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http://www.ufg.edu.sv/ufg/theorethikos/enero20/monografia2.htm

PATRIOTAS Y PIRATAS EN UN TERRITORIO EN DISPUTA, 1810-1819.*

Johanna von Grafenstein Gareis

Durante la guerra de independencia los insurgentes novohispanos, al igual que


los patriotas en otras regiones de Hispanoamérica, hicieron grandes esfuerzos
por encontrar en el exterior ayuda para proveerse de armas y municiones, pero
también para atacar al poder español en uno de sus puntos neurálgicos, el
comercio transatlántico.

Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, José María Morelos e Ignacio López Rayón
enviaron representantes ante gobiernos amigos o neutrales, entre los que no
sólo se contemplaba al de los Estados Unidos, sino también a la monarquía de
Henri Christophe y la república de Alexandre Pétion en Haití, segundo país
independiente del continente. Destacaron entre estos primeros emisarios
Bernardo Gutiérrez de Lara, José Manuel Herrera y Antonio Peredo que deberían
negociar ayuda oficial y privada. Ninguno de ellos logró establecer contacto a
nivel gubernamental, a pesar de estar provistos con las credenciales y los
nombramientos apropiados, pero la revolución en México despertó muy pronto
interés en comerciantes, armadores, especuladores, capitanes y marineros de
diferentes puertos del sureste de los Estados Unidos.

La insurgencia latinoamericana también encontró eco en otro grupo de individuos


que, desde afuera, tomaron parte muy activa en varios procesos de
independencia. Se trata de aventureros de diversa procedencia -había entre
ellos escoceses, franceses, italianos y angloamericanos- que hicieron del corso
su actividad principal. Operaban en todo el espacio marítimo del Golfo-Caribe o
Circuncaribe y establecieron sus bases en parajes e islas despobladas del este
y sur de Estados Unidos, en algunas de las pequeñas Antillas como Santo
Tomás, San Bartolomeo, la Margarita, la isla de la Vieja Providencia cerca de la
costa de Nicaragua y la isla Mujeres al este de Yucatán.

Sobre las actividades de estos corsarios-piratas y sus vínculos con los


insurgentes hispanoamericanos existe una riquísima documentación de primera
mano, de la cual mucha ha sido recopilada y publicada ya en colecciones.
También se ha abordado la temática en algunos estudios específicos. Charles
Griffin tiene un trabajo pionero sobre el corso en Baltimore, puerto muy vinculado
a las nacientes repúblicas de América del Sur donde estudia las inversiones de
comerciantes y armadores locales en el equipamiento de barcos corsarios que
navegaban bajo las banderas de los primeros gobiernos independientes; las
formas de reclutamiento de sus tripulaciones; sus operaciones en el golfo de
México, mar Caribe y aun costas de España y, finalmente, la comercialización
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de sus botines. En otro texto, Griffin analiza de manera más amplia el papel de
los Estados Unidos en los procesos de independencia de Hispanoamérica,
reservando un lugar importante a la llamada piratería patriótica y la política del
gobierno de Estados Unidos al respecto.

Información sobre la participación de ciudadanos estadunidenses en empresas


de independencia en América Latina se encuentra también en varios trabajos de
Guadalupe Jimenez Codinach. William A. Morgan dedica cierto espacio a los
corsarios en su estudio sobre la correlación de fuerzas en el Golfo-Caribe entre
1815 y 1830. En numerosos artículos e introducciones a recopilaciones
documentales, José R. Guzmán ha abordado la actividad de los corsarios en el
golfo de México en la segunda década del siglo XIX.

El presente capítulo se propone explorar los siguientes aspectos vinculados con


la piratería patriótica: se buscará caracterizar a los diferentes grupos que
constituyeron estas fuerzas navales irregulares, pero muy temidas, sobre todo
por autoridades y comerciantes españoles; analizar sus móviles de acción; ver
en qué medida se involucraron con los procesos de independencia o más bien
actuaron en interés propio. También será objeto de estudio la actitud que
asumieron autoridades locales y federales de los Estados Unidos frente a estos
infractores permanentes de la ley.

La investigación busca comprobar que los establecimientos y las actividades de


los corsarios en el golfo de México y mar Caribe se pueden considerar como
asunto internacional en el que se vieron involucrados al mismo tiempo gobiernos
y grupos de interés de los Estados Unidos, de España, Francia y otros países
europeos y de las primeras repúblicas de América Latina. Sostenemos, por otra
parte, que el tema del corso en esta segunda década del siglo XIX debe
analizarse en el contexto de la definición de la frontera suroeste de los Estados
Unidos, que su erradicación fue tan difícil, no sólo porque quizá faltó voluntad
política, sino también porque operaban en territorio en disputa, donde había
escasos asentamientos y que solamente con el arreglo definitivo de las fronteras
de los Estados Unidos, estos grupos de pobladores indeseados y conflictivos se
alejaron de sus costas para reiniciar sus actividades en otros lugares.
Finalmente, nos parece necesario aclarar que, si bien daremos en el presente
trabajo mayor peso al corso, éste debe ser visto en el contexto amplio de la lucha
de los insurgentes hispanoamericanos. En muchas ocasiones se hacen patentes
los vínculos estrechos entre las empresas marítimas y terrestres, como durante
la toma de San Antonio Béjar en 1812 y en posteriores intentos de conquistar
este importante baluarte del poder español en el norte de la Nueva España. Se
puede afirmar que los promotores, los participantes y el capital invertido en
ambas vertientes de la actividad insurgente, procedentes de lugares como
Nueva Orleáns, tenían como origen los mismos círculos.

Las fuentes en las que utilizamos consisten esencialmente en colecciones de


documentos de diversa procedencia. Si bien los estudios secundarios
mencionados han explorado en parte dichos acervos, su riqueza invita a
renovadas lecturas, a analizarlos bajo nuevas perspectivas o a desarrollar ciertos
aspectos con mayor detalle. La disponibilidad de la documentación del Congreso
de los Estados Unidos sobre México en la Biblioteca del Instituto Mora hace
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posible que investigadores del país puedan ampliar y enriquecer fuentes


nacionales. Para el presente trabajo nos basamos en gran parte en esta
documentación, complementándola y confrontándola con la de otras
colecciones.

1. El escenario físico de las actividades corsarias o piráticas.

En la investigación consideramos como espacio de operaciones de los corsarios


el llamado Circuncaribe, es decir, un espacio que comprende los mares del golfo
de México y del mar Caribe, sus islas y tierras adyacentes, desde la Florida hasta
las costas venezolanas. En la segunda década del siglo XIX encontramos varios
elementos que demuestran el casi invariable valor geo-estratégico de esta
región, si bien había perdido su papel como zona dinamizadora para el comercio
atlántico a través del intenso intercambio ligado a los complejos productivos de
frutos tropicales (azúcar, café, añil, cacao y algodón) que se habían desarrollado
en las islas. En los años que nos ocupan se puede hablar de una confluencia
importante de intereses de varias potencias coloniales en la zona. Para España,
el tránsito por estos mares y el control sobre las entradas a sus dominios
americanos, que se ubicaban en ellos, seguían siendo vitales. Además, Cuba y
el puerto de La Habana habían crecido en importancia frente a las dificultades
del dominio español en el continente. Francia, por otra parte, no había
abandonado del todo los planes de una posible reconquista de su otrora perla de
las Antillas, el Santo Domingo francés. Gran Bretaña, potencia marítima
indiscutida, tenía importantes intereses comerciales en la región caribeña, zona
de paso para el abasto de los mercados americanos. Los Estados Unidos,
finalmente, se encontraban en pleno proceso de expansión territorial y comercial
hacia la región del Circuncaribe a través de sus reclamaciones sobre las Floridas
y sus pretensiones de extender los límites occidentales de la Luisiana, que había
adquirido mediante una compra a Francia en 1803. A los intereses comerciales
y geopolíticos de las potencias enumeradas debe añadirse la presencia
inquietante de grupos de aventureros, piratas o corsarios según el punto de vista,
cuya actividad estaba ligada precisamente al intenso tráfico y al alto valor de los
bienes transportados.

Como espacio de operaciones de los barcos corsarios podemos considerar, en


primer lugar, la alta mar del transitado golfo de México y mar Caribe donde se
realizaban muchos de los ataques y despojos, sobre todo, como ya se dijo, de
barcos mercantes españoles. En segundo lugar, se tienen que tomar en cuenta
las costas e islas en las que se preparaban las empresas piráticas, adonde se
llevaban los botines y se legalizaban, a través de los juicios en los llamados
tribunales de almirantazgo.

Había varios puntos claves para estas actividades. En el norte de la vasta zona
del Circuncaribe tenemos las islas de Galveston, Barataria y Amelia, ubicadas
respectivamente en las desembocaduras de los ríos Trinidad, Mississippi y St.
Mary's, este último en la frontera entre los estados de Florida y Georgia. En
costas continentales del golfo de México tuvieron un papel importante Matagorda
y Boquilla de Piedras.
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En lo que se podría llamar zona central de la región circuncaribeña se debe


mencionar Haíti, donde corsarios e insurgentes encontraron refugio en varios
puntos, en la misma capital, Puerto Príncipe, y en los puertos sureños llamados
Los Cayos y Jacmel. También Isla Mujeres y la isla de Providencia (frente a la
costa de Nicaragua) fungieron como su base de operaciones, en años tardíos,
después de la expulsión de los establecimientos piráticos de Amelia y Galveston,
como veremos más adelante. En el sur y este del espacio marítimo estudiado
destacaban las islas de San Bartolomé y Santo Tomás, posesión sueca, la
primera y danesa, la segunda, es decir, ambos territorios neutrales, lo que
facilitaba la presencia de los corsarios y la comercialización de sus presas en los
puertos de estas islas. A partir de 1816, la pequeña isla de Margarita, cerca de
la costa venezolana, se convirtió en punto importante para las actividades
piráticas, con uno de los tribunales de almirantazgo más frecuentado.

Si bien los corsarios operaban, durante la segunda década del siglo XIX, en toda
la región del Circuncaribe, nos limitaremos en el presente trabajo al estudio de
las islas y puertos del sur y este de Estados Unidos y de las zonas limítrofes con
la posesiones españolas. Creemos que esta acotación se justifica por la
importancia de estos lugares, ubicados estratégicamente en la cercanía de las
costas novohispanas y de la ruta Veracruz-La Habana, y, al mismo tiempo,
vinculados con algunos puertos de los Estados Unidos, como Nueva Orleáns,
Baltimore, Norfolk, pero también Filadelfia y Nueva York. La segunda razón por
la que nos limitaremos a la zona norte del Circuncaribe tiene que ver con las
fuentes de primera mano que consultamos y que son especialmente ricas para
el estudio del corso y sus vínculos con la insurgencia hispanoamericana en esta
zona.

Los documentos permiten conocer con bastante detalle los lugares en los que
los corsarios se asentaron. Para los casos de Barataria, Galveston y Amelia, se
trataba de pequeñísimas extensiones de tierra, pero que tenían la ventaja de
encontrarse en las inmediaciones de asentamientos importantes de los Estados
Unidos donde se podían colocar mercancías y esclavos capturados. Los
aventureros aprovecharon la situación ambigua en cuanto a la soberanía -
española o estadunidense- de gran parte del territorio en el que operaban. Por
un lado, la falta de definición de las fronteras de la Luisiana, desde 1803 en poder
de los Estados Unidos, y sus ya declaradas aspiraciones sobre Texas y las
Floridas, y por el otro, las dificultades de España para ejercer un control efectivo
sobre estos territorios, permitieron a corsarios y filibusteros actuar con bastante
libertad en algunos puntos de los mismos.

Otro factor que facilitó las operaciones ilícitas fue el carácter de estas costas con
sus múltiples entradas y canales de poca profundidad en los que los pequeños
barcos corsarios se movían con gran facilidad, mientras que su persecución por
barcos de guerra de mayor tamaño y calado fuera muy difícil. En un escrito
dirigido a las autoridades coloniales de La Habana, los hermanos Lafitte, que se
encontraban entre los corsarios más notorios de este hemisferio, dan algunos
detalles sobre el espacio físico donde desplegaban sus fuerzas y sobre las
dificultades para destruir sus establecimientos e interrumpir sus comunicaciones
con Nueva Orleáns:
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Las localidades [donde se establecen los corsarios] representan inconvenientes


mayores. La pequeña cantidad de agua no permite la aproximación a la costa
sino a barquichuelos incapaces de resistir a baterías débiles situadas en tierra o
sobre barcos que siempre se hallan listos para echarse a pique, para estorbar el
paso de los barcos. La costa de la parte del seno, en donde los corsarios, a
causa de la proximidad con la Nueva Orleáns se fijan más, por la facilidad de
enviar los productos de sus cruceros y por abastecerse de víveres y municiones
es uniformemente muy baja. Muchos y anchos bancos de arena alejan los barcos
que calan más de ocho pies de agua, al mismo tiempo que por lo interior dejan
un canal casi ininterrumpido en toda su longitud y abrigado en toda estación, lo
que hace que la navegación de las chalupas es siempre muy segura. De modo
que sería inútil querer impedir la comunicación de la Nueva Orleáns con el punto
de la costa que les acomodase escoger a los corsarios en una extensión tan
inmensa y casi desierta.
Por su cercanía a Nueva Orleáns, Barataria era el lugar mejor ubicado para los
establecimientos corsarios. Fue en la mayor de las islas, llamada Grande Terre,
donde se asentaron las primeras comunidades de corsarios y desde donde se
planearon varias invasiones a tierras novohispanas.

Pero también Galveston se mostró como un útil y muy frecuentado refugio para
actividades de corso y expediciones armadas. El recolector de la aduana de
Nueva Orleáns, Beverly Chew, la describe en un informe al secretario del Tesoro,
como "una isla pequeña o barra de arena de algunas millas de longitud y
anchura, situada en la bahía de San Bernardo en la costa de Texas alrededor de
90 millas al oeste del río Sabina". En su informe, Chew pone énfasis en que "...
la facilidad que ofrecen los innumerables canaletas a los contrabandistas se hace
demasiado obvia en un mirada sobre el mapa" y subraya que la "ubicación [de
Galveston], tan inmediata a nuestros asentamientos, es preferible a Matagorda,"
ya que los corsarios "buscan introducir sus botines en este Estado [de Luisiana]."

En la costa continental corsarios, contrabandistas y filibusteros trataron de


establecerse en varias ocasiones en Matagorda y Boquilla de Piedras. Ambos
puntos eran importantes por su cercanía con las Provincias Internas, es decir,
podían servir como base para una eventual invasión a la Nueva España. Fueron
las únicas bases en la costa del continente controladas en varias ocasiones por
insurgentes y corsarios. Matagorda tenía también la ventaja de ser de difícil
acceso para las fuerzas realistas.

Los lugares mencionados -Barataria, Galveston, Matagorda, Boquilla de Piedras


y Amelia- servían a los corsarios como refugios, como bases de operaciones o
puntos estratégicos. Su extensión o recursos propios no era de gran interés. Lo
que se buscaba era un lugar donde se pudiera atracar, reunir gente, almacenar
provisiones, mercancías y armas, hacer reparaciones, celebrar los llamados
tribunales de presas o de almirantazgo, organizar cruceros y expediciones.
También era importante, como lo demuestran las citas anteriores, la cercanía de
estas bases con puertos grandes, rutas de navegación, zonas en las que se
pudiesen comercializar los botines o a las que iban dirigidos los suministros de
armas y municiones. Otro punto de consideración era la defensa fácil del lugar
y, en última instancia, la posibilidad de desalojarlo rápidamente con las menores
pérdidas humanas y materiales posibles.
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2. Los establecimientos piráticos y la práctica del corso.

De acuerdo con las necesidades que imponían las actividades del corso y
filibusterismo, los establecimientos piráticos eran refugios provisionales, poco
estables; en la documentación consultada se menciona que se trataba, en el
caso de Galveston, de algunas chozas "hechas de tablones y velas de barcos".
El lugar se abandonaba y aun se destruía en situaciones de peligro, dejando el
lugar tras de sí tan desértico como se había encontrado. Pero, al poco tiempo
regresaba el mismo grupo u otro ocupaba su lugar.

Con lo provisional de las instalaciones contrastaba lo formal de su gobierno. A


través de un testimonio dado ante la corte de distrito de la Luisiana se conocen
los cargos específicos que existían en uno de los gobiernos corsarios de
Galveston: Éste se formó el 15 de abril de 1817, después de la partida de Louis
Aury y del general Mina, entre las personas que se habían quedado y que eran
entre 30 y 40 hombres. De ellos, seis se reunieron en la goleta Carmelita,
"firmaron el procedimiento y tomaron los siguientes cargos: Durier, gobernador;
John Ducoing, juez de almirantazgo; Richard (o Raymond) Español, notario
público y secretario; Pereneau (llamado Bartolomé Lafon quien era propietario
de la goleta), mayor de la plaza; Rousselin, recolector.

Otro ejemplo de cuan importante era para los corsarios el cuidado de la


apariencia legal de sus acciones es el siguiente episodio. Luis Aury -quien había
vuelto a Galveston en mayo de 1817, pero decidió dejar la isla poco después-
mandó una carta, fechada el 31 de julio en alta mar, al recolector de la aduana
de Nueva Orleáns, Beverly Chew, en la que le da

una especie de información oficial que tenía que abandonar Galveston y que
llevó consigo el juez de almirantazgo, el recolector y todas las demás autoridades
constituidas y que todo lo que pase después de su salida será sin su aprobación
o consentimiento y que cualquier despacho de aduana o acto oficial será ilegal.
A través de diversos testimonios de testigos y participantes se sabe también que
era común el juramento de fidelidad al gobernador del establecimiento pirático,
así como el sometimiento a una estricta disciplina. Esta rigidez en la organización
y el gobierno era necesaria porque se trataba de comunidades muy inestables,
integradas por algunas decenas de individuos de diferentes nacionalidades, con
intereses y objetivos muy diversos, de carácter no muy pacífico, ni sumiso.

Como apuntamos, los primeros establecimientos piráticos se hicieron en


Barataria, por su privilegiada ubicación. Desde 1813 encontramos noticias sobre
ellos, si bien es probable que la isla sirviera desde antes como base de
operaciones. Entre 1813 y 1814, Barataria estuvo bajo control de los hermanos
Lafitte, en fuentes norteamericanas irónicamente llamados los "gentlemen de
Barataria" quienes desarrollaron una intensa actividad de corso en contra del
comercio español.

Pero, en 1814, fuerzas norteamericanas destruyeron el establecimiento, por


temor a que sus ocupantes pudieran aliarse con los ingleses y facilitar un ataque
a Mobile y "demás partes de la Nueva Orleáns." En esta acción fueron
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aprehendidos los Lafitte, quienes, después de su absolución, reiniciaron sus


actividades en Galveston.

Para 1815 tenemos noticias de que otro grupo, encabezado por los capitanes de
corsarios, Amigoni y Vicente Gambi(y), ocupaba Barataria. Ambos operaban al
servicio de los insurgentes mexicanos, llevando correspondencia entre Nueva
Orleáns y Nautla. Por otra parte, corría el rumor de que Juan Pablo Anaya
preparaba una expedición, que saldría de Barataria con dirección a Tampico para
apoderarse de este puerto. En esta ocasión, el coronel Henry Perry tendría bajo
su mando el ejército, mientras que Vicent Gambi atacaría Tampico por mar.
Como los demás intentos de invadir la Nueva España desde Barataria, también
esta expedición quedó sin ejecutarse.

No obstante que Barataria seguía usándose como punto de apoyo, Galveston


parece haber tomado en gran medida su relevo para los años 1816 a 1818.
"Nuestras leyes de ingresos son constantemente violadas," escribía el recolector
de aduanas de Nueva Orleáns,

por una mezcla heterogénea de piratas y contrabandistas en Galveston bajo la


bandera mexicana que no es otra cosa que el restablecimiento de la banda de
Barataria que se movió un poco más lejos del alcance de la justicia...
Pero no sólo los "señores de Barataria" se instalaron en Galveston, sino también
Luis Aury, quien, después de su ruptura con Simón Bolívar, arribó a esta isla con
algunas pequeñas goletas de Los Cayos, "tripulados en gran medida por negros
de Barataria y mulatos." El establecimiento fue reforzado por marineros
franceses o italianos "que andaban sin nada que hacer en los alrededores de
Nueva Orleáns", después de la destrucción de Barataria en 1814. En esta nueva
comunidad participaba también el coronel norteamericano Perry con 80 o 90
hombres (alistados como soldados en la jurisdicción de Nueva Orleáns) y

Mr. Herarra [sic, es decir, José Manuel Herrera], quien viene con algunos
seguidores de Nueva Orleáns, cierra la marcha; y luego anunció el
establecimiento al mundo con una proclamación atestigada por un francés de
nombre Morin como secretario de estado, quien es un accionista de Nueva
Orleáns recientemente en bancarrota. En esta nueva estación, que es
aprovisionada en cuanto a todos sus recursos desde Nueva Orleáns, donde se
mantienen además canales de comunicación con sus amigos, se inició una
sistema activo de saqueo en alta mar, sobre todo de propiedad española, pero
muchas veces sin mucha consideración sobre el carácter nacional,
particularmente cuando había dinero en juego.

Entre noviembre de 1816 y abril del año siguiente, Francisco Javier Mina
permaneció en Galveston. Aury, como gobernador de la isla, colaboró en la
expedición que se planeó para México, proporcionando provisiones y
asegurando la indispensable comunicación con Nueva Orleáns.

A pesar de anunciarse en los mensajes presidenciales de James Monroe de


diciembre de 1817 y enero del año siguiente, el pronto desalojo de las "personas
vagabundas" de Galveston por tropas norteamericanas, éste no se realizó. A lo
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largo de 1818, la isla seguía siendo utilizada por corsarios-filibusteros como


refugio. En este año la presencia más notoria en ella fue la de los exiliados
franceses Carlos y Enrique Lallemand, exgenerales del ejército de Napoleón
Bonaparte. Con alrededor de 100 hombres a su mando, tomaron posesión del
cayo llamado de Gallardo en las márgenes del Río Trinidad, donde construyeron
un fuerte pero, ante la amenaza de un ataque realista, se retiraron a la isla de
Galveston.

A fines de 1819, una fuente española asegura que "Lafitte...aún continúa


ocupando la bahía de Galveston, en donde desde hace años se amadrigan los
piratas que asolan el Golfo de México." En informes de capitanes de barcos que
fueron apresados por corsarios en la costa de sotavento de Veracruz a mediados
del año de 1820, se hace también referencia a Galveston como destino de las
presas y punto de salida de los cruceros.

En la correspondencia del ministro español en Estados Unidos, Luis de Onís, y


de sus cónsules, con el capitán general de Cuba, Juan Ruiz de Apodaca, y el
virrey Calleja, de los años 1815 y 1816, se menciona insistentemente Boquilla
de Piedras como lugar de reunión de fuerzas militares, pertrechos de guerra y
provisiones de todo tipo en manos de los insurgentes y, en segundo lugar, como
punto de partida para un ataque a Nautla o Tampico. En Matagorda, en cambio,
los insurgentes proyectaban abrir un puerto, según las mismas fuentes.

A lo largo del año de 1817, Matagorda jugó un papel importante como base para
los corsarios que operaban en la región. Durante las estaciones de primavera y
verano, se tienen noticias de ocupaciones simultáneas de Galveston y
Matagorda. Ambos lugares servían en esas fechas como "depósitos" de esclavos
capturados que se querían introducir a los estados del suroeste de la Unión
Americana.

La ocupación de la isla de Amelia en la frontera norte de la Florida oriental por


corsarios-filibusteros fue tardía. En junio de 1817, se apoderó de ella el escocés
Gregor Mac Gregor, proclamando la república independiente de la Florida del
Este. Sin embargo, este intento de crear un asentamiento de otro carácter, más
allá de una base de operaciones "piráticas", no tuvo mucho éxito. Mac Gregor y
su gente -"estos establecedores itinerantes de repúblicas y distribuidores de
tierras de Florida"- se habían quedado sin dinero y tuvieron que someterse al
mando de Luis Aury, a cambio de su ayuda. Éste hizo abatir la bandera de Florida
del Este e izar la de la República mexicana.

Bajo el mando de Aury quien, para estas fechas, había abandonado Galveston,
el establecimiento de Amelia se dividió en dos partidos, el llamado "americano"
-compuesto por los hombres que habían venido con Mac Gregor, en su mayoría
marineros norteamericanos, ingleses e irlandeses- y el francés que "se dice eran
oficiales de Bonaparte." Pero las principales fuerzas de Aury se componían -
siguiendo la información que proporciona el propietario de una plantación en la
cercanía del río St. Mary's, el Sr. McIntosh- por

alrededor de 130 negros bandoleros...que hacen su vecindad extremadamente


peligrosa para una población como la nuestra; y temo que si no son expulsados
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de ese lugar, algunas consecuencias infelices podrían ocurrir. Se dice que han
declarado que si llegasen a estar en peligro o si son subyugados, llamarían en
su auxilio todo negro que estuviera a su alcance. En efecto, se me dice que el
lenguaje de los esclavos en Florida es ya tal que es en extremo alarmante.
Por decisión del presidente Monroe, la isla de Amelia fue tomada por tropas
norteamericanas a fines de 1817. Después de su expulsión, Luis Aury se
estableció en las islas de Providencia y Santa Catalina en las costas centro y
sudamericanas, abriendo campaña en contra de la Nueva Granada en nombre
de las repúblicas confederadas de Buenos Aires y Chile. También Mac Gregor
seguía operando en la zona; en julio de 1819 fueron avistados cerca de Cabo
Catoche un bergantín, dos goletas y una embarcación menor, que navegaban
bajo su mando; en noviembre del mismo año trató de tomar el puerto de Río
Hacha en la costa venezolana, con varios cientos de hombres, pero fue
rechazado por fuerzas realistas.

La documentación que se analizó en los párrafos anteriores nos permitió


caracterizar los establecimientos corsarios como comunidades inestables,
itinerantes, compuestas por individuos del más diverso origen. Vimos cómo
diferentes grupos se sucedieron o en ocasiones coexistían, cómo sus líderes
buscaron imponerles cierto marco legal y sobre todo disciplina. En cuanto a los
fines concretos de su creación pudimos apreciar que se trataba en primer lugar
de bases o refugios para los cruceros de corsarios, que aun implicaba el
establecimiento de pequeñas factorías de esclavos, pero que también servían
como puntos de escala o de partida para expediciones armadas a las costas
continentales.

Un tema importante en el análisis de los establecimientos piráticos de los años


1811-1820 en la costa sureste del actual territorio norteamericano es su
vinculación con las colonias españolas en rebelión. Las pruebas de que tales
vínculos existieron son múltiples. En primer lugar, todas estas bases se erigieron
bajo el amparo de la bandera oficial de alguna de las nacientes repúblicas al sur
del Río Bravo, las más de las veces de la mexicana. Unicamente el intento de
Mac Gregor en la isla de Amelia en 1817 se hizo a título de una república
independiente. La utilización de la bandera equivalía a una autorización oficial
del establecimiento por uno de los gobiernos insurgentes. En segundo lugar,
están bien documentados los vínculos de figuras importantes de la
independencia hispanoamericana con las comunidades de corsarios: abundan
las referencias sobre los contactos existentes y aun la presencia en ellos de
Bernardo Gutiérrez de Lara, José Manuel Herrera, Juan Pablo Anaya, José
Alvarez de Toledo, Pedro Gual, José María Picornell y Francisco Xavier Mina.

Con respecto a las actividades corsarias en sí, podemos diferenciarlas de


acuerdo con sus fines: el corso se practicaba como simple negocio, como forma
de debilitar el comercio español o como una vía para hacerse de recursos por
parte de los insurgentes. Pero independientemente de sus objetivos, era
necesario que los barcos corsarios fueran provistos de comisiones oficiales, las
llamadas patentes. Se trataba de permisos escritos que autorizaban a su
portador a ejercer el corso en contra de barcos enemigos. Estas patentes fueron
expedidas por el Congreso mexicano, por José Artigas, quien controlaba la
Banda Oriental y por los gobiernos del Río de la Plata y de la Nueva Granada.
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Por lo general existía algún compromiso entre el corsario y el gobierno que


extendió el "permiso", pero también se dieron muchas patentes en blanco a
armadores y capitanes, sobre todo de los Estados Unidos, que las usaban, antes
que nada, para su propio enriquecimiento. Navegar con la bandera de algún
gobierno constituido era indispensable para no ser perseguido como pirata. En
cambio, el corso -haciendo uso correcto de las patentes- no constituía delito y
los botines, una vez llevados ante los llamados tribunales de almirantazgo,
podían venderse después legalmente.

3. Aliados o depredadores: Los protagonistas, sus móviles y objetivos.

Sobre algunos de los corsarios-filibusteros existe una amplia documentación de


diversa procedencia que permite identificarlos con bastante facilidad. También
es posible conocer de la misma manera sus móviles de acción y los objetivos
que perseguían a través de la actividad ilícita del corso, el tráfico de armas y
especulaciones de diferente tipo.

José Alvarez de Toledo, quien había sido diputado por Santo Domingo a las
cortes de Cádiz, se movía con mucha habilidad en el mundo de aventureros-
patriotas del suroeste de los Estados Unidos. Fue una de las figuras más activas,
pero también más controvertidas del campo insurgente en territorio
norteamericano. Se atrajo el odio de muchos patriotas por su intervención en la
campaña de San Antonio Béjar, que aprovechó para poner a las tropas en contra
de Bernardo Gutiérrez de Lara y apoderarse del mando. El resultado de sus
maquinaciones fue la derrota de los insurgentes en agosto de 1813, después de
lo cual se internó a la Luisiana donde promovió el reclutamiento de tropas para
la causa mexicana, armó barcos y preparó invasiones desde Nueva Orleáns a
puntos costeros de Texas y Nuevo Santander. Denuncias en contra de Alvarez
de Toledo aparecen en casi todas las cartas dirigidas por el Ministro Onís al
gobierno de los Estados Unidos. Alvarez de Toledo desempeñó finalmente un
papel bastante siniestro para los insurgentes, cuando, en 1816, se convirtió en
espía de Onís, y delató en varias ocasiones planes antiespañoles.

Entre los corsarios-filibusteros de origen francés desempeñaron un papel


importante los hermanos Pierre y Jean Lafitte, el "comodore Louis Aury", el
general Humbert, y el jefe de su Estado Mayor, Achart, y los hermanos Charles
y Henri Lallemand, entre otros. Los Lafitte se habían iniciado como armadores
de barcos corsarios en la isla de Guadalupe contra los ingleses durante los años
noventa del siglo XVIII. En una fecha no precisada se trasladaron a Nueva
Orleáns desde donde llegaron a Barataria, en los años anteriores a la guerra
angloestadunidense que estalló en 1812. Su presencia en la zona se prolongó
hasta por lo menos 1819.

Los Lafitte formaban parte de esta red de aventureros que operaban en costas
e islas del sureste de los Estados Unidos en la segunda década del siglo XIX, a
veces como aliados de los insurgentes, pero por lo general persiguiendo
objetivos "empresariales" propios, que los llevaban aun a la traición. Eran
propietarios de una pequeña flotilla, daban trabajo a varios cientos de marineros,
"...ejerciendo grande influencia...sobre la mayor parte de los oficiales y
tripulaciones que hacen el corso y han servido a sus órdenes..." Como se anotó
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más arriba, los Lafitte estaban involucrados en el comercio clandestino de


esclavos.

En varias ocasiones actuaron como espías en el campo insurgente u ofrecieron


sus servicios al gobierno español. Su falta de convicciones políticas se hace
patente en el escrito que hacen llegar al intendente de La Habana, Alejandro
Ramírez, a través de un intermediario, de nombre Lacarrière Latour quien
suscribe la carta con el pseudónimo de John Williams. El extenso documento
tiene como finalidad demostrar "la buena voluntad" de los corsarios franceses
para colaborar con las autoridades españolas de Cuba. Prueba de la misma sería
que, en diciembre de 1815, el mayor de los hermanos, "de su motu propio y sin
que nadie le influyese, hizo ofrecer al gobierno español por medio del Padre
Antonio de Sedella, que le ayudaría a sujetar a los insurgentes de México, y a
poner término a las piraterías ruinosas de los corsarios contra el Comercio
español." También habían entrado en contacto con el Capitán General de la isla
de Cuba, Juan Ruiz de Apodaca, a partir de 1816 virrey de la Nueva España, así
como con el embajador español, Luis de Onís. Según la misma fuente, habían
prestado 1500 pesos de José Manuel Herrera a fin de ganar su confianza, y
finalmente habían interceptado correspondencia entre Bernardo de Gutiérrez y
Guadalupe Victoria y entregado a las autoridades españolas. La propuesta
concreta que Latour (bajo la firma de John Williams) sometió al intendente
consistía en ofrecer la erradicación de los piratas del golfo de México a cambio
del indulto y concesiones de tierra en la isla de Cuba. Su argumentación fue tan
hábil que el intendente Ramírez pareció convencido de las bondades del
proyecto:

De la muchedumbre de aventureros que se abandona a la piratería, sin duda, el


mayor número lo hacen por absoluta necesidad: emigrados de Europa, por las
pasadas revoluciones y exaltación de los espíritus, sin otro fondo ni capital que
sus brazos y su natural inquietud, admiten todo partido que les promete la
subsistencia y más esto que les brinda con esperanza de enriquecerse en
prontas y poco peligrosas rapiñas. Un establecimiento seguro y cómodo en
nuestras colonias pudiera distraerlos y apartarlos de su infame carrera de
perdición, convirtiéndolos en vasallos útiles.

Las diferentes ofertas de los Lafitte de colaborar con el gobierno español


quedaron sin efecto, y dichos corsarios, como vimos ya, siguieron operando en
el golfo de México hasta 1819, con Galveston como base. En 1820 se instalaron
en Isla Mujeres, donde construyeron algunas fortificaciones, según la
declaración de un marinero hecho prisionero durante un ataque a una goleta
española en el puerto de Sisal, en la costa de Campeche.

A diferencia de los Lafitte, la trayectoria como corsario del "comodore" Luis Aury
-quien operó en la zona norte del Circuncaribe entre 1816 y 1819- parece estar
más claramente vinculada a empresas insurgentes. El rechazo a sus repetidas
solicitudes de reincorporarse a las fuerzas de Simón Bolívar, después de la
ruptura entre ambos en 1815, se debió quizá a su carácter conflictivo y violento,
en fin, a su poca disponibilidad para someterse al mando ajeno.
P á g i n a | 12

Como gobernador de Galveston Aury recibió a Francisco Xavier Mina durante


los meses de noviembre de 1816 y abril del año siguiente y lo guió hasta Soto
La Marina. No sabemos a qué se debió su rápida separación del rebelde español
después del desembarco de éste en la costa novohispana. Sobre la convivencia
de ambos en sus respectivos campos en Galveston encontramos información
contradictoria. Prisioneros mexicanos que se fugaron de la isla atestiguan que
Mina y Aury vivían en la "mayor armonía". Otros informantes, en cambio, afirman
que "reina[ba] entre ellos la mayor desunión y disgusto" y opinan que la conducta
de Aury “no descubre ninguna mira política, sino una sed insaciable de riquezas
que quien sabe [a]donde llevará. Que este malvado y sus secuaces son muy
crueles con nuestros prisioneros, especialmente si son Europeos, al paso que
Mina y los suyos los consuelan y protegen”.

En todos estos años en que hemos hecho el seguimiento de sus actividades,


Aury combinaba la práctica del corso como negocio propio con la defensa de la
causa patriótica de los hispanoamericanos.

Según Luis de Onís, el general Humbert buscó entrar al ejército norteamericano,


pero después de "que el Senado ha desaprobado todos los nombramientos que
el presidente ha hecho de franceses para empleos militares", tomó el partido de
los insurgentes y se trasladó a Texas uniéndose a José Alvarez de Toledo. Onís
resalta la presencia de otro francés, Achart, Jefe de Estado Mayor de Humbert,
"hombre del mayor talento y travesura y capaz de las empresas más
arriesgadas." Ambos estuvieron implicados en 1813 en la intriga que trabó
Alvarez de Toledo en contra de Gutiérrez de Lara en San Antonio Béjar. En años
posteriores aparecen, también muy vinculados al ex-diputado de Cádiz, en
Barataria y Nueva Orleans, desde donde prepararon varios intentos de invasión
a la Nueva España. A diferencia de Achart y Toledo, Humbert, quien gozaba de
gran prestigio como militar, seguía manteniendo vínculos con Gutiérrez de Lara
y en 1815 ofreció sus servicios para la planeada toma de Panzacola por tropas
insurgentes.

Con planes muy definidos hizo presencia otro grupo de franceses entre los
corsarios-patriotas que operaban en territorio norteamericano y su inmediata
vecindad. Se trata de un grupo de oficiales bonapartistas -entre ellos se
encontraban Emmanuel de Grouchy, Bertrand Clausel, Charles Lallemand y su
hermano Henry Dominique, Charles Lefebre-Desnouettes y Antoine Rigaud- que
proyectaron invadir a la Nueva España con ayuda de ciudadanos
norteamericanos y en alianza con los rebeldes de esta posesión española, pero
con miras de crear un imperio francés con Napoleón Bonaparte como
emperador, quien se liberaría de su cautiverio en Santa Elena o con el fin de
entregar la corona a su hermano José.

Dado que los exiliados franceses actuaban bajo el manto de la asociación


secreta llamada Confédération Napoléenne, sus objetivos nunca quedaron del
todo claros y sólo dieron lugar a la circulación de los rumores más encontrados.
En 1818, un grupo de ellos, encabezado por Charles Lallemand logró reunir
hombres, armas y municiones en cabo Gallardo, cerca del río Trinidad, desde
donde se planeaba primero invadir Texas para después conquistar todo el
virreinato. La delación del proyecto por Pierre Lafitte permitió a los realistas
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desalojar a los franceses que huyeron a Galveston y posteriormente se


dispersaron. Varios de ellos se establecieron, después de que todos sus intentos
de crear un imperio americano para los Bonaparte habían fracasado, en los
Estados Unidos, otros regresaron a Francia.

La "carrera" como corsario, patriota y filibustero del escocés Gregor Mac Gregor
parece tener similitudes con la de Louis Aury. Ambos estaban vinculados a las
empresas de Simón Bolívar. En el caso de Mac Gregor fue una abierta disputa
con Luis Brión -uno de los corsarios más importantes que colaboró con los
venezolanos y hombre de confianza del Libertador- que llevó a la ruptura. En
1817 apareció en los Estados Unidos donde se le prestó mucha atención por sus
supuestos vínculos con Bolívar. Quedan en la obscuridad los objetivos más
profundos de la toma de Amelia en junio-julio del mismo año. Al parecer se
trataba de vender la isla a los Estados Unidos, una vez que se encontraba en
poder de los filibusteros. Como se anotó más arriba, Mac Gregor no había
reunido suficiente capital para sostener una ocupación más larga de la isla y tuvo
que ceder el mando a Louis Aury. En 1818, el nombre de Mac Gregor se
encuentra asociado a los planes de conquista de México por los franceses
bonapartistas. Posteriormente, el escocés emprendió varios ataques a plazas
realistas en Venezuela, actuando a título personal, con sus propias fuerzas, pero
con escasas posibilidades de éxito.

Entre los líderes de corsarios y filibusteros que operaban en las costas e islas
encontramos algunos angloamericanos. Los más destacados fueron el general
Perry y el Dr. Robinson, ambos aparecen con frecuencia en las listas de
"cabecillas e instigadores" que da Onís en su correspondencia diplomática. El
primero de los dos era un militar de carrera quien participó del lado de los
rebeldes en la batalla de San Antonio Béjar del 18 de agosto de 1813. En 1817
se encontraba en Galveston junto a Aury y Mina.

El Dr. John Hamilton Robinson -a quien las autoridades coloniales confundieron


en repetidas ocasiones con el comerciante y también aliado de los insurgentes
mexicanos, William Davis Robinson- fue enviado por el gobierno de James
Madison en 1812 a la Nueva España para que asegurara al comandante militar
de las Provincias Internas, Salcedo, su voluntad de colaborar con España en la
vigilancia de la frontera norte del virreinato. En años posteriores, Robinson fue
muy activo como propagandista de la revolución en México. A través de sus
"incendiarios" discursos y escritos logró hacer popular la ayuda a los rebeldes.
Describió el virreinato como una tierra llena de riquezas que, como país
independiente, permitiría a ciudadanos norteamericanos establecerse en él y
hacer fortuna. En varias ocasiones reunió grupos numerosas de personas que
se comprometían a enrolarse en las filas insurgentes. Robinson era muy temido
por las autoridades españolas; en 1814 el ministro Onís logró una orden de
aprehensión en su contra, pero Robinson consiguió escapar y proseguir sus
actividades proinsurgentes, en unión con figuras como Alvarez de Toledo y Pablo
Anaya.

La mayoría de los líderes de aventureros, conspiradores y corsarios que


operaban en territorio estadunidense no actuaba de acuerdo con principios
políticos definidos. Sólo algunos de ellos cumplían misiones específicos para el
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campo insurgente, como Gutiérrez de Lara, Pablo Anaya, Pedro Gual o el Dr.
Robinson; otros se comprometían en repetidas ocasiones con empresas
patriotas, sin descuidar su propios negocios. Pero llama la atención la falta de
lealtad de muchos de ellos. Desde muy al inicio de la insurgencia mexicana,
Toledo y Achart hicieron ofertas al ministro Onís "de coadyuvar a la entrega de
este ejército revolucionario" En este mismo sentido iban las ofertas de
colaboración de los hermanos Lafitte. También eran frecuentes las luchas
internas por el liderazgo que conllevaban la intriga y traición. Como se mencionó,
Toledo consiguió en 1813, con la ayuda de Humbert, Achart y Picornell, arrebatar
el mando de las tropas insurgentes de Texas a Gutierrez de Lara. Onís
caracteriza a todos ellos como muy peligrosos por su juego doble, del que era
necesario

instruir a nuestros generales y jefes, que en caso de dirigirse a ellos procedan


con toda cautela, sin despreciar, ni fiarse tampoco a sus ofertas, pues así Toledo
como su compañero Picornell y el Jefe del Estado Mayor, Achard, son abonados
para cualquiera traición en favor de una u otra parte, y el último aun para forjar
papeles, pues me ha asegurado que tiene mis pasaportes y firma, los del
Ministerio de Francia y aun del de Rusia e Inglaterra.

Gutiérrez mismo, después de haber sido víctima de las intrigas de Toledo, hizo
recomendaciones similares a Guadalupe Victoria. Le advierte que aquel buscaba
acercársele para obtener algún puesto para él y sus seguidores.

4. La presencia de los intereses particulares de ciudadanos


angloamericanos en las actividades de los insurgentes.

La participación de ciudadanos de la Unión Americana en las empresas de los


rebeldes hispanoamericanos tuvo diferentes expresiones. Podemos distinguir
entre inversionistas, por un lado, y, por el otro, personas que se involucraban en
el corso y las expediciones terrestres y marítimas -planeadas a la Nueva España
desde diferentes puntos de los Estados Unidos- con el simple fin de ganarse la
vida, o de mejorar su situación económica.

Entre los "inversionistas" angloamericanos se encontraban comerciantes,


armadores, capitanes de barcos y especuladores en general que veían en las
empresas de los rebeldes y corsarios una oportunidad para hacer crecer su
capital de manera rápida a través de la venta de armas y municiones, así como
el equipamiento de barcos con provisiones de todo tipo. En ocasiones eran aun
propietarios de barcos corsarios.

En primer lugar constituía un buen negocio la venta de armamento a las


repúblicas en rebelión. Los insurgentes pagaban sus pedidos en pesos fuertes,
en plata en barras o en oro, como lo demuestran varios documentos. En 1813,
por ejemplo, Antonio de Peredo llegó a Boston con una importante cantidad de
oro para comprar armas. En 1814, Juan Pablo Anaya se encuentra en Nueva
Orleáns "con caudales de alguna consideración" destinados al mismo fin. José
Alvarez de Toledo intervenía en el negocio de la venta de armas como
intermediario; en 1815 vendió en Boquilla de Piedras fusiles, a 30 pesos cada
P á g i n a | 15

uno y llevó de regreso a Nueva Orleáns "23.000 pesos acuñados, una poca de
plata en barras y algún oro." Estos recursos se iban a emplear en parte "para
comprar armas, no sólo para armar a los individuos en los pueblos levantados,
sino también a los de las otras provincias que se proponen sublevar." También
se suministraban pertrechos de guerra a cambio de frutos preciosos, como la
vainilla y la grana.

En el puerto de Nueva Orleáns la venta de armas a los insurgentes era admitida


como una práctica común.

Armas han sido transportadas de este lugar, por mar o por otra vía, como
mercancías y probablemente han llegado a las manos de los gobiernos
revolucionarios de la Nueva España. Pero no existe ley de los Estados Unidos ni
tratado internacional alguno que prohiba este tipo de comercio,

escribió el procurador de justicia, (el fiscal) del distrito de la Luisiana al secretario


de Estado. De igual manera florecía este comercio en otras ciudades
norteamericanas. "Aquí hay armas infinitas, principalmente en Baltimore y Nueva
York," informa el ministro plenipotenciario de la Nueva Granada a Alvarez de
Toledo. Dicho intercambio sólo se veía obstaculizado, en opinión del ministro,
por la falta de un puerto adecuado en las costas de la Nueva España donde se
pudieran realizar las transacciones mercantiles. Onís, finalmente, sintetiza en
una de sus cartas los intereses angloamericanos ligados a

las continuas expediciones que se están disponiendo en diferentes puntos de


estos Estados )Unidos=, ya por los agentes de los rebeldes, ya por estos mismos
comerciantes para llevar armamentos a las costas de México, a sus provincias
internas, y a todos puntos donde hay insurgentes. Los buques que se preparan
para estas expediciones llevan el doble objeto de asaltar en la mar a los de
nuestro comercio; y de auxiliar a los insurgentes de quienes esperan grandes
intereses en la venta de armas y municiones de guerra.
Acerca de los intereses vinculados al corso, localizados en varios puertos
norteamericanos, se encuentra información abundante en la correspondencia de
las autoridades españolas o aun de los corsarios y, a partir de fines de 1817,
también en fuentes oficiales de los Estados Unidos. "Es de conocimiento
público," se admite en un reporte de principios de 1818,

que dos de las personas que sucesivamente han tenido el comando en la isla de
Amelia, autorizadas por algún gobierno o no, han emitido comisiones para
corsarios en nombre de los gobiernos de Venezuela y de México, para barcos
que se equiparon en puertos de los Estados Unidos, y en gran medida tripulados
y comandados por nuestros paisanos, con el fin de capturar la propiedad de
naciones con las que los Estados Unidos están en paz."
Sobre las facilidades que encontraban los corsarios en Nueva Orleáns se
explaya también el recolector de aduana de dicho puerto. Describe cómo barcos
privados armados, bajo la bandera de México o de Venezuela, llegaban ante los
funcionarios de la aduana, reportaban alguna emergencia, presentaban una
protesta y obtenían de los custodios del puerto el certificado necesario para
P á g i n a | 16

atracar y descargar. Pagaban sus derechos y aparentemente no cometían


ningún delito,

pero desafiando toda vigilancia por los funcionarios de aduana, violan la ley, no
mientras permanecen en el puerto, sino cuando dejan nuestras aguas. Nada es
más fácil, cuando el corsario está completamente reparado y listo para zarpar,
que enviar hombres y fusiles, si los necesitan, a Barataria o algún otro lugar
conveniente al que el corsario se dirige y los toma a bordo y sale a su crucero
con una fuerza aumentada...
Es universalmente reportado y creído que muchos de estos barcos (bajo la
bandera mexicana y comisionados por Aury) pertenecen a personas que residen
aquí y que gozan de los privilegios de ciudadanos americanos. Al término del
crucero, la misma farsa se repite y se puede decir con verdad que cada crucero
inicia y termina en este puerto.

En el mismo lugar se denunciaba aun la complicidad del personal administrativo,


como lo comprueba, según otra fuente, el robo de fusiles del Arsenal de Marina
en 1816, que fueron llevados a un corsario y vendidos en la costa de México.
Las ganancias de la venta fueron repartidas entre los oficiales de marina y
"algunos otros especuladores Americanos entre los cuales se hallaban el
Administrador de la Aduana y el Asesor General de Distrito. Este suceso y el que
los corsarios se hayan carenado en el Arsenal de Marina, se ignora quizá en el
gobierno aunque sean notorios en Nueva Orleans," concluye el informante.

La facilidad con la que ciudadanos norteamericanos se enrolaban como


marineros y soldados en el corso y los diversos proyectos de invasión terrestre
a las provincias internas de la Nueva España, tenía que ver con la situación
postbélica de 1815 en los Estados Unidos. Una vez concluida la guerra en contra
de Gran Bretaña, muchas tropas y marinos quedaron sin trabajo y medios de
sustento. Seguramente las cifras que aparecen en documentos de los
insurgentes sobre el número de soldados que estaban por reclutar en diferentes
estados de la Unión Americana eran exageradas. Se hablaba de muchos miles,
hasta de 200.000 soldados, que se enrolarían en las tropas de las repúblicas en
rebelión. Bernardo de Gutiérrez de Lara, José Manuel Herrera, José Alvarez de
Toledo y Juan Hamilton Robinson (el "Doctor Robinson") promovieron el servicio
de las armas para México entre ciudadanos norteamericanos. Para ello
organizaban reuniones secretas en los estados de Kentucky, Tennessee,
Luisiana, Georgia y aun en las ciudades de la costa este. Sobre todo Robinson
parece haber sido un habilísimo enganchador:

Los medios que este hombre desaforado pone en obra para conseguir sus
designios, es el de prometer a los prosélitos ganancias exorbitantes en sus
profesiones, riquezas, honores y una omnímoda libertad. Deslumbrada con estas
apariencias, han salido ya de aquí para el ejército de Texas, más de cincuenta
jóvenes americanos, irlandeses y franceses, y doscientos de Nueva York; y
algunos artesanos, con la esperanza de vender allí sus trabajos a precios
exorbitantes los que, viendo agotados sus reducidos bienes en el viaje y la falta
de venta para sus géneros, se ven después obligados a alistarse en el ejército,
para no perecer.
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Prometiendo tierras en México, (concretamente en Texas) Bernardo de Gutiérrez


consiguió en 1812, además de una gran cantidad de armas, 2 000 "vagabundos
y forajidos angloamericanos" de Nueva Orleáns para servir en el ejército rebelde.
En 1815 dirigió una carta al Congreso mexicano, en la que informaba que -
después de que se licenció en marzo el ejército victorioso del general Andrew
Jackson- una división de 2 000 hombres le había solicitado que marchase con
ellos para San Antonio. Estaban bien armados y sólo "faltaban víveres, plan de
sueldos, la disciplina que había de observar en la marcha, y saber si mi gobierno
les haría alguna gratificación a cada uno según su grado después de concluida
la guerra." El plan fracasó por falta de recursos para conseguir los víveres, pero
dice Gutiérrez, si tuviera dinero, "yo estoy seguro que en pocos meses tendría
V.M. 200 000 hombres bien armados, buenos oficiales de grandes talentos y
dignos de la confianza de V.M...."

A principios de 1816, Luis de Onís reporta que 1 000 hombres de Kentucky y 300
de Tennessee, bajo el comando de ciudadanos norteamericanos, deberían
unirse a las tropas de los insurgentes, mientras que John McIntosh y William
Criach estaban reclutando "un número considerable de vagabundos" en Georgia
para invadir, bajo su mando, a Florida del Este.

También en el corso se prometían remuneraciones altas y rápidas. La


participación en el reparto de los botines atraía a marineros sin empleo. Griffin
calcula en varios miles los que se enrolaban en los cruceros de corsarios,
equipados y tripulados en puertos norteamericanos en la segunda década del
siglo XIX.

Además de comerciantes, especuladores diversos y ciudadanos sin capital, que


buscaban sustento en el corso y las expediciones terrestres y marítimas,
equipadas y tripuladas desde suelo norteamericano, había otro grupo que se
beneficiaba de las actividades corsarias. Nos referimos a los plantadores del sur
de la Unión Americana, sobre todo de la Luisiana. A pesar de tratarse de un delito
que atentaba en contra de la Ley de Esclavos (Slave Act) de 1811, muchos
propietarios de plantaciones recurrieron a los mercados clandestinos en la costa
o en lugares escondidos junto al río Mississippi.

5. La política de los Estados Unidos frente a los "trangresores de la ley".

Dos aspectos habría que tomar en cuenta al abordar este tema: la coyuntura
internacional y las diferentes instancias gubernamentales de los Estados Unidos,
en las que se tomaban decisiones políticas con respecto a los conspiradores al
servicio de las nacientes repúblicas hispanoamericanas. En cuanto al primer
punto, podemos decir que, durante los años de la guerra angloestadunidense,
1812-1814, las actividades de los enemigos de España en suelo norteamericano
no recibieron mucha atención. Los esfuerzos de los Estados Unidos estaban
encaminados a combatir a las fuerzas navales de Gran Bretaña que
amenazaban diferentes puertos de aquel país.

España, por otra parte, se encontraba ocupada por las tropas de Napoleón
Bonaparte. Los reclamos de su representante, Luis de Onís, un ministro sin
reconocimiento oficial, quedaron sin resonancia. No sólo esto, existía en la Unión
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Americana durante estos años una actitud francamente hostil hacia ella, que
tenía el apoyo de Gran Bretaña, mientras que los Estados Unidos y Francia eran
aliados. Después de la recuperación de la monarquía española en 1814, se
restablecieron las relaciones formales entre ésta y el gobierno norteamericano al
año siguiente y se reanudaron las negociaciones sobre un Tratado de Paz,
Límites y Amistad que incluía la discusión sobre la política de los Estados Unidos
con respecto a los patriotas hispanoamericanos.

En relación a las diferentes instancias del gobierno de la Unión Americana en las


que se tomaban medidas concretas en el asunto mencionado, es necesario
distinguir entre las siguientes: En primer lugar, el Poder Legislativo federal
intervino a través de las diferentes leyes de neutralidad, emitidas por el
Congreso. El del 5 de junio de 1794 sentó las bases para la política de los
Estados Unidos en esta materia. Prohibía a los ciudadanos norteamericanos
enrolarse u organizar en territorio de la Unión actividades hostiles en contra de
cualquier potencia con la que el país se encontraba en paz. El 3 de marzo de
1817 se votó una nueva ley que reforzaba la existente al prohibir la venta de
embarcaciones armadas a extranjeros. Las estipulaciones de 1817 fueron aun
reforzadas en diferentes enmiendas que se votaron en el Congreso a lo largo del
año siguiente.

Una iniciativa importante por parte del Ejecutivo constituyó la Proclamación del
1° de septiembre de 1815, dada por el presidente James Madison. En ella se
reconocía la existencia de actividades conspirativas por parte de residentes o
ciudadanos de los Estados Unidos, especialmente en la Luisiana, en contra de
los dominios de España. Se exigía a las autoridades civiles y militares del país
denunciar y llevar ante la justicia a todos que se sorprendiesen "reuniendo
armas, pertrechos militares, provisiones, embarcaciones y otros medios" o
"seduciendo ciudadanos honestos y bien intencionados para que participen en
sus empresas ilegales."

De acuerdo con los lineamientos generales de su política de neutralidad, el


gobierno norteamericano no prestó, en los años de 1811 a 1820, ayuda a los
"rebeldes de Sudamérica" ni a sus aliados, no recibió (formalmente) a
representantes de los gobiernos insurgentes, ni les dio su reconocimiento. "El
gobierno no ha dado ayuda ni en hombres, ni en dinero, ni otros
aprovisionamientos, [a las provincias rebeldes] esperando que la ayuda dada a
la gente de Caracas [a los damnificados por el terremoto que asoló a Caracas
en 1811] no se vea en esta luz," escribió Monroe en una de sus cartas al ministro
español, en la que subrayaba también que no tenía conocimiento sobre el
reclutamiento de tropas en ninguna parte de los Estados Unidos y afirmó que los
documentos comprobatorios de actos de esta índole que Onís había aportado
carecían de información exacta y sólo repetían rumores.

Acto seguido, el secretario de Estado envió al representante de España el


reporte de un funcionario local de justicia, el procurador del distrito de Luisiana,
en el que hacía un recuento de las medidas tomadas en contra de los "partidos
de aventureros" que operaron en ese estado y las tierras limítrofes desde 1811.
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Según la misma fuente, en este año y el siguiente, la guarnición de Natchitoches


los dispersó dos veces, destruyendo sus casas y establecimientos entre el río
Hondo y el río Sabina. También se aprehendieron algunos individuos que eran
cazadores y, como no había evidencias de lo contrario, fueron liberados. En
otoño de 1814 las autoridades de Nueva Orleáns arrestaron a Alvarez de Toledo
cuando llegó a esa ciudad después de su derrota en San Antonio Béjar. "Pasaron
seis meses," informa Dick, "y no apareció ningún testimonio en su contra", por lo
que fue liberado. A fines de 1815, sigue reportando el mismo funcionario, se
escucharon rumores de una nueva expedición en preparación en las costas de
la Luisiana, bajo el mando de una persona llamada Perry, y se tomaron medidas
para frustrar la empresa, pero no pasaba nada que justificara persecuciones ni
arrestos. Sin embargo, se confiscó sobre el río (Mississippi) una gran cantidad
de armas que se suponía estaban destinadas a este partido y fueron detenidas
en la aduana por algunos meses. También se examinó la costa hasta el río
Sabina, pero no se descubrió a nadie.

En su informe, el fiscal de Nueva Orleáns insistía mucho en que en forma abierta


no se habían levantado tropas en la Luisiana. Aunque existían rumores de la
preparación de expediciones en este territorio, dirigidas en contra de las
posesiones del rey de España, "era raro ver dos personas juntas," de manera
que no se justificaban arrestos ni otras acciones represivas.

Dick concluye su informe relativo a la preparación de expediciones terrestres en


la Luisiana en contra de la Nueva España y la actitud del gobierno
norteamericano frente a ellas con la siguientes palabras:

Éstas fueron las únicas empresas militares en contra de los dominios de la


corona española que tuvieron alguna parte de su ayuda o apoyo de Luisiana: en
ambos la masa de aventureros se componía de españoles, franceses e italianos.
No necesito decir que estas empresas, como ayuda a los revolucionarios o
solamente depredatorias, no sólo eran débiles e insignificantes sino se formaron
en circunstancias que prohiben la sospecha que fueron sancionadas o
apoyadas. Todo el mundo que está familiarizado con la opinión pública de las
regiones del sur y oeste [de este país], sabe que si nuestro gobierno sólo hubiera
manifestado la más ligera disposición de apoyar empresas en ayuda de los
revolucionarios de la Nueva España, la condición de estas provincias sería
dudosa.
Con respecto a la posible ayuda norteamericana en la preparación de
expediciones marítimas y actividades corsarias, el fiscal sostuvo que

Una mirada hacia la verdad hace necesario decir que lo que se dice con respecto
al armamento o aprovisionamiento de barcos en las aguas de Luisiana, para ser
empleados en el servicio de los gobiernos revolucionarios en contra de súbditos
o propiedades de España, es infundado. En ningún momento, desde que
comenzó la lucha entre las colonias españolas y su madre patria, se permitió a
ningún barco armarse o aumentar su fuerza en Nueva Orleáns o en algún otro
lugar en Luisiana.
Dick admitía que los intentos de armar barcos o levantar tropas habían sido
frecuentes pero que se realizaron en circunstancias de encubrimiento o se
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llevaron a cabo en puntos muy remotos de la costa, que hicieron imposible


detectarlos o aun sospechar de ellos.

En cambio, sostenía el fiscal, cuando estas acciones eran violatorias de las leyes
de neutralidad, es decir cuando se hicieron dentro de la aguas de los Estados
Unidos, las autoridades civiles y militares tuvieron mucho éxito en su
descubrimiento y supresión. Para comprobar su celo anexaba una relación de
individuos que violaron o intentaron violar la neutralidad de los Estados Unidos
para ayudar a los gobiernos de las Provincias Unidas, Nueva Granada o México;
otra relación de barcos equipados para fines ilegales y una tercera y última que
incluía los nombres de barcos y propiedades que fueron restituidos a sus dueños
originales.

El informe del procurador de la Luisiana, reproducido por Monroe en su


correspondencia con Onís, tenía el fin preciso de dejar sin fundamento los
reclamos del ministro español sobre la tolerancia gubernamental de actividades
conspirativas en territorio norteamericano y de mostrar sus reducidos alcances.
Pero, en la práctica, como se pudo apreciar en los incisos anteriores, los rebeldes
y los corsarios habían encontrado espacio, tranquilidad y hasta apoyo por parte
de las autoridades locales en la preparación de sus empresas.

A lo largo de 1817, el carácter "depredador" de las empresas corsarias,


emprendidas en la inmediata vecindad de los Estados Unidos o aun en sus
aguas se hizo más evidente. En la comunidad mercantil de los puertos del
Atlántico se hicieron oir quejas sobre la falta de respeto de las naciones en los
ataques piráticos y el aumento considerable de contrabando, sobre todo de
esclavos negros. Los crecientes daños que resultaron de ello para el comercio y
el fisco del país hicieron abandonar al Ejecutivo su actitud tolerante,
selectivamente represiva, que incluía castigos en algunos casos, pero en
conjunto no perseguía seriamente a estos "individuos sediciosos", "inquietos",
"aliados o depredadores" que operaban en su territorio.

En el primer mensaje anual, del 2 de diciembre de 1817, James Monroe hizo


referencia a las islas de Amelia y Galveston y a los refugios que habían
establecido en ellas "gente que no pertenecen a ningún país", cometiendo graves
daños al comercio de los Estados Unidos por "sus escandalosos actos de
piratería", sobre todo por la introducción clandestina de esclavos a los territorios
de la Unión. Anuncia haber dado órdenes de poner fin a este mal y corregir los
abusos. El 13 de enero siguiente comunica que el establecimiento de Amelia
había sido destruido "sin efusión de sangre" y que pronto seguiría la supresión
del de Galveston.

En su segundo mensaje, Monroe argumentaba que la supresión de los


contrabandistas y aventureros de Amelia no afectaba la actitud neutral de su
administración hacia las colonias españolas. El presidente decía que,
ciertamente, algunas de las personas del establecimiento de Amelia contaban
con comisiones de las colonias (sic), pero expresaba su confianza de que éstas
desmentirían dichos vínculos y tomarían las medidas necesarias para prevenir
el abuso de su autoridad, en perjuicio de los Estados Unidos. Por otra parte,
justificaba el empleo de la fuerza para erradicar los asentamientos piráticos de
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un territorio que nominalmente pertenecía a España, con el argumento de que


esta potencia no podía mantener su autoridad sobre el mismo y había permitido
que éste se convirtiera en un problema para sus vecinos. En efecto, se había
mostrado totalmente incapaz de impedir que éstos sufrieran daños y por ende
su jurisdicción sobre el territorio en cuestión había dejado de existir.

A raíz del mensaje presidencial de diciembre, se desarrolló en la cámara baja


del Congreso una discusión amplia sobre la política que debería seguir el
gobierno norteamericano con respecto a las repúblicas de América del Sur y sus
vínculos con los establecimientos piráticos de Amelia y Galveston. Después de
la creación de un comité que debería tratar lo referente al mensaje mencionado
del 2 de diciembre, los simpatizantes con la causa hispanoamericana, como el
presidente en turno de la cámara, Henry Clay, cuestionaron algunas medidas
tomadas por la administración anterior y la actual que juzgaban "inclinadas hacia
un lado" es decir, que beneficiaban a España, mientras que perjudicaban a las
colonias en rebelión. Como ejemplo, Clay menciona el encarcelamiento de
oficiales británicos que, en su camino hacia América del Sur, habían sido
aprisionados en Filadelfia, al hacer escala en este puerto, portando quizá las
armas e indumentaria de militares y no ocultando sus intenciones de participar
en la lucha por parte de los rebeldes. La misma proclamación de 1815 "que se
dio para poner término a una expedición que se suponía se organizaba en
Luisiana, una expedición que sólo existió en la mente del caballero Onís", así
como la reciente orden de suprimir los establecimientos de Amelia y Galveston,
sólo fastidiaban, en opinión de Clay, a las colonias y "la causa en la que los
patriotas de América del Sur estaban ardorosamente empeñados." El presidente
en turno de la cámara comparaba la situación de los patriotas sudamericanos
con la de los Estados Unidos en 1778-1779, cuando sus "Franklins y Jays
estaban implorando en Europa legitimidad y ayuda para terminar la guerra que
estaba afligiendo a la humanidad."

Clay sugería que el comité recientemente creado debería investigar si era


necesario hacer cambios en la legislación concerniente a la política de
neutralidad, con el fin de evitar que se perjudicaran con ella las colonias
americanas de España. La discusión de los días siguientes, en la que
intervinieron representantes de Luisiana, Kentucky, Virginia, Massachusetts y
Carolina del Sur, entre otros, giró alrededor de si, además de pedir información
al presidente, relativa a la independencia y condición política de las provincias
de la América española, se le iba a solicitar que comunicara todo lo relativo a los
establecimientos de Amelia y Galveston, su ocupación y supresión. Las
diferentes intervenciones dejan ver el entusiasmo que existía entre los
congresistas por la causa hispanoamericana; abundan las alusiones a la propia
lucha por la independencia, al gran ejemplo que constituían los Estados Unidos
para las repúblicas en rebelión. Al mismo tiempo quedaba claro que no se veía
con simpatía la alianza de piratas y contrabandistas con los gobiernos rebeldes
(con excepción de algunos "radicales", como John Clay y el diputado Harrison).
Se sostenía (Hugh Nelson de Virginia, por ejemplo) que las colonias de España
deberían desligarse abiertamente de los "bucaneros, banditti y piratas" y de "dar
evidencia al mundo de que todo su proceder es el resultado de principios justos;
de refutar, por una conducta de alta mira y magnánima, las representaciones
calumniosas y malévolas que los ubicarían en el grado de salvajes y bárbaros."
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El comité aludido rindió informe en enero de 1818. Del documento que elaboró
destaca el esfuerzo por demostrar la justicia de las medidas tomadas por el
ejecutivo, ya que los establecimientos de Galveston y Amelia carecían de todo
apoyo y autorización por parte de los gobiernos insurgentes de la América
española. También subraya el enorme daño que estaban causando a los
Estados Unidos lo que hacía necesaria una política enérgica para su
erradicación. La mayor definición en la política del Ejecutivo y del Congreso hacia
la "piratería patriótica" se tradujo en cambios en la legislación que implicaban
una estricta vigilancia y castigos más severos para acciones que se
consideraban violatorias de los principios de neutralidad norteamericana.

6. Rebeldes y piratas: un tema recurrente en las negociaciones entre


Estados Unidos y España: 1815-1818.

La documentación estadunidense, en la que nos basamos primordialmente para


este estudio, evidencia la estrecha relación que guardaba el tema de las
actividades de "rebeldes y piratas" con las negociaciones sobre cuestiones
limítrofes entre la Unión Americana y España.

Al retomarse las negociaciones en 1815, después de que las relaciones oficiales


entre ambos países se habían interrumpido en 1808 a raíz de la intervención
francesa en la península ibérica y Estados Unidos había ocupado la Florida
occidental, el ministro plenipotenciario español, Luis de Onís, abrió la discusión
pidiendo la solución de tres puntos: 1. la restauración del territorio ocupado en
1810, es decir el regreso de las fronteras a la situación anterior a esta fecha; 2.
medidas concretas en contra de la banda facciosa de insurgentes e incendiarios
(que) en la provincia de la Luisiana, especialmente en Nueva Orleáns y
Natchitoches, continúan con impunidad el ininterrumpido sistema de
levantamientos y armamento de tropas para seguir alimentando la flama de la
revolución en el reino de la Nueva España, y 3. la expedición de órdenes a los
recolectores de aduana en los puertos de Estados Unidos de no admitir barcos
que lleguen bajo la bandera insurrecta de Cartagena, Buenos Aires, el Congreso
Mexicano y otros lugares que se han rebelado en contra de la autoridad del rey,
ni los barcos que vienen de estos lugares, no permitirles ir a tierra, equiparse
como lo hacen con el fin de ir a alta mar para destruir y (tampoco) saquear barcos
que viajan bajo bandera española.

Esta tolerancia, proseguía Onís, era subversiva a las leyes entre naciones, a la
buena fe y a los principios de la seguridad pública y producía "los más
melancólicos efectos" sobre los intereses y la prosperidad de los súbditos de Su
Majestad Católica. Pedía la rápida interposición del presidente que sería una
prueba de su determinación de poner fin a las extorsiones y ofensas que España
había sufrido por el espacio de los últimos siete años por esa pandilla de
aventureros.

Los tres puntos que pone Onís en la mesa de negociaciones hacían evidente el
enorme daño que para España significaban las actividades de insurgentes y
corsarios en el sureste y oeste del territorio norteamericano. La correspondencia
sostenida por el ministro plenipotenciario con los secretarios de Estado James
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Monroe y John Q. Adams a lo largo de varios años tuvo principalmente dos


objetivos: limitar o frenar las pretensiones expansionistas estadunidenses en
detrimento de las posesiones españolas en Norteamérica, y segundo, conjurar
la amenaza que representaban las fuerzas rebeldes y sus aliados para el dominio
hispano en el Nuevo Continente.

Onís recurrió a todos los recursos de la diplomacia para conseguir sus objetivos.
En primer lugar apelaba a las leyes internacionales y nacionales de los propios
Estados Unidos, que prohibían a elementos subversivos obrar en su suelo en
contra de una potencia amiga. También se permitió frecuentes insinuaciones
sobre la tolerancia por parte del gobierno a los de preparativos de las hostilidades
en contra de España.

En otras ocasiones buscó ejercer una sutil presión para que el gobierno de los
Estados Unidos dejara de permitir las acciones de los enemigos de España en
su territorio, demostrando "con una exactitud matemática" que la independencia
de un país como México no le convenía, que el apoyo a los rebeldes iba a llevar
a la creación de un estado rival de la Unión Americana: La dulzura y regularidad
del clima de México, la mayor riqueza de sus suelos, que producían abundantes
provisiones, atraerían a ciudadanos estadunidenses que se llevarían consigo sus
molinos de trigo, sus máquinas y manufacturas.

Un impedimento para que las demandas del ministro español se tomasen en


cuenta fue el carácter clandestino de los preparativos de las expediciones
terrestres y marítimas que implicaban el levantamiento de tropas y acopio de
armas y víveres y, en el caso de las operaciones de los corsarios, la venta de los
botines después de una salida "exitosa". En su afán de aportar pruebas de estas
actividades ilícitas, Onís citaba nombres de promotores y participantes de todo
tipo, incluso los dividía en dos clases: primero los cabecillas mismos, Alvarez de
Toledo, Bernardo Gutiérrez de Lara, los generales Humbert y Achart, el Dr.
Robinson, el general Perry y, segundo, los individuos seducidos por la impostura
de los autores principales de estas expediciones, que han asistido, desde el seno
de esta república, a los revolucionarios de México, algunos proporcionando
armas y municiones de guerra, otros alistándose ellos mismos en este país en el
ejército de los insurgentes que han subvertido todo el orden de las provincias del
rey.

Onís se basaba, en gran parte, en la información que le proporcionaban sus


cónsules en los principales puertos de los Estados Unidos o los gobernadores y
comandantes de la posesiones españoles limítrofes (Florida, Texas y Cuba),
pero, por lo general, no contaba con pruebas escritas o con testigos que
declarasen ante los tribunales locales, como lo exigía el gobierno
norteamericano para que las reclamaciones españolas procedieran.

En las respuestas a las interminables quejas de Onís, formuladas por James


Monroe y, partir de 1817, por John Q. Adams, llama la atención no sólo el tono
frío, sino aun agresivo y humillante. Con respecto a la cuestión de límites,
Monroe era tajante, no mostraba disposición de hacer concesión alguna:
expresaba que su gobierno exigía ser puesto en posesión de la Florida
Occidental.
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En segundo lugar, Monroe colocaba las quejas del ministro español sobre la falta
de observancia de los principios de neutralidad en el contexto de "ofensas
sufridas" por los propios Estados Unidos. Éstas eran en esencia tres: la
supresión del derecho de depósito de mercancías para comerciantes de Estados
Unidos en Nueva Orleáns ordenada por el intendente de este puerto en 1802; la
aprehensión y "condena" de barcos norteamericanos por corsarios españoles en
puertos de la península durante la guerra de 1797-1801 y, finalmente, los
ataques perpetrados por indios creeks y otras tribus (en el conflicto bélico de
1812-14) en contra de pobladores norteamericanos asentados en los límites con
la Florida, ataques, que según el gobierno de Estados Unidos fueron alentados
por España.

En relación al levantamiento de tropas para los insurgentes en diferentes estados


de la Unión, por los individuos que había mencionado Onís, el secretario de
Estado minimizaba su importancia. Se trataba, a su parecer, de fuerzas poco
considerables, compuestas sobre todo por franceses y españoles que se habían
reunido en "el desierto, entre las poblaciones de Estados Unidos y España, más
allá de la operación de nuestras leyes." Además, Monroe exigía al ministro
plenipotenciario mayor precisión en sus denuncias: "necesito pedirle que usted
tenga la bondad de decir en qué puntos de Kentucky, Tennessee, Georgia y
Luisiana se reúne alguna fuerza, el número en cada caso y por quién está
comandada, si esto ocurre dentro de los Estados Unidos, esta fuerza será
dispersada."

Sobre el tercer punto, la admisión (exclusión) de barcos provenientes de las


repúblicas en rebelión, el gobierno había decidido, dados los cambios frecuentes
de las autoridades gobernantes y la existencia de "varios competidores,
cargando cada partido su propia bandera," no hacer de la bandera de un barco
el criterio o condición de su admisión en los puertos de los Estados Unidos que,
además, no tomó partido en las diferencias que perturbaban a estos países.

Las demandas puestas sobre la mesa por los gobiernos de España y Estados
Unidos, a fines de 1815 y principios de 1816, conocieron modificaciones y ajustes
conforme avanzaba la negociación llevada a cabo por el ministro Onís y los
secretarios de Estado Monroe y Adams.

No nos extenderemos sobre la cuestión limítrofe que ocupó el mayor lugar en la


correspondencia analizada y que ha sido objeto de múltiples estudios, sin
embargo, no la podemos dejar de mencionar porque en su discusión está
inmersa la cuestión de demandas y reclamaciones sobre las actividades de
insurgentes y corsarios en territorio de los Estados Unidos.

En esencia, las diferencias sobre la cuestión limítrofe tenían que ver con las
interpretaciones divergentes de los tratados de cesión de la Luisiana. Según el
punto de vista del gobierno norteamericano, la estipulación en el tratado de San
Ildefonso de 1800 de que España restituía a Francia la Luisiana, tal como la
poseyó antes de 1763, incluía los territorios al este del Mississippi hasta el río
Perdido.
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El representante del gobierno español, en cambio, sostenía que, al recibir la


Luisiana de Francia en 1764, estas tierras no estaban comprendidas pues un
año antes habían sido cedidas a Gran Bretaña en el tratado de París y formaban
desde entonces la llamada Florida Occidental. Dicho territorio permaneció en
poder de esa potencia hasta 1782, cuando España lo reconquistó. La llamada
Florida Oriental, por otra parte, también pasó a manos británicas en 1763 -como
una de las pérdidas importantes que sufrió España en la guerra de los Siete
Años- y le fue restituida en 1783. El Ministro Onís sostenía entonces que las dos
Floridas, con las extensiones mencionadas, existían desde 1763 como entidades
separadas, en poder de Gran Bretaña hasta 1783, año en el que fueron
formalmente restituidas a España por el Tratado de Versalles. En resumen, las
dos Floridas no estaban comprendidas en la transferencia de la Luisiana que
hizo Francia en 1763 en favor de España, en consecuencia, no pudieron ser
restituidas a la primera de las dos potencias en 1800 ni pudieron ser vendidas
por ésta a los Estados Unidos en 1803. Finalmente, los límites orientales de la
Luisiana eran, desde el punto de vista español "una línea marcada por el punto
de Manchac, siguiendo el río de Iberville, separando los lagos de Borgne,
Pontchartrain y Maurepas y terminando en el golfo de México."

Sin embargo, decía Onís, el rey estaba dispuesto a ceder los territorios de la
Florida Occidental y Oriental a los Estados Unidos, a cambio de que éstos
reconocieran otros al occidente de la Luisiana que colindasen con sus
posesiones del norte de la Nueva España. Esta disposición se explicaba porque,
después de la cesión de la Luisiana en 1800, las dos Floridas quedaron como
posesiones aisladas de España en Norteamérica. Su manutención iba a generar
gastos elevados para la corona española, sin aportar ventajas reales para la
salvación del imperio americano, a pesar de que se atribuía un alto valor
estratégico al puerto de Panzacola, desde el cual se controlaba gran parte del
golfo de México.

El resultado final de las negociaciones fue la firma del llamado Tratado Adams-
Onís, el 22 de febrero de 1819, ratificado por el Congreso de los Estados Unidos,
y por el rey de España dos años después. Los planteamientos iniciales de ambas
partes recibieron las siguientes modificaciones: Estados Unidos no obtuvo la
Luisiana en las extensiones que pretendía (hasta el río Bravo), pero España
tampoco recuperó la Florida occidental y tuvo que ceder la oriental. Las fronteras
de la Luisiana se fijaron en el río Sabina. El arreglo de límites de 1819 significó
un freno momentáneo al expansionismo norteamericano, con respecto a sus
aspiraciones sobre Texas, al mismo tiempo que le dio el control sobre las
Floridas y con ello sobre el golfo de México.

Todas las reclamaciones del gobierno español acerca de las actividades de los
rebeldes y piratas en territorio norteamericano, en cambio, quedaron sin efecto.
España tuvo que aceptar la ocupación humillante de Amelia, en el momento
parte integrante de Florida oriental, al mismo tiempo que la cuestión si el otro
gran centro de operaciones corsarias, Galveston, formaba parte de las
posesiones españolas o no, quedó resuelto a su favor con la definición de las
fronteras de la Luisiana en el río Sabina. En los últimos años de la negociación,
Onís seguía denunciando la presencia de corsarios en los puertos
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norteamericanos del este, especialmente Baltimore, pero en ningún momento


obtuvo satisfacción alguna de sus demandas.

La legislación de 1817 y 1818 en materia de neutralidad no significó un control


cabal sobre las actividades de corsarios en aguas y puertos de los Estados
Unidos. Seguían existiendo grupos nacionales involucrados en este tipo de
comercio ilícito, pero la aceptación generalizada -que había encontrado eco en
la prensa durante muchos años- del corso como forma de lucha legítima de las
colonias españolas en rebelión desapareció, dando lugar a un sentimiento
contrario y a una diferenciación más clara entre el corso patriótico y la piratería
cuyos efectos negativos se condenaban cada vez más.

7. Conclusiones.

El intenso tráfico en el espacio marítimo del Golfo-Caribe convirtió a éste en una


zona ideal para operaciones corsarias a partir de bases que se ubicaban en sus
costas e islas. Las condiciones naturales de éstas -amplias zonas despobladas,
múltiples entradas de poca profundidad y la existencia de barras e islas
pequeñas- facilitaron el establecimiento de refugios para contrabandistas,
corsarios y filibusteros e hicieron difícil su persecución y captura. En estos
lugares y en algunos puertos de islas neutrales, así como en la primera república
independiente de la región, Haití, se instalaron los llamados tribunales de presas,
instancias importantes en la legalización y comercialización de los botines. Por
otra parte, las bases corsarias se encontraban en estrecho contacto con algunos
puertos del sureste de los Estados Unidos, desde donde se abastecían y en los
que encontraban un mercado abierto para las mercancías capturadas. En estos
puertos se realizaban también reparaciones y se reclutaban parte de los
tripulantes de los barcos. Sobre todo en Nueva Orleáns y Baltimore confluían
personas, intereses y capitales involucrados en empresas de corso.

Diferentes coyunturas internacionales propiciaron la formación de grupos


filibusteros y piráticos entre los que se encontraban individuos de varias
nacionalidades: el mayor número correspondía a los franceses. Algunos de ellos
se habían iniciado en el corso durante las guerras revolucionarias de la última
década del siglo XVIII; otros llegaron a América después de la derrota de
Napoleón Bonaparte y de la expulsión de su hermano José de España; Los años
posteriores a la guerra angloamericana también constituyeron un momento
propicio para que ciudadanos norteamericanos -armadores y capitanes de
barcos, comerciantes y marineros desempleados- se involucraran en este tipo
de actividades. El estallido de las rebeliones hispanoamericanas en contra del
poder español y la formación de los primeros gobiernos independientes dieron
cobertura formal al corso, a través de la expedición profusa de patentes.

Los filibusteros, contrabandistas y corsarios, que estaban vinculados a la


insurgencia hispanoamericana, actuaban de acuerdo a objetivos diversos. La
oportunidad de formar fortunas a través del corso y contrabando llevó a unos a
participar en las empresas de los rebeldes; protagonismos personales guiaron a
otros; quizá lo más frecuente era una combinación de intereses individuales y
patrióticos.
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La presencia y las actividades de los aventureros mencionados en la costa sur-


este y territorios del oeste de los Estados Unidos durante la segunda década del
siglo XIX también tienen que ver con la falta de delimitación de las fronteras de
este país. Las disputas hispanoestadunidenses sobre la soberanía de estas
tierras facilitaron las operaciones corsarias y patrióticas en ellas y en sus costas.
Muchas de sus bases se localizaban en zonas en las España no pudo ejercer un
control militar efectivo y que los Estados Unidos reclamaron como suyas.

La presencia de los enemigos de la monarquía española en el territorio


estadunidense y sus inmediaciones provocó reacciones y actitudes variadas en
el gobierno y la sociedad norteamericana: a nivel del gobierno federal,
prohibición y renovadas muestras de neutralidad frente a España y sus colonias
en rebelión; tolerancia y aun fomento a nivel de autoridades locales de varios
puertos del sureste del país; participación abierta de comerciantes, armadores y
especuladores en las empresas corsarias, vinculadas con los gobiernos rebeldes
de América Latina.

El gobierno de los Estados Unidos tomó acciones concretas en contra del corso
en el momento en que la piratería afectó de manera directa a su propio comercio
y causó daños al fisco por la introducción de contrabando, sobre todo de
esclavos. También la firma del Tratado Adams-Onís influyó en la rápida
erradicación de los corsarios en esta zona y su desplazamiento hacia otros
puntos del Golfo-Caribe, si bien más tarde, a mediados del siglo, y en una
situación postbélica similar a la de 1815, nuevamente afloró el filibusterismo en
el suroeste de los Estados Unidos.

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