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loris.zanatta@unibo.it
años cuarenta no fue invocado como numen de la “patria socialista” treinta años
después? ¿Y el Vargas reaccionario del Estado Novo no se convirtió, más tarde,
en el padre de los pobres de la iconografía progresista? Y en sentido contrario,
Víctor Raúl Haya de la Torre, el emblema del populismo peruano de los años 20,
¿no terminó a la derecha su largo viaje que había comenzado por la izquierda?2
Para qué continuar con los ejemplos: habría una infinidad. En fin, la palabra es
tan vaga y se usa tanto que provoca irritación y, al mismo tiempo, da ganas de
liberarse de ella. Pero vuelve. Más vale entonces buscar la clave o, al menos,
una clave en la bulliciosa cacofonía de las mil voces que desde Gino Germani
se han dedicado al populismo en América Latina,3 en un primer momento reco-
rriendo someramente el enredado debate sobre sus orígenes y naturaleza; luego
tomando posición al respecto; y finalmente tratando de explicar las razones
históricas del eterno retorno del populismo en América Latina. Todo esto con
el objetivo de entender cómo y por qué el populismo ha sido en el pasado y
sigue siendo hoy el mayor y más peligroso adversario político e ideológico del
liberalismo; y por qué ello ocurre en América Latina con más éxito y arraigo
que en otros lugares.
entonces, los Montoneros que dan la espalda a Perón en 1974, desilusionados por
la moderación del viejo líder, los grupos más radicales distanciados del APRA
en Perú, del MNR en Bolivia, del PRI en México y muchísimos más.
En tanto factores de la regeneración de la comunidad orgánica formada por
el “pueblo”, en efecto, es al restablecimiento de armonía que aspiran los popu-
lismos. Su revolución, entonces, si bien comporta a menudo virajes radicales
a favor de este o aquel sector social, mira a restablecer el equilibrio entre los
diversos órganos del cuerpo social para que contribuyan al unísono a conseguir
el fin común. El sostén, directo o indirecto, tenue o radical, a aquella parte de
la sociedad que consideran penalizada por las transformaciones en curso, no
tiene en los populismos el objetivo de dar un vuelco decisivo a las relaciones
sociales, sino más bien aquel de recrear las condiciones de la colaboración entre
las clases, cuyo conflicto, fruto del impacto con el mundo externo, amenaza la
supervivencia y la reproducción del conjunto. También por este motivo no es
sorprendente que los populismos, y algunas veces hasta el mismo movimiento en
épocas diversas, sean alguna vez “progresistas” y otras veces “conservadores”,
una vez vinculados más bien a los trabajadores, otra vez a los propietarios.19 En
efecto, la suya tiene a menudo el aire de una especie de “revolución preventiva”
realizada no sólo en el interés de sus beneficiarios inmediatos, sino también
de aquellos que en el momento resultan penalizados: los ricos y poderosos en
el caso de los populismos sociales, puesto que el precio que aceptan pagar a
corto plazo favorecerá sus intereses futuros; los sectores populares en el caso
de los populismos neoliberales, que les prometen para el futuro los frutos de los
sacrificios sufridos en el presente. En síntesis, el horizonte ideal del populismo
latinoamericano permanece, a pesar de todo, en la colaboración entre las clases y
los “cuerpos sociales” en el interior de una comunidad de la que ha rígidamente
delimitado las fronteras, una especie de tercera vía de tendencia corporativa e
imaginario organicista.
Dicho esto, en América Latina como en otras partes, hoy como ayer, la
ambivalencia del populismo salta a los ojos, aunque los elementos de tal am-
bivalencia no revelan una contradicción sino su esencia más profunda. Por un
lado, de hecho, los populismos han sido y siguen siendo con cierta regularidad
canales a través de los cuales las masas se integran y nacionalizan. Al hacer esto
han desempeñado una evidente función democrática, coronada generalmente por
un amplio consenso, tanto los que han llegado por primera vez al poder a través
de elecciones regulares, como los numerosos cuyos transcursos dictatoriales no
les han impedido acceder al gobierno mediante el sufragio popular, como en
los casos de Perón, Vargas, Ibáñez y otros. Como tales, se ha visto claramente
que los populistas han colmado, con sus modalidades peculiares y su aliento
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América Latina es, más que otros, el continente del populismo. ¿Por qué? En
el fondo, el núcleo ideológico del populismo latinoamericano no se distingue en
modo significativo del populismo genérico típico de la experiencia histórica de
Occidente. ¿Por qué, entonces, América Latina se presta más a él, al punto de
presentarse como un laboratorio populista siempre en ebullición, hasta imponerse
en algunos casos como emblema del populismo consolidado?
Para comenzar, se puede decir que, si en general el populismo representa
un serio modelo antagonista de la democracia representativa, entonces el éxito
del populismo latinoamericano es especiamente comprensible. A pesar de que
la experiencia democrática de América Latina ha sido a menudo paródica e
incompleta, en efecto, queda el hecho de que en ella, desde la independencia,
la legitimación teórica del orden político ha sido el pueblo soberano. Lo que ha
hecho tan sólida y poliédrica la persistencia del populismo en América Latina,
por consecuencia, sería que en ningún otro lugar se ha vuelto tan profundo el
surco entre la democracia imaginada y la democracia real, entre las instituciones
democráticas formales y el efectivo funcionamiento del juego democrático, entre
expectativas y resultados. Un surco excavado por la distancia entre derechos
políticos teóricos y derechos sociales y civiles efectivos, entre ciudadanía formal
y posibilidad de acceso a sus prerrogativas. Para muchos ciudadanos latinoa-
mericanos, en efecto, la experiencia democrática no ha comportado integración
y participación ni ha garantizado el acceso a los derechos universales que ella
debería asegurar. Entonces, no sorprende que allá donde la democracia represen-
tativa se ha revelado insuficiente para derrocar las vallas materiales, culturales,
simbólicas, étnicas, que separan mundos alejados años luz entre ellos a pesar
de convivir dentro de las mismas fronteras, el populismo haya representado un
efectivo canal de acceso de las masas a la dignidad social y simbólica. El carácter
histórica y estructuralmente segmentado de las sociedades latinoamericanas,
aunque unas lo posean más que otras, es entonces el primer elemento clave para
comprender el eterno retorno del populismo.
Sin embargo, dicho elemento desemboca en el populismo porque confluye
con un segundo factor, también éste esculpido por la historia: la persistencia y
vitalidad, en la experiencia histórica de América Latina, de un imaginario social
alternativo al imaginario de la democracia representativa de tipo liberal; es de-
cir, del imaginario holístico, cuyas raíces residen en el fondo de las estructuras
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NOTAS
1 Este artículo retoma y sintetiza algunas reflexiones realizadas en mis trabajos “Il
populismo. Sul nucleo forte de un’ideologia debole”, Polis, XVI, n. 2, agosto 2002, pp.
263-292; “Io, il popolo. Note sulla Leadership carismatica nel populismo latinoame-
ricano”, Ricerche di Storia Política, n. 3, 2002, pp. 431-440; y “Liberales y católicos,
populistas y militares. El imaginario organicista y la producción del ‘enemigo interno’
en la historia de América Latina”, en M. García Sebastiani y Fernando del Rey (comps.),
Los desafíos de la libertad. Transformación y crisis del liberalismo, Europa y América
Latina (1890-1930), Biblioteca Nueva, Madrid 2008, pp. 316-341.
2 Sobre estos ejemplos cfr. R. Gillespie, Soldados de Perón: los Montoneros, Buenos
Aires, Grijalbo 1987; R.M. Levine, Father of the poor? Vargas and His Era, Cambridge,
Cambridge University Press, 1988; S. Stein, Populism in Peru: The Emergence of the
Masses and the Politics of Social Control, Madison, University of Wisconsin Press,
1980.
3 Cfr. las reflexiones de G. Germani sobre el nacional-populismo en su Authoritarianism,
Fascism, and National Populism, Transaction Books, New Brunswick, N.J. 1978.
4 En tal sentido, el populismo de América Latina no constituye una excepción. Sobre el
horizonte democrático en el que se inserta, en líneas generales, el populismo han insi-
stido Y. Mény y Y. Surel, Par le peuple, pour le peuple: le populisme et les democraties,
Fayard, Paris 2000. La fundamental observación según la cual la esfera dentro de la que
el populismo declina su ideal democrático es la social y no la política, se remonta a I.
Berlin, Russian Thinkers, Penguin Books, Harmondsworth, 1978.
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Aires, El Cielo por Asalto, 1995. Pero la misma trayectoria y ambivalencia se encuentran
en muchos otros movimientos de raigambre populista, desde el PRI mexicano al MNR
boliviano, del Aprismo peruano a la tradición varguista en Brasil y a aquella adeco en
Venezuela.
20 El imaginario religioso de los populismos puede comportar, como en los casos de Vargas
y Perón durante las primeras fases de sus regímenes, la alianza entre los populistas y la
Iglesia. En general, sin embargo, la forma secular que tienden a imponer al imaginario
religioso lleva a los populistas a competir en el mismo terreno de las instituciones ecle-
siásticas, con las cuales entran en conflicto. Para algunos ejemplos sobre el universo
ideal protorreligioso de algunos populismos cfr. R. Di Stefano y L.Zanatta, Historia
de la Iglesia argentina. Desde la Conquista hasta fines del siglo XX, Buenos Aires,
Grijalbo-Mondadori, 2000, pp. 513-555; M. Navarro, Evita, Buenos Aires, Planeta, 1994;
D.H. Henderson, Modernization in Colombia: the Laureano Gómez Years, 1989-1965,
Gainesville, University Press of Florida, 2001; S. Mainwaring, The Catholic Church and
Politics in Brazil, 1916-1985, Stanford, Stanford University Press, 1986.