Sei sulla pagina 1di 3

A 20 AÑOS DE LA HUELGA DEL CG, LA VOLVERÍAMOS A HACER.

No se puede entender la huelga de la UNAM de 1999-00 sin comprender el contexto internacional.


Desde el sexenio de Miguel de la Madrid hasta Peña Nieto, todos los gobiernos han aplicado las
directrices de los organismos internacionales en todas las políticas públicas, incluyendo la
educación. De tan repetido parece perder significado la frase, pero los propios documentos de la
OCDE, el Banco Mundial y el FMI son cínicamente claros al respecto.

En el 98, el neoliberalismo, ese monstruo que pretende convertir todo en mercancía para volverlo
propiedad de una minúscula élite, a través del Rector Barnés había anunciado la intención de
volver a intentar el aumento de cuotas. Antes lo hicieron Carpizo en 1986 y Sarukhán en 1992,
pero ambos fracasaron. Aunque el Plan Carpizo también incluía terminar con el pase automático,
reducir los exámenes extraordinarios e implementar los departamentales, entre otras medidas. La
solución a la huelga de 1987, la realización del Congreso Universitario en condiciones controladas
por la Rectoría, fracasó en su intento por la “Transformación Democrática de la UNAM”. Luego
vinieron la derrotada huelga de los CCH’s y las reformas del 97 que eliminaba el pase automático y
limitaba la permanencia de los estudiantes y la presentación de exámenes extraordinarios.

Pero los tecnócratas universitarios nunca renunciaron a imponer la política neoliberal, que incluía
las cuotas. Convocaron el 15 de Marzo de 1999 al Consejo Universitario, dominado por la Rectoría,
y a escondidas y a salto de mata, sesionaron para aprobar nuevamente el incremento de cuotas.
De ahí todo sucedió en una vorágine de acontecimientos: marchas asambleas, mítines, consultas,
paros, debates y enfrentamientos acalorados en las escuelas, la formación del CGH y finalmente
estalla la huelga en todas las escuelas de la UNAM a partir del 20 de Abril.

Se desató la alegría de estar juntos, de luchar por la educación para todos, romper con el
individualismo de sólo ver por uno mismo, de pensar un país diferente y decidirse a construirlo
con todos. La juventud se descubrió a sí misma que no era cierto lo que se decía de ella, que no
eran indiferentes, que la Generación X era un invento de los decrépitos intelectuales para
convencernos de convertirnos en la nada, los ninis que ellos querían. Así tranquilos, sin capacidad
de cuestionar, de opinar, de proponer, de combatir, de gritar y salir a las calles por lo que es justo,
de vivir en serio la propia libertad. Esa generación, cambió para siempre, cambió para bien.

Siguieron 10 largos meses en que enfrentamos al Rector y su burocracia apoyados por los
organismos empresariales, a la casi totalidad de la clase política partidaria, al gobierno de Zedillo,
a grupos de intelectuales, académicos e investigadores conservadores alineados al modelo
económico neoliberal. Y lo hicimos con grandes movilizaciones, con consultas abiertas a la
población, con las brigadas, buscando alianzas con los sindicatos y organizaciones populares.

La huelga se convirtió en una forma de vida para miles de estudiantes que permanecíamos en las
escuelas “haciéndola” día a día. Las guardias, la cocina, barrer nuestra escuela, abrir círculos de
estudio, las fiestas para conseguir recursos, la edición de volantes, boletines, los mítines en
mercados y plazas, las sesiones de diálogo con la rectoría, las marchas, las marchas, las marchas….
A pesar de que a los pocos meses decayó la asistencia a las escuelas, cada marcha refrendaba el
apoyo mayoritario y masivo al movimiento.

Enfrentamos a los medios, electrónicos y la prensa escrita, que de principio a fin rompieron lanzas
contra los estudiantes rebeldes, a los que durante las 24 horas de los casi 300 días que duró la
huelga, dirigieron una campaña de desprestigio, azuzando a la fuerza pública, a los estudiantes
antiparistas a romper el movimiento, y que este contrarrestaba con los carteles, los brigadeos, los
volantes, las consultas.

A la vorágine inicial siguieron días que transcurrían entre llamados de los estudiantes al Rector
para dialogar que terminaban en discusiones vanas entre los formatos, la conformación de
comisiones, provocaciones de las autoridades con los llamados a las clases extramuros, incidentes
de porros y policías contra estudiantes huelguistas para sabotear las sesiones de diálogo, y demás
cuestiones que empezaron a hacerse cotidianas.

La prolongación del conflicto a la que apostaron las autoridades universitarias desde antes de que
estallara la huelga logró que las diferencias, siempre presentes en el movimiento germinaran y la
lucha intestina por el liderazgo se hizo feroz entre corrientes, cada cual con sus razones y con sus
visiones, pero al fin de cuentas librando una confrontación desgastante.

Debemos ser autocríticos para reconocer que el movimiento perdió su capacidad de negociación
cuando el radicalismo se enseñoreó del CGH con malas prácticas políticas (como anular los votos
de las escuelas que no comulgaban con ellos, expulsar a sus disidentes, inventar escuelas afines
para darles votos). El cumplimiento “cabal” del pliego petitorio se convirtió en su propia camisa de
fuerza, que le restringió capacidad de negociación al movimiento. Años después el propio Higinio
Muñoz y Guadalupe Carrasco lo reconocieron en sendas entrevistas en la Jornada.

Entonces, el gobierno jugó sus cartas para terminar el conflicto, iniciando con la renuncia del
Rector Barnés y la llegada de Juan Ramón de la Fuente que operó la “salida” al conflicto. Con la
mira puesta desde entonces en que la fuerza pública tomaría la Universidad, el gobierno y el
nuevo rector idearon el plebiscito unilateral y bajo sus condiciones para, con sus resultados, dar
por terminado el diálogo con el CGH y justificar la intervención de la PFP.

La tarascada final empezó cuando el 1 de Febrero con una provocación montada artificialmente
para mostrar a un CGH violento sin control de la Universidad. Luego de una última sesión de
“diálogo” en el que Narro expresó a los cgheros un “ya se acabó, no hay más, o entregan las
instalaciones o entra la fuerza pública” el 6 de Febrero irrumpe la PFP apresando a toda la plenaria
del CGH que aún permanecía en el Che Guevara.

Se dio así fin al movimiento de Huelga. Las cuotas se suspendieron para quedar como antes, y el
Congreso demandado se hizo humo. ¿Entonces, preguntan reiteradamente, el CGH ganó o
fracasó?

Mi opinión es que el CGH cumplió el papel que le correspondía, y sus resultados fueron limitados
por su propia incapacidad para negociar la demanda que para mí, junto con la abrogación de las
cuotas era central: Un Congreso Resolutivo en el que se enfrentara todo el modelo neoliberal que
se ha aplicado a cuentagotas en la UNAM y abrir la puerta a una verdadera transformación
democrática de la Universidad. Eso sí ponía a temblar a los poderes fácticos y facciosos
neoliberales de dentro y de fuera de la máxima casa de estudios: la posibilidad de perder el
control que siempre han tenido sobre la UNAM.

La huelga es parte de un devenir de las luchas democráticas por la educación pública. Es la


continuación de los movimientos del CEU, del Congreso de 1990, de las batallas que dan los
estudiantes normalistas, del movimiento estudiantil contra la reforma del 2014 en el IPN. Tiene
un nexo muy claro con los 30 años del movimiento magisterial de la CNTE; y con la lucha que
actualmente se da por cancelar la reforma educativa de Enrique Peña Nieto: todos enlazados en la
defensa de la educación pública.

La UNAM, el ente académico más importante de México en la historia pasada, en la presente y


seguramente en el futuro, ha definido como ninguna otra institución la ciencia, la tecnología, el
estudio de la historia y la filosofía, la medicina, en nuestro país.

Una huelga estudiantil en la Universidad es un acontecimiento de tal fuerza, energía y capacidad


creativa, de tal importancia política y social que cimbra la vida de quienes la viven dentro, pero
también sacude al país entero.

La huelga del 99-00 también la marcó, pero lo que se vivió en sus muros aún retumba y sigue
teniendo innegable influencia en la defensa de la educación pública y gratuita.

A 20 años del paro, en un entorno de corrupción, de violencia, de descomposición social, de


complicidades vergonzosas en el remate de los bienes nacionales; a pesar de sus errores, la huelga
de fin de siglo del CGH brilla por su honestidad, por su fuerza, por su demanda de un país y una
universidad para todos.

Y claro… la volveríamos a hacer

Potrebbero piacerti anche