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A LAS MANOS DE DIOS

MONICIÓN DE ENTRADA:
«De las manos de Dios venimos,
a las manos de Dios volvemos»:

es la verdad de fe que va a iluminar esta celebración.

Para ustedes, familiares y amigos más cercanos,


que sienten que algo importante se rompio con la muerte de N.,

Esta celebración les ofrece el consuelo de recordar


que la vida de toda persona, salida de las manos de Dios,
es demasiado importante
como para que la muerte pueda romperla definitivamente.

N: regreso a las manos de Dios.


Y para todos, hermanos,
Ese es el deseo que nos une en oración en esta eucaristía.

Pongámonos de pie y comencemos esta celebración.

ORACION COLECTA
Oremos:
Señor Dios,
ante quien viven los que están destinados a la muerte
y para quien nuestros cuerpos, al morir, no perecen,
sino que se transforman y adquieren una vida mejor,
te pedimos humildemente que acojas
a tu hijo(a) N.,
para que pueda resucitar con gloria
en el día grande del juicio;
y, si en algo pecó contra ti durante esta vida,
que tu amor misericordioso
lo(a) purifique y lo(a) perdone.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Introducción a las lecturas: Dios nos dirige su palabra de consuelo y


esperanza. «La vida de los justos está en manos de Dios», afirma la
primera lectura. «Tus manos me hicieron y me formaron», responderemos
con el salmo. El evangelio culmina este mensaje esperanzador con la
oración de Cristo en la cruz: «A tus manos encomiendo mi espíritu», a la
que el Padre responde resucitándole de entre los muertos.

Primera lectura:
Lectura del libro de la Sabiduria 3,1-6.9
Las almas de los justos están en las manos de Dios
y ningún tormento podrá alcanzarlos.
A los ojos de los insensatos están bien muertos
y su partida parece una derrota.

Nos abandonaron: parece que nada quedó de ellos.


Pero, en realidad, entraron en la paz.
Aunque los hombres hayan visto en eso un castigo,
allí estaba la vida inmortal para sostener su esperanza:
después de una corta prueba recibirán grandes recompensas.

Sí, Dios los puso a prueba y los encontró dignos de él.


Los probó como al oro en el horno
donde se funden los metales,
y los aceptó como una ofrenda perfecta.
Los que confiaron en él conocerán la verdad,
los que fueron fieles en el amor permanecerán junto a él."
Salmo responsorial:

Salmo 118.
R:Alaben al Señor, porque él es bueno.

Porque para siempre es su misericordia.


Diga ahora Israel,
Que para siempre es su misericordia.
R:Alaben al Señor, porque él es bueno.

Diga ahora la casa de Aarón,


Que para siempre es su misericordia.
R:Alaben al Señor, porque él es bueno.

Digan ahora los que temen a Jehová,


Que para siempre es su misericordia.
R:Alaben al Señor, porque él es bueno.

Desde la angustia invoqué al Señor,


Y me respondió el Señor, poniéndome en lugar espacioso.
R:Alaben al Señor, porque él es bueno.

Evangelio:
A tus manos encomiendo mi espíritu

Evangelio Según San Lucas 23:44-46


Cuando era como la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la
hora novena.
Y el sol se oscureció, y el velo del templo se rasgó por la mitad.
Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.
Había un varón llamado José, de Arimatea, ciudad de Judea, el cual era
miembro del concilio, varón bueno y justo.
Fue a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús.
Y quitándolo, lo envolvió en una sábana, y lo puso en un sepulcro abierto
en una peña, en el cual aún no se había puesto a nadie.

El primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro,


trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras
mujeres con ellas.
Y hallaron removida la piedra del sepulcro;
y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.

Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a
ellas dos varones con vestiduras resplandecientes;
y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué
buscan entre los muertos al que vive?
No está aquí, sino que ha resucitado. Acuerdense de lo que les habló,
cuando aún estaba en Galilea,

Palabra del Señor.


Gloria a ti Señor Jesus.

Homilía:

«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».


Fueron las últimas palabras de Jesús,
antes de cumplir con su muerte el ciclo de la misión redentora
para la que le había enviado el Padre.

Lo había recordado la noche anterior,


en la despedida de la última cena:
cuando les dijo a sus apostoles
«Salí del Padre y vine al mundo;
de nuevo dejo el mundo y voy al Padre»

«Todo está cumplido», dijo el Señor en la cruz.

Ahora le corresponde al Padre acogerlo en sus manos


y llevar a plenitud la obra salvadora,
rescatándolo de la muerte y resucitándolo
con lá virtud del Espíritu Santo.

Y Dios Padre también cumple:


«¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?

¡Ha resucitado!».

Amigos míos,
este momento de Cristo es trascendental
para la humanidad entera,
para todos nosotros y para nuestro hermano(a) N.,
porque la suerte del Señor es nuestra suerte
y el ciclo de nuestra existencia recorre sus mismos pasos:

«De las manos de Dios salimos


y a las manos de Dios volvemos».

De las manos de Dios salimos.


Lo hemos expresado en el Salmo.

Dios, como divino alfarero,


nos modeló con sus manos a cada uno
en particular y en persona:
cada cual con sus características,
con sus cualidades,
con sus aptitudes y posibilidades,
con su forma de ser
propia, personal,
diferente a la de los demás.

Para que no hubiera dudas de nuestra procedencia,


nos selló, haciéndonos:
«a su imagen y semejanza»,

«a imagen de Dios lo creó», dice el Génesis.

Y para remarcar de forma imborrable su sello,


estampó su firma en cada uno de nosotros en el bautismo.

Y fuimos hechos «cristianos»:


Igual que Cristo y como Cristo.

Toda nuestra existencia, en primer y último término,


va dirigida a cumplir dicha tarea:
desarrollar nuestras cualidades en bien de nosotros mismos,
haciéndonos más «persona»,
y en bien de los demás».

Todo ello como Cristo, el Señor,


«el ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo,
que pasó por la vida haciendo el bien
... porque Dios estaba con él» (He 10,38).

He ahí el ejemplo a seguir,


el modelo a alcanzar.

Al final, lo importante es que esa vida,


vuelva a las manos de Dios.

iQué ya lo expresaba la primera lectura:


«La vida de los justos está en las manos de Dios...
La gente insensata pensaba que morían...
pero ellos esperaban de lleno la inmortalidad...
Están en paz...
Dios los puso a prueba como oro en crisol y los halló dignos de sí...
Los fieles a su amor seguirán a su lado».

Eso es lo que estamos pidiendo para N.


con toda nuestra fe y esperando con toda nuestra confianza.

Seguraamente todos,
especialmente los más cercanos a él,
fueron testigos de las muchas cualidades
que tenia nuestro (a) Hemano(a)
y que tantas veces puso en bien de los demás,
de su familia,de su esposa(o), hijos...,
de sus amigos, vecinos y de otras muchas personas.

No nos resignamos
a que todo eso quede «hecho añicos»
por la muerte.

Pero, ¿qué podemos hacer?

Pues miren:
por una parte
podemos conservar imborrable en nuestras propias vidas
todo lo bueno que de él recibimos y valoramos.

Es el mejor modo de recordarle y de seguir queriéndole.

Pero aún deseamos para él mucho más.

Por eso lo(a) confiamos a las mejores manos,


a las manos de Dios.

Con Cristo y como Cristo en la cruz,


Dios Padre va a reconocer en nuestro hermano(a)
a la criatura salida de sus manos
y al hijo sellado con la imagen de Cristo en el bautismo.

Va a recomponer con su perdón los trozos rotos,


los fallos y deficiencias que,
como persona humana, cometió.

Y lo va a modelar en perfección,
ya irrompible para siempre, nuevo(a) y resucitado(a)
para la vida eterna, dichoso(a) y feliz.

Este deseo y esta súplica no son solamente un pensamiento bello.

Cristo Jesús es quien lo recoge


y avala con sus propios méritos.

Ahora mismo, en la eucaristía,


Jesus renueva y actualiza aquel momento salvífico:

desde la cruz dirige su oración al Padre,


incluyendo en ella a nuestro hermano(a) N.:

«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».

Y ahora mismo, en la eucaristía,


Pedimos al Señor que haga que nuestro(a) hermano(a)
le acompañe en el paso de la muerte a la vida resucitada para siempre.
Amen.
INVITACIÓN A LA PAZ:
Al darnos hoy la paz,
se la enviamos de verdad a los familiares de N.:
con el pensamiento y el corazón les tendemos la mano;
estamos con ustedes.

A la vez, se la damos a los que están más próximos.


«Dense fraternalmente la paz».

COMUNIÓN:
Comulgar con Jesucristo es remarcar nuestro sello cristiano,
es incorporarse a su suerte.

Si como él vivimos haciendo el bien,


con él volveremos a las manos del Padre
en el momento definitivo.

CANTO O RESPONSORIO.
La fe y la esperanza de esta celebración,
la resumimos y expresamos ahora con esta canción
que entonamos antes de la oración final.

ORACION DESPUES DE LA COMUNION


Oremos:
A tus manos, Padre de bondad,
encomendamos
a nuestro hermano(a) N.,

con la firme esperanza


de que resucitará en el último día,
con todos los que han muerto en Cristo.

Te damos gracias
por todos los dones con que lo(a) enriqueciste
a lo largo de su vida;
en ellos reconocemos un signo de tu amor
y de la comunión de los santos.
Dios de misericordia,
acoge las oraciones que te presentamos
por este hermano(a) nuestro(a) que acaba de dejarnos
y ábrele las puertas de tu mansión.

Y a sus familiares y amigos,


y a todos nosotros,
los que hemos quedado en este mundo,
concédenos saber consolarnos con palabras de fe,
hasta que también nos llegue el momento
de volver a reunirnos con él (ella), junto a ti,
en el gozo de tu reino eterno.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Agradecimiento de la familia:
La familia de N: desea agradecerles su presencia,
Y las muestras de aprecio que sienten por nuestro(a) querido(a)
Hermano(a) N.
y sobre todo por su compañía y oraciones en esta eucaristía.

A N: lo(a) hemos puesto en las manos de Dios.

Ojala que sus manos continúen tendidas siempre


de los unos para los otros.
¡Muchas gracias!

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