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http://www.ufg.edu.sv/ufg/theorethikos/enero20/monografia2.htm
Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, José María Morelos e Ignacio López Rayón
enviaron representantes ante gobiernos amigos o neutrales, entre los que no
sólo se contemplaba al de los Estados Unidos, sino también a la monarquía de
Henri Christophe y la república de Alexandre Pétion en Haití, segundo país
independiente del continente. Destacaron entre estos primeros emisarios
Bernardo Gutiérrez de Lara, José Manuel Herrera y Antonio Peredo que deberían
negociar ayuda oficial y privada. Ninguno de ellos logró establecer contacto a
nivel gubernamental, a pesar de estar provistos con las credenciales y los
nombramientos apropiados, pero la revolución en México despertó muy pronto
interés en comerciantes, armadores, especuladores, capitanes y marineros de
diferentes puertos del sureste de los Estados Unidos.
de sus botines. En otro texto, Griffin analiza de manera más amplia el papel de
los Estados Unidos en los procesos de independencia de Hispanoamérica,
reservando un lugar importante a la llamada piratería patriótica y la política del
gobierno de Estados Unidos al respecto.
Había varios puntos claves para estas actividades. En el norte de la vasta zona
del Circuncaribe tenemos las islas de Galveston, Barataria y Amelia, ubicadas
respectivamente en las desembocaduras de los ríos Trinidad, Mississippi y St.
Mary's, este último en la frontera entre los estados de Florida y Georgia. En
costas continentales del golfo de México tuvieron un papel importante Matagorda
y Boquilla de Piedras.
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Si bien los corsarios operaban, durante la segunda década del siglo XIX, en toda
la región del Circuncaribe, nos limitaremos en el presente trabajo al estudio de
las islas y puertos del sur y este de Estados Unidos y de las zonas limítrofes con
la posesiones españolas. Creemos que esta acotación se justifica por la
importancia de estos lugares, ubicados estratégicamente en la cercanía de las
costas novohispanas y de la ruta Veracruz-La Habana, y, al mismo tiempo,
vinculados con algunos puertos de los Estados Unidos, como Nueva Orleáns,
Baltimore, Norfolk, pero también Filadelfia y Nueva York. La segunda razón por
la que nos limitaremos a la zona norte del Circuncaribe tiene que ver con las
fuentes de primera mano que consultamos y que son especialmente ricas para
el estudio del corso y sus vínculos con la insurgencia hispanoamericana en esta
zona.
Los documentos permiten conocer con bastante detalle los lugares en los que
los corsarios se asentaron. Para los casos de Barataria, Galveston y Amelia, se
trataba de pequeñísimas extensiones de tierra, pero que tenían la ventaja de
encontrarse en las inmediaciones de asentamientos importantes de los Estados
Unidos donde se podían colocar mercancías y esclavos capturados. Los
aventureros aprovecharon la situación ambigua en cuanto a la soberanía -
española o estadunidense- de gran parte del territorio en el que operaban. Por
un lado, la falta de definición de las fronteras de la Luisiana, desde 1803 en poder
de los Estados Unidos, y sus ya declaradas aspiraciones sobre Texas y las
Floridas, y por el otro, las dificultades de España para ejercer un control efectivo
sobre estos territorios, permitieron a corsarios y filibusteros actuar con bastante
libertad en algunos puntos de los mismos.
Otro factor que facilitó las operaciones ilícitas fue el carácter de estas costas con
sus múltiples entradas y canales de poca profundidad en los que los pequeños
barcos corsarios se movían con gran facilidad, mientras que su persecución por
barcos de guerra de mayor tamaño y calado fuera muy difícil. En un escrito
dirigido a las autoridades coloniales de La Habana, los hermanos Lafitte, que se
encontraban entre los corsarios más notorios de este hemisferio, dan algunos
detalles sobre el espacio físico donde desplegaban sus fuerzas y sobre las
dificultades para destruir sus establecimientos e interrumpir sus comunicaciones
con Nueva Orleáns:
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Pero también Galveston se mostró como un útil y muy frecuentado refugio para
actividades de corso y expediciones armadas. El recolector de la aduana de
Nueva Orleáns, Beverly Chew, la describe en un informe al secretario del Tesoro,
como "una isla pequeña o barra de arena de algunas millas de longitud y
anchura, situada en la bahía de San Bernardo en la costa de Texas alrededor de
90 millas al oeste del río Sabina". En su informe, Chew pone énfasis en que "...
la facilidad que ofrecen los innumerables canaletas a los contrabandistas se hace
demasiado obvia en un mirada sobre el mapa" y subraya que la "ubicación [de
Galveston], tan inmediata a nuestros asentamientos, es preferible a Matagorda,"
ya que los corsarios "buscan introducir sus botines en este Estado [de Luisiana]."
De acuerdo con las necesidades que imponían las actividades del corso y
filibusterismo, los establecimientos piráticos eran refugios provisionales, poco
estables; en la documentación consultada se menciona que se trataba, en el
caso de Galveston, de algunas chozas "hechas de tablones y velas de barcos".
El lugar se abandonaba y aun se destruía en situaciones de peligro, dejando el
lugar tras de sí tan desértico como se había encontrado. Pero, al poco tiempo
regresaba el mismo grupo u otro ocupaba su lugar.
una especie de información oficial que tenía que abandonar Galveston y que
llevó consigo el juez de almirantazgo, el recolector y todas las demás autoridades
constituidas y que todo lo que pase después de su salida será sin su aprobación
o consentimiento y que cualquier despacho de aduana o acto oficial será ilegal.
A través de diversos testimonios de testigos y participantes se sabe también que
era común el juramento de fidelidad al gobernador del establecimiento pirático,
así como el sometimiento a una estricta disciplina. Esta rigidez en la organización
y el gobierno era necesaria porque se trataba de comunidades muy inestables,
integradas por algunas decenas de individuos de diferentes nacionalidades, con
intereses y objetivos muy diversos, de carácter no muy pacífico, ni sumiso.
Para 1815 tenemos noticias de que otro grupo, encabezado por los capitanes de
corsarios, Amigoni y Vicente Gambi(y), ocupaba Barataria. Ambos operaban al
servicio de los insurgentes mexicanos, llevando correspondencia entre Nueva
Orleáns y Nautla. Por otra parte, corría el rumor de que Juan Pablo Anaya
preparaba una expedición, que saldría de Barataria con dirección a Tampico para
apoderarse de este puerto. En esta ocasión, el coronel Henry Perry tendría bajo
su mando el ejército, mientras que Vicent Gambi atacaría Tampico por mar.
Como los demás intentos de invadir la Nueva España desde Barataria, también
esta expedición quedó sin ejecutarse.
Mr. Herarra [sic, es decir, José Manuel Herrera], quien viene con algunos
seguidores de Nueva Orleáns, cierra la marcha; y luego anunció el
establecimiento al mundo con una proclamación atestigada por un francés de
nombre Morin como secretario de estado, quien es un accionista de Nueva
Orleáns recientemente en bancarrota. En esta nueva estación, que es
aprovisionada en cuanto a todos sus recursos desde Nueva Orleáns, donde se
mantienen además canales de comunicación con sus amigos, se inició una
sistema activo de saqueo en alta mar, sobre todo de propiedad española, pero
muchas veces sin mucha consideración sobre el carácter nacional,
particularmente cuando había dinero en juego.
Entre noviembre de 1816 y abril del año siguiente, Francisco Javier Mina
permaneció en Galveston. Aury, como gobernador de la isla, colaboró en la
expedición que se planeó para México, proporcionando provisiones y
asegurando la indispensable comunicación con Nueva Orleáns.
A lo largo del año de 1817, Matagorda jugó un papel importante como base para
los corsarios que operaban en la región. Durante las estaciones de primavera y
verano, se tienen noticias de ocupaciones simultáneas de Galveston y
Matagorda. Ambos lugares servían en esas fechas como "depósitos" de esclavos
capturados que se querían introducir a los estados del suroeste de la Unión
Americana.
Bajo el mando de Aury quien, para estas fechas, había abandonado Galveston,
el establecimiento de Amelia se dividió en dos partidos, el llamado "americano"
-compuesto por los hombres que habían venido con Mac Gregor, en su mayoría
marineros norteamericanos, ingleses e irlandeses- y el francés que "se dice eran
oficiales de Bonaparte." Pero las principales fuerzas de Aury se componían -
siguiendo la información que proporciona el propietario de una plantación en la
cercanía del río St. Mary's, el Sr. McIntosh- por
de ese lugar, algunas consecuencias infelices podrían ocurrir. Se dice que han
declarado que si llegasen a estar en peligro o si son subyugados, llamarían en
su auxilio todo negro que estuviera a su alcance. En efecto, se me dice que el
lenguaje de los esclavos en Florida es ya tal que es en extremo alarmante.
Por decisión del presidente Monroe, la isla de Amelia fue tomada por tropas
norteamericanas a fines de 1817. Después de su expulsión, Luis Aury se
estableció en las islas de Providencia y Santa Catalina en las costas centro y
sudamericanas, abriendo campaña en contra de la Nueva Granada en nombre
de las repúblicas confederadas de Buenos Aires y Chile. También Mac Gregor
seguía operando en la zona; en julio de 1819 fueron avistados cerca de Cabo
Catoche un bergantín, dos goletas y una embarcación menor, que navegaban
bajo su mando; en noviembre del mismo año trató de tomar el puerto de Río
Hacha en la costa venezolana, con varios cientos de hombres, pero fue
rechazado por fuerzas realistas.
José Alvarez de Toledo, quien había sido diputado por Santo Domingo a las
cortes de Cádiz, se movía con mucha habilidad en el mundo de aventureros-
patriotas del suroeste de los Estados Unidos. Fue una de las figuras más activas,
pero también más controvertidas del campo insurgente en territorio
norteamericano. Se atrajo el odio de muchos patriotas por su intervención en la
campaña de San Antonio Béjar, que aprovechó para poner a las tropas en contra
de Bernardo Gutiérrez de Lara y apoderarse del mando. El resultado de sus
maquinaciones fue la derrota de los insurgentes en agosto de 1813, después de
lo cual se internó a la Luisiana donde promovió el reclutamiento de tropas para
la causa mexicana, armó barcos y preparó invasiones desde Nueva Orleáns a
puntos costeros de Texas y Nuevo Santander. Denuncias en contra de Alvarez
de Toledo aparecen en casi todas las cartas dirigidas por el Ministro Onís al
gobierno de los Estados Unidos. Alvarez de Toledo desempeñó finalmente un
papel bastante siniestro para los insurgentes, cuando, en 1816, se convirtió en
espía de Onís, y delató en varias ocasiones planes antiespañoles.
Los Lafitte formaban parte de esta red de aventureros que operaban en costas
e islas del sureste de los Estados Unidos en la segunda década del siglo XIX, a
veces como aliados de los insurgentes, pero por lo general persiguiendo
objetivos "empresariales" propios, que los llevaban aun a la traición. Eran
propietarios de una pequeña flotilla, daban trabajo a varios cientos de marineros,
"...ejerciendo grande influencia...sobre la mayor parte de los oficiales y
tripulaciones que hacen el corso y han servido a sus órdenes..." Como se anotó
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A diferencia de los Lafitte, la trayectoria como corsario del "comodore" Luis Aury
-quien operó en la zona norte del Circuncaribe entre 1816 y 1819- parece estar
más claramente vinculada a empresas insurgentes. El rechazo a sus repetidas
solicitudes de reincorporarse a las fuerzas de Simón Bolívar, después de la
ruptura entre ambos en 1815, se debió quizá a su carácter conflictivo y violento,
en fin, a su poca disponibilidad para someterse al mando ajeno.
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Con planes muy definidos hizo presencia otro grupo de franceses entre los
corsarios-patriotas que operaban en territorio norteamericano y su inmediata
vecindad. Se trata de un grupo de oficiales bonapartistas -entre ellos se
encontraban Emmanuel de Grouchy, Bertrand Clausel, Charles Lallemand y su
hermano Henry Dominique, Charles Lefebre-Desnouettes y Antoine Rigaud- que
proyectaron invadir a la Nueva España con ayuda de ciudadanos
norteamericanos y en alianza con los rebeldes de esta posesión española, pero
con miras de crear un imperio francés con Napoleón Bonaparte como
emperador, quien se liberaría de su cautiverio en Santa Elena o con el fin de
entregar la corona a su hermano José.
La "carrera" como corsario, patriota y filibustero del escocés Gregor Mac Gregor
parece tener similitudes con la de Louis Aury. Ambos estaban vinculados a las
empresas de Simón Bolívar. En el caso de Mac Gregor fue una abierta disputa
con Luis Brión -uno de los corsarios más importantes que colaboró con los
venezolanos y hombre de confianza del Libertador- que llevó a la ruptura. En
1817 apareció en los Estados Unidos donde se le prestó mucha atención por sus
supuestos vínculos con Bolívar. Quedan en la obscuridad los objetivos más
profundos de la toma de Amelia en junio-julio del mismo año. Al parecer se
trataba de vender la isla a los Estados Unidos, una vez que se encontraba en
poder de los filibusteros. Como se anotó más arriba, Mac Gregor no había
reunido suficiente capital para sostener una ocupación más larga de la isla y tuvo
que ceder el mando a Louis Aury. En 1818, el nombre de Mac Gregor se
encuentra asociado a los planes de conquista de México por los franceses
bonapartistas. Posteriormente, el escocés emprendió varios ataques a plazas
realistas en Venezuela, actuando a título personal, con sus propias fuerzas, pero
con escasas posibilidades de éxito.
Entre los líderes de corsarios y filibusteros que operaban en las costas e islas
encontramos algunos angloamericanos. Los más destacados fueron el general
Perry y el Dr. Robinson, ambos aparecen con frecuencia en las listas de
"cabecillas e instigadores" que da Onís en su correspondencia diplomática. El
primero de los dos era un militar de carrera quien participó del lado de los
rebeldes en la batalla de San Antonio Béjar del 18 de agosto de 1813. En 1817
se encontraba en Galveston junto a Aury y Mina.
campo insurgente, como Gutiérrez de Lara, Pablo Anaya, Pedro Gual o el Dr.
Robinson; otros se comprometían en repetidas ocasiones con empresas
patriotas, sin descuidar su propios negocios. Pero llama la atención la falta de
lealtad de muchos de ellos. Desde muy al inicio de la insurgencia mexicana,
Toledo y Achart hicieron ofertas al ministro Onís "de coadyuvar a la entrega de
este ejército revolucionario" En este mismo sentido iban las ofertas de
colaboración de los hermanos Lafitte. También eran frecuentes las luchas
internas por el liderazgo que conllevaban la intriga y traición. Como se mencionó,
Toledo consiguió en 1813, con la ayuda de Humbert, Achart y Picornell, arrebatar
el mando de las tropas insurgentes de Texas a Gutierrez de Lara. Onís
caracteriza a todos ellos como muy peligrosos por su juego doble, del que era
necesario
Gutiérrez mismo, después de haber sido víctima de las intrigas de Toledo, hizo
recomendaciones similares a Guadalupe Victoria. Le advierte que aquel buscaba
acercársele para obtener algún puesto para él y sus seguidores.
uno y llevó de regreso a Nueva Orleáns "23.000 pesos acuñados, una poca de
plata en barras y algún oro." Estos recursos se iban a emplear en parte "para
comprar armas, no sólo para armar a los individuos en los pueblos levantados,
sino también a los de las otras provincias que se proponen sublevar." También
se suministraban pertrechos de guerra a cambio de frutos preciosos, como la
vainilla y la grana.
Armas han sido transportadas de este lugar, por mar o por otra vía, como
mercancías y probablemente han llegado a las manos de los gobiernos
revolucionarios de la Nueva España. Pero no existe ley de los Estados Unidos ni
tratado internacional alguno que prohiba este tipo de comercio,
que dos de las personas que sucesivamente han tenido el comando en la isla de
Amelia, autorizadas por algún gobierno o no, han emitido comisiones para
corsarios en nombre de los gobiernos de Venezuela y de México, para barcos
que se equiparon en puertos de los Estados Unidos, y en gran medida tripulados
y comandados por nuestros paisanos, con el fin de capturar la propiedad de
naciones con las que los Estados Unidos están en paz."
Sobre las facilidades que encontraban los corsarios en Nueva Orleáns se
explaya también el recolector de aduana de dicho puerto. Describe cómo barcos
privados armados, bajo la bandera de México o de Venezuela, llegaban ante los
funcionarios de la aduana, reportaban alguna emergencia, presentaban una
protesta y obtenían de los custodios del puerto el certificado necesario para
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pero desafiando toda vigilancia por los funcionarios de aduana, violan la ley, no
mientras permanecen en el puerto, sino cuando dejan nuestras aguas. Nada es
más fácil, cuando el corsario está completamente reparado y listo para zarpar,
que enviar hombres y fusiles, si los necesitan, a Barataria o algún otro lugar
conveniente al que el corsario se dirige y los toma a bordo y sale a su crucero
con una fuerza aumentada...
Es universalmente reportado y creído que muchos de estos barcos (bajo la
bandera mexicana y comisionados por Aury) pertenecen a personas que residen
aquí y que gozan de los privilegios de ciudadanos americanos. Al término del
crucero, la misma farsa se repite y se puede decir con verdad que cada crucero
inicia y termina en este puerto.
Los medios que este hombre desaforado pone en obra para conseguir sus
designios, es el de prometer a los prosélitos ganancias exorbitantes en sus
profesiones, riquezas, honores y una omnímoda libertad. Deslumbrada con estas
apariencias, han salido ya de aquí para el ejército de Texas, más de cincuenta
jóvenes americanos, irlandeses y franceses, y doscientos de Nueva York; y
algunos artesanos, con la esperanza de vender allí sus trabajos a precios
exorbitantes los que, viendo agotados sus reducidos bienes en el viaje y la falta
de venta para sus géneros, se ven después obligados a alistarse en el ejército,
para no perecer.
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A principios de 1816, Luis de Onís reporta que 1 000 hombres de Kentucky y 300
de Tennessee, bajo el comando de ciudadanos norteamericanos, deberían
unirse a las tropas de los insurgentes, mientras que John McIntosh y William
Criach estaban reclutando "un número considerable de vagabundos" en Georgia
para invadir, bajo su mando, a Florida del Este.
Dos aspectos habría que tomar en cuenta al abordar este tema: la coyuntura
internacional y las diferentes instancias gubernamentales de los Estados Unidos,
en las que se tomaban decisiones políticas con respecto a los conspiradores al
servicio de las nacientes repúblicas hispanoamericanas. En cuanto al primer
punto, podemos decir que, durante los años de la guerra angloestadunidense,
1812-1814, las actividades de los enemigos de España en suelo norteamericano
no recibieron mucha atención. Los esfuerzos de los Estados Unidos estaban
encaminados a combatir a las fuerzas navales de Gran Bretaña que
amenazaban diferentes puertos de aquel país.
España, por otra parte, se encontraba ocupada por las tropas de Napoleón
Bonaparte. Los reclamos de su representante, Luis de Onís, un ministro sin
reconocimiento oficial, quedaron sin resonancia. No sólo esto, existía en la Unión
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Americana durante estos años una actitud francamente hostil hacia ella, que
tenía el apoyo de Gran Bretaña, mientras que los Estados Unidos y Francia eran
aliados. Después de la recuperación de la monarquía española en 1814, se
restablecieron las relaciones formales entre ésta y el gobierno norteamericano al
año siguiente y se reanudaron las negociaciones sobre un Tratado de Paz,
Límites y Amistad que incluía la discusión sobre la política de los Estados Unidos
con respecto a los patriotas hispanoamericanos.
Una iniciativa importante por parte del Ejecutivo constituyó la Proclamación del
1° de septiembre de 1815, dada por el presidente James Madison. En ella se
reconocía la existencia de actividades conspirativas por parte de residentes o
ciudadanos de los Estados Unidos, especialmente en la Luisiana, en contra de
los dominios de España. Se exigía a las autoridades civiles y militares del país
denunciar y llevar ante la justicia a todos que se sorprendiesen "reuniendo
armas, pertrechos militares, provisiones, embarcaciones y otros medios" o
"seduciendo ciudadanos honestos y bien intencionados para que participen en
sus empresas ilegales."
Una mirada hacia la verdad hace necesario decir que lo que se dice con respecto
al armamento o aprovisionamiento de barcos en las aguas de Luisiana, para ser
empleados en el servicio de los gobiernos revolucionarios en contra de súbditos
o propiedades de España, es infundado. En ningún momento, desde que
comenzó la lucha entre las colonias españolas y su madre patria, se permitió a
ningún barco armarse o aumentar su fuerza en Nueva Orleáns o en algún otro
lugar en Luisiana.
Dick admitía que los intentos de armar barcos o levantar tropas habían sido
frecuentes pero que se realizaron en circunstancias de encubrimiento o se
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En cambio, sostenía el fiscal, cuando estas acciones eran violatorias de las leyes
de neutralidad, es decir cuando se hicieron dentro de la aguas de los Estados
Unidos, las autoridades civiles y militares tuvieron mucho éxito en su
descubrimiento y supresión. Para comprobar su celo anexaba una relación de
individuos que violaron o intentaron violar la neutralidad de los Estados Unidos
para ayudar a los gobiernos de las Provincias Unidas, Nueva Granada o México;
otra relación de barcos equipados para fines ilegales y una tercera y última que
incluía los nombres de barcos y propiedades que fueron restituidos a sus dueños
originales.
El comité aludido rindió informe en enero de 1818. Del documento que elaboró
destaca el esfuerzo por demostrar la justicia de las medidas tomadas por el
ejecutivo, ya que los establecimientos de Galveston y Amelia carecían de todo
apoyo y autorización por parte de los gobiernos insurgentes de la América
española. También subraya el enorme daño que estaban causando a los
Estados Unidos lo que hacía necesaria una política enérgica para su
erradicación. La mayor definición en la política del Ejecutivo y del Congreso hacia
la "piratería patriótica" se tradujo en cambios en la legislación que implicaban
una estricta vigilancia y castigos más severos para acciones que se
consideraban violatorias de los principios de neutralidad norteamericana.
Esta tolerancia, proseguía Onís, era subversiva a las leyes entre naciones, a la
buena fe y a los principios de la seguridad pública y producía "los más
melancólicos efectos" sobre los intereses y la prosperidad de los súbditos de Su
Majestad Católica. Pedía la rápida interposición del presidente que sería una
prueba de su determinación de poner fin a las extorsiones y ofensas que España
había sufrido por el espacio de los últimos siete años por esa pandilla de
aventureros.
Los tres puntos que pone Onís en la mesa de negociaciones hacían evidente el
enorme daño que para España significaban las actividades de insurgentes y
corsarios en el sureste y oeste del territorio norteamericano. La correspondencia
sostenida por el ministro plenipotenciario con los secretarios de Estado James
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Onís recurrió a todos los recursos de la diplomacia para conseguir sus objetivos.
En primer lugar apelaba a las leyes internacionales y nacionales de los propios
Estados Unidos, que prohibían a elementos subversivos obrar en su suelo en
contra de una potencia amiga. También se permitió frecuentes insinuaciones
sobre la tolerancia por parte del gobierno a los de preparativos de las hostilidades
en contra de España.
En otras ocasiones buscó ejercer una sutil presión para que el gobierno de los
Estados Unidos dejara de permitir las acciones de los enemigos de España en
su territorio, demostrando "con una exactitud matemática" que la independencia
de un país como México no le convenía, que el apoyo a los rebeldes iba a llevar
a la creación de un estado rival de la Unión Americana: La dulzura y regularidad
del clima de México, la mayor riqueza de sus suelos, que producían abundantes
provisiones, atraerían a ciudadanos estadunidenses que se llevarían consigo sus
molinos de trigo, sus máquinas y manufacturas.
En segundo lugar, Monroe colocaba las quejas del ministro español sobre la falta
de observancia de los principios de neutralidad en el contexto de "ofensas
sufridas" por los propios Estados Unidos. Éstas eran en esencia tres: la
supresión del derecho de depósito de mercancías para comerciantes de Estados
Unidos en Nueva Orleáns ordenada por el intendente de este puerto en 1802; la
aprehensión y "condena" de barcos norteamericanos por corsarios españoles en
puertos de la península durante la guerra de 1797-1801 y, finalmente, los
ataques perpetrados por indios creeks y otras tribus (en el conflicto bélico de
1812-14) en contra de pobladores norteamericanos asentados en los límites con
la Florida, ataques, que según el gobierno de Estados Unidos fueron alentados
por España.
Las demandas puestas sobre la mesa por los gobiernos de España y Estados
Unidos, a fines de 1815 y principios de 1816, conocieron modificaciones y ajustes
conforme avanzaba la negociación llevada a cabo por el ministro Onís y los
secretarios de Estado Monroe y Adams.
En esencia, las diferencias sobre la cuestión limítrofe tenían que ver con las
interpretaciones divergentes de los tratados de cesión de la Luisiana. Según el
punto de vista del gobierno norteamericano, la estipulación en el tratado de San
Ildefonso de 1800 de que España restituía a Francia la Luisiana, tal como la
poseyó antes de 1763, incluía los territorios al este del Mississippi hasta el río
Perdido.
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Sin embargo, decía Onís, el rey estaba dispuesto a ceder los territorios de la
Florida Occidental y Oriental a los Estados Unidos, a cambio de que éstos
reconocieran otros al occidente de la Luisiana que colindasen con sus
posesiones del norte de la Nueva España. Esta disposición se explicaba porque,
después de la cesión de la Luisiana en 1800, las dos Floridas quedaron como
posesiones aisladas de España en Norteamérica. Su manutención iba a generar
gastos elevados para la corona española, sin aportar ventajas reales para la
salvación del imperio americano, a pesar de que se atribuía un alto valor
estratégico al puerto de Panzacola, desde el cual se controlaba gran parte del
golfo de México.
El resultado final de las negociaciones fue la firma del llamado Tratado Adams-
Onís, el 22 de febrero de 1819, ratificado por el Congreso de los Estados Unidos,
y por el rey de España dos años después. Los planteamientos iniciales de ambas
partes recibieron las siguientes modificaciones: Estados Unidos no obtuvo la
Luisiana en las extensiones que pretendía (hasta el río Bravo), pero España
tampoco recuperó la Florida occidental y tuvo que ceder la oriental. Las fronteras
de la Luisiana se fijaron en el río Sabina. El arreglo de límites de 1819 significó
un freno momentáneo al expansionismo norteamericano, con respecto a sus
aspiraciones sobre Texas, al mismo tiempo que le dio el control sobre las
Floridas y con ello sobre el golfo de México.
Todas las reclamaciones del gobierno español acerca de las actividades de los
rebeldes y piratas en territorio norteamericano, en cambio, quedaron sin efecto.
España tuvo que aceptar la ocupación humillante de Amelia, en el momento
parte integrante de Florida oriental, al mismo tiempo que la cuestión si el otro
gran centro de operaciones corsarias, Galveston, formaba parte de las
posesiones españolas o no, quedó resuelto a su favor con la definición de las
fronteras de la Luisiana en el río Sabina. En los últimos años de la negociación,
Onís seguía denunciando la presencia de corsarios en los puertos
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7. Conclusiones.
El gobierno de los Estados Unidos tomó acciones concretas en contra del corso
en el momento en que la piratería afectó de manera directa a su propio comercio
y causó daños al fisco por la introducción de contrabando, sobre todo de
esclavos. También la firma del Tratado Adams-Onís influyó en la rápida
erradicación de los corsarios en esta zona y su desplazamiento hacia otros
puntos del Golfo-Caribe, si bien más tarde, a mediados del siglo, y en una
situación postbélica similar a la de 1815, nuevamente afloró el filibusterismo en
el suroeste de los Estados Unidos.