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I. Introducción
Cuando Julian Huxley acuñó el término hacia los años 50 del siglo XX, se espe-
ranzaba el advenimiento de un nuevo ser humano que, en virtud de las reflexio-
nes de la posguerra, aprovechara la oportunidad para reinventarse conductual-
mente como especie y garantizara su sobrevivencia con parámetros novedosos
sobre su esencia y el papel del hombre en el cosmos.
Todo conspiraba hacia los años 80 para abrigar esa esperanza: el desarrollo de
nanotecnologías para reconstruir radicalmente nuestros cuerpos con la ayuda de
nanobots, que nadarían en nuestra sangre para reparar errores en el ADN o
combatir agentes patógenos durante el crecimiento corporal; o las investigaciones
sobre criogenia, como un medio para detener la degradación biológica, se mostrar-
ían como alcances científicos que en un cierto plazo de tiempo se unirían even-
tualmente a los ya puestos en práctica en el campo de la biotecnología, las tecno-
logías de la información y las ciencias cognitivas; con el fin de establecer los nue-
vos parámetros de las capacidades humanas.
2 El término transhumanismo fue acuñado en la década de los 50 por Sir Julian Sorrell
Huxley (1887-1975) bajo la afirmación de que "La especie humana puede, si así quiere,
trascenderse a sí misma, no sólo enteramente, un individuo aquí de una manera, otro indi-
viduo allá de otra manera, sino también en su integridad, como humanidad. Necesitamos
un hombre para esa nueva creencia. Quizás transhumanismo puede servir: el hombre sigue
siendo hombre, pero trascendiéndose a sí mismo, realizando nuevas posibilidades, de, y
para su naturaleza humana”. Julian Huxley fue el primer Director General de la UNESCO
y un importante divulgador de la ciencia en textos como Problems of Retativ Growth (1932),
Evolution, the modern synthesis (1942) o Evolution in Action (1953). Fue hecho Caballero
del Imperio Británico en 1958 y era hermano del conocido Aldous Huxley (escritor de Un
Mundo Feliz) y nieto del afamado biólogo darwinista británico T. H. Huxley.
3 Como lo ha desarrollado, entre otros, Roberto Marchesini en Post-human, verso nuovi
modelli di esistenza, Bollati Boringhieri, Torino, 2005.
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Estas propuestas suponen, como muchas otras, una especial interacción entre
ciencia, medicina y sociedad. Interacción que es fácil advertir en prácticas como
la reproducción in vitro, el perfeccionamiento genético, las implementaciones
biónicas, la clonación, etc.; y que en cierta medida ha permitido que en la primera
década del siglo XXI al menos un 12% de la población norteamericana posea
prótesis electrónicas o mecánicas, transplantes o implantes tecnológicos que invo-
lucran microchips, nanotecnología digital, interfases entre el cerebro y computa-
doras, etc., que convierten a esa población técnicamente en verdaderos cyborgs.
No tiene caso, pues, para los transhumanistas, mantener una naturaleza huma-
na sujeta a enfermedades, limitaciones físicas y taras sociales (tales como la en-
vidia, la violencia o la angustia) que podrían ser modificadas6.
Con todo, más allá de ser un mero subproducto de la cultura tecnológica postmo-
derna, el transhumanismo se presenta como una propuesta que pone sobre la
mesa temas de considerable envergadura para la filosofía de la ciencia, la filosof-
ía de la tecnología, y la antropología, entre otras; sobre todo en lo tocante a la
identidad humana y la libertad.
4 Los transhumanistas pronosticaban hace una veintena de años que si se lograra una
libertad total de investigación, paulatinamente se irían obteniendo modificaciones humanas
y sociales a gran escala que podrían seguir etapas como las siguientes: en el 2013, se prohi-
birían los alimentos de origen natural. En el 2022, la ONU concedería al ciberespacio la
categoría de nuevo continente. En el 2032 se cerraría la última compañía de vuelos aéreos
regulares, debido a la telepresencia. En el 2071 se haría institucional el vertido de cerebros
al ciberespacio una vez que los individuos murieran, y convertirían en entidades autóno-
mas. En el 2088 se daría el nacimiento de Beethoven 2º, a partir de una clonación. Y final-
mente en el 2100 moriría el último ser humano y sería disecado para su preservación muse-
ológica.
5 Según observaciones de Gregory Stock (director del Programa sobre Medicina, Tecnología
y Sociedad de la Escuela de Medicina de la Universidad de California en Los Ángeles),
expresadas entre 1993 y 2002 en obras como Redesigning Humans. Our Inevitable Genetic
Future y The Merging of Humans and Machines into a Global Superorganism.
6 He abordado las consecuencias bioéticas de los planteamientos transhumanistas en el
texto: Velázquez, H., El transhumanismo y la bioética personalista. La ciencia y el hombre
del futuro, Universidad Panamericana, Colección Persona y sociedad, 2005, # 12.
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7 La primera pregunta versa sobre la identidad del yo, la segunda estaría más cerca de la
propuesta del transhumanismo, mientras que la tercera sería el contexto de la pregunta
sobre la inmortalidad.
8 En la vertiente existencial se pone énfasis en la subjetividad y en un yo entendido más
que como resultado de procesos cognoscitivos o psicológicos, como la unificación de los actos
ejercidos por la voluntad y la acción social, pública y libre. Cfr. Arreguí, V. (ed,), Identidad
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Ya se trate, pues, del punto de vista atomista empírico (que hace de la identidad
el resultado de una ilación psicológica de fenómenos) o del yo dualista (que supo-
ne una distancia ontológica radical entre el mundo indubitable interno y el exte-
rior), en ambos casos la identidad proviene del yo como única fuente, esto es, del
autoconocimiento del sujeto por actos diversos de introspección que proveen al yo
de la información sobre sus actos y estados mentales, tal y como los sentidos ex-
ternos proveen al yo sobre la información del mundo exterior10, y la entidad del
que yo atribuya a un sujeto tal experiencia depende del modo como yo atribuyo mis expe-
riencias a mí propio yo.
11 Cfr. Cuipers, S., “Hacia una concepción…, 232.
12 Cfr. Strawson, P.F., Individuals. An Essay in Descriptive Metaphisics, Methuen, London,
1959. Y Cuipers, S., “Hacia una concepción…, 242.
13 Este yo dinámico de Strawson reaccionaría frente a cualquier otro sujeto semejante, es
decir, se comunicaría con cualquier yo, e impediría que sus acciones fueran interpretadas
como mera conjunción asilada de fenómenos, pues al momento que reconociera en otro
experiencias cognoscitivas semejantes exigiría un reconocimiento semejante por parte del
otro. Cfr. Cuipers, S., “Hacia una concepción…, 247. La propuesta de Strawson es la llama-
da metafísica descriptiva, según la cual ningún estado mental es atribuible a nosotros mis-
mos si antes no lo atribuimos a otros por igual, esto es, hay una adscripción individual de
las experiencias más propias y personales en la medida que socialmente reconocemos las
experiencias en otros. Con esto se saldría al paso de todo solipsismo en la configuración de
la identidad personal, según este autor. Ciertamente, y a partir de las sugerencias de
Strawson, creo que podríamos aseverar que la identidad personal tiene más que ver con la
identidad corporal (en la que cuerpo es más un sujeto de acción del todo que es el hombre)
que sólo con un sustrato inerte que permanece a los cambios. Más bien parece que la iden-
tidad se conforma a partir de una serie de acciones ejercidas por un sujeto racional en un
contexto social determinado (Cfr. Cuipers, S., “Hacia una concepción…, 249); e incluso en
un contexto narrativo, como observa Ricoeur. Y más aún, quizá sería más rentable distin-
guir entre identidad personal y yo, pues el yo sería más bien el sujeto de reflexión (cuando
la persona repara sobre el resultado de sus acciones), mientras que la identidad parece
tratarse más bien de un fenómeno ontológico del sujeto completo, previo y posterior a la
reflexión.
14 Cfr. Aristóteles, Metafísica, 1043b32-1044a2.
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preguntamos sobre lo que hace que una persona sea la misma que era antes, que
si la pregunta es qué hace a una persona diferente a otra. Lo primero parece tener
que ver, en nomenclatura aristotélicos, con la forma; y lo segundo con la materia.
Y ambas preguntas tienen que ver con el carácter diacrónico o sincrónico de la
identidad. Aunque hay quienes dentro de la tradición analítica siguen a Wiggins
y afirman que la identidad es absoluta, y otros siguen a Geach y afirman que es
relativa, en todo caso parece que la noción de identidad depende de la de persona
y no viceversa15.
Sobre la identidad, pues, cabe discutir cuáles son sus notas tanto descriptivas
como normativas, y qué es lo que permite agrupar a unas personas con otras en
una misma clase16. En este contexto, la propuesta de Hume sobre la identidad
parece tener varios puntos rescatables, pues aunque niega la posibilidad de la
identidad personal (en el libro I del Tratado sobre la naturaleza humana) y no
elabora una teoría ontológica del yo, arremete contra la sustancialidad del sujeto
al modo cartesiano y propone una triple fuente para la identidad humana: (i) un
acceso al conocimiento del yo basado en la creencia de la existencia de las entida-
des físicas, (ii) el estudio de las pasiones que tienen al yo como sujeto, y (iii) las
relaciones en las que se interactúa con los demás17.
15 Cfr. Martin, C., “Tomás de Aquino y la identidad personal”, Anuario filosófico, 1993,
(26), 251.
16 Cfr. Vigo, A., “Persona, hábito y tiempo. Constitución de la identidad personal”, Anuario
filosófico, 273.
17 Para Hume el hombre conoce primero al yo y luego las pasiones o sentimientos que con
él experimenta, como si se dijera que el cogito cartesiano presupone la existencia del sujeto.
Por ello para Hume sería distinta una eventual identidad personal fruto de nuestros pen-
samientos o unificación mental y la identidad personal que está en el fondo del ejercicio de
las acciones y de la experiencia de nuestras pasiones, en virtud de las cuales prácticamente
“sentimos” la existencia del yo. Cfr, Elósegui, M., “El descubrimiento del yo según David
Hume” Anuario filosófico, 1993, (26), 304. Sin embargo pesa demasiado en el análisis
humeano la noción cartesiana de sustancia, como una colección o haz de impresiones parti-
culares, único origen de la noción de sustancia. Es la identificación del yo con la mente y la
suposición de la noción cartesiana de sustancia lo que impidió a Hume llegar a asumir
cabalmente la identidad personal. A la noción estática del yo, Hume añade que no existen
impresiones sensibles invariables, estables, sino el conjunto variable de percepciones.
Cuando Hume se pregunta si es posible conocer el yo lo entiende sólo como mente y no la
unión de cuerpo y mente, porque para él todas las experiencias como sentir y pensar aluden
a un yo tan concreto que hace imposible universalizar esa experiencia y la naturaleza
humana detrás de ella, y por ello tal naturaleza se conocería en todo caso sólo de modo
histórico a partir de las experiencias de hombres concretos. Cfr. Elósegui, M., “El descubri-
miento del yo…, 312, 319-320. Explica la autora que si la identidad humana es concreta y
no universalizable, no puede ser planteada en términos matemáticos o al modo de las cien-
cias físicas. Y por ello para Hume la fuente principal de la identidad humana radica en la
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La sugerencia de Hume nos recuerda que sólo la revelación de los proyectos vita-
les a partir de la acción puede dar cuenta de una identidad con perspectiva, que
aluda a algo que se mantenga no obstante los cambios en el tiempo. Y esto porque
el agente se comprende como tal a través de su proyecto de futuro; no como un
sujeto pasivo, sino como agente dinámico. Una noción de identidad que sólo toma-
ra en cuenta el sujeto unificador de experiencia designaría sólo lo que tiene
común el sujeto con otros u otras sustancias semejantes; no daría cuenta de lo
específico de la identidad empírica, que aparece con más claridad cuando se le
toma como sujeto de la acción y de sus disposiciones habituales.
20 Cfr. Vigo, A., “Persona, hábito y tiempo..., 283, 287. De este modo, el sujeto personal es
un sujeto actuante racional y generador de praxis, con una conciencia de su identidad en el
tiempo, y cuyos hábitos proyectan su actividad hacia el futuro a partir del presente, de
modo que la identidad es un resultado y no un punto de partida en la actividad del sujeto. Y
a su vez, el sujeto se convierte en una tarea para sí mismo, un futuro a realizar que no está
garantizado y cuyo único resultado depende de sí mismo. Ante esta perspectiva, el yo no es
ya un haz de percepciones o de representaciones unificadas en el tiempo, sino la base on-
tológica desde la que opera tanto la representación como la acción.
21 El ethos es la realidad del proyecto personal, el escenario del que parte el sujeto que
actúa, en la que se parte de un proyecto individual que se va configurando en la medida que
la acción habitual es ejercida. La intersubjetividad está garantizada así en la acción huma-
na y de este modo la fenomenología de la actividad hace alusión directa a la objetividad del
mundo, observa Stale Finke, en “Husserl y las aporías de la intersubjetividad”, Anuario
filosófico, 1993, (26), 327-359. A mi parecer, algo por el estilo pretendía Ricoeur cuando
establecía la identidad narrativa fincada en un sí mismo que en la medida que lo es puede
relacionarse con lo otro; una ipseidad que supone mismidad, como lo dice en Sí mismo como
otro, Siglo XXI, México, 1996, 117ss. Es imposible hacer una reflexión sobre la carencia de
permanencia o mismidad si no se advierte que se es sí mismo. El yo metafísico, como lo
entendía Ricoeur supone un idem metafísico tanto en la reflexividad como en los actos
metafísicos construidos narrativamente.
22 La pretensión moderna del conocimiento absoluto creyó poseer la descripción completa y
definitoria del yo y de la identidad, y para ello concibió la identidad como fija, al modo
romántico, según la cual todos somos y sufrimos por igual; lo que generó una supuesta
identidad común en la que cualquiera podía verse reflejado, y que acarreó el deseo de des-
aparecer de una exposición donde describir a uno fuera describir a cualquiera, cuya reac-
ción histórica fue la búsqueda del anonimato. Por lo que no fue casual la aparición de la
autobiografía como género literario para mostrar el hartazgo de ese anonimato y la perma-
nencia a ultranza del sujeto. El maquillaje mismo fue un detonante en pos de recuperar la
autoconstrucción o la superposición de un yo que trascendiera la identidad fija(Según ob-
serva Daniel Inerarity en “Convivir con la inidentidad”. Anuario filosófico, 1993 (26), 368).
Por el contrario, la identidad dinámica y abierta basada en el sujeto de la acción, parece ser
fuente más confiable para su descubrimiento que una interpretación fijista cartesiana y
moderna.
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23 Hay quienes piensan que la inteligencia en sentido clásico aristotélico no acaba por
desligarse de la idea de libertad como indeterminación porque la inteligencia sería la capa-
cidad para contemplar lo ya determinado, y no estaría preparada para la novedad de la
indeterminación (interpretación algo injusta, puesto que la inteligencia en sentido aristoté-
lico, cuando ejerce la inventiva y crea tiene en cierto sentido ya determinado su rango de
inventiva por las formas ya existentes). Aunque hay otras variantes racionalistas que sos-
tienen que a más caótica y espontánea, la libertad es más plena; e incluso debería mante-
nerse al margen de la razón y sus leyes.
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hombre sería libre, porque estaría atado a las formas ya existentes. Eso ya no
sería una intencionalidad humana, sino animal, que opera con lo que se tiene en
cada momento y nada más; al igual que la intencionalidad informática. La inten-
cionalidad humana, en cambio, trabaja descubriendo y planeando novedades.
Sin hábitos no hay naturaleza libre. Nos perfeccionamos porque vamos a más y
en ello no encontramos techo; mientras que otros seres vivos dependen en su
crecimiento del techo que los circunda con su instintividad. Por eso la noción de
autodeterminación parece ajustarse más a la caracterización de la libertad propia
del ser humano, donde con un enfoque más descriptivo que metafísico, nos permi-
te entender que más que ser libre, realizo acciones libremente.
24 Polo, L.,Curso de teoría del conocimiento, vol. III, Pamplona, 1998, p. 31.
25 Polo, L., Quién es el hombre, Pamplona, EUNSA, 1991, pp. 115-116.
26 Tirso de Andrés, Homo Cybersapiens, EUNSA, 2002, pp. 187-206; 288-291.
27 Quizá la crítica humeana a la concepción cartesiana de la naturaleza le hace poca justi-
cia a la concepción de naturaleza de Descartes al tacharla de fijista, pero sea del pensa-
miento cartesiano lo que fuere, de cualquier modo, hablando en términos ontológicos, creo
que podemos afirmar contra las nociones cartesiana y humeana de la naturaleza humana
que ésta ni es estática, ni lo que configura al hombre como tal es fruto sólo de un acuerdo
itersubjetivo. Más aún, la identidad revelada en la acción y configurada por la praxis, pare-
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5. Parece, por tanto, poco probable, a pesar del optimismo imaginario del trans-
humanismo, modificar nuestra naturaleza a partir de la implementación de inter-
faces hombre-máquina porque al final lo que somos depende del resultado asimi-
lado de nuestras acciones, de nuestra práxis, que es imposible de ejercer por me-
dio de un interfaz computacional. Y aunque podemos aventurar que no habrá tal
futuro transhumano, que nos permita saltar de lo que somos a un tipo diferente
de ser humano biomodificado, esta propuesta ha venido a provocar nuevas rutas
de discusión en el campo de la filosofía de la tecnología y de la filosofía de la cien-
cia sobre tópicos como la identidad humana y la oposición entre naturaleza y
libertad, que parecían haberse cómodamente resguardado en el discurso de la
antropología, y que la ciencia o al menos algunas de las reflexiones filosóficas
sobre la ciencia contemporánea, nos han venido a recordar que debemos seguir
estudiando y discutiendo hasta qué punto el entorno y el hombre mismo se modi-
fican, bajo el reto constante al que el hombre se somete cada día: llegar a ser lo
que debe ser a partir de lo que esencialmente ya es.