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De promesas de felicidad Psicoterapias y Psicoanálisis

Escrito por Enrique Acuña.

El sujeto es siempre feliz

Jacques Lacan.

El tema de la articulación del psicoanálisis y la psicoterapia tiene varias aristas


para ser abordado. Digamos uno: todo psicoanálisis tiene un efecto terapéutico
por añadidura, es decir que hay momentos de psicoterapia en el curso de un
análisis. Ambas tienen como punto de partida los efectos de la palabra sobre un
sujeto que padece un síntoma. Parten de la realidad psíquica y no material, pero
se diferencian porque operan por sugestión y/o transferencia conduciendo muy
distintamente a una identificación o a una novedad. En esa diferencia se podría
entender la cuestión de la “promesa de felicidad” que encierran ambas prácticas.

El Estado de Bienestar

La oposición psicoanálisis-psicoterapia se observa en el quehacer con el


síntoma, como palabra que se dirige a alguien y que espera una solución. Esa
espera de un alivio, está articulada a una promesa que podemos decir es
diferente, si se promete la felicidad moral o se promete saber algo nuevo. Un
psicoanálisis tiene siempre algo que puede enseñar a las psicoterapias. Sobre
todo, acerca de entender qué significa el bien universal y el bien particular, para
“ese” alguien.

Partimos de una demanda de curación, esto se sabe en salud pública, donde el


Estado ya no es el garante de bienestar, democracia o igualdad, pero sí gestiona
políticas de hacer andar lo que se supone no anda. La demanda no es el pedido,
pero está ahí, en algo más o menos explícito que, implica ir contra un sufrimiento.
Por ejemplo, las personas que se dirigen al hospital, dan por hecho que no gozan
de lo que se quejan.
A la vez, la demanda puede culminar en un saber sobre un deseo desconocido
por el que pide, ignorante de las causas de los síntomas. Hay a la entrada, en
ambas prácticas, una prisa: “ahora, ya, el fin del dolor”. Sabemos que en los
casos de urgencia subjetiva que llegan al hospital público, encarnación débil del
Estado, el analista tiene el deber de –cito a J.-A.Miller- “su responsabilidad es
adecuar de forma proporcionada los efectos analíticos a las capacidades del
sujeto para soportarlos”. Es decir, que no todo sujeto debe o puede hacer un
análisis. Puede entonces hacerse un buen uso de la psicoterapia ofreciéndose
el terapeuta como “punto fijo” en la psicosis o inducir la palabra por obediencia
en un trance obsesivo, u oponerse al pasaje al acto de un suicidio histérico. -

Preguntar por la falta

Este pedido desde la ignorancia- siempre habrá algo naif, en el recién llegado-
se formula a partir de la pregunta de un ser en falta, a partir de un corte agudo
en su existencia.

Ese ser se presenta con algo que llamamos el síntoma como patológico, algo
muy propio, donde esa persona se relata caída de la norma, social o subjetiva.
La norma en términos del bien para otros y para sí mismo. Ese ignorar lo que se
supone podría saber es entonces, una falta de significación.

El síntoma, como caída del ser fuera de la semántica del sentido común, del
equilibrio cotidiano de una vida, pide hablar. El psicoanálisis y la psicoterapia,
tienen este campo en común, ambos operan con la palabra. Reconocen,
también, la existencia de una realidad psíquica, esto es, algo que no es la
realidad material, externa, sino un sentimiento subjetivo, particular a cada uno,
que tiñe las cosas según cada quien. En ese límite se dibuja un conflicto ya que
la realidad psíquica no es otra cosa que la diferencia entre su placer particular y
la realidad como universal, para todos.

El síntoma, entonces, se puede definir como un conflicto entre esa diferencia de


los principios de placer y realidad. Esas palabras que generan efectos
paradójicos. El que demanda felicidad parte del displacer con su realidad, y si se
somete a una regla de decir las palabras que lo han afectado, produce
significantes, es decir enigmas. Las prácticas del sentido, son políticas con
destinos diferentes. El punto de partida es el extravío del sentido común que pide
ser restaurado por el sufriente, en términos de una voluntad de normalidad, a los
ideales de una adaptación a la época, al “todo bien”, ¡al O.K.!

La psicoterapia sabe sobre esta operación, detecta esta sed por el lecho del
sentido y manipula con ella. El psicoanálisis también lo sabe. Ambas tienen el
mismo punto de partida, pero diferente concepción de los fines, la finalidad
última, que decimos es no hay un sentido último y que eso enferma. La brújula
orientadora es saber cómo vivir con un sin-sentido. El analista va a reglar ese
desarreglo con la exigencia “diga todo, incluso lo que no parece tener valor, eso
quiere decir algo”.

Lo verdadero y lo falso

En 1958 Jaques Lacan viaja por primera vez a Barcelona, invitado por Ramón
Sarró, llamó a esa conferencia “El psicoanálisis verdadero y el falso”. Parte del
hecho que la acción analítica está situada en un hacer con la verdad del
inconsciente. Los paradigmas verdadero-falso son referidos a que la verdad no
es posible decirla toda, pero sí es posible su manifestación lógica en los
enunciados de lo verdadero- lo falso. La verdad queda situada en ese momento
en la enseñanza de Lacan, como la experiencia del inconsciente que se
vehiculiza como verdad homogénea a lo que encierra el síntoma. Su aparición
es posible, al captar el inconsciente a partir del síntoma.

El psicoanálisis “falso” se aparta del campo que motiva su proceder, es decir,


que olvida lo específico del campo de la experiencia analítica y causa efectos
perniciosos. El psicoanálisis “verdadero”, dice, debe ser solidario a la relación
del hombre con la palabra en tanto depende de una causalidad que no es social.
Los afectos, dice Lacan, aquellas cosas que ocurren en los fenómenos de la
transferencia, el amor, el odio y las pasiones, son secundarios a esta causa de
la anterioridad de las palabras. Entonces Lacan diferencia la psicoterapia del
psicoanálisis por tres términos: causalidad – identificación - realidad.
1) Causalidad

La causalidad no remite ni a la psicología ni a la sociología, remite a este nuevo


sujeto inventado por el psicoanálisis: el inconsciente articula esa verdad que
opera por retracción. Esta anticipación de la articulación significante en el
inconsciente, lo que aparece es esta dimensión del Otro constituyéndose en ese
tiempo. Dice: “la desorientación de algunos postfreudianos es haber pensado
que la contratransferencia, es decir, los afectos del analista, se ponen en juego
como lectura de esa anterioridad lógica.” Contratransferencia que va a llamar la
pesadilla, el infierno del yo. El yo como señuelo imaginario va a hacer captar o
hacer olvidar al sujeto. Lo imaginario puede eclipsar, entonces, a la estructura
simbólica.

2) Identificación:

A partir de esta “falta en ser” lo que se va a producir es un llamado a otra


significación, es decir a una nueva identificación. Por esta falla estructural ($)
propia del neurótico, la promesa de significación en la cual se inscribe el analista,
pude identificar al I(A). Y toda la cuestión ética de dos respuestas diferentes entre
el psicoanálisis y la psicoterapia radica ahí: en que se puede ofrecer una
identificación o se puede promover aquella que haga a ese sujeto en particular.
“Ese” mundo es la singularidad.

3) Realidad:

Lacan plantea que es el discurso el que va a crear una realidad y no a la inversa.


Por lo tanto, no podríamos hacer un llamado a que el yo en su prueba de realidad
se adapte nuevamente a aquello que percibimos como sentido común. La esfera
sin conflicto de la realidad sana, a la cual apela la ego psicology, no puede ser
otra cosa que tratar de suturar la división, con una nueva identificación propuesta
por el analista o, en este caso vamos a decir, por las “bondades de la persona”
del terapeuta.
Sugestión no es transferencia

Opone así, la sugestión, por un lado, propia de esta dinámica del yo que busca
una identificación en la realidad del otro (a—a’) de la transferencia; siendo la
transferencia lo que se pasa del Inconsciente como Otro al Sujeto (S-A) en una
doble intersubjetividad. Pero que no es entre dos sujetos, no hay transferencia
en términos de una relación entre personas. Un amor dirigido al saber, al saber
del inconsciente (A) como verdad. El asunto es que hay algo del carácter de la
verdad inconsciente que horroriza.

Ubica la instalación de transferencia a tiempo, un tiempo como duración de lo


que es para cada uno la experiencia de la Cosa. Se requiere otra cosa que no
sea la especulación yoica: -no solamente del psicoterapeuta- que apela a
cualquier pensamiento crítico, la filosofía, por ejemplo. Es la misma impostura a
la que apela la psicoterapia a través de la sugestión. Ubica, entonces, al poder
de la verdad, la potencia de la palabra como la palabra verdadera, es decir,
aquella que produce un efecto de significación, tocando parcialmente la verdad.

Opone también al sujeto del conocimiento, -ese yo que percibe la realidad, ojo
del mundo real-, un sujeto de la palabra que está, en otros términos, puesto entre
lo imaginario y lo simbólico. Y el síntoma pasa a ser, en la medida que se puede
descifrar, la brújula del tratamiento.

Podríamos decir que en el análisis la promesa es la misma, la promesa de


significación. El síntoma y la realidad psíquica también son los dos puntos de
partida. La palabra en su acción de eficacia también funciona para ambos. Pero
en los fines propios del psicoanálisis lo que se produce es una aparición de un
nuevo sentido, contingente, que va a liberar al sujeto de la locura del sentido.
Esta locura del sentido es, no solamente el sentido común, la comunidad, la
comunicación, sino el hecho que alguien creyó demasiado en determinadas
palabras.

Es decir, el sentido es enloquecedor y el psicoanálisis se diferencia en ese punto


generando una nueva transformación de la posición con respecto al saber
diferente de la operación de exceso de sentido. Ahora bien, ¿podríamos sostener
la promesa del derecho a la felicidad para todos, sin la infatuación, es decir la
estafa?
La promesa de felicidad de las terapias “alternativas” da en el blanco con la
ignorancia, maniobra unas respuestas para la época que no sueña eliminar el
síntoma, sino que convive con él como bandera del “ser”. Mientras tanto el
analista sueña usar el síntoma a la manera que se dice en el yudo: la toma que
hace caer algo, transformar esa fuerza del adversario en una acción de la
defensa que es el deseo y transforma un desplazamiento pulsional.

Del lado del universal está la norma que dice “para todos habrá el principio de
placer”, es decir, que cualquier máxima universal propondría que todos
funcionáramos en la felicidad del Bien público. Dice Lacan: es el holgazán el que
está en el principio de placer, el puro placer de la norma, no necesita trabajar,
está en una homeostasis. Mientras que en lo particular se genera una diferencia.

Alguien que ha venido por un particular sufrimiento, y luego dice “yo soy esto”
puede ostentar su síntoma como imaginario signo de goce. Aunque ha habido
una diferencia ha dicho “yo en esto soy diferente al resto, he salido de la norma,
he tenido un síntoma” pero, ese particular, por una psicoterapia, se puede
transformar en una identificación, en el yo asimilado a la regla personal que
llamamos fantasma. Estamos en una época donde hay justamente una
dignificación de los particulares, es decir, hay un pedido de respetar las
diferencias y de un gozar permisivo para cada uno dentro del todos.

El saber del analista, si lo hubiera, sería el deseo de una máxima diferencia con
el Ideal, con el ideal de esa época y de cada singularidad. Algo que no va a hacia
el placer ni el goce solamente, sino que pueda desplazarse como la
transformación de un destino.

Si la neurosis es un destino, acceder a lo singular en el final de un psicoanálisis


es acceder a un no-destino. Es hacer pasar las cosas por “el buen agujero”,
hacer que alguien se instale, por un forzamiento en relación a sus dichos, en un
punto de invención. Cambio de esa regla personal para hacer aparecer cada vez
la toma de yudo con lo real que transforma el sentido de una existencia. –

(*) Escrito a partir de una intervención en las Jornadas anuales de Residentes de Psicología y
Psiquiatría de la Pcia. de Bs. As., La Plata, diciembre del 2002.-
Bibliografía:

- Jacques Lacan: El psicoanálisis verdadero y falso. Revista Freudiana N° 4 y 5.


Barcelona. 1992.-

- Jacques-Alain Miller: Psicoanálisis y Psicoterapia. Revista Freudiana N° 10.


Barcelona, 1994.-

- Germán García: La experiencia del pase. En D’escolar. Ed Atuel .Bs. As. , 2000.

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