Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
CONSTITUCIONAL DE LA
PRISION DURANTE
EL PROCESO *
&.1.
1
&.2.
I. Presunción de inocencia.
2
Si "ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio
previo", y si (por lo que se dirá aquí) todo encarcelamiento reviste el
carácter de pena, la cláusula citada del art. 18 de la Constitución Nacional
garantiza que "ningún habitante de la Nación será encarcelado sin juicio
previo".
b. La Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano consagró claramente, como presunción de inocencia, la
prohibición de tratar como culpable al individuo no sentenciado
(“presumiéndose inocente a todo hombre hasta que haya sido declarado
culpable”, dice su artículo 9).
c. La Declaración Universal de Derechos Humanos de
Naciones Unidas, de París, de 1.948, -en similares términos que la
anterior- establece que “toda persona acusada de delito tiene derecho a
que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad,
conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado
todas las garantías necesarias para su defensa” (ver su art. 11).
d. En igual sentido, la Convención Americana de Derechos
Humanos (suscripta por los Estados Americanos en 1.969 y convertida
en ley nacional nº 23.054 en 1.984) garantiza expresamente tal
presunción en los siguientes términos: “toda persona inculpada de delito
tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se establezca
legalmente su culpabilidad” (ello lo dispone su art. 8, apartado 2).
e. En materia penal de niñez y adolescencia, la Convención
Internacional sobre los Derechos del Niño (adoptada por la
Asamblea General de la O.N.U. el 20 de noviembre de 1989 y aprobada
en nuestro país por ley 23849/90) asegura la vigencia de esta garantía al
sostener que "a todo niño del que se alegue que ha infringido las leyes
penales o a quien se acuse de haber infringido esas leyes ... se lo
presumirá inocente mientras no se prueba su culpabilidad conforme a la
ley" (art. 40, 2, b, I).
Las recién mencionadas -valga recordarlo- son “ley suprema de la
Nación” (art. 31, C.N.), además de haber adquirido, las tres últimas,
expresa jerarquía constitucional, de conformidad con lo dispuesto por el
art. 75 inc. 22 de la Constitución Nacional (según su reforma de 1994).
f. Por otra parte, la ley 19.865 del año 1980 -que aprobó la
Convención de Viena sobre la validez de los tratados-, en su art.
27, declara la inoponibilidad del derecho interno de un país signatario a la
cláusula de un tratado aprobado por ese país.
g. Las constituciones provinciales receptan, también, el principio
de inocencia como presunción, aunque en algunos casos sus textos
adquieren aún mayor contundencia. En tal sentido, la Constitución de Río
Negro dispone que "es inocente toda persona mientras no se declare su
culpabilidad" (art. 22, párrafo quinto); algo similar ocurre con las
constituciones de La Rioja, San Juan, San Luis y Jujuy, en cuanto
3
prescriben que, mientras no haya sido declarada su culpabilidad por
sentencia firme, "toda persona es inocente" (arts. 22, 30, 39 y 29 -4-,
respectivamente). La de Santiago del Estero expresa que, a los que no
hayan sido declarados culpables por sentencia de juez competente, "la
ley reputa inocente" (art. 35), igual que el caso de las de La Pampa y
Chubut ("la ley reputa inocentes ..." -arts. 10 y 28, respectivamente-).
Igual: Santa Cruz ("son reputados inocentes" -art. 24-). La de Salta
establece que, hasta la sentencia definitiva, "nadie es considerado
culpable" (art. 20, segundo párrafo), de un modo similar a la de Córdoba
y Tierra del Fuego, para la cual, sin sentencia firme de condena, "nadie
puede ser ... considerado culpable" (arts. 39 y 34, respectivamente). En
forma análoga se expresa la Constitución de Chaco ("no será considerado
culpable ...", art. 19). Con el mismo alcance lo hace Neuquén ("derecho a
que se presuma su inocencia", art. 13). Misiones es incluso reiterativa, al
sostener que, sin condena firme, "nadie puede ser considerado
responsable" y luego agregar que todo imputado goza de la "presunción
constitucional de inocencia" (art. 26).
4
usted lo mantendremos en la cárcel, pero no se preocupe porque
mientras tanto lo presumimos inocente (?). Obviamente, a nadie podrá
convencerse -seriamente- de que ese es un modo de tratar al imputado
como inocente, sino que -por el contrario- constituye siempre una manera
de considerarlo culpable. Lo mismo sucede con los declarados culpables
pero condenados en forma condicional que estuvieron presos durante el
proceso (adviértase que estos últimos obtendrán su libertad
precisamente por haber sido condenados a través de una sentencia,
mientras que antes de comprobarse su culpabilidad se les aplicó, en
forma efectiva, la pena carcelaria cuyo cumplimiento con la condena
pretende evitarse) o con los condenados a cumplir una pena menor al
tiempo de encierro que ya llevan sufrido como procesados (resultado, en
este caso, más grave la pretendida "medida cautelar" que la pena en sí
misma). En rigor, resulta una burda contradicción hablar de "prisión para
quien -por ley- se presume inocente". Hay, entonces, un obstáculo
constitucional a la común y engañosamente llamada "prisión preventiva".
José García Vizcaíno ha sostenido, con toda corrección, que
"no procede coartar la libertad del encausado hasta que no recaiga
decisión judicial. El procesamiento ... no debe trabar la libertad del
prevenido. Los trámites instructorios no predicen la inexorabilidad de
sentencia condenatoria. Hasta tanto no se pronuncie la sentencia
condenatoria rige el principio jusfilosófico de la inocencia y, por tanto,
éste no puede ni debe ser restringido en el despliegue de su libertad
personal, porque existe a favor del procesado el principio de la inocencia"
6 . En el mismo sentido, agrega el mismo autor que "la presunción de
inocencia levanta una valla infranqueable: el debido proceso legal que
exige la terminación de un ciclo jurídico-judicial para su decisión. La
presunción de inocencia consagra el derecho de libertad y el derecho a la
libertad, derechos defendidos por el debido proceso legal. La libertad
personal es como un derecho de nacimiento humano y amparado por
toda sociedad y el Estado" 7 . Este autor confronta con claridad la
presunción de inocencia con la de culpabilidad, explicándolas como
incompatibles entre sí. Es así como sostiene que "la presunción de
culpabilidad con su encarcelamiento preventivo es la aplicación de pena
antes de la sentencia" 8 .
El discurso procesal (como se mencionó en parte) ha venido
legitimando, sin embargo, la cárcel sin condena, sobre la base de la
supuesta función meramente procesal que estaría en condiciones de
cumplir el encarcelamiento coactivo de una persona imputada. Se dice,
en el discurso, que la prisión durante el proceso encuentra legitimación
cuando es aplicada sólo en su condición de medida cautelar de los fines
del proceso penal. Se dice, en tal sentido, que la prisión durante el
5
proceso no es una pena, sino una mera medida cautelar, cuando se la
aplica exclusivamente para evitar el denominado "peligro procesal".
La falacia en la que incurre el discurso procesal ya tradicional
consiste en aceptar, sin cuestionamiento alguno, que la privación
coactiva de la libertad personal puede operar, en la práctica,
exclusivamente como medida de custodia de los fines del proceso penal,
sin contenido punitivo alguno (esto es, sin revestir el carácter de pena).
En tal aspecto, el discurso procesal -en este aspecto tradicional- deja de
lado la naturaleza indudablemente punitiva que en la realidad asume
cualquier forma de prisión. Es sabido que todo encierro de un ser humano
en una cárcel (y mucho más aún en las nefastas condiciones en que se lo
hace en América Latina) produce sufrimientos verdaderamente
insoportables y una verdadera (y en general irreversible)
despersonalización. Por esta razón es que toda forma de prisión no sólo
constituye en sí misma una pena, sino que en todos los casos
imaginables mantiene un plus realmente punitivo, que nunca puede
perder (a pesar de que se le atribuya un supuesto y ficticio fin
meramente procesal). Piénsese, por ejemplo, que nadie estaría en
condiciones de aceptar la cárcel (y, efectivamente, nadie la acepta ni la
pide), a diferencia de lo que ocurre con otras medidas que también tienen
un contenido punitivo, pero que podrían llegar a perderlo, o al menos
disminuirlo drásticamente, fundamentalmente cuando son aceptadas por
la persona sometida a proceso (al menos como modo de evitar una
medida más grave). Esto último suele ocurrir con la inhabilitación, que,
además de encontrarse prevista en una serie de legislaciones procesales
como medida cautelar de los fines del proceso, es solicitada en muchos
casos (y ha sido impuesta judicialmente) como condición de operatividad
de la suspensión del proceso penal a prueba (como un modo de evitar el
juzgamiento y la eventual condena). La medidas cautelares en el derecho
privado pueden ser impuestas coactivamente (como es el caso del
embargo preventivo), produciendo perjuicios al demandado, y sin
embargo nadie dirá que no puede cumplir un fin eminentemente
protector del derecho del actor. La cárcel, en cambio, no puede funcionar
nunca como una respuesta estatal sólo cautelar de fines procesales, pues
no sólo representa el modo de reacción más severo con el que cuenta el
Estado (a punto tal de no ser nunca aceptado por el imputado por la
irreparabilidad de sus efectos), sino que es, en esencia, exactamente lo
mismo que se quiere garantizar para el caso de culpabilidad firme. En
otras palabras, para garantizar que se cumpla la pena de cárcel que
eventualmente pueda imponerse, pretende legitimarse el cumplimiento
efectivo de esa misma cárcel antes de saber si es o no "merecida". Lo que
debe quedar en claro, entonces, es que, cualquiera sea el nombre con el
que se designe a la privación coactiva de la libertad durante el proceso
penal, estaremos siempre y en todos los casos en presencia de una pena
6
carcelaria (que debe reservarse sólo para el momento posterior al de la
sentencia firme de condena).
7
V. Violación a los principios de razonabilidad y racionalidad
de los actos de gobierno. Reglamentación irrazonable de la
libertad ambulatoria.
8
Al ser la cárcel una verdadera pena (que, como se dijo, no pierde en
ningún caso su mínimo contenido de tal), constituye una pena sin
culpabilidad, afectando con ello el principio de culpabilidad, que se extrae
del art. 18 de la Constitución Nacional, como consecuencia lógica del
principio de legalidad (si la ley penal debe ser anterior al hecho del
proceso es para que pueda ser conocida, por lo cual la posibilidad de
conocimiento y comprensión de la ley penal -de la "criminalidad"- debe
ser necesariamente un presupuesto de toda pena estatal).
El principio de culpabilidad exige, a su vez, la exigencia de
proporcionalidad entre la reacción estatal y el hecho al que se aplica
(arts. 1, 33 y 75 inc. 22, C.N.), el que resulta violentado por la aplicación
durante el proceso de la misma reacción que (en el discurso) sólo
pretende asegurarse con la alegada medida sólo cautelar.
&.3.
9
la violación de normas jurídicas de mayor jerarquía. La prisión durante el
proceso "ofende el sentimiento común de la justicia, al ser percibido
como un acto de fuerza y de arbitrio. No existe, en efecto, ninguna
resolución judicial y tal vez ningún acto de poder público que suscite
tanto miedo e inseguridad y socave tanto la confianza en el derecho
como el encarcelamiento de un ciudadano sin proceso" 12 . Ello se
advierte con independencia de que el Preámbulo de la Constitución
Nacional procura también "asegurar los beneficios de la libertad", lo que
no resulta compatible con la prisión de quienes, por imperativo
constitucional, se presumen inocentes.
3) Que las Convenciones de Derechos Humanos
(fundamentalmente las que tienen expresa jerarquía constitucional)
suelan referirse a la privación de la libertad durante el proceso penal
(como lo hace, por ejemplo, la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, que en su art. 7, apartado 4, establece el derecho a obtener la
libertad en un "plazo razonable") no significa que lo hagan para legitimar
el poder estatal de mantener detenida a una persona durante el
transcurso del proceso penal. Por el contrario, el sentido de los Pactos de
Derechos Humanos consiste en apuntalar los derechos y garantías con los
que debemos contar las personas para limitar el poder del Estado que se
viene ejerciendo en forma real, aunque no en forma necesariamente
legítima. El fundamento es análogo al señalado en el punto 1) de este
apartado &.3. Al mismo tiempo, debe aclararse que, en virtud de lo
establecido expresamente por el art. 75 inc. 22 de la Constitución
Nacional, las Declaraciones y Convenciones que enuncia "no derogan
artículo alguno de la primera parte" de esa norma suprema, sino que
"deben entenderse complementarios de los derechos y garantías por ella
reconocidos". Ello significa que, en caso de conflicto entre una norma de
una Convención Internacional y el texto de la Constitución, debe primar
este último, en la medida en que sus normas reconozcan un mayor
contenido de derechos al ser humano (debiendo regir, por ende, la norma
más garantista). En nuestro caso (si se siguiera el equivocado argumento
primeramente indicado), de todas formas prevalecería el texto del art. 18,
C.N., que no autoriza trato alguno de culpable al sometido a proceso.
&.4.
10
Es cierto que hoy en día se torna necesario prestar atención a la
necesidad de confeccionar una amplia gama de medidas verdaderamente
cautelares de los fines del proceso penal, que son aquellas que (aunque
importen la pérdida o disminución de algún derecho personal) pueden
perder o, al menos, disminuir notablemente su contenido punitivo. Es
verdad, entonces, que se hace necesario contar con un amplio catálogo
de medias cautelares no privativas de la libertad (es decir no carcelarias).
Esto es indudablemente cierto, desde el vamos, entre otras razones
porque responde a la general pregunta del ¿entonces qué?. En otras
palabras, muchos son quienes, frente a la propuesta abolicionista de la
prisión durante el proceso, se preguntan cuáles son las alternativas a ella.
Por eso es que hoy se torna indispensable ofrecer una lista lo más
completa posible de estas medidas cautelares no punitivas (o que pueden
perder o disminuir a la mínima expresión su contenido de castigo). La
enunciación de ellas no es el propósito de este trabajo, por lo que, a su
respecto, me remito a otro lugar 13. De todos modos, alcanza con
destacar aquí que ese es un aspecto del problema que no puede pasarse
por alto.
Sin perjuicio de ello, y para concluir, también es verdad que (sin
dejar de lado esa importante cuestión) no puede abandonarse la lucha
seria por la abolición por inconstitucional de toda forma de
encarcelamiento sin sentencia firme de condena (que sobrepase el muy
breve lapso del "arresto"). Con ello no habremos brindado solución
definitiva a problema alguno, pero sí habremos contribuido, al menos en
una mínima medida, a mantener encendidas las antorchas que nos
permitirán ver algo de luz en un camino demasiado oscuro y violento,
para los mismos de siempre.
11