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Todos alguna vez hemos depositado nuestra confianza
en algo o en alguien. Algunas veces nos hemos
equivocado y otras veces hemos acertado. Pero esta
historia que acabamos de leer, nos muestra no la
equivocación, sino el acierto de una mujer que depositó
toda su fe en Jesús. Y es que la fe en Jesús enciende la
esperanza.
Todos alguna vez hemos depositado nuestra confianza
en algo o en alguien. Algunas veces nos hemos
equivocado y otras veces hemos acertado. Pero esta
historia que acabamos de leer, nos muestra no la
equivocación, sino el acierto de una mujer que depositó
toda su fe en Jesús. Y es que la fe en Jesús enciende la
esperanza.
Todos alguna vez hemos depositado nuestra confianza
en algo o en alguien. Algunas veces nos hemos
equivocado y otras veces hemos acertado. Pero esta
historia que acabamos de leer, nos muestra no la
equivocación, sino el acierto de una mujer que depositó
toda su fe en Jesús. Y es que la fe en Jesús enciende la
esperanza.
Todos alguna vez hemos depositado nuestra confianza
en algo o en alguien. Algunas veces nos hemos equivocado y otras veces hemos acertado. Pero esta historia que acabamos de leer, nos muestra no la equivocación, sino el acierto de una mujer que depositó toda su fe en Jesús. Y es que la fe en Jesús enciende la esperanza.
Hace tiempo se le preguntó a un artista famoso ¿Qué es
lo que más temía en esta vida? A lo que contestó sin vacilar: Temo principalmente a tres cosas: al dolor, a la soledad y a la muerte. Hay quienes creen que el ser humano a lo que más le tiene miedo es a estar enfermo.
Es prácticamente imposible saber cuántas
enfermedades existen hoy en día. De hecho, cada cierto tiempo se descubren nuevos males. Y hoy se está viendo que no todos los males son físicos; también hay trastornos mentales y morales.
Como cristianos añadimos que también existen las
enfermedades espirituales. Pero algo que debemos proclamar con fuerza es que nuestro Señor Jesucristo es el sanador de toda clase de enfermedades. ¡Sólo Cristo Sana y Salva!
Así que en esta ocasión, le invito a considerar la
historia de una mujer que habiendo oído de Jesús se acercó a ÉL y tocó el borde de su manto y quedó totalmente sana.
Ella solo necesitó eso, acercarse y un ligero toque en el
manto de nuestro Señor Jesucristo. Meditemos juntos acerca de este toque glorioso.
1. Fue un toque motivado por una fe valerosa,
intrépida. Aquella pobre mujer se encontraba en una situación desesperada. Dice la Biblia: “Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada había aprovechado, antes le iba peor” (5:25-26)
(1) Ella sufría físicamente, pues padecía de flujo de
sangre, es decir, hemorragias constantes desde su matriz. Y esto lo venía sufriendo desde hacía doce años.
(2) Ella sufría maternalmente, pues por esta
enfermedad no podía tener hijos, y si los tuvo antes de que le llegara esta enfermedad, ya no podía estar cerca de ellos.
(3) Ella sufría espiritualmente, pues esta enfermedad la
clasificaba como impura y no podía entrar en el templo, ni a ninguna sinagoga. La Biblia dice: “Y la mujer, cuando siguiere el flujo de su sangre por muchos días fuera del tiempo de su costumbre, o cuando tuviere flujo de sangre más de su costumbre, todo el tiempo de su flujo será inmunda como en los días de su costumbre” (Levítico 15:25).
(4) Ella sufría socialmente, pues no debía tocar a la
gente, ni entrar donde hubiera muchas personas, pues si lo hacía podía ser muerta a pedradas.
(5) Ella sufría financieramente, pues nos detalla el
evangelista que ya había gastado todo su dinero en médicos y de nada le había aprovechado.
(6) Ella sufría moralmente pues se despertaba cada
mañana con un cuerpo que no sanaba, de seguro se sentía angustiada, desgastada, fatigada. Por si esto fuera poco, dice la versión de la Biblia NVI: “… en vez de mejorar, iba de mal en peor” (5:26). Es posible que en todo o en parte, nosotros nos identifiquemos con el problema de esta pobre mujer.
Tal vez, estamos sufriendo de diversas maneras, quizá
nuestras oraciones se agotan, nos sentimos desesperados y parece que no hay remedio para nuestra situación. Quizá hemos llegado a pensar, que Dios nos ha olvidado y que no escucha nuestras oraciones.
Pero, el Señor Todopoderoso se acerca a nosotros en
este momento y nos pide que nuestra fe no se acabe, que mantengamos viva nuestra Esperanza, que en ÉL hay sanidad total, sea cual fuere la enfermedad, física, moral o espiritual, ÉL tiene la solución.
Desde el punto de vista médico, en aquel tiempo, esta
mujer estaba desahuciada pero nadie tenía la cortesía de decírselo. Quizás muchos de los médicos solo hacían experimentos en ella, levantando falsas esperanzas. Y claro, cobrándole por los servicios prestados. Quizá los tratamientos habían sido drásticos pero sin resultados positivos. Cuantas personas vagan por el mundo en busca de ayuda para su alma cansada y lo único que recibe son desengaños. Religiones falsas, personas que se hacen pasar por Cristo, etc. Pero la Biblia nos enseña que lo que los hombres no pueden hacer, Dios si lo hace, porque El es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, Efesios 3:20 Probablemente esta mujer había tenido mucho dinero alguna vez, pero ahora estaba pobre y enferma. Lo había gastado todo y no había encontrado la sanidad. Había probado de todo, desde el medicamento más caro que podía pagar, hasta el remedio más casero y común. Esto ilustra perfectamente que los remedios humanos no son confiables ni una garantía absoluta para tener salud. Ya no solo era tensión física, sino también tensión financiera la que sentía esta mujer. Así que los medicamentos y remedios no le habían ayudado, ella solo empeoraba cada día más. Ya no había nada que hacer. Sus esfuerzos habían sido inútiles, su dinero había sido inútil. Sus esperanzas se habían perdido. Y es que cuando queremos buscar la ayuda en otras cosas o en las personas, muchas veces nos complicamos más la vida. Porque no está en las personas la respuesta, si no que está en el único y verdadero Dios de los cielos. Solo en Él encontraremos la respuesta que necesitamos. Pero esta mujer enferma, a pesar de todos los obstáculos creyó que el Señor Jesús tenía el poder para sanarla y decidió ir en busca de él. Se llenó de fe y esperanza, y por eso avanzó con las fuerzas que le quedaban, sin importar lo que los religiosos y recelosos del momento pudieran decir.
Por el profeta Jeremías el Señor nos dice: “Clama a
mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces. He aquí que yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré, y les revelaré abundancia de paz y de verdad” (Jeremías 33:3,6).
Solo nuestro Señor y Dios puede ayudarnos en medio
de nuestra dolorosa condición, sin importar cual sea.
2. Fue un toque motivado por una fe
persistente “Cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan solamente su manto, seré salva. Y en seguida la fuente de su sangre se secó; y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote” (Marcos 5:27-29).
No sabemos, pues la biblia no nos dice, cómo esta
mujer oyó hablar de Jesús, pero eso fue lo que le devolvió la esperanza. La fama curativa de Jesús volvió a encender la llama apagada de su corazón. Por fin, después de tantos años, escuchó hablar de alguien que podía hacer algo por ella, y ese del que oyó hablar no era cualquiera, era y sigue siendo el médico de médicos, el doctor de doctores, Jesucristo, el Hijo del Dios Viviente. Jesús no solo es el mejor si no el único capaz de sanar por completo una vida que está enferma física, moral y espiritualmente. Cuando a Jesús Lucas 4:17 Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: 4:18 El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; 4:19 A predicar el año agradable del Señor. 4:21 Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros. La mujer no había visto ningún milagro de Jesús, solo “oyó hablar de él”. Y es que “la fe viene por el oír” (Rom. 10:17) Reconocer es de humildes y es algo que siempre nos conduce a Jesucristo. Ella ya no pensaba en hablar con Jesús, si no que únicamente en tocar su manto. Para una mujer sana tocar el manto de Jesús no significaba nada, sin embargo, para esta mujer enferma significaba todo. El saber reconocer quienes somos, quien es el Señor y lo que Él puede hacer por nosotros no es de cualquiera. Ella creyó que sería sana con solo tocar el “borde” (Lc. 8:44) Es decir, la orilla del manto de Jesús. Y a eso se le llama fe. La mujer reconoció el enorme poder que tiene Jesús (y note que dije tiene Jesús, no dije tenía Jesús, porque El está vivo y está en medio de nosotros ahora). Lo que había escuchado de Jesús fue tan convincente que inmediatamente lo que buscó fue tocar una parte de la vestimenta de Jesús. Saber que lo que nadie más pudo hacer, Jesús si lo hará. Eso es fe, y ella lo reconoció. Hay muchas personas que reconocen que Jesús tiene poder pero no el suficiente como para ayudarles. Esa se llama duda, no fe. Esta mujer ya había perdido 12 años de su vida. Y no estaba dispuesta a morir en esa condición. Ella quería vivir una vida normal. Ella quería una vida social, casarse y tener hijos si es que no lo había hecho ya. Quería ir al templo. Ser como las otras mujeres. Así que ella no se rindió. Y decidió aprovechar la oportunidad de que Jesús estaba cerca de donde ella se encontraba. Esta clase de decisiones, que se basan en la fe en un Dios Vivo y Todopoderoso es la que vence todos los obstáculos, y el primer obstáculo que tuvo que vencer es: Que para tocar a Jesús tenía que tocar a la gente y si la gente la reconocía perdería la oportunidad. Pero ella estuvo dispuesta a correr el riesgo. Lo que ella hizo fue algo pequeño en comparación a lo que Jesús hizo por ella, pero hizo algo. La sanidad empieza cuando hacemos algo. Empieza cuando extendemos la mano, cuando damos el primer paso. Dice Mateo 7:7 Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. 7:8 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. Es poco lo que podemos hacer para sanar nuestra alma, pero es necesario. La fe sin esfuerzo no es fe. Nuestra fe tiene que hacer que nos acerquemos a Jesús. Dice nuestro pasaje un poco más adelante que había alrededor de nuestro Señor una gran multitud, que le apretaba, le oprimía, le estrechaba.
No era fácil para aquella mujer acercarse al Señor. Sin
embargo, ella se abrió paso entre la muchedumbre con una fe persistente. Tal vez, se repetía una y otra vez, mientras avanzaba hacia Jesús: “Sólo tengo que tocar el borde de su manto, sólo eso”
Necesariamente tenía que tocar a la gente,
quebrantando así la Ley de Moisés, si alguno la reconocía, todo estaba perdido para ella, pero de igual forma, la posibilidad de sanar sin el poder de Jesucristo estaba más lejos todavía. No tenía influencias, ni amigos, ni dinero, mucho menos otra solución, debía seguir adelante.
Y finalmente llegó hasta Jesús y alargando su mano,
tocó su manto, y enseguida la fuente de su sangre se secó y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote.
Este pasaje es un monumento a una fe persistente en el
único Dios que todo lo puede. Más que otra cosa nos enseña que nuestro Señor sabe recompensar una fe que no se detiene, que no renuncia, que no se deja seducir por el maligno, ni por la presión de los demás, que persevera hasta alcanzar la bendición que queremos.
Lo cierto es que la fe no es únicamente saber
que Dios puede hacer las cosas, si no, más bien es tener la total seguridad de que Él las hará, porque no hay nada que nuestro Dios no pueda hacer.
Si nosotros tenemos la fe suficiente para creer que Dios
puede ayudarnos y la seguridad de que ÉL lo hará, entonces nosotros podemos decir que tenemos una gran fe, de esa que mueve montañas. Déjeme decirle que para esa clase de fe no hay nada que sea imposible. En el reino espiritual de Dios, hay dos normas establecidas por el mismo Señor Jesucristo: (1) “Entonces les tocó los ojos, diciendo: Conforme a vuestra fe os sea hecho.” (Mateo 9:29) y (2) “Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible” (Marcos 9:23).
Tener fe en el Señor Jesucristo es tener fe en alguien
vivo, real y verdadero. Y nos lleva a una relación vivificante con nuestro Dios.
Es el creer en acción. Nuestro pasaje dice que ella
cuando oyó, vino y tocó. Si nosotros ponemos en acción nuestra fe, así como aquella mujer, vamos a obtener los resultados que ella obtuvo.
Confiando en Dios, mientras más desahuciada
esté nuestra situación, más cercana está nuestra salvación. Cuanto más sean nuestras aflicciones, más grandes serán nuestras bendiciones. Cuanto más obscura sea nuestra noche, más pronto llegará el día. Y entonces, buscaremos al Señor y le hallaremos porque le buscaremos con todo nuestro corazón. Como lo dice el profeta: “Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jeremías 29:13).
Tengamos pues esa fe persistente en nuestro Señor.
3. Fue un toque motivado por una fe salvadora. “Luego Jesús, conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? Sus discípulos le dijeron: Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado? Pero él miraba alrededor para ver quién había hecho esto. Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él, y le dijo toda la verdad. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote” (Marcos 5:30- 34).
Hay una pregunta que podemos hacer referente a este
pasaje: ¿Por qué el Señor se detuvo y preguntó quién le había tocado sus vestidos? ¿No era mejor hacer como si nada hubiese pasado y seguir adelante rumbo a la casa de Jairo?
¿Por qué fue importante para el Señor hacer que la
mujer quedara al descubierto? ¿Sería acaso para avergonzarla delante de todos? ¡Por supuesto que no! ¡Todo lo contrario! 1. Jesús lo hizo para que ella supiera que había sido sanada. Es cierto que Marcos nos dice que ella sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote, pero esta mujer era como cualquier otra persona. Pronto ella podría empezar a dudar y a temer, preguntándose si en realidad estaba sana. Ella podría llegar a preguntarse si la enfermedad regresaría. Pero Jesús le dijo “ve en paz, y queda sana de tu azote.” Jesús la llamó para que ella pudiera saber que había quedado sanada completa y definitivamente; porque Dios no hace las cosas a medias, todo lo que Él hace, lo hace bien hecho y para siempre. Porque nuestro Dios es perfecto como lo dice Mateo 5:48 Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. Eclesiastés 3:14 He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres. 2. Jesús lo hizo para que los demás supieran que ella estaba sana. Esta mujer tenía una enfermedad que nadie podía ver, la cual hacía que ella fuera una marginada de la sociedad. Sonaría sospechoso para muchos si ella anunciaba que estaba sana. Los demás pensarían que ella estaba inventando eso para que fuera considerada “limpia” otra vez. Por lo tanto, Jesús la llamó para que los demás pudieran saber que ella estaba completamente sana, que su salud estaba totalmente restablecida. 3. Jesús lo hizo para que ella supiera el por qué ella fue sanada. Cuando Jesús dijo, “tu fe te ha hecho salva,” le mostraba a la mujer que lo que la hizo sana fue su fe en Jesús, y lo que Él podía hacer por ella. 4. Jesús lo hizo porque Él no quería que ella pensara que había tomado algo indebidamente, de tal manera que ella pudiera levantar su rostro y ver a los ojos de Jesús. Ella no tomó nada indebidamente; ella lo recibió por fe, y Jesús quería que ella lo supiera. 5. Jesús lo hizo porque Él quería bendecirla de una manera especial. Él la llamó “Hija.” En la Biblia Jesús nunca llamó a ninguna otra mujer de esa manera. Jesús quería que ella pasara adelante y escuchara este nombre especial, quizá a ella la llamaban inmunda o quien sabe de qué otra manera, pero Jesús la llamó hija, lo que demuestra el gran amor que Dios tiene por nosotros. Cuando Jesús nos llama adelante, es porque Él quiere que recibamos algo glorioso y especial. 6. Jesús la envió a casa con pensamientos más sublimes acerca de Él. Ella nunca hablaría de la maravilla del manto; ella siempre hablaría de la maravilla del Señor Jesucristo. Si se le permitía que se fuera sin confesar, ella hubiera dicho muy contenta: He encontrado la sanidad. En cambio, ahora la mujer podía proclamar: He encontrado al que todo lo puede, a Jesucristo el Hijo del Dios Viviente. El Señor pidió que de entre el anonimato ella saliera para dar testimonio del poder sanador de nuestro Salvador. Ella vino y se postró a sus pies revelando así su fe, su humildad, su honestidad y su gratitud. Ella confesó delante de todo el pueblo todo su problema, su fe en Jesús y la solución que recibió.
Después de hacer esto, Jesús le dijo tres benditas
expresiones: (1) Hija, tu fe te ha hecho salva. (2) Ve en paz. (3) Queda sana de tu azote.
No debemos sentir vergüenza al actuar con base en la
fe. No podemos ser discípulos de Cristo a escondidas como Nicodemo. Jesús reclama nuestra presencia. Él quiere que estemos delante de él. Jesús pregunta: “¿Quién me ha tocado? Jesús sabe que el toque y el empujón son dos cosas muy diferentes. El empujón solo es una presión sin rostro. Un bulto anónimo. Una fuerza sin nombre. Motivado solo por las circunstancias. Choca con todos sin encontrarse con nadie. Pero el toque es personal e íntimo, y Jesús quiere que todos lo sepan.
Jesús quiere confesarnos ante el Padre. Jesús dijo: “A
cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos”. (Mt. 10:32-33) Lo que esta mujer había hecho era ante los ojos de muchos, una abierta rebelión contra el sistema religioso de su tiempo, que determinaba lo que estaba limpio y lo que no lo estaba. Tocar a alguien sin que él lo supiera y contagiarle su “impureza” habría merecido un severo castigo. Pero Jesús delante de todos no alaba a un gran maestro, ni a un fiel seguidor, sino que alaba la fe de una mujer que se acercó a Él, con la certeza de que sería sanada. Notemos que Jesús no le preguntó nada.
Ella sola habló y dijo todo lo que tenía en su corazón y
que había guardado por tanto tiempo. El texto dice que le dijo “toda la verdad”. La fe en Jesús tiene recompensa. Jesús nos consuela. ¿Probablemente desde hacía mucho tiempo esa pobre mujer no escuchaba ni una palabra cariñosa? Probablemente ella ya se había habituado a que la llamaran “inmunda”. Pero aquí Jesús la llama hija, su hija. Y como ya dijimos, esta es la única ocasión registrada en la Biblia que Jesús le dice hija a una mujer. Y qué bueno, porque ella lo necesitaba más que nadie. Jesús está dispuesto hacer por nosotros lo que nadie más está dispuesto a hacer. Jesús dice: Juan 6:37 Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. Él es el único que mira nuestra pobre condición y se compadece de nosotros.
Nuestro Señor no quiso que aquella mujer recibiera
sólo la sanidad física, sino que su fe merecía algo todavía mayor, es decir, su eterna salvación.
Hay mucha diferencia entre presionar a Jesús y tocar
levemente su manto. ¿Qué es lo que nosotros estamos haciendo ahora? ¿Le presionamos para que conteste nuestras oraciones o venimos con una fe sencilla y tocamos ligeramente el borde de sus vestiduras?
Todos tenemos problemas, unos de un tamaño, otros
de otro. Dios es Todopoderoso, no ha cambiado él sigue haciendo milagros. Sólo requiere que nos acerquemos a él, esta búsqueda seguramente tendrá obstáculos que superar, pero Jesús ha prometido estar con nosotros todos los días y en su palabra podemos confiar y vencer. Así como Jesús sanó a la mujer enferma sigue sanando hoy, porque Él mismo de ayer, de hoy y por todos los siglos. Amén, que el Señor les bendiga.