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Lilia Garcia Bazterra Un 3ambrado de estrellas Coleccién Telaraiia EDITORIAL SIGMAR iDALE! Manuela es especialsta en navegar la noche. La recorre de un dngulo al otro del cielo y le encanta cuando el abuelo esta con ella, por- que le cuenta historias maravillosas, Bemardo también la acompafia a veces, pero con él es diferente. = Vamos a contar estrellas? Bueno. —Empiezo por alld. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce, trece, catorce, quince. ~iBstoy aburrido! ~iYo no! Diecisiete, dieciocho, diecinue- ve, veinte... Mid, mird, alla se cay6 una! Viste? ;Viste emo se puso? Se encienden fuerte, muy fuerte, antes de caerse y jviste? oe Después son como un arafiazo de luz sobre el cielo. ~iSi seris bobs la emoci6n. Lo cierto es que a Bernardo se le pone la piel de gallina cuando Manuela dice esas cosas. Ella las dice, y los ojos se le dibujan. tan redondos como dos uvas moras, mientras ! le dice para disimular mira el cielo con tantas ganas, que se le lle- nan de brillo y de estrellas. Navegar en la negrura del mar de los ojos de Manuela lo emociona tanto que se enoja con ella. Son amigos desde siempre y pasan muchas horas contando las estrellas. Es una de las cosas que hacen mientras lega la modorra y luego el suefio. Cuando se tiene hambre y ruido en la panza, hasta el suefio se desvela y suefia con una taza de leche caliente y un trozo de pan, aunque més no sea, duro Cada noche volvian a casa acostados en el nido del carro, acompafiados por los ladridos del Chepe que toreaba anunciando cada ‘nuevo pozo. Regresaban trepando y bajando la loma, por un camino dibujado con tantas wueltas y pozos que se les hacia un revoltijo en el estémago. Porque los revoltijos tam- bién se hacen de aire ‘Vivian en Villa Caracol, un lugar donde las suchas crecfan de un dfa para otro y ast como aparectan, desaparecfan, Cuando ereci an era lindo pero cuando se ihan, a Manuela le quedaba una sensacién como de estrella caida. Andaban en el carro por la ciudad y les decfan los cartoneros, pero si encontraban algin par de zapatos o zapatillas, algiin abri- 0.0 una ropa, o cualquier cosa que les sirvie- 1a, también se lo llevaban, ‘Cada tardecita hacfan el mismo recorrido. Habfan elegido un sector de calles del centro a las que revisaban con cuidado, como si fue- ran su propio laberinto. Pasaban horas jun- tando cartones y seleccionando la basura con. el abuelo Pepe. Pepe era el abuelo de ambos, aunque no fueran hermanos. Bernardo lo habia adoptado como propio desde no sabemos cuando, quizis habria sido en el momento en que le dijo al Barriga que le prohibya que lo llevata a robar, y decidié cuidarlo tanto como a Manuela, También empezs a enviarlo a la escuela con ella, aunque alli no podfan decir que car- toneaban por las noches. La seftorita se molestaba cuando descubria que los chicos trabajaban,’ hacia muchas preguntas y se ponfa a lenar una montafia de papeles, y luego vaya uno a saber qué sucedia. Pero el abuelo los mandaba igual. 10 Los chicos que estaban con el Barriga 0 las nnenas que juntaba don Ariel, ni se acercaban a la escuela, El abuelo no se cansaha de decir- les que “nada de andar escuchando las ofer- tas del Barriga o don Ariel que son todas ator rranteadas. Mientras yo esté aqui, eso no va a pasar. {No vaa pasar! gentendido?”, Y cuan- do don Pepe decia asi hal a que escucharlo atento y mirarlo a los ojos, en una explica- cin sin muchas palabras y con un poco de enojo. A pesar de todo, Manuela y Bernardo se sentian extraiiamente felices cuando se ponia asf, porque al final los abrazaba y los sostenfa acurrucados por un ratito. Fue también el abuelo quien les haba ense- jiado a organizar el trabajo para poder termi- nar temprano. Bernardo iba caminando por la vereda mientras el carro andaba lento. Si veia que en la puerta de alguna casa habgan dejado cosas, silbaba y se detenfan. Manuela saltaba a la vereda, corria hasta el sitio seftalado y comenzaban a revisar, mientras el Chepe husmeaba cada bolsa de basura en busca de su banguete del dia. Entonces, seleccionaban y clasificaban. El abuelo les habia explicado que tenfan que poner los papeles y cartones en el centro del carro y que, en los tincones y los costados, acomodaran la ropa. Contra el banco de ade lante, en un recoveco, debian cargar los moto- res, radios, televisores 0 cualquier cost que pudieran arreglar. Algunas las reparaban para ellos y otras, para cambiar o para vender. Luego de unas cuantas horas de minucioso anilisis y recoleccién de los desechos de la ciudad dormida, cuando ten‘an carga suficien- te y la noche se desplegaba con todo su silen- cio, emprendian el camino de regreso a casa " Ya vamos dejando até las calles asfaltadas, 1 me gusta, Se acabaron los sibidos y las cori das ¥ vamos rambo a la villa, mientras comien- za el arrullo del rechinar de las maderas y la ‘mecedora del carro. Me gusta mucho porque hago mi cama entre los cartones y me acuaruco bien abrigadta, boca arriba, mivando el cielo. Entonces el mundo cambia de posicién, una ve cémo los érboles los techos de las casas caminan sobre una calle de cielo enegridamente azul, muchas veces lleno de estrellas. E> lindo andar as, y escuchar solo los ladridos y el trote, oe silencio y las conversaciones entre el abuelo y el caballo. Ellos se entienden, yo sé que se entienden porque Kinks hace caso cuan- do le dice ~iSooo!, despacio Kinkén, no se me manque que ya esta usté muy viejo, mi amigo. Yo sé que el caballo lo comprende, porque sue- nan los cascabeles sobre la pechera de Kinkén, que seguro miré al abuelo como diciend "Esta bien! iBstd bien!”. Y cwando hace ast para responder- le, la marcha pierde velocidad y seguimos lento ‘Yo también entendf, después de escuchar tan- tas veces el mismo ruego, que si Kinkén se ‘manca, quiere decir que se lastima y eso seria un verdadero problema, y también ta gran trste- za. Yo tengo miedo de que suceda, porque Kinkén parece tan vigjo como el abuelo, Si, si. Seguero que Kinkén es tan viejo como el abuelo, Nos lo regalaron cuando se murié don Aailio, porque el caballo se habia quedado solo en el campo y creo que los hijos dijeron que no lo podian llevar al departamento que nadie iba a querer comprar ese matungo. Don Avil lo habia llamado Kinkén, como el monstruo de wna pelicula, de puero feo que era només. 14 Pero al Chepe nadie nos lo regals tampoco vino con nombre, un dia comenz6 a comer junto al carro y a acompafiamnos y Bemardo comenzé a decirle “che perro vent, che perro toma” y asi le qued6 muy bien lamarse Chepe. ~iVamos a contar estrellas! ~insistié Ma- nuela entre los cartones, mientras Bernardo revisaba una bolsa. —iVos y las estrellas! Para con eso! ;Por qué no le pedis al abuelo que haga cuentos? iNo ves que encontré algo bueno? Pero mirs que ka noche est renegra, y las estrellas brillan més brillantes. —{Si serds tonta! Por eso también hace mas fifo, ¢no ves que cuando se viene una helada el cielo esta asf, més transparente? =iNo importal... Vaaamos, dale, vamos a contar estrellas. 15 Pero esa noche no tuvo compafifa en. su recuento estelar, porque Bernardo estaba muy entretenido hurgando en una bolsa de un sper. Dentro de ella habia encontrado una camiseta de fitbol de la seleccién nacional. ~iMiré, Manuela, mis lo que tengo! -dijo encendido. ~Veintid6s, veintitrés, veinticuatro...-ella seguia contando. ~iPero mira! {No ves las rayas celestes y blancas? jEs la camiseta de la seleccidn! ;Y con el riimero dice! jBs ka de Maradona! ‘Como Manuela ya habia perdido la cuen- ta se sent6 y miré a Bernardo que revisaba su tesoro por todas partes. Cuando encontrs una rajadura entre las rayas de la tela, ahi mismo, en ese lugar, le estampé un beso. ~iSeguro que el abuelo deja que me la quede! ;Seguro que no me la va a sacar, no 7 18 me la va a vender! ;Cierto, abuelo? (Cierto? ~y de una zancada subié al pescante y se sents junto al abuelo para mostrarle lo que tenia. Mientras Bemardo le pedta al abuelo que no le vendiera la camiseta celeste y blanca, la de su estrella, Manuela se tendié de nuevo entre los cartones y respir6 profundo. Pero en vez de seguir con su inventario estelar, se puso a pensar. Pens6 si acaso, desde el cielo, el mundo se verfa como dice el cuento que habia leido la seftorita el tltimo viernes. Y se durmié sorvindolo, Sofié “El mundo”, segtin Galeano, que dice: “Un hombre del pueblo de Negus, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta conté. Dijo que habia contem- plado, desde alla arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. El mundo es eso -revel6-. Un montén de gente, un mar de fueguitos. Cada hombre brilla con luz propia entre todos los demas. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sere- no, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que lena el aire de chispas. Allgunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ‘ni queman; pero otros arden la vida con tan- tas ganas que no se puede mirarlos sin parpa- dear, y quien se acerca se enciende”. 19 NO TENGO GANAS No, no tengo ganas de levantarme. Mejor dicho no tengo ganas de despertarme, me gusta- ia quedarme en el pueblo de Negud porque alle alguien sube al cielo, y desde el cielo ve la tierra, y es0 me gusta Pero el abuelo ya prepard el mate cocido. También ordend el cargamento de cartones y papel para ir a venderlo antes del recorvido por las calles. Ahora tengo que apurarme. Ya va a Uegar Bemardo para ir a la escuela, que queda donde termina el caracol de a villa y tenemos que enre- dar y desenredar las calles, como cuando anda- ‘mos en el carro, pero es mds largo porque vamos apie. Si Bernardo no me encuentra esperdindolo en la puerta, va a pelearme y a decirle al abuelo aa 22 que soy una haragana y que vamos a llegar tarde por mi culpa. Mejor me levamto Tengo mucho suelo, pero es riguisimo ira la escuela, Allé, a media mafana, siempre hay un ‘vaso de leche tibia y um pan blando, que tiene lor tibio y esponjoso. ;Sabés lo lindo que es el lor al pan fresco! Viste que silo tenés entre las ‘manos y lo respirés hondo y com los ojos cerra- dos jes recontra rico ese olor! Seguro que a vos también se te hace agua la boca, como dice el abuelo Pepe. Yo antes de empezar a comero, lo huelo bien hasta que se me escapa el primer mordiscéin y después rato de que rno se me salgan todos los mordiscones juntos Antes, Bemardo también se atragantaba a mor- discones no sabia lo lindo que es el sabor del pan. Ahora le ensené y él también aprendis a zsaberlo? lento. ;Se dirésaberlo cuando se sabe el sabor del pan? Le voy a preguntar ala seria. Por suerte ya es viemes y estoy plantada en la puerta esperando. Bemardo recién esta bajando la loma y jviene mas contento que no sé qué! Se puso la camiseta para iv ala escuela y debe haber- le cosio la rajadhera para que ni se e note. Llega como uma bandera sonriente (A ver, Bemardo, la rajadura? —|Buscala! Nise nota, jes una camiseta nueva! iS, qued6 como nueva! ;A que con esta ‘meto un gol en el picadito! Seguro -le digo-, seguro... \Voy a ira verte! Los viernes son asf de lindos, a Bernardo le gustan porque juega al fitol y a mt, porque som dia de cuentos porque sé. Otros dias no, son para algo. Los viemes son de historias para meterse para adentroy isto, A veces la seiorta lee cosas que a mi me lenan de vaeto, porque hablan de 23 26 chicos que viven historias fabulosas o de nenas que, rodeadas por ositos de peluche, se duermen después de que su mamé les da 1m beso en la frente y ast terminan. Yo siempre me duermo en el carro con el beso de las estrellas. Luego el abuelo me lleva con cui- dado para que no me despierte, aunque los dos sabemos que apenas estoy entredormida. Me pone entre las bolsas, me pasa la mano sobre la frente y listo. A veces se queda el Chepe para abrigarme, Hoy hace mucho frio, y la seRorita me parece que va.a leer el cuento temprano, antes de la leche, para esperar que el sol ponga mas tibieci- to el patio. Te die, lo leyé antes de la leche, y fue un cuen- to diferente. Hoy era to sobre las estrellas y decia que cuando alguna cae, hay que pedir tres deseos y después, xapate, esos deseos se cumplen. Bl cuento hablaba de la noche renegrida, de las estrellas lustrosas y del campo abierto. Decia que si se mira bien, se pueden ver dibujos que se laman constelaciones. Y resulta que a una le dicen la Osa Mayor y hay otra, la Osa Mencr. En el cuento descubri que cada noche me duer- ‘mo rodeada de constelaciones, y ademés con dos oxas. Yo estuve stiper atenta y también me dieron ganas de ser el personaje de un cuento, pero creo que eso es imposible. Bueno, pero el problema es que aunque escuché bien todos los detalles, yo hubiera querido saber adénde van las estrellas cwando caen, y eso no lo decta ni siquiera el final del cuento. Al mediocla, cuando la mayorfa comenz6 a ise, Manuela se quedé como siempre- a almorzar en la escuela, y se lens de més 27 inquietud todavia. Mientras sus compatieros preparaban los ctiles, los guardaban en la mochila y conversaban, escuchs algo increible. Entre cuchicheos decian que el tltimo deseo a pedir a una estrella en el instante que se desprende del cielo es que se caiga otra para poder tener tres deseos mas. ~{Cémo es es ? ~pregunté Manuela. ~iClaro!, te explico. Si uno quiere muchas cosas, no tiene que conformarse con tres deseos. {Por qué? Se pide primero, por ejem- plo... A ver... jya sé!: la lapicera que te gusta, después puede ser una bicicleta, o lo que se te ocurra, y el tercero se gasta pidiendo que caiga otra estrella. Y asf por un deseo que se pierde, se ganan dos en la préxima. ;Entendés? Manuela se quedé con la boca abierta, ya no solo tenfa la inquietud de adénde irfan las estrellas caidas. También comenz6 a preocu- 29 parse porque, si todos pedian lo mismo, pronto se quedaria sin una sola, ni siquiera una sola estrella en la noche helada. Luego del almuerzo, legé la hora del pica- dito con los chicos que, como ellos, pasaban el doble tuo en la escuela. En exe momen- to, a Bernardo la impaciencia lo estaba vol- viendo loco. Entrar a la canchita con su camiseta nueva era un orgullo recién estre- nado, Iba trotando con el pecho abierto,y la sontisa le Ienaba toda la boca. Manuela lo descubrié tan feliz que olvidé su propia tris teza. Pas6 saludandola con los brazos en alto “ya los pocos minutos de iniciado el partido, ella ya estaba con el grito en la garganta vito- reéndolo jdale, dale, dale vamos! ;Vamos Bemardo con un gol, vamos! La voz de Manuela y la camiseta encendi- da en el pecho lo impulsaron. Fue como si lo 30 ayudaran en las gambetas, lo empujaran a superar las marcas y a correr sin descanso hasta ganar el arco. ;Arriba, Bemardo! fue el grito que lo levant6, luego de que un adver- sario lo derribara. Finalmente, radiante con su camiseta frente a la defensa, duplicé ta potencia a la patada para lograr un majestuo- so gol. Bernardo bramé con una vor desconocida, iba braceando mientras corria frente a la escasa tribuna que miraba el partido, y cays de rodillas sobre la cancha. Entonces bes6 su camiseta enjugindose la cara. Manuela supo que algo nuevo habia nacido en Bernardo. Algo tan nuevo como inexplicable. Todavia sonaba toda la euforia del partido, cuando se acord de que habfa decidido bus- car a la maestra para resolver el tema de las estrellas. La encontré en el aula escribiendo 31 32 da molesto? No, mejor no la molesto, mejor me oy. Pero... seguro que ella me lo puede decir! Entonces se planté delante de la puerta, se en un cuaderno enorme; la espi6 y pens mir6 la punta de las zapatillas que tenfan un agujero por donde se le escapaba el dedo gordo. Primero considerd que serfa mejor ponerse las manos en la espalda y lo hizo, pero luego las sacé para‘golpear la puerta que estaba abierta. Y las volvié a esconder, mien- tras se balanceaba de un pie al otro, porque no sabja qué hacer con la zapatilla del dedo saliente. En ese instante la seftorita dijo: —Perdén... la puerta-. ;Perdén! -repitis con més fuer- ~asomé la voz en el umbral de za-, ;Permiso! ;Puedo pasar? Sf, querida jqué necesités? ~¥c del cuento -y en ese momento también se YO, sefiorita..., quiero saber una cosa acordé del sabor del pan, pero pensé que el asunto del cuento era més urgente. -A ver, jcual es la duda? ~Yo necesito que me diga adénde van a parar las estrellas cuando se caen. La maestra observé su mirada, esper6 un segundo; recordé que Manuela tenia nueve afios y habfa repetido un curso escolar. Quizé haya pensado muchas otras cosas, porque cerré el enorme cuaderno, apoyé primero la lapicera sobre el escritotio, luego sus manos y con la lentitud de un astronauta en el espa- cio, se levanté de la silla, Se acercé a Manuela, y se agaché hasta su altura, vacilé antes de decir: Las estrellas cuando caen van... jal uni- verso! ~y sonrié satisfecha, mientras exten- 33 dia los brazos como quien espera lanzarse a volar, ¢ insistis~: ;Van al universo! ;Sabés? El lunes vamos a hacer una investigacién sobre el universo. ;Te parece? Y suponiendo la respuesta de Manuela, volvié al escritorio a reanudar su tarea. BORRONEADA EN LA AUSENCIA. Este no es un buen viernes, por més que Bernardo esté feliz con la camiseta, y los dos, por el gol en la cancha. Por més que el abuelo haya cambiado tna radio por limones que vamos «iv a vender, y asf el fin de semana hay pan, leche y almuerzo. El abuelo dice que tengo cara de luna, que le cuente por qué estoy alunada y ava desalunarme me muestra un televisor. Dice que el Gringo lo ayudé a arreglarlo. Lo juntamos ayer en la vereda de una casa que se va de mudanza, pero al televisor lo dejaron, seguro porque no andaba. El abuelo estd conten- to, aunque no funciona bien. Cuando lo encen- demos, se lena de colores y de pronto se pone todo en blanco y verde, pero el abuelo le da mos golpecitos en 1m rincén y le vuelven todos. Se Ys ‘maneja ast, dice el abuelo mientras indica dénde hay que tocar, pero de nuevo esté blanco verde. Bernardo come para manejarlo como explicé el abuelo: lo golpea lo suficiente y en el lugar indicado se pone multicolor. Entonces ‘vuelve conmigo a mira para aprovecharlo hasta que se ponga blanco y verde otra vez. Este no es un problema, bien contentos pode- ‘mos estar de tener uno que sea nuestro. Muchos ni siquiera lo tienen. Algunos, ademds de no ir a la escuela, lo tienen robado. El abuelo dice que la escuela es sagrada para que no seamos burros como él y para que no estemos todo el dia ‘vagueando por ahi, como algunas de las nenas que van con don Ariel, que andan com tacos altos, la cara pintada y parecen regrandes. Si, bien contentos podemos estar pero, aunque tengamos la camiseta, los limones ¥ el televiso, hoy no es un buen viemes. Ademds le conté a 37 Bemardo lo de las estrellas el problema del uni- verso y él dice que som todas bobadas, que mire que mire, queen el televisr estén bailando por un suefio, ¥ justo en el programa dicen que se cays ana estrella y le tacan la piema a wma chica rubia 1 serien. Todo en el televisor. Se rien mucho y no paran de refse. ;Cémo pueden reirse cuando se cae una estrella! Som tan Bobos... {Estos deben ser como Bemardo! ;Pero no, Bemardo no es tan tonto! Capaz que ellos hasta saben lo del univer- $0, pero i se preocupan por eso, Esa tarde, mientras enfilaban con el carro hacia la ciudad, Manuela no hacfa otra cosa que curiosear el cielo. Lo miraba por todos los rincones para ver si encontraba, en algiin lugar escondido, una sefial del universo. Pero no hubo caso. Mientras tanto, el bamboleo del carro sobre 38 las piedras los condujo en zigeag hasta las calles asfaltadas y legaron al centro, donde los negocios duermen la noche detris de las rejas. Entonces los ojos de Manuela asomaron por entre las maderas y espiaron cuando Bernardo salté del carro, y comenzé a andar a las corti- clas por la vereda junto al Chepe. Espié y vol- vi6 rapido a sumergirse en el cielo. Luego soné el sifbido anunciando que habia encontrado la montafia de cartones prometida. El dia anterior, cuando Manuela y Bernardo pasaron pidiendo cartones, en uuno de los negocios les dijeron que habian recibido mercaderfa y que les ordenarfan los cartones de las envolturas para que los retira- ran bien temprano. Cuando pararon, Manuela se desprendis del carro a desgano. La seleccién fue ficil porque estaba todo prolijo, asf que el trabajo 39 42 era solo cargar, y eso lo hacfan Bernardo y el abuelo. Nadie podria explicar por qué el Chepe no buseé su banquete en las bolsas. Se quedé sentado junto a ella, hasta que le aca- ici las orejas y le restregé el lomo, luego se mantuvo pegado a sus piernas durante el resto del trayecto, De todo el recorrido de la noche de ese viernes, la tinica novedad fue el silencio de Manuela, que ni siquiera tuvo ganas de pele- ar con su amigo, empalagoso en bromas. Apenas comenzaron el regreso, se acosté entre los cartones, asf como queriendo borro- nearse en Ia ausencia. Manuela pens, como siempre, que es curioso ver cémo desfila el camino si se avanza recostada boca arriba. Pero esta ver, tendida sobre los cartones, Manuela fij6 su mirada, y se le hizo un hueco hondo en el pecho. Descubrié que habia muy pocas estrellas. Recorris la negrura de un éngulo a otro, insistié en volver a mirar, pero, solo en- contré manchones grises y un pequefio agujero con alguna infima lucecita. Hasta la luna esta- ba desdibujada y no podta marcar su redondez. Se mantuvo atenta durante unos cuantos minutos. Ya no esperaba que el cielo lanzara una estrella sino que deseaba profundamente que no lo hiciera, mientras susurraba: Llegué tarde, me distraje.., me distraje demasiado y ya desearon que se cayeran muchas estrella, ;ya no rme quedan casi! Qué woy a hacer ahora? Mientras tanto, buscaba ensayar algin deseo, por si acaso. {Qué puedo pedir? Qué puedo pedir? Y comenzé a hacer su lista, con- tando con los dedos: *# que no se manque Kinkén, que tampoco se manque mi abuelo, porque los dos ya estén muy vigjos, 43 44 © que la seforta me diga dénde queda el uni- werso, ast sé adénde ira buscar las estrellas, © que don Ariel ni se me acerque, ast mi aabuelo se queda tranguilo, © que mi mamé se acuerde de mi como yo me acuerdo de ella, y que alin dia la vuelva a ver. En ese momento, no supo cudntos dedos anotar. No alcanzaba a calcular si cada pedi- do valfa un dedo, dos dedos, quizé tes, pero de todas maneras ya llevaba muchos y sobra- ban para una sola estrella. Le habjan quedado muy pocas en el cielo, Ademas ella sabfa que, aun en las noches ims negras, se ven caer dos o tres y solo se advierten si se esté muy atento. Hoy no estaba atenta, estaba muy triste y preocupada. Se apuré todo lo que pudo, tenta que elegir los deseos pronto. Se le ocurri6, como un chispazo, una idea 46 que la Ilené de alegria. Ya tenfa el tiltimo; su tiltimo deseo iba a ser que por cada estrella caida, naciera una nueva. ;Ya esta, se dijo, segura de que, por lo menos, encontraba la manera de reponer las perdidas. Pero, al mismo tiempo, advirtié que solo podria ele- sir dos deseos mas, porque nada mas que tres caben en una estrella. Ella hubiera querido también: un colchén para el abuelo, que la lluvia no le inunde el ran- cho, que su hermano muerto esté en el cielo... y hubiera seguido sumando. Pero pens6: enton- ces... de tados estos, solo dos puedo pedir En estos pensamientos se demord, y luego se sobresalté: vio cémo una de las estrellas se ponia brillante, muy brillante. Contuvo el aliento porque sabja lo que iba a suceder, Efectivamente, comenz6 a dibujarse en la negrura un arafiazo de luz que duré segundos. Manuela se apuré a decir los deseos, por- que sino lo hacfa ripido, después no valfan. Y asi de concentrada, con todas las ganas, cdo: Que queece. mirando el cielo, dijo tartamudea no se me manque el abuelo, queee. ‘yo sepa el universo y que la noche pueda parir muchas estrellas. Luego oyé el monétono sonido del carro rodando sobre las piedras y el tintinear de los cascabeles sobre la pechera del matungo que cabeceaba, mientras el abuelo le recomenda- ba que no se mancara, Pero también escuché que decta: Vaya usté a saber, Kinkén, por qué la Manuela anda asf de triste... Si viniera aqui ‘conmigo y me conversara un rato, por ahi entre usté y yo, mi amigo. Ella se dio cuenta de que le habfan queda- 47 do demasiados deseos dando vueltas, pero también supo que habia dicho los ms impor- tantes, Estaba segura de que la estrella iba a entender, aunque los hubiera pedido amon- tonados. Manuela ten‘a el Ilanto en la garganta, le apretaba el cuello y de pronto se le hizo légri- mas con un ahogo sonoro. Entonces se senté entre los cartones, se secé los ojos, pasé la manga de su abrigo por la nariz para limpiar- se los mocos, porque al abuelo lo enojaba verla con los mocos colgando. Después salts al pescante, y allf se instalé como si le fuera a pedir cuentos. -iVio, Kinkén? Nos vino a visitar la muchachita -coment6 el abuelo y se puso a silbar. Luego la miré y pregunté-: ;Cémo le va, m’hijita? —Don Pepe... -que ast le decfa a su abuelo, 49 Y tespir6 profundo antes de decir de nuevo-, don Pepe, lo que pasa es que el universo... lo ue pasa es que la sefiorita... lo que pasa es que las estrellas... Y entre hipitos de Hlanto, se le desenreda- ron las palabras y le conté todo lo que le pasaba, para luego asegurar: Qué sé yo lo que es el universo! (Usté, don Pepe, sabe dénde queda? Porque aunque esté lejos, muy lejos quizé podrfamos ir con. usté en el carro, ;Usté sabe dénde queda? Esta vez, él no le hablé a Kinksn, sino que miro a Manuela que estiraba sus manos para acariciarle la cara arrugada. Ella se le acercé hasta rozar con su nariz la de él, y asi le vol- vi6 a preguntar, a los ojos de la cara que esta- ba entre sus manitos: ~{Usté sabe donde queda? Don Pepe vacil6, se rascé la cabeza, miré a 50 Manuela, luego al cielo y a Kink6n, Entonces le dijo en secreto: -No se preocupe, mhijta, yo sé dénde esta el universo y ahora mismito vamos pa’ alla. Ella no pudo decir palabra y el rostro le dis- par6 una sonrisa, como si alguien hubiera hecho un pase magico. Y en verdad, el abuelo lo estaba haciendo, porque forzé las riendas del carro hacia un costado. Entonces Kinkén voltes la cabeza, como diciendo “qué te pasa”, sonaron todos los cascabeles, cabeces para ambos lados y comenzé a cambiar de tumbo. 51 VAMOS PARA ALLA Vamos para allé, vamos para el universo, el abuelo dijo que vamos para alld. ;Habré alguien en la puerta? ;Nos dejarén entrar? Capaz que estd leno de luz y me quedo ciega, como cuan- do miro el sol Se acurrucé junto al abuelo, acomods sobre sus hombros la manta para soportar la helada y se dispuso a hacer un muy largo viaje. Y Kinkon puede levamos. Sf yo sabia..., s¢ yo sabia que cuando supiera adénde van las estrellas, entre el Kinkén y el abvelo nos tbamos a amreglar. Pero... si hay alguien en la puerta, me va a ter Las manos sucias. Mejor me cruzo de brazos WY si alguien me dice que puedo agarar una? Major me las limpio. ee 34 Mojé con saliva el borde de su camiseta percudida para restregarla por la palma y por cada uno de sus dedos con mucho emperio Luego, con un palito se limpis debajo de las uifias, porque el abuelo siempre le decia “a ver esas manos...". Ella sabia que, si con algo insistfa el abuelo, era con tener las manos limpias. Cuando considers que ya estaba lista para encontrarse con una estrella, advirtié: que dejaban el camino de los pinos para enfilar por un sendero desconocido. El Chepe tore- aba, alerta, y corria de un sitio al otto, por- que los pozos eran nuevos y ya estahan pasando el limite del bosque de robles, cerca- no al campo abierto. Manuela se volvis a abrigar al lado del abue- Jo, Tenfa fifo y pensé que, silos esperaba tan largo viaje, mejor que durmiera. También se le ocurrié que quizd tuvieran que andar hasta la préxima noche, porque con esta podia no alcanzarles para encontrar el universo. Recordé que en el cuento de la seftorita, a la Osa Mayor también le decfan «el carro», porque, si se une con Ifneas imaginarias sus estrellas, se puede ver la forma de un carro. Y fantaseé con Ia idea de que, en ese instante, alguien los estaba viendo subir al cielo y los relataba en un cuento. No pudo conciliar el suefio. No era por hambre, aunque tuviera mucha, se le habia olvidado. Era porque en ese momento escu- cché dentro de ella como una miisica. Mientras a Manuela una emocién nueva le sonaba en el cuerpo, la voz de don Pepe advirti: ~iSooo!, Kink6n, quieto, que est usté al borde del universo. 55 58 ~iCierto, don Pepe? ~Cierto, mhija Y a Manuela se le desaté una hoguera en las venas. El carro se detuvo. Manuela no sabfa hacia donde mirar y sintié que una mano estrecha- ba Ia suya. El hueco tibio de la mano del abuelo la aferrs para que juntos pudieran ponerse de pie. El abuelo descendié del carro con dificultad. Luego se volted, toms a Manuela y Ia llevé en andas algunos metros. La bajé, después de que ella le acaricié el ros- tro y le dio un beso himedo en légrimas. Caminaron tomados de la mano por una huella de silencio amplio hasta que el abuelo sefialé: ~jAqut esté el universo! Ella no lo podia creer. Alli, a sus pies, habia un campo sembrado de brillos. Se habian detenido en medio de un inmenso trigal inundado de mintisculos brillos. Sobre cada espiga, innumerables bichitos de luz se balanceaban con el vaivén del viento. —Vea, m’hjita -sefials don Pepe-, este es el universo. Aqui caen las estrellas y fijesé qué aqui noms estin, hasta puede tocar una si quiere. Mire bien que ahicito, al ras de la tie rra, tiene usté muchas. Manuela mir6 al cielo y a los sembrados, y a los sembrados y al cielo, y se dio cuenta de que una luciérnaga y una estrella, en verdad, tienen el mismo brillo y quizé tengan la misma magia. Cuando mir hacia donde esta- ba el carro, los bichitos de luz marcaban su silueta como si estuviera instalado en el cielo. Y se abraz6 al abuelo, porque definitiva- mente tenia claro qué era y dénde estaba el famoso universo. 59 60 De pronto, el Chepe se lanz6 ladrando sobre el sembrado y las luciérnagas se disper- saron por el espacio sumandose alas estrellas. Una de ellas se pos6 sobre la mano exten- dlida de Manuela, que lena de un infinito y profundo arrebato repetia: —Que no se me manque el abuelo... que no se me manque el abuelo, que no se me man- que el abuelo No tengo ganas Borroneada en la ausencia . . Vamos para allé 21 35 53

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