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1. HISTORIA DE LA PREDICACIÓN.

Palabras claves:
Predicación, Sermón, Bosquejo, Homilética, Historia,

Objetivos:
Que el estudiante por medio de la lectura del módulo reconozca y entienda, de qué manera la
Biblia y la tradición cristiana nos dan bases sólidas para aceptar a la predicación y su historia
como un ministerio importante dentro de la iglesia.

Resumen:
A manera de resumen se pueden decir dos cosas: en primer lugar, se demuestra cuán
amplia y antigua es la tradición cristiana, la cual de gran importancia a la predicación.
Cubre un lapso de casi veinte siglos; comienza con Jesús y sus apóstoles, continúa con
los primeros padres y los grandes predicadores-teólogos después del concilio de Nicea,
como Crisóstomo en Oriente y Agustín en Occidente, pasa por los frailes y predicadores
medievales, Francisco y Domingo, los reformadores y puritanos, Wesley y Whitefield, y
culmina con los pastores modernos de los siglos XIX y XX. En segundo lugar, esta
tradición amplia y duradera es consecuente. Sin duda han existido excepciones que han
descuidado e incluso denigrado la predicación, pero han sido excepciones, desviaciones
deplorables fuera de la norma. El consenso cristiano a lo largo de los siglos ha sido
magnificar la importancia de la predicación, y recurrir a los mismos argumentos y
vocabulario con el fin de hacerlo. Es casi imposible no verse inspirado por este testimonio
común.

Esta es, entonces, una tradición que no puede ser dejada de lado livianamente. Sin duda
puede ser escriturada y evaluada. Sin duda, hoy está bajo el desafío de la revolución
social de nuestra era. Ciertamente, los desafíos deben ser encarados con apertura e
integridad.

Además al tener en cuenta nuestro contexto geográfico y cultural se hace necesario


abordar el tema de la predicación de una manera sucinta a continuación, haciendo
referencia a nuestro continente y las diferentes corrientes como resultado de la influencia
cristiana europea.

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Desarrollo temático:

1. HISTORIA DE LA PREDICACIÓN

La predicación es una parte esencial y una característica del cristianismo…la


predicación es claramente una institución cristiana.

E.C. Dargan

1.1. Definición de predicación:


Pronunciación de un sermón. Divulgación de una doctrina o idea. Doctrina que se predica
o enseñanza que se da con ella (definición Word Reference)
Es la comunicación de la verdad por un hombre a los hombres. Tiene en sí dos elementos
esenciales, verdad y personalidad. (Phillips Brooks).
Es la proclamación de la salvación, hecha por Dios en orden a la fe y a la conversión, y
para el crecimiento de la vida cristiana. (Domenico Grasso).
La presentación del evangelio en fidelidad a las escrituras. (Pablo Jimenez)

Según el Nuevo Diccionario Bíblico, predicación en el Nuevo Testamento es ―la


proclamación pública del cristianismo al mundo no cristiano‖ (C.H.Dodd, The Apostolic
Preaching and its development, 1944, p.7). No se trata de un discurso religioso a un
grupo cerrado de iniciados, sino una abierta y pública proclamación de la actividad
redentora de Dios en y por medio de Jesucristo. La concepción popular actual de la
predicación como exposición bíblica y exhortación ha tendido a oscurecer su significado.

Según John Piper, la predicación se define como exultación, que significa pregonar; es
decir, que no es una mera explicación, fría o neutral. Es manifiesta y contagiosamente
apasionada acerca de lo que dice. Sin embargo, ese pregonar contiene enseñanza, pero
no es una mera opinión de un hombre. Es la fiel exposición de la Palabra de Dios. ―La

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predicación es exultación expositiva‖ (Piper, 2010, p. 17).

1.2. Definición de Sermón:


Discurso religioso u oración evangélica que se predica para la enseñanza de la buena
doctrina. Se denomina sermón u homilía al género de la oratoria que consiste en un
discurso de tema religioso, por lo general pronunciado durante el culto cristiano. El
sermón se pronunciaba, en la primera liturgia cristiana, en latín, pero después, en vista
de que el pueblo ya no entendía el latín culto, empezó a pronunciarse en lengua
vernácula, mientras que el resto de la liturgia continuaba pronunciándose en latín. (Mgr.
SILAS RAMOS PALOMINO (Director del S.E.B. del Sur)

1.3. Definición de bosquejo:


Son recursos de clasificación de la información obtenida en el estudio hermenéutico. Se
encuentra esta información, principalmente, en las respuestas obtenidas de las
preguntas que se le formulan al texto durante el ejercicio de la observación.

Un bosquejo en términos literarios es, el resultado organizar en un papel las ideas,


clasificando por categorías o por orden de importancia, las respuestas que se hacen a un
texto, según el énfasis que pretende o que halle el analista. Así, pueden surgir temas
cabeza o temas principales, con divisiones en subtemas que complementen o
enriquezcan el enfoque inicial. En una aplicación más especializada de esta práctica se
encuentran los bosquejos homiléticos, que sirven de base para la exposición de
enseñanza, prédicas y sermones.

1.4. Historia de la predicación


El nacimiento de la Homilética de ninguna manera tiene que verse como un evento post
cristiano. Una lectura rápida de la historia nos notifica y nos señala las raíces de la

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homilética, en la predicación hebrea y en la retórica antigua. De manera que la
predicación, tal como la conocemos hoy, bebió inicialmente de dos fuentes. En la primera
fuente, los profetas juntamente con los escribas, deben de ser considerados como los
exponentes más elevados de la predicación hebrea. El legado de ambos es innegable.
Por su lado, la retórica antigua empezó a gestarse en Sicilia alrededor del año 465 a.C.
con Corax y Tisias, su discípulo. La retórica griega también tiene mucho que ver en la
formación de la homilética. En este punto, Aristóteles (384-322 a.C.) y su Retórica, tienen
una gran cuota de aportación. La obra del filósofo griego fue una de las más grandes en
el mundo antiguo. También debe de resaltarse la contribución de los retóricos latinos.
Entre ellos encontramos a Cicerón (106-43 a.C.) y su obra De Oratore y Quintiliano (35-95
d.C.) con Instituciones Sobre Oratoria. De la simbiosis de ambas fuentes del ‗arte de
hablar‘, en un proceso que duró algunos siglos, emergió la Homilética cristiana, llegando
a convertirse en el arte de la predicación bíblica y cristiana (Turnbull, 1968, p.50).

La predicación es indispensable para el cristianismo. Sin ella se pierde una parte


necesaria de su autenticidad, puesto que el cristianismo es por su misma esencia la
religión de la Palabra de Dios. Todo intento de entender el cristianismo fracasará si pasa
por alto o niega la verdad de que el Dios viviente ha tomado la iniciativa de revelarse a sí
mismo, con el propósito de salvar a la humanidad caída; o que su autorrevelación ha sido
entregada mediante el medio de comunicación más directo que conocemos, esto es
mediante palabras; o bien que él llama a aquellos que han oído su Palabra a que la
divulguen a otros.

Primero, Dios habló por los profetas, interpretando para ellos el significado de sus obras
en la historia de Israel, e instruyéndolos al mismo tiempo para transmitir este mensaje a
su pueblo, fuera por medio del habla, la escritura o ambas. Luego, y en forma suprema,
habló en su Hijo, el ―Verbo se hizo hombre‖, y en las palabras del Verbo, fuera en forma
directa o por medio de sus apóstoles. En tercer lugar, habla mediante su Espíritu, quien
por sí mismo da testimonio de Cristo y las escrituras y hace que ambos estén vivos para
el actual pueblo de Dios. Esta afirmación trinitaria de un Padre, Hijo y Espíritu Santo que
habla, y por ende, la afirmación de una Palabra de Dios bíblica. Encarnada y

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contemporánea es fundamental en la religión cristiana. Lo que Dios hablas es lo que
hace necesarias nuestras palabras. Debemos hablar lo que él ha hablado. De aquí radica
la obligación monumental de predicar.

Ciertamente cada religión tiene sus maestros acreditados, sean gurúes hindúes, rabinos
judíos o bien los intérpretes musulmanes de la ley. No obstante, estos instructores de la
religión y la ética, aun cuando están dotados de autoridad oficial y carisma personal, son
esencialmente los expositores de una tradición ancestral. Sólo los predicadores cristianos
afirman ser heraldos de las buenas nuevas de Dios y osan pensar de sí mismos como
embajadores o representantes suyos que pronuncian ―palabras de Dios‖ (1 P. 4:11).

El hecho de que la predicación es esencial y característica para el cristianismo ha sido


reconocido durante toda la larga y colorida historia de la iglesia. Por cierto, ni las
opiniones del pasado que el tiempo ha honrado, ni las voces de influencia del presente
son infalibles. Sin embargo, la impresionante unanimidad de su convicción acerca de la
primacía y poder de la predicación, nos dará una buena perspectiva desde la cual
podremos visualizar la posición opuesta, y nos pondrá en buena disposición para hacerlo.

1.4.1. Jesús, los apóstoles y los padres de la iglesia.

El único punto de comienzo es Jesús mismo. ―El mismo fundador del cristianismo fue
también el primero de sus predicadores, pero fue precedido por San Juan Bautista y
seguido de los apóstoles; en la predicación de los apóstoles, la proclamación y
enseñanza de la Palabra de Dios mediante una alocución pública se hizo una
característica esencial y permanente de la religión cristiana‖. Sin duda los evangelistas
presentan a Jesús, ante todo, como un predicados itinerante. Jesús se fue… a
anunciar…‖, escribe Marcos al introducir el ministerio público de Jesús (Mr.1:14; véase
Mr. 4:17).

Los evangelios sinópticos resumen su ministerio en Galilea en estos términos: ―Recorría


Jesús todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas
nuevas del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia‖ (Mt.9:35, véase 4:23 y Mr.
1:39). Sin dudad ésta fue la propia visión de Jesús sobre su misión en ese período. En la
sinagoga de Nazaret afirmó que, en cumplimiento de la profecía de Isaías 61, el Espíritu

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del Señor lo había ungido para predicar su mensaje liberador. Consecuentemente, era
―preciso que anuncie‖ su mensaje liberador. Consecuentemente, era ―preciso que
anuncie‖ su mensaje, ―porque para esto fui enviado‖. Explicó (Lc. 4:18, 43, véase Mr.
1:38: ―para esto he venido.‖). el testimonio de Jesús que entrega Juan sobre su misión
consciente de predicador y maestro es similar. Aceptó el título de ―Maestro‖, afirmó haber
hablado ―abiertamente al mundo‖ y que ―en secreto no he dicho nada‖; dijo a Pilato que
había venido al mundo ―para dar testimonio de la verdad‖ (Jn.13:13; 18:20).

En hechos 6 se menciona específicamente que luego de Pentecostés los apóstoles


dieron prioridad al ministerio de la predicación. Resistieron la tentación de participar en
otras formas de servicio con el fin de dedicarse de lleno a ―la oración y al ministerio de la
palabra‖ (v.4), pues era para ello que Jesús los había llamado principalmente. Durante su
vida en la tierra los había enviado a predicar (Mr.3:14), si bien temporalmente restringió
su ministerio a las ―ovejas descarriadas del pueblo de Israel‖ (Mt.10:5-7). Luego de su
resurrección, sin embargo, los comisionó solamente para llevar el evangelio a las
naciones (Mt.28:19; Lc.24:47). De acuerdo con el final más extenso de Marcos, ―salieron
y predicaron por todas partes‖ (16:20). En el poder del Espíritu Santo predicaron las
buenas nuevas de la muerte y resurrección, o de los sufrimientos y gloria del Cristo (1
P.1:11-12). En Hechos los vemos hacer esto, comenzando por Pedro y los demás
apóstoles de Jerusalén, quienes ―proclamaban la palabra de Dios sin temor alguno‖
(Hch.4:31): luego lo hace Pablo, héroe de Lucas, en sus tres expediciones misioneras,
hasta que Lucas se despide de él en Roma estando Pablo bajo arresto domiciliario, y sin
embargo ―predicaba el reino de Dios y enseñaba acerca del Señor Jesucristo sin
impedimento y sin temor alguno‖ (Hch.28:31). En esto Lucas refleja la percepción de
Pablo sobre su ministerio. Escribió que Cristo lo había enviado a predicar el evangelio, no
a bautizar; en otras palabras, sintió una cierta ―necesidad‖ o compulsión a predicar. Por
otro lado, la predicación era la forma designada por Dios para que los pecadores
escucharan sobre el Salvador y lo invocaran para salvación, porque ―¿… cómo oirán si no
hay quien les predique?‖ (Rom.10:14; véase 1 Cor. 1:17; 9:16). Luego, casi al final de su
vida, consciente de haber peleado la batalla y terminado su carrera, entrego la comisión
a su joven lugarteniente Timoteo. En presencia de Dios y anticipando el regreso de Cristo
para reinar y juzgar, le encomendó solamente que predicara la palabra, que persistiera

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en hacerlo, sea o no oportuno; que corrigiera, reprendiera y animara con mucha
paciencia, y que no dejara de enseñar. (2 Tim.4:1-2).

Tan prominente era el lugar de la predicación en el ministerio de Jesús y sus apóstoles


que no nos sorprende encontrar el mismo énfasis en ella entre los primeros padres de la
iglesia.

La Didajé, o ―Doctrina del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles‖, data
probablemente de comienzos del siglo II y es un manual de la iglesia sobre ética, los
sacramentos, el ministerio y la segunda venida de Jesús. Hace mención a una variedad
de ministerios de enseñanza: a los ―obispos y diáconos‖ por un lado, y a los ―maestro,
apóstoles y profetas‖ itinerantes por otro. Lo maestros viajeros deben ser bienvenidos,
pero se entregan pruebas prácticas por las cuales determinar su autenticidad. Si un
maestro contradice la fe apostólica, si se queda más de dos días, solicita dinero o ambas
cosas, y si no practica lo que predica se trata de un falso profeta. Si es auténtico, se le
debe escuchar con humildad. ―Sé paciente y compasivo y sincero y tranquilo y bueno y
temeroso en todo tiempo de las palabras que oíste.‖ Nuevamente, Hijo mío, te acordarás
noche y día del que te habla la palabra de Dios y le honrarás como Señor‖.

1.4.2. La predicación en la iglesia primitiva y el periodo patrístico


Al parecer la predicación en la iglesia primitiva fue influida poderosamente por el método
de predicación utilizado por los escribas y los ancianos de la sinagoga. La presentación
del evangelio constituyó una homilía simple y rústica. Pero más adelante, después de que
el evangelio fue presentado a los gentiles, se pudo notar que:
Gradualmente la forma del mensaje empezó a cambiar. En poco tiempo, bastantes
retóricos preparados estuvieron entre los creyentes y algunos de ellos respondieron al
llamado divino a predicar. El evangelio fue ahora presentado en formas ya familiares a
estos predicadores. Las reglas de la retórica empezaron a remodelar la presentación del
mensaje Cristiano (Turnbull, 1968, p.51).

Entre los principales predicadores gentiles -entrenados en la retórica, convertidos al


cristianismo y llamados a la predicación- podemos mencionar a los siguientes: Clemente

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de Alejandría [160-220 d.C.] quien era un muy buen conocedor de la retórica griega.

Tertuliano [150-220 d.C.], al igual que el anterior, estaba bien entrenado en el arte de la
retórica. Sus obras revelan su amplio conocimiento del mismo. Orígenes [185-254 d.C.].
Fue el verdadero innovador de la predicación de su tiempo. Antes de él, ‗la homilía había
sido un comentario informal de las escrituras‘ (ibíd.).

Basilio [330-379 d.C.]. A pesar de no haber escrito un tratado sobre la predicación, hizo
frecuentes referencias a los principios de la homilética que muestra un conocimiento e
interés en ellos‘ (ibíd.).

Juan Crisóstomo o de Antioquía [347-407 d.C.] quien ‗…había sido instruido por Libanius,
el maestro más famoso de retórica de ese tiempo‘ (ibíd.), llegando a predicar doce años
en la catedral de Antioquía antes de ser Obispo de Constantinopla en el 398 d.C.‘ (Stott,
2006, p.18) Su obra Sobre el Sacerdocio, muestra secciones importantes acerca de la
vida del predicador y su mensaje. Debido a sus dotes como predicador recibió el
apelativo de ‗Crisóstomo‘ que significa ‗boca de oro ‘. Según John Stott (2006, p.19), su
predicación mostró cuatro características muy especiales: (1) era bíblica (2) su
interpretación era simple y directa‘ (3) poseía aplicaciones morales que se trasladaban al
plano práctico, y (4) poseía una marcada denuncia profética, eso le costo el exilio.
Ambrosio [340-397 d.C.], de quien se dice que Agustín quedó muy impresionado con su
habilidad oratoria, pero mucho más con su mensaje espiritual.

Agustín [354-430 d.C.]. Él fue profesor de retórica antes de su conversión. Como era de
esperarse, Agustín incorporó y aplicó sus conocimientos a su predicación, llegando a
escribir el primer mayor trabajo acerca del arte de la predicación. Su obra Sobre la
Enseñanza Cristiana contiene cuatro volúmenes, el cuarto tiene que ver exclusivamente
con la homilética. Uno de los aportes de Agustín es que él llegó a relacionar ‗…los
principios de la teoría retórica con la tarea de la predicación‘ (Turnbull, 1968, p.52). La
influencia de su obra perduró hasta el Renacimiento, época en el cual se publicó el tercer
volumen de su obra ya mencionada, como El Arte de la Predicación. Hay una fuerte

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influencia de Cicerón y Aristóteles en su retórica. En su teoría y práctica de la predicación,
procuró un fuerte énfasis en tres elementos: claridad, fuerza y variedad.

El de Hipona comenta al respecto: «Los que hablan con elocuencia son oídos con gusto.
Los que sabiamente, con provecho». Mas como para hablar es preciso antes saber
escuchar, «pierde el tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios quien no es
oyente de ella en su interior». Dicho de otro modo, la palabra de un predicador que no
entiende esta voz, resulta vana. Su afán de estudiar las divinas Escrituras y el carácter
eminentemente bíblico de su predicación, elemental al principio, claro es, y por eso
mismo necesitado de oportuno aprendizaje, pero incesante siempre y progresivo, ya que,
siendo maestro, se siente discípulo. Quiere alimentar a los otros de la misma mesa de la
que él se nutre. Porque, desde esta cátedra -puntualiza-, aunque seamos para vosotros
como maestros, en realidad somos con vosotros condiscípulos bajo aquel único Maestro.

«Quienes predicamos la palabra de Dios a los pueblos no estamos tan alejados de la


condición humana y de la reflexión apoyada en la fe que no advirtamos nuestros peligros.
Pero nos consuela el que donde está nuestro peligro por causa del ministerio, allí
tenemos la ayuda de vuestras oraciones. Y para que sepáis, hermanos, que vosotros
estáis en lugar más seguro que nosotros, cito otra frase del mismo apóstol, que dice:
Cada uno de vosotros sea rápido para escuchar y lento, en cambio, para hablar (Iac 1,
19)». Al fin de sus días, es curioso, se lamentará de haber tenido que hablar tanto, él, a
quien por gusto le hubiera gustado mucho más callar y escuchar. «¿Cuándo podré yo
suficientemente referir con la lengua de mi pluma -se pregunta en las Confesiones- todas
tus exhortaciones, todos tus terrores y consolaciones y direcciones, a través de los cuales
me llevaste a predicar tu Palabra y dispensar tu Sacramento a tu pueblo?».

Dispensar la Palabra de Dios, en fin, es como suministrar «un espejo en el que podemos
mirarnos todos», desentrañar el sentido de la palabra de Dios, «que penetra hasta el
fondo de nuestras almas y busca el quicio del corazón». La imagen de Juan reclinando su
cabeza en el pecho del Señor le da pie para definir más y mejor, si cabe, este sublime
oficio. El ministerio de la palabra tiene que ver con los íntimos secretos de Dios, en los

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que todo es penumbra que sólo la luz de la humildad ilumina, y con las disposiciones a
veces tan versátiles de los oyentes donde unos corazones acogen y otros rechazan, unos
se rinden y otros resisten, siendo la palabra, a fin de cuentas, la que ayuda a discernir,
porque «las palabras de nuestro Señor Jesucristo, máxime las que menciona el
evangelista Juan, que no sin razón reposaba sobre el pecho del Señor, sino para beber el
alto secreto de su sabiduría y verter luego en su Evangelio lo que su amante corazón
bebiera, son tan secretas y profundas a la inteligencia, que alborotan a los corazones
perversos y ejercitan, en cambio, los corazones rectos»

1.4.3 Monjes y reformadores


Avanzamos ahora quinientos años, en esta breve visión, hasta la fundación de las
Órdenes Mendicantes medievales, puesto que ―la era de la predicación, data de la
aparición de los frailes…La historia del púlpito tal como la conocemos comienza con los
frailes predicadores‖ (Charles Smyth)
Entre los autores medievales que escribieron en torno a la teoría homilética, podemos
citar a Isidoro de Sevilla (d. 636) y su obra Etimologías, compuesta por veinte volúmenes
y donde discute a cerca de la predicación. Sus principios utilizados son más retóricos que
homiléticos, por lo tanto no tiene mucho que aportar al arte de la predicación.

Rabanus Maurus (776-856) hizo una contribución muy importante al publicar su obra
titulada, Sobre la Institución del Clero. Allí se plasma sus enseñanzas acerca de la teoría
homilética, siguiendo el esquema de Agustín, del cual es muy dependiente.

Francisco de Asís (1182-1226) es bien conocido por ser un servidor, sin embargo, una
faceta que a menudo se ignora de él, es su celo por la predicación, insistió en que
―nuestros actos y enseñanzas debían ser coincidentes‖, si no es así ―no sirve ir a predicar
ninguna parte" estaba ―tan dedicado a la predicación como a la pobreza: Luego Domingo
(1170-1221) le dio un poco más de énfasis, que Francisco de Asís, a la predicación. Eso
le llevó a predicar por Italia, Francia y España. Llegó a organizar la Orden de los
Predicadores sobre la base de sus ‗monjes de negro‘. Además de ellos, también debemos
mencionar a Antonio de Padua, Berthold de Regensburgo y Buenaventura. Este último

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escribió El Arte de la Predicación, siguiendo el esquema de Agustín. Otro tratado escrito
en este periodo es, Sobre la Educación de los Predicadores, de Humberto de Romans. La
obra presta atención a algunos consejos para predicadores y la preparación pastoral para
deberes específicamente pastorales.

Santo Tomás de Aquino consideró que era necesario el estudio en las Órdenes dedicadas
a la predicación. Es más, defendió la superioridad de las Órdenes dedicadas a la
enseñanza y la predicación –o a ministerios parecidos-, sobre las que se dedican
simplemente a la contemplación, ―ya que es más perfecto iluminar que ver la luz
solamente, y comunicar a los demás lo que se ha contemplado, que contemplar sólo‖.

Alan de Lille (m. 1203) publicó su obra titulada Sumario del Arte de la Predicación. Allí él
le da mucho énfasis al lugar de las Escrituras e insiste en el hecho de que los
predicadores debieran tener un conocimiento especial, tanto del Nuevo, como del
Antiguo Testamento. También insistió en la colegialidad de los predicadores, ellos
deberían estar autorizados por la Iglesia para poder predicar.

Aun cuando parezca increíble, las órdenes monásticas también tuvieron un impacto muy
enorme en la predicación. Charles Smyth (citado por Stott, 2006, p.19) sostiene que: …La
historia del púlpito tal como la conocemos comienza con los frailes predicadores. Se
reunían y estimulaban una creciente demanda popular de los sermones. Ellos
revolucionaron la técnica. Ellos engrandecieron el oficio.

En general, durante la Edad Media se dio poco interés a las Escrituras como la base de la
predicación. El método escolástico reinó, vigoroso, sobre la predicación, de allí que el
análisis minucioso diera como resultado numerosas y tediosas divisiones y subdivisiones
dentro de la estructura del sermón. Todo esto devino en sermones fríos y sin vida.

También se debe de resaltar el digno trabajo de John Wycliffe (1329-1384), quien ‗era un
predicador bíblico y diligente, y [quien] a partir de las Escrituras atacó al papado, las
indulgencias, la transubstanciación y la opulencia de la Iglesia‘ (ibíd., p.20). Wycliffe

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(citado por Stott, pp.20-21) llegó a afirmar que: ―El servicio más elevado que los hombres
puedan alcanzar en la tierra es predicar la Palabra de Dios…‖ es por esta causa que
Jesucristo dejó otras labores y se ocupó principalmente en la predicación, y así lo hicieron
sus apóstoles, y por ello, Dios los amó… éste es el mejor servicio que los presbíteros
pueden prestar a Dios…

Wycliffe en sus actividades se entregó fue a la predicación y cura de almas, esforzándose


como predicador y maestro. Al ser su deseo acabar con la jerarquía existente sobre la
base de que no tenía fundamento en la Escritura, puso en su lugar a los 'sacerdotes
pobres' que vivían en pobreza, que no estaban atados por votos ni habían recibido
consagración formal, pero predicaban el evangelio al pueblo. Esos sacerdotes, como
predicadores itinerantes, esparcieron entre el pueblo las enseñanzas de Wyclif. De dos
en dos iban caminando, vestidos con largas ropas de color rojo oscuro y portando un
cayado en la mano, como símbolo de su llamamiento pastoral y pasando de lugar en
lugar predicando la soberanía de Dios. La bula de Gregorio XI les calificaba con el nombre
de lolardos, un epíteto injurioso, que posteriormente se convertiría en timbre de honor. Ya
en su tiempo los lolardos habían llegado a amplios círculos en Inglaterra, predicando 'la
ley de Dios, sin la cual nadie puede ser justificado'.

El despertar por el estudio del griego y el latín, trajo como consecuencia que el método
escolástico fuera evaluado y cuestionado. Uno de los eruditos de este periodo fue el gran
humanista Desiderio Erasmo de Rotterdam (1457-1536), quien publicó su obra El
Predicador del Evangelio, llegando a ser un importante aporte a la predicación de su
época. Junto a Erasmo debemos de mencionar a John Colet (1466-1519), un inglés que
estaba familiarizado con los estudios de Erasmo y otros humanistas. En su país ‗inició
una consecutiva exposición de las escrituras. [De esa manera] las escrituras de nuevo
llegaron a ser las bases para la predicación Cristiana‘ (ibíd.).

Por su lado, los reformadores procuraron recuperar, no sólo la predicación, sino que, por
encima de ello, la predicación bíblica. No obstante esto, ni Lutero, Zuinglio, Calvino, Knox
o Latimer, escribieron un tratado específico sobre la teoría de la predicación. Sin embargo

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se puede advertir, en sus obras, algunas instrucciones con relación a la predicación.

Calvino fue un predicador con talento…el tono de Calvino en el púlpito es inimitable, su


estilo incisivo se modula según las reacciones de su auditorio. Se muestra familiar,
apremiante, o con un gesto de la mano es capaz de evocar la belleza de la creación:
―Calvino unía el gesto de la palabra. Junto a los cambios de voz, las dramatizaciones, el
empleo de la primera persona del singular, los gestos confirman que la predicación de
Calvino era animada‖, lo cual no significa que Calvino no preparase sus intervenciones:
―Es como si subiese al púlpito y no me dignase mirar el libro, como si me forjase una
imaginación frívola para decir: ‗Bueno, cuando esté ahí, Dios proveerá‘. Y no me dignara a
leer, ni a pensar en lo que tengo por delante, o como si viniese aquí sin haber meditado
suficientemente cómo hay que aplicar las Sagradas Escrituras para la edificación del
pueblo; sería presuntuoso por mi parte, y Dios me confundiría en mi audacia‖

No obstante, la elocuencia sagrada se distingue del arte oratorio común en la dignidad


del tema: Cuando el Evangelio se predica en nombre de Dios, es igual que si hablase Él
en persona. Afirmación que puede estar en el límite del solipsismo: ―Yo hablo, pero tengo
que escucharme, dado que es el espíritu de Dios el que enseña; pues de lo contrario la
palabra que sale de mis labios no me beneficiaría más que a todos los demás, ya que me
vino dada desde arriba y no salió de mi cabeza. Por tanto, la voz del hombre no es más
que un sonido que se desvanece en el aire y, en el cualquier caso, es el poder de Dios en
la salvación de todos los creyentes‖

Calvino habla, Calvino escucha: las dos acciones son equivalentes en el caso de la
palabra de Dios. O lo que es lo mismo, la Palabra suscita inmediatamente el reparto: ―No
estoy aquí sólo por mi. Es cierto que debemos aprovechar todos juntos, pues cuando
subo al púlpito, no es para enseñar sólo a los demás. Yo no me sitúo aparte, pues debo
ser escolar, y la Palabra que sale de mis labios debe servirme tanto como a vosotros, o
caerá la desgracia sobre mi‖
Enseñar significa a su vez aprender. Pastores y fieles están a la escucha de un mensaje
que los supera. El predicador debe esfumarse literalmente detrás de la revelación que

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lleva: ―Si estoy aquí en el púlpito y pretendo que se me escuche en nombre de Dios y
acabo seduciendo al pueblo, es un orgullo que supera cualquier otro.‖
De esta actitud se derivan consecuencias esenciales sobre la manera de interpretar los
textos: ―Por mi parte, ciñéndome a la manera en que Dio se manifiesta aquí, me
esforzaré por seguir en definitiva el auténtico hilo del texto y, sin insistir en largas
exhortaciones, me preocuparé sólo en masticar, como se dice, las palabras de David para
que podamos digerirlas‖.

No se trata de preconizar una actitud puramente especulativa: ―Que ocurriría si después


de haber estado aquí medio día y haber expuesto la mitad de un libro y, sin mirar por
vosotros ni por vuestro beneficio, hubiera especulado inútilmente y hubiera tratado
muchas cosas de manera confusa? Todos regresarían a sus casas igual que habrían
venido al templo, y eso sería profanar la Palabra de Dios, hasta tal punto que dejaría de
ser útil para nosotros‖

Calvino es muy consciente de su audiencia: ―Por tanto, cuando expongo las Sagradas
Escrituras, tengo que atenerme siempre a ellas, es decir, que los que me oyen reciban
beneficio de la doctrina que propongo, que hayan sido edificados hasta la salvación. Si no
tengo esa afección y no procuro la edificación de los que me oyen, soy un sacrílego
profanando la Palabra de Dios‖

―¿Qué sermones había entonces en toda Europa, que representaran la simplicidad en la


que san Pablo quería que el pueblo cristiano permaneciera toda la vida? ¿Dónde estaba
el sermón que enseñara a las viejas algo más que fantasías para contar todo un mes en
su hogar? Pues sus predicaciones estaban ordenadas de tal modo que una de las partes
estaba situada en las oscuras y difíciles preguntas de la escuela para despertar la
admiración de pueblo pobre y llano; la otra consistía en alegres fábulas y especulaciones
entretenidas para animar y conmover los corazones. Se entremezclaban algunos
vocablos de la Palabra de Dios para que la majestad que tenían dieran color a sus
sueños y fantasías. Pero en cuanto los nuestros levantaron su bandera, en un momento
todas esas tinieblas se despejaron entre vosotros. Ahora bien, vuestros predicadores, en

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parte preparados y formados en los libros de éstos y en parte obligados por la vergüenza
y murmuración del pueblo a conformarse con el ejemplo de los arriba citados, aun no es
posible que sientan totalmente esta tontería y bobada. De suerte que si comparamos
nuestra forma de predicar con la suya-incluso con la que les es más querida- se sabrá
fácilmente que nos has hecho una gran afrenta‖

Por tanto, para Calvino la predicación no es un género literario entre otros: constituye la
esencia misma de la actividad reformadora. La primea cualidad de un predicador es la
humildad. No sólo debe evitar toda referencia demasiado personal, sino que también
debe ponerse al alcance de la humanidad común. A la exigencia ética se une la
preocupación evangélica:
―Yo que hablo ahora, no debo aportar nada mío y no debo tampoco elevarme por encima
de los demás. Pues en realidad no digo a toda la concurrencia que es necesario que esta
doctrina se dirija a mi en primer lugar y que domine por encima de todos sin excepción‖

Al utilizar la metáfora de la trompeta, Calvino compara la tarea de un predicador con la de


in instrumento de percusión, en el que resuena la Palabra de Dios. En realidad, el pastor
se da cuenta de que pertenece al rebaño. Sí, Jesucristo es el único pastor preocupado
por sus ovejas: ―[Nuestro Señor] quiso que yo fuera como un trompeta que recogiera
obedientemente al pueblo que es suyo, y que yo fuera del rebaño como los otros. Por ello,
cuando mi voz sea oída, es para que vosotros y yo estemos todos reunidos para ser el
rebaño de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo‖

Por ejemplo Lutero (1483-1546) en su obra Table Talk, presenta una sección titulada
‗Sobre los Predicadores y la Predicación‘. Allí Lutero declara que todo predicador debería
tener las siguientes virtudes: (1) enseñar sistemáticamente (2) tener discernimiento (3)
ser elocuente (4) buena voz (5) buena memoria (6) saber cuándo terminar (7) estar
seguro de su doctrina (8) aventurarse y comprometer cuerpo y sangre, salud y honor, en
la palabra, y (9) sufrir el hecho de ser objeto de burla y mofa de parte de todos (Ibíd.,
p.53).

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Calvino (1509-1564), por su lado, ‗utilizó la homilía como método y predicó a través de
varios libros de la Biblia‘ (ibíd.). Para Calvino, predicación e iglesia estaban muy
relacionados. Esa convicción lo llevó escribir que, ‗En todo lugar en que la Palabra de
Dios es predicada y escuchada de manera pura… allí existe, sin duda, una Iglesia de Dios‘
(citado por Stott, 2006, p.23). Puso mucho énfasis en la preparación del predicador, este
debería de ser un erudito, un estudiante de la Palabra de Dios. El aporte de Calvino
radicó en el lugar que le dio a la congregación.

Ellos deberían mostrar un espíritu apropiado y ser obedientes a la Palabra de Dios, la


misma que habían oído durante la predicación. Philip Melachthon (1497-1560) escribió
dos pequeños tratados acerca del arte de la predicación: Elementorum Rhetorices Libri
Duo y Ratio Brevissima Concionandi.

Aun cuando estas obras no fueron innovadoras en sí mismo, puesto que siguieron los
principios de la retórica clásica con una aplicación a la predicación Cristiana, llegaron a
ser un aporte al cual se le debe prestar atención.

Hugh Latimer (1485- ) el popular predicador de Inglaterra, poseía un ‗toque sencillo y


rústico‘ (ibíd., p.24). Sus predicas le salían del corazón y llegaban al corazón de sus
oyentes. Su prédica se orientó básicamente a denunciar la apatía del clero inglés. En su
época los obispos se habían desentendido de la predicación para dedicar su tiempo al
disfrute terrenal de sus bienes. Uno de sus sermones más populares es el que lleva por
título ‗El sermón del arado‘. Allí ataca directamente a los prelados de la iglesia inglesa y
los desafía a abandonar su apatía, puesto que el diablo no se muestra así de indiferente
frente a la grey descuidada, sino que trabaja activamente.
Nos hemos referido a Lutero y Calvino con respecto a la reforma continental, y a Latimer
por la inglesa. Eran predicadores y creían en la predicación. Sin embargo eran los
ejemplos que encabezaban una convicción y práctica generalizadas.

Andrew Hyperius (1511-1564) fue quien hizo una significativa contribución a la teoría de
la predicación con su obra Sobre la elaboración de Discursos Sagrados (contenido en dos

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volúmenes). Por su importancia ha sido catalogado como un ‗tratado científico sobre el
arte de la predicación‘ (ibíd.). Este autor aborda el tema de los sentimientos que podría
motivar el predicador. Deja bien en claro que, ‗el predicador no está para crear mera
emoción, más bien está para avivar la vida espiritual y producir frutos espirituales‘
(Turnbull, p.53).

Otro tratado importante dentro del periodo correspondiente a la Reforma, es El Arte de


Profetizar de William Perkins. La obra presta mucha atención a la interpretación y la
exposición, estos elementos influenciaron mucho a los predicadores ingleses,
mayormente a los Puritanos y los Separatistas que fueron a América del Norte.

1.4.4. Puritanos y evangélicos


La prominencia dada a la predicación por los primeros reformadores continuó, por parte
de los puritanos, en la segunda parte del siglo XVI y en el XVII. Han sido descritos de
muchas formas, unas más amables que otras, pero ―el calificativo que mejor resume su
carácter‖ es el de ―predicadores Santos‖. Entre los puritanos se destaca Richard Baxter,
autor del ―Pastor reformado‖ (1656), como un ejemplo consistente de los ideales que
representan la tradición puritana y también su propio libro. Se sentía oprimido por la
ignorancia, pereza y libertinaje del clero, la cual había sido expuesta por un comité
parlamentario en su informe titulado ―el primer siglo de sacerdotes escandalosos y
malvados‖ decía en resumidas cuentas ―debemos enseñarles, cuanto más podamos, de
la Palabra y obras de Dios‖.

Los métodos de Baxter constaban de dos aspectos. Por un lado, fue pionero de ña
práctica de catequizar familias. Dado que había unas 800 familias en su parroquia y que
él quería saber de su progreso espiritual al menos una vez al año, él y su colega invitaban
a sus casas a quince o dieciséis familias cada semana para llevar a cabo la catequesis,
por otro lado era ―la predicación pública de la Palabra‖. Era un trabajo, insistió, ―que
requería una habilidad mayor y, especialmente, mayor vivacidad y fervor de la que
cualquiera de nosotros brinda. No es poca cosa pararse frente a una congregación y
entregar un mensaje del Dios vivo, en nombre de nuestro Redentor‖

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Al otro lado del Atlántico, uno años después, Cotton Mather, el puritano americano ejercía
un ministerio en Boston cuya influencia se hacía sentir a ambos lados del océano. Su
visión del ministro cristiano en general, y del predicador en particular: era de una
distinción extrema, decía ―el oficio del ministerio cristiano, entendido en forma correcta,
es el más honorable e importante que cualquier hombre en todo el mundo pueda
ostentar; ¡y será una de las maravillas y ocupaciones de la eternidad el considerar las
razones por las que la sabiduría y bondad de Dios asignaron este oficio al hombre
imperfecto y culpable! Es un trabajo que podría desear un ángel, como honor a su
carácter; sí, un oficio que cada ángel en el cielo codiciaría como empleo por los futuros
mil años‖

Uno de los que más impactó la historia de la predicación en Europa y los Estados Unidos
en el siglo XVIII, fue John Wesley (1703-1791). Wesley fue predicador incansable, se
menciona que él ‗Predicaba dos veces al día, y a menudo tres y cuatro veces‘. Lo grande
de Wesley es que llevó a cabo su predicación, en las condiciones más adversas que se
puedan imaginar. A menudo era apedreado y había contra él innumerables intentos de
homicidio. Las cifras en torno a su vida, inspiran mucho a los predicadores que han vivido
después de él:
Se calcula que en los últimos cincuenta y dos años de su vida predicó más de cuarenta
mil sermones. Wesley trajo a pecadores al arrepentimiento en tres reinos y dos
hemisferios. Eso sin contar sus aportes en cuanto a literatura cristiana, misiones y
estudios bíblicos. En su diario personal del 28 de agosto de 1757, había mencionado,
‗Ciertamente vivo por la predicación‘ (citado por Stott, 2006, p.29). Efectivamente así
vivió hasta el último día de vida que le dio el Señor.

Para Wesley la predicación era su ministerio característico. En las iglesias y sus patios, en
los prados de las villas, en los campos y anfiteatros naturales proclamó el Evangelio y
―ofreció a Cristo‖ a las vastas multitudes que se reunían para escucharlo.

Luego surgió George Whitefield que era sin lugar a dudas el predicador más poderoso.

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En Gran Bretaña y Norteamérica, en el interior y al aire libre, hizo un promedio de veinte
sermones semanales durante treinta y cuatro años. Elocuente, entusiasta, dogmático, y
apasionado, dio vida a su predicación con vívidas metáforas, ilustraciones cotidianas y
gestos dramáticos. Con ellas mantenía encantada a su audiencia, puesto que les
preguntaba directamente o bien les rogaba encarecidamente que se reconciliaran con
Dios. Tenía completa confianza en la autoridad de su mensaje, y estaba determinado a
que éste recibiera el respeto que merecía como la Palabra de Dios

1.4.5. Siglos XIX-XX


El siglo XIX favoreció tremendamente la producción literaria, esto también alcanzó a la
literatura relacionada a la teoría homilética. Turnbull (ibíd., p.54) indica que ‗en la medida
que el siglo progresó, la teoría homilética se tornó más informal, más variada y más
interesante‘. En esta época podemos citar a de Charles Simeon, predicador inglés,
ardoroso e incansable, quien llegó a sostener, que el oficio más valioso era precisamente
el de predicador. En una misiva enviada a John Venn, le escribió: ‗…felicito… tu ascenso
al oficio más valioso, el más importante y el más glorioso en el mundo: el de un
embajador del Señor Jesucristo‘ (citado por Stott, 2006, p.31). Además de ellos,
podemos citar también a John Henry Newman (1801-1890), H.P. Liddon (1829-1890),
F.W. Robertson (1816-1853) y la figura sobresaliente de Charles Haddon Spurgeon
(1834-1892) en su Tabernáculo Metropolitano en Londres. Conocido como el "Príncipe de
los predicadores", Chilvers señalaba que en eso radicaba el secreto y el poder del
hombre. Su predicación era con poder, el poder del Espíritu Santo. Spurgeon conocía la
unción que venía de arriba, que debería ser codiciada por todo predicador de la Palabra.
Pero su predicación era también con convicción. Spurgeon creía en la absoluta soberanía
de Dios. Ninguno de Sus propósitos podría frustrarse. El azar no se encontraba en el
vocabulario espiritual de Spurgeon. No había ninguna nota de vacilación en la
predicación de Spurgeon. Nunca dejó en duda a su congregación acerca de las verdades
y realidades de la Escritura. Se trata o del cielo o del infierno, de la salvación o de la
condenación. Sus mensajes siempre fueron: "el Señor dice así", y nunca, "me aventuro a
sugerir".

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Debido a que fue primordialmente un predicador, ahora contamos con los 63 volúmenes
de la serie de sermones del Púlpito de la Capilla New Park Street y del Púlpito del
Tabernáculo Metropolitano. A continuación, era un 'puritano' del siglo 19. Spurgeon ha
sido llamado "el último de los puritanos" pero la verdad es que todavía quedan
predicadores que proclaman las mismas doctrinas de la gracia que Spurgeon predicaba.
Cuando era solamente un muchacho, se nutría de literatura escrita por los puritanos, y
continuó nutriéndose de ellos durante su largo ministerio, en el que a su vez alimentó a
los demás. Por supuesto que modernizó el discurso de los puritanos, convirtiéndolo al
sencillo estilo anglosajón que el hombre de la calle podía entender. (En realidad, para el
lector común de hoy, ese estilo anglosajón, que es proclamado como muy sencillo, no lo
es. Es equivalente a leer a Shakespeare, pero hay que aclarar que así se expresaba la
gente común en aquella época. El vocabulario que usa Spurgeon es muy diverso y
contiene referencias y expresiones cultas.) Moldeado y formado por aquellos gigantes
espirituales de los siglos 17 y 18, Spurgeon mismo se convirtió en un gigante espiritual,
en un "heredero de los puritanos".

Con frecuencia se nos olvida que Spurgeon, así como era un gran predicador, era
también un pastor muy diligente. Él amaba a la gente que le fue confiada en Waterbeach,
en la Capilla de New Park Street y luego en el Tabernáculo Metropolitano. "Yo habito en
medio de mi pueblo", solía decir. Trabajaba con ellos y por medio de ellos, impartiéndoles
su amor por la verdad divina y su celo por el reino de Cristo. Oraban juntos, lloraban y
reían juntos, y juntos eran ganadores de almas.

Otros que dejaron huellas profundas en la teoría de la predicación, han sido: Alexander
Vinet y su Homilética (1847). El libro fue traducido al inglés y tuvo un fuerte impacto en
Inglaterra, donde fue utilizado como libro de referencia en el campo de la homilética,
durante muchos años. Incluso llegó a influir en la obra de John A. Broadus.

Fue precisamente John A. Broadus quien escribió una de las obras más relevantes en los
Estados Unidos. Su trabajo fue publicado el año 1870 con el título de Un tratado sobre la

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preparación y entrega de sermones e increíblemente todavía se sigue usando como texto
de referencia en algunos seminarios. En esta época, e inicios del siglo XX, también
aparecieron otras obras importantes, tales como La teoría de la predicación (1890) de
Austin Phelps y La elaboración del sermón (1898) de Harwood Pattison.

Durante la primera mitad del siglo XX se debe resaltar las obras El predicador (1909) y
Elementos vitales de la predicación (1914) de A. S. Hoyt. Otros trabajos que pueden
también merecen mencionarse en esta época, son: Disertaciones sobre predicación de
Lyman Beecher, Predicación positiva y la mente moderna (1907) de P.T. Forsyth, Las
charlas Beecher sobre predicación en Yale, tituladas The Romance of Preaching. Horne
fue un excelente orador y miembro del Parlamento británico (ibíd., p.35).

En general, durante la primera mitad del siglo XX, no hubo muchos cambios significativos
en la teoría de la predicación, la tendencia fue ‗ser más inspiracional en contenido‘ (ibíd.,
p.55). Los libros siguieron el formato siguiente: (1) el predicador, (2) su propósito, (3) su
mensaje, y (4) su método (ibíd.). Algunos aspectos de la predicación –como es el caso de
la elaboración de las ilustraciones- recibieron aportes importantes, se puede mencionar
aquí el trabajo de Dawson Bryan y su Arte de ilustrar sermones (1938), W. E. Sangster y
La habilidad de ilustración de sermones (1946) e Ian Macpherson con El arte de
ilustración de sermones (1964).

También se le dio importancia a la relación entre la predicación y la teología. La obra


titulada La predicación apostólica y su desarrollo (1936) de C. H. Dodd resalta en este
punto. Aunque sobresale más por su labor teológica, que su labor como predicador, no
podemos dejar de mencionar a Karl Barth (1886-1968) y su profundo respeto por la
predicación. En 1928 declaró:
…no existe nada más relevante para la situación real, desde el punto de vista de los
cielos y la tierra, que el hablar y escuchar la Palabra de Dios en el poder regulador y
productor de su verdad… (Citado por Stott, 2006, p.37)

Observa Karl Barth, en su tratado sobre la predicación, comenta que esta es una tarea

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imposible; para ella, observa, todo ser humano es incapaz e indigno (1969:48,52). Aun,
le resulta imposible saber de antemano qué está pasando mientras él predica, porque los
resultados dependen enteramente de Dios (1969:48). Tenemos que exclamar con San
Pablo, «¿Quién es competente para semejante tarea?» (2Co 2.16).

Karl Barth ha reformulado esta doctrina en términos muy impresionantes. La palabra de


Dios, para él, ocurre en su sentido pleno cuando Dios habla y el pueblo escucha
(1969:71). La predicación hace presente a la Palabra en forma viva; «cuando se predica
el evangelio, Dios habla» (1969:19) y entonces —en la frase de Lutero— «La palabra trae a
Cristo al pueblo» (1/1 61). En ese acto de Dios, el «Dios que habló» del pasado se
convierte en un presente «Dios que habla», siempre por las Escrituras. Por la acción del
Espíritu Santo, la Palabra toma vida, como si fuera una resurrección del texto.

Barth se refiere a la predicación por medio de dos definiciones: Una es la predicación es


la Palabra de Dios pronunciada por él mismo. Dios utiliza como le parece el servicio de un
hombre que habla en su nombre a sus contemporáneos, por medio de un texto bíblico.
Este hombre obedece así a la vocación que ha recibido en la Iglesia y, por su ministerio,
la Iglesia realiza la misión que le corresponde. Y segundo la predicación es fruto de la
orden dada a la Iglesia de servir a la Palabra de Dios, por medio de un hombre llamado a
esta tarea. Para este hombre se trata de anunciar a sus contemporáneos lo que deben
oír de Dios mismo, explicando, en un discurso en el que el predicador se expresa
libremente, un texto bíblico que les concierne personalmente. ¿Por qué estas dos
proposiciones? Porque el hecho de la predicación presenta un doble aspecto: Palabra de
Dios y palabra humana.

Si queremos definir teológicamente lo que ocurre cuando un hombre predica, no


podemos hacer otra cosa que ofrecer indicaciones, poner puntos de referencia. Por
encima de la reflexión humana, nos vemos remitidos a Dios que dice la primera y la
última palabra. Dios no puede ser encerrado en ningún concepto: vive y actúa con su
soberana autoridad.

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Mayor sorpresa causa la importancia dada a la predicación por un hombre de una visión
teológica liberal como el Obispo Hensley Henson. No obstante, en sus sermones e
instrucciones para la ordenación, deploró ―¡Qué lástima! El espectáculo demasiado
frecuente de una congregación que se hunde lentamente en llanto resignado, o quizás
hasta en letargo descarado, ante el fastidio de un sermón‖. En contraste con este
rechazo al púlpito Henson declaró su propia convicción: ―De todas las obras del
ministerio cristiano, la predicación es la suprema; la reverencia hacia nuestra profesión
queda probada en nuestro desempeño del deber de predicar. Consecuentemente exhortó
a sus compañeros del clero: ―jamás permitan tener una visión negativa de su deber de
predicadores…En un sentido podemos decir que todas las actividades del pastorado
confluyen en el ministerio de la predicación‖

La vida y obra de Dietrich Bonhoeffer aún están siendo evaluadas. Quienes mejor lo
conocían, nos aseguran que nunca fue su intención prescindir de la adoración verdadera
de la comunidad reunida, en su interpretación ―no religiosa‖ del cristianismo, decía ―Si
escuchas el llamado de Jesús, no necesitas una revelación personal; todo lo que tienes
que hacer es escuchar el sermón y recibir el sacramento‖ en una de sus charlas sobre la
predicación anteriores al estallido de la guerra, Bonhoeffer hace hincapié en forma aun
más enfática en la importancia de la predicación: ―el mundo y todas sus palabras existen
por causa de la palabra proclamada. En el sermón se asientan los fundamentos de un
nuevo mundo. Es ahí donde la palabra original se torna audible. El predicador debe tener
la certeza de que Cristo entra en la congregación mediante las palabras que proclama de
la escritura‖

Bonhoeffer se tomaba la predicación en serio. Para él, un sermón no era ni más ni menos
que la palabra misma de Dios, el lugar en el que él quería hablar a su pueblo. Quería
grabar esta idea en sus ordenantes para ayudarles a entender que predicar no se
limitaba a un ejercicio intelectual. Como la oración o la meditación sobre un texto
escriturario, era una oportunidad de recibir noticias del cielo y para el predicador, ser el
vehículo por medio del cual Dios quisiera hablar suponía un santo privilegio. Como la
encarnación, era un lugar de revelación, donde Cristo venía al mundo desde fuera del

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mismo.

Pero, como con muchas otras cosas, sabía que la mejor forma de comunicar lo que
pensaba y sentía acerca de la homilética era llevándola a cabo. Predicar un sermón
durante un culto real era infinitamente mejor que impartir una conferencia sobre ella. Los
ordenantes debían ver en él a alguien que vivía lo que quería enseñarles a ellos, como
hizo Jesús. La enseñanza y la vida debían ser dos partes de una misma cosa.

Incluso cuando no estaba predicando, sino conversando sencillamente sobre sermones,


quería comunicar cosas prácticas a sus ordenantes. Decía ―escriban su sermón a la luz
del día; no lo hagan de una vez; en Cristo no hay lugar para cláusulas condicionales; los
primeros minutos en el púlpito son los más favorable, no los malgasten con
generalidades, sino confronten a la congregación enseguida con el núcleo del asunto;
cualquiera que conozca de verdad la Biblia puede llevar a cabo una predicación
extemporánea.

En 1932, Bonhoeffer le explicó a Hildebrandt: ―Un sermón realmente evangélico debe ser
como ofrecer a un niño una buena manzana roja, o un vaso de agua fresca a un sediento
y preguntarle: ¿Lo quieres?‖. De hecho ―debemos ser capaces de hablar sobre nuestra fe
para que las manos puedan extenderse hacia nosotros con mayor rapidez de lo que
podamos llenarlas…No intenten hacer que la Biblia sea importante. Su relevancia es
axiomática…No defiendan la Palabra de Dios, sino den testimonio de ella…Confíen en la
Palabra. ¡Es un barco cargado hasta el límite de su capacidad!‖

Deseaba grabar en la mente de sus ordenantes que, cuando uno presentaba de verdad
la Palabra de Dios, la gente se derretía porque tenía el poder innato de ayudarles a ver su
propia necesidad y le proporcionaría la respuesta a ella sin sobrecargarla de ―religión‖ o
de falsa piedad. La gracia de Dios, sin filtros no explicación, tocaría a las personas.

Incluso la Segunda guerra mundial, aun cuando aceleró el proceso de secularización


europea, no apagó la predicación. Durante la guerra y posteriormente, tres distinguidos

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ministros metodistas ocuparon los púlpitos londinenses y reunieron a grandes multitudes:
Leslie Weatherhead, Donald Soper y Will Sangster. Según un ingenioso comentario, la
mejor manera de distinguirlos era mediante sus tres amores, puesto que ―Sangster
amaba al Señor, Weatherhead a su pueblo y Soper amaba el debate‖. Sangster declaró
su convicción personal de que ―predicar las Buenas Nuevas de Jesucristo es la más
sublime, más santa actividad a la que puede entregarse un hombre: una tarea que los
ángeles envidiarían y por la que los arcángeles abandonarían la corte celestial‖

En la segunda mitad del siglo XX, se le ha dado mayor importancia a la estructura y


organización del sermón, dentro de la teoría homilética. En ese sentido, hay algunas
obras que han contribuido a tal fin, ellas son: La preparación de sermones (1948) de A.
W. Blackwood, Principios y práctica de la predicación (1956) de Ilion. Jones, Diseño para
la predicación (1958) de Grady Davis, Pasos para el sermón (1963) de Brown Clinard y
Northcutt.

De este modo llegamos a las décadas de los sesenta, sesenta y ochenta. La ola de
predicación menguó, y se mantiene baja en la actualidad. Al menos en el mundo
occidental la caída de la predicación es un síntoma de la caída de la iglesia. Una era de
escepticismo no conduce a recuperar la proclamación confiada. No obstante, no hay
carencia de voces que declaren su vital importancia y llamen a una renovación.
Escuchamos estas voces prácticamente en todas las iglesias. Se han escogido muestras
de la Iglesia Católica romana, la Anglicana y las Iglesias Libres.

Algunos escritores católicos-romanos muestran gran preocupación por el bajo nivel de la


predicación contemporánea. De acuerdo con el anciano teólogo jesuita, Karl Rahner, una
de las preguntas candentes de hoy tiene que ver con lo que denomina ―el problema de la
predicación‖. Es el no relacionar el mensaje cristiano con el mundo cotidiano. ―Muchos
dejan la iglesia porque el lenguaje que fluye del púlpito no tiene sentido para ellos‖. No
tiene relación con su propia vida y simplemente evita muchos temas amenazantes e
ineludibles…el problema de la predicación se está tornando aun más problemático‖.

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Esto no debería ser así para quienes han leído los documentos emanados del Concilio
Vaticano Segundo. El capítulo sexto de la ―Constitución dogmática sobre la revelación
divina‖ titulado ―Las Sagradas Escrituras en la vida de la Iglesia‖, contiene fuertes
afirmaciones acerca del deber de estudiar y aplicar las Escrituras: ―La nutrición de las
Escrituras iluminando por este medio sus mentes, fortaleciendo su voluntad y
encendiendo los corazones de los hombres con amor a Dios‖. El pueblo cristiano,
continúa el texto, debe leer por cuenta propia las escrituras. ―Por ende, de este modo,
mediante la lectura y estudio de los libros sagrados, permitidos que ―la Palabra del Señor
corra y sea glorificada‖ (2 Ts.3:1), y que el tesoro de la revelación confiado a la iglesia
llene cada vez más los corazones de los hombres‖

La iglesia Anglicana, tal como hemos visto, ha sido adornada con una larga sucesión de
predicadores dotados. Sin embargo, últimamente ningún predicador ha contribuido en
mayor medida a recuperar la predicación en la Iglesia de Inglaterra que Donald Coggan,
Arzobispo de Canterbury, de 1974 a 1980. Es un predicador capaz que se describió a sí
mismo diciendo que ha estado durante medio siglo ―bajo la gozosa tiranía de ser un
ministro de la Palabra‖, decía: ―entre el perdón de Dios y el pecado del hombre se
encuentra ¡el predicador! Que entre la verdad de Dios y la necesidad humana se
encuentra ¡el predicador! Que entre la verdad de Dios y la búsqueda del hombre se
encuentra ¡el predicador! Es su tarea conectar el pecado humano con el perdón, la
necesidad humana con la omnipotencia divina, la búsqueda humana con la revelación
divina…‖

Pero podríamos decir que la mayor contribución, durante la segunda mitad del siglo XX,
sería el énfasis en el uso de las Escrituras en la predicación. En buena cuenta, ‗Esto
representa una recuperación del modelo de la iglesia primitiva y de la Reforma‘ (ibíd.). El
que más aportó en este sentido, fue A. W. Blackwood con sus obras Predicando desde la
Biblia (1941) y Predicación expositiva hoy (1953). No podemos dejar de mencionar al Dr.
Martyn Lloyd-Jones y su obra Preaching and Preachers. De él, como predicador, escribe
John Stott (2006, p.43) en los siguientes términos:
…su aguda mente analítica, su comprensión penetrante del corazón humano y su

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temperamento galés apasionado se combinaron para hacer de él el predicador británico
más poderoso de las décadas de los cincuenta y sesenta.

También se puede advertir en esta época, el surgimiento de la predicación expositiva,


como método, en lugar del sermón temático, que rigió por mucho tiempo.

El Dr. Lloyd-Jones nos informa sobre el tema: Aun aquellos con solamente una vaga idea
de lo que la Biblia enseña saben que la predicación es ordenada por Dios. Pablo fue ―un
siervo de Dios y un apóstol de Jesucristo‖ y así se sostuvo ―en la esperanza de la vida
eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos, y a
su debido tiempo manifestó su palabra por medio de la predicación...‖ (Tito 1:1-3). La
palabra de Dios es todavía manifestada a través de la predicación. Algunos de los más
grandes hombres que hayan vivido fueron predicadores. Noe fue un ―pregonero de
justicia‖ ―predicador‖ (KJV) (2 Ped. 2:5). El autor de Eclesiastés, se refiere así mismo
como ―El Predicador‖ (Eccl. 1:1). Pablo fue ―constituido predicador y apóstol...y maestro
de los Gentiles en fe y verdad‖ (1Tim. 2:7). Jesucristo, nuestro Señor fue un predicador. Él
cumplió la escritura que dice: ―El Espíritu del Señor esta sobre mi, Por cuanto me has
ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados
de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a
los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor.‖ (Luc. 4:18-21; Is.61:1-2)

El propósito de la Predicación es doble. Primero, su propósito es salvar al perdido. Jesús


declaro que El vino ―a buscar y a salvar lo que se había perdido‖ (Luc. 19:10). Él envió a
los discípulos ―a las ovejas perdidas de la casa de Israel‖ (Mat. 10:5-6), exhortándoles a
arrepentirse porque ―El reino de los cielos se ha acercado‖ (v.7). después de la
resurrección, Él les envió a predicar el Evangelio ―a toda criatura‖ y ―a todas las
naciones‖ (Mar. 16:15; Mat. 28:19). Los profetas declararon que ―todo aquel que
invocare el nombre de Jehová será salvo‖ (Joel 2:28). Pero, ― ¿Cómo, pues, invocaran a
aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y
Cómo oirán sin haber quien les predique? ―(¿Y cómo oirán sin un predicador?—KJV)... Así
que la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Dios‖ (Rom. 10:10-17). El evangelio de

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Cristo es el poder de Dios para la Salvación (Rom. 1:16). Pablo lo declaro como ―la
palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación‖ (Ef. 1:13). El mensaje de un
Salvador crucificado y resucitado puede parecer ―locura‖ al mundo incrédulo, sin
embargo, ―agrado a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación‖ (1 Cor.
1:21).
El segundo propósito de la predicación es edificar al salvo. Jesús instruyo a los discípulos
a enseñar a aquellos convertidos a guardar ―todas las cosas que os he mandado‖ (Mat.
28:20). Pablo había enseñado a los ancianos de Efeso y cuando consideraba ser la
última vez que estaría entre ellos, él les recordó, ―Y ahora hermanos, os encomiendo a
Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia
con todos los santificados‖ (Hech. 20:32). La palabra de Dios es todavía manifestada por
medio de la predicación!.

A manera de conclusión se pueden decir dos cosas: en primer lugar, demuestra cuán
amplia y antigua es la tradición cristiana, la cual de gran importancia a la predicación.
Cubre un lapso de casi veinte siglos; comienza con Jesús y sus apóstoles, continúa con
los primeros padres y los grandes predicadores-teólogos después del concilio de Nicea,
como Crisóstomo en Oriente y Agustín en Occidente, pasa por los frailes y predicadores
medievales, Francisco y Domingo, los reformadores y puritanos, Wesley y Whitefield, y
culmina con los pastores modernos de los siglos XIX y XX. En segundo lugar, esta
tradición amplia y duradera es consecuente. Sin duda han existido excepciones que han
descuidado e incluso denigrado la predicación, pero han sido excepciones, desviaciones
deplorables fuera de la norma. El consenso cristiano a lo largo de los siglos ha sido
magnificar la importancia de la predicación, y recurrir a los mismos argumentos y
vocabulario con el fin de hacerlo. Es casi imposible no verse inspirado por este testimonio
común.

Esta es, entonces, una tradición que no puede ser dejada de lado livianamente. Sin duda
puede ser escriturada y evaluada. Sin duda, hoy está bajo el desafío de la revolución
social de nuestra era. Ciertamente, los desafíos deben ser encarados con apertura e
integridad.

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Teniendo en cuenta nuestro contexto geográfico y cultural se hace necesario abordar el
tema de la predicación de una manera sucinta a continuación, haciendo referencia a
nuestro continente y las diferentes corrientes como resultado de la influencia cristiana
europea.

1.4.6. La predicación en América Latina


La predicación en nuestro continente, se nutrió inicialmente de la homilética europea que
llegó junto a los ministros de las llamadas iglesias ‗étnicas‘ o de trasplante y los
misioneros protestantes que introdujeron el evangelio en el continente. Si esto es así,
entonces podemos afirmar que el contímetro de la homilética latinoamericana nunca
estuvo en cero, sino que partió y se nutrió de toda la riqueza de la predicación reformada
hasta encontrarse con su propia identidad, pero eso corresponde a otra etapa.

En la primera etapa podemos encontrar los primeros manuales de homilética que se


tradujeron al español, luego, la producción homilética desde América latina como una
reinterpretación de la herencia europea. Pablo A. Jiménez identifica tres momentos en la
historia de la homilética hispana: (1) la transculturación (2) la enculturación, y (3) la
contextualización.

1.4.6.1. Etapa de la transculturación


Esta etapa se puede dividir en dos momentos. En la primera se puede mencionar el
trabajo de los clérigos, responsables pastorales de las comunidades de migrantes
protestantes de Europa o de Estados Unidos. Como es lógico, estos ministros
protestantes recibían una formación teológica y homilética dentro de su contexto.

No tenían la preocupación de cruzar la barrera cultural en la predicación de la Palabra,


puesto que venían a ministrar a personas de su mismo idioma, cultura y características
psicológicas.

Las comunidades de inmigrantes protestantes eran una especie de pequeños enclaves


idiomáticos, culturales y religiosos, que funcionaban dentro de los estados

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latinoamericanos. La predicación tampoco fue pública debido a la prohibición proselitista
que se les había impuesto a las comunidades protestantes. Desde el nacimiento de las
repúblicas latinoamericanas, en el siglo XIX y hasta el primer tercio del siglo XX, los
Estados se declararon confesionales y excluyeron –mejor dicho, persiguieron- a todo tipo
de religión distinta a la católica.

En el segundo momento, relativa a la implantación del evangelio en América Latina, fue


necesaria la presencia bibliográfica concerniente a la evangelización y, por ende, la
predicación. Cómo el continente no estaba en condiciones de producir su propia
bibliografía, los misioneros promovieron ‗la traducción de algunos manuales de
homilética al español. Necesitaban estos manuales para adiestrar nuevos predicadores
laicos y nuevos candidatos al ministerio‘ (Jiménez, 2006, p.17). Entre ellos se pueden
citar tres libros que produjeron mucha influencia en la predicación latinoamericana:
Discursos a mis estudiantes (Charles H. Spurgeon), Tratado sobre la predicación (John A.
Broadus) y La preparación de sermones bíblicos (Andrew Blackwood). Hay que mencionar
dos libros más que, aunque fueron publicados directamente en español, no fueron
producidos dentro del contexto latinoamericano. Ellos son: Manual de Homilética (Samuel
Vila) y El sermón eficaz (John D. Crane).

1.4.6.2. Etapa de la enculturación


En esta etapa -donde la producción bibliográfica homilética latinoamericana partió de la
teoría homilética introducida en la etapa anterior- Jiménez (ibíd., p.20) advierte dos
grandes grupos de predicadores: (1) los ‗eruditos‘, quienes habían recibido una buena
educación secular. Podría decirse que eran los ‗poetas del púlpito‘, y (2) los ‗populares‘,
que, en muchos casos, sólo habían terminado sus estudios secundarios y no habían
accedido a programas de estudios teológicos formales.
Sus mensajes transitaban entre lo narrativo (secuencia de textos bíblicos que procuran
iluminar y explicar el tema central) y lo testimonial (vicisitudes de la vida diaria sobre la
cual gira todo el sermón.

Aquí los textos bíblicos sólo sirven de ‗relleno‘, el cuerpo está dado por la experiencia

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vivida en la persona del predicador u otra persona). Actualmente todavía puede
encontrarse predicas de tipo testimoniales, en la que los predicadores utilizan pasajes de
su vida como una clave hermenéutica para interpretar y aplicar una verdad bíblica. Es
una especie de ‗teología de la experiencia‘.

La predicación se involucró en la cultura del continente y el resultado fue la producción


de una homilética Latinoamérica que se nutrió de la homilética europea y americana
traída por los misioneros. Fue sólo el primer grupo (los eruditos) quien logró producir
tratados de predicación desde un contexto latinoamericano. Entre la producción
homilética del primer grupo se puede citar: El arte cristiano de la predicación (Ángel
Mergal), Comunicación por medio de la comunicación (Orlando Costas),

Predicación y misión: Una perspectiva pastoral (Osvaldo Mottesi) y Teoría y práctica de la


predicación (Cecilio Arrastia). Este último puede considerarse como uno de los más
grandes homiletistas que ha visto nacer América Latina.
1.4.6.3. Etapa de la contextualización
Aquí Jiménez (ibíd., pp.24-30), lamentablemente, se limita solamente a los predicadores
y predicadoras de habla hispana en los Estados Unidos‘ (p.24). Su estructura, que es un
edificio de tres pisos (transculturación, enculturación y contextualización), lo condiciona,
a fin de poner su atención sólo en la masa de predicadores que han contextualizado la
predicación hispana en los Estados Unidos.

Nuestro autor advierte con claridad un cambio importante a partir de los 80s, entre los
líderes hispanos relacionados a la teología y su esfuerzo por bosquejar una ‗teología
hispana‘, hecha en los Estados Unidos, pero ‗desde una perspectiva hispana o latina…‘
(ibíd., p.25). Más adelante aclara cual es la propuesta de esta teología: La teología
hispana propone una metodología que exhorta a la iglesia a desarrollar una práctica de la
fe que sea liberadora y que, por lo tanto, transforme la realidad opresiva que enfrenta
diariamente la comunidad latina (ibíd.). Jiménez ve una relación directa entre teología
hispana y predicación hispana. Los teólogos hispanos han hecho excelentes
contribuciones a la predicación, mediante sus obras publicadas. Algunas de ellas son: (1)

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Predicación evangélica y teología hispana, editado por Orlando E. Costas. Con respecto a
este libro, Jiménez (ibíd., p.26) escribe, ‗Este libro no ve el sermón como una mera
composición retórica‘.

Esa tal vez haya sido una de las grandes contribuciones de Costas en este libro (2)
Liberation Preaching: The Pulpit and the Oppressed de Justo y Catherine González. Hay
tres cosas que resaltan en esta obra: [a] ‗…leer la Biblia desde la perspectiva de la
personas marginadas‘, [b] ‗capacita a la persona que predica para hacerle ―preguntas
políticas‖ al texto bíblico‘ y [c] ‗…afirma la validez de la experiencia hispana como fuente
para la teología‘ (ibíd., p.27) (3) Lumbrera a nuestro camino, editado por Pablo A.
Jiménez. Esta obra centra su atención en ‗la relación entre la interpretación de las
Sagradas Escrituras y la predicación‘ (ibíd.) (4) Predicación evangélica y justicia social,
editado por Daniel R. Rodríguez-Díaz. Este libro relaciona temas sociales y predicación,
por lo tanto, la teología política y contextual están implícita en el mismo, y (5) Principios
de predicación, por Pablo A. Jiménez. Su mismo autor lo define como ‗el único manual
introductorio a la predicación‘, cuya tesis central es que, ‗la predicación cristiana tiene el
propósito de ofrecer una interpretación teológica de la vida en el contexto del culto
cristiano‘ (ibíd., pp.28-29). Combina la parte teórica y práctica. Tres partes
fundamentales constituyen el libro: [a] lo concerniente a la teología de la predicación y los
principios de comunicación [b] aspectos prácticos, y [c] un apéndice con cuatro
manuscritos de sermones.

Nuestro autor también destaca la labor de las mujeres dentro del contexto de la
predicación latinoamericana. Considera a Leo Rosado como la pionera de todas ellas, y
como la experta, a la Dra. Sandra Mangual Rodríguez.
La forma como las mujeres ‗ascendieron‘ al púlpito es relatado por Jiménez de una
manera muy anecdótica, sin que ello signifique falta de seriedad en sus argumentos.

Se puede notar que algunas de ellas resultaron en el púlpito casi por accidente, debido a
que: Algunos misioneros eran reacios a entregar el trabajo pastoral a los recién
convertidos, razón por la cual delegaban tareas en sus esposas. Sin querer, estas

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misioneras estadounidenses y británicas se convirtieron en modelos para las mujeres
latinoamericanas. La feligresía de las distintas iglesias se acostumbró a ver mujeres en
puestos de autoridad y en el púlpito. Esto motivó que la segunda y tercera generaciones
de creyentes protestantes nombraran mujeres como ―misioneras‖ y como ―pastoras‖ aun
en denominaciones que tradicionalmente no ordenaban mujeres (ibíd., p.29).

1.4.7. La predicación actual en América Latina


En América Latina hoy conviven variados estilos de predicación, sin embargo, debido a la
fuerza de su masa poblacional , son las predicas de los Carismáticos y los Pentecostales,
las que más se pueden ver y escuchar en los medios de comunicación.

Basta con acceder a la televisión por cable para poder visualizar una variada gama de
predicaciones espectaculares, con voces en el límite del volumen y un desplazamiento
escénico impresionante.

La predicación Pentecostal, desde su nacimiento, fue espectacular y fundado sobre la


bases de las señales, milagros y la interacción con los oyentes mediante respuestas a
arengas religiosas. En un sentido rompió con la tradición reformada, que había devenido
en institucional, intelectualista y árida.
La predicación Pentecostal se diferenció rápidamente de la Reformada, en el lugar que le
daba a la congregación. En esta, los oyentes no eran meros receptores pétreos, sino que
´participaban´ del sermón e interactuaban con el predicador mediante sus espontáneas
respuestas. Ellos no asistían al culto sino que participaban de el. Por eso es que lo
sensorial llegó a ser uno de los componentes más resaltantes de la adoración, el culto y
la predicación Pentecostal. Sentir el mensaje llegó a ser más importante que entender
una declaración teológica muy elaborada.

De ahí se explica también la simplicidad de los sermones de la mayoría de los


predicadores pentecostales. Su énfasis estaba centrado en lo vivencial más que en lo
reflexivo. Eso los llevaba sustituir el sermón –tal como se entiende desde la homilética,
es decir, como una estructura- por la narración de su testimonio o pasajes de su vida, a la

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luz de un pasaje bíblico. El testimonio se convirtió en una aplicación extensa del sermón,
era el sermón mismo.

En cuanto al estilo del predicador Pentecostal, este es muy dinámico. Hay un constante
desplazamiento escénico y se gesticula cada palabra que se profiere.

Se le da mucho valor al volumen, se cree que, mientras más eleve la voz, mayor será el
impacto de su predicación. En general, hay estilos muy variados, que van desde los que
son muy ordenados en sus ideas, los que improvisan, hasta los que terminan
convirtiéndose en verdaderos showmans del púlpito.

La predicación Carismática se diferencia de la predicación del Pentecostalismo clásico,


en su forma más que en su fondo. Los carismáticos todavía guardan el componente
sensorial y emotivo en su predicación. La utilización de frases es común durante el culto y
la predicación Carismática. El predicador interactúa con sus oyentes mediante ellas, por
eso, es común encontrar entre los predicadores carismáticos solicitudes tales como:
‗dígale a su hermano que está al costado…‘, ‗voltéese y dígale a su hermano…‘, ‗repita
conmigo…‘, ‗declare esta mañana…‘, etc.

Este es el puente que conecta al predicador con sus oyentes, hay un diálogo constante
con la congregación y entre la congregación. La mayoría de predicadores
Carismáticos, por haber recibido algún tipo de instrucción superior, poseen una oratoria
excelente, junto a la capacidad para esquematizar sus ideas, pero algunas veces fallan
en desarrollar teológicamente esas mismas ideas.

Los predicadores Carismáticos latinoamericanos se desplazan constantemente y de


manera espectacular por todo el escenario. En los últimos años se puede ver que estos
desplazamientos son muy extensos y constantes. Esto es muy fácil verificarlo, basta con
prender la televisión y ver a predicadores como Cash Luna, Dante Gebel y otros. Este
recurso tiene su lado positivo, pues mantiene a la congregación muy atento al
desplazamiento del predicador, y por lo tanto, a su mensaje.

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Otro aspecto que debemos de resaltar en la predicación Carismática es la relación que
existe con la tecnología y la música. Hay predicadores muy proclives a la utilización de
sistemas de audio sofisticado y a una buena luminotécnia. La mayoría de esas prédicas
son grabadas y transmitidas por radio, televisión y el internet. En cuanto a la música, ésta
está presente antes, durante y después de la predicación, es parte del sermón mismo. Su
conexión es mucho más evidente al final de la predicación, allí, mientras la música va
creando una atmósfera adecuada para el predicador, este ministra a las personas que
han atendido a la convocatoria de pasar adelante. La parte de la ministración es tan
importante en la predicación Carismática, que ha llegado a convertirse en una
aplicación/conclusión extensa. Sin embargo esta carecería de impacto si no va
acompañado de la música.

El tema principal de la mayoría de las predicas Carismáticas, es la prosperidad. Esta se


convierte en la clave hermenéutica para interpretar cualquier pasaje de la Biblia. Los
oyentes son motivados a dar para recibir y a vivir una vida próspera como ‗hijos del Rey‘.
Las predicas Carismáticas son cien por ciento efectistas sin ser por ello efectivas.

Del otro lado del río podemos encontrar a los predicadores que provienen del movimiento
de Santidad, los Bautistas y la tradición Reformada, quienes mantienen un estilo muy
conservador sin mucho aspavientos ni movimientos espectaculares.

La característica más saltante es su respeto por la Palabra de Dios, pero la debilidad más
evidente, también, es su excesivo intelectualismo descontextualizado que no responde a
las expectativas de los estratos más bajos y más altos. Junto a esto, también debemos de
mencionar que la presentación del sermón en forma de monólogo. Si las predicas
Carismáticas son muy interactivas, las de este grupo son poco participativas. La música
tampoco ocupa un lugar importante en su predicación.
Escrito por: Mgr. SILAS RAMOS PALOMINO (Director del S.E.B. del Sur)

Recursos Adicionales:

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 Video recomendado ¿Qué significa predicar? Del Pastor Jhon Piper
 Presentaciones Powert Point

Bibliografía Básica:
(1999). Bíblia Nueva Versión Internacional. (Sociedad Bíblica Internacional). Miami.
(1990), Manual de Homilética (Editorial CLIE) España

Bibliografía complementaria:
http://www.webselah.com/brevisima-historia-de-la-homiletica-y-la-predicacion.
Stott John (1999), La predicación puente entre dos mundos. Estados Unidos: Desafío.
Sanders, O. (1972). Perfil de un verdadero discípulo. Estados Unidos: Portavoz

Criterios de Evaluación:
El estudiante identifica la historia de la predicación desde la tradición y la Biblia como aporte a la sana
homilética y desarrollo del ministerio de la predicación de la Palabra.

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