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U
calelé cantó mucho aquella mañana.
Ucalelé cantó de manera especial.
El gallo más flaco de la vecina daba así la bienvenida al
nuevo día.
Mamá Luz, como todos los días, se había levantado la primera. Se marchó al campo.
Necesitaba recoger unas verduras para la comida de toda la familia pero no se olvidó, antes
de comenzar su camino, de poner junto a María, que aún dormía, un cuaderno nuevo y un
bonito lápiz. Hacía tiempo que había guardado unas monedas para esta ocasión.
Las gallinas de Mamá Luz eran buenas ponedoras. Cada día no faltaban huevos, ni
manguitos en aquella cesta que cargaba en su cabeza y llevaba para vender en el mercado.
Abuela Nani preparó en la cocina su plato favorito. Quería que su nieta fuese muy
contenta a la escuela y no le importó pasar toda la víspera peinando las trencitas que
adornaban su cabeza.
María no se quejó ni una sola vez cuando su abuela estiraba y estiraba su pelo rizado
mientras canturreaba alegremente para que ella soportase la incomodidad. Sabía que
quedaría muy bonita. Su abuela Nani le había peinado ya tantas veces...
Cuando llegaban las lluvias, solían sentarse las dos delante de la puerta de la casa. Les
gustaba mirar al cielo, y juntas “soñaban nubes”:
—Mira aquella nube... parece una cabra con cuernos chatos —le decía la abuela riendo.
—La que yo veo más lejos es un pájaro que come una fruta —continuaba entusiasmada
María.
—Esa delgada es una serpiente y fíjate en la otra, es un pez blanco que nada en el agua
azul del cielo. Busca tú ahora, niña mía.
Y María se dejaba llevar por los ojos de la abuela Nani y también veía fantásticas
nubes que la hablaban de formas, de movimientos de la tierra y del mar.
¡Quería tanto a su abuela! Desde que nació, los brazos de la abuela Nani fueron su
mejor cuna. Le cantaba canciones y le quitaba el miedo por la noche:
Pero los ojos de la abuela Nani se ponían tristes cuando recibía una carta o alguna hoja
de periódico llegaba a la casa envolviendo un paquete de la ciudad. Aquellos dibujos tan
pequeños y todos del mismo color — ¡qué difíciles de leer!
Daba vueltas y vueltas al papel y volvía a dejarlo sobre la mesa sin haber conseguido
descifrar uno solo de aquellos pequeños dibujos.