunda mano cerca al Centro Cívico, volteo y
estaba ella, caminando a mi lado, cogiéndome del brazo, de la misma forma que
luego harían Abigail, Nadia, Angela, mis amigas.
—No sé que estoy haciendo, no sé que me pasa. Perdón. Quiero estar a tu lado.
Puto viaje de mierda, como odio este maldito tráfico. Casi como un año iba
desde Villa María a Los olivos, los parques, los mercados, el Mega, las discos, el
particular calorcito en verano. Como detesto a esta gente de mierda. ¡Carajo!
No sé por qué recordé aquel día cuando, en nuestro supuesto primer aniversario,
asistí al mismo lugar donde nos conocimos, pensando que pasaría, alucinando
que la vería llegar, compré un cartavio, llamé a Steven.. Ella revisaba mis libros,
platicábamos de algunas perspectivas filosóficas, obras literarias, ideologías
políticas. Cuando gané un concurso de cuentos en la universidad se sentía
orgullosa, le prometí que le dedicaría un grupo de cuentos para ella. Nuestra
historia escrita, imagen tras imagen, esperanza tras dulcesitos en Abancay, las
luces de neón, el olor de las provincias ciudades compadeciéndose con la
verdosidad salvaje. Me obsequió un collage con nuestras fotos y frases de
algunas cartas mutuas. Escribió la frase de Diego “Donde estés, est(A)ré”. Ella
tenía esperanza en mi y yo no tenía esperanza en nada al final.
—Y por qué me pediste vernos, por qué aceptaste, ¡por qué volviste conmigo!
Porque tienes sexo conmigo—Tengo la particularidad de quedarme mirándome
en un punto invisible cuando debo expresar lo más íntimo. Mis cejas se
fruncieron, envejeció entre las dos, miré a lo invisible.
—Intento romper con toda esta mierda que me hace sentir atado, intento ser
algo mejor, intento ser un individuo. Quiero ser un buen hombre.
—No lo estás haciendo bien, Daniel, no lo haces bien.
—¿Y qué debo hacer? ¿lo que tú me indiques? Sabes que todo lo que piensas es
solo una repetición infinita de los putos discursos que nos meten al cerebro.
—Ni siquiera te das cuenta.
—Estamos jodidos, totalmente abatido, derrotados, aplastados, apaleados y llenos
con mierda en una cárcel mental. ¡Estoy harto de esta mierda!
—Y qué quieres hacer, inmolarte, meter una bomba, destrucción, quieres volverte
más loco.
—Todo cambió, Diego se fue, no lo volveré a ver. —Me encogí, sentí pesado mis
párpados.
—Ay, bebé, sé que lo extrañas tanto. —Celeste se angustiaba al verme así,
siempre, que habría vivido en casa, gritos, humillaciones, padres podridos,
hermanos cegados por las caricias y castigos de lo cotidiano.
Me besó, sin decir nada, sin compadecerse de mi ni de ella, lo hizo como solía
hacerlo siempre que apenas nos reconocíamos, o cuando ya estábamos por
desnudarnos. Celeste no me esperaría nunca más allí y en ningún lugar, ella
estaría subiendo las escaleras del edificio, con sus tacos número cuatro, de su
universidad con algún muchacho responsable con su vida ordinaria, de la mano y
bien maquillada, un estúpido filántropo futuro empresario, un estéril acéfalo. No
recuerdo palabras exactas, ella me miró dulcemente por largos segundos.
—Que rico besas, nena, te he extrañado —me acongojé irremediablemente..
—Te he extrañado, bebé. —Me abrazaba con fuerza, como cuando Nadia me
decía que era su amigo, que le caía de putamadre, que soy alguien interesante.
Como Abigail, delante de Vera, que me quería muchísimo, que soy un buen tipo.
—Te quiero hacer el amor hasta perderme de cansancio. A partir de ahora las
cosas van a mejorar.
—Sí, bebé, tengo hambre. Invítame algo.
—Ten, veinte soles, cómprate lo que quieras. Mientras, robaré un jaggermeister.
Ya suéltame, porfis, en el cuarto me haces lo que quieras.
—¿Cuánto tiempo ha pasado?
—Un mes y tres días. Necesitabamos un descanso. —Recuerdo sus ojos perdidos,
imaginando que yo me follase a otra mujer.
—Te amo. —Apoyó su cabeza en mi cuello.
—Hola.
—Hola, me llamo Daniel. ¿Quieres un poco de ron? Está delicioso, el alcohol es
de poco, lo mejor de las cosas que ha creado esta sociedad.
—Me llamo Celeste. ¿Conoces a Antony?
—Me cae muy bien, es un tipo de la conchasumadre, tiene mente abierta.
—Sí, opino igual, tiene una mente bien interesante.
—Y no conoces mi mente. Quisiera conocer el tuyo, tienes ojos de drogadicta.
—¿Eres punk?
—Punk hasta la muerte. —Bebía del pico de la botella. —No me gusta este lugar,
vámonos al parque Quilca a conversar o te quedarás con ese tu amigo.
—¿Luis?
—Sí, ese de cara aceitosa.
—Ja,ja,ja, eres gracioso. Vámonos.
Ella volvía, la vi caminar hacia mí, desde la pileta de esa avenida que no recuerdo,
los negocios alrededor, los niños en las gradas, ella venía caminando a mí, como
la última vez. Directamente a este ser, sin curvas, sin mirar atrás, también
recordaría ella ese cuadro, por meses o años.. ella, perdida entre la multitud; ella
era el individuo entre todas las multitudes, ella no podía distinguir entre el goce
estético descarnado y la falsedad de las ideas salidas de las bocas ignorantes de
su entorno. A ella le encantaba Poe, Kafka, Cortázar. Ella era una figura que se
movía como programada para esto, yo lo percibía a cada paso que daba hacia
mí. Seguía a pocos pasos de mí, en una pieza calcinada, también llegaba de una
discoteca de Miraflores, los shows.. Sus piernas con el tatuaje de su gatito, sus
senos, las orquídeas y rosas en su rostro. Era mi cielo, todo le debía a ella, como
a mis camaradas. Era absurdo volver a los sitios de siempre, Alisos, la playa de
barranco, el puente suspiro.
Cuantas chicas vi como tú en mis andares vidriosos, cuantas chicas con tu perfil,
con tu caminada, con tu seriedad, con esa naricita respingada que te mordía.
Toda mi vida se resumía en ella hasta hace unos años. La piel blanca que se
imponía sobre mi carne, ella me miraba a los ojos, nunca dejaba de hacerlo,
super delgada, de rasgos esbeltos, sus manitos parecían de alguien que nunca
trabajó, su sonrisa y sus ojos como de drogada. Me encantaba esa locura clínica
que expresaba sus ojeras por noches enteras sin poder dormir ella, estudiando,
bailando, drogándose.
—¿Una relación?
—Sí, quiero una relación contigo. —Ella se reía de mi expresión temerosa.
—Sí, yo también. —Me besó como Ian a su novia en un concierto.
—La pasaremos vacan, quiero que dejes esa mala vida..
No podía vivir así, me siento amargo de todo el tiempo que he perdido y perderé.
No disfrutaba de mis lecturas favoritas de algún tiempo, no disfrutaba de la
literatura, a menos que se recree en un ambiente de desesperanza corrompida por
el crimen. Mi cuerpo pedía a gritos salir de ese universo donde nada gravita por
orden primitivo, nada se resolvía, problema tras problema; era una vida de mierda
donde todo parecía tener sentido. Me rebelé a mí mismo, luego contra la
civilización humana y su beneplácito antropocentrismo asqueroso. Respiré otros
aires lejos de la mentira, de la ficción ideologizante enmascarada las ciencias
sociales, lejos de esos techos que crea la epistomología clínica, sus dientes
aberrantes, habría que destruir los libros más repugnantes, nosotros no
pertenecemos a un “todo”, no hemos nacido para responder a la consciencia ni la
moral. ¡Hemos nacido para destruirlo todo! ¡Canto de guerra! ¡Al lado de Mauri,
de Kevin, de todos nuestros muertos! ¡Toda la carne que apuñala la policía! ¡Todos
los lamentos perdidos! ¡Todo el sufrimiento volverá a quienes nos inflingen! ¡Ellos
también van a temer de nuestras armas!
—Hazme sexo oral, nena. —Le cogí su cabeza disponiéndola a mis piernas. Me
dio una mirada de vampira.
—No eyacules amor, como la otra vez, que malo.
—Soy tu chico malo. —Celeste primero mojaba con su lengua mi glande, me
masturbaba, mordía suavemente mi escroto. Le daba besitos extraños, quitaba
algunos pelitos de que su vagina alojaba tiernamente.
—Me encanta, nena, que rico. —Celeste me decía que le encantaba mis palabras
exitadas, disfrutaba mis alaridos.
—Eres mi gatita, yo soy tu gatito callejero. Eres la doncella gatita de esa película,
ay, no recuerdo el nombre. La gatita tenía tres gatitos bebitos.
—Te amo, mi amor. Eres todo para mí. Qué sería de mi vida sin ti, me pregunto a
veces —su voz bajaba a una levedad de suspiro —Qué sería de mi vida sin
Daniel, él me ayudó, me sacó de esa vida, me iba a perder más.
—Tú me adoptaste, nena.
—Eres mi hijito bonito, abandonado niño tonto y malcriado.
—Oye, no me digas así.
Faltaba una moto, un conductor y un arma. Conseguí los tres requisitos, tres
personas me harán el seguimiento de la mentira. “Mentira”, recuerdo esa palabra,
como aquella vez cuando discutía con Celeste, todo empezaba desde el inicio otra
vez, todo volvía a la luna morada; “toda nuestra vida, nuestros sueños, nuestros
objetivos, todo nuestro pasado, nuestra construcción de vida, nuestros criterios
también han sido una gran mentira, Celeste. Todo lo que hagamos, dentro de la
civilización bastarda no generará vida, estamos muertos..” Ella no comprendía el
eterno retorno, las cenizas asifixiándome, la pólvora escondida en el jardín, entre
flores, entre pistolas, entre animales y sus espíritus.
Capítulo VII
Una mañana calurosa de enero, ya aburrido de verme corretear de niño tras los
perros o carneros que mi abuelita criaba en el friecito pueblo de Chumpi, con el
sentimiento de absurdo minándome, y una batalla perdida contra el gran muro
de plástico, garabateba algunas páginas con una inexplicable hambre de
sedarme. Pensar en la muerte me traía recuerdos de infancia. Veía a papá y
mamá jugando con mis canes, en las higueras y chapoteando el ríachuelo
contiguo de la chacra.
Sandro llamaba a David y en el parque del barrio fumábamos hierba con otros
chiquillos vaguitos, salimos a un bar del centro de Lima entre esos fatídicos días,
yo apenas tenía veinte soles, David auspició los tragos. Ellos bailaban y se
entusiasmaban, una noche de no saber donde terminar.. conocimos unas
venezolanas de dieciocho y diecisiete años. Ambos estaban emocionados llenos
de las luces multicolores. Yo bebía sentado observando las calles, pistas, autos, la
gente arrimarse en algún centro alcohólico. Caminamos con las chicas a jirón
quilca y si había algun fantasma. Compraron un par de rones, me vi exactamente
como hace tres o dos años, con los compañeros de lucha bebiendo hasta el
amanecer.
David me objeta por mi pasividad. Me dijo al oído, un poco ebrio, que quería
expropiar conmigo, quería hacer explotar al país entero, que estaba harto de esta
vida de mierda, que intentó muchas veces salir adelante legalmente y no pudo.
Que se cansó: “la sociedad no está hecho para progresar”. Que tenía una hija y le
deprimía continuar en ese patético estado económico. “Verás que nos saldrá
bien, Daniel, todo esto se construye de a poco, estudiemos la cancha.” Eran las
cinco de la madrugada esperando el bus en el parque del Sheraton. Solo
deambulaban las almas de los trabajadores municipales, borrachos y borrachas
en algunas veredas, aves en los árboles, una tremenda e infecciosa oscuridad
imponiendo su inexistencia. David ya no podía vender ninguna droga. Las
camionetas de la policía lo subían a la parte trasera, le exigían dinero, y si él no
estaba cargado de droga en su interior, lo dejaban ir. David me enseñó que en la
camioneta misma podías negociar con los policías, “si son personas, como
negociar cualquier trance”. David solía andar cargado de montos de hierba o
coca por las calles, pasaba algún amigo de él, o conocido de su barrio y le hacían
señas con los dedos, a veces dos dedos en la sien, si indicaba marihuana o le
decían “c-c” para la coca. Podías verlos con un dedo tapándose el orificio de la
nariz o la palabra “weed”. Pensé que debí aprender a expropiar hace muchos
años antes. Podía enmendar mi error.
La primera vez que supe de Antonio fue por una denuncia publicada vía
Facebook. Policías encubiertos lo acosaban de preguntas si había allanado una
vivienda ubicada en Surco. No opuso resistencia y no se negó. Permaneció
callado negando algunos detalles. Puse toda mi atención al video, uno de mis
conocidos resultó ser delincuente. Antonio vestía de azul, una gorra negra. Sus
ojos emanaban un gran llanto interior, como dijo Diego, “es como si te atraparan
y te llevaran al final de tu vida.” Antonio con algunos maleantes de su banda
rompieron la puerta, treparon, escabullidos en la oscuridad, con un auto taxi
station a la espalda de la cuadra, desvalijaron lo que era ajeno, lo que era del
gran puto capital, lo que le sobraban a esos hijos de perra acaudalados sin
problemas. Una vecina que pudo verlos desde fuera llamó a serenazgo y la
policía hacía sonar su claxon mientras Antonio buscaba donde esconder su
“baby”, una imitación de un Taurus.
Todo lo racional, todo lo humano, todo este hermético sabor a metal y plástico
en una tarde cálida primaveral dentro de un bosque y una ciudad ensañándose,
una multitud aniquilando.. dicen siempre nuestros padres, nuestros
contemporáneos y nuestros más cercanos amigos que la historia o la vida está
para algo, algo nuclear. Todo esto es hijo de las ruinas de la humanidad. Putos
mediocres. “Cobardes”, aquellos que se regocijan en alguna idea y esperanza.
Aquellos satisfechos en la normalidad. Aquellos que encontraban en el
consumismo algo logrado. Aquellos que debía perecer y asesinaron las flores,
mutilaron al individuo salvaje, enlodaron de mierda alguna caverna, eliminando
poco a poco al espíritu voraz de vida.. esto no puede ser vida. Obedecer, cumplir,
dejar constancia de cumplir a la comunidad, de respetar o tolerar las miles de
ideas flotantes como gases tóxicos, formando cuerpos. Me imaginaba una vida
diferente de niño, recolectando frutos, investigando la vida salvaje, bañarme en
cataratas, proteger a los animales de peligro en extinción, me imaginaba una vida
de verdad.. pero alguien, la sociedad en forma humana, apareció por la espalda,
me secuestró, me privó y me llevó al patíbulo, a la muerte de la vida y el
nacimiento de la civilización. Miles de profesores metiéndoles mierda a los niños,
millones de niños mal educados por padres. “Que la ley es necesaria, que la
tecnología es progreso, que el dinero es lo mejor, que adquirir productos es
vida.” La vida humana vale menos que un pedazo de metal. Es más fácil procrear
que metales inagotables, petróleo, oxígeno, agua. ¡Vivir en guerra! ¡Vivir en el
mar y no en la tierra! El tiempo se acaba, pensé. Amé lo que hice con mis
camaradas, y cuando me amenazaban de cárcel los policías inflados, miré mis
manos, limpias y frescas como de niño. Antonio me propuso robar y pensé, es
una oportunidad para acechar en la calle. Expropiar a una víctima es muy
diferente que esconder mercadería ajena en la ropa. Robar con arma es un delito
propiamente y la pena son tres años de cárcel. Es ahora o nunca. Acepté.
No sabía qué pensar o decir, pero estaba preparado para morir. Vi un alumno,
caminando con un libro en mano, y me vi a mí, como hace ocho, nueve, diez
años, perdido en la imaginación leyendo la primera vez que escuché sobre
Mariátegui, Marx y Bakunin.
—Mano, que salga bien esta locura de hoy —le dije, de modo triste.
—Va a salir bien, mano, ya lo hice antes.
—¿Nunca has caído?
—Una vez, en San Gabriel. Me sacaron la mierda en la comisaría. Conozco esta
ruta, tranquilo.
Me vestí diferente, supuse que Antonio estaría como un chico malandro. Short
ancho, polo ancho, gorra. Y sí, acerté. Me puse zapatos, pantalón de vestir, mi
boina negra y la camisa naranja que expropié en HYM que guardaba una
similitud con la de Tony Montana en la escena que asesina al colombiano.
—Vamos a recoger la pistola. Esta donde mi causa en el paradero cuatro.
—Ya mano, invítame esa cerveza.
—Oh, disculpa. Estoy algo jodido. ¡No puedo dormir bien!
—Que fue, mano, ¿por qué? — el sol opacaba sus rastros de estafador.
—No lo sé. No importa.
Me esperó en unas bancas del parque. Toqué la puerta de casa de David, Limber
le había prestado mi arma porque éste pensaba hacer unos trabajitos. David me
miró, Ernesto estaba allí, con el traje de mecánico. Se hizo un espacio para
saludarme, pensé que me estaría inspeccionando. David apareció,
preguntándome a donde iría y otras cosas insignificantes. De la nada sacó el
arma de su cintura, la cogí y guardé en mi mochila.
—Nos vemos más tarde, o en Lurigancho.
—No, mano, nos veremos más tarde. Una caja de chelas.
—Dos cajas. —Le dije a Ernesto.
Divisé a Limber y Alonso trabajando para el papá del primero, limpieza y ordenar
materiales de construcción. Estaban finalizando de construir el segundo piso de la
casa de Limber. Una buena noticia. Nayeli y Ana estaban con sus bebes. No
sabían nada de este negocio. Me despedí con las manos.
Subimos al bus, teníamos que esperar varias horas hasta llegar al objetivo.
Mientras nos alejamos del barrio vi de lejos a Jeremi, o me parecía verlo. Un niño
que le enseñaba matemáticas en la biblioteca que formamos con los
compañeros. Jeremi y su amiguito corrían hacia mi cuando faltaba por
enfermedad a la biblioteca. Nunca olvidaré esa escena. Y tampoco a Antonio.
Nunca olvidaré a Antonio.
No hay para un joven que sufre por la realidad, mejor maestro que quien afirma
que todo lo que nos rodea es absurdo, sin valores universales como esperanza
única. El suicidio era un problema de la consciencia, no del cuerpo. Mi cuerpo
quería más, y no hay para un joven que desea vivir mayor placer que el delito. Y
tendrás miedo, un reloj en conteo regresivo. Antonio yace en sus pensamientos
dormido en el asiento. A esta hora no hay tráfico y quería salir huyendo por la
ventana. Recordé que no tenía opción. Que debía hacerlo. Quería consumirme
dulcemente en el debacle y no. Era necesario.
—Llegamos, mano. Hey, despierta.
—Ya. Toma la mochila. Necesito caminar. Quiero un cigarro.
Supe que ya no había marcha atrás. Avanzamos en jirones vacíos. Divisé la casa
del serenazgo y comprobé que carecían de pantallas de vigilancia. Antonio seguía
contándome que casi embaraza a una chica, el mismo día que estuvo con otra y
esas cosas de chicos malos. Llegamos al parque “róbame”.
—Voy a coger mi libro y con mis lentes parezco estúpido. Me das la señal. No
quiero que piensen que les vamos a robar.
—Tranquilo, yo ya vi.
Un parque con dos pisos, escaleras, caminos entre la hierba, árboles cubriendo la
visión. Eran casi las siete de la noche. Luces disparadas desde postes. Una
serenazgo caminando de un lado a otro. No se imaginaba nada. Nadie. Perdí el
miedo. Ahora estaba en la pelea. Todos los sentidos en disposición de ataque.
No había marcha atrás, pensé, putamadre.
—Allá, Daniel. Vamos.
—No, mano. Mira, atrás hay un tío.
—Está dormido.
—¿Y si despierta por los alaridos?
—No va a gritar. Nadie grita, Daniel.
—Putamadre, lo siento. Quiero ser precavido.
Dimos varias vueltas alrededor, sentándonos a descansar. Teníamos tres objetivos.
Todos eran parejas de enamorados tumbados en el gras.
—Allá, sígueme.
—Sí, no hay nadie cerca. Están como queriendo tirar en el gras.
¡Putamadre! Dije a mis adentros. ¡Ya lo teníamos listo! Tenía razón Antonio,
pensé. Un par de insultos y salíamos trotando como fingiendo deporte, y
corríamos cruzando la cuadra. Ella estaría tan asustada que él no tendría más
opción que consolarla. ¡Putamadre!
—Dale, mierda. Dale. —Le cogó del brazo y en eso Antonio le enseña el arma
ensamblada en su cintura.
No me dejé apabullar por la ley y sus lacayos, a los pocos días llamé a Sandro
muy temprano para ir a cometer algunos actos de expropiación, coger sin ningún
consentimiento de las empresas su mercancía; reapropiar, volver a nosotros
mismos lo que nos pertenece Simplemente por nacer. Sandro estaba frustrado
últimamente. Cuando tenía la mierda en la cabeza se volvía intratable, se hacía
puntiaguda pelaje por cualquier tema que le disgustase y fruncía el seño
ignorando todo cuanto pudiese. Ya lo conocía y le convencí que mejor nos
desahogásemos con las mercancías que entre nosotros. Decidió no ir a su trabajo
por tercer día.
—Nos vamos a ir al infierno.
—Ya estamos en el infierno. —Repuse insatisfecho.
—Mi suegro de mierda. Encima que me explota, ¡esa basura!
—Ya no reniegues. Disfruta este delicioso whyski antes que se caliente. —Llevé
un jack daniels, la pasamos mal y nos lo merecíamos.
Decidimos ir al Jockey Club. Allí era imposible caer. Los empleados de seguridad
se sentían confiados al tener consumidores de calidad. La gente pituka y los que
los imitaban pasaban el ocio consumiendo porquerías que no necesitaban allí.
Kenny nos esperaría en el centro de lima con su amiga, una chica que le
mantenía pegado al celular por horas. Kenny sonriendo era increíble, con su voz
sombría, sus dientes medio amarillos y su piel pálida invadiéndole más, volvía el
brillo a su retina.
—Lo siento por lo que pasó, hermano. Me siento muy responsable. No quiero
que estés manchado. —Le confesé la angustia que me tenía hincando el cuerpo.
—A la mierda. Igual nos moriremos. Además es una denuncia de hurto. No
volveré a caer.
—Yo tengo cuatro. Dame un tiempo, aprendo a asaltar con arma y reuniré dinero
para sobornar a estos perros policías.
—Ja,ja,ja. Estás loco, Daniel. Por eso te quiero. —Me abrazó del hombro, olía a
whyski.
—No te emborraches aún. Tenemos que chambear.
Nosotros no éramos los únicos, habían muchos más muy bien camuflados. Dentro
de la tienda evito mirar a los ojos a nadie. Permanezco quince a veinte minutos
andar como un comprador que quería ser como los idiotas de fuera: sin
preocupaciones, bien vestido, saqué mi billetera al ingresar a Saga, cuento cien,
doscientos soles, tengo entendido, que todo consumidor que recién ingresa es
videocaptado, analizado para luego sostener si debía hacérsele seguimiento, en
esta tienda la seguridad lo maneja una empresa externa a la misma tienda,
pantalones negros, líneas azules, “ISEG”, simples ciudadanos, comandado siempre
por un policía o un soplón retirado, no saludo, piso el suelo pulcro... Siento que
algún policía disfrazado de civil me observa, los veo caminando entre los pasillos
revueltos de gente, los veo abalanzarse sobre mí en la puerta de huída, lo imagino.
La consciencia me almuerza desnudo, soy algo paranoico últimamente, como
heroinómano, un mecanismo de defensa desarrollado contra esta clase de
actividades, lo aprendí en la anarquía, Diana decía que todo anarquista es
paranoico en excentricidad; me siento corroído, y reconozco que es necesario sentir
que un soplón está merodeando. es importante suponer que las cosas pueden
terminar en victoria o derrota. Desabotono parcialmente mi camisa, correa firme,
pantalón limpiecito, zapatos limpios. Este flujo te permite perfeccionar la mentira.
Camino tranquilamente entre las marcas, Denimlab, Doo Australia, Billabong,
Mossimo; cojo prendas y me veo en el espejo, con casi el vómito en la boca me
hago una foto, si algún trabajador de la tienda me mira. Siempre existen espacios
invisibles, con mucho tino, como colibrís en las flores, se camina y en la menor
brevedad, hago un puño a la prenda y lo escondo entre mi axila y el brazo, cayendo
el resto en el torax, mi casaca negra logra aminorar la percepción de algún bulto
extraño. Cuando hago cola para los saloncitos de probadores siento un cincuenta
ya hecho, superada la abstinencia de la droga, la puñalada. La jovencita que me
atiende no posee ni la mínima sospecha, las trabajadoras debían ser atentas y
alegres, por norma. Observo mis ojos ansiosos en el espejo enlonado. Envuelvo
con aluminio las piochas de las dos prendas que me las llevo. Mi mochila antirrobos
posee un bolsillo secreto, para asegurarme utilizo una pegatina y escondo el cierre.
Me despido de la señorita guapita con mucho respeto, mi apariencia es otra al
salir, esa era el primer modus: cambiar de apariencia, ser otro, camuflarse, perder
de vista al ojo de la videovigilancia.
Sandro solía venir con su novia y su hijo a expropiar mercadería. Yo asistía hasta
solo y descaradamente guardaba mercadería robada en los casilleros de otra
tienda sin ningún cuidado.
—¿Pensabas que yo era un tonto de mierda? —le pregunté caminando al puente.
Mirando al rededor, me imaginaba que algún policía nos seguiría.
—Yo no creía en ti.
Me quedé pensando por qué diría eso Sandro. ¿Creer en mi? ¿Cuándo se lo
pedí? Yo significaba un amigo más para él, con una deuda de hermandad. O
acaso él esperase algo de mí. Mejor no pienso más. Por fin cogimos el bus para
el centro de Lima. Kenny estaría contando algunas historias a su amiga, para
convencerle.
De camino al Centro de Lima Sandró leía uno de mis libros que le presté. No
recuerdo si era Kafka o Emilie Armand. Nos cogieron el mismo día de la madre.
El shock fue brutal y no tuve tiempo de recordar a mamá como todos los años.
Escuché mentalmente a Emmanuel, Jeanette y Camilo Sesto. Mamá cantaba en el
zaguán de la casona, limpiando, dándome instrucciones. Papá llegaba con
algunas compras para ella. Le conversaba alegremente sobre llevarme a caminar
al río. Nunca había ido al río desde que tenía memoria, viajamos con mamá
durante horas. Me colocó la crema de lechuga en el rostro para no cuartearme la
piel que se hacía rojiza. Mi padre cargaba una mochila repleta de comida, y para
Coki, como le insistí en llevarnoslo, el perro doberman de mi abuelita que nos
hacía compañía siempre que nos veía salir a la calle.
Kenny nos presentó a su amiga, la animal humana que lograba sacarle sonrisas
cuando Kenny cogía el celular; venían caminando desde Plaza Francia, Sandro
estaba muy drogado; conversaban, reían, no olvidaré esa imagen mental, aunque
tengo muchos recuerdos olvidados.. ella es blanca, gótica, con un maquillaje
particular, su cabello hasta los hombros y una mecha de color rojo por el lado
izquierdo, tenía unos ojos que no se inmutaban, algo gravitaba en sus pupilas
que no se podía leer, algo indescifrable.
—Ella es Vera —dudé al mirarlo —, mi amiga, loco, nos ayudará a expropiar hoy
día.
—Ah, hola, Vera, mucho gusto. Vamos rápido que se acaba el horario. Luego
bajamos a Alfonso Ugarte, al Metro de allí. Este drogo es Sandro —Sandro
saludó sin palabra, le preguntó a ella si tenía una rila.
—No, no tengo. —Y reía.
La misma metodología aunque había menos gente, así que tardamos más de lo
acordado. Otro trago rico expropiado a estos bastardos. Todo el tiempo
debemos estar mirando a nuestro alrededor, si acaso alguien nos observa
demasiado, si alguien busca algo de nosotros que no queramos ceder jamás. Un
cuchillazo en la nuca para solucionar el problema. Cogimos el bus a casa,
eliminamos la tensión. No fracasamos.
Se apoyó en mí, le abracé sintiendo su cuerpo, quizá era la última vez, la idea de
suicidarme la tenía más presente que Celeste. ¿Le habré mencionado una o dos?
¿Qué tanto me entendía? Estoy que pienso huevadas. Sentí su respiración más
lenta y profunda. Recordé a mi madre y mi padre cuando me llevaban a las
chacras de mi abuela. Yo muy torpe queriendo comunicarme con los carneros de
la Justina, sus hermosos ojos y su melena, parecían un animal mitológico que leía
de muy niño. Mi madre, a quien papá llamaba siempre Felicia, que era el
segundo nombre de mi mamá, Elvira Felicia, en honor a su abuelita. Vestía un
buzo rosado que le regaló mi tía Teresa, contrastaba bonito con su color de piel
canela, mi madre era guapa, con los mismos ojos decaídos que Celeste. Mamá
quería hacer un negocio de juguería en el mercado con papá, pensando en mis
futuros estudios y el dinero que haría falta. Veo los rostros de los dos, sus sueños
precipitaron contra la realidad, igual que yo, igual que Celeste.
—Ja,ja,ja, oye Kenny, ese idiota de seguridad te revisaba hasta las medias y ni
cuenta de mi existencia —nos reíamos bebiendo la miel— son tan estúpidos.
—Dos tipos de civil me estaban siguiendo, ya tengo en mente su rostro de
ambos. Dame esa botella. Este tráfico de mierda me estresa.
—Voy a insultarlos por la ventana, men.
—Oye no hagas eso, ja,ja. Hazlo, no me importa. —me dijo Vera, entretanto se
formaba espontáneamente un orificio en cada mejilla. Eso era más gracioso.
—Es hora de beber, muchachos. Mañana también y robaremos también. Como
quisiera estar en Estados Unidos, allá hay miles de supermercados, aquí en Lima
no hay ni cincuenta. Tenemos que venir hasta aquí contaminados por el tráfico
excesivo.
—Oye, Daniel, viste la cara del policía cuando se despidió de ti. La cagada esos
estúpidos. —Kenny sacaba de su bolsillo los alpras mientras Vera tomaba a
sorbos grandes, otra imagen mental petrificada en el tiempo.
—Bebe, tranquila, te lo mereces. Nos lo merecemos todo esto, todas esas
botellas también. Todo este puto mundo debería ser nuestro. —Miré a la ventana
cubierta de la humedad pegada por días, algo deprimido y alegre. Una leve
contradicción en una grave atmósfera social. ¿Por eso me dejó ella? Solo por
robar mercadería y celulares. Que estupidez.
—¿Tú eres anarquista, Daniel?
—Era anarquista. Ahora me llega al pincho todas las iglesias, incluído la
anarquista.
—Le escribiste a mi amiga Ale, le preguntaste si conocía a Kenny y le mandaste
una foto de él donde apenas se le nota el cabello y una mano con un tatuaje. Mi
amiga me pregunto si ustedes eran tracas.
—¡Ja,ja,ja! —escuchaste eso, Daniel.
—Putamadre, ¿en serio? ¡Ja! Que va, somos como hermanos. El de la mano era
Alonso, con él también expropiamos —Vera nos observó para analizar nuestras
reacciones. Vi la primera maldad que emanaba de sus ojos. —No pienses mal,
Vera. Kenny es todo tuyo, dije. Asímismo Kenny fingió no escuchar nada, un poco
perturbado. Me disculpé sonriendo, les expliqué que los tres licores son nuestros.
El que me corresponde lo venderé y los dos restantes los beberemos hasta
vomitar. Me quedé dormido hasta llegar a casa, mi sueño me cubría la lucidez,
eran meses que no podía dormir bien o tenía insomnio.
—No te duermas, tío, ten —Kenny me alcanzó el redbull combinado con los
alprazolan, observé por la ventana y estábamos por puente Benavides. Los
montículos de gente extraviada se volvían naranja amarillas por la
resplandeciente luz de los faros. Miré a propósito como buscando algo entre esa
manada de idiotas, decenas de jóvenes trabajadores, una señora vendiendo cosas
al paso, ella ganaba más dinero que esas ovejas albinas y maltratadas por el
espantoso orden laboral.
—Ya estamos cerca a puente atocongo. —El bus coje la ruta hacia Villa El
Salvador donde muere el tráfico a estas horas. Esta rutina es corrosiva para
impacientes como yo.
—¿Conoces a Guillermo el poeta? —Me miró Vera. Estaban bebiendo el ron que
traía Vera, con un poco de RedBull y coca cola. Cogí la botella y bebí. Sospecho
que nos importaba un carajo lo que opine el resto, habían señores de bien
delante, una madre y su niño a pocos metros y hombres sujetados a las varillas
viajando parados. Uno que otro miraba a Vera de reojo y yo lo miraba a él
frenéticamente.
—Ese tarado. Se la pinta de rebelde y se dedica a vender libros y escribir sobre
historia, sobre actos que nunca hará en su vida. Puro floro.
—¡Ja! Ese Guillermo es un locazo, me invitaba salir durante meses, le pasé varios
poemas míos y me prometía que iba a ayudarme a publicar, que tenía contactos
y conocidos. Todo con tal de atracarle sus tragos. Salimos un par de veces con
sus amigos. Me daba risa.
—Guillermo debería aprender a expropiar para que yo lea sus poemas. Mira;
problemas y crisis existenciales los tenemos todos, —vacilé mis manos como
indicando decepción y sarcasmo— rebeldía pacifista, la tiene cualquiera, hablar
como huevón toda la historia del anarquismo lo hacen hasta catedráticos
pagados por el Estado. Me cago en los intelectuales, me aburren, me
decepcionan.
—Desde muy pequeña rechacé esta sociedad asquerosa, al grado que estuve
internada en hospitales psiquiátricos. —No le pregunté detalles, quería
emborracharme para conversar sobre tales asuntos.
—¿Depresión? —pregunté.
—Sí, y más cosas. —Kenny nos pasaba la botella de trago. Discutía con uno de
los hombres parados, el mismo que miraba sutilmente a Vera. El hombre le
reclamaba del olor a ron que despedíamos.
—No le hagas caso, Kenny, a nadie le importa lo que opine ese tipo —agregué
mientras Vera lo miraba grueso a tal sujeto.
—Hey, señor, métase en sus asuntos, usted con su voz chillona está que
despierta a los niños y a nadie más le importa ningún olor, estamos bebiendo
gaseosa. Vera disparó golpes contra el entrometido, la gente estaba en sus
asuntos pensando en miles de cosas que deben de satisfacer, miles de
actividades absurdas por planificar. Yo era un puntito de arena negra entre todo
el mar asfixiante que arrasa y ahoga.
—Esta gente de mierda, me aburren. —Espeté, acomodándome para volver a
dormir. —Dormiré otra ves. Me despiertas, Kenny, porfavor.
Una señorita muy decente que no pudo tolerar mi estilo de vida callejera e
indiferente. Ella aún era algo que me revolvía el estómago con solo ver sus fotos.
Pero su abandono fue necesario. Alejarme de ella, porque podía, si la buscaba, si
cambiaba alguna perspectiva confrontativa. Pero no, elegí la soledad. En mar
abierto, en duelo contra los monstruos marinos. Nuestros cielo no era del mismo
color, como le decía: planes, familia, amor que yo necesitaba, decía ella, acabar
nuestras carreras profesionales, trabajar, alquilar un departamento, escribir libros
e investigaciones, tener un hijito. Nunca comprendió fielmente el abandono
personal que me impuse. Ella simplemente decía que yo estaba aislado. Se sentía
como una empecinada contradicción de polos opuestos, ya no había amalgama,
ninguna química para explotar: ella me pedía explicaciones, yo fingía respuestas,
ella me condicionaba por un bien mayor argumentando que yo estaba
"indispuesto mentalmente" para decidir por mi mismo; ella creía que yo
simplemente estaba deprimido.
Kenny me despertó, “te estuve haciendo daño, Celeste, sin que me diera cuenta”,
pensé.. caminaba tambaleando entre la pista, parecía un sueño, otro día que
parecía un sueño esta realidad. Cruzamos el boulevard sucio de basura. En este
país los servicios hacia la ciudadanía son una fachada de corrupción, invierten
veinte y roban diecinueve, mientras nos podrimos de basurales cada mañana,
cada noche, cada día. Al menos los perros callejeros tienen algo de comer,
revoloteaban las bolsas olorosas. Compré Malboro en la tienda del tío Chino, una
blancón muy amable, le compraba allí desde que empezaba a fumar a los
diecisiete años. Kenny le tenía confianza, abríamos botellas en sus bancas y
mesas colocadas encima de la vereda peatonal, a dos casas de la misma avenida.
—¿Y si nos quedamos aquí?
—No, Kenny, vámonos, hace mucho frío. —Vera tampoco quería quedarse.
Llegamos a casa, Kenny encendía las ollas para calentar la sopa que cocinamos
tempranito antes de las jornadas. Me puse a limpiar la mierda del perro, le
echaba lejia, aromatizantes, quedaba pulcro. A nadie le molestaba la presencia de
los canes. Vera estuvo jugando de rodillas en el piso con Bobby y el Negro la
miraba con recelo. El gatito que trajo la china no dejaba de maullar. Alonso salió
de mi alcoba:
—¿Cómo les fue muchachos? —reía de oreja a oreja.
—Alonso, te presento a Vera —decía Kenny.
—Oe tío, tienes que limpiar también, tamare. —Espeté.
—Sí he limpiado, el cuarto, el baño y el pasadizo. Ya tú limpia la sala. No te creas
dictador. Ja,ja,ja.
—Sí, putamadre. Tienes razón. Ja,ja,ja. —Vera nos miraba sonriendo. Se le notaba
alegre. Yo también, Kenny. —¿Dónde está Sandro?
—Fumando weed.
Y Kenny abrió los chorizos robados, la salsa blanca, el arroz y nos servía a mi y
Vera. Dijo que Alonso se sirva a sí mismo y Nayeli. Alonso ya estaba en pijama,
utilizaba la lapto, cuando no salía a expropiar se iba a algún cachuelo en la calle
o se quedaba cuidando a Nayeli que llevaba tres meses de embarazo.
Me sentía feliz, esta era como una casa Okupa que visité en Santiago con los
mexicanos anarcos. Las tres casas okupas que visité, había amor, arte, música, y
un gran odio al sistema. No había problemas de ser quien quisieras ser, podías
ser homosexual, lesbiana, callado, enfermo. Nadie iría a decir a otro cómo vivir.
—Dice Limber que está viniendo. Mejor lo llamo
—Llámalo. También quiero fumar y no quiero comprar.
Cogí el celular. “Oye, ven a mi casa altoque. Seguro estás con una flaca. Ven
rápido porque me acabaré el jagger. Trae hierba. Mañana vendrá mi amiga
Fiorella y quiere hierba.”
No tenía ni idea de cómo formar una guerrilla individualistas, les dije a mis
amigos que podía robar tragos deliciosos, les gustaba mucho el alcohol, era su
debilidad, entonces, ¿licores finos?
La luz del nuevo día traspasa los cabellos de mis perros, se aloja en las figuras de
los objetos de nuestro alrededor, la luz nos obliga a lenvantarnos, creer en el
tiempo y en la espesura del espacio, el sabor fresco del viento frío de invierno,
gotas de lluvia en el patio de la tierra, olor a incienzo que mi tía dejara para
ambientar, mi perro mueve la cola al verme despierto, revolotea mi cama,
extiende sus patas, bailan sus orejas, besa mi mentón; vientres abiertas en la
avenida, asesinatos múltiples todos los días, gritos de dolor y espanto en las
calles y las iglesias. Los templos de los policías seguían alquilados por
delincuentes que no hacían servicio a la comunidad. No había escapatoria. Errar
significa pagar. Celeste ya no estaba. Se había ido para siempre. No la buscaría
más. Eso me impresionó en un principio.
Abrí los ojos, Sandro y Limber dormía en la cama inflable de Limber. Alonso y
Nayeli en mi cama. Kenny y Vera en la otra habitación y yo en el sillón viejo.
Sin la universidad, sin Celeste, sin los gestos de autoridad de casa era más
sencillo.. Sin papá y mamá, a pesar del deseo insatisfecho de su ausencia que
amarga a un joven adolescente, no pedirle permiso a nadie era artístico, muy
satisfactorio. Alejado de las multitudes, de la masa que deforma el cuerpo del
individuo, llegó Kenny a casa destrozado. Él comprendía mis pensamientos
esquizofrénicos, un rechazo abismal a todo lo existente y un no saber qué hacer.
—Salimos en grupo a beber a la playa a acampar. Bebimos harto, me tomé
alprazolan, fumé weed y no me acuerdo más. Ella dice que le estuve maltratando.
Mi otra amiga dice que no pero sus amigos le apañan. No entiendo, tío. No
entiendo esta mierda. Igual le pedí perdón. Fui a su casa de amanecida y me
botó.
—¿A qué hora fuiste? Si estaban acampando.
—A las siete de la mañana. Esperé por media hora afuera y salió por la ventana.
Me dijo que me vaya, que su mama saldría con la escoba.
—Putamadre, Kenny. Toma, bebe, tengo guardado esto, jaggermeister.
—Le estuve lanzando piedritas a su ventana, una cada vez más grande. Ja,ja,ja.
Exactamente como un perro perdido, de los tantos que rescataba junto a mi tía.
Famélico, sin hogar, cadavérico, sin ningún sentido de esperanza. Excavaba en la
basura, en los litorales, entre el mar y la tierra, entre la diferencia y la comodidad.
Pero llegó Kenny, destruido, despojado de su familia política.
—¿Qué fue? ¿Por qué no te dejan pasar?
—Esa tía es una pendeja, la esposa de mi padrastro.
—Nunca me cayó ese tipo, men. Nunca. Te puedes quedar aquí.
Celeste empapó su mejilla, y podía verse reflejo de las luces externas en sus ojos,
me abrazó fuerte, me besaba. Abrazaba mi soledad tan
debía cambiar. Si no tenía motivos para hacerlo, debía hacerlo por ella, me
enseñó; me hice la idea unos años. La eché a la cama y le iba desnudando,
a los dieciocho y ella diecisiete años, parecía que ella tenía una necesidad
imperiosa de satisfacerme, y en sus infidelidades, le adimití
aquella misma necesidad. Celeste parecía que tenía una deuda consigo misma.
Volvía a decir que me amaba con su fina voz cuando cantaba Andres Calamaro.
Me atrapó, no podía permitirle sufrir a mi novia. Le dije que la quería por delante
de todo, le mentí. Y en mi mentira había cierta verdad, yo la quería solo a ella.
—Recuerdas cuando te reclamaba acerca de tu pasado con ese tipo mayor, y con
los treinta más que perdimos la cuenta.
—Ya no pienses en eso, amor. —Me miró sigilosa.
—No lo hago, reyna. —Le besé y le abracé.— Tú eres mía y me encanta todo de
ti. No me importa el pasado, te lo dije. Pero ahora encuentro
-Ya no será nunca más tú, yo y ninguna familia de mierda que hacer, ningun hijo
que se volverá
un mediocre obediente e impotente. ¡No quiero eso para mi! ¡Mierda! ¡No lo
puedes aceptar,
En esta sociedad no hay muchas personas que lean libros por sus propios
medios.
Escuchaba Sleep Dealer por horas, uno de sus álbumes, The Way Home, escribo
intoxicado, pensando en el pasado, en Celeste y cuando encontré esta banda
musical. Ayer le conté a Valeria nuestra ruptura, los últimos días, cuando Celeste
me pedía tener un hijo conmigo, su irremediable forma de amarme, su
imposibilidad de cortarme en persona. Ella no quería terminarme, aceptó mis
términos: amor libre, delincuencia. Ella me entendía, me trataba como mamá
cuando era niño y me llevaba a pasear a los parques con alguno de mis perritos,
me esperaba sentada viéndome orgullosa recorrer el campo, tirándome al suelo,
gritando y huyendo. Mi madre le decía a mi abuela que yo era feliz con los
perros.
Era Julio, la humedad se apoderaba de mi habitación, mucha languidez decorada,
frutos de una innecesaria vida decrépita, resultados deplorables. Una perpetua
sensación de angustia, como el sábado en el bar. Celeste interpretaba malísimo
mis opiniones, yo la amaba, no dejaba de hacerlo, ella lo sabía, se lo decía, pero
ella quería todo a su manera. -¿Encontraré a Celeste?- “Camino a casa”,
significaba el título. Yo quería estar en casa, beber unos desayunos sobrios,
conversar sobre la familia, algún chismesito del barrio, las mascotas, la boda de la
china, las proezas de mi sobrina. Celeste era como mi madre. -Me sentía apático
antes de conocerla era tan sencillo todo a su lado caminar las calles del centro
de lima beber un trago contar nuestras historias como dos niños sin hogar uno
atrás del otro uno encima del otro uno cuidando de todo-
En diciembre la contacté, para saber algo de ella, para realizar una amistad, ella
se negó con justo derecho, y no me importó. Nunca lloré. Quizá por dentro,
como cuando el individuo pierde un poco de encanto exterior, mi interior estaba
lleno de locura. Tampoco otras chicas, nadie. Yo quería meterle una bomba a una
comisaría o un edificio del Estado con tanto deseo. Pensaba en ello más que en
Celeste.
Cuando era muy niño mi padre traía a un amigo inválido a casa, un pobrecillo
que caminaba lentamente, inclinado en un bastón, mitad bestia mitad hombre,
sus piernas no se podían movilizar libremente, y la otra mitad del cuerpo carecía
de toda flexibilidad. Raquítico, huesudo, abandonado. Maximo Hernandez, un
grande
Nos visitaba con ganas de ayudar en algo, lo poco que podía era barrer, trapear,
lavar los platos luego de las austeras comidas, arreglar las sillas o mesas,
él era carpintero de joven y se las ingeniaba para arreglar todo tipo de cosas en
casa. Quería sentirse útil, nosotros le dábamos en nuestra inmensa pobreza
casa. Mi padre tenía deudas en los últimos años que la pasamos juntos, le fue
mal algunos negocios legales y se sentía obligado a trapichear, buscarselas de
cualquier
que se metía en pleitos con mi tío, peleas callejeras de aquellos años setenta y
ochenta en estas periferias, cuando no había pista sino arena y no había
los continentes miles de años antes era la tierra del mar. Máximo también lo
sabía y eso era lo que teníamos en común, nos gustaba leer
abandonado y solo.
—Tu abuelito era un tipo muy fuerte. Era amigo de mi padre. Tu padre tenía
siete años cuando tu abuelito murió. Tu abuelita estaba destrozada. Tu abuelita
entonces era una mujer muy guapa, los hombres venían a casa a visitarla.
Conocí a ese tal Reynaldo, su hermano, se los llevóa todos tus tias y tu papá. Tu
—Tu papá era un tipo muy inteligente, un cráneo. El organizaba a todos sus tíos,
daba ideas y tu tía era muy receptiva. Los sábados nos metíamos una tranca. Yo
entonces podía caminar.
Me sentía muy domesticado esos días. Estudiar, volver a casa, jugar con mis
perros, las visitas de Celeste. Leer mucho.
—Cuando era niño vivía con mi padre en el cono norte, mi papá trabajaba en las
haciendas de azucar. Yo vivía con mis hermanos en una casa humilde cerca a las
tierras donde los explotaban. Cuando debían vacunar a todos los niños contra la
polio, los empleados de salud no llegaron a mi casa. Mis hermanos estaban con
mi madre en Trujillo. No me vacunaron y por eso ando así.
Este último año para mi fue la más bohemia y pasiva. A veces me iba a expropiar
libros a las tiendas Crisol o EntrePáginas, le traía a Máximo lo más reciencito que
eponían de Arguedas. Nos gustaba leer a Arguedas, especialmente cuando
evocaba capítulos de su infancia donde lloraba al ver a los animalitos de la sierra
sufrir por la mano humana. Cuando falleció le pedí a mi tía que trajera todos los
libros. Ya había pasado más de una semana, cuando mi tía me trae la caja, y veo
los cincuenta libros, no pude evitar unas lágrimas. Lo vi entrar una vez más a mi
casa con su bastón, su gorra que ocultaba las canas, y las prendas que mi primo
le daba. En mi mente “adiós, hermano, vengaré tu muerte”.
—Aristóteles escribió que los humanos somos animales pero “racionales”. Esa
justa razón en la consciencia nos daba la merecida aprobación de lo cuerpo, lo
normal y lo divino. Ya no éramos simples criaturas, ahora éramos algo más. No
creo en esa mierda, Máximo.
—Te has vuelto muy inteligente, Daniel. Pásame un libro que me retuerce la
mente.
**
Capítulo IX
Mi abuela dialogaba con mi mamá sobre una "Corrida de toros", una fiesta
patronal, el aniversario de Comachi, la familia, los amigos de toda la vida, el
alcalde y los respetables señores. No comprendía, ¿corrida de toros? Habrían
toritos que me deleitaba viéndolos en las caminatas a las chacras con mamamarci
y Justina.
Cientos de cuerpos coloridos, miles de colores como nunca antes veía, saltaban,
extendían sus brazos, botellas de vidrio con un líquido marrón, cañazos, tinajas
de chicha de jora, ollas gigantes, la gente comiendo con los dedos, mamá llevaba
los cubiertos de plástico, Justina estaba con otros señores algo lejos.
—Qué espesa la Justina no viene con nosotros, Elvira.
—Ya, mamá, seguro tendrá otros asuntos.
—El pueblo ya no es como antes, mi hija. -Mamamarci se cogía las manos.
—Todo cambia, mamá, el bebé debe radicar en Lima, te extraña.
—Me extrañas, mi hijito.
—Sí, mamá. -abrazaba a mamamarci.
El toro corría, le apodaban El Gato, mamá tenía miedo que salte sobre encima
del muro de madera, mamamarci no tenía nada de miedo. Le gustaba el peligro,
creo ahora. El toro brincaba tras la pañoleta gigante roja del Torero. Parecía
furioso, una bestia hermosa, regordete, los cachos daban miedo. La baba le teñía
de un aspecto tenebroso.
Era un circo compuesto de madera, rojiza y blanca, debería ser madera de los
eucaliptos, mi abuela decía que es la madera más resistente, tranzando algún
negocio con las señoras de sombreros de amarillos como mexicanas que veía en
la televisión. Murmullos en quechua, niños y ancianas en algarabía, los hombres
sonreían, bebían sin medirse. Las mujeres sirviendo, espectando, decían que el
torito era bello, y el toro seguía corriendo como Layca cuando llegaba de clases,
en números ocho, levantando las patas, exponiendo su mirada orgullosa y su
pecho de paloma. Ojos marrones de Layca, piel crema, mordiendo mi planta de
maracuyá, nunca me enojaba con ella. De pronto el torero, un mexicano con la
cara ancha, y un diente de oro, saca una espada. El toro seguía como un
canserbero queriendo arremeter un cornazo, los toreros de capa rosada
despistaban la atención del toro, el chico se veía acorralado, atacando a lo
primero que veía cerca, el torero levantaba la espada hacia el cielo, los
multicolores saltaban y vitoreaban, el tío Guillermo le recordaba a mi abuela
otros episodios matrimoniales de espada y toro. Escuché que el toro iba a ser
atacado. Los de capas rosadas le colocaban unas astas en su espalda, varias, de
su lomo salía sangre, y dejé de gritar como la gente, me encogí como insecto,
comprendí lo que iba a suceder rápidamente, el estómago se me hizo un nudo,
miré a mamá y le pregunté si iban a matarle como todos comentaban sin la
mínima compasión. Me cogí las rodillas, mi pantalón de lana apreté, el friecito
era abrumador, mamamarci me colocó un poncho negro con líneas de hilo
rosada y amarilla, mi gorrita de lana, recuerdo, me la quité, apretaba fuerte..
—Es costumbre aquí, Daniel, que lo maten. —Una mujer agregó palabras en
quechua riéndose.
—¿Qué dijo? Qué dijo, mamá.
—Que si no como comemos el bisteck que tanto te gusta.
Busqué a Fabricio con la mirada, seguro si me veían con los ojos rojos se
burlarían de mí. Mamamarci llegaba con un bolsa transprante y dentro papel
blanco cubriendo roscas o alfajores.
—Mi hijito, quieres alfajor.
—No quiero nada. —Pobre torito.
Pensaba como la gente del pueblito eran felices si no tenían TV, computadora,
Goun bound, otros videojuegos, primos o familia que les dieran mejores ropas.
Subí el cerro empinado de paja, cactus, piedritas que negrea de sombra el único
colegio. Mamá me dijo que regrese pronto, que el calor me va cuartear la cara.
Burritos andaban con su dueño, un hombre enano y con piernas muy anchas. El
burrito parecía triste, vi el circo asesino tras el colegio. Me senté, lloré solo, y le
dije al torito que lo vería en la otra vida, con papá dios y Jesús. Surcos, chacras
amarillas, revoloteando los verdes, amarillentos, blanquesinos y marrones árboles,
parecían enredaderas los surcos de piedras, el cielo celeste inmenso, curvas,
jirones, direcciones opuestas, el torito estaría en el cielo, lo miré una vez más.
¿Qué es el eco-extremismo? Vivo en tierras donde no existe guerrilla de ningun
color ácrata. Desde los 70 en diversos países se alzaron individuos con sus capas
negras y sus máscaras, ocultos como fantasmas, perdiendo el juicio, la razón, el
amor. En estas tierras somos contados con los dedos los que pasamos a la
ilegalidad. Les escrito desde el completo anonimato, nunca sabrán quien fui, quien
vivió esto. La guerra es lo único que nos queda, pelear y morir en la batalla. ¿Por
qué?
Rodolfo trabaja quince horas al día, para poder mantener a su familia. La denuncia
de su ex mujer lo tienen loco, si no cumple, puede parar en la cárcel. Alonso está
amenazado por Nayeli, ella es menor, dos hijos, casa alquilada, un padre
dipsómano, una madre sumisa. Ningún oficio. Sandro tiene problemas familiares
con amenazas de muerte de obsequio. Vivía en España, con mi tía, mis sobrinos,
no me sentía cómodo al verla trabajar, la rutina casera, los fines de semana de
familia y por debajo de nuestro departamento, montañas de muertos y esperanzas.
Escapé, fugué de esta mal llamada vida que me quisieron someter. Conmigo no
pudieron. Nunca podrán.
Siempre quise asaltar un banco, era de mis sueños más lujuriosos. Morir asaltando
un banco, me lo imagino, y no puedo creerlo que llegué, pude llegar tan lejos. El
único problema era que podía morir, en un porcentaje temible. La muerte, la
mentira. La lucha desigual donde la primera triunfa, contra todo espejismo e
idealización. Celeste no aceptaba mi deseo de muerte, no entiendo por qué pienso
en ella ahora, como también en mi familia, en mi tío despotricando a los ministros
en nuestros desayunos escolares, en mi tía Felícita en España, con mis sobrinos, en
la playa del mediterráneo, decía Camus que está siempre a la vuelta de cualquier
esquina, el absurdo.. la migraña me aterrorizó hasta el medio día, quizá en esto
tenga algo que ver Pochi, es un tipo duro, lo comprendo, querrá ver lo mismo en
mi, él está diez pasos adelante mío, debo ser sincero, nada más, me está
estudiando, incluso me estudia ahora mismo, aunque no me mire. ¿Cuántos días
tuve que pensar en dar el paso siguiente? Cinco, ahora compraré el arma antes de
gastarme mi dinero.
El caos llenó mi vida de temporadas infernales con Rimbaud, con Digiovanni, con
la delincuencia que reivindiqué como nihilista.
Pochi se llama Juan Carlos, Josué en su primera impresión lo describió como
cualquier persona que pasara desapercibida en la calle. Pochi me comentó un
asalto de una ganancia de 50 mil soles, él en el teatro de chófer. Lo capturaron a
las semanas, los policías exigían un pago, nada más. “Así es el hampa, una mierda,
Daniel, por eso debes tu dinero guardado, sino, una mierda, no hagas nada,
quédate en casa”, me daba consejos. Piel trigueña, casi de mi misma estatura, no
parece tener una gran fuerza física como Pedro, pero era inteligente, tenía control.
El papá de Carolina era chófer en sus años jóvenes, con Rolando coincidieron que
el más bravo en una operación de asalto debe ser el chofer. Pochi tenía un gran
entrenamiento mental que me hacía sentir un insecto entre bestias. No comprendo
aún por qué me insinuó la idea. Me alcoholicé, estábamos también Oscar y Victor.
Todos estábamos aún intrigados por la conducta disidente de David.
Estoy muerto, prácticamente muerto, solo mi carne aún se mueve, entonces, voy
a atacar, con toda la fuerza de los espíritus de estas tierras, del espíritu criminal
del los Unicos, los salvajes, los que negamos toda idea creída por la sociedad,
todos los esclavos carentes de pensamiento nunca lo comprenderán, tampoco
nuestra familia, ni las personas que considerabas muy amadas, rechazarán tu
rebeldía. Es un riesgo, el sacrificio, todo por saborear otros modos de vida, el
deseo de morir me dio vida, fuerza, voluntad, negación a toda idea existente,
somos la nada creadora.
Hice un trato con David, era exquisito, para ambos. Le di diez prendas y me pagó
con una buena cantidad de marihuana y un poco de cocaína. Kenny medió el
trance y Alonso ya buscaba clientes, desesperado por dinero que hacía mucha
falta, nos dedicamos a vender hierba entre conocidos. El causa de Kenny, Anyelo,
venía a casa en su carro, un station descuidado, la ventana delantera carecía de
flexibilidad, colocaba un trapo negro para cubrir una mentira y ningún avispado
meta el brazo e ingresara con normalidad. Anyelo vivía en casa del tio Benancio,
semanas antes el tío se había mudado a Nueva Esperanza, montaba su negocio
de pastelería, Anyelo era su movilidad personal, fumaban hierba como locos,
habían dos muchachos más, decía Benancio, sus sobrinos, dos hermanos
gemelos, trigueños y feos de cabellos ondulados, macetones; y un cuarto, un
moreno flaco con cara del jugador de futbol Advíncula, me parecía, yo vivía
drogado todos los días. No conozco dealer que no consuma su mercadería.
Nadie hacía caso a Tony Montana. El tío Benancio era un buen tipo, campechano,
extravagante hasta la médula, llevaba los setenta años y utilizaba ropa de los
clásicos Heavy metal: botas, casaca de cuerpo, metales de adorno, y nos decía,
cuando lo conocimos, llevaba siempre su pistola, un cañoncito de revolver.
—Présteme su pistola, maestro, le decía, emocionado.
Sacó de su cuarto, una especie de lienzo artístico, donde guardaba objetos. Sacó
esa belleza.
—Que belleza, maestro, que belleza.
Alonso cogió el revolver, y se apuntó a la cabeza.
Kenny reía.
Vendimos cinco gramos de hierba.
Me quedé dormido, putamadre, estaba agotado, muy agotado. Pasé la noche con
Victor y Giampier, bebiendo chelas, fumando cigarros y aspirando cocaína.
Usualmente puedo evitar una mala noche, no debía cansancio. Y había algo que
me empujó a quedarme allí. Una divagación muy filuda.
-Con esto compre la jeringa, las pastillas y la medicina. Vuelva para proceder con
la inyección.
Cogí los papeles y largué. Tenía ganas de un fuerte abrazo, apenas llegue a la
casa le abrazaría a Carolina muy fuerte.
—Que te pasa, Daniel. —Se reía.
—Necesito que me abraces. Puede ser el último día de mi vida. Mañana ya sabes
lo que haré.
—Ay no pienses así, todo va ir bien. Tranquilo.
Nunca deseé nada de lo que me rodea, vivo sufriendo por el olor rancio de esta
metrópolis, sufro y me hago fuerte, soy más fuerte entre muchos. Entre la masa
de heno y de insectos, me convierto en cuervo y vuelo a la muerte; Abigail
conversaba con Limber, que su ex novio volvió a llamarla, que él está soltero
hace tres años y ningún amorío le llena, ella le mira, pícara, endemoniada. Se
para, bebe un vaso de agua, saluda a su mami de Limber. “Daniel, quieres
almuerzo?”, no señito, no gracias, estoy lleno. Estaba con la garganta hambrienta
de sangre. Un dulce azote del tiempo, carroña del cuerpo, espectro del final,
montañas de cadáveres, nunca deseé nada de lo que me rodea. Pedro llama al
celular, “loco, vente, es hora de partir”, llevo a Abigail de la mano.
Salud por la tempestad que ahoga las navidades, salud por las negaciones a los
colores de la ciudad, salud por el terrorismo nihilista contra la democracia, salud,
por el paso firme hacia la nada, la muerte.. ¡Salud por el día que leí “anarquía”!
Salud por los mensajes de vino, de ginebras, de polvo cubriendo las espadas
legendarias. Salud por el día que abracé el caos y abandoné todo, todo lo que
conocí hasta entonces. Salud porque somos puro sentimiento, salud por la
conspiración, carajo. Salud por los lobos empuñando un arma.
La vieja abrió la puerta para entregarle los víberes a Abigail que tenían un
volumen al cual solo se entregaba mano a mano, ella, como le indicamos, dijo
que le dolía el brazo; estuve tras ella, como un hermano con lentes, gorra, en
terno, un tonto del culo. Empujé con mi hombro con la mayor fuerza posible. Le
dije que se vaya con mis ojos. Mis ojos estaban en perpendicular a la puerta,
donde la gente de la zona transita a tan solo diez pasos. Volví mis ojos a la
escena y Pedro apuntaba con su pistola baby de color gris en la cabeza de la
vieja. Ella inmutada, ella callada, con los ojos en ninguna parte. Yo debía
quedarme con la vieja y la pistola, según la idea de Pedro pero me ordenó hacer
su rol y buscar el botín. Huí a buscar el objetivo. Mi cuerpo actuaba solo, mis
ojos miraban al rededor, por si alguien se acercase a la ventana de atención.
Nadie debía mirarme. Mi corazón se salía por mi boca. Volví a mi. Horas antes,
no quería estar allí, y era eso lo que buscaba por meses de dolor, lo deseaba
tanto. Deseaba nunca volver a los centros de trabajo, de estudio, sentado en el
parque del Mali fumando un cigarro leyendo a Bonanno o Ted Kaczynski, Beatriz
Preciado; de adaptarme a cualquier carcel y aprisionamiento mental me deprimía.
Salud por esos cerebros que desbordan alegría, placer criminal egoico
naturalizado por el odio que determina, salud porque lo que empieza, se termina,
salud por los años de propaganda vitoreando la muerte del Estado. Salud por los
anormales enfermos mentales.
En el parque de conspiración miré todo lo que por años me oprimía, una letanía
hedionda y sepulcral, un monstruo inmaterial chupando mi sangre, cortando mi
piel: la sociedad, la perra de babilonia, la fábrica mohosa, sus mecánicos inertes,
sus guardias asesinos; todo mi pasado también, mi espíritu incendiario construido
por años de soledad, mi padre en la cárcel torturado por los presos, mi madre
descansando ignorando todo. Pedro aparece, con su uniforme de construcción
civil naranja, lentes negros, casco amarillo. Abigail reía, no entendía por qué,
Pedro le invitaba a una reunión para el fin de semana, me quedé callado. Miraba
y no veía nada. Es como si estuviera absolutamente solo, complacido, exitado, y
con miedo. Todo lo que parecía ser yo. Quería a la vez, cruzar ese abismo. Era yo
o la vieja. Yo o la sociedad. Sombras tras los días.
La casa era pulcra, ordenada, mis ojos distinguieron las vitrinas, el botín de
dinero sobre una mesa, cigarrillos, dulces, y mercadería de valor. Un celular
también me apropié. En esa casa se olía a tranquilidad. Ociosas ovejas solo
debían pararse, vender, y volver a su gran placer del ocio. Cogí lo que había, me
oculté como un lince, respiré una mezcla de azufre y humedad. Aproveché los
segundos en seguir olfateando algo de valor, no encontré nada. Me sentí como
aquella película que vimos hartos de alcohol con mis hermanos Limber, Renato y
Alonso, un viernes estremecido por fiestas. Sangre por sangre, me sentí como el
personaje que carecía de una comunidad de amigos forajidos y buscaba ansioso
ser aceptado en alguna cueva de marginales. Sabía que Pedro daría la señal,
antes que lo haga se acercaban dos consumidores del negocio. Regresé en una
velocidad incalculable. Le dije a Pedro que ya debíamos irnos y él que no, que
podíamos aprovechar en subir a los dormitorios y extraer cosas de valor. Yo
insistí que no, que habían personas fuera y que me habían visto. El se negaba,
entonces lo convencí a la fuerza: jalé del gatillo de la puerta y crucé con
normalidad, los compradores estaban a diez pasos de nosotros, los miré y me
entró el fantasma de la ley y la represión, quizá reconocerían mi rostro.
Finalmente me retiré y me iba a paso ligero, cuando trato de cambiarme de ropa,
Pedro ya estaba corriendo a la calle contigua, gritó despavorido que me
apresurase. Lo hice y no supe cuanto corrí que ya estaba mi corazón
friccionando. La adrenalina me hacía sudar y mirar a todos como enemigos. Me
dio la mano golpeándome el pecho levemente. "Bien, peluca, bien
conchesumare", volví a mi, me sentí feliz y la psicosis empezaría a surgir. Pedro
luego me diría que era normal, que simplemente no saliera de casa una
temporada. Seguía intranquilo, no podía creerlo, salí vivo. Vivo por fin y ganador.
Gané. Le gané un paso más a la sociedad.
Estoy de lado de los muertos. Como Diego, puedo oler la sangre de mi hermano,
la cabeza angelical, su féretro de oro negro. ¿Y a quién le importó? Puta masa,
putos esclavos de mierda con sus discursitos de bienestar y valores sociales, ¿me
responsabilizan de su pobreza? ¡Vayanse a la mierda! ¡Sepan que el terrorismo ya
empezó! ¡Imaginen que tengamos armas biológicas, Ak47, helicópteros,
nitroglicerina! Puedo oler la sangre de mi hermano. En nombre de los muertos,
de los que seguiremos muriendo, estaré enterrado, y muerto quemaré más vivos.
Cuando muere uno, nacen cien, caerá nuestro odio por todos los vivos, ¡carajo!
Capítulo XII
Vera quiere suicidarse, desde hace muchos años, desde que tiene consciencia,
seguro.. desde que la conocí siempre comentaba algún guiño o cita sobre la
muerte, saborear la muerte, dice, es su mayor placer. Sintió en mis crímenes la
muerte misma, eso es lo que yo llamo compañerismo, camaradería, ella no
necesita expropiar, yo lo hice, ella me escuchaba.. es un trabajo grupal. Uno
contempla el ocaso morir en el atardecer, la nada haciéndose dueña de los
“Únicos”, el abismo imponiéndose en el crimen, en la soledad.
—Estoy devastado, Sandro, que deberìa hacer ahora. Los anarquistas en otros
países en nombre de sus presos o caídos explotan bombas. —Sandro dejó de ver
la pantalla gigante y sus ojos me pensaban.
—Voy a comprar un trago, Daniel.
Tengo tantas ganas de acabar con mi vida que no quiero volver a escribir, quiero
meterme un balazo en la sien y acabar este dolor. Vengar con mi muerte mi
bastarda existencia humana. Si Vera se suicida no me quedarán más de seis
meses de vida. No sé como lograría aprender a fabricar bombas, estallaría
comisarías hasta que la vida me consuma con sus miles de mentiras y absurdos
atormentando mis días. ¡La violencia, como se hace necesaria para permanecer
con vida!
¡Por amor estoy quemándome! ¡Por amor hundiéndome! ¡Por amor perdiendo!
Quisiera que cuando al despertar estos días de trabajo forzado, mire por la
ventana, y que estalle unas cuantas casas. Leer en el periódico un colapso de
algún edificio de un centro comercial, un par de policías abaleados por
delincuentes. Bajo el cielo gris y húmedo llevo una espina en la boca, la
reemplazaré con gillet, como los delincuentes del Callao o Surquillo que mi tío
Rolo me contaba abatido por alcohol. Y yo caminaba con Pedro en las calles
donde nos meteremos como murciélagos y cuervos hambrientos de carne
humana. ¿Por qué debería ser obediente ante las reglas de la mafia(Estado)?
Quizá una matanza por lo menos una vez al mes me alivara el dolor. Cuando
enfermo estoy atado al mundo, a la peste y la enfermedad bubónica que se
expande, con sus anuncios, con su educación, con sus valores, con sus dioses y
reglas. Raskolnikov estaba tan loco como los nihilistas de mi época. Son todos
los anarquistas de praxis, nihilistas y eco extremistas personajes dostoievskiano. El
dominio del Estado no garantiza el bienestar de nadie, solo impone su fuerza y
permanece, reconchasumadre.
En Chile, México, Grecia, Italia y el resto de los países donde la bomba es pan de
cada mes, sucede lo mismo. Y los anarquistas que tiran dedo al mismo estilo de
la policía, que son incapaces de portar un arma. Esos que con su discurso
antropocéntrico, de redimir a la humanidad de la santa inquisición capitalista.
Que dicen, las masas son la unica vida de lucha, que la construcción popular, que
la mierda cambiará por la esperanza. Se pueden meter la esperanza al culo. ¿Si
quieren ustedes agonizar en esclavitud, deja al individuo!? El destino del se ha
dicho es aquel que el mismo se sabe forjar, y hoy no hay más que una
alternativa. En rebeldía o esclavitud.
En rebeldía o esclavitud.
En rebeldía o esclavitud.
En rebeldía o esclavitud.
-Disculpa, tío, me siento mal. Normalmente puedo controlar mis emociones. Esto
es algo nuevo para mi.
Sandro me visitó con su nueva amiga, la misma chica que junto a Antonio le
habían robado sus celulares. Sandro estaba loco, pensé, y María contaba sus
experiencias. Mucho alcoholismo mientras escribía..
Hacer algo era muy aburrido. Podía estudiar algún curso pequeño, costaría
dinero que no tenía. Luego ganaría un sueldo nada envidiable. Me cuestionaba,
para qué trabajar para este puto sistema. Me daba náuseas solo imaginarme
volver a esas celdas laborales. No había salida, no hay tregua. Uno camina
purulento sin frutos, sin bosques, sin lagunas fosforecentes. Uno camina
encogido, uno camina manos al bolsillo, uno camina aburrido. ¡Putamadre!
Y más odio, más huracanes, más volcanes, más tormentas y mares. “¡Más
venganza!”, y pensaba, así estaba yo hace un par de años, solo, alcoholizándome
con mis amigos, entre tanto, el mundo giraba y yo lo ignoraba, prefería el zenit,
la inviolable niñez, la inconsciencia.. y así estaba yo, pensé, amargo, llorando por
dentro, manos al bolsillo, dos o tres días sin bañarme, oliendo a pisco de
Rolando, cantando Sex Pistols, Flema, Eskorbuto; no le daba tregua al pasado,
vivía una mentira, y cuando conocí la civilización me espanté, huí, fugué.
Caminando con Elizabeth en el parque, discutiendo de gnoseología con Renato,
copas y más copas con los chicos, expropiar licores por desidia, fumar todo el
día, “como chino frustrado”, decía mi tía.. “¡Más odio!”, el odio me empujaba a
vivir, era lo único que parecía quedarme, mis perritos, todos los animales
asesinados, la naturaleza divina demacrada, los héroes vengadores. “¡Quisiera un
arma, dinamita, un carro!”, amargo, me volvía loco.. dirigéndome a casa de
Limber, tomar unas cervezas, olía la idea, en medio de todo el maléfico escenario
de lo naturalizado. Le llamé antes, “trae tus valijas, aquí lo vendemos en mi
barrio”, sí, recordé, su barrio, los conocía de lejos, algunas veces compartimos
vasos.
Regresaba a la luna de las divagaciones, luego de expropiar mercadería. El
pueblo áspero se oculta en las casas pobres, se puede observar algunos rastros
del ladrillo condimentado de cemento roído, el cemento se apolilla por el frío,
cinco o veinte años, los colores se quiebran, eran estaciones de tiempos
violentos, una máscara diferente, veredas incoloras, arenas, sentimiento del
villano, atmósfera de odio, como el mío.
Y yo caminé por años, muchos años sin panaceas, sin música, sin versos; y
contaba los pasos, de la avenida principal de Villa El Salvador a la empresa
donde Pedro esperaba, disfrazado de albañil, pistola en la espalda, con muecas
desesperantes y una gran serenidad. Con el corazón en la boca y la adrenalina
mezclándose con mi sangre, bombeos del pulmón, pregunté si vendían tales
productos; Pedro allanó, yo allané. ¿Quieren aprender a allanar empresas o casas?
Es fácil, solo deben estudiarlo, mirar por todos lados, conocer a las víctimas,
conocer el territorio. Unas semanas de estudio. No se desesperen nunca. Salidas,
rutas de escape, ingreso, ¿cómo ingresar? Hay puntos vacíos, puntos huecos.
Como en los pasillos de los supermercados. Puntos invisibles. Y deben hacerlo
con gente que ha hecho esto por años. Yo conocí a Pedro. Sus tatuajes de
berraco y una extraña hoz y martillo. ¡Buen muchacho! Y yo, un individuo
queriendo abrazar el nihilismo, despotricando toda idea y fundamento.
Mi perrita Rina quiere subirse a mis piernas, mientras escribo volviéndome loco
cada día más, ella huele mis emociones, muchas veces saltó hacia mi para
consolarme. Los perros tienen esa habilidad. Como algunos delincuentes, te
observan, te hacen crispar. Y sigo escribiendo, aprendí esto luego del crimen.
Algún día moriré abaleado, ahogado o suicidado pero dejaré estos textos. Y
muchos jóvenes dejarán sus vidas falsas para lanzarse al precipicio, y no me
arrepiento. Arte como crimen, crimen como arte. Hakim Bey, frase hermosa.
Poeta de la conchasumare. Pero a Hakim Bey no le entenderá cualquier persona
corriente. Tiene una prosa elevada a lo Stirner y a su plagero alemán.
Nadie merecía vivir, esas letras estaban en mi cabeza, días, semanas.. nunca la
sentí tan propia, como un símbolo tatuado; Siempre es una aberración, la verdad.
Algunos necesitan las mentiras para sobrevivir, yo era de ese ínfimo grupo de
personas que preferían la soledad, las pastillas, los márgenes, la imaginación del
abismo, morir a vivir. Aún recuerdo cuando la primera vez, almorzando luego de
mis trabajos comunitarios, irrumpió mi andar en curvas sin direcciones, me dijo
que quizá era el último año que le quedase, que me portase bien, que cuidara a
Dennis. Que cuidase a mi abuela, esperase a mi padre, que lave los platos
siempre a tiempo, para evitar las moscas, alimentase a los perros puntualmente,
que ellos necesitan su horario establecito. Que arregle los problemas con Barush,
salude a mi tío, que lo respete, porque vivi con él y me orientó. Que deba volver
a la universidad, trabaje, tenga una novia decente.
**
Recordé esa angustia, ese cuchillo, el insomnio; ninguna madre estaría orgullosa
de un hijo desadaptado. Sentía la culpa en mis labios, yo no quería suicidarme,
yo no podía irme de aquí aún, robé para vivir, consumía lsd, me emborrachaba,
leía, conocí el bajo mundo, me rebelé a lo existente y me aislé, todo, para no
suicidarme. Yo quería suicidarme en las albas u ocasos, en la locura o la
normalidad, en la rebeldía o la sumisión.
-Mamá, ¿qué pensaba la abuela de joven? ¿qué hacía, qué tenía en mente, en sus
planes, con mi abuelo, qué querían hacer? -quería alguna respuesta, el pasado
era mi futuro.
-La abuelita sufrió mucho. Mi papá también, era un joven solitario, sus padres
tenían otros compromisos y otros hijos. Lo mejor que le pudo pasar fue conocer
a mi mamá.
Mi cuerpo era débil en este clima, el invierno empezaba y me hacía inútil horas
en la cama. Me sentía como un praguense, en extremo enfermo, con miedo y
aburrido de la vida. Mamamarci era mi enfermera y cocinera particular.
Mi muerte. Soy un mal tipo. Y esto es lo que cargo también, nadie es tan
valiente como yo.. El individuo ha nacido solo y lo humano le despojó de todo lo
verde, lo salvaje, lo desconocido; la razón asesinó las flores, entre mi individuo y
mis versos, nace un eco sin esperanza. Algunos nacimos condenados, de cara al
precipicio, el crimen, el hastío, yo nací arruinado, rebelde y solitario o quizá no
debí nacer.
Capítulo XIII
Los jinetes emisarios del terror, los caballos y lobos nacen con el astro negro de
amor, iluminando las tierras puras y danzando, el mensaje va danzando,
apuntando sus flechas al temor, al miedo al precipicio. Hordas de muertos,
calaveras vestidas de negros con bomba al inicio y al final, del desborde
abrazando el mar en dirección al norte, y el podrido mundo dejándolo atrás. Los
perros infernales invadidos de fuego y de odio corriendo en las calles, también
ascendiendo, vomitando dinamita, escupiendo música, y nosotros observando
siendo llamados, llamados por la naturaleza, llamados por los ángeles negros que
yacen en el Vesubio, bailando con Espartaco, las brujas violadas y los indios sin
rostro. ¡¿Por qué?! Los muertos viven procurando que el caos destruya el
platonismo, lo ideal, la fantasmagórica mentira del “más allá”. Lavándonos con
ácido las muñecas de las esposas recordamos que somos nada, somos nada,
¡somos nada! Malditos feudales, malditos caballeros enlatados de cristianismo. ¡A
tragarnos el espesor y la amargura! ¡A tragarnos el inmenso dolor de la
existencia!
No encuentro motivos para vivir sin tu cuerpo, caigo mil veces al abismo, sin
compasión, sin humanismo, sin el legado torturador de la metafísica, el olor
rancio de costumbres esparcidas por los cerebros dogmatizados de la
nauseabunda hediondez del pueblo. ¡La soledad! Amiga fiel que me enseño el
camino al crimen, camino al arte, camino al nihilismo, con mis perros carachosos
aullándole a la luna y su precipicio. La luna es el inicio. Besar sus helados
océanos por encima de la civilización con Diógenes y Raskolnikov y todo el arte
del odio.
Desperté a las 7 de la noche, había soñado con mi chico, solo pensaba en él, con
una miserable culpa, ya no estaba aquí y eso no debía atormentarme, vivió feliz
en la medida que le pude ofrecer compañía, era un buen amigo leal. Siempre
quise tener un perro grande que inspirase miedo, él era mi favorito para salir a
caminar a comprar algo al mercado, o vagabundear. Ya no estaba mi chico, me
dejó en este mundo enfermo. Mi tia Elvira lo recogió en una temporada de
otoño del 2017, lo captó al vagabundo que merodeaba el vecindario por una
perra preñada, le dio agua y comida, eso fue suficiente para que el vagabundo
fuese aceptado por la manada humana y canina. Recordaba algunos episodios,
desde un panorama ahora lejos, muy lejos; cuando lo bañé por primera vez, le
temía un poco, el Negro media mas de 1 metro 30 parándose de dos patas, era
gigante. Apenas me dio confianza y lo bañé con la manguera que le inspiraba
terror. El chico no tenía los dientes completos, yo le calculaba unos cuatro a
cinco años de nacido. Sabía recoger el balón de trapo que le lanzaba cuando
hacíamos ejercicios en la loza de arena, entonces adiviné que ya debía tener una
anterior familia humana; lo abandonaron en la calle y tuvo la suerte de
conocerme. Mi abuelita ya se había acostumbrado a él, le acompañaba a caminar
al mercado, a la tienda o cualquier lugar. Tenía las característica de un pastor
belga, inteligente y protector también lo era. Alguien tocaba la puerta, ya no
escucho los ladridos del Negro, estruendoso, agresivo y celoso de su manada.
Apostaba que era Sandro, a informarme sobre el viaje a Barranca.
-Oe, tío, mañana nos vamos a barranca, te alistas, bajas a las 12 del mediodía a
mi casa, mis primos ya te conocieron, vamos a ganar allá, lo tendremos todo a
nuestra disposición -me habló directo a los ojos, decidido y delatandose la
borrachera que prosiguieron en casa de su tío Dani.
-El Negro se ha muerto, tío, voy a ir, tengo ganas de robar y joder cualquier
ciudad de mierda. ¿Qué pasó donde tu tío? -le pregunté, esquivandolo y
mirandolo a la calle.
Sandro cogió la botella y bebió vasos enteros. Tomó otras pastillas. Estaba
arrepentido. Nuestra separación duró dos a tres meses. Cuando le contaba esa
anécdota a Nadia me miraba sin perder la concentración.
Con Alonso, Kenny y Sandro fuimos a expropiar licores. Decidimos sacar diez, y
sacamos doce en menos de tres hora. Era un record, una locura, muy divertido
también, discutía con Alonso ese día, no era muy precavido antes de ingresar a
Wong, le insistí que se quedara, no me hizo caso, él estaba muy alterado.
Sandro seguía hostigando a todo aquel que respiraba alrededor, yo le cogí de los
brazos y le pedí a Kenny que tomara un taxi, y tampoco querían ayudarnos.
Cualquier taxista inteligente teme por esos lugares. DEbíamos esperar un Bus.
Mientras tanto, Sandro se me echaba encima, me insultaba y quería golpearme.
Sandro estaba tirado en el suelo, sucio y con sangre en la cara. Alonso precipitó
al ver la escena, los separó luego de dejarle a Kenny darle su merecido. Por culpa
de Sandro quizá nos acuchillaban los bandidos de la zona, los pasajeros o el
señor que estaba con su esposa y sus hijas tranquilamente comiendo un chifa.
Sandro insultaba a todos, parecía un domador de la muerte. Alonso los separó y
se llevó a Sandro a su casa. Al día siguiente en la comisaría su mamá me cuenta
que lo dejó Alonso, le vistió, le limpió la cara. Su suegro lo recogió a Alonso y le
hizo el favor de llevarle sin cobrarle nada.
Al día siguiente Sandro llegó a casa a las seis de la mañana. Tocaba con fuerza la
puerta. Abrí y recibí un derechazo. Me gritaba pidiéndome su celular. Putamadre.
Yo no lo tenía, su papá me contó que llegó sin el celular.
-Señor, yo nunca le haría daño a Sandro. Ya le conté como fueron los hechos.
Me sentí muy mal ese día. Kenny y Alonso también. No fuimos a negociar. Llegó
Limber con la ex novia de Alonso, bebimos, nos alcoholizamos y conversamos de
la muerte, nihilismo y pura mierda que nadie nos entendía. Nadie nos quería. Yo
lloré en silencio.
Capitulo XV
“Qué seremos en los próximos años, Daniel”, Alonso preguntó, en la plaza del
mercado principal de Lurín, al lado Josué y Ricardo, sentados, mezclando el ron.
¿Qué día era? Verano del dos mil catorce. No supe que contestarle, tenía
dieciocho años, deseoso de alcohol permanentemente, un líquido que me
envolvía en una realidad diferente, encendiendo los sentidos, beber apretaba un
botón para la parálisis mental, para la indiferencia de alrededor, para sucumbir a
los sentimientos.
—Estamos cagados, Alonso, cagadísimos. Nos queda el alcohol y la literatura y la
rebeldía. —Josué no se impresionaba, era una melodía escuchar ello.
—Vámonos a la playa, no importa —Ricardo decidió, compró el ron y el hielo.
—Vámonos, Alonso, vente, deja de moverte.
—Ya se le va a pasar, voy a comprarle un marciano de maracuyá. —Alonso
seguía sonriendo mirando de frente.
Escuchábamos Flema, Eskorbuto, Sex Pistols, indie argentino que Josué nos
enseñaba, Ricardo se acoplaba, no tenía otra opción. The Clash, Bastad Ugly, Ad
Hok, Guerrilla Urbana, La polla records.. no teníamos dinero, tampoco parlantes,
cosa que estaba de moda en esos días. Mirábamos con indiferencia a los
metaleros que cargaban sus equipos de música, bien limpiecitos, bien guapos en
las borracheras que fluían todos los días, una costumbre. Viejas y viejos nos
miraban: “tan chiquillos y tomando”. Tomábamos basura, anisado de dos soles
cincuenta, cañazo y yonque de cuatro soles y el famoso “pifrut” de cinco
cincuenta, la tía Veneno solía estar ebria, muy amable la señito. Manuel en
ocasiones extremas empeñaba su celular por un ron cartavio. El cartavio y el
russkaya era la maravilla.
—Sé que no está bien, sé que estuvo mal, pero ya es pasado..
—Y nunca va cambiar, las cosas son así, ¡y nunca va cambiar! —Josué se
estrepitaba.
—Siempre estoy dado vueltaaa, siempre estoy dado vueltaaa, siempre estoy dado
vuelta y que, una y otra vez, será la última vez. —En coro.
Ricky Espinosa era una leyenda en el rock urbano y las memorias del subsuelo de
los terribles y desahuciados rockers y punks. Alonso y yo seguíamos las sendas
del punk, algo retrasado, surgió en los setenta en Inglaterra y vivíamos el casi
final del neoliberalismo del dos mil catorce.
Caminamos por treinta minutos desde la avenida de Lurín hasta la playa San
Pedro. Alonso con la botella, pico a boca, sus crestas de punk resplandecían con
el fondo de los sembríos que parecían lechugas, sobre el puente; al filo,
caminando, Josué, nuestro camarada más pequeño. Josué heredó la piel morena
de su abuelita y abuelito de parte de madre, sus cabellos casi ondeados pegados
a la cabeza, su cara triste compaginaban con su libro publicado a sus cortos
diecinueve años, su mentor era su padre, alguien que no concordaba con Josué
mismo y él sufría. Josué odiaba a su padre y nos quería a mi y Alonso, sus dos
hermanos mayores marginales.
Hace un mes desperté a las tres de la mañana, era inútil intentar dormir. Cogí
textos de Schopenhauer, la voluntad de vivir, la voluntad de morir; el suicidio
significaba para él satisfacer deseos bajo el umbral cargado de tragedia.
Conversaba con Nietzsche, repasaba el eterno retorno, en mi mente golpeando:
suicidio, eterno retorno. Miraba y no. El menosprecio, caída del absurdo, la
atmósfera plana que creaba. La existencia era plana, un camino lineal insufrible
hacia el final, la muerte, el único momento donde el círculo eterno vuelve al
principio. Jodido insomnio, me sobaba el rostro fatigado.
El eterno retorno, pensaba, todo volvería a vivirlo una y otra ves hasta el infinito.
Ordenaba mis libros, encendía algo de música clásica. Bach y Beethoven, y
psicodeli. A Alicia le encantaba el psicodely inglés. Ella era inmune al eterno
retorno, intentó suicidarse una vez y consumía psicotrópicos como sertralina, para
vivir, decía ella. Diego no era inmune. El vivía la muerte desde niño, robaba en
los mercados, pulseaba a la gente mendigando, consumía caña barata, seguro
vestido con sus tipicos buzos de entrenamiento, y sus cuchillos en su cintura.
Diego era como Gomez Muriel, un potencial chileno aguerrido. Diego no tenía un
demonio cantándole la Gaya Ciencia, él era su propio demonio. Yo era un débil.
¿No podía recordar las vidas pasadas? ¿Por qué?
Estoy enamorado del caos, no le puedo ser infiel. Sí puedo, como también puedo
engañarme a mi mismo. La muerte y la soledad acecharon mi aposento. ¿Cómo
te puede agradar un perro famélico? Un perro perdido escarbando basura de las
periferias. Alimentándome de sedantes, drogas e insectos humanos, sifilíticos
dementes. Pero no pierdo la vista del mar, el mar en su basta inmensidad es la
utopía anárquica. El perro se convierte en monstruo, y el monstruo finalmente en
niño. Y sigo siendo un niño sin mamá, sin papá. Mis hermanos no son como tus
“pinkis” o de clase de tu universidad. Hombres y mujeres correctos,
heterosexuales, obedientes, logocentristas, carnívoros y con orgullosos padres.
Miller estaba enamoradísimo de Tania, le hacía alagos parafílicos. Yo no puedo
enamorarme, Nadia. Una personalidad de mi te desea, como desea el amor
tradicional, una parrilla un fin de semana, una casa repleta de hipócritas. Tu
presencia es como la ausencia de mis consanguíneos, ven letras en mi y me
rechazan a la vez. Cuando me besas es como estar en casa. Es esa alma
avasalladora de Celeste y de todos nuestros contemporáneos: el amorque hace
débil si no está más allá del bien y del mal. Más allá de la tierra y el mar, donde
se extinga la inmundicia, donde la guerra anónima destruyó la falsedad. Donde el
individuo se baña con babuinos y monjes tahoistas. Cuando la música trinfa.
Kenny está fumando en el crepúsculo con una lechuza, Vera está fotografiando
las calles que odia, veo a Sandro alcoholizándose con Ana María y Alonso en una
moto lineal con casco negro completo. Y mis nuevos causas, la gente real.
¿Dónde está mi alma, Nadia? Y camino solo bajo la lluvia, las figuras de las letras
de tu nombre se diluyen en el río donde me baño con David, fumando
marihuana, contaminándonos. Todos ellos han pensado en la muerte, como yo,
también han deseado morir alguna vez. Si todos nosotros tuviéramos un arma,
un glock, una magnum, dinamita, carros, gas butano y zótanos indetectables
Lima estallaría en arte y amor a la vida. El terror de la poesía cobraría vida.
Escalé al cerro de mi distrito con mis perros a pensar y leer, el grueso
humedecido campo me ensucia las zapatillas españolas, mis canes se ensucian
revolcándose por doquier. Cuántas veces vi el fantasma del Negro, Laica y otros.
David me llamaba en verano reciente, quería acercarse más a mí. Conversábamos
sobre asaltos profesionales, que como en Estados Unidos aquellos asaltantes son
profesionalmente entrenados por ellos mismos. Llama a chiquillas del hampa,
mujeres arrebatadas, perdidas, violentas, viciosas. Pensarás, Nadia, que yo debería
conocer una chica con la misma negación estética que yo. Me extrañarás cuando
esté muerto, llorarás al ver mi cuerpo abaleado. Y quizá, quizá es ahí cuando me
querrás..
Este es tu final, asalto narrativo, voy a robarte toda la tradicional manera caduca
de ver el mundo y hacer tu vida. Apuntaré con un lapiz a tu cabeza y te
secuestraré en un cenáculo. Mientras, voy a quitarte tus propiedades más
profundas de tu espíritu casi muerto. Te dejaré traumado y ensangrentado
acuchillado por el caos. El caos te enseñará a dibujar, pintar, bailar y asaltar. El
caos soy yo y nunca me olvidarás. Violaremos en manada de lobos armados tu
falsa inocencia, te reconocerás como oveja y también cómplice de esta bastarda
violencia civilizada. Recordarás por siempre que eres un humano cómplice de la
ignominia. Te reconocerás como un montón de huesos, carne deforme y dormida
que merece ser asesinada a fuego. Ningún policía del pensamiento te salvará.
Hoy es el rito, tu funeral, asalto narrativo.
En mi cotidiano veo bultos que se sienten libres comiendo mierda, bultos que se
frotan las mejillas por la desgracia material pero con la aplastante imagen de
Cristo en sus cabezas, bultos adultos que compraban pollo a la brasa cada jueves
de promoción, un par de zapatillas descompuestas y rezaban sus sueños
indigestos; no hay arte, no hay libertad, pensaba yo, en esos bultos que carecían
de creatividad, bultos presionando los botones de su celular y las letras del final
del día con una horrorosa sonrisa, colores del progreso humano, significa no
aprender a pensar
Tengo que pensar en mi siguiente paso, una estrategia muy premeditada. Solo
necesito pensar, pensar mucho. Pero ellos también estaría planificando la
siguiente acción contra mi. Todos están pensando, el lenguaje planetario del
error, lo que ha pensado la historia, un maldito error, todos estos imbéciles que
me rodean siempre han pensado, pensado mierda.
mendigar
que usar las armas contra el enemigo. Se tragan la mierda que vapulea la prensa.
La policía viene, tenemos que encendernos, armarnos, huir, huir es la victoria,
y el pueblo nos va tirar dedo. Somos aves rapaces, nos comeremos la pasividad
de rebaños mendigos.
Capítulo X
No tenía el cuerpo tozudo, la mente casi descompuesta por los golpes que la
máquina económica impone a los individuos. Pensar y cavilar lo mantenía
agotado, una estrecha caminata entre nuestros paraderos, el aire de ortiga, el
oxígeno de almíbar no estaba, quizá un poco de las ondas grisácesas de Lima.
Algo de lo estúpido y sagrado del templo del mal: putas costumbres. Para él
habían opciones. La disciplina, las ansias, las ortigas y la esperanza. Yo le cantaba
que hay que meterle la esperanza por el culo al mundo. No quería confundirlo ni
aprovecharme de la situación. Todo residía en él, si continuar mordiendo las
larvas y los tallos secos o consumirse en la aventura del espectro, de la nada, del
cause al sombrío y helado amanecer, pero libres y fuertes, mucho más fuertes
que antes. No sé si lo entendió, puesto que no conozco en severidad a todos sus
modelos de pensar. Rodolfo estaba jodido, le faltaba dinero, una hija, una
esposa, una casa en alquiler, deudas al banco, futuros gastos. "Hey, mira, tengo
mercancía robada que puedes vender. Ganas un gran porcentaje a comparación
de estar en planilla y esperar", le dije en la tercer ocasión que charlamos sobre
sus problemas y algunos planteamientos que podríamos hacer. Rodolfo es bueno
en su trabajo, responsable, educado; un artista en el arte del licor y músico de
talla profesional. "Vamos a por todo, tío, no te va pasar nada a ti", le dije
fríamente. “Tengo un amigo que ha robado en buses grandes celestes”, pero
haría falta un carro que nos recogiera en tal lugar. Yo ya estaba acostumbrado
pero no tengo un hijo que educar. Tengo cinco perros que alimentar. Saltamos la
brecha, vendimos mercancía, siempre es por temporada los mejores días, siempre
debía ser así. "Puta vida que nos tocó, no tío."
-Me dan risa toda esta gente. Creen que ejerciendo sus labores encuentran un
estilo de vida.
semana.
Hoy hasta el pensamiento es un motor mercantil para el mundo, el pensar está regido
bajo lo que ellos nos codifican como lo correcto lo cuerdo. el lenguaje que usamos es
un elogio a sus lógicas de expresión, pretenden disminuir los recursos imaginativos
dejándonos formas de diversión y ocio. si estas feliz o triste de todas formas querrás
fumar o tomar algo, da igual. necesitas desestresarte, anda a un bar o una disco, pura
felicidad regalada, la que nos regalan ellos, que solo buscan la muerte del individuo y el
nacimiento del consumidor. Las revoluciones que operan bajo el movimiento de masas
dejan intacto el modo de actividad y solo tratan de lograr otra distribución de esta, ser
individualistas es poner todos nuestros actos de acuerdo con nuestro pensar, y eso
significa reconstruirnos totalmente.
Leía mucho esos días, con sed de venganza, con dientes de vampiro.
Nos veíamos en la penumbra como, como una forma de conectarnos, ella una
chica estudiosa, con prestigio, dignidad y honestidad y yo, como uno de mis
perros rescatados sucio y carachoso rebuscando la basura cada noche como si
fuese la última noche que comiera. Mariposas alrededor de la luz que con sus
rayos gama destruía todo lo conocido, toda la tierra, toda la ciencia; y recordé
cuando nos conocimos, cuando irrumpí toda su normalidad, cuando mi
decadencia estética brilló en sus ojos, ella decía: “¿tú has escrito esto?”; y yo “sí,
es como una terapia, tengo problemas, sabes, todo esto es una mierda y el arte
me redime”. Y la tremenda oscuridad era nuestra atmósfera, me contaba de sus
gustos favoritos de lecturas, de su experiencia conociendo a un joven comunista
de su base de la universidad, yo no sabía que decir, simplemente era yo. Ella que
quería aprender a escribir, que le gustaban muchos de mis temas, que le hacían
pensar en ella misma, en sus orígenes más dorados, en sus críticas más
primitivas, qué como yo podía vivir así.. y recordaba otra vez, cuando nos vimos
la segunda vez y lo primero que me dijo fue: “estás loco, muchacho, muy loco,
no me robes, por favor”. Las estrellas se ven a lo lejos puras y brillantes y de
cerca estaba ella, contemplando a un monstruo marino que nunca había visto en
su vida.
—No conocerás a alguien tan loco como yo, chica. Yo sería capaz de cualquier
cosa y no me importa lo que pase.
—Me das miedo, Daniel. Un poco.
Y su voz no expresaba lo que sus palabras sí. Le estuve ignorando algunas de sus
voces interiores que querían decirme muchos secretos a solas. Se llamaba Nadia,
una estudiante de psicología de la San Marcos. Sus ojos de cristal negro,
resplandecían inteligencia, un instinto suicida como Vera, unos poemas
reprimidos, un fuerza insurrecta para apuñalar a sus enemigos. Nos conocimos
por medio de un amigo del movadef, el mismo que estuvo preso seis meses por
alusión al terrorismo maoísta. “Imbécil”, dije en mis adentros. Pero ella se
preocupaba por él, porque era un buen muchacho y nada más. Ella veía el
espíritu, valoraba las emociones.
—Considero que las cosas no merecen existir. Pero eso no quiere decir que me
suicide ahora mismo. Ahora estoy viendo algo que me haría vivir un par de años
más.
—¿Sí? ¿Qué cosa?
—¿Te puedo besar?
—No.
Y cogí su rostro y la besé. Un beso como todos mis recuerdos. El último beso de
mi día, el último beso de mi vida, el último roce de su piel. El aire se hacia
gradualmente más y más lascivo a medida que la tocaba. Ella se dejó acariciar, la
cargué encima de mí, como una pareja que se adorase por años. El alcohol
nublaba mi juicio, yo no quería pensar, quería sentir. Pensar sintiendo. Celeste
besaba como queriendo huir de un hogar destruido, Alicia me besó con esa
mentalidad de la suicida y la lujuria juvenil. Nadia besaba como queriendo
expresar algo muy profundo, como un grito en su interior queriendo vibrar en
otro cuerpo. Hoy moriré, pensé.
El magnífico cielo y el calor del aire nos envolvían en una misma sustancia por
unos segundos, me molestaba esa idea del amor, pero ella me gustaba
demasiado. Quizá, y quizá no.
-Si le hacen algo a Sandro nos vengamos, mano. Yo pongo la pistola, tú pones la
movilidad.
-Sí, conchasumare.
Dormí angustiado.
Soñé crudo.
“Yo era consciente que podía estar perdiendo el tiempo, uno tras otro
indiferentemente
era estúpida de todos modos, ¿cómo podrían criticar a un adicto cuando ellos
mismos no
Yo me decía a mi, bebiendo una chata de ron o un vodka: ¿para qué tomar
importancia a las palabras de los enfermos? Mi enfermedad solo para para mi, no
contagiaba a nadie.
Capítulo XII
Desde ahora, nunca esclavo. Es más honorable morir rebelde que vivir como
esclavo. Ni un día más así. Ha pasado un año, desde el cumpleaños de Kenny
que con sus ojos agradecidos me dijo antes de irse a un antro: “sánate,
hermanito”. Me enfermaba seguido, y este año aún no siento ninguna dolencia.
Tanto cambian las cosas. Y ni un día más como esclavo.
Nadia me respondió mi mensaje, dice que leerá el capítulo más jodido que
escribí. “Me alegro, Daniel, hoy tengo un trabajo por la noche.” ¡Carajo! Parece
interesada, parece desinteresada, no sé cómo actuar. Hoy quiero beber un whyski
con Limber y Abigail. Abigail ya no tiene los problemas psíquicos de telarañas de
inseguridad y frenesí. Me alegro. Anteayer tomamos el jaggermeister en el bar
chicha de los amigos de Victor. Abigail sentada al lado de Limber, bajo los rayos
de las luces. ¡Qué romántico! ¡Un amor delincuencial! Un policía en motorizado
bajó, habló unas cosas con los dueños que se encontraban afuera y se retiró.
“Sería un buen negocio”, dije a mis adentros. Una rockola clandestina, solo para
delincuentes. Tendría muchas historias para escribir y nuevos amigos para
seleccionar y camaradas.
Perdí tres amigos en menos de un mes. Anatoli de mierda, ja,ja,ja, cómo dijo:
“nos agarramos a cuchillazos”, mongol. A nadie se le dice eso, se le hace.
Gracioso. Elena, me dolió tu partida pero no necesito a gente como tú, lo mismo
fue con Celeste. ¿Y David, mi maestro se vuelve loco por tanta droga que se
mete? Ahora ya aprendí, tengo un mayor olfato, unas orejas de lobo, un cuerpo
magullado. Ahora sé por donde caminar, con quien y para qué. (Si no me aceptas
como soy, retírate. No necesito a nadie, solo a mi. Ni a mi familia. Elena, volverás,
amiga.)
Ya mucho pienso, mientras alistaba para una ducha fría, alimenté a mis cuatro
canes, mi gatito llorón. Mi tía se fue tempranito a su trabajo. Las azucenas en la
mesa se ven vivas y resueltas dentro de este cubículo y dentro de una gran
bóveda expansiva de una gran mentira.. Pedro me dejó un mensaje: “llama,
mierda, hay trabajo por hacer.”
Trabajaré unos capítulos más. Varios amigos me han sugerido que publique esta
basura. Veremos, entonces, hacia donde va. Hice unos contactos, amigas y
amigos de distintas universidades para que puedan ofrecerlo. Les ha encantado
algunos párrafos. Hasta Alicia, a quien engañé, por medio del Instagram de
Sandro le escribí pidiéndole publicidad, que somos una editorial caleta, que
somos anónimos. Le mentí que Josué era el autor del libro. Josué publicó una
novela hace dos años, la mentira tenía detalles. Tenía color, como mi piel blanca
combatiendo el clima perdido de Junio. Arturo se encargaría de los diseños, de
quien no describiré nada. Es un anónimo como yo. Josué se hace más amigo de
Alicia. ¡Que bien!, pensé en mi. Expandiremos las ventas por medio de contactos
y nunca sabrán nada de nosotros.
Vera me escribe, me dice que vomitó billis hasta por la nariz. ¡Putamadre! Vera,
no te vas a ir aún. La llamo.
—Qué pasó, Vera, anda al médico o no sé. Date un viaje donde Kenny.
—Kenny quiere que vaya, pero no sé, debo descansar. Anoche no podía ver por
un ojo, el otro estaba negro, una atomósfera negra.
—¿Qué?
—Sí, me da miedo averiguar.
—¡Carajo! Mira, no importa morir. Importa saber cómo vamos a terminar el día.
Kafka escribía sus mejores textos famélico y aislado.
—Extraño a Kenny, cuando está aquí lo siento como un niñito que debo cuidarlo.
—Se emborrachó el domingo pasado. Me reí, porque Abigail por ebria no visitó a
Limber, éste se moría a puros tiros de coca. Ángela el mismo día me visita y me
explica que Sandro intentó acuchillarse diciéndole que se quiere suicidar. ¡Ja,ja,ja!
—Ella también estaba dudando, y yo también lo estaba haciendo.
—Ay, no me puedes negar que te gusta un poco su locura. —Me estaba
cambiando, zapatos, jean nuevo, camisa de oficinista. Qué mentiroso me he
vuelto.
—Sí, me gusta. Se parece a mi padre. ¡Ay, mi padre era un locazo de joven!
Alucina que tiene un corte en su brazo.
—Anteayer que vino Alonso de improviso. Además de contarme que está
haciendo unos contactos en la cachina. Dice que hay mafias de compra y venta
con contratos con empresas de ropa. Dice que un domingo se gana ciento
cincuenta soles. Bueno, le pregunté que hizo el sábado, si se emborrachó, si
Nayeli lo jodía. Me dijo que sí, cagándose de risa. Le escribí borracho a Nadia y
me ignoraba. Al día siguiente me dice que le escribo incoherencias así.
—¡Ja,ja,jaja!
—Todos estábamos jodidos. ¡Ja!, Ah verdad, quería compartirte unos textos. Me
pasó unos temas sobre escritores drogadictos. Huxley, Thomas Dequencey.
—Que rico, drogadictos filósofos. —Interrumpió.
—Sí, no entiendo. ¿Acaso quiere que me drogue?
—¡Ja,ja,ja! —Su risa de mala con un eco oscuro— quizá quiere eso. Ya te dije, a
esa chica le gustas pero no te puede dominar.
—En la vida, pues. Hoy veré a una chica que conocí en la movida anarquista. Dice
que robaba tragos hace dos años.
—Iré al doc. Cuídate.
—Cuídate, hermanita.
Kenny y Vera, volveré a verlos como animales huyendo del artificio humano.
Como enlaminados por algún retrato de Davinci, huyendo mis amigos, escapando
de las fauces del leviathan. Escuchando a Bach, Chopine y anónimos del arte.
Volveré a quemarme en este desierto, insectos me atropellan los pies, ¿Quiénes
son? La gente, las multitudes. Estoy escalando la montaña helada.
Limber me espera en la avenida para huir. Pude solucionar el tema con Sandro,
Sandro me trae siempre jodidos problemas, pero lo soporto. Todo un Jesse
Pinkman.
Angela en repetidas ocasiones me decía que yo deba ser un escritor, que “yo
perdía plata”. Y Angela le pintaba los ojos a Sandro, Vania estaba escribiendo su
cortometraje en mi lapto. Tiene cara de curiosa, me observa, le escucho. Nunca
era el interés mío ganar dinero. Ella, no sé por qué vino a casa, si sé, la idea de
drogarse conmigo terminaría en algún rincón desconocido bebiendo vino barato
y.. en las reuniones decía que haría un cortometraje con uno de mis capítulos,
“quizá”, pensé a mis adentros. Quizá ambas no tenían tantos conocimientos de
literatura. Sandro vino corriendo, pagó diez soles y cogió comida valorizada de
treinta soles del chifa cerca a casa. Ya está que se vuelve loco.
Nadia en una de nuestras tantas conversaciones me dijo que yo era una especie
de geniecillo, deducí porque nunca me preparé, nunca estudié, nunca pedí
favores a ningún especialista. Aprendí en la calle, en la delincuencia. Fue gracias a
la desobediencia que aprendí unas cuantas cosas. A quien tomé en cuenta
bastante fue a Valeria, ella era una chica extraña, tenía capacidades altas desde
muy pequeña. A sus quince años ya terminaba la secundaria completa. Era voraz
lectora y escribía poemas mientras veía el suelo cubrirse de sangre salida de sus
venas. Yo ni leo demasiado, solo leo a los “malditos”, a esos “cerebros de mi
generación destruidos por la locura, famélicos..”. Sé que hay más poesía en la
calle que en los libros apolillados de los autodenominados escritores. Hay más
literatura en las carceletas, dientes amarillos, caras magulladas que en los patios
de las universidades. Yo he visto más arte en el barrio planificando un asalto y
unas jornadas. No importa el monto, no importa el verso. Importa la acción
delictiva cuando es necesaria. Es un pan del cielo.
Me imagino un Jack Kerouac navegando con Neil en uno de esos carros de estilo
hippie, de camino a un lugar que no importase, importaba el viaje, nunca estar
en el mismo lugar; tomando bencedrina, planificando un asalto de un carro,
escuchando rock and roll, planificando una orgía en Woodstock leyendo a un
Henry Miller desgastado y deprimido por la vida asalariada del cual escapó para
vivir en las calles más marginales de París o New York, quitándole los piojos a
Boris, follando con June. Valeria me recomendó a Miller aquella tarde que le
expliqué que estuve escribiendo como terapia antipsiquiátrica y que a algunos
amigos les gustaba y que me pedían lo publicara. Y ella que sí, que conocía a
algunos poetas bohemios, que hacía algunos recitales. Yo, que conocía al
vallejiano Beto, que nunca leí algo como sus versos tan abstractos. Tomamos más
vasos, pensé en Bukowski y los años de alcoholismo en los parques atestados de
chiquillos perdidos junto a Alonso y Sandro, leíamos Bukowski luego de una
fiesta, luego de un concierto y lo veíamos a nuestro escritor favorito dándole
puños a algún borracho que le desagrade, perdiendo la consciencia, viviendo
simplemente a su manera.
Le llaman Oscar en el barrio, también se llama Martín, Carlos, y algunos más que
no recordará. El proveedor de la merca que mueve Victor, según me contaba
Limber. Cuando el lunes pasado fui al escondrijo de Violeta, él llamó a Kat,
preocupado: “los policías me quitaron mi celular y ochenta soles”. Saltamos a la
ventana, boté con cuidado la cortina vieja, él estaba de pie, con su otro celular,
llamando, tenso. “Hey, en que estás, Daniel”. Reía. Gorra roja, zapatillas de igual
color y un pantalón del estilo clásico de los rapper gánster. La banda son
fanáticos de la escuela del este y oeste: Tupac, Notorius, Recuerdo pasar una
experiencia así, los policías se quedaron con mi celular y mi cámara digital. Temí
por muchas horas que espiaran mis conversaciones. A buena hora llegó Anatoli y
reclamó todo. Teníamos la vara de su padre, sin pagarle, Anatoli era un buen
embustero y estafador propiamente. Torres
Necesito alcohol, toda la noche, todo el día, todas las horas, necesito elevar mi
consciencia a un estado de percepción diferente, quiero sentir, sentir mis
pensamientos.
¿Por qué ser individuo se sufre? Es parte, lo decía N., el placer y el dolor son
requisitos para la superación y supervivencia.
el peso de la civilización,
el peso de la rebeldía..
Elegí un estilo de vida opuesto a los valores que están en las cabezas de todos
mis contemporáneos.
Soy fuerte.
Nací en Perú, Lima, no tengo más que contar que mi propia vida, uno nace y al
nacer no elige ni los llantos del alba. Ni las manos de su propia madre, el ser
más hermoso de la historia conocida. Ella ama a su madre, me preocupé,
obstinadamente, me hizo reflexionar.
Más rebelde es Pedro, que en sus años de “paichero” robaba para comprar pasta,
se escondía en los cerros con su “batería”, no sé cuantas noches; mi “causa”
Pedro, le dedicaré un cuento cuando se vaya a prisión otra vez. Aceptando su
cruel destino. Los cerros siguen vomitando drogadictos, en San Mateo ya no
existen pandilleros por las calles, portando armas, atemorizando a todo
vulnerable ciudadano. Me decía Oscar, “mano, las cosas han cambiado, antes
podías cargar un kilo de marihuana en la calle”. Y ella me decía: cómo puedes
vivir así. Y yo: rebeldía o esclavitud. Parafraseando al italiano, al único individuo
que dejó su vida por hacerle la guerra al fascismo Argentino. ¿Se imaginan un
gobierno de corte totalitario en Perú? Se aperturarían mil pentagonitos.
Secuestros, cárceles abarrotadas, criminales en el exilio. ¿Cuál es la amenaza al
poder del Estado? ¡La fuerza del individuo!: ¡El crimen!.
“No creemos en su ley”, me decía Nico, “no creemos en su puta ley, que se vayan
a la conchasumadre”. Eso es un canto, un poema, un aroma cruel de las cumbres
de las hojas de robles y caobas. Un caracol paseaba en la vereda colindante a la
avenida. La llovizna le ayudaba a movilizarse, quise ayudarla a llevarla al jardín
que se dirigía, Arthur me detuvo: hey, déjalo, es la ley de la supervivencia,
sobrevive el más apto. Tenía quince años y me negaba ese derecho, esa realidad
impuesta. El más grande elimina al más débil. ¿Qué hacemos contra el mayor
poder del Estado? Anonimato. Unirnos, organizarnos, conspirar, sin nombre y sin
pellido. Si lo has comprendido, vamos por buen camino. No soy un artista, soy
un simple delincuente, con algunos oficios mediocres. ¿Te interesa el
reconocimiento, ser alguien, tener un nombre, un cuadro o fotos con tu fecha de
nacimiento. Estás equivocado. No debiste nacer.
Oh que alguien me enseñe a fabricar una bomba, Quisiera tanto que exploten muchos edificios, Se
incendien ciudades, Se levanten cadáveres de gusanos, Uno a uno al final de la mentira, Al final de la
vida Y calmar este dolor. Nunca deseé nada de lo que me rodea, Vivo sufriendo por el olor rancio de
esta metrópolis, Sufro y me hago fuerte, Soy más fuerte entre muchos, Entre la masa de heno y de
insectos, Me convierto en cuervo y vuelo a la muerte, Un dulce azote del tiempo, Carroña del
cuerpo, Espectro del final, Montañas de muertos Nunca deseé nada de lo que me rodea, Yo no elegí
nacer pero quiero más cocaína, Con Limber, Víctor, Óscar En las favelas de los pórticos, De los guetos
donde nací, Y quiero expropiar, Matar, Incendiar la babilonia ciudad. La primera vez que morí, Oigo
los alaridos de bebé Los chirridos de dolor, Las lágrimas de suplicio, Anunciaban el pasillo A la
muerte Mis versos tienen un aroma cruel, Por lo mismo que es real, Todo yo es real, Yo soy más
realista que la mayoría de la gente, El enemigo engrosa sus filas, Asqueado de esperanzas, Guerra
eco extremista, hasta que pague Con mi propia vida. A la mierda las Morales humanistas, La masa es
el problema del individuo, Si a ustedes les molesta, son ciegos, Cobardes, oxidados y carecen de
Alma. La soledad es una forma de rebeldía, La sociedad encarcela al individuo, Lo que está libre no
están vivos, Están atados a la mentira, La mentalidad de mierda, De la buena vida, las páginas
correcta, Las horas arrodillados, A las fuerzas del enemigo. ¡odiamos la puta policía bastarda!
¡Odiamos los fundamentos! Amamos la vida peligrosa. Desde ahora hasta el final del sendero negro.
Conoci la sociedad, Me volví su enemigo, Me volveré un cadáver, Dentro de una caja de madera,
Oliendo a menosprecio. Busquemos la libertad, Busquenos la muerte, No temamos Quien está más
solo, Está más preparado, Para autoinmolarse Y con el suicidio, Vengarme. La gente de esperanzas
nunca sentirán El placer de la desobediencia, El honor de morir, Abaleado por el enemigo. Ella es
una buena mujer, Cumple cada rol correctamente, Ella me dijo que Ustedes saben que no hay
solución al colapso, Por qué trabajan o progresan, Si todo se fundamenta en ficciones, En el
asesinato al más débil. Para qué tienen esperanza, Maten lo ahora, Sálvense, Tengan dignidad Por
qué pienso mucho en ti, Clínicamente loco, Enfermo, arrastrándome, Bebiendo de cortezas podridas,
Porque pienso en ti obsesivamente, Años enteros, Animales muertos, destrucción al unísono La
música perdió. Por que pienso en el suicidio, Un baile eterno de dos, en palacios sobre el vesubio.
Caos, llamas y castillos medievales y sacrilegios. Te extraño, espíritu indomable, Máquina de guerra,
hija del conocimiento, Extraño tus besos.
¿Por qué rebelarnos? Vivimos la 6ta extinción de animales y la mayor catástrofe contra la naturaleza
como nunca antes registrada. ¿Por qué rebelarnos? El final está aquí, en nuestros corazones,
alimentándose de mentiras. Duele. Rebelarse duele más que cualquier otro tormento de mierda y
empresa humana. Dejar la vida por respirar, lo desconocido, la poesía, la música, el amor.. hoy quizá
me coja la policia al salir de casa, o al cruzar la avenida, es una ciencia, la criminología, estudian a
tipos como yo, nos clasifican, nos enumeran, nos asignan una categoría y luego nos desechan a
prisión donde solo vive lo peor de la humanidad. La cárcel y la vida ciudadana es la peor hija
bastarda de la puta normalidad y sus perros defensores (policía). Hoy moriré y no tengo miedo,
estoy triste. ¿Por qué rebelarnos? ¿Contra quién? Contra nosotros mismos, nuestros lujos, nuestras
comodidades, costumbres y la economía de roles sociales. Hoy estoy robando, mañana estaré
vendiendo droga a muchachitos con problemas, pasado mañana en prisión o morir y todo la
humanidad me sepultara como la escoria. El problema no está en la calle, está en los que dominan y
los dominados. Los delincuentes somos la escoria humana, los enfermos mentales, los gusanos que
pudren los frutos, la culpa. ¡Carajo! Nosotros no tenemos la culpa que los obedientes sean ineptos y
deban rendirse sin pelear. ¡guerra! Guerra contra nuestros iguales y uno mismo (N.) Soy un
delincuente, mis amigos son delincuentes, mi futuro es la muerte fría, bajo copos de nieve y los
cuchilladas milenarios. Una violencia histórica que cargamos algunos. Somos individuos también,
sentimos, sufrimos, vivimos, escribimos y nos besan los labios aquellos ojos que miraron nuestro
interior. No existe grupos conspirativas en Perú. Quizá yo sea el único delincuente te Nunca he
sentido tanto rechazo y asco a todo mi alrededor como en estos días, resultado de una fobia
insegura a lo cotidiano. Una fobia extremadamente cosida en mi piel, por años enteros, por
infinitudes de bálsamos al clima gris. Era inevitable, miraba
Nunca he sentido tanto rechazo y asco a todo mi alrededor como en estos días, resultado de una
fobia insegura a lo cotidiano. Una fobia extremadamente cosida en mi piel, por años enteros, por
infinitudes de bálsamos al clima gris. Era inevitable, miraba por mi ventana a mis quince años, libro
de bolsillo, fiel Soledad, mi gatito mitad angora de pelaje azul oscuro, me acompañaba al dormir.
Abria con sus garras la ventana de mi cuarto, ronroneaba y me platicaba. Otro día para levantarse,
asearse y asistir a los templos de domesticación. De animal, de gato, de murciélago voraz de sangre
empapando las páginas de Kafka a un niño obediente y uniformado cantando himnos a la patria. Fue
la metamorfosis mi primer libro, y yo no soy un insecto. Yo soy un delincuente y pronto hare temblar
de miedo a este país con simple gas butano.
Ella me contaba sobre su ex novio, un muchacho estudiante de filosofía, parecía un hippie con
problemas de identidad política. Andaba con rojos, con negros, con vagos, con drogadictos. Algo
interesante, para ella. A ella la conocí cuando asistía a los trabajos comunitarios. Ella estaba
deprimida, el primer chico de su vida le había abandonado por drogadicto. Recordé a Celeste
sollozando cuando me convertí en una sucia escoria. “Escoria humana, te burlas de mi ignorancia”,
me dijo ella, riéndose. Y sí, soy un orgulloso escoria humana, le respondía, riéndome, imaginandola.
El era un loco lector de teorías ficticias. La cautivó con su andar extraño, su olor a eso diferente que
le gusta tanto a ella. -Celeste, lo siento.- El la había tratado mal, peleaban en exceso. No valoró a una
hermosa hija del conocimiento de la máquina de guerra. ¿Por qué? Ella leía a los grandes filósofos y
guerreros del pasado. Y ese instinto animal la llevó a mi psicosfera, el sabor a ceniza, aluminio y
estrellas de mis labios. Yo le platicaba de Digiovanni, del primer expropiador en carro, Bonnot..
algunos poemas de Mauricio Morales. Quizá me recuerde algún día, ella llegó a ocupar el lugar que
Celeste dejó. Impactos de bala, estremecimiento, sirenas y esos golpes, los puñetazos a “Los
Pórticos”. Yo no nací en el mal, chica, le decía. Te digo chica, por que así le decía Tony a Elvira,
símbolo de la perfección de los gánsteres de mi barrio: chicas guapas, delgadas, y jóvenes. Ella era
una hermosa hija de la estética de la máquina de guerra. Una estrella inalcanzable para mi. Un fruto
de un continente donde yo no nací. Ella se enamoró de mi locura y yo de su paz. Nunca nacimos para
encontrarnos, sabíamos que estábamos lejos del mar y la tierra. No habían hijos hipornoreos. Ella
me recordará cuando esté en prisión o sepultado y reirá, como la primera vez que nos vimos: “Hola,
chico, como estás, ¿por qué robas? Estás loco. No me robes, por favor..”
marchas de la ley pulpín era analogamente nuestro Mayo del 68 (lo que fue para
Francia).
"..Te conocí cuando leía los diarios de Kafka. En año nuevo te vi, a mi descripción, algo
menuda, vulnerable no sé, una mirada aveces pensativa. Recuerdo poco también estaba
ebrio, jodiendo como imbécil. No sabía quién rayos era esta persona.. luego en la
marcha te vi de nuevo.. los días inciertos. Escucho música.. tengo un carácter depresivo.
Mucho he pensado estos meses sobre mi. Mis profesores de cuando estaba en la
academia me hicieron pensarlo. (me siento algo con vergüenza, ridículo, absurdo al
escribir todo esto). Ya había en cierta parte madurado temas como literatura absurda.
(Camus por ejemplo) y luego veo tus fotos de Sartre, de otras personalidades. (eso
encanta). No sé si te dije que mi curso favorito primero es filosofía. Conocerte me fue
algo con aires y remolinos vitales. -Todo es absurdo- Al carecer de valores universales.
En ese vacío existencial, qué puedes hacer. Elegir, subjetivamente elegir el camino y
certeza y sentido que le atribuyas a todo. Porque todo carece de sentido. No te
pregunté si eres atea. Me pongo algo nervioso cuando estás cerca. Hace mucho no tenía
sensaciones así. Solo pasaron circunstancias, sonidos en la nada. Recuerdo cuando leí a
Cioran a mis dieciseis años. “La gente tiene vergüenza de aceptar el sinsentido de su
vida”. Hoy me buscó un viejo compañero de clases, me hablaba de Dios, me invitó a su
culto. Me molesta las seguridades divinas de las personas. Como si encajara las cosas en
una sórdida imagen a colores…”
Conocí a Viviana, Diego y los demás muchachos del grupo anarquista. Mis ojos
decayeron. Precipité con imágenes mentales en mi cabeza.
Cuando miro el despertar del día, los salones atestados de gente que no piensan,
en el tránsito de bultos que no tienen corazón, la fila de espera, escuchando las
palabras del profesor, sentado trabajando o simplemente buscando trabajo, la
publicidad cansina, mentalizarme la idea de esperanza, progreso, una casa
segura, un futuro prometedor.. todo esto me daba ganas de vomitar. Eran en
esas aulas de domesticación mental cuando viajaba en algún otro lugar, no
quería estar allí.
Quisiera escribir poesías de ataque, una última noche danzando con los espíritus
del pasado, una última gota de sangre emanada por la aspereza de las armas,
agotar todas balas, acabar todo sentimiento de compasión. Una última guerra
hasta el fin de esta sociedad de mierda. Cuantos compañeros presos alrededor
del mundo. Cuantas horas pasé pensando en el absurdo de lo contidiano, en la
necedad, el menosprecio y la soledad. Hay un momento cuando la chispa hace
explotar todos los espacios existentes y desconocidos de nuestra profundo
individuo.
Necesitaba dinero, pensé en Kenny y Sandro, ejemplares consumidores de
marihuana. Percy era el “dealer” más conocido en todo el barrio. Se escuchaba su
nombre en universidades, colegios, comisarías, parques, casas, fiestas de gente
del barrio; todos sabían quién es el tal Percy, pero no se podía decir
gratuitamente. Lo llamaban y él dictaba la hora, y el lugar de la cita. Por el otro
lado del celular podías imaginártelo como él mismo emanaba una idea mental.
Con una gran tranquilidad decía que estaba con su señora, o con su hija, un
poco ocupado, que tenía que hacer otro asunto familiar. Aparecía en un carro
negro, uno no tan llamativo. Sandro me dijo en una de nuestras tantas
borracheras que aproximadamente ganaría diez mil a quince mil soles al día. Le
llegaban citas desde otros distritos. Percy también era un perro de otro
proveedor, quizá del traficante, no se tiene la información clara. El Gordo era su
perro favorito. Gordo carecía de toda mentalidad de construcción individual, ni le
importaba nada más que crear canciones con su banda musical. Kenny y él eran
muy buenos amigos durante años, el primero padecía la infección de la
marihuana y su amigo proveía. Gordo tenía amigos por ello, siempre andaba
cargado de hierba o coca por las calles.
Podías verlos caminar en la calle a ambos y Sandro también, con sus fachas de
rockers, botas, polos de bandas, aún niñatos; ojos rojizos, expresivos, flacuchos.
Le propuse vender marihuana a Kenny, pero debía tener un ingreso propio.
Invertir en hierba suponía paciencia. Necesitaba dinero en lo inmediato. Alimentar
a mis canes, libros, comida, salidas..
Llevaba poco menos de un mes haciendo del robo hormiga, de forma individual
primero, un ingreso económico extra como un alivio a algunas necesidades. Invité
a algunos amigos para tales actos artísticos. Ingresé a Plaza Vea, expropié
maquillaje, útiles de aseo, chorizo -para mis chicos- y compré verduras como
excusa y cerveza. Cuando expropiaba, solo pensaba en expropiar. No había otra
idea rebotando entre mis neuronas. Disfrutaba cada segundo poder obtener
dinero sin esfuerzo. Un gran placer.
Celeste me llamó.
—¿Más tarde te veo, cariño?
—No. Estoy sin ánimos, nena. Lo siento. Mañana te invito una cena en la
hamburguesería vegana, ya nena.
Estás bien jodido cuando nace miles de deseos muy profundos para cometer
delitos. Estás bien jodido cuando, de igual manera, quisieras quemarlo todo
como un acto artístico. Uno es consciente que el resto del mundo no te volverá a
ver igual. Oscar, cuando conversábamos en casa sobre los delitos, opinaba igual
que yo, “cuando vendes droga, así sea solo por una vez, nadie te volverá a ver
igual”. Cuando robas, es lo mismo, así sea comida enlatada. Es el júbilo del
humano moderno hipercivilizado: menospreciar el delito y sacralizar su podrida
moral humanista.
Nos moldean, nos educan, nos imponen roles laborales y emocionales, vomitan y
cagan para caer en ruinas que llamamos progreso, bienestar, humanismo. Estoy a
pocas semanas de estar en requisitoriado en términos policiales. Me veo a mi
mismo de niño, mi instinto abismal y animal secundaba mi trauma al ver la
degeneración. Me espantaba la violencia, a diario las pandillas arrasaban la vida
civil con sus guerreos callejeros, saqueos a tiendas, sirenas policiales, las lunas
rotas de los vecinos, grupúsculos de pandilleros en las esquinas, gente
escondiéndose tras las mesas; con mi madre nos escondíamos en un restaurante
de la avenida de casa, el dueño al verme niño, nos abrió espacio en la cocina..
cenábamos un riquísimo arroz chaufa. Siempre guardaba pedazos de carne para
dárselo a los pobres perros flacuchos de hambre desahuciados, como yo y como
mis camaradas. Me moría de pena, los acariciaba y me seguían hasta casa, no
podía hacerles pasar.
Escribir es como morir, aunque ya has muerto muchas otras veces y no llegaste a
la escritura como una forma de violentarse y profundizarse las hendiduras en el
cuerpo, la cuchilla penetrada en la espalda, como en la pesadilla donde el barrio
de los Castillanos me atravesaban con sus sables y yo mismo me las arrancaba,
escribir es una pesadilla dentro de un cuadrilátero oscuro, es un arma peligrosa,
estarás solo como buscando algunas luces en el espacio solidificado, de glaciares
eternos, no puedes moverte, desolado y vacío como las océanos de la luna, los
cantos de la luna, aplastado por ese infeccioso viento de cenizas.. escribir es morir,
por eso me encanta escribir y no dejaré de hacerlo, lo haré aunque me cueste la
vida, aunque deba pagar como a los pecados debemos deudas. El delito, el pecado,
las cenizas, el hielo, la soledad, la muerte de la luna morada aullando una noche
sin estrellas, sin retorno. Me encanta morir.
Poemas
Se llama arte,
Todo lo existente.
nace un eco
sin esperanza.
el hastío,
yo nací arruinado,
rebelde y solitario
Paicheros,
el cerebro entero
palpita y golpea.
espesa es la ciudad
mal llamados pueblos jóvenes
pueblos desiertos
jóvenes salvajes.
mucho odio,
traición y peligro.
defensores de la ignominia
perros, cerdos,
y la masa
crédula,
cómplice,
antes el caos
la guerra;
a los animales,
a los locos,
los rebeldes,
los delincuentes,
a los ancianos.
en la mañana;
expropiaciones al unísono
alumbrando mi cielo
en la noche.
no pasaré hambre.
antes el caos
en mi cara.
es la ciudad,
sé que no existes
y sirenas hermosas.
Besos de muerte
gestos de rabia,
lo existente.
y de veneno.
El suicidio parece una opción
la pradera enferma
sucumbe
el mar en verde
palidece
a la desolación,
incansable el hedor
de esta prisión
y sus pueblos,
toneladas de hormigón
toneladas de sumisión
la gente se pudre
obedeciendo
la familia
no calma la sed;
se distribuyen tareas
cree,
cómplice,
a la tuerca de la fábrica
de la máquina homicida,
el rebelde terso,
la brecha al patíbulo
la mecha y la bomba
la masa hija
de la pestilencia.
El nihilista muere
al patrón y al obrero
al mundo entero.
perdónenme familia,
decidí no suicidarme,
como un cuervo
hambriento, flaco
entonces,
el homicidio es la opción.
existen muchas:
la insurrección,
la nada creadora,
el asesinato justificado,
el crimen,
el tedio,
la vida.
Vivir es morir,
rebelarse al concepto,
al tiempo
al medio,
de cancer al cerebro;
enamorados de la guerra!
enamorados de la muerte!
en el crimen organizado!
nihilistas es el incendio!
el precio de la vida
de mi predio, en mi odio!
Temen a la muerte!
Lobos de azufre,
cuchillos de neón,
contra el miedo,
contra la injusticia
color insurrección
la marea negra inevitable del fin
no mañana! no mañana!
no mañanaaa!
Espero desangre,
¡Muerte a la revolución!
gritan nuestros milenos de muertos
¡Muerte a la revolución!
Me enamore de la semidiosa
Paul Dasen.