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Capítulo 15 del libro Comment les neurosciences démontrent la psychanalyse de Gérard Pommier, Flammarion,
París, 2004, págs. 213 a 233. Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Escuela de Estudios en Psicoanálisis y
Cultura. Universidad Nacional.
2
En el curso de la evolución, el cerebro de los primates se desarrolla siguiendo tres patrones principales calificados
de reptíleo, paleomamáleo y neomamáleo. Define así una jerarquía de tres cerebros en uno. Cada cerebro-tipo tiene su
propia forma de inteligencia, su propia memoria especializada y sus propias funciones motrices y otras. Cada cual es
capaz de operar independientemente de los otros dos" (P. MacLean, Les trois cerveaux de l'homme, Robert Laffont,
1990).
3
Roland Jouvent, "Stress, adaptation et développement", en Y. Michaux (director), Le Cerveau, le langage, le sens,
París, Odile Jacob, 2002, p. 158.
1
afectiva, que tiene como centro el hipotálamo. Lo inconsciente estaría entonces al servicio de lo
afectivo (lo cual exigiría una explicación) y se le atribuiría una localización orgánica.4
Estos pocos ejemplos bastan para indicarlo: se requiere examinar previamente un serio problema
conceptual. Los neurocientíficos no tienen más resistencias contra el psicoanálisis que el común
de la humanidad, y numerosos trabajos buscan acordarle un lugar. Pero su comprensión habitual
de lo inconsciente dificulta la investigación, pues generalmente se lo confunde con lo
preconsciente, es decir, con recuerdos o procesos que se volverían conscientes si se les prestara
atención, o con el piloteo automático del que dependen la mayoría de nuestras actividades, o
también con lo no consciente, es decir, con actividades realizadas independientemente de la
conciencia. Cierto es que el término inconsciente no le pertenece a nadie, y cada cual está en la
libertad de usarlo a su antojo. Pero el uso constante de la palabra inconsciente en lugar de
preconsciente (de lo que podría llegar a ser consciente) o de no consciente (las actividades
automatizadas o automáticas del organismo) más bien es el resultado de una confusión. Esas
categorías pueden distinguirse fácilmente y, aún sin ser freudiano, puede comprenderse que una
actividad que determina la conciencia sin ser jamás ella misma consciente, nada tiene que ver con
lo preconsciente o lo no consciente.
Tomemos por ejemplo el término de inconsciente cognitivo, ampliamente utilizado en los trabajos
de Francisco Varela o de Lechevalier. Su descripción corresponde a un cierto tipo de automatismo:
"Decir que se trata del campo de lo inconsciente cognitivo significa que se acude en la percepción
y la producción del lenguaje a automatismos cognitivos [...]."5 Naturalmente, la efectuación del
lenguaje beneficia numerosos automatismos sensitivos y motores, pero esta realización no
consciente se diferencia de lo inconsciente. Habría sido preferible emplear el término de
preconsciente o de no consciente (o crear un nuevo concepto), puesto que los mecanismos
análogos al reflejo condicionado no corresponden a lo que designa ese término mucho más allá
del psicoanálisis.
Asimismo, ciertas sensaciones son calificadas de inconscientes cuando en realidad actuamos como
si fueran conscientes. A un cognitivista como Ray Jackendoff, por ejemplo, habla fácilmente de la
inconciencia visual de la tridimensionalidad; naturalmente, este automatismo difiere de lo
inconsciente. 6 También, las experiencias relacionadas con la heminegligencia muestran sujetos
split brain que actúan como si no percibieran a derecha o a izquierda luego de accidentes o de una
cirugía para separar los hemisferios cerebrales. Sin embargo, en una situación dada, completarán
sus lagunas sensoriales ante cierta escena gracias a reservas de imágenes memorizadas. Se
comportan como si hubieran percibido el conjunto gracias a una memoria. La heminegligencia
muestra, según numerosos autores, que la sensación actual se debería tanto a la percepción
presente como a la memorización del pasado, que se asimila a lo inconsciente.7
Bernard Lechevalier subraya, respecto a la neuropsicología de la memoria, que "lejos de
contradecir las teorías psicoanalíticas, nos parece al contrario que las completan". 8 En efecto,
resulta ruinoso suponer contradicciones cuando no las hay. No obstante, "completar" un punto de
4
J.-P. Tassin, "Peut-on trouver un lien entre l'inconscient psychanalytique et les connaissances en nuerologie?",
Neuropsy 4, 8, 1989, p. 412-434.
5
Bernard Lechevalier & Bianca Lechevalier, Le Corps et le Sens, Laussane, Éditions Delachaux et Niestlé, 1998, p.
219.
6
R. Jackendoff, Consciousness and the Computational Mind, Cambridge Mass., The MIT Press/Bradford Books,
1987.
7
En verdad, hay desinvestimento pulsional de la percepción, que queda intacta.
8
Bernard Lechevalier & Bianca Lechevalier, op. cit., p. 74.
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vista con otro resulta difícil si Lechevalier considera de antemano las especies de la memoria
como entidades "neuro-bio-psicológicas que resultan de estructuras cerebrales específicas". Si la
anatomía aporta ya una respuesta ¿por qué plantear las preguntas? Examinemos sin embargo las
propuestas de B. Lechevalier, quien opone dos tipos de memoria: la memoria procedimental y la
memoria declarativa. La primera procede de los aprendizajes (es aquella de la que hablaba
Descartes a propósito del intérprete de laúd). En cuanto a la segunda, tiene que ver con los hechos
que resultan de la conciencia. Esta clasificación corresponde tal vez a "estructuras cerebrales
específicas", ¿pero por qué querer anexar lo inconsciente en la rúbrica "memoria procedimental",
como si las reacciones sentimentales, la educación, las creencias, etc., definieran lo inconsciente? 9
Lo inconsciente resulta así localizado en una parte del cerebro, mientras la memoria declarativa
depende del neocórtex. No obstante, el inconsciente freudiano no entra en el desván de la
memoria procedimental, ya sea bajo la forma de afectividad, de costumbres aprendidas ni
tampoco so pretexto de que los lapsus y los actos fallidos salen a la luz en momentos de piloteo
automático. Una localización neta no separa este inconsciente de lo consciente: infiltra antes bien
lo consciente, y nada le divierte más que irrumpir en la memoria declarativa. Ciertos hechos
masivos muestran que la memoria sólo depende secundariamente de procesos neurofisiológicos.
Todos, aún sin ser psicoanalistas, hemos experimentado al final de la fase de latencia la amnesia
infantil en que concluye. 10 Todos los días olvidamos y volvemos a recordar acontecimientos
mayores de nuestra existencia o el nombre de algunos de nuestros allegados. La neurofisiología de
la memoria no explica nada de lo inconsciente.
En el mismo sentido, los cognitivistas ponen a cuenta de una "memoria implícita" las repeticiones
de lo inconsciente. Larry Squire y Eric Kandel introdujeron la noción de memoria implícita que
incluye, además de los actos automatizados, el entorno afectivo de la infancia y la educación.11
Estos investigadores remiten las estructuras profundas de esta memoria al inconsciente freudiano.
Calificar un proceso de memorización automática como inconsciente conduce inevitablemente a
una confusión con el inconsciente freudiano.12
Las investigaciones de Gerald Edelman y de Giulio Tononi conceden de buen grado que las
determinaciones inconscientes contaminan la actividad consciente: "[...] los procesos
inconscientes pueden afectar el núcleo dinámico e influenciar así la experiencia consciente." Pero
describen con esto rutinas "aprendidas y automáticas" que se derivan de actividades que han sido
primero conscientes: "de las acciones conscientes se deriva que tales rutinas inconscientes pueden
estar aisladas o bien relacionadas en serie para dar lugar a bucles sensorio-motores que
contribuyen a lo que hemos llamado cartografías globales".13 Tales investigadores consideran el
inconsciente freudiano, en el mejor de los casos, como una complejización de procesos de
automatización. Para no caer en la neurología especulativa, evitan indicar "los aspectos de la
cognición inconsciente". 14 Pero, al hacerlo, se encuentran ya sobre bases organicistas que les
9
"En esta memoria es donde se almacenan y donde intervienen en lo inconsciente las huellas mnémicas que rigen
nuestros comportamientos, construyen nuestra personalidad, gobiernan nuestra afectividad" (ibid., p. 78).
10
Cfr. A. Baddeley, La Mémoire humaine. Théorie et pratique, Grenoble, Presses universitaires de Grenoble, 1993.
11
L. Squire, E. Kandel, Memory: from Mind to Molecules, New York, Scientific American Library, 2000. Según estos
autores, el soporte anatómico de la memoria implícita difiere del de la memoria explícita, es decir, la parte interna de
los lóbulos temporales y el hipocampo, así como el circuito que parte de ahí (que toma su nombre de Jean Papez).
12
M. Gauchet considera que la teoría de la evolución "conduce a preguntarse sobre el fabuloso peso de la memoria,
oscuramente inscrito en el cuerpo y en las almas". Lo que él llama memoria reduce el funcionamiento psíquico al
reflejo condicionado (L'inconscient cérébral, op. cit. Véase el capítulo "El reflejo rivalizando con la mente").
13
Comment la matière devient conscience, París, Odile Jacob, 2000.
14
Ibid. p. 213.
3
impiden tener en cuenta los resultados del psicoanálisis, ni tan siquiera lo que significa
inconsciente para Freud.
4
memoria, pero el sujeto se comporta como si eso no le hubiera sucedido, no comprende su
significación. Puede tratarse de imágenes, de símbolos, de recuerdos. Ese depósito de sensaciones
tiene importancia para aquel que las recuerda a menudo, sin evaluar su importancia. Más aún, se
rehúsa a interrogar esas representaciones porque recubren un traumatismo o porque implican
contradicciones impensables, por ejemplo cuando el amor y el odio se dirigen a la misma persona.
Las "formaciones del inconsciente", memoriales de esas contradicciones, son en consecuencia
contradictorias. Porque tal es el motivo más fuerte de la inconciencia subjetiva.
Una imagen de sueño, por ejemplo, esa menudo consciente durante el sueño mismo, luego en
cierta medida en el momento del despertar. Pero le falta el sujeto adecuado a las contradicciones
que la imagen figura. Se evapora a medida que el sujeto busca captarla, porque la conciencia sólo
capta lo no contradictorio.20 El pensamiento consciente no integra una contradicción, sólo una
imagen puede hacerlo: por eso el sueño se expresa preferentemente con imágenes. El síntoma
también expresa una contradicción, por ejemplo la del amor junto con el odio o la del deseo sexual
vinculado con su prohibición.21
Una de las mayores dificultades de comprensión de este inconsciente freudiano es que resulta de
un acto: la represión. Un sujeto no quiere o no puede saber las implicaciones de cierta situación, y
entonces la reprime. De hecho, la reprime tan bien que reprime al mismo tiempo su
responsabilidad como actor de la represión. La palabra represión permite escuchar como que un
pensamiento, un afecto o un símbolo han sido puestos aparte, "echados por abajo" o rechazados de
la conciencia. Entonces el neurofisiólogo tendría derecho a buscar qué repliegue cerebral abriga
tales entidades reprimidas. Pero la represión no es el resultado de la obliteración de un término ni
de la prohibición que recae sobre una representación o sobre una acción. Pues el pensamiento
consciente implica en sí mismo, en su superficie en cierta forma, el término que su sujeto no
evalúa. Como lo inconsciente funciona en el seno de lo consciente, jamás se hallarán huellas
autónomas.
20
Freud afirmó desde La interpretación de los sueños que lo inconsciente no conoce la contradicción. En efecto, es en
la medida en que un sujeto no puede comprender una contradicción, que permanece inconsciente.
21
En este sentido, Freud se interesó particularmente en los trabajos de Karl Abel sobre el sentido opuesto de las
palabras primitivas (véase S. Freud "Sobre el sentido antitético de las palabras primitivas [1910]" , en Sigmund Freud
Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, vol. XI, 1976). Abel hizo sus investigaciones sobre los jeroglíficos
egipcios (paradigmáticos, de hecho, de la escritura de los sueños). Hoy en día sus trabajos parecen discutibles (como
lo demostró Émile Benveniste). Pero la idea merece retenerse. Se podría mostrar que también en francés existen
palabras que tienen sentidos opuestos (por ejemplo bouche o avant).
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pulsionalmente a mi prójimo, pero, como este odio me permite existir, lo amo. Lo amo como la
parte de mí mismo que rechacé. "Ama a tu prójimo como a ti mismo, tú que primero te has
detestado. Gracias a él, tú te amarás." Pero la circularidad prosigue enseguida su generación,
pues contradictoriamente el amor por el semejante me aliena, y consecuentemente engendra el
odio.
La conciencia no logra reconocer semejante costal de ambivalencia. Contiene en sí misma el
deseo del que es consciente. Pero esta ambivalencia sigue legible en la superficie de la palabra, no
en las profundidades. El punto contradictorio ha de deducirse: una frase gramaticalmente bien
formada no la enuncia. El pensamiento consciente es el instrumento activo y privilegiado de la
represión: rechaza la contradicción que caracteriza lo inconsciente. 22 En la frase "Ama a tu
prójimo como a ti mismo", la gramática reprime elegantemente el conflicto de dos valores
contrarios, uno de los cuales, el amor, se enuncia directamente, mientras el otro, el odio, ha de ser
deducido. De esta manera, la conciencia no muestra contradicción alguna, aun cuando el
imperativo permita leerla.
El aforismo bíblico muestra el trabajo ordinario de lo inconsciente en lo consciente. Pero en este
ejemplo, el amor tiene un alcance mucho mayor.23 Se puede hacer uso de él también para mostrar
cómo se articula la represión según la planificación del complejo de Edipo. Primero se considerará
que el mandamiento de amar al prójimo es coextensivo del acto de hablarle. Las frases están
hechas para ser dirigidas a alguien: se organizan en función del sentimiento que se tiene por el
semejante. A medida que le hablo, se devela mi propio pensamiento. Al hablar, me reveló a mí
mismo gracias al alter ego. "Yo" me aseguro de mi existencia en el resultado de un pensamiento
dirigido al semejante. Existe así una inestabilidad de la subjetividad: el sujeto nunca está seguro
de su pertenencia a su cuerpo, porque el origen gramatical de su subjetividad depende de otro.
Hablo gracias al otro, del lugar del otro, por fuera, y además, si bien emito los sonidos de las
palabras por la boca, me regresan sin embargo por la oreja, del exterior. De esta manera, "yo"
estoy tanto adentro como afuera, siguiendo lo que constituye una de las aproximaciones posibles
al sujeto dividido.
He ahí porqué el nombre que lleva el sujeto adquiere tal importancia. Todo ser humano que habla
es un sujeto, pero ni es seguro ni es constante que ese sujeto lleve su nombre. El nombre propio
ancla el sujeto a su cuerpo siguiendo el doble eje de su filiación (el patronímico) y de su
pertenencia sexual (su nombre propio). Yo que sólo logro hablar desde este lugar del semejante,
soy sin embargo ese "yo" porque llevo un nombre; que exista un sujeto de la frase es seguro, pero
que ese sujeto sea "yo [moi]" sólo se puede asegurar si "yo [je]" lleva ese nombre. Un nombre no
es una etiqueta puesta con fines de identificación: me fue dado, pero ¿lo tomé?, ¿supe tomarlo?
Todos los sujetos que hablan no están seguros de haber tomado su nombre.24 O, si lo tomaron, en
ciertos momentos se les puede escapar, dejándolos con una sensación de anonimato.
No basta con que un nombre haya sido dado, todavía se requiere que sea tomado y ese
movimiento entre dar y tomar ilustra la ambivalencia frente al padre. Un padre puede dar su
22
El pensamiento consciente se expresa siguiendo los principios de la lógica aristotélica: funciona por tercero
excluido, por no contradicción y por reflexibilidad.
23
Este primer comentario solamente ha dado una idea de la represión primordial de la función, que comanda el
"enamorodiamiento" [hainamoration] del prójimo (según la expresión de J. Lacan).
24
El sujeto de la psicosis, particularmente, duda constantemente de su nombre. Habla, eso es seguro, pero puede
bruscamente experimentar que lo que dice por lo que piensa le llega de afuera, como eco del pensamiento, como
pensamiento forzado o cuando alucina y se desdobla entre sus pulsiones y su conciencia. De manera más habitual, las
mujeres, más que los hombres, intuyen que la posesión de un hombre no está tan asegurada, ellas que pueden querer
perderlo por amor.
6
apellido, pero eso no basta, porque el hijo debe tomarlo violentamente para identificarse con él.
Tomar el nombre del padre es ponerse en su lugar, matarlo fantasmáticamente entonces, aunque
armándolo finalmente por haber permitido que el don del nombre acarree consecuencias. 25 El
padre es al mismo tiempo amado (porque da el apellido) y detestado por causa de la rivalidad
edípica gracias a la cual es tomado ese apellido.26 El amor y el odio corresponderán a funciones
paternas muy distintas. Las funciones paternas se repartirán, por ejemplo, entre varias personas;
fue el caso de Edipo en el mito tebano: hubo dos padres uno para el odio, otro para el amor.27
Esta articulación de dos funciones paternas constituye un "complejo", es decir, un conjunto
contradictorio, pero solidario y co-variante, que se cierra siguiendo un cierto ciclo. Así, en la
mayoría de los casos, el odio es reprimido en provecho del amor. Pero este amor del padre se
vuelve entonces, él mismo, un enorme problema puesto que, como todo amor, engendra un deseo
sexualizado. O, más exactamente, ese deseo acarrearía consecuencias sexuales si no fuera
reprimido. El sólo pensar en esas consecuencias engendra un "traumatismo sexual subjetivo",
producto final y núcleo de la represión propiamente dicha en las diversas formas de neurosis. El
traumatismo sexual (únicamente subjetivo, naturalmente) estructura la subjetividad común. Ese
traumatismo le da su impulso al fantasma de asesinato del padre, reprimido.
El proceso que se acaba de describir articula el paso de la represión primordial (rechazo de las
pulsiones) a la represión propiamente dicha (que recae en el parricidio edípico). Una represión que,
al comienzo, recaiga en la demanda pulsional materna (el incesto) se convierte al cabo del
recorrido en una represión del traumatismo sexual por el padre (el fantasma de seducción). Lo que
en el origen era pulsional, reprimido gracias a la sonoridad de las palabras, desemboca en el
problema del sujeto de ese lenguaje y del nombre que le permite apropiárselo.
7
seducción, la secuencia completa consiste en "ser visto(a) sin ver". El síntomas se estructura en la
serie de la ambivalencia para con el padre y del traumatismo sexual subjetivo.
Pueden subrayarse numerosos signos orgánicos de esas consecuencias y, naturalmente, se
encuentran relaciones entre esos signos. De esta manera se tendrá la impresión de haber
comprendido el proceso de la ceguera histérica en el organismo, cuando en realidad se estructura
por fuera de él, por la vía del amor y de la relación con el nombre propio. Edelman y Tononi han
intentado establecer tales relaciones intraorgánicas. Como lo subrayan, por ejemplo: "Una persona
que sufre de ceguera histérica puede evitar obstáculos, y sin embargo afirma no haber visto nada.
Es posible que, en ese tipo de personas, se active de manera autónoma un pequeño
reagrupamiento funcional, que incluye ciertas áreas visuales, y no se mezcle con el
reagrupamiento funcional, pero sea capaz de acceder a rutinas motrices de los ganglios de la base
y de otras partes."29
En su esfuerzo por comprender la neurosis y hacer que le correspondan configuraciones
neurofisiológicas, escriben también, respecto a la neurosis obsesiva: "las obsesiones y las
compulsiones tienen también los rasgos característicos de rutinas inconscientes fijas y rígidas que
se imponen a la conciencia como si ciertos puertos entrantes y ciertos puertos salientes estuvieran
abiertos de manera patológica."30 Siempre se podrá hallar un material propicio para ese tipo de
comparaciones, pero tales analogías conciernen a un eslabón intermedio: la causa de los bloqueos
no procede de la rigidez portuaria de las neuronas, sino de la posición neurótica del sujeto.
Hacer decir a las neuronas aquello de lo cual son consecuencia remite al nivel de las explicaciones
que se daban antes de Freud. En el mejor de los casos, el deseo sexual era considerado como lo
que el ser humano tenía de animal, pero la mayor parte del tiempo se lo mantenía en silencio. En
realidad, esta negligencia era proporcional a la obscenidad en la que se mantenía la sexualidad. No
sin razón, porque el erotismo humano se determina en función de un horror al incesto que lo
separa para siempre de la naturaleza. La represión no extiende un velo sobre una parte animal del
nombre, sino sobre la parte más cultural que es este horror al incesto. Tomar el lugar del padre
implica una dimensión incestuosa, no obstante hay que haber tomado ese lugar para hablar en su
nombre, al mismo tiempo que se reprime el sentido de esta entrada en la humanización. El
Nombre del padre, exterior a los nervios, rige el uso de la palabra. Hay que tener un nombre para
utilizar ese sistema de información especial cuyas condiciones de posibilidad son la represión de
lo sexual. A este respecto, el horror al incesto o la causalidad significante son equivalentes, y la
represión se perpetúa en la "ciencia" misma, cuando ésta ignora la importancia de la palabra.
El deseo inconsciente
Acabamos de detallar la posición de lo inconsciente respecto a lo consciente en varios aspectos,
pero un malentendido especial que concierne a lo inconsciente merece ser tratado aparte: es el que
concierne al deseo. Conviene examinarlo separadamente porque su incomprensión acarrea
experimentaciones sin relación con los problemas planteados (las experiencias sobre el sueño, por
ejemplo, podrían aligerarse enormemente si los investigadores tuvieron una idea del deseo
inconsciente).
El deseo inconsciente no corresponde a nada memorizado ni memorizable. Bien puede darse
orden de libranza a la mescolanza de los hechos pasados, pero no es en ese sentido como se
29
G. M. Edelman y G. Tononi, Comment la matière devient conscience, París, Odile Jacob, 2000.
30
Ibid., p. 225. Los "puertos" son las conexiones entrantes y salientes de un núcleo a otro, consciente e inconsciente.
8
subjetiva la historia y como desaparecen los síntomas. Más a menudo, la reconstrucción aporta
pocos hechos nuevos, salvo por deducción.31 "Reconstrucción del pasado" quiere decir sobre todo
que los hechos conocidos, pero deshabitados, adquieren bruscamente su sentido, se encadenan con
otros hechos deshabitados. El pasado revive, ¡se subjetiva! Y el saber, sepultado en el dolor del
síntoma resulta en adelante obsoleto. Una vez que se lo ha mirado de frente, se lo puede olvidar.
El deseo inconsciente procede sin duda del pasado, pero no lo repite y, al contrario, se esfuerza
por escapar de él: una simple repetición no poseería ninguna fuerza dinámica propia. ¿Por qué el
pasado se repetiría? Al contrario, un pasado traumatizante engendra un deseo de huirle. El miedo
al incesto y al asesinato lleva por ejemplo a Edipo a huir, pero no sabe ni para dónde va ni lo que
busca. ¡Hay que largarse! En ese sentido, su deseo inconsciente se define únicamente de manera
negativa. La conciencia no comprende lo que busca, sino que lo busca.
El deseo del adulto no consiste en transgredir un interdicto intrafamiliar, consiste por lo contrario
en salir de la familia. Lo que se desea repetitivamente ya no es a la madre, sino en cierta forma a
la mujer que permita escaparle. Los términos del deseo incestuoso se invierten punto por punto.
En la infancia, la madre era deseada (y eso sigue siendo cierto en las repeticiones neuróticas). Pero
el deseo se estructura luego en la represión horrorizada de ese primer amor incestuoso. El paso de
la endogamia a la exogamia significa que el deseo gira hacia una mujer diferente a la madre. El
incesto sigue siendo el motor negativo de un deseo que ignora su objeto: lo desconocido es su
destino perpetuo. La pulsión incestuosa es de ayer, de hoy, de mañana. En lo que concierne al
deseo, sólo se interesa en mañana, espera al sujeto delante de él: todo sucede como si, una vez que
el sujeto ha mordido su anzuelo, él lo tirara hacia adelante sin dejarle la mínima posibilidad de
liberarse. El deseo inconsciente exógamo ya no quiere saber nada del pasado y, está enteramente
tendido hacia realizaciones futuras. ¿Hacia qué objetivo se tiende en adelante el deseo? El sujeto
no lo sabe. Lo que no quiere, atormenta su deseo de otra cosa. Continuamente, transgrede ese
pasado que querría halarlo hacia atrás.32
Desde ese punto de vista, el psicoanálisis libera el deseo de las escorias del pasado que lo traban.
Lejos de reducirse a la repetición de recuerdos patógenos, el deseo liberado de sus fijaciones
infantiles se vuelve hacia el futuro. Progresa apoyándose en su contrario en un solo "complejo",
propulsado por el rechazo del incesto.33 Entonces el deseo inconsciente no puede ser satisfecho
jamás, puesto que su objeto escapa a la realización. Se podría temer que esta característica sea
fuente de sufrimiento. La experiencia demuestra por lo contrario que la no satisfacción estructura
comúnmente una satisfacción.34 Ese placer de la falta corresponde a la relativa perversidad del
deseo humano, que se satisface tan constantemente con el deseo por el deseo, hasta el punto de
olvidar lo que desea exactamente una mujer puede gozar únicamente de las concupiscentes
miradas que recaen en ella cuando ella se pasea por la calle, porque es deseada o porque se lo
imagina. Asimismo, un hombre puede gozar de un amor imposible aún si declara que eso lo hace
sufrir. De hecho puede constituirse una especialidad con ese tipo de situación apasionándose
preferentemente con mujeres casadas, con extranjeras que vivan lo más lejos posible, con
homosexuales o, más sencillamente, con mujeres que no lo amen. Nada le molestaría más que ser
amado en respuesta.
31
Cuando por ejemplo un analizante emprende indagaciones y hace descubrimientos sobre su pasado.
32
En ese sentido, el grado de imitación de la infancia define el grado de la neurosis que culmina en la compulsión de
repetición.
33
Las reminiscencias de la infancia no permiten comprender esta característica del deseo que no entra en el anaquel
afectivo de la "memoria implícita" descrita por ejemplo por los cognitivistas.
34
La producción de endorfinas refleja esta característica del deseo. En efecto, la dopamina anticipa una recompensa
que aún no está ahí, de manera que la falta de objeto misma participa de un goce orgánico.
9
La insistencia del deseo inconsciente en lo consciente como más allá de las razones de tal
insistencia que el sujeto se da tiene importancia para toda observación de la actividad humana.
Cuando el neurofisiólogo estudia el desarrollo de una acción, describe lo que observa en un área
cortical, a nivel de partículas tan elementales como se quiera. Pero no podría desparasitar esta
acción de un contenido psíquico variable que acarrea la participación de otras áreas cerebrales.
Ese contenido psíquico se complica si la acción debe sobrepasar una inhibición o si su sujeto
quiere o no quiere realizarla (si está dividido), o también si la acción significa más que su
realización inmediata. El motivo de las conexiones de ese contenido psíquico escapa al observador
(y también muy a menudo a su actor). Sin embargo, siguiendo ese contenido, el acto será o no será
inhibido, o engendrará o no un síntoma. Si la realización buscada de un acto engendra
involuntariamente un disgusto, alambres estomacales o vómitos, el neurofisiólogo registrará
enseguida una excitación de ciertos ensambles de neuronas, y buscando bien hallará un déficit de
ciertos neurotransmisores. No obstante, esas informaciones exactas, que son efectos, no dirán nada
sobre su causa. El neurofisiólogo podría conocer esta causalidad gracias a la palabra. Pero se trata
de otro procedimiento, a menudo invalidado de antemano en nombre de una concepción de
objetividad que arruina lo que busca estudiar, a saber, la subjetividad.
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