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UN TOQUE GLORIOSO (MARCOS 5:25-34)

“Porque decía: Si tocare tan solamente su


manto, seré salva” (Marcos 5:28)

Todos alguna vez hemos depositado nuestra confianza


en algo o en alguien. Algunas veces nos hemos
equivocado y otras veces hemos acertado. Pero esta
historia que acabamos de leer, nos muestra no la
equivocación, sino el acierto de una mujer que depositó
toda su fe en Jesús. Y es que la fe en Jesús enciende la
esperanza.

Hace tiempo se le preguntó a un artista famoso ¿Qué es


lo que más temía en esta vida? A lo que
contestó sin vacilar: Temo principalmente a tres cosas:
al dolor, a la soledad y a la muerte. Hay quienes creen
que el ser humano a lo que más le tiene miedo es a
estar enfermo.

Es prácticamente imposible saber cuántas


enfermedades existen hoy en día. De hecho, cada cierto
tiempo se descubren nuevos males. Y hoy se está
viendo que no todos los males son físicos; también hay
trastornos mentales y morales.

Como cristianos añadimos que también existen las


enfermedades espirituales. Pero algo que debemos
proclamar con fuerza es que nuestro Señor Jesucristo
es el sanador de toda clase de enfermedades. ¡Sólo
Cristo Sana y Salva!

Así que en esta ocasión, le invito a considerar la


historia de una mujer que habiendo oído de Jesús se
acercó a ÉL y tocó el borde de su manto y quedó
totalmente sana.

Ella solo necesitó eso, acercarse y un ligero toque en el


manto de nuestro Señor Jesucristo. Meditemos juntos
acerca de este toque glorioso.

1. Fue un toque motivado por una fe valerosa,


intrépida.
Aquella pobre mujer se encontraba en una situación
desesperada.
Dice la Biblia: “Pero una mujer que desde hacía
doce años padecía de flujo de sangre,
y había sufrido mucho de muchos médicos, y
gastado todo lo que tenía, y nada había
aprovechado, antes le iba peor” (5:25-26)

(1) Ella sufría físicamente, pues padecía de flujo de


sangre, es decir, hemorragias constantes desde su
matriz. Y esto lo venía sufriendo desde hacía doce años.

(2) Ella sufría maternalmente, pues por esta


enfermedad no podía tener hijos, y si los tuvo antes de
que le llegara esta enfermedad, ya no podía estar cerca
de ellos.

(3) Ella sufría espiritualmente, pues esta enfermedad la


clasificaba como impura y no podía entrar en el templo,
ni a ninguna sinagoga. La Biblia dice: “Y la mujer,
cuando siguiere el flujo de su
sangre por muchos días fuera del tiempo de su
costumbre, o cuando tuviere flujo de
sangre más de su costumbre, todo el tiempo de
su flujo será inmunda como en los
días de su costumbre” (Levítico 15:25).

(4) Ella sufría socialmente, pues no debía tocar a la


gente, ni entrar donde hubiera muchas personas,
pues si lo hacía podía ser muerta a pedradas.

(5) Ella sufría financieramente, pues nos detalla el


evangelista que ya había gastado todo su dinero en
médicos y de nada le había aprovechado.

(6) Ella sufría moralmente pues se despertaba cada


mañana con un cuerpo que no sanaba, de seguro se
sentía angustiada, desgastada, fatigada. Por si esto
fuera poco, dice la versión de la Biblia NVI: “… en vez
de mejorar, iba de mal en peor” (5:26).
Es posible que en todo o en parte, nosotros nos
identifiquemos con el problema de esta pobre mujer.

Tal vez, estamos sufriendo de diversas maneras, quizá


nuestras oraciones se agotan, nos sentimos
desesperados y parece que no hay remedio para
nuestra situación. Quizá hemos llegado a pensar, que
Dios nos ha olvidado y que no escucha nuestras
oraciones.

Pero, el Señor Todopoderoso se acerca a nosotros en


este momento y nos pide que nuestra fe no se acabe,
que mantengamos viva nuestra Esperanza, que en ÉL
hay sanidad total, sea cual fuere la enfermedad, física,
moral o espiritual, ÉL tiene la solución.

Desde el punto de vista médico, en aquel tiempo, esta


mujer estaba desahuciada pero nadie tenía la cortesía
de decírselo. Quizás muchos de los médicos solo hacían
experimentos en ella, levantando falsas esperanzas. Y
claro, cobrándole por los servicios prestados. Quizá los
tratamientos habían sido drásticos pero sin resultados
positivos. Cuantas personas vagan por el mundo en
busca de ayuda para su alma cansada y lo único que
recibe son desengaños. Religiones falsas, personas que
se hacen pasar por Cristo, etc. Pero la Biblia nos
enseña que lo que los hombres no pueden
hacer, Dios si lo hace, porque El es poderoso
para hacer todas las cosas mucho más
abundantemente de lo que pedimos o
entendemos, según el poder que actúa en
nosotros, Efesios 3:20
Probablemente esta mujer había tenido mucho dinero
alguna vez, pero ahora estaba pobre y enferma. Lo
había gastado todo y no había encontrado la sanidad.
Había probado de todo, desde el medicamento más
caro que podía pagar, hasta el remedio más casero y
común. Esto ilustra perfectamente que los remedios
humanos no son confiables ni una garantía absoluta
para tener salud. Ya no solo era tensión física, sino
también tensión financiera la que sentía esta mujer.
Así que los medicamentos y remedios no le habían
ayudado, ella solo empeoraba cada día más. Ya no
había nada que hacer. Sus esfuerzos habían sido
inútiles, su dinero había sido inútil. Sus esperanzas se
habían perdido. Y es que cuando queremos buscar la
ayuda en otras cosas o en las personas, muchas veces
nos complicamos más la vida. Porque no está en las
personas la respuesta, si no que está en el único
y verdadero Dios de los cielos. Solo en Él
encontraremos la respuesta que necesitamos.
Pero esta mujer enferma, a pesar de todos los
obstáculos creyó que el Señor Jesús tenía el poder para
sanarla y decidió ir en busca de él. Se llenó de fe y
esperanza, y por eso avanzó con las fuerzas que le
quedaban, sin importar lo que los religiosos y recelosos
del momento pudieran decir.

Por el profeta Jeremías el Señor nos dice: “Clama a


mí, y yo te responderé, y te enseñaré
cosas grandes y ocultas que tú no conoces. He
aquí que yo les traeré sanidad y
medicina; y los curaré, y les revelaré
abundancia de paz y de verdad” (Jeremías
33:3,6).

Solo nuestro Señor y Dios puede ayudarnos en medio


de nuestra dolorosa condición, sin importar cual sea.

2. Fue un toque motivado por una fe


persistente
“Cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás
entre la multitud, y tocó su manto.
Porque decía: Si tocare tan solamente su
manto, seré salva. Y en seguida la fuente
de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que
estaba sana de aquel azote” (Marcos
5:27-29).

No sabemos, pues la biblia no nos dice, cómo esta


mujer oyó hablar de Jesús, pero eso fue lo que le
devolvió la esperanza. La fama curativa de Jesús volvió
a encender la llama apagada de su corazón. Por fin,
después de tantos años, escuchó hablar de alguien que
podía hacer algo por ella, y ese del que oyó hablar
no era cualquiera, era y sigue siendo el médico
de médicos, el doctor de doctores, Jesucristo,
el Hijo del Dios Viviente. Jesús no solo es el mejor
si no el único capaz de sanar por completo una vida que
está enferma física, moral y espiritualmente. Cuando a
Jesús Lucas 4:17 Y se le dio el libro del profeta
Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar
donde estaba escrito: 4:18 El Espíritu del Señor
está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para
dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado
a sanar a los quebrantados de corazón; A
pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los
ciegos; A poner en libertad a los
oprimidos; 4:19 A predicar el año agradable
del Señor. 4:21 Y comenzó a decirles: Hoy se ha
cumplido esta Escritura delante de vosotros. La
mujer no había visto ningún milagro de Jesús, solo
“oyó hablar de él”. Y es que “la fe viene por el oír”
(Rom. 10:17)
Reconocer es de humildes y es algo que siempre nos
conduce a Jesucristo. Ella ya no pensaba en hablar con
Jesús, si no que únicamente en tocar su manto. Para
una mujer sana tocar el manto de Jesús no significaba
nada, sin embargo, para esta mujer enferma significaba
todo.
El saber reconocer quienes somos, quien es el Señor y
lo que Él puede hacer por nosotros no es de cualquiera.
Ella creyó que sería sana con solo tocar el “borde” (Lc.
8:44) Es decir, la orilla del manto de Jesús. Y a eso se le
llama fe.
La mujer reconoció el enorme poder que tiene Jesús
(y note que dije tiene Jesús, no dije tenía Jesús,
porque El está vivo y está en medio de
nosotros ahora). Lo que había escuchado de Jesús
fue tan convincente que inmediatamente lo que buscó
fue tocar una parte de la vestimenta de Jesús. Saber
que lo que nadie más pudo hacer, Jesús si lo hará. Eso
es fe, y ella lo reconoció. Hay muchas personas que
reconocen que Jesús tiene poder pero no el suficiente
como para ayudarles. Esa se llama duda, no fe.
Esta mujer ya había perdido 12 años de su vida. Y no
estaba dispuesta a morir en esa condición. Ella quería
vivir una vida normal. Ella quería una vida social,
casarse y tener hijos si es que no lo había hecho ya.
Quería ir al templo. Ser como las otras mujeres. Así que
ella no se rindió. Y decidió aprovechar la oportunidad
de que Jesús estaba cerca de donde ella se encontraba.
Esta clase de decisiones, que se basan en la fe
en un Dios Vivo y Todopoderoso es la que
vence todos los obstáculos, y el primer obstáculo
que tuvo que vencer es: Que para tocar a Jesús tenía
que tocar a la gente y si la gente la reconocía perdería la
oportunidad. Pero ella estuvo dispuesta a correr el
riesgo. Lo que ella hizo fue algo pequeño en
comparación a lo que Jesús hizo por ella, pero hizo
algo. La sanidad empieza cuando hacemos algo.
Empieza cuando extendemos la mano, cuando damos
el primer paso.
Dice Mateo 7:7 Pedid, y se os dará; buscad, y
hallaréis; llamad, y se os abrirá.
7:8 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que
busca, halla; y al que llama, se le abrirá. Es poco
lo que podemos hacer para sanar nuestra alma, pero es
necesario. La fe sin esfuerzo no es fe. Nuestra fe tiene
que hacer que nos acerquemos a Jesús.
Dice nuestro pasaje un poco más adelante que había
alrededor de nuestro Señor una gran multitud,
que le apretaba, le oprimía, le estrechaba.

No era fácil para aquella mujer acercarse al Señor. Sin


embargo, ella se abrió paso entre la muchedumbre con
una fe persistente. Tal vez, se repetía una y otra vez,
mientras avanzaba hacia Jesús: “Sólo tengo que tocar el
borde de su manto, sólo eso”

Necesariamente tenía que tocar a la gente,


quebrantando así la Ley de Moisés, si alguno la
reconocía, todo estaba perdido para ella, pero de igual
forma, la posibilidad de sanar sin el poder de Jesucristo
estaba más lejos todavía. No tenía influencias, ni
amigos, ni dinero, mucho menos otra solución, debía
seguir adelante.

Y finalmente llegó hasta Jesús y alargando su mano,


tocó su manto, y enseguida la fuente de su sangre se
secó y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel
azote.

Este pasaje es un monumento a una fe persistente en el


único Dios que todo lo puede. Más que otra cosa nos
enseña que nuestro Señor sabe recompensar una fe que
no se detiene, que no renuncia, que no se deja seducir
por el maligno, ni por la presión de los demás, que
persevera hasta alcanzar la bendición que queremos.

Lo cierto es que la fe no es únicamente saber


que Dios puede hacer las cosas, si no, más bien
es tener la total seguridad de que Él las hará,
porque no hay nada que nuestro Dios no
pueda hacer.

Si nosotros tenemos la fe suficiente para creer que Dios


puede ayudarnos y la seguridad de que ÉL lo hará,
entonces nosotros podemos decir que tenemos una
gran fe, de esa que mueve montañas. Déjeme decirle
que para esa clase de fe no hay nada que sea imposible.
En el reino espiritual de Dios, hay dos normas
establecidas por el mismo Señor Jesucristo: (1)
“Entonces les tocó los ojos, diciendo: Conforme
a vuestra fe os sea hecho.” (Mateo 9:29) y (2)
“Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo
le es posible” (Marcos 9:23).

Tener fe en el Señor Jesucristo es tener fe en alguien


vivo, real y verdadero. Y nos lleva a una relación
vivificante con nuestro Dios.

Es el creer en acción. Nuestro pasaje dice que ella


cuando oyó, vino y tocó. Si nosotros ponemos en acción
nuestra fe, así como aquella mujer, vamos a obtener los
resultados que ella obtuvo.

Confiando en Dios, mientras más desahuciada


esté nuestra situación, más cercana está
nuestra salvación. Cuanto más sean nuestras
aflicciones, más grandes serán nuestras bendiciones.
Cuanto más obscura sea nuestra noche, más pronto
llegará el día. Y entonces, buscaremos al Señor y le
hallaremos porque le buscaremos con todo nuestro
corazón. Como lo dice el profeta: “Y me buscaréis y
me hallaréis, porque me buscaréis de todo
vuestro corazón” (Jeremías 29:13).

Tengamos pues esa fe persistente en nuestro Señor.


3. Fue un toque motivado por una fe salvadora.
“Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder
que había salido de él, volviéndose a
la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis
vestidos? Sus discípulos le dijeron: Ves que
la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha
tocado? Pero él miraba alrededor para
ver quién había hecho esto. Entonces la mujer,
temiendo y temblando, sabiendo lo
que en ella había sido hecho, vino y se postró
delante de él, y le dijo toda la verdad.
Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en
paz, y queda sana de tu azote” (Marcos 5:30-
34).

Hay una pregunta que podemos hacer referente a este


pasaje: ¿Por qué el Señor se detuvo y preguntó quién le
había tocado sus vestidos? ¿No era mejor hacer como si
nada hubiese pasado y seguir adelante rumbo a la casa
de Jairo?

¿Por qué fue importante para el Señor hacer que la


mujer quedara al descubierto? ¿Sería acaso para
avergonzarla delante de todos? ¡Por supuesto que no!
¡Todo lo contrario!
1. Jesús lo hizo para que ella supiera que había
sido sanada. Es cierto que Marcos nos dice que
ella sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote,
pero esta mujer era como cualquier otra persona.
Pronto ella podría empezar a dudar y a temer,
preguntándose si en realidad estaba sana. Ella podría
llegar a preguntarse si la enfermedad regresaría. Pero
Jesús le dijo “ve en paz, y queda sana de tu azote.”
Jesús la llamó para que ella pudiera saber que había
quedado sanada completa y definitivamente; porque
Dios no hace las cosas a medias, todo lo que Él
hace, lo hace bien hecho y para siempre. Porque
nuestro Dios es perfecto como lo dice Mateo 5:48
Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro
Padre que está en los cielos es perfecto.
Eclesiastés 3:14 He entendido que todo lo que
Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se
añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace
Dios, para que delante de él teman los
hombres.
2. Jesús lo hizo para que los demás supieran
que ella estaba sana. Esta mujer tenía una
enfermedad que nadie podía ver, la cual hacía que ella
fuera una marginada de la sociedad. Sonaría
sospechoso para muchos si ella anunciaba que estaba
sana. Los demás pensarían que ella estaba inventando
eso para que fuera considerada “limpia” otra vez. Por lo
tanto, Jesús la llamó para que los demás pudieran
saber que ella estaba completamente sana, que su salud
estaba totalmente restablecida.
3. Jesús lo hizo para que ella supiera el por
qué ella fue sanada. Cuando Jesús dijo, “tu fe te ha
hecho salva,” le mostraba a la mujer que lo que la hizo
sana fue su fe en Jesús, y lo que Él podía hacer por ella.
4. Jesús lo hizo porque Él no quería que ella
pensara que había tomado algo indebidamente,
de tal manera que ella pudiera levantar su rostro y ver a
los ojos de Jesús. Ella no tomó nada indebidamente;
ella lo recibió por fe, y Jesús quería que ella lo supiera.
5. Jesús lo hizo porque Él quería bendecirla de
una manera especial. Él la llamó “Hija.” En la Biblia
Jesús nunca llamó a ninguna otra mujer de esa manera.
Jesús quería que ella pasara adelante y escuchara este
nombre especial, quizá a ella la llamaban inmunda o
quien sabe de qué otra manera, pero Jesús la llamó
hija, lo que demuestra el gran amor que Dios tiene por
nosotros. Cuando Jesús nos llama adelante, es porque
Él quiere que recibamos algo glorioso y especial.
6. Jesús la envió a casa con pensamientos más
sublimes acerca de Él. Ella nunca hablaría de la
maravilla del manto; ella siempre hablaría de la
maravilla del Señor Jesucristo. Si se le permitía que se
fuera sin confesar, ella hubiera dicho muy contenta: He
encontrado la sanidad. En cambio, ahora la mujer
podía proclamar: He encontrado al que todo lo
puede, a Jesucristo el Hijo del Dios Viviente.
El Señor pidió que de entre el anonimato ella saliera
para dar testimonio del poder sanador de
nuestro Salvador. Ella vino y se postró a sus pies
revelando así su fe, su humildad, su honestidad y
su gratitud. Ella confesó delante de todo el pueblo todo
su problema, su fe en Jesús y la solución
que recibió.

Después de hacer esto, Jesús le dijo tres benditas


expresiones:
(1) Hija, tu fe te ha hecho salva.
(2) Ve en paz.
(3) Queda sana de tu azote.

No debemos sentir vergüenza al actuar con base en la


fe. No podemos ser discípulos de Cristo a escondidas
como Nicodemo. Jesús reclama nuestra presencia. Él
quiere que estemos delante de él. Jesús pregunta:
“¿Quién me ha tocado? Jesús sabe que el toque y el
empujón son dos cosas muy diferentes. El empujón
solo es una presión sin rostro. Un bulto anónimo. Una
fuerza sin nombre. Motivado solo por las
circunstancias. Choca con todos sin encontrarse con
nadie. Pero el toque es personal e íntimo, y Jesús
quiere que todos lo sepan.

Jesús quiere confesarnos ante el Padre. Jesús dijo: “A


cualquiera, pues, que me confiese delante de
los hombres, yo también le confesaré delante
de mi Padre que está en los cielos. Y a
cualquiera que me niegue delante de los
hombres, yo también le negaré delante de mi
Padre que está en los cielos”. (Mt. 10:32-33) Lo
que esta mujer había hecho era ante los ojos de
muchos, una abierta rebelión contra el sistema
religioso de su tiempo, que determinaba lo que estaba
limpio y lo que no lo estaba. Tocar a alguien sin que él
lo supiera y contagiarle su “impureza” habría merecido
un severo castigo. Pero Jesús delante de todos no alaba
a un gran maestro, ni a un fiel seguidor, sino que alaba
la fe de una mujer que se acercó a Él, con la certeza de
que sería sanada. Notemos que Jesús no le preguntó
nada.

Ella sola habló y dijo todo lo que tenía en su corazón y


que había guardado por tanto tiempo. El texto dice que
le dijo “toda la verdad”.
La fe en Jesús tiene recompensa. Jesús nos consuela.
¿Probablemente desde hacía mucho tiempo esa pobre
mujer no escuchaba ni una palabra cariñosa?
Probablemente ella ya se había habituado a que la
llamaran “inmunda”. Pero aquí Jesús la llama hija, su
hija. Y como ya dijimos, esta es la única ocasión
registrada en la Biblia que Jesús le dice hija a una
mujer. Y qué bueno, porque ella lo necesitaba más que
nadie.
Jesús está dispuesto hacer por nosotros lo que nadie
más está dispuesto a hacer. Jesús dice: Juan 6:37
Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al
que a mí viene, no le echo fuera. Él es el único
que mira nuestra pobre condición y se compadece de
nosotros.

Nuestro Señor no quiso que aquella mujer recibiera


sólo la sanidad física, sino que su fe merecía algo
todavía mayor, es decir, su eterna salvación.

Hay mucha diferencia entre presionar a Jesús y tocar


levemente su manto. ¿Qué es lo que nosotros estamos
haciendo ahora? ¿Le presionamos para que conteste
nuestras oraciones o venimos con una fe sencilla y
tocamos ligeramente el borde de sus vestiduras?

Todos tenemos problemas, unos de un tamaño, otros


de otro. Dios es Todopoderoso, no ha cambiado él sigue
haciendo milagros. Sólo requiere que nos acerquemos a
él, esta búsqueda seguramente tendrá obstáculos que
superar, pero Jesús ha prometido estar con nosotros
todos los días y en su palabra podemos confiar y
vencer. Así como Jesús sanó a la mujer enferma sigue
sanando hoy, porque Él mismo de ayer, de hoy y por
todos los siglos. Amén, que el Señor les bendiga.

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