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El manejo preventivo es, hasta cierto punto, eficaz y valioso; pero, usado
exclusivamente no desarrolla el sentido de responsabilidad ni los hábitos fundamentales
de autogobierno, tan esenciales para la formación de la personalidad de los alumnos.
El tipo de docente que se aproxima a este perfil ofrece dos posibilidades, puede
ser el "docente ejemplo", que se considere infalible y desee que sus alumnos sean
exactamente como él, lo cual en su convicción lo lleva a imponer mediante el premio y el
castigo su propia modalidad a los niños, o puede ser el "docente impostor", que sin dar
ejemplo alguno ni él mismo cumplir las normativas que prescribe se vuelca a la
predicación de un ideal de conducta para sus alumnos.
Entran aquí todas las acciones de los maestros y maestras que consisten en el uso
coercitivo del lenguaje en una situación "pseudo-comunicativa", donde predominan las
preguntas retóricas, no indagatorias propias del intercambio y donde se pone de
manifiesto una asimetría desde el punto de vista de la argumentación que el docente
aprovecha para imponer su punto de vista, y que guarda semejanza con lo anterior.
El docente que lleva a cabo esta práctica espera de sus niños una reflexión acerca
de su comportamiento como producto de su discurso coercitivo, no obstante, la
contemplación de esas situaciones parece más bien una descarga emotiva del docente
que, melodramáticamente utiliza más la lástima de los niños que la razón. Además, el
docente que "sermonea", espera que los niños acepten (y por lo general lo hacen) una
situación de inferioridad en cuanto a lo dialéctico y trasladen esa inferioridad a todos los
otros planos.