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Literatura Histórica

Literatura Histórica
INDICE

PARA UNA CRÍTICA MATERIALISTA DE LA COLONIALIDAD


Abril Trigo ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Página 3

MODERNIDADES PROYECTADAS, PASADOS RECONSTRUIDOS: NOVELA HISTÓRICA DEL SIGLO XIX


HISPANOAMERICANO
Brenda Carlos de Andrade ---------------------------------------------------------------------------------------------- Página 7

DE LA PERIFERIA AL CENTRO: LA NOVELA FINISECULAR DEL EJE CAFETERO


César Valencia Solanilla ------------------------------------------------------------------------------------------------ Página 17

A ARTICULAÇÃO ENTRE O PASSADO E O PRESENTE NO ROMANCE A REPÚBLICA DOS BUGRES DE RUY REIS
TAPIOCA
Cristiano Mello de Oliveira -------------------------------------------------------------------------------------------- Página 27

EL MAGNICIDIO DE JORGE ELIÉCER GAITÁN EN LA NARRATIVA DE MIGUEL TORRES: TRAGEDIA Y


TESTIMONIO EN LA NUEVA NOVELA HISTÓRICA COLOMBIANA
Daniela Melo Morales --------------------------------------------------------------------------------------------------- Página 37

LA REPRESENTACIÓN DE LA GUERRA EN LA NOVELA REPUBLICANA: TRISTE FIM DE POLICARPO QUARESMA


(1915), DE LIMA BARRETO, Y EN ESTE PAÍS…! (1920), DE URBANEJA ACHELPOHL , DE URBANEJA ACHELPOHL
Dionisio Márquez Arreaza --------------------------------------------------------------------------------------------- Página 42

EL MAL Y LA NARRATIVA: PROPUESTA PARA REFORMULANDO NUESTRA LECTURA DE LOS TEXTOS


COLONIALES DE LA CONQUISTA.
Iván R. Reyna -------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Página 48

HISTÓRIA E FICÇÃO EM LOS DÍAS DEL ARCOÍRIS


Joanna Durand Zwarg --------------------------------------------------------------------------------------------------- Página 56

SOR JUANA E GREGÓRIO DE MATOS: O SANTO OFÍCIO, O OFÍCIO DA ESCRITA E A PODEROSA MÁQUINA
BARROCA DA IRONIA.
Marcelo Marinho -------------------------------------------------------------------------------------------------------- Página 64

LA CRISIS DE CIUDAD EN LA NARRATIVA RECIENTE DEL EJE CAFETERO


Rigoberto Gil Montoya ------------------------------------------------------------------------------------------------- Página 71

ARTICULAÇÃO AUTORREFLEXIVA NA HISTÓRIA DA LITERATURA BRASILEIRA


Wellington Freire Machado -------------------------------------------------------------------------------------------- Página 79

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PARA UNA CRÍTICA MATERIALISTA DE LA COLONIALIDAD

Abril Trigo
The Ohio State University

Los estudios culturales latinoamericanos, tanto en sus formas institucionalizadas como en la práctica crítica,
adquieren en la zona andina una personalidad propia marcada por la cuestión indígena y la problemática
colonial. Se diferencian en esto de las propuestas de investigación predominantes en otros lugares de
América Latina, más enfocadas en los procesos urbanos y mediáticos asociados a una nueva modernización
al régimen de acumulación global. Revisitando vía poscolonial las teorías de los sesenta, como la teoría de la
dependencia, la filosofía de la liberación y la teoría del colonialismo interno, la teoría de la decolonialidad y
otras intervenciones críticas buscan establecer un nuevo paradigma epistémico que apoyándose en la
experiencia indígena y subalterna de la colonialidad sea capaz de reconfigurar la función geopolítica de las
ciencias sociales.

En un trabajo relativamente reciente titulado “La impertinencia postcolonial” escribía: “Nadie puede
cuestionar la importancia de la descolonización del saber y del pensar, aunque pueda debatirse que dicha
descolonización pase, necesariamente, por la academia. Sin entrar en este tema, que toca a fondo la cuestión
de la función social del intelectual y la problemática construcción del locus epistémico –núcleo neurálgico del
poscolonialismo y síntoma de la colonialidad–, me interesa destacar el énfasis casi obsesivo en explicar el
poder como dispositivo discursivo y representacional en desmedro de la materialidad histórico-social que
evidencia gran parte de esta crítica, revelando la impronta, no siempre explícita, del posmodernismo.” Y más
adelante agregaba: “Se trata de un análisis que, aparentemente ofuscado por los dispositivos cognitivos de
dominación simbólica, prioriza la crítica de lo discursivo sobre el estudio de la materialidad histórico-social,
cuya transparencia se da por sobreentendida. Desde esta perspectiva, la colonialidad parece encogerse a la
administración de geopolíticas del conocimiento y a la interiorización de una imago, una racionalidad y una
episteme, con lo cual el capitalismo resulta así casi un atributo, que no la clave de bóveda, de la modernidad
y la colonialidad” (Trigo 2012, 243-245).

Nadie puede negar la contribución de los estudios poscoloniales latinoamericanos a un mejor entendimiento
de la heterogeneidad social del continente, así como a una reconsideración y toma de conciencia,
particularmente en los países andinos, de la función estructural del racismo en sociedades históricamente
marcadas por la dependencia colonial y el colonialismo interno. El racismo, como observaba Frantz Fanon en
Piel negra, máscaras blancas (2009), constituye en los países neo o poscoloniales sujetos neuróticos,
ambivalentes y escindidos entre sentimientos contrarios de superioridad –respecto a un otro interno, v.gr.
sujetos considerados inferiores por razones étnicas, sociales o de género–, y de inferioridad –respecto a un
Otro externo, paradigmáticamente representado por el sujeto europeo y la modernidad occidental–, sobre
los cuales se asienta y justifica, en última instancia, un sistema de dominación que opera mediante el
movimiento de pinzas de la colonialidad, hacia dentro y desde fuera.

En el importante corpus crítico producido por el poscolonialismo latinoamericano sobresale el concepto de


“colonialidad del poder” propuesto por Aníbal Quijano, por lo que me limitaré aquí a una somera discusión
del mismo, en el entendido de que constituye el aporte teórico más importante de esta corriente. Quijano
plantea que la globalización culmina la instalación de un “patrón de poder mundial” que comenzara con la
conquista de América. Es así que la historia del capitalismo va ligada a la del colonialismo y la modernidad, lo
cual determina que el capitalismo sea necesariamente global, desigual y combinado desde sus orígenes
mismos, en la medida que fagocita y articula distintas civilizaciones y modos de producción. “Uno de los ejes
fundamentales de ese patrón de poder es la clasificación de la población mundial sobre la idea de raza, una
construcción mental que expresa la experiencia básica de la dominación colonial y que desde entonces
permea las dimensiones más importantes del poder mundial, incluyendo su racionalidad específica, el

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eurocentrismo. Dicho eje tiene, pues, origen y carácter colonial, pero ha probado ser más duradero y estable
que el colonialismo en cuya matriz fue establecido. Implica, en consecuencia, un elemento de colonialidad
en el patrón de poder hoy mundialmente hegemónico” (Quijano 2000, 281). Esto hace del concepto de raza
un eficaz instrumento estructural de dominación social ensamblado a distintas formas de organización del
trabajo (esclavitud, servidumbre, reciprocidad comunal, salario), siempre al servicio de un mercado mundial
y de la acumulación de capital en las metrópolis. El eurocentrismo –variante historicista y cientificista del
etnocentrismo– que se desarrollaría en siglos posteriores homologando en el plano ideológico y cultural la
dominación colonial y estableciendo un sistema intersubjetivo mundial en cuya cúspide se sitúa el sujeto
moderno y la modernidad capitalista, equivale asimismo a una formidable acumulación de capital cultural:

“La incorporación de tan diversas y heterogéneas historias culturales a un único mundo dominado por
Europa, significó para ese mundo una configuración cultural, intelectual, en suma intersubjetiva, equivalente
a la articulación de todas las formas de control del trabajo en torno del capital, para establecer el capitalismo
mundial. En efecto, todas las experiencias, historias, recursos y productos culturales, terminaron también
articulados en un solo orden cultural global en torno de la hegemonía europea u occidental. En otros
términos, como parte del nuevo patrón de poder mundial, Europa también concentró bajo su hegemonía el
control de todas las formas de control de la subjetividad, de la cultura, y en especial del conocimiento, de la
producción de conocimiento” [Quijano 2000, 293-4]. En una palabra, si la primera modernidad, en términos
de Enrique Dussel (1994), sentó las bases de la acumulación originaria de capital a partir de una división
colonial y racial del trabajo (subsunción formal del trabajo a escala mundial), la segunda modernidad, es
decir, de la Ilustración a la revolución industrial, sólo sería factible una vez que la acumulación de capital en
las metrópolis permitiera el desarrollo del modo industrial de producción capitalista (subsunción real de las
relaciones de producción).

De acuerdo a esta lectura, la colonialidad haría referencia a las estructuras materiales de subordinación de
amplias regiones del mundo a la civilización capitalista moderna occidental, proceso que arrancara con las
exploraciones, conquistas y colonizaciones del siglo XV hasta alcanzar su plenitud con el régimen global
actual. De este manera, la colonialidad –que sería el envés complementario e indispensable de la modernidad
capitalista– comprendería todas las variantes históricas del colonialismo, el neocolonialismo y el
poscolonialismo [Coronil 2000]. La propuesta de Quijano no sólo haría efectivamente global la teoría del
sistema-mundo de Immanuel Wallerstein (1976; 1991), sino que arrojaría nueva luz sobre la heterogeneidad
estructural del capitalismo, las imbricadas dimensiones de la materialidad social y cultural, y la existencia
simultánea de modernidades disímiles.

Ahora bien, esta lectura materialista e histórica de la colonialidad que auspicia Quijano no corresponde
necesariamente a la definición de la “colonialidad del poder” que termina proponiendo y que adolece, a mi
ver, de no ser lo suficientemente materialista. Me refiero a que si el capitalismo –como horizonte civilizatorio
más que como modo de producción económico y social– está presente en todo momento en el análisis de
Quijano, resulta ser apenas uno más de los “tres elementos centrales que afectan la vida cotidiana de la
totalidad de la población mundial: la colonialidad del poder, el capitalismo y el eurocentrismo” (Quijano 2000,
302). Es difícil discrepar con los términos de esta aserción, pero no con sus implicaciones. La afirmación, en
apariencia anodina, escamotea que la colonialidad –que inaugura el colonialismo moderno y difiere
radicalmente de otras formas de colonialismo–, está al servicio de y hace posible el desarrollo del sistema
capitalista. Y ni que hablar del eurocentrismo, aparato epistémico e ideológico que se elabora desde la
experiencia colonial con la función de legitimar y reproducir el capitalismo global. El correctivo que introduce
Quijano al demostrar que el sistema capitalista es necesariamente y siempre capitalista-colonial, y que la
colonialidad es parte inseparable de la modernidad capitalista, no desplaza en modo alguno la centralidad
estructural y epistémica del capital. El régimen global actual es también colonial, pero antes que nada
capitalista.

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Este deslizamiento culturalista, que omite el tratamiento de la materialidad histórico-social de la
colonialidad, puede observarse en el énfasis que Quijano pone –y acertadamente– sobre el racismo como
“uno de los ejes fundamentales” del nuevo patrón de poder capitalista-colonial, énfasis que acaba
obliterando todo otro elemento de la dominación colonial. La falla de que adolece la teoría por lo demás
brillante de Quijano reside en no otorgar al capitalismo –como sistema, como lógica, como episteme– el lugar
central que le corresponde en el montaje de una nueva civilización (atención, nada tiene que ver esto con la
puramente heurística distinción entre estructura y superestructura). Lo que distingue al colonialismo
moderno –tanto al colonialismo salvacionista-mercantil de la primera modernidad como al colonialismo
imperial de la segunda modernidad– de toda otra experiencia colonial bajo otras civilizaciones, es
precisamente que se origina en y se regula por la lógica racionalista y abstracta de la equivalencia general y
la pulsión de la acumulación capitalista. La explotación de la mano de obra esclava bajo el régimen de la
plantación –invención de los holandeses, por otra parte, a la vanguardia del capitalismo en el siglo XVI– es
prueba irrefutable: en ninguna otra civilización el esclavo había sido reducido a la condición de mercancía.
Lo mismo podría decirse respecto a la división mundial del trabajo a partir de la racionalización de la idea de
raza, dispositivo ideológico que permite una organización de los modos de producción y una distribución del
trabajo y el consumo a escala mundial que aún hoy continúa vigente. Pero esto no autoriza a sugerir, como
hace Quijano, que el surgimiento en Inglaterra del proletariado moderno (de las relaciones asalariadas de
producción) se deba al color de la piel de la población de los trabajadores y no a la acumulación de capital,
el desarrollo de las fuerzas productivas y el lugar adquirido por la banca, las manufacturas y la flota británica
en el concierto mundial. Así lo dice: “No hay nada en la relación social misma del capital o de los mecanismos
del mercado mundial, en general, en el que implique la necesariedad (sic) histórica de la concentración no
solo, pero sobre todo en Europa, del trabajo asalariado y después precisamente sobre esa base, de la
concentración de la producción industrial capitalista durante mas de dos siglos (…) La explicación debe ser,
pues, buscada en otra parte de la historia. El hecho es que ya desde el comienzo mismo de América, los
futuros europeos asociaron el trabajo no pagado o no asalariado con las razas dominadas, porque eran razas
inferiores (…) La clasificación racial de la población y la temprana asociación de las nuevas identidades
raciales de los colonizados con las formas de control no pagado, no asalariado, del trabajo, desarrolló entre
los europeos o blancos la específica percepción de que el trabajo pagado era privilegio de los blancos”
(Quijano 2000, 289-291). Quijano sostiene, en una palabra, que el desarrollo del modo de producción
industrial, es decir, el surgimiento de un capitalismo ya maduro, capaz de subsumir la totalidad de las fuerzas
productivas y el proceso de producción a la lógica de la mercancía en los centros donde se verifica la mayor
acumulación de capital material y simbólico se debe más a un prejuicio ideológico que a lógicas y dinámicas
intrínsecas al desarrollo del capitalismo global.

En su afán por demostrar la hasta ahora desatendida importancia del factor racial en la organización mundial
del trabajo, Quijano acaba por perder de vista su índole fundamentalmente colonial, con lo cual se diluye la
importancia material de la colonialidad en el funcionamiento global de extracción y acumulación de capital.
En lugar de explicar el racismo como un invento al servicio de la modernidad-colonialidad capitalista, como
se propusiera, podría pensarse que el capitalismo es consecuencia de prejuicios raciales. La denuncia del
racismo, así mistificada, pierde vigor, y este desliz culturalista debilita el argumento de Quijano, de modo que
aun cuando el concepto de “colonialidad del poder” procura aprehender las estructuras socio-culturales del
poder colonial en su articulación histórica al desarrollo del capitalismo, al ser traducido a la teoría poscolonial
se verá progresivamente encogido al análisis de la epistemología implementada por dichas estructuras de
poder. Así, según Walter Mignolo, sin duda el mayor representante del poscolonialismo latinoamericano, “la
colonialidad no consiste tanto en la posesión de tierras, creación de monasterios, el control económico, etc.,
sino más que nada en el discurso que justificaba, mediante la desvalorización, ‘la diferencia’ que justifica la
colonización” [2002, 221]. De acuerdo a esta lectura, la “colonialidad del poder” se vería acotada a la
dimensión cognitiva y simbólica del poder colonial donde se configura la identidad étnica de los actores, al
instrumentar tecnologías de saber/poder que generan la “diferencia colonial” (racismo), imponen el
imaginario occidental (eurocentrismo) y exaltan la episteme moderna (pensamiento científico), núcleos
ideológicos de la dominación colonial (Mignolo 2000). La propuesta inicial de Quijano de analizar el

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imaginario racista/racialista como un dispositivo cognitivo-afectivo que organiza las relaciones de producción
del régimen capitalista-colonial global, resulta finalmente encogida al despojo epistémico de los pueblos
colonizados y los dispositivos epistémicos de la dominación colonial, lo cual tiene como efecto una
mistificación de las “geopolíticas del conocimiento” (Mignolo 2000), amputadas de sus condiciones
materiales de producción. En esta línea, la indiferencia neoliberal ante pobreza y la marginalidad puede ser
interpretada como un vestigio del racismo colonial por cierto [Lander 2000a], ¿pero permite comprender el
neoliberalismo como modo de regulación social del régimen de acumulación global, flexible y combinado?
Sin duda el racismo sigue siendo un factor en explotación de la mano de obra barata de mujeres, niños y
gentes de color en la periferia, ¿pero sería sensato explicar la división internacional y transnacional del
trabajo y el consumo sobre la que descansa la globalización solamente desde el racismo?

La crítica a fondo de los aparatos de poder epistémico, que son parte indivisible de los aparatos de poder
político y los modos de explotación económica, es una labor absolutamente imprescindible, pero la
colonialidad no será abolida por refinada que sea la crítica al eurocentrismo, así como el racismo no ha
desaparecido, sino solo cambiado de formas, bajo las políticas multiculturales y el arrobamiento liberal ante
la diversidad. Solo una crítica comprensiva y materialista de la colonialidad como parte constitutiva del modo
de producción económico, político y cultural regido por la lógica del capital podrá dar cuenta del capitalismo
y el colonialismo, de la modernidad y la colonialidad. Un macro-relato que permita interpretar la
dependencia, el neocolonialismo y la globalización como distintas instancias de un proceso histórico de larga
duración; que haga inteligible el carácter heteróclito, heterónomo y heterogéneo de la modernidad en
América Latina, estableciendo la colonialidad como el lado oscuro, necesario e ineludible de la modernidad
capitalista; que de un marco al arraigo profundo del racismo y el colonialismo interno en la constitución y
reproducción del imaginario moderno occidental.

En el texto sobre el Pachakuti, lo que trato de desentrañar son, por un lado los universos de significado que
abrieron y construyeron las luchas recientes y, dentro de ellos, me pregunto sobre los horizontes de sentido,
sobre las posibilidades anidadas en las luchas y sus esperanzas de fluir contra y más allá de formatos estatales
y gubernamentales -sin ignorarlos, claro. Es un libro que, en un nivel, puede ser visto como una historia
reciente de Bolivia; en otro, quiere ser una reflexión más amplia sobre la Revolución Social y las posibilidades,
caminos y dificultades de transformación de las relaciones sociales

BIBLIOGRAFIA
Coronil, Fernando. “Del eurocentrismo al globocentrismo: la naturaleza del poscolonialismo.” La colonialidad
del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Edgardo Lander, ed. Caracas: Universidad Central de
Venezuela/UNESCO, 2000.
Dussel, Enrique. 1492. El encubrimiento del Otro. Hacia el origen del “mito de la Modernidad”. La Paz:
Plural/Universidad Mayor de San Andrés, 1994.
Fanon, Frantz. Piel negra, máscaras blancas. Madrid: Akal, 2009.
Lander, Edgardo. “Eurocentrism and Colonialism in Latin American Social Thought.” Nepantla: Views from
the South 1:3 (2000): 519-532.
Mignolo, Walter. Local Histories/Global Designs: Coloniality, Subaltern Knowledges, and Border Thinking.
Princeton, NJ: Princeton University Press, 2000.
---. “Colonialidad global, capitalismo y hegemonía epistémica.” Walsh, Catherine, Freya Schiwy y Santiago
Castro-Gómez, eds. Indisciplinar las ciencias sociales. Geopolíticas del conocimiento y colonialidad del poder.
Perspectivas desde lo andino. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar-Ediciones Abya Yala, 2002.
Quijano, Aníbal. “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina.” Edgardo Lander, ed. La
colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Caracas: UNESCO,
2000.
Trigo, Abril. Crisis y transfiguración de los estudios culturales latinoamericanos. Santiago: Cuarto Propio,
2012.
Wallerstein, Immanuel. The Modern World-System. New York: Academic Press, 1976.

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MODERNIDADES PROYECTADAS, PASADOS RECONSTRUIDOS: NOVELA HISTÓRICA DEL SIGLO XIX
HISPANOAMERICANO

Brenda Carlos de Andrade


brenda.carlosdeandrade@gmail.com

Una larga discusión acerca de una funcionalidad de la literatura ha dominado y, hasta cierto punto, todavía
tiene espacio en las discusiones respecto al campo de lo literario. En América esta discusión se hace aún más
relevante teniendo en cuenta que los grandes proyectos de construcción de identidades desde la Ilustración
a la Contemporaneidad suponen un tipo de intelectual comprometido que de alguna manera hace que la
literatura sea un medio de intervenir en los proyectos políticos, económicos y sociales. En siglo XIX, en
realidad desde finales del siglo XVIII hasta principios del XIX, cuando se empiezan a forjar deseos de
emancipación y con el desarrollo de la novela en el campo de la literatura, sobre todo de la novela histórica,
ese espacio de confluencia parece ubicarse en la figura del intelectual multifacético que amplifica sus
funciones ante la sociedad a través de la práctica de varios roles sociales y artísticos. La literatura se convierte,
de esta manera, en una variedad de formas noveladas de proyectos de construcción de identidades
emancipadas. Esta búsqueda por un rasgo de diferencia que marque la ruptura con la metrópolis comienza
a ganar los deseos de los colonos y ocupar los espacios artísticos. Observando las novelas históricas de la
época podemos tener acceso a proyectos específicos para la identidad independiente en proceso de
formación/construcción.

Una cantidad considerable de ese conjunto evidencia, en esa búsqueda, un deseo de incluir las nuevas
naciones en un referencial de modernidad y desarrollo que había ganado espacio con los ejemplos europeos
no hispánicos, como Inglaterra y Francia, y algunas veces con el ejemplo de Estados Unidos. Y
simultáneamente también intentan rescatar un rasgo propio que señale su identidad/diferencia ante las
otras naciones. Lo que se destaca en ese proceso es un desarrollo de la comprensión temporal de una forma
linear de manera a interpretar los proyectos nacionales a través de una creación/lectura del pasado al mismo
tiempo que proyectan un ideal de presente y/o futuro. Esa configuración podría simplemente ser comparada
con un modelo típico de construcción de narrativas sobre el pasado si, en esa época específica, el pasado no
representara una especie de lugar de negación, o sea, un punto marcado más por un subdesarrollo que por
la tan ansiada modernidad.

El conjunto de novelas históricas decimonônicas en la mayor parte de los casos puede ser dividido en dos
grupos: los que tratan del tema colonial y los que tratan de la temática precolombina. Ninguno de esos
pasados estaba bien adecuado a la idea imperante de modernidad, más allá de eso, estaban visiblemente
presos a una herencia poco o nada gloriosa. Así el movimiento de reconstrucción del pasado se convierte en
la tarea ambigua de examinarlo, para establecer una diferencia con sus marcas malditas, aunque propias del
continente, y proyectar el resultado de esa revisión histórica en una línea sucesoria que permitiera incluir la
posibilidad de modernidad para esas naciones. Pensar en cómo las ideas presentes en esas novelas
moldearon visiones para crear una imagen del continente americano se presenta como uno de los caminos
para entenderse a sí mismo y entender el hilo que traza la estructuración social e histórica de América. Para
esa ponencia, me propongo a analizar brevemente las relaciones entre la novela histórica y la construcción
de identidades que están ubicadas entre el deseo de modernidad y la necesidad de revisar un pasado que no
se puede tomar como continuidad para esa modernidad. Para ese análisis, utilizo algunas novelas históricas
del corpus de mi investigación doctoral que incluye obras desde el colombiano Felipe Pérez hasta
producciones del mexicano Eligio Ancona.

La imagen de un siglo homogéneo capaz captar un conjunto estructurado y bien articulado en sus
dimensiones de pensamiento, cultura, política y sociedad es la que se difunde de forma más natural cuando
se trata del siglo XIX. La idea de unidad de la nación, unidad cultural, los proyectos "similares" de desarrollo
científico y esa mirada hacia el futuro contribuyen para la generalización de un siglo que representa un

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potencial importante porque, como la mayoría de los tiempos/siglos, si nos dedicamos detenidamente a él,
veremos vibraciones contradictorias dentro de los modelos estándar difundidos por la lectura histórica de
ese siglo y de la difusión de estos modelos por el sentido común. Aunque muchos estudiosos hayan estado
trabajando y reafirmando la diversidad y la riqueza de ideas que estarían muy lejos del modelo homogéneo
para ese siglo, casi todos empiezan precisamente por la necesidad de deshacer esta idea como algo necesario
para el desarrollo del estudio. Como se verá, las propuestas son variadas como eran variados los ideales que
guiaban las propuestas subyacentes a los escritos ficcionales. Esa diversidad se debe justamente al lugar
maleable y fluido en el que se localiza el intelectual decimonónico frente a los acontecimientos y frente las
funciones que toma para desenvolver en la sociedad.

Uno de los puntos cruciales para pensar son las funciones o atribuciones del intelectual del período que
comprendían diversos campos de estudio (historia, ciencias, ingeniaría, etc.) y de acción (científico, político,
soldado, educador, escritor). Esa gama de espacios ocupados da idea de un proyecto global bajo el riesgo
constante de dispersión y quizás incapacidad de coherencia en los más ínfimos detalles, pero en las grietas
de la incoherencia se suelen gestar las diferencias en cada proyecto. Ellas son asociadas a los cambios
constantes durante las primeras seis décadas del XIX así como los diferentes orígenes y formación nos dicen
de una época que intentó con todas sus fuerzas crearse a sí misma de una forma bastante consciente se
comparada con períodos anteriores.

Las variaciones de modelos tomados durante esas décadas también indican un rasgo importante a ser
considerado. Durante los primeros siglos, la influencia sufrida por las colonias era filtrada a partir de España.
La metrópolis indicaba patrones y modas que serían, claramente, readaptados en el continente americano,
sin embargo no dejaban de representar el modelo prácticamente hegemónico. También en ese cuadro la
educación y la formación pasaban por un modelo guiado por la educación religiosa, o impartida por
religiosos: dominicos, franciscanos y jesuitas. La apertura proporcionada por las Independencias genera una
proliferación de nuevas referencias y en algunos casos apego a los antiguos y, hacia la mitad del siglo,
apropiación y adaptación consciente de esas referencias. No obstante, esta forma apropiada de diferentes
fuentes y países gana contenidos propios e inesperados dependiendo de la situación local a la que fue
adaptado, como afirma José Luis Romero en el prólogo de Pensamiento Político de la Emancipación:

El pensamiento escrito de los hombres de la Emancipación, el pensamiento formal, podría decirse, que
inspiró a los precursores y a quienes dirigieron tanto el desarrollo de la primera etapa del movimiento – el
tiempo de las “patrias bobas” – como el de la segunda, más dramático, iniciado con la “guerra a muerte”, fijó
la forma de la nueva realidad americana. Pero nada más que la forma. El contenido lo fijó la realidad misma,
la nueva realidad que se empezó a construir al día siguiente del colapso de la autoridad colonial. (1988, p. x)

La determinación temporal mencionada por Romero, tres fases que marcan el pensamiento político de la
emancipación, coincide, en cierto sentido, con otras divisiones del período. Esas fases van marcar la división
en bloques distintos de los documentos presentados en la compilación organizada por él. La primera fase de
los precursores comprendería desde la última década del siglo XVIII hasta 1809. Los textos pertenecientes a
ese grupo están marcados por una fuerte influencia de la metrópolis y, en muchos casos, por una ausencia
de definición o toma de rasgos nacionales, si considerados como un bloque más homogéneo. Sin embargo,
es difícil afirmar cómo y cuándo de hecho comienzan a desarrollarse las ideas independentistas, aunque para
los períodos iniciales (comprendidos entre finales del siglo XVIII hasta finales de 1830) las voluntades
explícitas y más radicales sean relativamente poco frecuentes. Por esos años, muchos movimientos se
apoyaron en lo que Romero llama de “máscara de Fernando VII”, en que los sentimientos de carácter
criollistas se escondían bajo el velo de una negación en apoyar la metrópolis dominada por Napoleón, o sea,
aparecían como una defensa del monarca cautivo.

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Los sentimientos de esos dos períodos iniciales, demarcados por Romero, demuestran un crisol de influencias
dispersas y reconfiguradas para lecturas y experiencias locales, local tanto en un sentido amplio del
continente americano como tomado en el sentido de pequeños espacios locales dentro del continente que
toman modelos para sus reivindicaciones. En ese crisol de las experiencias coloniales anteriores a las
revueltas y a las declaraciones de independencias, se asoman desde las lecturas de textos franceses de la
Ilustración (Montesquieu, Voltaire, Rousseau) a la herencia del comportamiento de religiosos como los
jesuitas, que, aun defendiendo el sistema, mantenían una cuidadosa actitud de autonomía dentro de las
colonias ante la metrópolis.

La lectura misma de los textos franceses también no era homogénea y se ha presentado bajo varios aspectos.
La principal fuente de esos textos se dio a través de intelectuales de la metrópolis que leían y se utilizaban
de elementos que parecían útiles y necesarios negando formas más radicales del pensamiento francés. La
lectura directa de esos textos también ocurrió en algunos casos especiales a través de autorizaciones
expresas de entidades pontífices, ya que constaban en las listas de libros condenados, y de lectura secreta.
Contrario a lo que se puede imaginar, el rechazo de ideas más radicales no era simplemente una imposición
de la península, los propios americanos defendían valores del sistema colonial. Un caso interesante sería el
del argentino Mariano Moreno que, al publicar la traducción del Contrato Social, suprime un capítulo y varios
pasajes en que el tema religioso es mencionado. Según su propia explicación en el prólogo: “Como el autor
tuvo la desgracia de delirar en materias religiosas, suprimo el capítulo y principales pasajes donde ha tratado
de ellas” (In ROMERO e ROMERO, 1988, p. xx). En el caso americano la religión sigue con grande influencia
movilizadora y como rasgo fuerte de la sociedad. Cabe mencionar que uno de los más radicales agentes del
movimiento de emancipación mexicana, Miguel Hidalgo, era un padre. En realidad, se puede observar ése
como uno de los puntos de resistencia a los modelos extranjeros surgidos en el período. Ese rechazo,
aparentemente paradojo, es simbólico de las contradicciones experimentadas en el período: se rechazaba la
metrópolis, aunque sólo parcialmente, pero no se apropiaba definitivamente de los modelos franceses e
ingleses. Romero define esa no aceptación como un sentimiento criollo que actúa como fuente de resistencia
a los modelos extranjeros, así lo que percibimos como elementos de la península son vistos de hecho como
elementos característicos de la colonia, el rasgo criollo. Futuramente, esa resistencia va a ser el centro de
algunas revueltas y guerras dentro de la propia sociedad americana, como, por ejemplo, la política de Juan
Manuel de Rosas en Argentina de “valoración” local y rechazo de lo extranjero que, por su vez, era asociado
al partido de los unitarios contrario al federalismo de Rosas. El binomio civilización X barbarie y las
discusiones alrededor de esa polarización también parecen alimentarse de debates llevados a cabo en que
extranjero y local juegan roles en negociaciones espaciales no siempre pacíficas, ni con fronteras
determinadas.

Una de las preocupaciones elementares e iniciales fue el debate entre las referencias que deberían tomarse
de la herencia prehispánica y de la herencia española. “La perspectiva adoptada en los textos históricos
planteaba dos posturas acerca del eje primordial de la Independencia: la ruptura absoluta con el pasado con
el pasado colonial o el rescate de esa herencia” (BETANCOURT MENDIETA, 2003, p. 87). La negación y/o
aceptación de ambas y constitución de un nuevo marco que pudiera servir de base para referencial para las
nuevas sociedades marcan los trabajos de carácter histórico que pasan a ser producidos. El problema
empezaba con la aceptación o no del modelo de España que de alguna forma se quiso negar con las
independencias. No obstante, negar ese modelo llevaría/llevó a dos caminos complejos: (1) aceptar modelos
europeos nuevos como los de Francia e Inglaterra que no se adecuaban completamente dentro del espacio
americano y con los cuales ni las elites criollas, conocedoras de Europa, ni la sociedad ex-colonial estaban
acostumbrados o (2) tomar como referencia un pasado prehispánico que no sólo parecía sumamente
extranjero para las clases dominantes como principalmente representaba en muchos aspectos una parcela
de herencia “no-civilizada” que se intentaba negar.

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Esas opciones de referencias y las dificultades implicadas en la adopción de cualquiera de ellas son visibles
en los escritos decimonónicos y fundan un marco temático en cuyo rededor van desenvolverse una serie de
visiones sobre las naciones que se formaban y el espacio geográfico en que se localizaban. “De este modo,
los escritos históricos participaron de la creación de una conciencia histórica nacional que en la segunda
mitad del siglo XIX actuó como un catalizador de la política y las relaciones sociales” (BETANCOURT
MENDIETA, 2003, p. 87). Zea, en Pensamiento Latinoamericano, deja claro como el problema de la referencia
hace parte del pensamiento latinoamericano mismo que comienza a formarse en ese siglo. Entre esas dos
alternativas, estaba la opción por la Patria Grande de Bolívar e Monteagudo, que veían esas alternativas a
partir de otro punto de vista, diferente del liberal que prevalecería después. El proyecto/idea de la Patria
Grande se agitaba entre la ruptura absoluta con las influencias españolas y el rescate de formas del pasado
anterior. No conociendo un formato definitivo, ese proyecto vislumbraba rescatar elementos de la cultura
precolombina adaptados a una organización, un modelo de confederación entre las naciones.

Otro elemento importante que marca la formación de la historia, en ese momento, es que ese carácter
utilitario del campo parece hacer migrar la producción del ámbito privado para el ámbito público. Betancourt
Mendieta afirma: En este sentido, se distinguen, sin duda, dos esferas en la constitución del pasado nacional:
la producción de este conocimiento, inicialmente recluida al ámbito privado de los “primeros historiadores”
nacionales, y la pública, asociada a los vínculos entre el poder político y los “historiadores”. (BETANCOURT
MENDIETA, 2003, p. 83)

No que ese movimiento represente un cambio total aboliendo la producción de carácter más privado, pero
el surgimiento de Institutos y Academias Históricas va a ser responsable por un enlace más intenso entre los
intelectuales productores de escritos históricos y el poder público. También está claro que el potencial para
esa relación ya existía se consideramos las fronteras porosas en que se localizaban los intelectuales del
período. Cuando hablamos, entonces, de es acercamiento mayor de la historia con el poder público, lo que
se está enfocando es la relación didáctica de esa disciplina para la formación de la identidad nacional a través
del establecimiento de monumentos históricos, de fechas cívicas conmemorativas y de la educación escolar.

La historia llegó a ser así una importante herramienta para crear comportamientos patrióticos y fomentar un
sentimiento de lealtad frente al Estado. Esta finalidad presupuso que la historia podía ser un instrumento
para la “formación de la conciencia nacional, para la identificación con la patria y el patriotismo”.
(BETANCOURT MENDIETA, 2003, p. 90)

En verdad, ambas funciones seguirán existiendo y su cruce se dará, sobre todo, a través de las Academias e
Institutos Históricos, que muchas veces tuvieron sus orígenes en salones literarios. La mudanza, entonces, se
ubicará en un uso más oficializado de la historia que pasará a ocupar espacios explícitamente políticos en la
formación de los ciudadanos, jugando así un rol fundamental. Ese nuevo aspecto de los escritos
historiográficos se hace interesante porque visaba simplificar un conocimiento que, al ser institucionalizado,
se volvía, sino inaccesible, ya que circulaba entre el público escolar, por lo menos pesado y dificultoso. El rol
político de la historiografía aparece principalmente en el carácter publicista que la disciplina gana en el
momento a través de la difusión de monumentos e símbolos nacionales y de versiones/interpretaciones
aceptables y de fácil asimilación del pasado en forma de novelas y cuentos, por ejemplo. A esa preocupación,
se soma otra más formal de la difusión del conocimiento histórico en niveles escolares más básicos, o sea, la
introducción de la historia nacional para los nuevos grupos de niños que pasan a integrar las escuelas, cada
vez más difundidas a partir del siglo XIX.

Esa propagación del contenido histórico no era algo irrestricto, obedecía las reglas específicas y pasaba por
discusiones y debates propios promovidos o establecidos entre grupos “autorizados”, el ya mencionado
grupo de intelectuales multifacéticos, políticos y militares de altos escalones. A esos grupos formados en el
período, se podría atribuir el concepto de “sociedades de discurso” elaborado y discutido por Foucault en A
ordem do discurso. Para el autor, esas sociedades son grupos “cuja função é conservar ou produzir discursos,

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mas para fazê-los circular em um espaço fechado, distribuí-los somente segundo regras estritas, sem que
seus detentores sejam despossuídos por essa distribuição” (2010, p. 39). La configuración de grupos de lo
que podría ser llamado la elite intelectual/ilustrada pensando y construyendo los símbolos nacionales cumple
la función de esas sociedades de discursos definidas por Foucault. Pese a que esos símbolos fueron hechos
para la divulgación y la circulación de elementos cohesivos que empezaban a ser plasmados junto con la
creación de nuevas naciones, la llave y la autorización para discutir lo que debería componer un “nuevo”
sistema de símbolos para cada nación permanecían restrictas a esa élite. Los grupos de rapsodos citados por
Foucault, como ejemplo de sociedad de discurso, configuran bien esa ambigüedad entre la divulgación de los
discursos y su creación o dominio sobre su palabra. Como afirma o autor francês, “entre a palavra e a escuta
os papéis não podiam ser trocados” (2010, p. 40). Los intelectuales del período constituían, de esa forma,
sociedades de discurso que a través de la institución de la historia como disciplina y su difusión a partir de
diversos géneros de escritas pasaron a formar (inventar y crear también serían verbos apropiados, a
depender de la postura de cada investigador) las naciones latinoamericanas en proceso de construcción.

Pensar esos intelectuales como sociedades de discursos no implica afirmar que todos adherían o seguían una
propuesta única o cohesiva para pensar los postulados base que determinarían la escrita y la comprensión
del pasado histórico. En realidad, muchas de las polémicas del siglo XIX se desenvolvieron sobre modos de
pensar la concepción de historia, los modelos y los elementos que deberían ser tomados para su
construcción. Lasarte Valcárcel empieza su ensayo “El estrecho XIX” discutiendo justamente la idea
homogeneizadora que se mantiene sobre la América Latina. En primero lugar parte del pensamiento
integrador que piensa la América Latina como conjunto cohesivo de análisis para, a partir de ese punto,
proponer la diferenciación de grupos y posturas que durante el período de formación tenían mucho menos
de homogéneos de lo que hace suponer la visión contemporánea respecto a ese momento histórico. Si, por
un lado, el autor critica incluso el rótulo de América Latina bajo el cual pensadores importantes como
Leopoldo Zea y Arturo Roig parecen crear abstracciones teóricas que omiten la realidad específica de cada
local, por otro lado, según él, la visión de rupturas propuesta por Ángel Rama en La ciudad letrada también
no condice con ese objeto aparentemente amorfo que es objeto de esos estudios. Lasarte Valcárcel deja
entrever una imposibilidad de estudios amplios y abarcadores ya que ellos omitirían la heterogeneidad del
conjunto. Aunque no comparta de la idea de esa imposibilidad, el argumento del texto es extremamente
importante, una vez que, aun tomando América Latina como conjunto pasible de ser estudiado en su
integridad, o dentro de una integridad posible, definir el espacio de las diferencias es una forma de surcar el
camino sin imponer rótulos previos y comprendiendo las ambigüedades e idiosincrasias que constituyen el
continente americano, sobre todo la parte llamada latina.

Una observación semejante a esa hace Santiago Castro-Gómez en “Geografías poscoloniales y


translocalizaciones narrativas de ‘lo latinoamericano’” al comentar el libro Against Literature de John
Beverley. El argumento Beverley se desarrolla a partir de la tríade de personajes shakespearianos de La
tempestad que pasaron a integrar el imaginario identitario de América Latina: Calibán, Ariel y Próspero. En
las páginas de estudios, Próspero representa el colonizador, Ariel una élite intelectual y Calibán, el pueblo.
La marcación positiva o negativa entre Calibán y Ariel ha variado en el tiempo. El conocido ensayo Ariel, de
José Enrique Rodó, atribuye a América Latina el rol de ese personaje, sino completamente desenvuelto por
lo menos como objetivo/modelo. Roberto Fernández Retamar, décadas después, en Calibán: apuntes sobre
la cultura de nuestra América se pone al lado de Calibán. El elemento que Beverley trae como evidente es
que, independiente de que el pueblo realmente sea asociado más a la figura de Calibán que a la de Ariel, es
a través del discurso de ese último (que es un representante de las clases intelectuales latinoamericanas) que
el primero aparece en las discusiones sobre el ser latinoamericano. La toma de Calibán como representativo
cultural más próximo de un ser latinoamericano omite, o por lo menos no deja evidente, que toda la discusión
respecto esa identidad darse en un campo académico-intelectual que reproduce los patrones de saber de las
excolonias, del mundo occidental. Como ya había comentado anteriormente, las estructuras de saber que
formaron esos espacios nacionales son legados culturales de Europa, el reconocimiento mismo de nuestra

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otredad se revela un paradigma invocado e inventado por la Europa del siglo XVI que se confronta con
espacios y seres que ella no es capaz de reconocer o explicar por los modelos ya conocidos.

Me parece, sin embargo, curioso el hecho de que, aun guiándose por esa argumentación, tanto Beverley
como Castro-Gómez (1998: 13) tienden a evaluar la literatura del siglo XIX como una reproducción de la lógica
hegemónica del colonizador, como un nuevo proceso de colonización. No obstante, por más que Ariel repita
el discurso de Próspero, su discurso nunca será el de Próspero. No significa decir que el discurso intelectual
de la época no repita una lógica de exclusión y de subalternización de varios sujetos sociales (mujeres, negros,
indios, etc.), pero siempre es importante acordar que imponer la visibilidad de las orillas en ese período como
un proceso más general no deja de ser un anacronismo. De una forma muy clara, la literatura y la historia
estuvieron reproduciendo modelos coloniales, ya que la invención de algo como historia o literatura hace
parte del mundo cultural eurocéntrico, u occidental. Al retomar tales conceptos, sin embargo, la
intelectualidad latinoamericana no deja de inserir dados nuevos, pequeñas subversiones conscientemente o
no de tal hecho. Las polémicas sobre el concepto y las formas de escribir la historia son un ejemplo de eso,
se inscriben en un campo discursivo que intentará primar por traducir las nuevas naciones buscando sus
orígenes y, al mismo tiempo, intentando inscribirlas en los nuevos patrones del proceso de
modernidad/modernización que pasan a vigorar a principios del XIX, especialmente en su mitad final.
Intentar establecer vínculos con el pasado o negarlos tácitamente son puntos basilares de esas polémicas,
que de alguna forma pasaron a integrar también posturas que pueden ser identificables en las novelas
producidas en ese período.

Un Peri de José de Alencar, o un Huayna Capac de Felipe Pérez, o un Cuauhtémoc de Heredia o de Avellaneda
demuestran un entendimiento de los indígenas mucho más cercano de ideales iluministas de lo que
realmente podían ser o fueron esos personajes ficcionales o históricas. No quiero con eso afirmar que esos
personajes son europeos con ropas indígenas, lo que se suele hacer con relación al personaje del autor
brasileño, pero que, como intento relativizar, tales construcciones hablan y demuestran por vías no
exactamente directas las ambigüedades referenciales de que padecieron las sociedades del período.

Un punto interesante respecto a las discusiones y polémicas llevadas a cabo por intelectuales historiadores
del período en relación a una idea o modelo más preciso de historia parece residir en una encrucijada surgida
a principios del XIX sobre los modos de enseñar la historia. Ortiz Monasterio llama atención para el caso
específico de la polémica entre José María Lacunza y el Conde de la Cortina afirmando que “en el fondo del
debate está la necesidad expresa de formar hombres de Estado y el imperativo implícito de ubicarlos, de
hacerlos pertenecer a la moderna civilización” (2004, p. 55). En la base de la idea de formación de un hombre
del Estado está la de enseñanza, de cómo enseñar la historia de la nueva nación y sus símbolos moldando las
mentes más jóvenes. Aunque esa observación sea elaborada teniendo como foco la situación de México, no
deja de ser evidente que, en otras regiones de Hispanoamérica, la preocupación con la historia ha caminado
lado a lado con la preocupación didáctico-educativa y que flotaba sobre ellas el proyecto en construcción de
las identidades y símbolos nacionales. Las historias escritas en el siglo XIX no escapan a ese circuito entre
nacionalidad, ciencia y educación – la ciencia respaldaba los elementos de la nacionalidad que deberían ser
enseñados a los nuevos ciudadanos y, principalmente, a los ciudadanos más jóvenes. En ese circuito también
puede ser colocada una polémica como la de Bello y Lastarria, que aun no enfocando directamente los
aspectos educativos se inscribe en el ámbito universitario lo que per se ya indica un espacio determinado de
cierto nivel didáctico que subyace a la polémica.

Así la discusión sobre los conceptos y nociones de historia desarrollados en Hispanoamérica en ese período
debe considerar que la frontera entre la literatura y la historia ocupaba un espacio diferente de lo que hoy
situamos, ficción y realidad significaban y hablaban de cosas diferentes y el concepto mismo de verdad varia.
Esa relación se insería en una búsqueda más amplia de identidades y símbolos nacionales, que hacían de la
ficción, en la mayor parte de las veces, un aliado de la historia, porque, más que la necesidad de delimitar el
campo de una disciplina, los intelectuales del siglo XIX intentaban construir una nación con los elementos

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más útiles a esa construcción. La historia y la literatura, ficción, componían ese arsenal que era poco sensible
a otras distinciones, menos urgentes para aquel momento histórico.

El siglo XIX, en el Occidente por lo menos, está marcado por una preocupación con el carácter histórico y la
formación de la Historia como disciplina y ciencia. América Latina, en ese sentido y aun pasando por
cuestiones propias en relación a la consolidación de sus espacios, no escapa a los lazos forjados, durante la
colonización, de su vínculo con el mundo occidental, representado, en ese momento, por Europa como
núcleo de influencia. Quizás por el carácter de los cambios ocurridos en el continente americano, el
surgimiento de la historia como disciplina gana un sentido específico en ese período para las naciones
latinoamericanas en formación. El desarrollo de la práctica historiográfica parece constituir así un espacio de
fronteras porosas que se inmiscuye en diversas prácticas cotidianas visando a la formación, reflexión y
enseñanza de las cualidades y fronteras de los nuevos países que comenzaban a delimitarse con los
movimientos de Independencia. Los primeros historiadores, en ese panorama, desempeñan un rol difuso y
difusor de las ideologías circulantes con respeto a la historia y sus contenidos. Doris Sommer llama la atención
para una frontera poco definida entre el escritor de ficción/literatura e el político/estadista (statesman). Las
funciones del que mejor sería llamar “intelectual actuante” son amplias e envuelven, para el período, una
cadena poco restricta de áreas predeterminadas. En verdad, ese intelectual era una especie de heredero del
intelectual humanista del siglo XVIII y un precursor de aquél más tecnicista de finales del XIX y comienzo del
XX. Quizás por ese motivo las formas o géneros que utilizan para divulgar el saber/conocimiento son también
fluidos: ensayos, cuentos, novelas, tratados, todos de alguna manera abordan las problemáticas
fundamentales para el XIX, dentro de esos géneros y disperso por varios de ellos la preocupación en escribir
la historia ocupaba un lugar principal. Escribir esa(s) historia(s) parecía constituir una especie de compromiso
como argumenta Betancourt Mendieta (2003, p.83).

El lector, en ese panorama, aparece como un eslabón fundamental en la cadena del desenvolvimiento
intelectual. El tipo de lector o público parece así determinar la forma como serán escritas esas verdades
históricas para ser mejor leídas o mejor asimiladas. Un tratado histórico y una novela histórica podrían tener
fundamentalmente la misma base y las mismas referencias a documentos del pasado, pero anhelaban
públicos diferentes y, por eso, en su forma enfocaban ciertos puntos con mayor o menor relevancia, con más
o menos profundidad. En verdad, la tríade lector, medio de divulgación y carácter de la obra es fundamental
para entender cómo van desenvolviéndose o no las fronteras entre las disciplinas. La novela histórica preveía
un público amplio y sin profundidad intelectual, pero que necesitaba entrar en contacto con su pasado,
conocerlo así como querían las nuevas instituciones que se estaban formando, por eso tenía un carácter
educativo/pedagógico y fue divulgado, sobre todo, en los periódicos de la época que tenían una difusión más
amplia entre varios tipos de público. A pesar de ese rasgo de intención “popular”, ese material literario
englobó las preocupaciones fundamentales que circulaban y fundamentaban la historia en formación.

En mi tesis de doctorado analizo un conjunto de once novelas históricas que dialogan con el pasado de forma
a proyectar nuevas posibilidades de futuros para sus naciones relacionándolos con tiempos históricos que
pretendían (re)construir: “tiempo mítico” de origen y formación del espacio americano; período colonial; y
tiempo fronterizo. Esa división se presentó como una forma interesante porque cada una de esas divisiones
implica una forma diferente de comprender la función y uso de la novela histórica en esas primeras décadas
del siglo XIX. Alejandro Araujo Pardo en su tesis de doctorado Usos de la novela histórica en el siglo XIX
mexicano propone que para las novelas históricas existieron tres usos básicos de ese género: (1) moralizar
siguiendo el precepto de la historia como magistra vitae, (2) enseñar la historia de manera entretenida, pero
legítima, y (3) llegar a través de la ficción donde los documentos históricos y, por consiguiente, la historia no
llega. El primer uso aun está asociado a una forma heredera de los principios de la Ilustración quizás su
antecesora más directa. En ese uso, se encuentran las novelas producidas sobre un pasado mítico basado,
sobre todo en lecturas de esquemas del pasado anterior a la llegada de los españoles yendo hasta el
encuentro con esos. La segunda función se encuentra tanto en lo que llamo de novelas fronterizas como en
las que trabajan con el período de estabilización de la Colonia, la diferencia es que los fronterizos aun

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intentan tratar la temática del indígena situándose entre el mundo “civilizado” y “no civilizado”. Las
fronterizas son pasibles de ser encuadradas en los tres usos propuestos por Pardo. Ya las novelas del período
colonial suelen tratar sólo con los últimos usos propuesto por Pardo, lo que es interesante, pues son
justamente esos que tratan de temas/historias más próximas del presente del autor.

Las novelas La novia del hereje o la Inquisición en Lima (1843 – folletín – y 1854), de Vicente Fidel López,
Martín Garatuza, de Vicente Riva Palacio, Amalia, de José Mármol, representan el grupo de las novelas
históricas del período colonial, aunque esa última se sitúa en el límite de lo que algunos estudiosos
consideran como novela histórica. Amalia es un relato sobre las guerras cívicas trabadas entre federalistas y
unitarios y fue escrito casi contemporáneamente a los eventos que relata. Se trata así de un caso interesante
por dar tratamiento de pasado a un hecho casi presente presumiendo, quizás la importancia histórica de los
eventos narrados así como también anhela gravar una especie de relato sobre el mal surgido de la desunión
(representado tanto por la guerra entre “hermanos” como por el carácter separatista propuesto por el
sistema federalista, villano de la historia junto con su representante mayor el General Juan Manuel de Rosas).
En ese conjunto, la noción de modernidad es proyectada en un futuro vinculado en general a formas que
representan un punto de corte con la herencia colonial, con un aprovechamiento de referencias de
modernidades de países como Francia e Inglaterra. No obstante, esa nueva referencia aparece en general
modelada por un contexto local.

Las novelas Jicotencal (1826), de José María Heredia, Huayna Capac (1856), Atahualpa (1856), Los Pizarros,
(1857), y Jilma, de Felipe Pérez, Guatimozín (1846), de Gertrudis Gómez de Avellaneda y Los mártires de
Anáhuac (1870), de Eligio Ancona, representan las novelas que tratan de un pasado mítico. Aun estando
ancladas en hechos históricos y figuras importantes del inicio de lo que sería la formación del continente
americano, todas parecen cargar la intención de indicar o de enseñar una formación de un principio e de
fundación y, como tal, también justificar los problemas y conquistas del presente. El contenido moralizante
se encuentra en todas las obras en mayor o menor grado ya que los problemas presentes parecen ser frutos
de actos no dignos cometidos por esos personajes en el pasado. La obra de Felipe Pérez puede ser entendida
dentro de ese espacio que intenta moralizar y enseñar por el ejemplo dado, pero que no deja de ser menos
histórico. Cada una de las obras de ese conjunto tiene una base profunda en comentarios históricos y crónicas
a los que los autores nos remiten con frecuencia, tanto a través de las notas de pie de página, que poseen un
valor inestimable para análisis, como en el cuerpo do texto mismo en que largos fragmentos de cronistas
como José de Acosta son citados. Existe una necesidad más evidente de anclar los nuevos proyectos de
modernidad en una revisión y aprovechamiento del pasado, sea él indígena o español.

Las novelas Caramurú (1848), de Alejandro Magariños Cervantes, Lucía Miranda (1860), de Rosa Guerra, y
Lucía Miranda (1860), de Eduarda Mansilla de García, forman un conjunto un poco más fluido que transita
entre los espacios de los otros dos conjuntos anteriores. Implica un material un puco más problemático por
parecer constituirse como una panacea de todas las categorizaciones anteriores. Sin embargo, ese
suplemento es profundamente interesante por colocar en confronto, no sólo la referencia histórica más
obvia, la posibilidad o imposibilidad del encuentro entre nativos y europeos. Los personajes principales de
esas novelas son, prácticamente todos, creaciones de sus autores, pero que transitan por un fondo histórico
real como es el caso de Caramurú, especie de novela gauchesca con rasgos indigenistas cuyo fondo histórico
son los movimientos de independencia. La excepción sería, en ese caso, Lucía Miranda presuntamente un
personaje histórico cuya existencia nunca ha sido probada constando así más como un elemento de las
leyendas fundacionales que como un personaje “histórico” de existencia comprobada.

Formas antiguas de percibir el pasado perduran en la escrita de esas novelas y van cambiando con el paso
del tiempo, creando distintos modelos de aprender y escribir la historia dentro de lo que se llama literatura.
La relación entre los campos de la historia y de la literatura no siempre se estableció bajo los parámetros que
la rigen hoy día, por eso ficción y realidad no siempre fueron substantivos asociados a la literatura e a la
historia. Por no tradujeren las mismas expectativas entre el público actual y el público decimonónico es que

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el paradigma ficción y realidad no funciona tan adecuadamente para la lectura de esas novelas. Las
construcciones de las nacionalidades que dependían tanto de la creación simbólica como de la creación
política forjan una grande parte del material escrito. Las novelas históricas, incluidas en ese contexto de
creación de la nacionalidad y de revisión y construcción de una historia particular y local, contribuyen para la
historia nacional, siendo así indisociables de escritos más teóricos y académicos que se proponían a
consolidar los mismos objetivos.

La diferencia en los usos atribuidos a las novelas históricas es uno de los primeros elementos que Alejandro
Araujo Pardo (2006) señala en su tesis de doctoral. Como mencionado antes, el estudio de ese género en el
trabajo del historiador mexicano se refiere específicamente al XIX en su país, sin embargo las tres fases
establecidas por él pueden ser retomadas para un contexto más abarcador de análisis como para
Hispanoamérica, respetando las particularidades de cada local o país.

Lo(s) proyecto(s) de nacionalidad no necesariamente era(n) semejante(s), aun entre conterráneos. Cada
grupo reivindicaba algo distinto, así como cada local, cada país, producía y escribía sobre aspectos que eran
más esenciales, y eso se reflejaba en los escritos. La tiranía como fuerza nociva, por ejemplo, es el eje
fundamental bajo el cual van forjándose las novelas argentinas. La opresión del gobierno español, reflejada
después en el gobierno de Juan Manuel de Rosas, amplifica la preocupación de los escritores con todas las
formas de tiranía. Ese rasgo agrega aun un comprometimiento más evidente de esas producciones. En el
contexto mexicano, la preocupación con la tiranía se reflejaba más en lo que concierne a sus formas
religiosas. El tribunal del Santo Oficio ocupa, entonces, un local importante en las memorias que no deben
ser olvidadas por representar un rasgo perturbador y casi maléfico.

La presencia indígena como parte de la tradición histórica es otro rasgo recurrente entre las producciones de
novelas históricas y puede aparecer de forma más o menos fuerte a depender del local tratado. En la tradición
peruana y mexicana, ese indígena pasado, tomado como modelo glorioso, se vuelve un personaje posible,
aun, y quizás especialmente, cuando el indígena contemporáneo no podía representar la nacionalidad. La
bravura de los héroes que resistieron a la invasión española era un mito de un principio de nacionalidad avant
la lettre que funcionaba bien para esos dos países que podían considerar los nativos civilizados o
parcialmente civilizados. En el caso de la región platina, esa exaltación no era evidente, ni quizás posible
como se puede ver en las novelas homónimas de las dos escritoras argentinas tratadas en el tercero grupo.
El indígena, aun cuando tenía buen corazón, nunca dejaba de ser un bárbaro. Esa toma ficcional del indígena
como bárbaro reflejaba las relaciones locales entre la sociedad colonial y los indígenas, que nunca llegaron a
tener ningún de los privilegios concedidos a las élites incas e nahuatls.

El contenido de esas novelas históricas y también las relaciones establecidas por ellas entre el campo de la
literatura y de la historia forjaron nuevas formas de comprender el espacio hispanoamericano. La encrucijada
de la identidad, o de la formación de identidades continuará siendo desarrollada y suscitando
cuestionamientos, aun después de décadas. Parece difícil comprender el fenómeno del boom
latinoamericano, sin entender una necesidad expresa de muchos intelectuales de buscar una identidad local
(aunque fuera una identidad artística local). La postura de intelectuales críticos de fines del siglo XX y
comienzo del siglo XXI, que proponían una lectura descolonial (Mignolo e Quijano, por ejemplo), habla
también de alguna forma de esa identidad/identificación local, que claramente ya no se identifica con un
modelo de nacionalidad homogéneo y estanque, pero intenta aun trazar formas y diseñar modelos para
leerse a sí mismo dentro de un sistema-mundo que constantemente identifica América Latina con o espacio
al margen de los centros culturales y comerciales. La identidad nacional ya no pasa, en ese contexto, a ser
una preocupación, incluso porque una parte considerable de esos intelectuales contemporáneos va
desconfiar de la homogeneidad de los discursos nacionales.

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Se observa un deseo de crear antes, de proyectar el futuro, muchas veces sin una comprensión cuidada de
la situación presente. Eso hace de esos proyectos bocetos concretos que ganan vida a pesar de ellos mismos.
Las novelas históricas son mapas concretos de un deseo de crear y proyectar el futuro. Crear el futuro, en el
caso de las naciones recién independizadas, era crear/inventar una tradición, un pasado, pero a partir de los
nuevos deseos de las élites criollas ya no vinculadas a España, o sea, era una proyección del presente. Muchas
de las novelas históricas hispanoamericanos evocan un trazado, bajo el cual se instituyó el deseo de las
naciones emancipadas, por eso bajo el trazado aparentemente rectilíneo, “a cordel y regla” semejante al de
las ciudades estructuradas en el período colonial, se sobrepone un tejido histórico simbólicamente relevante
para esa nueva identidad, creando nuevas y longincuas tradiciones que continúan esparciéndose por las
calles y avenidas de las ciudades.

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dezembro de 1970. 20 ed. São Paulo: Ed. Loyola, 2010.
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SOMMER, Doris. Foundational Fictions: the national romances of Latin America. Berkeley/Los
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ZEA, Leopoldo. El pensamiento latinoamericano. Barcelona: Ariel, 1976. Disponível em:
<http://www.ensayistas.org/filosofos/mexico/zea/pla/>. Acessado em: 10 mar. 2011.

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DE LA PERIFERIA AL CENTRO.
LA NOVELA FINISECULAR DEL EJE CAFETERO

César Valencia Solanilla


Universidad Tecnológica de Pereira
Colombia

A manera de Introducción

El final del siglo XX en Colombia estuvo afectado por numerosos fenómenos culturales como la globalización,
el desarrollo de las tecnologías informáticas modernas, la instauración de la Red de Internet, la
automatización, las concentraciones de poder, el predominio de las imágenes visuales, como factores
generales del mundo contemporáneo en sus manifestaciones objetivas de un orden nuevo y caótico; al
mismo tiempo, se agudizaron fenómenos como la fragmentación y escisión del ser, el desarraigo existencial,
la crisis de los metarrelatos de la modernidad, la quiebra de los valores en la esfera de lo individual y colectivo.
Todos estos aspectos han influido considerablemente en la búsqueda de nuevos universos del sentido, que
la literatura revela en sus diversas manifestaciones, ya que el discurso literario refleja y recrea la realidad,
para generar mundos imaginarios que puedan expresarlo en su complejidad.

La novela colombiana de final de siglo en general, y la del Eje Cafetero en particular, en esta perspectiva, han
asimilado creativamente estos factores a través de obras significativas que es preciso estudiar y valorar desde
una perspectiva interdisciplinaria, dando prioridad a los valores estéticos, en contextos abiertos a nuevas
sensibilidades que tiendan a eliminar los cánones tradicionales y faciliten «cánones sueltos» conforme la
afirmación de Pineda Botero1, que sirvan para recusar valores como la «universalidad», las visiones
organicistas del mundo, las nociones de «modernidad» y «posmodernidad», los estudios de género, la
identidad nacional, y, por el contrario, sirvan para instaurar el multiculturalismo y la identidad regional.

Para la investigación literaria contemporánea, es una necesidad y un reto cuestionar los centros culturales
de poder y por el contrario avocar los complejos e interesantes procesos que se vienen dando en las regiones,
de tal forma que se puedan invertir los tradicionales enunciados de «planetas y satélites» 2, el mundo
organizado en torno a un centro, la dependencia regional, los mercados editoriales y otros fenómenos
concurrentes; por el contrario y como expresión de nuevas tendencias investigativas, se tiende a pensar cada
vez más que desde la periferia se replantea el centro, que las regiones en su conjunto son marcadores más
eficaces para entender el proceso general de la literatura en Colombia. La antigua dicotomía entre el centro
y la periferia, con los notables avances de la globalización y la informática, que le permiten al ser humano
acceder a muchas formas de saber e información, desde luego que han desvalorizado la dependencia de los
centros de poder, y en lo que hace a la creación literaria, los nuevos instrumentos de que dispone el artista,
es decir, la realidad virtual, la presencia abrumadora y a veces caótica de la redes sociales, la consolidación a
su vez de redes especializadas en literatura y disciplinas afines, han borrado los límites de esa dicotomía.
Ahora el escritor es contemporáneo del mundo, y en el mejor sentido del término, se puede ver con amplitud
el universo desde la aldea. Por lo tanto, la influencia se ha ido invirtiendo y no se necesita ya pertenecer a las
élites culturales del poder central para obtener un reconocimiento, en la medida en que estos cánones han
ido también modificándose.

1 Álvaro Pineda Botero. La fábula y el desastre. Estudios críticos sobre la novela colombiana 1650-1931. Colección
Antorcha y daga. Fondo Editorial Universidad Eafit, Medellín, 1999.
2 Seymour Menton. La novela colombiana: planetas y satélites. Plaza y Janés, Bogotá, 1978.

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En este sentido, se han ido consolidando propuestas más sugestivas para el estudio de la literatura
colombiana contemporánea, y en particular de la novela, que dan prioridad a los conceptos de escritura y
oralidad, lo moderno y lo tradicional, las estrategias narrativas del punto de vista de la voz narrativa que
genera una particular visión del mundo, la autoconciencia, entre otros, como lo reconoce el mismo Pineda
Botero en el texto aludido.

En esta ponencia se intenta una síntesis de una larga investigación que publicamos en 2006 con el título
mismo en esta mesa redonda, es decir, De la periferia al centro. La novela finisecular del Eje Cafetero. A partir
de la hipótesis que se esbozó sobre la inversión de los procesos culturales mediante los cuales ahora puede
afirmarse que es la periferia la que incide y transforma el centro, al tiempo que no pueden invocarse las
marginalidades político-culturales para minimizar la producción artística que se hace en la periferia y que no
basta congraciarse con la invisibilidad para asumir el ninguneo o la exclusión, se trata ahora de presentar, así
sea de una manera un tanto esquemática para un foro tan amplio como este, cómo se ha dado el proceso de
renovación artística en una región muy singular del centro-occidente colombiano denominada el Eje
Cafetero, del que van a dar cuenta los otros ponentes de esta mesa, a través de miradas y enfoques bien
singulares. En mi caso, intentaré una aproximación a las características principales que pueden estudiarse,
las temáticas recurrentes y los aportes principales de la producción novelística, quizás el género literario más
destacado en esa parte de Colombia.

Como se dijo, la perspectiva de análisis es interdisciplinaria, en la medida en que se pretende ofrecer una
visión más o menos integral de los procesos culturales que pueden estar representados en las novelas de la
región del Eje Cafetero (integrado por los departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda), tales como la
modernización y transformación de lo urbano, la crisis cafetera, la presencia del narcotráfico, los
desplazamientos sociales, la violencia social y política, la hibridación cultural, la noción de “tiempo mestizo”,
el sincretismo religioso popular, el erotismo, la construcción de nuevos mitos e imaginarios simbólicos, desde
el punto de vista de procesos sociales, económicos, ideológicos y por políticos; y de la oralidad, la
resemantización del habla, la autoconciencia, las variadas formas de la metaficción y otros aspectos que
pueden asumirse como marcadores finiseculares, en lo concerniente a la literatura.

Para facilitar el diálogo y la aproximación interdisciplinaria, se toman como bases algunos planteamientos de
la sociocrítica y la crítica de la recepción, advirtiendo que no se trata de profundizar en aspectos puramente
teóricos que ya han sido estudiados con largueza por otros autores3, sino de proponer unos presupuestos
básicos para identificar los fenómenos culturales regionales referentes a la literatura, y de dar cuenta,
mediante estudios específicos, de la obra novelística de los más destacados escritores y escritoras de la
región, al igual que hacer una relación crítica, con elementos básicos de la crítica literaria, del conjunto de
obras publicadas y que están referidas en la Bibliografía.

En la investigación elaborada se realizaron un conjunto de ensayos sobre las novelas y los autores más
significativos de la última década (a partir de 1990), en los que puedan identificarse nuevos cánones,
derivados fundamentalmente de valores estéticos y de la manera como a través de ellos se representan los
imaginarios simbólicos de los sujetos culturales, los procesos históricos y sociales, la transformación de la
sociedad, los grupos sociales y los individuos. Y se estudió el enlace entre estos nuevos cánones y el proceso
de irradiación desde las regiones al centro, como factores culturales determinantes de las últimas décadas;
es decir, la manera como se configura la relación de la periferia al centro.

3 Nota sobre la sociocrítica y la teoría de la recepción.


18
Sobre los nuevos cánones

La noción de «canon» en literatura ha sido estudiada por importantes críticos del mundo contemporáneo
como Michel Foucault, Pierre Bourdieu, Edmond Cros, Hans Robert Jauss, George Steiner, Harold Bloom,
entre otros, tratando de establecer los criterios que permitan consagrar una obra literaria como
representativa en la historia de la literatura. El aporte que han hecho estos críticos hace que el concepto de
«canon» haya sido puesto en cuestión, en especial a partir del libro de Harold Bloom4, que formula radicales
cuestionamientos a las visiones que pretenden totalizar y validar la obra literaria a partir de dogmas
filosóficos, ideológicos o religiosos, reclamando la necesidad de priorizar siempre la perspectiva estética, la
«extrañeza» y «autoconciencia» que generan las obras literarias, siendo éstas la expresión relativamente
acabada del lenguaje y una particular visión del mundo y del hombre.

A partir de las teorías de Bloom, puede afirmarse que existe una crisis de los cánones, equiparable o paralela
a la crisis de los metarrelatos, por lo que es indispensable una reformulación de las obras literarias a la luz de
una nueva estética, de una nueva sensibilidad frente al arte que no es derivada exclusivamente de ningún
dogma, ideología o circunstancia histórica, sino de la conjunción de estas formas un tanto «inéditas» de
apreciar los fenómenos y procesos culturales y artísticos. El canon, en este sentido, es un «canon flexible»,
que no pretende revelar valores universales, sino que parte de las singularidades de la obra desde el punto
de vista de la construcción formal y de la visión propia del mundo que allí se representa.

En la investigación se demostró, entonces, cómo las obras literarias más representativas se han ido
encargando de transformar la noción misma del quehacer artístico, de la naturaleza del discurso literario y
que no existen fórmulas que delimiten los géneros, pues cada vez se tiende más a la hibridación, para asimilar
los vertiginosos avances de la técnica, que inciden en la concepción misma del arte y del hombre. En este
sentido, son los autores más jóvenes y los veteranos que no se han conformado con el relativo éxito que han
tenido sus obras, los que hacen propuestas más innovadoras, que inciden positivamente en la transformación
del concepto de canon como instrumento relativamente estático para la valoración de las obras literarias.
Estas propuestas se derivan del interés hacia las expresiones vanguardistas de la modernidad relacionadas
con los aspectos formales del lenguaje, la estructura, las técnicas narrativas, y que han encontrado en la
novela el espacio privilegiado, como símbolo de lo contemporáneo y cambiante. Al abordar las 58 novelas
que representan el corpus estudiado se procuró establecer esa convivencia no problemática entre visiones
diferentes y contradictorias del arte que posibilita la valoración de las obras literarias desde nuevas
perspectivas de análisis y la manera como han ido influyendo en el oficio de escritor. En este sentido, debo
recalcar que en todo este corpus algo es muy evidente e interesante: todo está puesto en cuestión, se
vislumbran nuevos cánones en la dialécica misma del proceso, y cada vez los juegos lingüísticos, la
metaficción, la intertextualidad, la hibridación de los géneros, el autoplagio, la autoconciencia y otras tantas
manifestaciones de lo que comúnmente se llama “posmodernidad”, han dejado de ser artificios formales y
se han asimilado como formas renovadoras del arte literario y de la visión del hombre y del mundo.

De la periferia y el centro

En las últimas décadas del siglo XX en Colombia es perceptible el fenómeno de la relativización del centro,
no sólo desde la perspectiva de lo filosófico como consecuencia de la crisis de los metarrelatos, sino de los
procesos culturales que atañen de manera directa a la producción literaria, en la medida en que los núcleos
de poder y decisión se han ido difuminando, para dar paso a nuevas formas de expresión que no sólo intentan
sino que realizan el enunciado de la contemporaneidad con el mundo. La dicotomía centro/periferia,
civilización/barbarie, nacional/local y otras formas de estandarización de una vieja y efectiva problemática

4 Harold Bloom. El canon occidental. Barcelona: Anagrama, 1995.

19
que por lo general se refiere a los albores de la llamada modernidad, en donde la voz monologal del centro
definía y dictaba los cánones, se ha vuelto relativa y en muchos aspectos, ha desaparecido.

Como el mundo tiende más a la búsqueda de las esencias que a la reafirmación de las apariencias, la literatura
que se hace en las llamadas “regiones” (es decir, los territorios que no pertenecen al centro desde la
perspectiva de lo geográfico y lo político), no se diferencia de manera radical a la que se produce en las
grandes metrópolis, como sí lo era antaño, cuando era indispensable la legitimación de esos grandes centros
de poder para la existencia misma de las expresiones literarias auténticas. En toda la América Latina, este
fenómeno hizo que inicialmente sus propias urbes fueran dependientes de los centros metropolitanos
europeos y norteamericanos, de tal forma que el canon para la valoración del producto artístico debería
necesariamente pasar por estos centros urbanos, manteniendo durante mucho tiempo en el ostracismo a
variadas manifestaciones culturales que se estuvieron produciendo en las capitales y grandes ciudades de las
naciones recién formadas. El gesto era de la dependencia, el signo del coloniaje. Para tener un
reconocimiento de la labor creativa era preciso no sólo estar a la moda sino pensar y crear a la manera de
esa especie de agujeros negros del arte y la cultura que todo lo absorbían con un poder extraordinario que
durante mucho tiempo no fue controvertido.

La llegada de las grandes ciudades latinoamericanas al mundo de la cultura moderna es tardía, como lo sería
también la búsqueda y afirmación de la identidad cultural individual y colectiva. El sueño de lo nacional se
comenzaba a construir siempre después del desencanto por el sueño europeo, pero este era un periplo casi
irremediable para los artistas y escritores en el siglo XIX y de gran parte del siglo XX, que de una forma u otra
tendrían que hacer el viaje al viejo mundo para al menos matar el fantasma y, en muchos casos, poder
apreciar con mayor acierto sus propias verdades y limitaciones. Avanzado el siglo XX, el modelo es trasladado
paulatinamente a los países del nuevo continente como una operación de repetición mimética: Buenos Aires,
México, Santiago, Bogotá comenzaron a dejar de girar en torno al centro y fueron creando sus propios
sistemas gravitacionales para convertirse entonces en centros para legitimar el canon.

Durante varias décadas, esa búsqueda de lo propio sería un detonante interesante en el desarrollo de los
procesos culturales, ideológicos, sociales y políticos de las naciones latinoamericanas. Pero la dicotomía se
mantendría hasta cuando las ciudades pasan a ser urbes y las visiones del mundo de los creadores sufren y
afectan la percepción de la realidad.

Estas reflexiones deben tenerse en cuenta para abordar el estudio de la novelística del Eje Cafetero del fin
de siglo, en especial las obras publicadas a partir de 1990 –que fue propósito central de esta investigación-
por cuanto el Eje Cafetero como región sociocultural con marcadores comunes, de diversas maneras va a ser
“víctima” y a la vez “protagonista” de esos fenómenos binarios a los que se han hecho referencia.

Si en el pasado lejano la dependencia nacional colombiana era de los centros de poder europeos o
norteamericanos, en el pasado próximo la dependencia regional lo fue de la capital, Bogotá. Digamos que
era el mismo fenómeno, pero en proporciones menores. Pero lo fue de una manera atípica: en lo que hace
de la literatura, Bogotá fue la capital que congregó prácticamente todo el poder de decisión y promoción
cultural –las razones eran obvias en un país apenas vislumbrando la modernidad- pero sus actores, también
casi de manera invariable, provenían de la provincia. Se da, por ende, una fusión paradigmática: Bogotá, la
capital, el centro, es el espacio geográfico y cultural que sirve para legitimar la producción individual de
escritores de provincia que, por el sólo hecho de habitar en la capital, pueden publicar en ella, en la medida
en que es más fácil acceder a las editoriales; o bien, habitando en la ciudad, es relativamente más expedito
establecer contacto con editoriales de los otros centros de poder, como Buenos Aires, México y Nueva York.
Y lo es porque allí en las capitales se han ido configurando también élites de artistas que sirven de puente
para las editoriales.

20
En Colombia, en los setenta y ochenta este fenómeno es bien singular: los escritores que son reconocidos,
casi en tu totalidad, provienen de las regiones, pero de una forma u otra se afincan o tienen relación estrecha
en la capital: Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Manuel Zapata Olivella, Manuel Mejía Vallejo, Álvaro
Cepeda Samudio, Héctor Rojas Herazo, Pedro Gómez Valderrama, Germán Espinosa, R. H. Moreno Durán,
Carlos Perozzo, Fernando Cruz Kronfly, Darío Ruiz Gómez, Umberto Valverde, Ramón Illam Bacca, Héctor
Sánchez, Rodrigo Parra Sandoval, Fanny Buitrago, Marvel Moreno, Alba Lucía Ángel, Eduardo García Aguilar,
César Pérez Pinzón, para mencionar sólo una parte de los novelistas. La peregrinación a la capital era muy
similar al periplo de Europa, en particular a París, Madrid, Barcelona o Berlín, y el viaje al centro nunca fue
entendido como claudicación, sino como expresión de una clara conciencia de realidad, una vez emprendido
el arduo camino de las letras.

Pero existe un asunto muy importante es preciso destacar: el desplazamiento del centro a la periferia se hizo
con las maletas y los morrales cargados de los sueños de la provincia, porque el imaginario mítico, social e
histórico estaba ahí presente, en las visiones de sus obras artísticas. Se afirmaba la identidad regional, entre
otras cosas –y esto es bien paradójico en nuestra historia literaria- porque ese es el mundo de la infancia, de
la casa, del pueblo, de la región y también de las lecturas de los escritores, pero también porque correspondía
al canon que de manera abierta o subrepticia habían legitimado los centros de poder: el realismo mítico, el
realismo crítico, la irracionalidad, el exotismo, la violencia, el atraso, que era el mundo de periferia. De tal
forma que, significando un avance, representaba dar vueltas en el mismo remolino. Las preferencias literarias
de aquellos tiempos habían convertido en canon manifestaciones como el realismo mágico, pero en la
legitimación de canon intervienen –como casi siempre- elementos extraliterarios, dictados por el mercado y
agenciados por la ideología.

En la región de Eje Cafetero, el fenómeno tiene una variante: los pocos que se arriesgan a salir y emprender
la aventura de la metrópoli propia o ajena, como Alba Lucía Ángel, Eduardo García Aguilar, Roberto Vélez
Correa, Adalberto Agudelo, Néstor Gustavo Díaz, Gloria Chávez Vásquez, en cierta medida repiten el periplo
de los demás escritores que se han mencionado y sus obras adquieren reconocimiento por los premios que
merecen y por las editoriales que los publican, por lo regular en el extranjero. Los que se quedan, persisten
en esa lucha desigual, unos sin abandonar el lastre del pasado bucólico, campesino, provinciano, de la
literatura del realismo crítico o epigonal del garciamarquismo, y los otros emprendiendo búsquedas formales
de asimilación de la llamada “posmodernidad literaria” y de reinterpretación de las nuevas realidades que se
derivaban del mundo de la informática, la tecnología, la Internet y los medios masivos de comunicación. En
estos últimos, las fronteras de la periferia y del centro se rompen ya de una manera definitiva, pues la
globalización y otros fenómenos agitados de la contemporaneidad determinan nuevos lenguajes, nuevas
estrategias de narrar, y, en definitiva, visiones diferentes del mundo que se quiere representar.

Estas dos variantes de la posición de los escritores frente a la dicotomía centro/periferia configuran, a su vez,
unas características propias de la producción literaria de la región del Eje Cafetero, que básicamente son las
mismas de la narrativa colombiana contemporánea, liberada de manera relativa de los lastres para su
legitimación y por lo tanto en la búsqueda de sus propios cánones. Los lastres tradicionales son
costumbrismo, el realismo crítico o la evocación nostálgica del pasado, cierta complacencia con el atraso, la
desconfianza con la modernización y el progreso, las visiones bucólicas y románticas tardías, la pervivencia
de los dogmas religiosos y políticos de la región derivados principalmente de un mundo patriarcal, vertical,
premoderno y otros fenómenos concurrentes hacia una visión conservadora y retardataria. Los nuevos
lenguajes y búsquedas constituyen formas auténticas de diálogo imaginario con el mundo de la
contemporaneidad, que es necesario e importante estudiar en sus diferentes transformaciones y
singularidades.

Con la advertencia que sería preciso, para la mejor comprensión del fenómeno de la producción novelística
en el Eje Cafetero una reflexión especializada de índole interdisciplinaria que tenga en cuenta los inicios del
proceso en la primeras décadas del siglo XX y su relativo desarrollo hasta los años 50, limito a manifestar en

21
este congreso que uno de los ponentes, el profesor y escritor Rigoberto Gil Montoya, ha estudiado este
fenómeno de manera detallada y su ponencia así lo expresa, de tal forma que las inquietudes pueden
resolverse con él. En cuanto a los fines específicos de este escrito, voy a terminar sintetizando igualmente
algunas ideas expuestas en el libro mencionado sobre las principales características de la novela de fin de
siglo XX de esta región colombiana y mencionando obras y nombres que pueden representar una información
valiosa para quienes se interesen en estos temas. De igual forma, por razones obvias para esta ocasión que
nos congrega, voy a procurar referirme a lo esencial, para no fatigarlos con nombres y obras que de pronto
no le dicen nada a los lectores no especializados en narrativa colombiana cointemporánea.

La novela finisecular del Eje Cafetero

Los estudios especializados que se han publicado sobre la novela de la región cafetera en general son escasos,
por no decir inexistentes, y mucho más de la novela de fin de siglo, aunque la producción narrativa sea
notable, al menos en cantidad, como puede constarse en los textos de Roberto Vélez Correa, Fabio Vélez
Correa y otros5Adalberto Agudelo Duque6, José Fernando Loaiza7 Otto Morales Benítez8, Cecilia Caicedo
Cajigas9, Jaime Ochoa Ochoa10, Rigoberto Gil Montoya11, Zahira Camargo12, Adel López Gómez13 y Nodier
Botero14.

En todos ellos, desde la corriente de la historiografía literaria, se da cuenta de la publicación de novelas desde
comienzos de siglo, cuando los departamentos que ahora conforman el Eje Cafetero pertenecían al
departamento de Caldas y constituían lo que desde el punto de vista cultural y político Otto Morales Benítez
se empeña en seguir nombrando como “el Gran Caldas”.

En este conjunto de libros publicados con el nombre de novelas en el Eje Cafetero, es destacable el número
de novelas y la ausencia de novelistas, en el marco de la literatura colombiana en general, fenómeno que es
identificable en todas las regiones colombianas. Los que han “sobrevivido” a la valoración crítica y el
reconocimiento, sin duda alguna, son los mejores. Pero hace falta una labor de lectura cuidadosa y de
investigación rigurosa que permita desentrañar del olvido algunos nombres y obras que, por múltiples
razones, no han tenido todavía el reconocimiento que se merecen. Este trabajo ha sido realizado, en parte,
por algunos críticos y ensayistas, en cada una de las regiones, a través de libros fundamentales para el
conocimiento y la difusión de las literaturas regionales (y de la novela en particular), como Literatura de
Caldas 1967-1997. Historia crítica, de Roberto Vélez Correa, La narrativa del Quindío, de Nodier Botero J. y
Yolanda Muñoz, y Literatura de Risaralda, de Cecilia Caicedo. Los textos de Vélez Correa y de Botero abarcan
hasta las postrimerías del siglo; el de Caicedo, hasta finales de 1980.

A partir de estos textos, de sus visiones panorámicas, sus reseñas críticas y de sus numerosas referencias
bibliográficas –en especial del libro del desaparecido Vélez Correa, que hizo un trabajo ejemplar de lectura,
estudio y valoración de la narrativa de Caldas hasta el año de su muerte, en 2005- se puede apreciar un
“corpus” notable, que sirvió de base para esta investigación y que fue ampliada con la visita a numerosas

5 Fabio Vélez Correa, Alba Sofía Rivillas de Gómez y otros. Manual de literatura caldense. Biblioteca de Autores Caldenses, Manizales:
Imprenta Departamental de Caldas, 1993.
6 Adalberto Agudelo Duque, Caldas Patrimonio y Memoria Cultural. Manizales: Instituto Caldense de Cultura, 1995-1996.
7 José Fernando Loaiza, Manizales en la trilogía de Eduardo García Aguilar. Manizales: Fondo Editorial Universidad de Caldas, 2001
8 Otto Morales Benítez, Otto. Líneas culturales del gran Caldas. Manizales: Centro Editorial Universidad de Caldas, 1996
9 Cecilia Caicedo Cajigas, Literatura risaraldense. Pereira: Gráficas Olímpica, 1990.
10, Jaime Ochoa Ochoa. Documenta. Autores y textos de Risaralda. Panorama literario risaraldense. Pereira: Taller Editorial La Cueva,

1998.
11 Rigoberto Gil Montoya. Pereira:. Visión caleidoscópica.
12 Camargo, Zahira. El devenir de nuestra historia cultural en la actual narrativa quindiana, Armenia: Universidad del Quindío, 2000;

Camargo, Zahira. y Uribe, Graciela. Narradoras del Gran Caldas, Armenia: Universidad del Quindío, 1998.
13 Gómez, Adel López. ABC de la literatura del Gran Caldas, Armenia: Universidad del Quindío y Fondo Mixto para la Promoción de la

Cultura y las Artes del Quindío, 1997.


14 Nodier Botero J y Yolanda Muñoz S. La narrativa del Quindío, Armenia: Editorial Universitaria de Colombia Ltda., 2003

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bibliotecas públicas y privadas, como también a las llamadas “librerías de viejos” en donde se pudo encontrar
más de una sorpresa. Para constatar que es precisamente a partir de 1990 el momento en que mayor número
de novelas se han publicado, gracias a la creación de los llamados Fondos Mixtos de Cultura en cada uno de
los departamentos, a la participación de entidades privadas en la difusión de la literatura, a la instauración
en la región de modernas casas de impresión –llamadas ambiguamente editoriales- que facilitaron las
ediciones por cuenta y riesgo de sus autores, a los premios nacionales y departamentales de literatura que
fueron ganados por autores de la región y, claro está, del crecimiento de la vocación literaria y del oficio.

Características principales

Haciendo igualmente la advertencia sobre cómo los procesos culturales de las regiones son una especie de
caja de resonancia de doble vía en la relación biunívoca entre periferia-centro-periferia, y que por lo tanto
de la manera en que de esa relación dialéctica se derivan las principales características de la novela
colombiana, que ha sido estudiada de manera prolija por críticos y ensayistas nacionales y extranjeros, como
pueden apreciar en la bibliografía de esta ponencia, y que por lo tanto no vamos abordar ahora por razones
elementales de espacio y consideración con los asistentes, intento ahora proponer un concepto que engloba
toda esta producción novelística asumida como corpus de la investigación y que denominado el “tiempo
mestizo”, a partir del cual pueden entenderse las singularidades del género en la región.

El tiempo mestizo

Resulta interesante que, aún en los albores del siglo XXI, en la región del Eje Cafetero se viva todavía en lo
que podemos llamar un “tiempo mestizo”, caracterizado por la simultaneidad y concurrencia del pasado, del
presente y del futuro, que se expresa en la complejidad y contradicción de tradiciones que intentan
sobrevivir, en los cambios que se han ido asimilando para el ingreso paulatino a la modernidad, y en las
novedosas propuestas vanguardistas perfectamente contemporáneas con lo más avanzado de la llamada
“posmodernidad”. Este “tiempo mestizo” se expresa en la idiosincrasia regional, en la ambigüedad de las
costumbres, en la falacia de la denominada identidad “paisa”, y finalmente en la convivencia no problemática
de visiones bien distintas y a veces antagónicas de ver y vivir el mundo. De allí su riqueza desde el punto de
vista de la cultura, en la medida en que todo está puesto en cuestión y todo está proceso de construcción,
pues los valores dogmáticos del pasado han sido cuestionados, pero se niegan desaparecer; y los del presente
aún indagan por su inconsistencia, dudan de su validez, pero intentan búsquedas formales para proyectarse
en el porvenir. El mundo ya no gira en torno a un centro, pero tampoco se han creado discursos legitimantes
de otros cánones, ya que lo que importa, en esencia, es el proceso.

Los tres departamentos que componen el Eje Cafetero han experimentado en las últimas décadas, pero
principalmente en la última, complejos procesos sociales, económicos, políticos y culturales. De una manera
un tanto vertiginosa, las ciudades capitales se han transformado y ya no son apacibles ciudades intermedias
donde el mundo pareciera transcurrir de una manera lenta, sino que en ellas se experimenta su vocación de
convertirse en grandes urbes modernas: cambios radicales en la infraestructura vial, la arquitectura, el
comercio, la educación, la industria, la expansión urbana, la globalización y otros fenómenos concurrentes,
con toda la secuela que aquello representa en la base social. Se ha estado llegando de manera rápida y un
tanto inesperada y por lo tanto caótica a una realidad que antes sólo se podía percibir como algo ajeno a la
propia, en la virtualidad del mundo de la televisión y los avances informáticos, sin estar preparados para ello,
ya que fue amplia la complacencia en la falacia de la identidad regional o “paisa” que durante mucho tiempo
afirmó una tradición campesina, bucólica, tremendamente dogmática en lo religioso, casi siempre patriarcal
y racista.

Por ello este esbozo de una primera aproximación a través del concepto del “tiempo mestizo” como
presencia múltiple, simultánea, variada, desigual, de distintas realidades y formas de ver, sentir y apreciar el
mundo al final de siglo, es una premisa indispensable para pensar la literatura del Eje Cafetero en los albores

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del nuevo siglo. Por un lado, las gestas de los fundadores, la épica del valor, del hacha y del machete, la
complacencia en la nostalgia del ayer, en las costumbres de los ancestros y toda esa parafernalia que fue el
punto de partida y casi siempre el de llegada de muchas de las creaciones artísticas, aspectos éstos que
perviven con empeño en muchas de las producciones narrativas de la región, como si el mundo no hubiera
cambiado, como si no se hubiera dado ningún “ensanche”. Por el otro, el sentido caótico de la existencia que
generó ese enfrentamiento y asimilación tardía de un mundo para el cual no se estaba preparado, la
perplejidad que significó el derrumbamiento de unas tradiciones falaces que poco a poco fueron puestas al
descubierto, el desconcierto por la anonimidad citadina y la urgencia por inventar un nuevo discurso que
pudiera revelar en parte esa confrontación entre visiones antagónicas y contradictorias de la historia y de los
seres, fueron constituyéndose en pruritos éticos de los nuevos narradores.

El sentido de lo “mestizo” se da, entonces, en esa concurrencia de fenómenos disímiles que se amalgaman e
hibridan para integrar los antagonismos en todo que no es disyuntivo sino conjuntivo: se vive en un tiempo
simultáneo que apenas empieza a configurar o deslindar realidades autónomas.

Como resultado de la lectura que hemos hecho de un considerable número de novelas publicadas a partir de
1990 –que es el “corpus” de esta investigación- por escritores y escritoras del Eje Cafetero hasta la fecha –es
decir, incluyendo algunas obras de comienzos del siglo XXI- podemos identificar ese “tiempo mestizo” tanto
en la variedad de los autores leídos como de sus obras; pero al mismo tiempo –y ésto es quizás lo más
sugestivo del fenómeno- en la actualización individual de tal fenómeno, en la medida en que esa
simultaneidad se expresa en los autores más representativos, como se analizó en los estudios que les
dedicamos en la segunda parte de esta investigación y que vamos a enunciar brevemente, señalando temas
recurrentes y autores y obras representativas.

Autores y Obras

Para los fines de esta investigación, fueron escogidas las obras publicadas a partir de 1990 y hasta los
primeros años del siglo XXI, pertenecientes a autores y autoras nacidos en la región o que desde muy niños
viven allí, y se hizo una clasificación de las novelas de acuerdo a ciertos núcleos temáticos que se han
considerado importantes y reiterativos, que varían en cada uno de los departamentos y muestran aspectos
claves de la evolución política y social de cada uno de los departamentos, obras que en su mayoría tienen un
carácter testimonial y un sentido realista. La calidad de las obras seleccionadas es variada y los autores
realmente representativos muy pocos, pero se intentó abarcar al mayor número de obras posible y presentar
reseñas críticas y breves ensayos que puedan dar cuenta de los aspectos rescatables en materia literaria, así
como sus limitantes más notorias.

Como metodología para el análisis se ha procurado señalar en todas las obras aspectos formales como las
nociones de tiempo y espacio, personajes principales y secundarios, estructura, técnicas narrativas y manejo
del lenguaje; así mismo, los aspectos históricos, sociales y antropológicos más importantes, ya que es clave
para esta investigación estudiar la manera como los escritores y escritoras han revelado el entorno a través
de la ficción literaria.

Los temas principales que se abordan guardan similitud en cada uno de los departamentos, en la medida en
que existe un tronco común en el pasado y corresponden a la evolución misma del género novelístico en
Colombia. Los ensayos elaborados sobre las novelas procuran incorporan elementos contextuales claves para
explicar sus singularidades.

Desde el punto de vista estadístico, se presentan interesantes resultados para la historiografía literaria de la
región y para la investigación futura de la novela del Eje Cafetero. Hasta el momento, se han leído y estudiado
58 novelas, correspondientes al período 1990-2000, incluyendo algunas publicadas ya en este siglo que han

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interesado al investigador por su calidad y continuidad. Estas obras están distribuidas así: Caldas, 19, Quindío
13 y Risaralda 26.

Con el objeto de ilustar a los lectores de este trabajo en Jalla 2014, se presentan someramente los temas
recurrentes y autores representativos en cada uno de los departamentos, aunque soy muy conciente solo
unos pocos autores y obras pueden se conocidos fuera de Colombia. En eso ha consistido esta investigación
y me siento orgulloso de haber dado el ejemplo, con otros investigadores, de haberle apuntado a lo propio y
desconocido, de estar construyendo con estos trabajos a la generación de nuevos cánones y ofrecer textos
de referencia que abran camino en el concomiento de la periferia para mejor entender el centro. Van a
enunciarse, entonces, los departamentos que componene el Eje Cafetro con sus autores y temas recurrentes,
que pueden servir de referentes al estudio en mención.

Risaralda

Los temas principales que se abordan en la investigación y sobre los cuales se han elaborado sendos ensayos,
son los siguientes: el narcotráfico, la violencia sociopolítica, la prisión, la memoria colectiva, la ciudad, de lo
light y otras ligerezas, erotismo o pornografía y la novela con transfondo histórico. Cada una de estas partes
tiene una breve introducción en donde se hace mención a las novelas que han sido seleccionadas para la
reflexión respectiva.

Los autores y obras que se ubican en este período, y con base en la clasificación mencionada, son los
siguientes: sobre el narcotráfico, ... Días de olvido, de Jhon Alexander Trujillo, Del café a la coca, de Carlos A.
Trujillo Restrepo; Los no elegidos, de Óscar Montoya López y El zar. El gran capo, de Antonio Gallego Uribe y
Apocalipsis de la Profecía, de Germán Antonio Rengifo; sobre la violencia sociopolítica: El poder de los
turpiales de William Betancourt Suárez, Los no elegidos de Oscar Montoya López; sobre la prisión, Guapos
Valientes y Matones de Dagoberto Salazar Santa; en torno al rescate de la memoria colectiva, Rieles, de
Cayetano Tamayo Orrego, Vida con amor, de Oscar Montoya López, Quinchía, tierra de aroma y pasión de
Israel Agudelo Castro, El arroz del padre Francisco, de Julio Sánchez Arbeláez, El hijo de la Comehombres de
Roberto Restrepo, Jaibaná. Energía indígena de Gilberto Arias Ospina; en lo que atañe a la ciudad en la
literatura, se hace una reflexión no sólo de las novelas de este período, sino cómo la ciudad de Pereira es
vista en la poesía, la crónica, el cuento y la novela, por cuanto este es uno de los temas que ha generado
visiones más diversas sobre la ciudad y publicadas en el período que nos ocupa, como son: Perros de paja y
¡Plop! de Rigoberto Gil Montoya, Héctor Ocampo Marín. La ansiedad viaja en buseta, Me has salvado de mí
de Fernando Romero Loaiza, Batatabati tinto de Víctor O. Escobar Navarro; sobre el tema que se han
denominado de lo light y otras ligerezas, Con Aurora en La Habana de Germán López Velásquez; el torno al
controvertido asunto sobre la literatura erótica o pornográfica, El cabalgador. Destino pasional de Carlos
Ariel Gonzáles Mejía; y finalmente, sobre la relación novela e historia, se estudian las obras Las horas secretas
de Ana María Jaramillo y El laberinto de las secretas angustias de Rigoberto Gil Montoya, cuyo tema central
es la toma del Palacio de Justicia por el M-19 en 1985, y Memorias de la Casa de Sade de Eduardo López
Jaramillo sobre el marqués de Sade.

Quindío:

Los temas principales que se abordaron fueron: los orígenes, los albores de la ciudad, la ciudad, los niños y
el diablo, el contrabando, la utopía posmoderna y la novela negra. Cada una de estas partes tiene una breve
introducción en donde se hace mención a las novelas que han sido seleccionadas para la reflexión respectiva.

Los autores y obras que se ubican en este período, y con base en la clasificación mencionada, son los
siguientes: los orígenes –interesante indagación sobre la tradición indígena regional, a través de diversas
obras y matices-: Los hijos del agua Susana Henao Montoya, El tesoro de los Quimbayas. La verdadera historia
del tesoro de Pipintá de Hernán Palacio Jaramillo, Cacique de Ernesto Osorio Vásquez, El fabulario del abuelo

25
de Manuel J. Ortiz; los albores de la ciudad: Cuajada. Conde del jazmín de Gloria Inés Chávez; la ciudad, los
niños y el diablo: Memoria de un niño que no creció y Crónica satánica de Susana Henao Montoya; el
contrabando: Allá en el Golfo de Adel López Gómez; la utopía posmoderna: Ópera prima. Altamira 2001 de
Omar García, Esto no es una novela de amor y Por obra de las palabras de Samaria Márquez –que hemos
denominado como “Del artificio como una de las malas artes”; y la novela negra: El lado oscuro de Ernesto
Osorio Vásquez.

Caldas

El departamento de Caldas es la región del Eje Cafetero que ofrece una más rica y variada producción
novelística finisecular, ya que tiene una tradición literaria e intelectual más consolidada. En la investigación
realizada se propuso una agrupción temática que pudiera dar cuenta de los marcadores sociopolíticos y
culturales más relievantes y los ensayos escritos desarrollan en detalle los siguientes temas recurrentes: 1)
La violencia sociopolítica, en sus expresiones rural y urbana, a la que pertenecen las obras de Alberto Marín
Correa, en una trilogía que integran las novelas Una tumba para mi comandante, Los muchachos del monte,
Los cosecheros blancos, en las que revelan importantes aspectos de la violencia en los sectores rurales; y las
obras de Rafael Botero. Sicario y Hernando García Mejía. La comida del tigre, de la violencia urbana. 2) La
nostalgia del pasado, que como su nombre lo indica muestra aspectos diversos de la idiosincasia de la región,
en obras significativas de Pablo González Rodas Tres días de oscuridad, Néstor Gustavo Díaz Bedoya La bruja
de Lanta, Hernando Duque Maya El sueño de Absalón, Alonso Aristizábal Y si a usted en el sueño de regalaran
una rosa, José Edilberto Zuluaga Viaje hacia el amanecer, y la trilogía de Bonel Patiño Noreña Trilogía
Confesiones de medianoche, a la que pertenecen las novelas Cuando tallan los recuerdos, El último viaje de
Carlina Albornoz y Más que la pulpa de la sandía. 3) Las novelas urbanas sobre la capital del departamento,
que he llamado “Manizales del alma”, también en esta corriente nostálgica del pasado, con las obras de Darío
Ángel La hora del Ángelus, Eduardo García Aguilar El viaje triunfal y Jaime Echeverri Corte final. 4) El fantasma
de la historia, con la obra de Octavio Jaramillo Echeverri Colón fantasma de la historia. 5) La posmodernidad
literaria, con tres excelentes obras de autores ahora ya consolidadss como escritores colombianos
representativos del país, Octavio Escobar Giraldo El último diario de Tony Flowers, Orlando Mejía Rivera La
casa rosada y Adalberto Agudelo De rumba corrida.

Como pueden ver, esta apuesta apenas comenzó y creo que hemos incidido positivamente en abrir estos
caminos, pues nuestros estudiantes de la Maestría en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira,
donde trabajamos los profesores de esta mesa redonda, han realizado ya trabajos especializados y
panorámicos sobre un aspecto al que hay que arriesgar el prestigio pero sobre todo el respeto y amor por lo
propio.

26
A ARTICULAÇÃO ENTRE O PASSADO E O PRESENTE NO ROMANCE A REPÚBLICA DOS BUGRES DE RUY REIS
TAPIOCA15

Cristiano Mello de Oliveira16

RESUMO
O escritor baiano Ruy Reis Tapioca ao compor o seu premiado romance A República dos Bugres (1999)
conseguiu magistralmente compor uma densa narrativa que reconstrói os principais episódios da
historiografia brasileira, a saber: Chegada da Família Real Portuguesa (1808), Independência do Brasil (1822),
Guerra do Paraguai (1864-1870), abolição da escravatura no Brasil (1888) e a transição política do regime
monárquico para o regime republicano (1889). Através desse grandioso amalgama, Tapioca delega ao
narrador, uma verdadeira crítica à nação brasileira, reconsiderando o passado histórico acerca do presente
da sua escritura. Conjecturamos que os tempos do passado e presente se diluem ao longo de alguns
fragmentos da narrativa, recriando uma profunda atmosfera crítica nacional. A presente investigação
examina o romance A República dos Bugres, do escritor Ruy Reis Tapioca partindo para uma profunda análise
acerca da autorreflexividade dos fatos históricos. Como lastro teórico, cada qual ao seu modo, trabalharemos
com: ROSENFELD (1973); HELLER (1981); LOVENTHAL (1998); HUTCHEON (1989). O artigo visa deixar
algumas contribuições sobre a técnica da autorreflexividade que muitos romancistas históricos da
contemporaneidade estão utilizando para compor os seus romances.

ALGUNS PRESSUPOSTOS

Escreve-se a grande História precisamente quando o historiador tem


do passado uma visão que penetra nos problemas do presente,
tornando-se, portanto, mais iluminada. (Edward Hallet Carr)

O crítico literário Anathol Rosenfeld, no seu ensaio “Reflexões do romance moderno”, perfaz uma acurada
leitura acerca da “desrealização” do movimento artistico do início do século XX. 17Através de uma perspectica
acirrada, o autor postula que a literatura perde o seu centro em consonância com o movimento da pintura
do século XX, cujo artefato deixa de ser realista e mimética. Para Rosenfeld, a pintura deixaria de cumprir o
seu papel com a realidade vigente, ou seja, afrouxaria os moldes de representação detalhistica da realidade
– contaminada pelo contexto das vanguardas, seja no ambiente cinematográfico, seja na pintura. Nesse
sentido, segundo Rosenfeld, o romance moderno “pega carona” nas outras manifestações artisticas e passa
a se tornar algo contra a realidade vigente ou simplesmente negá-la. Não obstante, os movimentos
temporais: passado, presente e futuro atingem, quase num patamar simultâneo, perspectivas mútuas,
tangenciando novas tendências acerca do movimento linear pregado pelo realismo formal. “A irrupção, no
momento atual, do passado remoto e das imagensobsessivas do futuro não pode apenas afirmada como
num tratado de psicologia.” (ROSENFELD, 1973, p. 83). A simples linearidade é contestada pela caótica
maneira de descrever os acontecimentos que integram os episódios do romance, distorcendo-os. Por esse
motivo, o aspecto cronológico dos romances de natureza contemporânea, como é o caso da República dos

15 Este estudo é uma abordagem investigativa inicial da minha tese de doutoramento. Parte desse conteúdo já fora esboçado como
“chave de leitura” que prioritariamente será incluído na introdução da minha pesquisa. Portanto, as hipóteses aqui apontadas não
esgotam as leituras que abrangem o quesito “autorrelflexividade dos fatos históricos”, mas direcionam alguns possíveis horizontes
que serão aprofundados na escolha de outros fragmentos que comprovem tal perspectiva de análise.
16 Doutorando em Literatura – UFSC –Capes – E-mail: literariocris@hotmail.com
17 Sobre esse aspecto da fuga da realidade ou simplesmente da desrealização, o crítico Theodor Adorno no seu clássico ensaio

“Posição do narrador no romance contemporâneo”, corrobora de forma prolifica. Nas suas palavras: “O impulso característico do
romance, a tentativa de decifrar o enigma da vida exterior, converte-se no esforço de captar a essência, que por sua vez aparece
como algo assustador e duplamente estranho no contexto do estranhamento cotidiano imposto pelas convenções sociais. O
momento antirrealista do romance moderno, sua dimensão metafísica, amadurece em si mesmo pelo seu objeto real, uma sociedade
em que os homens estão apartados uns dos outros e de si mesmos. Na transcendência estética reflete-se o desencantamento do
mundo.” (ADORNO, 2003, p. 58)
27
Bugres (1999), necessite uma melhor contemplação em averiguar em que medida o passado é refletido pelo
presente da escrita, insistindo em moldar um leitor mais crítico ou simplesmente retomando episódios da
histórica oficial negado pelos historiadores.

Poderíamos iniciar esse artigo sumariando algumas questões de ordem ensaística que percorrerão o fio de
raciocínio durante essa investigação: como o romancista histórico contemporâneo consegue amarrar os
acontecimentos da nação e realizar uma crítica construtiva acerca do presente? Ou melhor, como esse
mesmo romancista consegue articular passado e presente num mesmo romance histórico? Como o
romancista histórico, ou melhor, como o escritor Ruy Tapioca consegue apreender o passado e ao mesmo
tempo dar conta de uma atualidade instantânea e global no seu romance A República dos Bugres? Sobre a
última questão teremos uma possível resposta do crítico Karl Eric Schollhammer. “O escritor contemporâneo
parece estar motivado por uma grande urgência em se relacionar com a realidade histórica, estando
consciente, entretanto, da impossibilidade de captá-la na sua especificidade atual, em seu presente.”
(SCHOLLHAMMER, 2009, p. 10) Sua resposta é condizente, no entanto, ao que tudo indica, o crítico
Schollhammer caracteriza uma história que faça parte do presente, ou seja, aquela que o escritor deseja dar
conta, mesmo sabendo da impossibilidade de conferir realidade ou verossimilhança. O certo é que com essa
realidade instantânea diagnosticada nos tempos atuais o presente acaba virando objeto de estudo de um
historiador ou mesmo matéria ficcional de um romancista.18 Portanto, lidar com aspectos temporais
(Passado, Presente e Futuro) mesclados numa confluência de tempos e de espaços, numa investigação
interdisciplinar (Literatura e História) não é nada fácil e, dificilmente de ser resolvida aos moldes pragmáticos.

Quem já leu o romance A República dos Bugres (1999) do premiado autor Ruy Tapioca conseguiu verificar
que o romancista baiano ao compor sua narrativa não ficou encarcerado nos fatos do passado ou deixo-os
numa remota penumbra. Isto é, existe por trás desse romance uma notória preocupação de Tapioca acerca
de reconhecer no passado remoto o grau de determinação para os acontecimentos do presente da escritura
ou da enunciação efetuada no ato da leitura. É comum verificarmos ao adentramos na leitura dessa ficção
histórica que a fluidez do discurso político-sociológico acerca da realidade nacional do século XIX é
transportada para o presente da escritura do próprio romance, exigindo um leitor medianamente informado
acerca dos principais episódios que regem a História contemporânea nacional. Tais características entram
em consonância por uma reflexão já explorada num artigo “Figurações da importância do latim na obra A
República dos Bugres, de Ruy Tapioca”, de nossa autoria. “Os acontecimentos não são ofertados de maneira
cronológica, tampouco condizem aspectos formais que remontem uma preocupação de Tapioca em
desvendar a densa trama travada.” (OLIVEIRA; CAMILLOTI, 2013, p. 02) Nesse sentido, o romance A República
dos Bugres se estabelece como um verdadeiro mosaico acerca da história nacional do século XIX. Portanto,
no decorrer de várias páginas o leitor é convidado a refletir sobre as questões já ditas que permeiam boa
parte da narrativa, deixando sempre uma margem de meditação durante o ato da leitura.

Em linhas gerais, o romance A República dos Bugres (1999) descreve a vida do protagonista Quincas durante
várias fases: a adolescência, a juventude, a vida adulta e a velhice. Devemos salientar que a densa narrativa
flui em tom sarcástico sem perder a erudição e o paralelismo com o humor inteligente. O livro compõe-se
através de uma longa narrativa perpassando 10 capítulos, adentrando com algumas chaves de leitura
inseridas no início de cada capítulo. De igual modo, o fato é que o expediente estético realizado pelo autor
de repartir a narrativa em capítulos longos, de epígrafes filosóficas, ali está, nas estratégias já utilizadas por
outros romancistas. Não raro, à moda do consagrado O nome da Rosa, do escritor italiano Umberto Eco, o

18Não somente romances históricos à moda Ruy Tapioca tiveram a oportunidade de criar novas estratégias de fazer uma crítica ao
nosso presente. O jornalista Laurentino Gomes nos seus livros de grande vendagem nacional, tanto 1808 ou 1822, inventariou novas
formas de fazer auto reflexividade dos fatos históricos. Exemplos? “Uma novidade tinha sido a chegada dos suíços a Nova Friburgo,
na serra fluminense, em 1818, dando início à imigração estrangeira no Brasil. Dos primeiros 2.000 imigrantes, 531 morreram de fome,
doenças e maus-tratos – 26,5 % do total -, mas a colônia vingou e hoje é um destino turístico bem conhecido.” (GOMES, 2010, p. 73,
Grifos nossos); “D. Pedro fez a independência do Brasil com 23 anos, idade em que hoje a maioria dos jovens brasileiros e
portugueses ainda frequenta os bancos escolares.” (GOMES, 2010, p. 112, Grifo nosso)

28
romance brasileiro estabelece algumas demarcações espaciais e temporais no início de cada subtítulo,
buscando condicionar o leitor acerca do desenvolvimento dos episódios. 19 Outrossim, a seleção de
acontecimentos históricos realizada por Tapioca perfaz uma proposta de leitura que visa quebrar o sistema
rígido dos discursos hegemônicos estabelecido pelos grandes historiadores. Portanto, utilizando-se de
categorias temporais (Passado e Presente) por meio de vários mecanismos discursivos, o enunciador da
ficção histórica, via narrador e demais componentes textuais, estabelece uma profunda análise da desordem
nacional historicista impregnada nos principais eventos marcantes do romance.

Ao angariar fatos e acontecimentos do passado, Chegada da Família Real Portuguesa (1808), a Guerra do
Paraguai (1865-1870), a abolição da escravidão dos negros (1888), a transição do regime político imperial
para o republicano (1889), todos ancorados no século XIX20, Ruy Tapioca escreve uma nova versão da história
tida nos livros didáticos como a história oficial. É inevitável que os fatos não sejam lidos de forma
descontextualizada do nosso presente, por esse motivo, Tapioca faz menção aos fatos mais arraigados da
nossa triste colonização e provoca-os numa crítica ao presente. Ou seja, existe uma intersecção entre o
presente da escritura e a História narrada por Tapioca, perfazendo uma contaminação fértil entre ambas as
formas. Coincidência ou não, a publicação do romance A República dos Bugres sai no ano de 1999,
satisfazendo dessa forma os 500 anos da descoberta do Brasil, ofertando uma possível análise crítica desse
extenso lapso temporal. “Em outras palavras, o sentido e a forma não estão nos acontecimentos, mas nos
sistemas que transformam esses acontecimentos passados em ‘fatos’ históricos presentes.” (HUTCHEON,
1991, p. 122) Devemos salientar que escrever uma nova história não é permitir condutas errôneas daquele
fato estabelecido através do documento, mas atestar que a história não pode ser vista de forma
aproblemática e, sim questionadora e partícipe do seu próprio presente. Não obstante, fazer autorreflexão
dos fatos históricos ou realizar uma articulação entre passado e presente permite uma melhor leitura do
presente, diagnosticando o nosso futuro. 21Obviedade ou não, o certo é que tal tendência fora melhor,
condicionada aos romancistas pós-modernos, pois a fragmentação do espaço e do tempo foi concebida pelo
advento da informação e globalização. “Se o passado era invocado, o objetivo era desenvolver sua
‘presentitude’ ou permitir sua transcendência na busca de um sistema de valores mais sólido e universal.”
(HUCTHEON, 1991, p. 121)

Nesse sentido, uma razão possível de tantos escritores da linhagem de Ruy Tapioca presentificar os fatos
históricos seria a certeza relativa de que o passado somente é lembrado através das narrativas orais ou dos
arquivos empoeirados nas estantes dos centros de pesquisas. Obviamente, que tal presentificação ou
articulação entre passado e presente é diagnosticada de forma relativa, tendo em vista que nem sempre a
natureza de todos os eventos históricos permite descortinarmos. “Como alguma coisa realmente aconteceu
é algo que só pode ser conhecido através de relatos daqueles que viveram nessas eras. Nunca houve nem
haverá um ‘como’ independente de sua construção avaliadora.” (HELLER, 1981, p. 164) Por mais que o tempo
histórico seja algo idealizado nos documentos, persuadindo o leitor acerca dos acontecimentos, sem ao
menos problematiza-los ou questioná-los, faz matéria prima do romance, tais efeitos serem questionados.
“O tempo da história universal é um tempo ideal, mas o tempo do presente, que é tempo real, constitui uma
inexaurível fonte de argumentação. Se o presente é que prova o futuro, ele precisa ser conhecido, descrito e

19 Estamos nos referindo às aberturas estratégicas dos subtítulos. Alguns exemplos soam de forma semelhante: “Onde se chega aos
pés da abadia e Guilherme dá provas de grande argúcia.” (ECO, 2012, p. 31) Já no romance A República dos Bugres, teremos: “
20 Devemos salientar que alguns episódios do romance A República dos Bugres também se ambientam no século XVII, retroagindo

no tempo de forma não linear.


21 Aqui novamente teremos a reflexão do pesquisador Wilton Fred retomando aspectos da presentificação do passado realizada

prolificamente pelo romancista Ruy Tapioca. Consoante suas palavras: “Em A República dos Bugres, a autenticidade do discurso
textual e sua competência são garantidas pelo presente. O discurso passado se debruça sobre a presentividade, e vice-versa,
autenticando o discurso das atrocidades de nosso tempo, constante da literatura histórico-contemporânea: ‘no mínimo, os pobres
terão que, a mando do governo, sustentar e pagar as dívidas dos ricos, falidos de seus bancos e comércios...’Esse e tantos outros
discursos sobre a prática do governo e do povo serão retomados por Ruy Reis Tapioca, denunciando as atrocidades do presente
através da história do passado.” (FRED, 2005, p. 159)

29
constituir objeto de reflexão.” (HELLER, 1981, p. 34) A expressão “tempo ideal” seria, a nosso ver, o presente
de natureza absoluta e marcante, sendo cristalizado por natureza, basta uma simples leitura das narrativas
epopeicas, fonte do lendário e do inquestionável. No entanto, o presente é difícil de ser assimilado, mas farto
de ser aproveitado, pois sua inesgotável oferta de acontecimentos provoca uma dispersão de compreensões
relacionadas ao nosso futuro. A nosso ver, o escritor Ruy Tapioca faz uso do presente, buscando elucidar a
trajetória historicista acerca da nossa tardia emancipação colonial. “O presente histórico não é um presente
absoluto, mas sim uma estrutura: precisamente, constitui uma estrutura cultural.” (HELLER, 1981, p. 57)

DESENVOLVIMENTO

A bem da verdade, conhecimento cultural acerca dos assuntos que regem a nação é fato imprescindível ao
romancista histórico preocupado em compreender o nosso presente. O escritor Ruy Tapioca como veremos
nas linhas posteriores, admite uma reflexão do nosso presente em função do nosso passado, diagnosticando
uma leitura rasa já realizada por outros romancistas históricos. 22Igualmente, Tapioca sabe que as condições
históricas da época individualizavam os personagens de uma cena já cristalizada e, resolve, a seu modo,
questionar esse efeito petrificado, mantendo uma postura averiguadora do próprio passado. É presença
marcante nos vários capítulos que orquestram o romance, o leitor identificar tais fragmentos, proposital a
um narrador intruso. O autor da República dos Bugres sabe da real importância de encadear esses
acontecimentos, mesmo tendo a devida noção da falta de esperanças de relaciona-los na sua totalidade com
a sua cronologia temporal. Sobre tal aspecto a teórica Agnes Heller nos sugere uma curiosa reflexão: “Todos
os presentes históricos consistem em descontinuidades. Enquanto Conjuntividade é contemporaneidade
sem um passado (pois tem apenas origens), o presente histórico é descontinuidade, a qual tem uma
continuidade própria.” Nessa manobra, o efeito apontado/operado por Heller confere solidez a devida
consciência que os fatos históricos são impossíveis de serem assimilados organicamente ou na sua totalidade,
seja no presente histórico, seja no passado longínquo. “O presente histórico tem seu próprio passado (o
passado do presente) e o seu próprio futuro (o futuro do presente) o qual se relaciona com a continuidade
dentro da descontinuidade.” (HELLER, 1981, p. 57) Em suma, os tempos verbais sacralizados pelos
procedimentos da cronologia historicista são condições necessárias que funcionam como vasos
comunicantes, admitindo intercalações e interlocuções abrangentes.

A essa altura surge uma nova indagação acerca do nosso raciocínio: como poderíamos compreender na
totalidade o nosso presente histórico acerca de tamanha tempestade de acontecimentos ou mesmo da
globalização condizente as mútuas transformações que sofremos diariamente? 23Ou melhor, como o escritor
contemporâneo pode representar os eventos do passado e realizar uma crítica a sua própria nação, como é
o caso do autor da República dos Bugres? Sobre tal aspecto novamente a teórica Agnes Heller produz a
seguinte resposta: “Querer entender nosso presente como ‘ponto culminante’ da história é igualmente
estéril e é possível que nos conduza à indiferença diante das feridas e dos sofrimentos de nosso presente e,
assim, também, guiar-nos para catástrofes.” (HELLER, 1981, p. 63) Compartilhamos com o propósito reflexivo
da teórica, pois não podemos acreditar numa verdade histórica absoluta de nosso presente, sabendo da
tamanha vulnerabilidade de informações instantâneas, tendo como consequências a errônea interpretação
da própria realidade vigente. Em outras palavras, o presente pode ser modificado com base no passado visto

22 A nosso ver, romancistas históricos como João Felício dos Santos (entre muito outros), com os romances Carlota Joaquina – A
rainha devassa, não chegara a ser um crítico do seu presente, não criando uma possível atmosfera de auto reflexividade dos fatos
históricos. Ou seja, durante a nossa leitura, percebemos que o romance citado ficou encarcerado no passado remoto, sem trazer à
tona algo devidamente refletido.
23 Segundo Magdalena Perkowska, “[…] a televisão, a imprensa e a internet aceleraram a percepção dos acontecimentos: o

bombardeio informativo faz com que o presente quase imediatamente se converta em passado. A temporalidade é vivida de uma
outra maneira no fim do século XX e começo do século XXI, assim as categorias formuladas no início do século XX para referirem-se
às obras do XIX já são antiquadas. [...] Portanto, não tem sentido insistir em uma distância temporal que já não convence ninguém e
parece, além do mais, encerrar os textos num suposto objetivismo histórico realista, uma camisa de força de que eles tentam liberar-
se.” (PERKOWSKA, 2008, p. 23-24).

30
e revigorado, apesar de não ser recuperado simplesmente, no entanto, sempre cabe um olhar questionador
diante de tal desafio. E isso vem ao encontro, daquilo que David Loventhal escreve: “O passado também
carece de consenso temporal. Dependendo do conteúdo e do contexto, o passado converte-se no presente
a qualquer tempo, seja um instante ou uma eternidade atrás.” (LOVENTHAL, 1998, p. 13)

Nesse sentido, lidar com temporalidades opostas torna-se fácil para o romancista histórico, ao contrário do
discurso do historiador tradicional, seja numa ordem cronológica dos acontecimentos, seja lidando com a
crítica ao atual presente. 24Devemos salientar que: “O romance histórico da pós-modernidade, por outro
lado, joga com a liberdade de adiantar, em relação à cronologia da matéria narrada, elementos de um futuro
desconhecido das personagens [...]”, alerta o pesquisador Alcmeno Bastos. (BASTOS, 1999, p. 155) Em outras
palavras, a dispersão temporal que enfrentamos na modernidade atual, torna-se ferramenta estratégica para
o escritor contemporâneo criar saltos durante a narrativa, sem ter a necessidade de manter uma ordem no
tempo. 25“A percepção tardia do passado assim como o anacronismo dão forma às interpretações históricas.”
(LOVENTHAL, 1998, p. 53) Mesmo tendo a capacitade de inventariar forma e conteúdo aos aspectos remotos,
o escritor contemporâneo percebe a relutância de representar o passado na sua ordem estética. Por esse
motivo, o romancista histórico deverá ter a devida consciência cultural acerca da realidade nacional ao qual
transforma a sua maneira. “A função do historiador não é amar o passado ou emancipar-se do passado, mas
dominá-lo e entendê-lo com a chave para a compreensão do presente.” (CARR, 1996, p. 61)26 Ao utilizar vozes
alheias, seja no sentido paródico, seja na intertextualidade, o romancista deve ter o máximo de cuidado para
não perder o jogo ficcional acerca de um presente fugaz que também se tornará passado remoto. “Explicar
o passado no presente significa lidar não apenas com percepções, valores e linguagens que mudam, mas
também com acontecimentos ocorridos após a época examinada.” (LOVENTHAL, 1998, p. 53)

ANÁLISE DOS FRAGMENTOS DO ROMANCE A REPÚBLICA DOS BUGRES, DE RUY TAPIOCA

O romance A República dos Bugres de Ruy Tapioca se conjuga como uma excelente ferramenta didática
alusiva - que comporta diversas passagens –, ao contexto da representação dos diversos fatos políticos que
regeram o nosso século XIX. Nesse sentido, o conceito de “auto-reflexividade dos fatos históricos” que
abordaremos durante o desencadeamento dos excertos selecionados e, em maior grau, neste subtítulo,
como já anunciado, será o recorte dos principais fragmentos ao qual o narrador enseja uma profunda crítica
da nação brasileira. Em outras palavras, identificaremos no romance A República dos Bugres, aqueles
excertos que o narrador durante o desenvolvimento da trama ficticía perfaz uma reflexão acerca dos
problemas coloniais, envergando novos desdobramentos sobre a historicidade atual brasileira. Advogaremos

24 Sobre esse aspecto, apreendendo o romance A república dos bugres, no que tange a articulação dos saltos temporais, podemos
reproduzir integralmente a citação da pesquisadora Marilene Weinhardt: “A representação do tempo rompendo com a linearidade
não é prerrogativa da narrativa de ficção e é recurso corriqueiro mesmo em relatos banais, de que se lança mão para prender a
atenção ou para encarecer certas ações, seja usando-as como ponto de partida, para fazer o movimento de retorno ao pretérito, seja
reservando-as como coroamento de uma sequência, explorando os efeitos do suspense. A circularidade, concluindo-se a narração
no ponto inicial, também não é uma inovação. Entretanto, Ruy Tapioca fatiou o tempo de tal modo, sem um método que revele de
imediato seus mecanismos, que o leitor precisa avançar algumas dezenas de páginas para perceber que avanços e recuos não são
aleatórios. Já para desvendar o duplo sentido das amarrações, no plano do enredo ficcional e do histórico, é preciso uma segunda
leitura para apreender as duas dimensões, inclusive por omissões no tempo histórico.” (WEINHARDT, 2007, p. 65)
25 Novamente poderíamos o instigante ensaio de David Loventhal sobre a questão da ordem cronológica que atinge todos os

historiadores e, em menor grau, o romancista. “Estamos tão habituados a pensar no passado histórico em termos de narrativas
sequenciais, datas e cronologias que supomos que são atributos do próprio passado. Mas não são; nós mesmos a colocamos lá. A
capacidade e a propensão para ordenar os acontecimentos numa sequencia de datas é uma conquista cultural relativamente recente.
Os fatos históricos são atemporais e descontínuos até serem entrelaçados em histórias. Não vivenciamos um fluxo de tempo, apenas
uma sucessão de situações e acontecimentos. Grande parte da apreensão histórica permanece temporariamente tão vaga quanto a
memória, desprovida de datas ou até de sequências.” (LOVENTHAL, 1998, p. 119)
26 Linhas adiante o crítico Edward Carr perfaz uma questão que soa em sintonia com nossa chave de leitura. Ao realizar o

questionamento, título do seu próprio livro, “Que é História?”, o autor arrisca uma resposta: “[...] é que ela se constitui de um
processo contínuo de interação entre o historiador e seus fatos, um diálogo interminável entre o presente e o passado.” (CARR, 1996,
p. 65)

31
que essa é uma tendência contemporânea de não deixar o passado apenas “empoeirado”, mas trazer os
eventos históricos à tona e questioná-los em relação ao presente da escritura do autor. Por esse motivo, é
importante salientarmos que não partiremos de uma análise meta reflexiva ao qual o citado romance busque
apenas esboçar as formas e as maneiras de fazer ficção dentro da narrativa. De acordo com Carlos Ceia: “Um
romance auto-reflexivo é aquele que se refere ao seu próprio processo de criação.” (CEIA, s/p) O autor não
chega a adentrar no mérito da questão do conceito que iremos explorar, embora, a nosso ver, sabe que
existe tal possibilidade, já que o mesmo elenca outras modalidades de auto reflexividade. Em consonância
com aquilo que a teórica Linda Hutcheon menciona da seguinte forma: “[...] a ‘realidade’ a que se refere a
linguagem da metaficção historiográfica é sempre, basicamente, a realidade do próprio ato discursivo.”
(GOBBI, 2011, apud HUTCHEON, 1989, p. 78)

Certamente, o coroamento dessas modalidades implicaria numa melhor caracterização e qualificação da


expressão “articulação entre passado e presente” dos fatos históricos que, em suma, seria definida
objetivamente e iluminada através dos escritos que apresentassem esses segmentos: crítica às forças
armadas brasileiras e portuguesas (Várias vezes o narrador provoca uma reflexão desses fatos e os compara
com a defasagem militar atual brasileira e portuguesa); crítica ao jeitinho brasileiro e a dificuldade do
brasileiro na obediência das regras (O narrador chega a utilizar o emprestado vocábulo “anomia” do
sociólogo francês Émile Durkrein para justificar a dificuldade do brasileiro não respeitar as leis); crítica à
hierarquia social dentro da sociedade do século XIX (O narrador constrói uma crítica ao nosso esqueleto social
contraditório); crítica excessiva a corrupção política e as artimanhas das autoridades para burlar as regras
(Em vários momentos o narrador ou as personagens constroem desabafos ao sistema colonial corrupto). De
igual modo, a arrumação dos fatos históricos é lapidada no olhar do presente da escritura. Como verificamos
o recheio dessas modalidades proliferam de forma intensa no decorrer da narrativa atuando enquanto uma
sobreposição de espaços e, deixa aquela forte pitada de ironia sem perder erudição ao contexto sociológico
político brasileiro. Ou seja, o romance pode ser lido como uma metáfora pessimista da nossa falta de
progresso nas últimas décadas. Em suma, adentrando nos fragmentos que seguem adiante, o leitor é
convidado a criar quantos paralelos quiser entre passado e presente. Vejamos adiante, através da seleção de
alguns fragmentos como ocorre tal proposta no desenvolvimento do próprio romance.
Seria ocioso demonstrar as evidências que atestam a singularidade da história
arquiburrice dos portugueses, não fosse eu, desafortunadamente, um deles. Estou
convencido, Senhor, que Teu Pai, no momento de dar as luzes à minha gente, por
certo deve ter esquecido de acender o lume... (TAPIOCA, 1999, p. 16)

Engendra-se, nesse breve excerto, uma possível definição em que verificarmos os pressupostos maléficos da
triste colonização citada pelo narrador, diante da inoperância historicista provocada pelos antepassados
portugueses. Observamos que não existe um divisor de águas entre passado e presente, pois os eventos de
natureza colonial acabam servindo de mote para uma abonação crítica da nossa atualidade. Ao que tudo
indica, parece existir um confronto entre passado e presente que é sugerido nas relações estabelecidas pelo
narrador entre Portugal e Brasil. De igual modo, observamos a cruel incerteza que assola o movimento
“desafortunado” que opera a contra gosto, atingindo boa parte daqueles que estão à margem do sistema.
Não obstante, a perspectiva pessimista empregada no tom da conversa questiona os procedimentos
históricos acerca da oficialidade dos acontecimentos. Assim, a fabulação empreendida pelo romancista
atinge seu ápice da insatisfação de uma história já petrificada pela falta de questionamentos. Podemos
verificar que o narrador mesmo usando o vocábulo “arquiburrice” consegue se colocar no lugar dos nossos
ancestrais. Em outro episódio, teremos uma profunda crítica aos cargos comissionados que integram a
cancerígena máquina pública da nação brasileira. Vejamos os detalhes:
Preferia-o metido em política, conselhos, veranças, intendências, deputações,
senatorias, gabinetes, comissões, ministérios, ou coisas que o valham. Estas, sim,
ocupações fabulosas no Brasil: constituem cargos de representação dos cidadãos em
uma nação que nunca teve gente que merecesse tal qualificação. (TAPIOCA, 1999, p.
28)

32
Diante de tamanha complexidade historicista, através de um processo enumerativo, observamos nesse
fragmento uma envergadura para aqueles conchavos realizados no interior dos partidos políticos.
Coincidência ou não, identificamos que esses mesmos conchavos já eram modalidades previstas pelos
portugueses ao articularem seus expedientes praticados na Corte. Por mais que sejam incoerentes às
profissões, elas acabam sendo sustentados pelos famosos “ganchos de empregos” promovidos pela política
do “favor” e do “apadrinhamento partidário”, subordinadas ao preceito do jeitinho brasileiro. Em questão, o
último período “em uma nação que nunca teve gente que merecesse tal qualificação” é extremamente atual,
reformulando uma crítica acirrada ao sistema de governo que aprova cargos comissionados em função
daqueles promovidos por concursos públicos, deixando o mérito do cidadão para o fácil abono apadrinhado.
Em outro episódio, teremos a extração de alguns comentários feitos pelo narrador que evidenciam a
contaminação entre diluída do passado e do presente, vejamos:
Fará grande carreira militar, por certo: é pragmático, conhece as fraquezas dos pares
e as do povoléu, sabe onde mete o bedelho. Pegou rápido o espírito das coisas nesta
país: inventam-se soluções para onde não existem problemas, criam-se problemas
onde eles não existem, e mete-se ai um programa de governo. Não há dúvida de que
o capitãozinho é o produto mais representativo da trapalhada de povos e raças que
cá, promiscuamente, se misturaram.” (TAPIOCA, 1999, pp. 29-30)

O episódio marcado por uma discussão militar acerca do futuro da monarquia no Brasil é considerado gozado.
A conversa é estabelecida entre os dois oficiais do Exército, Coronel e Capitão, oscilando com intensos
comentários do próprio narrador. O narrador Quincas demonstra real interesse, salvo engano, no desabafo
conspiratório dos militares sobre a Proclamação da República. O fragmento mais profético e atual desse
trecho é, a nosso ver, a frase “criam-se problema onde eles não existem, e mete-se ai um programa de
governo” que mantém a carga semântica da inércia burocrática política existente no Brasil durante décadas.
Não por acaso, a atualidade desse discurso é a condenação em aceitarmos o engodo dos novos programas
de governo que sumariamente tiram o efeito representativo da participação democrática que supostamente
rege a nação brasileira. Especulação histórica ou não, o narrador busca alicerçar suas formulações passadistas
na carga biológica deixada pela “[...] trapalhada de povos e raças que cá, promiscuamente, se misturaram.”
(TAPIOCA, 1999, p. 30) Portanto, apesar da carga do discurso está atrelado a um passado remoto, século XIX,
o narrador tenta trazer a tona elementos historicistas para questionar a contemporaneidade. Em outro
fragmento, teremos novamente algumas reflexões militares acerca de algumas situações corriqueiras,
vejamos:

Por esse motivo, há três meses não recebem soldos os oficiais do exército, e estão
em atraso os pagamentos dos juros da divida pública e dos ordenados dos
funcionários. Mas deixe estar o lusitano erário, que isso tudo não terminará em águas
de bacalhau: se por acaso der em mau negócio, há-de nessa dívida entrar o Brasil de
sucessor, de herdeiro ou de sócio. (TAPIOCA, 1999, p. 43)

Neste ponto, percorridos 43 páginas desse denso romance já é possível verificarmos o diagnóstico cruel
realizado pelo narrador acerca da decadência da carreira militar em Portugal e no Brasil. O apêndice com
informações históricas é exercido nas páginas anteriores que precedem essa descrição sarcástica, mantendo
o leitor informado acerca do episódio malogrado. A triste realidade exercida pelo narrador através da ilação
apresentada (‘se por acaso der em mau negócio’), a nosso ver, os impasses já diagnosticado e quase
impassível de ser solucionado. A expressão “águas de bacalhau” remonta ao clichê já repetido através das
famosas piadas feitas por brasileiros, demonstrando o atraso português na resolução dos seus problemas.
27
A acepção corrente dessa expressão significa “sofrer malogro” ou simplesmente “não lograr êxito”, isto é,

27Curiosamente a mesma expressão é retomada de forma irônica no romance Conspiração Barroca, obra ainda inédita no Brasil. O
romance publicado em Portugal retoma a temática histórica da Inconfidência Mineira e seus principais seguidores. O trecho: “No
entendimento de todos, com a suspensão da derrama a conspiração terminaria em águas de bacalhau.” (TAPIOCA, 2008, p. 225)
33
novamente teremos os dividendos avançando em território brasileiro, como em vários outros casos. Enfim,
o que interessa ao narrador nesse excerto é deslindar um dos fulcros ideológicos desse sistema militar
defasado, engrenado no sistema financeiro atrasado e derrotado pela própria nação.

Em última análise, história e ficção se confundem na escrita de República dos Bugres, deixando bem claro
aquilo que Tapioca deixou subentendido: trata-se de um romance que mesmo mesclando arte e documento,
o mesmo não esquece o presente da escritura e da leitura. Noutras palavras, uma obra marcada por
contundente juízo em relação aos fatos corriqueiros do nosso ressurgimento democrático da década de
1980. Em última análise, o movimento histórico proposto por Ruy Tapioca no seu romance, como vimos na
leitura desses fragmentos selecionados, demonstra que a representação histórica não é algo objetivo ao que
lhe é peculiar. As progressões e as regressões temporais ocorrem durante o desenvolvimento da narrativa
perfazendo um círculo vicioso que alimenta novos desdobramentos aos acontecimentos históricos não
questionados. Por esse motivo, seu romance acaba ganhando o devido tônus historicista que modifica a
realidade do presente. Salvo engano, Tapioca ao modo de outros romancistas históricos considera o discurso
histórico como algo inconcluso, funcionando como um “Work in progress”. Os episódios históricos, já
mencionados, não estão paralisados no tempo; é quase impossível recortá-los ou simplesmente extraí-los do
seu contexto de origem para uma configuração imparcial e fria. Diante disso, conjecturamos que Tapioca
aproveita essa problemática para realocar esses acontecimentos com as reflexões do presente, interagindo
os ao favor da coletividade: os seus leitores.

À GUISA DE CONCLUSÃO

Passados mais de 120 anos da nossa transição política entre o regime imperial e o republicano, o romance A
República dos Bugres pode ser lido na atualidade como um grande testemunho do nosso passado,
propiciando ao leitor um profundo conhecimento da arqueologia dos textos históricos. As circunstâncias em
que este romance foi escrito e o desenvolvimento do texto a partir daí são de especial interesse de muitos
pesquisadores. Isto é, o interesse em destrinchar os aspectos arqueológicos textuais, ou melhor, a biblioteca
intertextual que inspirou o autor desse denso romance, apenas fortalece a compreensão da arquitetura de
outros textos do romancista. Assim, como vimos, os fragmentos que representam uma reflexividade acerca
dos fatos históricos, ajudam-nos a enxergar os altos e baixos da eterna dependência econômica. A título de
exemplo, dentre muitos outros, quando o narrador depõe sobre o material histórico representado, ou
simplesmente o questiona, contribui para uma profunda análise do nosso presente. A investigação defendida
no ano de 2005 pelo pesquisador Wilton Fred Cardoso de Oliveira, intitulada Imaginários de Nação no
Romance Brasileiro Contemporâneo: Os Rios Inumeráveis e A República dos Bugres (2005), pela Universidade
Federal de Santa Catarina, disseminam as possibilidades de leitura desse dessa ficção histórica; no entanto,
como já mencionado em rodapé, apenas instiga outras possíveis pesquisas, pois o autor não chega a esmiuçar
por completo esse quesito aqui apresentado: a articulação entre passado e presente.

Em resumo, a nosso ver, esta breve leitura do denso romance A República dos Bugres demonstra que as
marcas da articulação entre passado e presente dos fatos históricos permeiam uma profunda crítica à nação
brasileira em várias modalidades que funcionam de forma realística: Política, Sociológica, Literária, Histórica,
Geográfica, Religiosa, Militar, e juntas aglutinam as seguintes marcas caracterizadoras que fornecem a
estratégia de remontar ao nosso passado e não fecharmos de forma inusitada e aleatória:
1- Boa parte dos acontecimentos históricos é tratada de forma irônica e sarcástica; no
entanto, servem como alusão a diversos outros que informam o efeito caótico ao qual a História
nacional foi submetida na época;
2- A nosso ver, postulamos que as categorias estabelecidas pelos teóricos mencionados
(Agnes Heller, David Loventhal, Linda Hutcheon, Karl Eric Schollhamer, Anatol Rosenfeld) sobre a
fusão do tempo passado e presente no corpo desse artigo dialogam com os fragmentos selecionados;

34
3- Ruy Reis Tapioca ao escrever esse romance consegue antecipar de maneira embrionária
a dimensão do seu projeto político de escritor voltado a descrever as incongruências da nação
brasileira de época;
4- O conhecimento da história oficial por parte de Tapioca também corrobora para uma auto
reflexividade dos fatos históricos. Em entrevista Tapioca diz: “Todas as datas e fatos históricos foram
rigorosamente pesquisados, inclusive as personalidades e caracteres das personagens históricas com
o objetivo de conferir verossimilhança [...]” 28 Tal resposta constitui uma chave importante para
compreensão da estrutura narrativa e excelente apoio para uma investigação;
5- Por último, podemos constatar que a articulação entre passado e presente dos fatos
históricos conjuga um ingrediente a mais para enriquecer a fábula do próprio romance, funcionando
como algo fecundado de sentidos, perfazendo uma leitura mais moralizante acerca de uma
consciência nacional diagnosticada com os episódios já esquecidos pela esquecida memória popular;

No presente artigo, tentamos chamar atenção para a questão da articulação entre passado e presente dos
fatos históricos que ensejam uma possível leitura do romance A República dos Bugres. Observamos que
esses fragmentos capitaneados por Ruy Reis Tapioca reproduz um verdadeiro painel dos principais
acontecimentos que circunstanciaram o século XIX, ao qual buscamos suas formulações ao nosso presente,
não os deixando encarcerado no passado remoto. De igual modo, vimos como a arguição da história
realizada por Tapioca, via romance, é uma estratégia cuja articulação básica é jogo ambíguo, funcionando
como uma tensão da dúvida e da afirmação, um conjugar da História que, ao mesmo tempo, questiona a sua
veracidade. Seja nas questões coloniais entre Portugal e Brasil, seja na triste corrupção que perpassa várias
décadas, seja na ineficiência do Exército Brasileiro, como observamos nos fragmentos selecionados e nos
resultados atingidos. Enfim uma gama de tessituras textuais que adquirem toda sua força através de uma
leitura mais engajada por esse viés. Vimos também como se comporta o diálogo de alguns teóricos a respeito
das características temporais entre Passado, Presente e Futuro, especificamente aquele voltado a
compreender o período ainda tão obscuro de sua internação. Em suma, vimos à dicotomia da Ficção de
caráter historicista de forma reflexiva, buscando problematizar essa característica temporal tão complexa
que por excelência continuará problemática em vários outros romances da mesma natureza.

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HAMBURGER, Kate. A lógica da criação literária. São Paulo: Perspectiva, 2001.
HELLER, Agnes. Uma teoria da história. Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 1981.
SCHOLLHAMMER, Karl Eric. Ficção Brasileira Contemporânea. Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 2009.
LOWENTHAL, David. Como conhecemos o passado. São Paulo: Projeto História (17). Tradução Lúcia Haddad,
1998.

28 TAPIOCA, Ruy Reis. Entrevista concedida a Wilton Fred Cardoso de Oliveira. Rio de Janeiro: RJ, jun. 2003.

35
MANZONI, Alessandro. Os noivos. São Paulo: Abril Cultural, 1971.
MOISÉS, Massaud. Dicionário de Termos Literários. São Paulo: Cultrix, 1999.
OLIVEIRA, Cristiano Mello de; CAMILLOTI, Camila Paula. Figurações da importância do Latim na obra A
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06/08/2013.
/

36
EL MAGNICIDIO DE JORGE ELIÉCER GAITÁN EN LA NARRATIVA DE MIGUEL TORRES: TRAGEDIA Y
TESTIMONIO EN LA NUEVA NOVELA HISTÓRICA COLOMBIANA

Daniela Melo Morales.


Universidad del Tolima, Colombia.

“El arte da vida a lo que la historia ha asesinado.


El arte da voz a lo que la historia ha negado, silenciado o perseguido.
El arte rescata la verdad de manos de las mentiras de la historia”
Carlos Fuentes.

Resumen
Esta ponencia analizará El crimen del siglo y El incendio de abril de Miguel Torres desde fundamentos teóricos
de la Nueva Novela Histórica, atendiendo a las siguientes fuentes: Reescribir el pasado, historia y ficción en
América Latina, de Fernando Aínsa; “La historia en la ficción Hispanoamericana contemporánea: perspectivas
y problemas para una agenda crítica” y “Reinventar el pasado: la ficción como historia alternativa de América
Latina”, de Carlos Pacheco. Se abordará a partir del cuestionamiento del discurso historiográfico y la
multiplicidad de puntos de vista sobre el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948.

Preámbulo
El dramaturgo, guionista y escritor Miguel Torres nació en Bogotá. Cursó sus estudios de arte dramático en
París. Entre sus obras se destacan: Ladrón durante el alba (beca de creación Colcultura, 1994, cuento).
“Siempreviva” (beca de creación Colcultura, 1993, cuyo guión obtuvo el Premio Nacional de guión, 1999,
obra de teatro), Cerco de amor (Premio Internacional de Novela Imaginación en el Umbral, 1999), El Crimen
del siglo (publicado por primera vez en el 2006 y con varias ediciones al 2013, año en el cual se llevó a cine
bajo el título Roa, del cineasta Andrés Vaiz); y El incendio de abril (2012), una obra innovadora en la que se
funden testimonio, novela y tragedia para contar desde 70 voces el caos del 9 de abril de 1948. Tanto El
crimen del siglo como El incendio de abril hacen parte de lo que el autor denomina “La trilogía del fracaso”,
trilogía en torno a Jorge Eliécer Gaitán y el Bogotazo, cuya última novela se publicará posteriormente.

El colombiano Jorge Eliecer Gaitán fue dirigente político, abogado, miembro del concejo municipal, de la
asamblea de Cundinamarca, del senado de la República, director de corporaciones privadas y públicas, rector
de la Universidad Libre de Colombia, alcalde mayor de Bogotá (1936), bajo el gobierno de López Pumarejo,
ministro de trabajo. Nació en 1902 y fue asesinado el 9 de Abril de 1948. Seguía la corriente ideológica
liberalista de sus padres. Se graduó de derecho en la Universidad Nacional de Bogotá y se tituló como Doctor
en Jurisprudencia en la Real Universidad de Roma. Su tesis obtuvo la calificación Magda Cum Laude y el
premio Enrico Ferri. Se destacó por su oratoria y el modo en que movía las masas populares: “La verdad es
que nadie en Colombia ha sembrado raíces tan profundas en el corazón del pueblo. Él sabía fundir la pobreza
y el abandono, para mutarlos como en un crisol, en pasión revolucionaria” (Hoyos, 1998, p. 162). Era el
candidato presidencial que conocía las necesidades de la población menos favorecida de Colombia. Gaitán o
“el Jefe”, como lo llamaban, era la esperanza de transformación política y económica del país:

Comprendió muy pronto que Colombia necesitaba con urgencia grandes reformas sociales, y el
proyecto nacional siempre postergado se convirtió en su bandera (…). Entendió que el principal
enemigo de la sociedad Colombiana era ese bipartidismo aristocrático cuyos jefes formaban en
realidad un solo partido de dos caras, hecho para saquear el país y beneficiarse de él a espaldas
de las mayorías (Ospina; 1997, p. 63).

37
A los colombianos “les cortaron las alas” con su asesinato. Por fin alguien distinto a los delfines políticos
aspiraba llegar al poder para reformular el proyecto de nación, un sujeto que creció en medio de la clase
humilde. El defensor de los derechos del pueblo fue la voz que denunció con fuerza la Masacre de las
Bananeras en 1928. Promovió el sector de la salud y la educación en los cargos públicos que ocupó, situación
que enfureció y despertó odios secretos entre políticos conservadores tradicionales.

La narrativa de Miguel Torres da cuenta de los hechos y consecuencias del asesinato de quien era el favorito
a ganar la presidencia colombiana entre 1950-1954, gracias a sus cuestionamientos al poder y su carisma
entre las clases desfavorecidas. Sus dos novelas se articulan a una tendencia de la narrativa colombiana que
ficcionaliza el asesinato de Gaitán: El 9 de abril, de Pedro Gómez Corena, Los peregrinos de la muerte de
Alberto Machado, El día del odio de José Antonio Osorio, Viernes 9 de Ignacio Gómez Dávila, y Calle 10 de
Manuel Zapata Olivella. No obstante, Miguel Torres presenta un aspecto innovador en su novela El crimen
del siglo. En vez de enfocar a la víctima (Jorge Eliécer Gaitán), relata los hechos desde la perspectiva de quien
era considerado el “presunto asesino”: Juan Roa, un “hombrecito desgarbado de rostro cetrino y mirada
evasiva” (Torres; 2013; p. 45), bogotano desempleado de veintiséis años, menor de cinco hermanos (uno
internado en el manicomio de Sibaté), mantenido por su mujer y su mamá, un personaje ensimismado que
sufría delirios de grandeza, quien creía que el general Santander había reencarnado en él.

Juan Roa Sierra, en la ficción de Miguel Torres, sufrió tres golpes que mataron sus ganas de vivir: el rechazo
de María su mujer, tras pedirle que se marchara de la casa porque “no reunía las condiciones mínimas para
ser cabeza de familia sin tener como responder con sus obligaciones” (2013, p, 27); la desestimación del
secretario del Presidente Ospina Pérez quien evade la necesidad de un empleo por parte de Roa; y la
desaprobación de quien admiraba, el propio caudillo (Jorge Eliécer Gaitán):

Lo siento joven, pero no puedo ayudarle, dijo Gaitán disponiéndose a cerrar la puerta. Doctor,
insistió Roa, como es posible que una persona como usted no pueda darme una mano para
conseguir un puesto. Yo no doy ni pido puestos para nadie, no estoy en el poder respondió
Gaitán visiblemente molesto (Torres; 2013; p. 19).

Esta respuesta no la esperaba alguien que idolatraba a Gaitán, hizo que su ánimo decayera por días. Él creyó
que por ser un fanático su vida sería solucionada e intentó suicidarse pero la cobardía lo impulsó de regreso
a casa. Desde ese momento la brecha entre Roa y Gaitán empezó a ser notoria, con la diferencia de que el
caudillo no lo sabía. Roa en sus delirios espío a Gaitán y con tan mala suerte del destino que el día 9 de Abril,
a la una de la tarde, otro asesino es el encargado de ejecutar el magnicidio y Roa -que también sostenía un
revolver en la mano- es aprehendido por un policía que estaba cerca de la escena del crimen (en la portería
del edificio Agustín Nieto). Juan Roa fue inculpado de propinar cuatro tiros de gracia por la espalda al caudillo
siendo después linchado por el pueblo. La gente desesperada se unió para destruir a la oligarquía. No
obstante, fue una lucha perdida porque los cuerpos de los que proclamaron venganza en nombre de Gaitán
fueron acribillados:

Fue la fecha más aciaga del siglo para Colombia. No porque en ella, como lo pretenden los viejos
poderes, se haya roto la continuidad de nuestro orden social, sino porque ese día se confirmó
de un modo dramático (…). Gaitán tenía clara la necesidad de un proyecto social donde cupiera
todo el país entero (…). Pero esa claridad lo llevo a enfrentarse ingenuamente (Ospina, 1997,
p.p. 65-66)

El 9 de abril de 1948 fue uno de los días más nefastos en la historia Colombiana. Como lo afirma Hebert
Braun, “se terminaron las manifestaciones del silencio y las oraciones por la paz en la plaza Bolívar. En vez de
una respuesta masiva y cívica, la democracia se fue a la guerrilla, donde fue hábilmente dominada por
políticos y militares” (Sánchez, Peñaranda, 2007, p. 228). El magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán provocó una
revuelta–denominada Bogotazo- en la que murieron cerca de tres mil ciudadanos; los odios entre liberales y

38
conservadores se expandieron al resto de país para desatar una guerra civil no declarada –llamada La
Violencia- de la que quedaron más de 300.000 muertos e innumerables mutilados y desplazados.

Los Gaitanistas recibieron el apoyo de algunos militares y políticos que decían ser conservadores. Los dotaron
de armas porque lo que tomaban de los almacenes no era suficiente para defenderse del ejército, parecían
esquizofrénicos esparciendo ráfagas de balas a quienes se cruzaban en sus caminos: “el tanque tan enorme
avanza mordiendo las dos aceras como una monstruosa aplanadora que va triturando todo lo que encuentra
en su camino (…), se oyen los sordos chasquidos de cadáveres (…) mientras el loco de arriba sigue disparando”
(Torres, 2012, p. 251). Al parecer un respiro de indolencia y sed de estrenar sus juguetes los cegó.

Cuestionamiento historiográfico

Una de las características de la Nueva Novela Histórica es el “cuestionamiento historiográfico”. Su función


consiste en tomar la versión oficial para desmentirla, escudriñarla y dar la voz a los subalternos, las víctimas,
lo que sintieron en el momento y la descripción detallada. Con relación a este aspecto, la ficción de Miguel
Torres cuestiona el manejo de la información de los medios de comunicación el 9 de Abril de 1948.

Los medios de esa época aseveraban que la capital bogotana tenía unos pocos incendios, unos cuantos
muertos y heridos. Una ilustración de ello era el periódico El siglo dirigido por conservadores, quienes
señalaban al pueblo de saqueadores y revoltosos. No obstante, ocultaban la población dada de baja. Juan
Durazno Luzio citado por Fernando Aínsa, afirma que “la ficción viene a suplir las amplias deficiencias de una
historiografía tradicional, conservadora y prejuiciada, para la cual los problemas son siempre menores y no
pasan de ser locales” (2003, p. 85). Además el asesinato de Gaitán quedó impune. Según las versiones
oficiales al caudillo lo mató un infeliz pero no profundizaron en la investigación de su homicidio. Gaitán, la
piedrita en el zapato de los conservadores tradicionales, tenía bastantes enemigos por la lucha de sus ideas
o su prestigio como defensa en los juzgados.

Otro aspecto importante en la Nueva Novela Histórica es “la humanización del héroe” que por muy sublime
o exaltada que sea siempre va a tener su lado débil: “los héroes inmortalizados en mármol o bronce
descienden de sus pedestales para recobrar su perdida condición humana” (Aínsa, 2003, p. 11). Bastó la ira
de Gaitán para direccionar su destino irrevocable. No imaginó que alguien insignificante como Roa podría
llegar a intervenir a secas en sus planes: “así como vino aquí vaya pídale cacao al gobierno. Ellos tienen como
ayudarlo. Las últimas palabras de Gaitán, duras, cortantes, acabaron por desmoronar la frágil resistencia de
Roa” (Torres, 2013, p. 19). Palabras que entrelazaron los destinos de un héroe y su antagonista. Para que un
antagonista se declare enemigo del héroe solo necesita del desprecio, el desprestigio o simplemente ser
ignorado.

Terry Eagletón argumenta que: “los individuos eminentes suelen tener más oportunidades para hacer el mal
que los desconocidos” (2003, p. 129). Dichos individuos normalmente son los que sostienen un vínculo
cercano con la persona que ha sido herida emocionalmente y basta el rechazo a través de la mirada, el
silencio o la palabra para desmoronar el ánimo del otro. Gaitán no toleraba a aquellos que se escudaban en
la pobreza para recibir algún beneficio. Y como todo ser humano respondió en su acalorado impulso, pero
su negligente respuesta alimentó la decepción de Roa.

Multiplicidad de puntos de vista sobre un fenómeno

La mejor forma de romper un silencio es a través de los testimonios de los que vivieron en carne propia la
abolición de la esperanza de un hombre que encarnaba la voz y los ideales de un pueblo, voz de aquellas
voces que sufrieron en secreto la desaparición de sus familias, los asesinatos a sangre fría, la mutilación de
sus cuerpos o de sus espíritus. Es la dura violencia conservadora del gobierno de Ospina Pérez, violencia que

39
fue cuestionada por Gaitán en sus célebres marchas, principalmente la Marcha del Silencio (7 de febrero de
1948) en la que pedía al Estado no más crímenes ejecutados por la policía y políticos conservadores.

Los testimonios parten de diferentes posiciones ideológicas, contextos socio-culturales, y cada quien puede
contar como vivió ese momento. Sin embargo, cuando otras voces rompen con el silencio llegan a un punto
neurálgico en el que se conectan en el momento específico de la historia y es allí cuando la narrativa recobra
fuerza y sentido. Esto se conoce como la fragmentariedad del discurso:

La novela se presenta al lector no como el conocimiento completo y organizado, resultante de


una investigación concluida y exitosa (…). Sino más bien como una indagación en proceso, como
un conjunto (casi siempre incompleto o defectuoso) de piezas de un rompecabezas aún a medio
armar (Pacheco, 2001, p. 11).

Este aspecto viene a convertirse en la metáfora del pintor que ha decido coser variedad de telas para plasmar
su lienzo, en el que verá collage de pinturas que han adherido más rápido que otras. Así son los testimonios
de los que todavía albergan en sus memorias el 9 de abril. Unos con el tiempo dejaron de creer en políticos,
otros esperan a que un nuevo líder surja y otros siguen aferrados a sus creencias tradicionales. En El incendio
de Abril se puede apreciar que “los textos incorporados sitúan a los protagonistas en una época y una
sociedad, porque el acontecimiento individual no puede existir en forma aislada y necesita de la variedad de
contextos que lo definan e identifiquen” (Aínsa, 2003, p. 89). Esta segunda novela de Miguel Torres cede
su narración a políticos, la familia de Roa, mujeres desconsoladas en las que hablan de sus disgustos o
pasiones por Gaitán. El primer desconcertado fue Juan Roa Sierra. Así mismo se suma el testimonio de un
taxista: “bien hecho que hayan matado a ese hereje de Gaitán. Lo malo es que a esa chusma no la para nadie”
(Torres, 2012, p.96). Igualmente. Ella historia de una prostituta que relata la visita de Gaitán a un burdel junto
a dos amigos, ella aclara en la versión que el líder político no pidió ningún servicio sexual, solo bebió una
copa de Ginebra.

La historia anterior es otro punto de vista dentro de la multiplicidad de voces en la novela en la que interviene
la carnavalización: el licor y el burdel como centros de la escena, en vez del poder y sus tensiones. En
situaciones complejas el hombre encuentra en la risa un poco de consuelo. Los personajes se muestran como
seres reales, impregnados de deseos, debilidades ligadas al estómago y bajo vientre. La risa era la única que
podía fortalecer en el momento de angustia y en ese instante se sentían ajenos a la muerte:

La risa posee un profundo valor de concepción del mundo, es una de las formas fundamentales
a través de las cuales se expresa el mundo, la historia, el hombre; es un punto de vista particular
y universal sobre el mundo, que lo percibe en forma diferente (tal vez más) que el punto de vista
serio (Bajtín, 1998, 103)

En los testimonios se destacan momentos que transgreden las normas de la tragedia a través de situaciones
carnavalescas: los ebrios que tomaban para no olvidar al caudillo; un intento de suicidio de un hombre
aquejado por la ruina y el despecho y apenas le dicen que van a quemar la casa de un adinerado se olvida de
sus problemas existenciales; el caso de un boticario que desea participar en la toma a “Palacio” pero está
enfermo: “¿qué tiene? Churrias. ¿Y usted luego no es médico? Boticario no más, que es distinto (…). Piñeros
se rió” (Torres, 2012, p. 104); y una historia de amor de una mujer que mientras buscaba a su marido, conoció
al hombre de sus sueños en una biblioteca. Se despide de su idilio y vuelve a internarse en la pesadilla. La
risa o la comicidad en circunstancias como las anteriormente mencionadas en medio de la tragedia
permitieron dar un respiro a ese personaje que se sentía angustiado ante los sucesos en la que asimilaban
el caos de manera diferente. Además muestra a un protagonista con necesidades básicas y con una condición
humana llevada al límite.

40
Apuntes finales

En la mayoría de ocasiones las versiones oficiales han vendido imágenes de héroes o antihéroes en la que
han vedado cierta parte de la historia al pueblo y a sus “victimas”. Guerras, revoluciones e invasiones
ocasionadas por individuos o entes políticos que un pueblo no sospecharía que se ensuciarían las manos
para llevar a cabo sus intereses. En el caso de Colombia la violencia producto de envidias u odios secretos
entre rivales de posición ideológica ha dejado una fisura en la memoria histórica.

Miguel Torres a través de las novelas El crimen del siglo e Incendio de abril trasciende los niveles de la
reverencia histórica. Una obra pensada en un protagonista cuya voz no sería la del héroe sino la del
antihéroe, en la que muestra a un ser carcomido por el fracaso, obligado a matar la esperanza de un pueblo.
Las contracaras de Bogotá (una la que se ufanaba de ser la “Atenas de Colombia” y la otra su realidad coja
con problemas de desempleo, hambre, carencia de salud y educación). Por último, la desmitificación de un
discurso historiográfico a través de la incorporación de testimonios, voces tanto oficiales como carnavalescas
en la que se puede apreciar protagonistas humanizados que juzgan, rechazan, ignoran, desprecian y sienten
placer en lo profano.

Referencias
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para una agenda crítica. Caracas. Revista de investigaciones Literarias y culturales. N 18. Págs. 205-224.
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editores.
Torres, M. (2012). El crimen del siglo. Bogotá: Editorial Alfaguara.
Torres, M. (2013). El incendio de abril. Bogotá: Editorial Alfaguara.

41
LA REPRESENTACIÓN DE LA GUERRA EN LA NOVELA REPUBLICANA: TRISTE FIM DE POLICARPO
QUARESMA (1915), DE LIMA BARRETO, Y EN ESTE PAÍS…! (1920), DE URBANEJA ACHELPOHL , DE
URBANEJA ACHELPOHL29

Dionisio Márquez Arreaza


Universidad de Los Andes-Venezuela
Universidade Federal do Rio de Janeiro
dionisio2001@yahoo.com

El modo de narrar el idealismo nacionalista en medio de guerras coloca en diálogo los personajes en las
novelas Triste fim de Policarpo Quaresma (1915), del brasileño Lima Barreto, y En este país…! (1920), del
venezolano Urbaneja Achelpohl, con el fin del Imperio en Brasil y de la era del caudillo regional en Venezuela,
respectivamente. El fracaso nacionalista de Policarpo Quaresma y Gonzalo Ruiseñol, respectivamente,
construye el habla político de cada novela a través de la integración de forma narrativa y coyuntura bélica
ambientada en las correspondientes guerras nacionales históricas de la Revolta da Armada (1893-1894) en
Brasil y la Revolución Libertadora (1901-1903) en Venezuela. Las novelas formulan una crítica a la república
internalizando, dentro de la acción narrativa, la coyuntura histórico-política del país, en el caso brasileño, a
través de la diferenciación entre Policarpo y la retórica jacobina florianista y, en el caso venezolano, de la
asociación de Gonzalo con la retórica criolla. El tratamiento narrativo vehicula una crítica a la actuación
militar que revela la naturaleza “republicana” de los textos a partir de la oposición entre la retórica de
fundación nacional y la práctica de la exclusión social.

En este trabajo analizo la relación con la guerra de los personajes Policarpo Quaresma en Triste fim de
Policarpo Quaresma (1915) del escritor brasileño Lima Barreto y Gonzalo Ruiseñol en En este país…! (1920)
del venezolano Urbaneja Achelpohl. Después de sus fracasos retórico y agrario, estos personajes fracasan en
la guerra en la última parte de las novelas, reiterando la oposición entre retórica nacional de fundación y
práctica de exclusión de las élites gobernantes.

El conflicto armando y la modernización económica caracterizan el Estado latinoamericano entre el último


cuarto del siglo XIX y el primero del XX, constituyen el medio de negociación por excelencia para la resolución
de conflictos y es en este período que los personajes experimentan el fracaso de opciones ideales para el
progreso nacional. Así, la guerra en las novelas formula una crítica de aquella oposición a través de la
internalización, dentro de la acción narrativa, de la coyuntura histórico-política de cada país.

En cada caso, la guerra es escenificada en territorio nacional. En el caso de Triste fim de Policarpo Quaresma,
el referente es explícito con la “Revolta da Armada”, ocurrida entre 1893 y 1894 durante la presidencia del
“mariscal de hierro”, Floriano Peixoto, poco después de la transición de la monarquía a la república,
terminando la era del civilismo imperial30 en Brasil. En el caso de En este país...!, el referente es implícito con
la Revolución Libertadora, ocurrida entre 1901 y 1903, durante la presidencia del general Cipriano Castro,
como es sugerido por Lubio Cardozo (16), terminando la era del caudillo en Venezuela.

Los actores históricos en confrontación durante la Revolta da Armada son, en principio, el gobierno militar
legal de Floriano Peixoto, apoyado por una heterogeneidad republicana, y la marina armada, liderada por el
almirante Custodio de Melo, constitucionalista31, contando con la significativa adhesión del también

29
Este trabajo recibió apoyo financiero del CDCHTA de la Universidad de Los Andes (Venezuela).
30
En la historiografía política brasileña, el término “imperial” se refiere al sistema de la monarquía parlamentaria con
que se funda la independencia hasta la proclamación de la república y no tiene el sentido de “imperialismo” practicado,
por ejemplo, por las potencias europeas de la época.
31
O sea, no reconocía la sucesión de Peixoto después de la renuncia del mariscal Deodoro Fonseca, que figura como
responsable del acto de la Proclamación de la República en Brasil.
42
almirante Saldanha da Gama, monárquico-plebiscitario32 (Queiroz 22). Era el final del año 1893, a cuatro años
de la claudicación de la monarquía y de la proclamación de la república, cuando se manifiestan las tensiones
contra la participación y liderazgo del ejército como el “protector” del nuevo régimen. La confrontación entre
los “legalistas” del gobierno y los “rebeldes” de la marina alimenta, en primera instancia, el embate entre
republicanos y monárquicos, muchos de los cuales eran liberales. Con todo, en 1894 Peixoto cede el poder
ante Prudente de Morais, el primer presidente civil electo de Brasil.

Una cualidad de la guerra es que permite la polarización de la opinión pública para provecho de las partes en
conflicto. Esto fue aprovechado tanto por los militares en cargos de gobierno como por los políticos
republicanos cuya alianza vio la tensión retórica entre, de un lado, la tendencia militarista del
presidencialismo dictatorial por parte de los nacionalistas radicales jacobino-florianistas y, del otro, la
tendencia civilista parlamentaria de los políticos civiles y la clase agraria (Coelho 68), recordando que se trata
de un país de larga tradición civil y parlamentaria durante la monarquía del siglo XIX. Esta tensión retórica
atraviesa la novela.

En este contexto, la presencia de los jacobinos cumplirá el objetivo de crear una opinión popular sustentada
en una retórica coherente favorable al gobierno militar y su carácter castrense. En el origen francés, el
término “jacobin” quiere decir miembro de una sociedad revolucionaria, históricamente parte del
movimiento de 1789 y, por extensión, significa un entusiasta intransigente de la república (Petit s.n.). La
versión carioca no modifica esto dentro de su coyuntura específica.

En Os radicais da República. Jacobinismo: ideologia e ação, Suely Robles Reis de Queiroz observa que los
primeros síntomas se originan justo después de la proclamación de la república, pero los jacobinos aparecen
más claramente durante la Revolta da Armada con una actuación visible entre 1893 y 1897 (265). Siguiendo
a Queiroz, son socialmente un grupo heterogéneo compuesto por la emergente clase media urbana
profesional, oficiales y jóvenes estudiantes militares. Su retórica es “moralista, reformadora y sectaria,
característica de los eventos militares”33 y, por tanto, castrense (13), en sintonía con la autovaloración del
militar y convencida de la república como respuesta revolucionaria a la reacción de los males del gobierno
monárquico del Imperio de Brasil, en defensa de la soberanía nacional y la integridad territorial (220). Con la
actitud de defensa a la república y al gobierno militar durante la Revolta, los jacobinos se oponen
radicalmente a los marineros rebeldes y sus simpatizantes, que son vistos como monárquicos y una amenaza
a la república. En la medida en que la prensa de países monárquicos e influyentes como Inglaterra y Portugal
expresaba reservas por la tendencia militarista del gobierno legal y simpatía por los rebeldes comparando la
“monarquía pacífica” a la “república convulsa” (21-2), los jacobinos se expresan con xenofobia y reafirman la
defensa a la nación. El gobierno de Floriano Peixoto usará y manipulará la amenaza de la “restauración del
monarquía” para fortalecer, así, el nacionalismo. Durante la confrontación armada, el nacionalismo
florianista actúa con extrema “sospecha extranjera” (150), lo que alimenta un intenso sentimiento
antiportugués que generó manifestaciones de calle y actos de agresión contra inmigrantes portugueses y,
por ejemplo, la importante zona lusitana de comercio de Río de Janeiro en el Largo da Carioca, São Francisco
y la Rua do Ouvidor (24). Aunque no se limitara al extranjero portugués, la expresión antilusitana del
momento por parte de los jacobinos reprodujo la retórica fundacional de la Independencia de 1822. En este
aspecto particular, el nacionalismo brasileño a lo largo del siglo XIX se muestra elemento retórico homogéneo
y constante en los momentos de crisis política.

32
O sea, proponía la realización de un plebiscito a través del cual los electores habilitados decidiesen la forma de
gobierno del país entre monarquía y república; esta última no contaba con apoyo mayoritario en la época de la
Proclamación (Costa 290).
33
Moralista, reformadora e sectária, característica dos eventos militares.
43
A pesar de que los jacobinos eran una minoría numérica, el contenido nacionalista, castrense,
antimonárquico y antiportugués de su retórica influyó grandemente a favor de la posición legalista y resalta
su carácter excluyente en relación con la disidencia y las particularidades dentro de la opinión pública
(Queiroz 220). La novela retrata a los jacobinos a la luz de este contenido en el “habitat” del medio urbano:
A vida continuava a mesma. Havia grupos parados e moças a passeio; no Café do Rio, uma multidão.
Eram os avançados, os “jacobinos”, a guarda abnegada da República, os intransigentes, a cujos olhos,
a moderação, a tolerância e o respeito pela liberdade e a vida alheias eram crimes de lesa-pátria,
sintomas de monarquismo criminoso e abdicação desonesta diante do estrangeiro. O estrangeiro era
sobretudo português, o que não impedia de haver jornais “jacobiníssimos” redigidos por portugueses
da mais bela água (Barreto 189)34.

Como retórica no deja de tener un valor de tipo ideal. Al identificar al enemigo político y social con el
monárquico y el portugués, los jacobinos no distinguen el revés económico de la situación en juego. Son
vagos en la racionalización del nacionalismo y a la hora de proponer un proyecto de nación. En esta
circunstancia, no rompen con la ideología de la clase dominante (agraria paulista) y, a falta de proyecto,
adoptan la democracia liberal a través de la cual esa clase vehiculó su dominio (Queiroz 266). En este contexto
histórico-literario, el idealismo de Policarpo compite en desventaja no sólo con las prácticas excluyentes del
jacobinismo radical, sino también del civilismo liberal y, aún todavía, la nostalgia sebastianista 35. El fracaso
del personaje en la participación bélica se inserta en el debate ideológico, político y, sobretodo, económico
durante la transición de la monarquía a la república. La retórica nacionalista, de la cual Policarpo es la versión
utópica anómala, es el fondo tras el cual el proyecto modernizador y del progreso muestra su lado destructivo
y sangriento representado, como el título de la obra, en su “triste fin”.

En la novela venezolana En este país…!, la identificación con la Revolución Libertadora con la revolución
ficcionalizada en la novela no es explícita, pero hay razones para hacerla. La principal es la descripción de las
alianzas regionales y las estrategias de guerra que coinciden con importantes detalles históricos. Por esto, el
fin del ciclo de los caudillos es la forma política que atraviesa a la novela.

Desde el inicio de la guerra, la narración marca el conflicto entre las dos grandes figuras de poder, a saber, el
General en Jefe y presidente de gobierno y el Jefe Supremo de la revolución ficticia. En el momento en que
se entra en batalla, los revolucionarios parecen tomar ventaja, sin embargo, el narrador destaca la visión que
el gobierno tiene de sí contrastada con la de los insurgentes:
Sus tropas regulares, diseminadas y diezmadas, se batían con valor y denuedo, a pesar del número
avasallador de las enemigas y de su falta de opinión. Había sufrido mil reveses, pero conservaba
íntegra su unidad y la entereza de su caudillo. A pesar de estar asediado por todas partes contaba
con elementos de guerra y medios rápidos para transportarlos. Obraba como amo en su casa y la
revolución como un intruso. La lentitud de los movimientos revolucionarios en la movilización de un
gran ejército heterogéneo, le daba tiempo a prepararse para la batalla que decidiría la suerte de los
contendores. Como se veía obligada a mantener soldados en muchas partes, sólo podía enfrentarse
al enemigo con reducido número de tropas, pero escogió los cuerpos más aguerridos y la oficialidad
más experimentada (énfasis añadido) (Urbaneja 264).

34
La vida continuaba igual. Había grupos parados y mozas de paseo; en el Café de Río, una multitud. Eran los avanzados,
los “jacobinos”, la guardia abnegada de la República, los intransigentes, a cuyos ojos, la moderación, la tolerancia y el
respeto por la libertad y la vida ajenas eran crímenes de lesa patria, síntomas de monarquismo criminal y abdicación
deshonesta ante el extranjero. El extranjero era sobretodo portugués, lo que no impedía que hubiesen periódicos
“jacobinísimos” redactados por los portugueses más genuinos.
35
Aquel que anhela el regreso de la monarquía. Originalmente se refiere a quienes creían en el regreso del Rey Sebastião
de Portugal (1554-1578) que desapareció en el África (Ferrerira 1901).
44
El mando del gobierno está centrado en el “caudillo”, sus “tropas regulares” están bien armadas y son
ágilmente movilizadas tácticamente en territorio nacional entero y no en una sola región. El moderno ejército
nacional, donde quiera que va, a pesar de sus limitaciones, bajas y retrocesos, se siente “amo en su casa”. Al
contrario, las tropas “revolucionarias” son mayor en número porque constituyen un “gran ejército
heterogéneo” producto de la suma de varios grupos con jefes propios que, entonces, nivelan sus diferencias
en causa común y obediencia a un líder principal. La naturaleza estructural diversa del mando “central”
revolucionario atrasa sus movimientos tácticos vulnerándolos. La distinción entre la tropa regular y la
irregular no será sólo sustantiva a la hora de considerar el fracaso o la desilusión de personajes como Gonzalo,
sino que será tanto una pista textual de identificación con una guerra típica como también indicativo de la
forma histórica con la cual el texto “conversa”36.

La observación de la coyuntura política del momento ofrece un ponto de partida para fijar la tensión política
con que se relacionan los pasajes textuales de guerra en En este país…!. Los actores en conflicto en la
Revolución Libertadora se diferencian en términos políticos, más que económicos. Liderada por Manuel
Antonio Matos, banquero con título de general, contra el gobierno del presidente Cipriano Castro, la
insurrección constituye el más significativo grupo de caudillos de todo el territorio nacional durante el siglo
XIX (Caballero 282).

Matos representa, en primer lugar, el sector económico del país, habiendo sido la figura central en la
fundación del sistema bancario venezolano durante y más allá de las presidencias de Antonio Guzmán Blanco
(1870-1877, 1879-1884, 1886-1888), conocido como el Ilustre Americano por ser considerado el
modernizador de Venezuela y el creador del llamado “liberalismo amarillo” que prácticamente extinguió el
conservadurismo y que predominó hasta 1899, cuando Castro llega al poder. Entre diciembre de 1901 y julio
de 1903, Matos y los caudillos intentaron derrocar, sin éxito, al presdiente Castro.

Matos y Castro son practicantes distintos del legado de Guzmán Blanco, pero lo que enemista a ambos
liberales es un desacuerdo presupuestario contingente cuando Matos, en representación de los banqueros,
se niega a prestar más dinero al gobierno endeudado después de la guerra. Castro, en un desmán autoritario
y despótico, los aprisiona (Quintero 21; Carrero 280). En un plano más general, el proyecto de centralización
política y control militar de Castro amenaza el orden liberal amarillo del sistema trípode de conveniencia
entre el gobierno central, el sector financiero-comercial y los caudillos regionales (Quintero 3, 21).

En el federalismo liberal amarillo, el jefe central controla el factor bélico reconociendo la autonomía regional
de cada caudillo, haciéndoles favores y dándoles gratificaciones para recibir, a cambio, el reconocimiento
como jefe central. La fórmula no deja de tener un revés centralizador, pero es políticamente flexible dado
que consigue pactar con el reducto conservador en dos estados andinos. No obstante, a partir de 1888,
cuando el “supracaudillo” Guzmán Blanco termina su último período presidencial, las distintas facciones del
liberalismo amarillo entran en conflicto por la obtención y manutención del poder y, específicamente, por la
reforma constitucional de la reelección. A partir de la revolución de Castro con su “liberalismo restaurador”
acabará con aquel viejo esquema político, aunque dejando intacta la estructura económica y a pesar de los
impasses contingentes, imprimiendo en la retórica un renovado cuño nacionalista. En el paso del
guzmancismo al castrismo se oponen lo que llamo el supracaudillo y el supercaudillo, respectivamente,
entendiendo por el primero al jefe que comanda a los caudillos regionales (sistema amarillo) y por el segundo
al jefe que elimina a los caudillos regionales para ser la única gran figura de poder (sistema centralizador).

Esta desestructuración del sistema amarillo es forma de cultura política que dialoga con la tensión simbólica
en En este país…! durante momentos clave de la guerra ficcionalizada. El drama de Gonzalo Ruiseñol
formaliza tal diálogo como profesional liberal, en este caso, un agrónomo que fracasa económicamente en

36
En rigor, las descripciones de la cita arriba coinciden exactamente con la circunstancia de la Revolución liberatadora,
aunque no haya mención explícita en el texto.
45
la agricultura. Después, durante la guerra, se le asocia a las fuerzas revolucionarias y, así, significa una forma
narrativa del fracaso republicano en tanto representa al sujeto criollo asociado al viejo sistema amarillo de
los caudillos; su fracaso y desilusión individual no hacen sino reiterar la crisis del modelo de poder político
real (sea liberal, federal o central) o cultural (sea criollo o caudillista).

Conclusiones

Cuando se relaciona a los personajes Policarpo y Gonzalo como itinerarios fracasados del idealismo
nacionalista con la respectiva referencialidad bélica nacional, se ve que es en la secuencia de la guerra donde
se cancela ese idealismo, definiendo así la política de violencia y exclusión de la república latinoamericana.

En el caso de Triste fim de Policarpo Quaresma, a través de la coyuntura del conflicto se oponen dos binomios
interrelacionados a la manera brasileña: la república y la monarquía y también el presidencialismo dictatorial
de corte militarista y el parlamentarismo federalista de corte civil. El narrador retrata como la exclusión de
Policarpo sirve de fuerza crítica contra el ascenso militarista postmonárquico y, por oposición, a favor de un
modelo civilista que garantice la libertad civil y el disenso. Sin embargo, el narrador deja de lado la
“hegemonía de la libertad” consensuada por los gobiernos civiles controlados por la gran clase agraria
paulista a partir del civil Prudente de Morais. Cabe añadir que, aunque algunos gobiernos de la Primera
República fueran presididos por militares, Brasil se diferenció del militarismo que caracterizó las repúblicas
hispanoamericanas.

Por su lado, en En este país…!, a través del criollo Gonzalo se enmarca el binomio conflictivo, a la manera
venezolana, entre oficialidad legal y revolución ilegal y, todavía, federalismo liberal amarillo y centralismo
militar restaurador. En ese contexto, la novela propone literalmente representar la última guerra de los
caudillos decimonónicos, dando término al ciclo de la guerra interna como medio de negociación en la vida
republicana (Caballero 16). El narrador retrata la exclusión de Gonzalo como síntoma del cambio político y
de la superación de la hegemonía criolla con la “esperanza” de que se inicie un período de paz verdadera
garantizada por la república sobretodo socialmente justa –cuestión representada por los personajes
marginados en la novela, como Paulo Guarimba, que no desarrollo aquí.

La especificidad bélica en cada contexto republicano (civilismo postmonárquico; militarismo centralizador)


determina el sentido crítico del fracaso y exclusión del idealismo nacionalista de cada personaje y, al mismo
tiempo, destaca la diversidad y heterogeneidad de la experiencia republicana en cada construcción retórica
de la nación. En este mismo sentido, se demuestra lo apartada que está de la realidad excluyente la celebrada
retórica nacional desde los tiempos de la Independencia que, por entonces, cumplía su primer centenario sin
satisfacer la promesa postergada de la emancipación social arrastrada desde el proyecto constitucional de la
Independencia política.

46
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Urbaneja Achelpohl, Luis Manuel. En este país…! Caracas: Monte Ávila, 1997.

47
EL MAL Y LA NARRATIVA: PROPUESTA PARA REFORMULANDO NUESTRA LECTURA DE LOS TEXTOS
COLONIALES DE LA CONQUISTA.

Iván R. Reyna
reynai@missouri.edu
University of Missouri

“Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo”, frase que George Santayana popularizó
a principios del siglo XX, de alguna manera resume uno de los roles que se le ha querido dar a la memoria
histórica durante dicho siglo, es decir, considerar que la memoria histórica tiene un rol muy importante como
una especie de “antídoto” en contra de repetir los llamados “errores del pasado.” Básicamente la idea es
que el aprender de nuestros errores impedirá que los volvamos a cometer. 37 Si trasladamos esto al campo
especifico de las atrocidades que los seres humanos han cometido en contra de sí mismos durante el siglo
XX, se podría argumentar que el recordar dichas atrocidades tendría, según esta perspectiva, el potencial de
ser una herramienta que nos permitirá evitar que hechos similares vuelvan a ocurrir en el presente y también
prevenirlos en el futuro. Pero, como debe resultar obvio para usted querido lector, esto no ha sido
completamente cierto. A pesar de los constantes esfuerzos por recordar el mal ocurrido en el pasado, este
se sigue reproduciendo en el presente y parece querer perpetuarse en el futuro.38 A fin de poder identificar
alguna razón para esta especie de “fracaso de la memoria” Tzvetan Todorov, en un pequeño libro, cuyo título
en inglés es Memory as a Remedy for Evil, sugiere que la memoria no puede servir ningún propósito cuando
simplemente se dedica a crear una “muralla impasable entre el mal y nosotros” (79).39 ¿Qué es lo que quiere
decir Todorov con esto? ¿Cuál es esa muralla impasable? Él nos explica que los relatos históricos que buscan
representar el mal ocurrido en el pasado, es decir el conflicto entre el bien y el mal, obedecen casi siempre a
una estructura narrativa que reproduce tanto el bien como el mal a través de dos tipos de protagonistas:
uno de ellos es el protagonista activo, aquel que actúa haciendo el bien o el mal y el otro es el que podríamos
llamar pasivo, el que recibe dichos actos buenos o malos. (8) Todorov sugiere que esta división nos permite
clasificar a dichos protagonistas dentro de cuatro categorías, categorías definidas a través del rol que dichos
personajes cumplen dentro de dicho esquema: por un lado tenemos a quien podríamos considerar como el
villano, agente activo de actos malvados y por el otro a su víctima, receptor de dicho mal; asimismo tenemos
a el héroe, agente activo de actos positivos o buenos y también a quien sería el beneficiario de dichos actos
buenos. Según Todorov, dos de estos roles; tanto el del héroe como el de la víctima, son usualmente vistos
con respeto y consideración, mientras que los otros dos son vistos con menos consideración, sobre todo en
el caso de los villanos. Si aunamos a esta ecuación la distinción que generalmente existe entre el concepto
de “nosotros” frente al concepto de “ellos” o el “otro”, nos encontramos, según Todorov, frente al uso más
común de la memoria, crear relatos en los cuales nosotros somos las víctimas o los héroes y los “otros”
quedan siempre reducidos al menos prestigioso rol de ser villanos o simples beneficiarios de nuestro
heroísmo.40 Aunque podamos encontrar algunos vacíos en esta esquematización planteada por Todorov, si
creo que no deja de ser llamativa la sugerencia de que existe algo problemático en la manera en la cual
tenemos la tendencia de recordar el pasado, atribuyéndonos el rol positivo de ser “héroes irreprochables” o
“víctimas inocentes” en mucho de estos casos y relegando los aspectos negativos a aquellos que no son como
nosotros, o con quienes no nos identificamos. Esto quiere decir, siguiendo el razonamiento de Todorov, que

37
Aquí no estamos tratando de dilucidar el valor de la historia como ciencia ni entrar dentro del debate sobre la
posibilidad de representar fehacientemente el pasado o no. Simplemente nos referimos a la idea, casi generalizada de
aprender de nuestros errores, trasladada al campo de la memoria histórica.
38
El ejemplo emblemático es los estudios sobre el llamado Holocausto. La conciencia de lo ocurrido durante la
segunda guerra mundial en contra de la población judía y otras minorías en Europa no ha impedido que eventos
similares hayan tomado lugar en África y aun la misma Europa.
39
“…memory of the past will serve no purpose if it is used to build an impassable wall between evil and us,…’
40
Para ejemplarizar su argumento, Todorov se refiere a la manera en la cual se ha recordado los crímenes de lesa
humanidad en Francia, pero sería fácil trasladar dichos usos de la memoria a realidades fuera del contexto francés.
48
no ganamos nada con simplemente recordar el pasado a través de relatos en los cuales se resalta lo buenos
que somos o la maldad de la cual hemos sido objeto, sino que sería mucho más productivo el preguntarnos
las razones por las cuales dichos actos tuvieron lugar. La propuesta de Todorov no solo pone en cuestión
nuestro interés por ser los héroes o las víctimas en el pasado, sino también, y esto es lo que realmente nos
importa explorar en esta investigación, nos permite ver la manera en la cual nos esforzamos por colocar el
mal fuera de nuestra realidad, fuera del contexto de lo que consideramos el “nosotros”, fuera del enclave
que entendemos como lo que nosotros somos capaces de hacer. Pero creemos que, y esta será una de la
premisas sobre las cuales gire nuestro argumento, que el mal (así como el bien, pero nuestro análisis está
más enfocado en el mal por razones que serán obvias) es algo inherente en nosotros y que la única forma de
poder entender el mal, o narrarlo de una manera mucho más constructiva, es tratando de entender las
razones por las cuales ciertos individuos deciden cometer actos malvados y de esa manera tener una
perspectiva mucho más clara de la manera en la cual el mal ocurrió en el pasado, y tal vez al mismo tiempo
entender el mal en nuestros días.41 Creemos, al igual que Paul Ricoeur, que la narrativa es la que hace a la
“vida biológica” una “vida humana” (20), y es esa misma narrativa la que le da sentido, desde un punto de
vista humano, al pasado. Es por eso que el valor que tiene la narrativa como lugar para analizar el
comportamiento humano, en este caso particular en los actos malvados, no solo radica en el hecho de
brindarnos acceso a acontecimientos sobre los cuales probablemente no tendríamos otra forma de acceso
en nuestro día a día sino que también nos permite “aprender” de los errores, aciertos o vicisitudes de
aquellos personajes, tanto históricos como ficticios que viven dentro de cualquier relato. Por supuesto que
al hablar de ‘aprender” no nos referimos al rol didáctico que la memoria histórica pudiera tener proveyendo
un conjunto de reglas o valores a seguir sino a una “ética basada en la experiencia” (Kearney, 112) 42 en la
cual el receptor del relato es capaz de producir una especie de entendimiento narrativo que le permite, no
solo entender el pasado a través de su representación narrativa sino entenderse a sí mismo.43 Pero tal vez
aún más importante, este enfoque en el mal probablemente nos permita pagar esa deuda que tenemos con
aquellos que “han vivido, sufrido y muerto.”(100), como lo sugiere Richard Kearney, deuda que difícilmente
podríamos honrar si persistimos en recordar el pasado de acuerdo a la estructura narrativa descrita por
Todorov.

Antes de continuar tal vez resulte necesario el tratar de definir qué es lo que debe entenderse en este artículo
como el mal. Aunque definir el mal no es una tarea realmente fácil, creemos que en un principio podemos
estar de acuerdo cuando decimos que es posible identificar el mal cuando lo vemos o experimentamos. 44
Exterminios, asesinatos en masa, torturas, asesinato de niños, son ejemplos de aquellos actos que
probablemente cualquier persona inmediatamente identificaría como un acto malvado. Tal vez tenga razón
Joseph Kelly cuando dice que: “…el mal es un fenómeno demasiado universal para ser definido solamente

41
Sería muy difícil el tratar de explicar en una nota a pie de página un problema que ha sido debatido desde tiempos
bíblicos, y si tratáramos de hacerlo en el cuerpo del ensayo terminaríamos desvirtuando el propósito del mismo, pero
en resumidas cuentas lo que se trata de argumentar al hablar del mal como algo inherente al ser humano es que los
seres humanos no son buenos o malos por naturaleza sino que todos tenemos la capacidad de cometer actos buenos
o malos dadas las circunstancias por lo que no son los humanos sino sus actos son los que pueden ser considerados
como tales. Para un acercamiento algo más profundo sobre el tema se podría consultar la bibliografía citada en este
ensayo, pero la mayoría de los textos consultados están escritos o traducidos al inglés y no tengo conocimiento de que
existan traducciones al español de dichos textos.
42
“…an ethics of experience…”
43
Nuevamente resulta necesario enfatizar que en ningún momento estamos sugiriendo que la representación textual
del pasado es el pasado mismo sino simplemente un esfuerzo por recuperarlo.
44
Debemos ser cautelosos cuando buscamos dar una definición del mal, ya que el concepto del mal ha sido entendido
de maneras muy diferentes a través de los años y muchas veces su interpretación va a depender en gran manera de
los fenómenos que se quieran incluir dentro del mismo y si la definición esta influenciada por principios teológicos,
biológicos, sociológicos etc. Simplemente a manera de referencia es necesario recalcar que, de manera general, se
entiende que existen dos tipos de mal, uno es el llamado mal natural o mal causado por la naturaleza (piénsese en
huracanes, tornados, terremotos, etc.) y el otro es el mal moral, que es producto de los actos cometidos por los seres
humanos.
49
por los académicos.” (3)45 De todos modos resulta necesario operar bajo las pautas de una definición precisa
y para ello podríamos recurrir a la definición sugerida por el filósofo noruego Lars Svendsen en su libro A
Philosophy of Evil. En este libro Svendsen define al mal como “toda acción que, de manera voluntaria, tiene
como propósito el causar daño a otra persona.”(25) 46 pero esta definición tal vez carece de la especificidad
que nos brinda Adam Morton cuando nos dice que un acto malvado es un acto que es resultado de un “…acto
cuyos resultados predecibles incluyen el sufrimiento o humillación de otros, actos que no debieron ser
considerados como posibilidad...” (56)47. Tanto Svendesen como Morton parten de la premisa, muy similar
a la propuesta por Todorov, que todos los seres humanos somos capaces de hacer cosas terribles a nuestros
semejantes. Y estas cosas terribles que podemos hacer a nuestros semejantes son el producto de ciertas
motivaciones, circunstancias, etc. con las cuales los seres humanos nos podemos ver confrontados. Pero lo
que es necesario resaltar de la propuesta de Svendsen es que para él no son dichos factores, lo que él llama
factores externos al individuo como ente moral, los que van a ser la causa directa del mal. Svendesen
considera que el responsabilizar a los factores externos de dicha maldad simplemente resulta en creer que
el llamado “mal natural” es el responsable de todo el mal en el mundo y exculpa de cierta manera al ser
humano como ente moral. Al mismo tiempo, resulta importante destacar de lo que sugiere Morton, que
para cometer actos malvados, según él, los seres humanos deben cruzar ciertas “barreras”, barreras que
generalmente nos impiden actuar de manera maligna pero que, una vez superadas, permiten a los seres
humanos actuar de manera malvada. Creemos, al igual que Svendsen, que existe un nivel de responsabilidad
al momento de actuar de una manera malvada y que es mucho más importante tratar de entender dichos
actos de una manera específica que buscar un origen metafísico, religioso o ideológico para el mal. Dentro
de esta línea de pensamiento, Lars Svendsen sugiere que es posible clasificar el mal, o mejor dicho los actos
malvados, en 4 diferentes categorías. Estas diferentes categorías del mal están claramente influenciadas
por la manera en la cual se ha estudiado el mal desde la antigüedad pero se enfocan en la motivación del
individuo al momento de cometer dichos actos Dichas categorías son las siguientes:

1) El mal demoniaco48 (85): este tipo de mal seria aquel que se hace simplemente por el placer de hacer el
mal. Aunque Svendsen considera que este es simplemente una variación del mal instrumental es
probablemente la versión más popular de lo que entendemos como el comportamiento de un ser maligno y
es la primera idea que la mayoría de las personas tendría al momento de tratar de explicar las motivaciones
de un acto malvado.
2) El mal instrumental 49(85): es aquel tipo de acto malvado que tiene como propósito lograr una meta
totalmente diferente del acto malvado, por lo que el acto malvado es solo un medio, un instrumento para
lograr esta meta. La meta puede ser algo positivo, negativo o neutral pero los medios a través de los cuales
se busca lograr esta meta son caramente malévolos.
3) El mal idealista 50(85-6): es aquel acto malvado que se comete bajo la creencia de que se está haciendo
algo bueno. A diferencia del mal instrumental, el mal idealista busca justificar el mal por una “buena
causa” Ejemplos de este tipo de mal, según Svendsen, son las cruzadas, lo actos terroristas o los actos de fe
realizados por la inquisición.
4) El mal estúpido51 (86-7): según Svendsen el mal estúpido está constituido por aquellos actos en los cuales
el agente actúa sin considerar las consecuencias de sus actos. Sin reflexionar sobre las consecuencias de sus

45
“…evil is too universal a phenomenon to be defined only by scholars.”
46
“…evil signifies those premeditated human actions that are intended to cause harm to others.”
47
“…an act whose foreseeable results involve the suffering or humiliation of others and whose performance should
not have been considered.”
48
“demonic evil” Creo que es necesario recalcar que estoy utilizando la traducción en ingles de un libro que fue
originalmente publicado en noruego, por lo que me estoy ateniendo a la terminología usada en dicha traducción.
Lamentablemente, mi incapacidad de leer noruego me impide captar las sutilezas que la traducción pueda haber
dejado de lado en esta tipología del mal.
49
“instrumental evil”
50
“idealistic evil”
51
“stupid evil”
50
actos. Este tipo de mal puede ser equiparado al comportamiento de algunos alemanes durante la segunda
guerra mundial y es el que Hannah Arendt describe cuando habla sobre la banalidad del mal.

A fin de analizar la viabilidad de este tipo de análisis para entender el problema del mal en el contexto de la
conquista de América, específicamente la región andina, usaremos la Verdadera relación de la conquista del
Perú, texto publicado por Francisco de Jerez, notario y secretario de Pizarro, en la ciudad de Sevilla, en 1534
y nos enfocaremos específicamente en la masacre que se produjo durante el llamado Encuentro de
Cajamarca. La elección no es arbitraria. El encuentro de Cajamarca es probablemente uno de los eventos
más importantes de la historia de la conquista en la región andina. Ya en otro estudio hemos examinado en
detalle la significancia de dicho evento para efectos, no solo de la historiografía de la región andina, sino
también por su significado como momento emblemático de la conquista.52 Pero la mayor parte de los textos
que reproducen o estudian dicho momento se centran principalmente en el diálogo que tuvo lugar entre el
Inca Atahualpa y Fray Vicente de Valverde, tratando de identificar hasta qué punto el rol que cumplió Fray
Vicente de Valverde desencadenó los eventos que tuvieron lugar ese día o si en su defecto esto solo fue parte
de la celada preparada en contra del Inca Atahualpa por parte de Pizarro, o en su defecto buscan examinar
el conflicto entre oralidad y escritura presente en dicho evento o el llamado choque de culturas que el dialogo
entre ambos personajes representa dentro del contexto de la conquista. En todo caso la mayoría de dichos
acercamiento dejan de lado (o mencionan muy someramente) la violencia que tuvo lugar después de dicho
diálogo. Nuestro propósito será el centrar nuestra atención en dicha violencia, sus posibles motivaciones, y
lo que podría significar entender dicho acto de violencia para tratar de entender otros actos que de alguna
manera puedan ser similares al encuentro de Cajamarca. Debe quedar claro que este esfuerzo por analizar
el comportamiento de los conquistadores dicha tarde fatídica en Cajamarca no es un esfuerzo por entender
sus motivaciones (esfuerzo de alguna manera fútil porque solo ellos saben lo que los motivaba y a estas
alturas es imposible preguntárselos) sino la manera en que dichos eventos son descritos dentro del relato
de Jerez y que conclusiones podemos obtener a través de la lectura de dicho relato.

Recordemos un poco los detalles de dicho encuentro. El 16 de Noviembre de 1532, luego del famoso diálogo
entre el Inca Atahualpa y Fray Vicente de Valverde, las tropas de Francisco Pizarro, que estaban escondidas
dentro de los edificios alrededor de la plaza principal de Cajamarca, salieron al unísono a fin de capturar al
Inca Atahualpa y de esa manera tratar de dar un fuerte golpe a la estabilidad del gobierno de los Incas. Dice
la Verdadera relación de la conquista del Perú, que luego de la conversación que tuvo lugar entre Valverde
y el Inca Atahualpa, Francisco Pizarro decidió salir de su escondite y acercarse a las andas de Atahualpa,
rodeado de solo cuatro hombres, y luego de tomar al Inca del brazo grito “¡Santiago!” grito que desencadenó
el ataque de las tropas de Pizarro a los hombres que rodeaban o custodiaban a Atahualpa. Nos dice Jerez
que:
…soltaron los tiros y tocaron las trompetas, y salió la gente de pie y de caballo. Como los indios
vieron el tropel de los caballos, huyeron muchos de aquellos que en la plaza estaban; y fue tanta la
furia con que huyeron que rompieron un lienzo de la cerca de la plaza, y muchos cayeron unos sobre
otros. Los de caballo salieron por encima dellos hiriendo y matando, y siguieron el alcance. La gente
de pie se dio tan buena priesa en los que en la plaza quedaron, que en breve tiempo fueron los más
dellos metido a espada. (Jerez 199-200)

Resulta evidente, según lo que nos cuenta Jerez, que la sorpresa fue total, al punto que muchos de los
miembros del séquito de Atahualpa simplemente deciden huir al parecer espantados por los caballos o en
general por la sorpresa del ataque. La huida es tan estrepitosa y desesperada que la masa de hombres
huyendo logra derribar uno de los muros que circundan la plaza. La fuga de los que lograron escapar no es
completa ya que los mismos caballos que iniciaron el ataque ahora prosiguen con una persecución implacable
“hiriendo y matando” a los que están huyendo. Pero no solo esto está ocurriendo dentro de esta escena
bélica que nos describe Jerez, al mismo tiempo las tropas de a pie están masacrando a los que quedaron

52
ver mi El Encuentro de Cajamarca, Lima, Fondo editorial UNMSM , 2010
51
dentro de la plaza, siendo “los más dellos” muertos a punta de espada. Continúa el relato de Jerez diciendo
que:
El Gobernador tenía todavía del brazo a Atabaliba, que no le podía sacar de las andas como estaba
en alto. Los españoles hicieron tal matanza en los que tenían las andas, que cayeron en el suelo; y si
el Gobernador no defendiera a Atabaliba, allí pagara el soberbio todas las crueldades que había
hecho. El Gobernador, por defender a Atabaliba, fue herido de una pequeña herida en la mano. En
todo esto no alzó indio armas contra español; porque fue tanto el espanto que tuvieron de ver entrar
al Gobernador entre ellos, y soltar de improviso el artillería y entrar los caballos de tropel, como era
cosa que nunca habían visto; con gran turbación procuraban más huir por salvar las vidas que de
hacer guerra. (Jerez 200)

Jerez, al igual que muchos de los otros cronistas que narran dicho evento, nos habla de la total sorpresa que
significo el ataque y la nula defensa que los hombres de Atahualpa pusieron al ataque reflejada en las
palabras: “no alzó indio armas contra español”. Emblemático de esto es la escena dantesca que nos pinta
Jerez, en la cual vemos las andas del Inca sostenidas por cargadores que pierden la vida solo por estar
cargando las andas, totalmente incapaces de defenderse en dichas circunstancias así como la oración final
de la cita anterior donde Jerez nos dice los indios solo buscaban salvar sus vidas y no hacer guerra. Dice
nuestro cronista que solo la caída del sol y la consiguiente oscuridad pudo detener la desmedida brutalidad
de dicha persecución:
La batalla duró poco más de media hora, porque ya era puesto el sol cuando comenzó. Y si la noche
no la atajara de más de treinta mil hombres que vinieron quedaran pocos. Es opinión de algunos que
han visto gente en campo que había más de cuarenta mil en la plaza y en el campo, quedaron
muertos dos mil sin los heridos… (Jerez 203)

Muchas veces la capacidad deslumbradora de la imagen de Fray Vicente de Valverde y el Inca Atahualpa
frente a frente en la plaza de Cajamarca oscurece la imagen de los cientos, tal vez miles, cuerpos sangrantes
y mutilados de los hombres que acompañaban a Atahualpa. El trasladar nuestro enfoque a tamaña
catástrofe nos debería confrontar con la pregunta de cuan necesario era para los hombres de Pizarro el seguir
atacando y matando a un enemigo que no se defendía y que por el contrario huía de su agresor. ¿Estaríamos
en este caso frente a un acto puramente de guerra o este es un ejemplo de un acto malvado? Para efectos
de poder juzgar el comportamiento de los europeos es necesario contextualizar la actitud de estos dentro
del marco de los planes del propio Pizarro. Según nos cuenta Jerez, Pizarro había ordenado a sus tropas
esconderse en los edificios que rodeaban la plaza en Cajamarca. Básicamente, lo que había preparado Pizarro
era una emboscada ya que había organizado a sus hombres a fin de atacar al Inca una vez que este se
encontrara dentro de la plaza y se había acordado que el asalto se daría una vez que se diera la señal,
aparentemente la voz de “Santiago”, seguida de unos disparos de arcabuz y el sonar de las trompetas. En
un determinado momento Pizarro decide enviar a Fray Vicente de Valverde a “dialogar” con Atahualpa,
posiblemente para cumplir con la formalidad del requerimiento.53 La negativa de Atahualpa, traducida en
este texto como un rechazo al libro, biblia o breviario que Valverde ofreció a Atahualpa se convierte en la
justificación para la captura del Inca y el ataque sorpresa a sus acompañantes. Atacar por sorpresa a los
indígenas y capturar al Inca es la consigna. Pero ¿Cómo explicar los claros excesos que se cometieron luego
de que resultara obvio que el ataque había sido un éxito y el Inca había sido capturado? Probablemente
podríamos asumir que la actitud de los conquistadores era simplemente el producto del miedo que habrían
tenido de la tropas de Atahualpa y que por ende existiría necesariamente una relación proporcional entre el
número de indígenas muertos y una victoria mucho más clara y segura, o tal vez podríamos argumentar que

53
El requerimiento fue un documento redactado por la corona española fin de ser leído a la población indígena antes
de cualquier ofensiva militar en su contra. Básicamente este documento era una especie de ultimátum que, luego de
justificar históricamente los derechos de la corona española sobre los territorios donde vivían los indígenas, los
“requerían” a someterse a la corona española y abrazar la religión católica. La negativa a este sometimiento otorgaba
a los conquistadores el derecho a atacar a los indígenas, esclavizarlos y otros males, responsabilizando de cualquier
daño que esta violencia produjera a los propios indígenas por no haber aceptado dicho ofrecimiento.
52
dicha masacre era parte de la estrategia de conquista, desarrollada durante muchos años por los
conquistadores en sus incursiones tanto en Centro América como en el Caribe. Pero por otro lado, según
lo menciona Jerez, el propósito de Pizarro era simplemente capturar a Atahualpa por lo que el matar a la
mayoría de los que quedaron en la plaza de Cajamarca, asesinar de manera inmisericorde a los encargados
de cargar al Inca y aún más, perseguir a los que huían de la manera en que los cronistas dicen que se hizo,
son claramente excesos que probablemente podríamos calificar como malvados. Tal vez también sería
posible argumentar que el juzgar el comportamiento de los conquistadores bajo parámetros vigentes en
nuestro tiempo es algo anacrónico, y creemos que de alguna manera este es un argumento válido. Pero por
otro lado, creemos también que el asumir que los conquistadores, por pertenecer al siglo XVI eran seres
desalmados que no daban valor a la vida humana sería una forma de justificar su comportamiento de una
manera algo simplista. El siglo XVI también es el siglo de Fray Antonio de Montesinos o Bartolomé de Las
Casas, es decir que existía una conciencia de lo que significaba el maltrato y los abusos en contra de la
población indígena en el proceso de la conquista. Por lo que nuestro esfuerzo por entender el
comportamiento de los conquistadores en estas circunstancias, aunque puede parecer anacrónico, tiene
validez como herramienta para tratar de comprender el comportamiento humano en general. Pero dejemos
este argumento por el momento y pasemos al análisis propiamente dicho del texto de Jerez a través del
lente de Svendsen.

Tomando como punto de partida la tipología sugerida por Svendsen podríamos tratar de comprender la
actitud de las tropas de Pizarro a través de las diferentes opciones propuestas anteriormente. Podríamos
empezar por preguntarnos: ¿Fue el comportamiento de los soldados de Pizarro simplemente un acto
malvado (demoniaco)? Es decir, los hombres de Pizarro cometieron dichos actos malvados simplemente
porque su esencia era malvada. Entendemos, al igual que Svendsen, que dicha esencia malvada en realidad
no existe. Argumentar lo contrario significaría el aceptar que los conquistadores simplemente mataron a los
indígenas porque eso significaba cometer un acto malvado y porque lo disfrutaban o por razones patológicas.
Lo patológico puede claramente descartarse, sería imposible asumir que todos los conquistadores sufrieran
de alguna condición patológica, por lo que solo nos queda el aspecto estético, es decir el disfrute de matar o
cometer el mal. Probablemente también en este caso sería imposible asumir que todos los conquistadores
presentes en los eventos de Cajamarca sufrieran de una necesidad de dicho disfrute, o en su defecto, que
todos pudieran ser encasillados dentro del disfrute estético de hacer el mal y una patología que los obligara
a actuar de esa manera. Pero, a fin de que podamos apreciar el argumento de Svendsen en su totalidad,
asumamos que los conquistadores gozaban de hacer el mal, es decir que por alguna razón todos ellos
coincidían en necesitar y apreciar dichos actos. Aun si esto fuera cierto, el obtener dicho placer, dicha
satisfacción, hace que este comportamiento tenga las características de un mal instrumental, es decir, el mal
cometido es simplemente un instrumento para obtener algo beneficioso para el individuo. Este algo, en el
caso anterior, sería el placer que se podría obtener al matar, lo instrumental radica en el propósito de dicho
acto y no en el acto en sí. Una vez descartada la posibilidad del mal demoniaco podemos enfocarnos en los
otros posibles males.

Empecemos tratando de identificar algunos propósitos instrumentales propios de la guerra, como por
ejemplo sería el buscar reducir el número de indígenas que tendrían que combatir en otra ocasión o crear un
miedo enorme en el enemigo a fin de facilitar su posterior sumisión, en ambos casos lo que estarían haciendo
los europeos tendría sentido como parte de una estrategia bélica, brutal y salvaje pero estrategia bélica al
fin y al cabo. O tal vez podríamos argumentar que muchos de los conquistadores que decidieron perseguir
a los indígenas que huyeron de la plaza lo hicieron para hacer méritos frente a su capitán y así garantizar una
mejor posición frente a él y por ende una mejor participación dentro del botín. 54 En todas estas opciones,
el matar y herir a los indígenas se hace con un propósito específico que no es el simplemente hacer el mal

54
Solo a manera de referencia debe recordarse que la captura del Inca tuvo como premio un rescate de oro y plata
que, luego de ser ejecutado el Inca aun a pesar de habérsele ofrecido su vida a cambio del botín, fue repartido entre
los miembros de las huestes de Pizarro
53
por el mal, las razones serian estratégicas, de lucro o personales y los actos malvados simplemente se
convierten en herramientas o instrumentos que les permitieron lograr sus propósitos. Dentro de la misma
lógica se podría argumentar que los conquistadores eran movidos por motivos altruistas, lo que haría de este
mal un mal idealista. Las motivaciones altruistas podrían estar vinculadas a los principios del requerimiento,
en especial con respecto a la conversión a la iglesia católica, es decir que los conquistadores realmente
creyeran que al matar más indígenas se podrían crear las condiciones necesarias para poder implementar la
evangelización de una manera más rápida o que algunos de ellos creyeran que destruyendo el ejercito de
Atahualpa se destruían a las fuerzas del mal. O tal vez este sea simplemente un típico ejemplo de lo que
Svendsen llama el mal estúpido, mal en el que los actores simplemente actuaban sin pensar en las
consecuencias de sus actos, es decir, en este caso específico, simplemente llevados por inercia debido a las
órdenes impartidas por Pizarro de atacar a los indígenas y que nunca se detuvieron a reflexionar sobre las
consecuencias de sus actos.

Por razones de formato, no tenemos espacio suficiente en este ensayo para dilucidar en mucho más detalle
cuál de dichos tipos de maldad definen más certeramente la manera en la cual lo acontecido dicha tarde en
Cajamarca ha llegado a nosotros a través de la pluma de Francisco de Jerez ni tampoco podríamos
simplemente asumir que solo una de estas tipologías puede definir el comportamiento de todos los
conquistadores en Cajamarca. Es muy probable que algunos de ellos tuvieran motivaciones diferentes a los
otros y aún más, es factible pensar que algunos de ellos simplemente decidieron no participar o continuar
con la matanza iniciada en la plaza y que su comportamiento no hubiese sido registrado por Jerez. También
sería necesario enfocarnos en los indígenas y tratar de imaginar que estarían pensando cuando fueron
emboscados dicha tarde o cuando eran perseguidos inmisericordemente por los hombres a caballo. Esto
significaría buscar materializar a las víctimas de dicho mal dentro de un texto que de alguna manera parece
ponerlos en la sombra de Atahualpa, Pizarro y Fray Vicente de Valverde. 55 Pero, sin necesidad de llegar a
exactitudes de este tipo, lo cierto es que creemos que al usar la tipología de Svendsen nos resulta posible
ver en cada uno de estos posibles tipos de maldad dentro del contexto de la “masacre de Cajamarca” un
comportamiento que coloca a dichos personajes históricos y a sus víctimas mucho más lejos de la dualidad
planteada por Todorov y nos permite hacerlos cruzar esa “muralla impasable” que el propio Todorov
menciona, colocándolos mucho más cerca de nosotros y así poder verlos como lo que fueron; seres humanos
capaces de reaccionar a diversas motivaciones de maneras similares a las que hacemos nosotros.

Por supuesto que nos es nuestra intención el tratar de justificar el comportamiento de los conquistadores
durante dicha tarde en Cajamarca, o cualquier otro acto de maldad que haya tenido lugar en el pasado, esté
ocurriendo en este momento y pueda ocurrir en el futuro. Ni tampoco por un segundo estamos
pretendiendo mediante este ejercicio intelectual olvidar el sufrimiento que las víctimas de dicha maldad
hayan sufrido o puedan sufrir, sino todo lo contrario. Como hemos dicho, creemos que mediante el uso de
la tipología de Svendsen para analizar el comportamiento de las huestes de Pizarro durante la masacre de
Cajamarca, y otros eventos de este tipo durante el periodo de la conquista y aún mucho después, nos es
posible alejarnos de la constante simplificación de la que hacemos uso al momento de recordar el pasado,
de acuerdo a lo expuesto por Todorov, y en su defecto enfocarnos en los actos malvados sacándolos del
contexto histórico en el cual muchas veces pueden perderse. Claro que este no es siempre el caso, existen
eventos históricos, el Holocausto es uno de ellos, cuyo estudio implica en su mayor parte enfocarse en el
sufrimiento de las víctimas. Pero aún en el caso de eventos como el Holocausto, existe una tendencia a
vilificar a los victimarios sin tomar en cuenta las razones que hubieran podido motivar a dichos individuos a
cometer actos de dicha magnitud. El hacer esto no solo significa que estemos simplificando un fenómeno
tan complejo como es el fenómeno que hemos llamado en este ensayo “el mal”, sino que también no pone
en una situación en la cual resulta más fácil que podamos ser objetos de esta violencia, violencia que

55
Existen otros momentos en el relato de Jerez donde es posible individualizar a las víctimas del mal ocasionado por
los conquistadores y ser testigos de su sufrimiento. Pero esto será objeto de un análisis más minucioso en otra
oportunidad.
54
fácilmente podría nacer bajo las mismas motivaciones que hace casi cerca de 500 años incitaron a los
conquistadores a hacer las atrocidades que hicieron. Si es cierto, como lo asegura Paul Ricoeur, que nuestra
identidad puede ser entendida como una identidad constituida por la narrativa y que también es a través
de la narrativa que podemos “aprender” o analizar el comportamiento humano, entonces es a través de
estos relatos que narran eventos como el Encuentro de Cajamarca que podríamos, no solo tratar de entender
las motivaciones de nuestros antepasados sino probablemente trasladar dicho conocimiento a fenómenos
históricos mucho más cercanos a nosotros. Tal vez sea bajo esta forma de acercarnos a la representación
textual del pasado que podamos finalmente sobrepasar la “barrera” a la cual hace referencia Todorov.

Bibliografía

Eagleton, Terry. On Evil. New Haven: Yale University Press, 2010.


Jerez, Francisco de. Verdadera relación de la conquista del Perú en Salas, Alberto, Miguel Guerín and
José Luis Moure, eds. Crónicas iniciales de la conquista del Perú. Buenos Aires: Editorial Plus Ultra,
1987.
Kearney, Richard. On Paul Ricoeur:The Owl of Minerva. Aldershot: Ashgate, 2004.
Kelly, Joseph F. The Problem of Evil in the Western Tradition. Minnesota: The Liturgical Press, 2002.
Morton, Adam. On Evil. New York: Routledge, 2004.
Reyna, Ivan R. El Encuentro de Cajamarca. Lima: Fondo Editorial UNMSM, 2010
Ricoeur, Paul. “Life in Quest of Narrative.” On Paul Ricoeur: Narrative and Interpretation. Ed. David
Wood. London: Routledge, 1991.
Svendsen, Lars. A Philosophy of Evil. Champaing: Dalkey Archives, 2010.
Todorov, Tzvetan. Memory as a Remedy of Evil. London: Seagull, 2010.

55
HISTÓRIA E FICÇÃO EM LOS DÍAS DEL ARCOÍRIS

Joanna Durand Zwarg


Universidade Prebisteriana Mackenzie
joanna.durand@gmail.com

A proposta desta pesquisa é verificar no romance Los días del arcoíris (2011), de Antonio Skármeta, como a
ficção articula-se com o discurso histórico por meio da arte e da poesia. Assim como toda a obra romanesca
do autor referido, Los días del arcoíris caracteriza-se por sua estrutura linear, engajamento histórico e por
configurar-se em um processo dialógico entre personagens que representam, direta ou indiretamente,
figuras de pais, professores, artistas em formação. Ao ler esse romance deparamo-nos com a realidade
chilena da década de 80 por meio de vozes que leem e recriam textos que circulam por ruas, casas e
instituições. Personagens inscrevem suas vozes no romance e expressam diferentes formas de vivenciar o
plebiscito desencadeador da retomada da democracia no Chile. Antonio Skármeta cria um universo ficcional
em que o ato de ler é elemento determinante na formação de identidades e nas ações que levam a uma
histórica expressão coletiva de clamor por democracia no estabelecimento da liberdade e da alegria como
valores fundamentais.

Skármeta publicou sua primeira obra, intitulada El Entusiasmo (contos), em 1967. O autor de Los días del
arcoíris pertence a uma geração de escritores que expressaram em suas publicações a herança da revolução
da narrativa ocorrida no início dos anos 60, promovida pelo chamado Boom Latino-Americano. A geração
pós-boom, no entanto, apresentava diferentes formas de expressão da realidade. No caso de Skármeta, o
que se queria traduzir era a realidade imediata: “Esta inmediatez es emblema central de las sociedades
actuales, movidas al compaz de los medios de comunicación de masas y dominadas abrumadoramente por
los códigos de la cultura popular, [...] la cultura pop y el lenguaje publicitario”. (1995, p.388) Los días del
arcoíris, uma das obras mais recentes de Skármeta, retoma o contexto sócio- histórico do Chile de mais de
duas décadas anteriores à publicação do romance. Consequentemente o que se concretiza é uma revisitação
ao passado, este visto agora de uma forma bem distanciada por nós e pelo escritor, mas expresso no tempo
imediato da narrativa, por um narrador e personagens presentificados no Chile dos anos 80.

As personagens protagonistas de Los días del arcoíris são Adrián Bettini e Nico Santos. Nico, um adolescente
que começa a se firmar politicamente e na vida amorosa. Depois de assistir à prisão do pai, professor de
filosofia, Nico dedica-se a procurá-lo. Já Adrián Bettini, publicitário, pai de família, marcado por um passado
de dor física e emocional, advinda da implantação da ditadura no Chile. Ambos, Adrián e Nico, encarnam
situações de medo e incerteza.

Palavras e silêncios ao longo da obra, unem tempo e espaço reais a personagens que representam seres
anônimos participantes desse processo histórico, encarnando todo o contexto cultural e de identidade que
caracteriza o período. Partícipe do contexto que define a América Latina dos anos 70 e 80, marcada por
ditaduras militares e processos de redemocratização, o Chile apresenta uma peculiaridade: “Paralelamente
a um movimento popular que se organizava e reivindicava o aprofundamento da experiência socialista,
gestava-se a contra-insurreição que resultou no sangrento golpe militar ocorrido em 1973” (1993, p.11). O
que leva o país a anos de ditadura militar e, na década de 80, a mobilizações que levaram ao plebiscito
ocorrido em 1988, que depôs Pinochet e favoreceu a volta da democracia no Chile. É neste ambiente que se
desenvolve a trama de Los días del arcoíris, com a circulação de textos de Shakespeare, Cervantes, a música
de Strauss, a canção popular de Billy Joel, entre outros, sob olhar singular de personagens estudantes,
professores, publicitários, políticos. O contato com a arte, seja erudita ou popular, bem como sua tradução
por personagens configuradas como representação de leitores, faz que uma reflexão sobre ficção e história
dialogue com a atitude de pensar o ato da leitura como configurador de realidades.

56
Para Antonio Skármeta, o reconhecimento histórico na obra Los días del arcoíris depende única e
exclusivamente do leitor: “ (…) el alma de un escritor con el alma de un lector, de una lectora, y allí sucede el
milagro de la narrativa, el milagro de la novela. Todas las alusiones a lo real, anteriores o posteriores a la
novela, dependen de los lectores”.(2011, p.3). Na relação da obra com o leitor, na ideia de que a ficção e a
história verídica presentes no texto estejam a cargo do exercício da leitura recai o interesse desta pesquisa.
Como nós, as personagens da obra são todas leitoras e constituem suas identidades a partir das formas como
apreendem e expressam suas leituras. Tal ideia integra a composição de Seis passeios pelos bosques de ficção
(2006), de Umberto Eco, que escreve conferências permeadas pela tese de que o leitor tem papel
fundamental na composição de uma história, pois possibilita que a mesma seja contada e ainda participa
dela: “Mas numa história sempre há um leitor, e esse leitor é um ingrediente fundamental não só do processo
de contar uma história, como também da própria história” (ECO, 2006, p.7). Apresenta como exemplo de
participação do leitor em uma narrativa o conto Jardim de Caminhos que se Bifurcam, de Jorge Luis Borges:
“[...] um bosque é um jardim de caminhos que se bifurcam. Mesmo quando não existem num bosque trilhas
bem definidas, todos podem traçar sua própria trilha, [...]” (ECO, 2006, p.12). Para Eco cada leitor, assim
como no referido conto de Borges, opta e traça sua própria trilha no percurso de uma narrativa.

Na mesma obra Eco procura explicar que para a inserção do ficcional é necessário o mundo real: “Isso
significa que os mundos ficcionais são parasitas do mundo real” (ECO,2006, p. 89). O mundo ficcional delimita
o mundo real, exigindo pouco de nosso conhecimento sobre ele, “permitem que nos concentremos num
mundo finito, fechado, muito semelhante ao nosso, embora ontologicamente mais pobre. (ECO,2006, p.91).
Ao mesmo tempo, a ficção pode dar sentido ao mundo real: “ [...] ler uma ficção significa jogar um jogo
através do qual damos sentido à infinidade de coisas que aconteceram, estão acontecendo ou vão acontecer
no mundo real. Ao lermos uma narrativa, fugimos da ansiedade que nos assalta quando tentamos dizer algo
de verdadeiro a respeito do mundo “(ECO, 2006, p. 93)”. Pode-se dizer que essa é a função da narrativa de
ficção, fazer com que aprendamos mais sobre a realidade. A realidade com a qual dialogamos ao ler Los días
del arcoíris é a de um momento histórico que, no entanto, resulta de vozes representantes de atos de leitura
e, dessa forma, tornam supreendente um acontecimento que a historiografia aparentemente já deu conta
de comunicar e perpetuar.

“O mundo”, primeiro capítulo de O Demônio da Teoria, de Antoine Compagnon, inicia com a seguinte
pergunta: “De que fala a literatura?” (1999,p.97) Trata da mímesis, da relação da literatura com a realidade,
das abordagens teóricas que validam essa relação e das que a condenam. Não se pode deixar de citar que,
quando a teoria literária principia os questionamentos à mímesis, considera-se que o ato de ler literatura não
deve objetivar a realidade. O texto literário é autônomo, a expressão e a significação são mais importantes
que o conteúdo e a representação. Compagnon problematiza essa questão, cita teóricos que sugeriram uma
terceira leitura da poética, oportunizando surgimento de discursos que “defendem” a mimesis, a partir de
uma releitura do capítulo IV da Poética, em que Aristóteles afirma ser da natureza humana a tendência à
imitação, e a tal prática o homem recorre para aprender:

A mimesis é, pois, conhecimento, e não cópia ou réplica idênticas: designa um conhecimento


próprio ao homem, a maneira pela qual ele constrói, habita o mundo. Reavaliar a mimesis,
apesar do apróbio que a teoria literária lançou sobre ela, exige primeiro que se acentue seu
compromisso com o conhecimento, e daí com o mundo e a realidade. (1999, p. 127)

Em “O mundo” recupera-se o problema da referência na literatura: “Se a proposição existencial não é


realizada, poderia, contudo, a linguagem da ficção ser referencial?” Acontece que a ficção se utiliza dos
mesmo atos de linguagem reais: “ (...) uma vez que entramos na literatura, que nos instalamos nela, o
funcionamento dos atos fictícios é exatamente o mesmo que o dos atos de linguagem reais, fora da
literatura” (1999, p. 135). Os referenciais da ficção a tornam possível.

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Neste caso, a referência é a história oficial e as coletividades que dela participaram. Tal realidade exterior à
obra valida configuração de identidades e ações que podem fazer o leitor do romance de Skármeta perceber
a história oficial por um viés que não mostra certezas mas vislumbra outras formas de problematiza-las. A
trama é possível, o que torna esse segundo viés, de certa forma, verdadeiro.

Dentre as várias manifestações culturais que constroem o enredo desta obra de Skármeta, escolhemos, para
seram aqui referendadas, a letra da canção “Just the way you are”, de Billy Joel - um dos textos que circulam
no Chile dos Anos 80 - As obras Romeu e Julieta (1597) e Júlio César (1623), de Shakespeare, integrantes do
construto da obra. Além de Nico e Adrián Bettini, outras personagens participam da trama, por meio de
discursos e silêncios que engrandecem as manifestações coletivas favoráveis e, principalmente, as
desfavoráveis – defensoras do “No” – à continuidade do ditador Pinochet na liderança do governo. Tal
engrandecimento acontece porque a ficção as retira da generalização, são pais, professores, estudantes,
artistas e políticos com nomes próprios, cada qual com sua história particular, em constante diálogo entre si,
a explorar os mundos da arte e da escritura. Muitas das personagens citadas, inclusive, cumpriram papéis
históricos e biográficos reais e, na obra de Skármeta, são reinventadas a partir de seus nomes e ações
essenciais para a construção de seres possíveis na trama ficcional, como o professor de inglês Rafael Paredes
e o músico Raúl Alarcón. Discursos e leituras de personagens fictícias intensificam o momento político do
plebiscito de 1988.

Em “Alguns comentários sobre o personagem de ficção” (2013), Umberto Eco trata de questões referentes
aos aspectos que envolvem a existência da personagem de ficção, de sua inscrição nos mundos da obra
literária, seus contornos verossímeis ao universo da criação artística e da realidade exterior à obra. Apesar
do distanciamento físico, as personagens de ficção apresentam aspectos de existência. Eco discorre sobre a
ocorrência de um processo de identificação que pode levar o leitor a acreditar que personagens de ficção
vivenciam fatos da realidade (2013, p. 71) Um dos aspectos que apontam para essa tendência é a semelhança
da ficção com o mundo real: “Um mundo ficcional possível é aquele em que tudo é semelhante ao nosso
suposto mundo real, exceto as variações explicitamente introduzidas no texto” (2013, p. 75). Por causa da
legitimidade interna, Umberto Eco também aponta para as personagens de ficção como artefatos: “não são
entidades físicas e carecem de localização espaço temporal”, no entanto, “a identidade das personagens de
ficção é inquestionável” (2013, p. 83).

A estrutura da obra Los días del arcoíris é de vinte-e-quatro capítulos que expõem as ações de Nico Santos e
Adrián Bettini. Isso acontece quase de maneira alternada. Os capítulos protagonizados por Nico Santos são
quase todos em primeira pessoa: temos acesso às percepções e memórias da personagem. No início do
primeiro capítulo, por exemplo, a voz de Nico denuncia a prisão de seu pai: Santos - “El miércoles tomaron
preso al profesor Santos. Nada de raro en estos tiempos. Sólo que el profesor Santos es mi padre” (2012, p.9)
- a convivência, hábitos e aulas de filosofia do pai, também professor de Nico, são mencionados. Os motivos
e detalhes da prisão serão retomados no terceiro capítulo, também pela voz de Nico. Esta personagem, cujo
verdadeiro nome é Nicómaco – em referência à obra de Aristóteles, Ética a Nicómaco – representa a primeira
pessoa em alternância com capítulos onde um narrador onisciente descreve as ações do próprio Nico e do
publicitário Adrián Bettini, ambos em sintonia com demais personagens que compartilham o ambiente
repressor e as perspectivas de mudança no Chile da década de 80.

Nico, ético e obediente ao pai, vivencia experiências que o fazem questionar a própria postura diante do
confronto com ideais de heroísmo e força cobrados por muitos de seus colegas, além do constante
questionamento sobre o que é o bem e o que é o mal na formação do ser e em suas próprias atitudes diante
dos impasses da vida. Há elementos que ressaltam as ações nos questionamentos que faz a personagem a
si mesma sobre o seu estar em um mundo que, inicialmente, não se abre para novas perspectivas mas inicia
um processo de transição, assim como o país - Chile amadurece junto com Nico. Tudo deixa marcas: a música
Just the way you are, de Billy Joel; o Mito da Caverna, de Platão; as obras Júlio César e Romeu e Julieta, de
Shakespeare. O Mito da Caverna é um dos textos que compõem sua formação humana e o influenciam nas

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ações de narrar e participar dos acontecimentos. Assim como o Mito da Caverna, uma pergunta filosófica do
pai de Nico oferece sentido às ações do próprio Nico, de Adrián Bettini e dos demais seres fictícios que
compõem a trama. Segue a questão apresentada por Santos: “ ‘ ¿Por qué hay ser y no más bien la nada’? - Y
agrega -: ‘Ésta es la pregunta del millón de dólares. Y ésta es en el fondo la única y gran pregunta de la
filosofia’’” (2012, p.11).

A canção de Billy Joel aparece pela primeira vez no capítulo sete, em que Nico narra, em primeira pessoa,
uma conversa com sua namorada, Patricia Bettini, e ficam claras as diferentes ideias que compõem os
discursos das personagens. A lógica e a ética de Nico se contrapõem ao sentimentalismo e ao
comportamento impulsivo de Patricia:

-Tenemos que encontrar a tu padre – me dice. / - ¿Cómo? / - Preguntando en todas partes. /- Yo hice
lo que tenía que hacer. / Y le cuento todo del silogismo Baroco. Ella escucha con atención y niega
moviendo la cabeza. / - En estos casos los que pueden hacer algo no son la gente buena, porque
todos tienen miedo. Hay que tratar que los otros hagan algo. / - ¿Los malos? / - Nadie es cien por
ciento bueno ni totalmente malo. / - Mi papá piensa que tú no tienes princípios. / - Tengo princípios.
Mi principio es que quiero a tu papá y te quiero a ti. / - Ésos no son princípios, son sentimentos. / -
Bueno, entonces mis princípios son mis sentimientos. (2012, p. 34)

O capítulo encerra com a primeira estrofe da canção “Just the way you are”, em tradução do narrador Nico
(2012, p. 35): “Mira, no cambies / por complacerme / no creas que por serme tan familiar/ ya no me gusta
mirarte / No te abandonaria / en tiempos difíciles, / jamás lo haría, / me diste los años buenos, / tomo
también los años perros / porque me gustas tal cual eres”.

A canção, também referida no capítulo treze, induz Nico, no caminho de casa para a escola, a pensar em
Patricia Bettini e em seu pai. Lembra que Patricia, “médio hippy” (p. ), não quer ter a primeira relação antes
de completar o colegial; para ela, liberdade significa universidade, sexo, fim de Pinochet. Conta que, apesar
de seguir todas as regras do silogismo baroco, não acharam seu pai. Nico observa os ônibus que passam pela
alameda em direção ao “Barrio Alto”, levando trabalhadores para as casas ricas. Repara na fumaça que esses
ônibus deixam para trás, misturando-se ao aspecto cinza da cidade. Pensa que ninguém, assim como ele, age
para mudar as coisas, que estão todos paralisados. Procura no chão uma guimba acesa para apagar com os
pés e sonha acordado com o pai, professor Santos. Ao chegar ao colégio, recebe em suas mãos ao prova
sobre o “Mito da Caverna”, conteúdo que era ensinado por Santos, seu pai e professor, momentos antes de
ser preso: “cómo se asciende desde el mundo de las sombras hasta la claridad de las ideas”. A essa questão,
Nico responde com a primeira estrofe da canção de Billy Joel, Just the way you are. Pelo universo ao qual a
personagem está inserida e sua evolução, um motivo possível para tal atitude seria a consciência, por parte
de Nico, de que a mudança almejada não é das identidades, da cultura, das diferenças de formação e
pensamento. O pai, a namorada e a canção significam o sair das sombras (repressão), o aclarar de ideias –
uma referência clara ao mito da caverna: “Assim também a inteligência se deve voltar, com toda a alma, da
visão do que nasce à contemplação do ser e de sua parte mais luminosa, e isto, a nosso ver, é o próprio bem.
Ou não é?” (2006, p. 48) Não é a sabedoria do pai ou o olhar ousado da namorada para o futuro que devem
mudar, sim o país, que em um contexto de repressão, pode condenar essas existências ao desaparecimento:
“I’ll take you just the way you are”.

As obras “Julio César” e “Romeu e Julieta”, de Shakespeare, marcam no discurso de Nico o envolvimento com
o teatro e a poesia, também com o professor de inglês Rafael Paredes. Personagem de ficção claramente
baseada na personagem real Roberto Parada, pela proximidade dos sobrenomes, pelas coincidências entre
as ações de Rafael e os dados biográficos de Roberto, também no que concerne à construção (ficção) e à
existência (biografia) de uma personagem carismática e militante. Parece tratar-se de uma espécie de
homenagem prestada por Skármeta que, de acordo com dados biográficos presentes na obra “Neruda por
Skármeta” (2005), foi professor de inglês do autor. O professor Paredes, de “Los días del arcoíris”, planeja ir

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a Portugal filmar uma “película puntuda”, o que não se realiza porque é preso e degolado. Roberto Parada
vai a Portugal atuar no filme “Ardiente Paciencia”, de Skármeta, assumindo o papel do poeta “Pablo Neruda”.
Quando volta ao Chile, continua na militância política, até que seu filho, também militante, é preso e
degolado (2005, p. 59):

Certa manhã, as brigadas uniformizadas mais agressivas da ditadura arquitetam uma


represália atroz: três militantes são capturados quase simultaneamente, levados a
destino desconhecido e, na prática, seguindo uma selvagem rotina da época,
desaparecem. O lar de Roberto Parada se enche de angústia. Mas houve tantas
testemunhas do sequestro do filho, que restam esperanças que não o machuquem e
o devolvam com vida. / Don Roberto, meu Neruda, nesse mês está todas as noites
no teatro ICTUS, trabalhando numa obra de Mario Benedetti adaptada para o palco
com o título ‘Primavera con una esquina rota’. /No final do primeiro ato, recebe a
notícia: o corpo do seu filho apareceu degolado num terreno baldio. /O homem mal
se sustenta os seus pés. A companhia decide suspender o espetáculo. Don Roberto
se opõe. Avança em direção ao público e diz: ‘Assassinaram o meu lindo filho’.

Entende-se, pelo fragmento acima, que existe uma tentativa, frustrada no que diz respeito ao caso verídico,
de se estabelecer ordem em meio ao caos. Trata-se da exploração de um universo possível na literatura. As
coisas, segundo Aristóteles, como deveriam ser. Na ficção de Los días del arcoíris a esperança em relação ao
desaparecimento do professor Santos e, mais adiante, do professor Paredes, estão relacionadas à lógica do
silogismo baroco, na tentativa de, pelo discurso filosófico, buscar a salvação no estabelecimento de harmonia
entre os acontecimentos.

No romance, Nico que, depois de solicitar em público que encontrem o professor Paredes, sequestrado por
militares, é levado ao seu encontro e se depara com o corpo do professor: “Me resulta imposible decir algo.
No puedo respirar. Se suelta un chorro entre mis piernas. Me doblo sobre el vientre y me caigo de rodillas”.
(2012, p.147). Nico, no funeral do professor Paredes, lança mão de um fragmento da obra “Julio César”, de
Shakespeare, para prestar homenagem ao seu professor. Para explorar a questão do silêncio no discurso das
personagens, é preciso observar a preparação de Nico para falar a todo o público sua homenagem ao
professor, quando lembra das dicas de oratória dadas pelo falecido:

Un discurso está lleno de palabras y silencios. Esos silêncios – dijo el professor Paredes – son
elocuentes. A veces hay que decir palabras solo para oír el silencio – digo ahora en voz alta -
. Hay maneras y maneras de calar. Hay maneras de decir calando. A veces la única manera
de decirlo es callar lo que todos entendemos que debió haberse dicho” (2012, p. 162).

Cita um trecho da obra de Shakespeare, quando Marco Antonio realiza um pronunciamento no funeral de
Julio Cesar. Em que discursa sobre a nobreza de Cesar e condena a atitude de Brutos (2012, p.163):

Querido profesor Paredes: hoy nos tocaba la prueba sobre Shakespeare. Hamlet, Julio Cesar,
Macbeth. Yo subrayé todos los parlamentos del ‘tío Bill’ que más me llamaron la atención.
Podría haberme sacado un siete. Les leeré sólo uno: ‘I have neither wit, nor words, nor worth,
action, nor utterance, nor the power of speech, to stir men’s blood: I only speak right on; I tell
you that which you yourselves do know. /show you sweet Caesar’s wounds, poor poor dumb
mouths, and bid them speak for me: but were I Brutus, and Brutus Antony, there were an
Antony would ruffle up your spirits and put a tong in very wound of Caesar that should move
the stones of Rome to rise and mutiny’.

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Ao final do discurso, Nico esclarece: “Perdonen que no lo traduzca, pero no quiero ir preso”. Tal justificativa
aponta para questões relativas ao uso da palavra e do idioma. De certa forma Nico segue os conselhos do
falecido professor Paredes, não só no momento fúnebre em que cala o idioma materno para não deixar ouvir
aqueles que dominam apenas a língua materna, a do país que reprimem, mas também por toda trama, a
figura de Nico sintetiza o drama dos jovens que abdicam da atitude de expressar suas reflexões, vontades e
questionamentos por causa de um poder maior que os ameaça e impede de falar e, assim, de agir. Assim
como Marco Antonio, personagem de Shakespeare, Nico não tem o dom da palavra, mas tem inteligência
para aproveitar o momento de usá-la e dirigi-la quem pode e necessita ouvir. Quando Nico termina seu
pronunciamento, aqueles que choram a morte do professor militante levantam bandeiras vermelhas e
Patricia, namorada de Nico e filha do publicitário Adrián Bettini, levanta a bandeira com o desenho de um
arco-íris, símbolo da campanha criada por seu pai, pelo “No” a Pinochet. Todos, em silêncio, comunicam a
dor e o desejo de mudança.

Por sua vez, Nico cita uma parte da obra “Romeu e Julieta”, de Shakespeare, quando Bettini questiona sobre
o seu sorriso, já que está triste. Fala do momento em que Mercuccio, tentando defender Romeu, é
apunhalado por Teobaldo e, antes de morrer, ironiza com a situação: “- Mercuccio le contesta: ‘La herida no
es tan honda como un pozo ni tan ancha como la puerta de una iglesia, pero alcanza. Pregunta por mí
mañana, y te dirán que estoy tieso’” (2012, p.168) Nico irrompe em lágrimas nesse momento, um pouco
antes da campanha no “No” ser anunciada na televisão, e explica que entende ser aquele silêncio anunciado
por Mercuccio um pouco antes da morte, uma ação que culmina em humor um acontecimento que deveria
ser carregado apenas pela ideia do trágico. Note-se que esse capítulo é narrado em terceira pessoa, um dos
poucos momentos em que podemos lançar um olhar distanciado à personagem Nico e perceber a angústia
compartilhada com outras personagens.

O humor e a tragicidade presente nessas obras da literatura emprestam à referida narrativa de Skármeta
uma das cinco propostas indicadas por Calvino em Seis propostas para o próximo Milênio, a leveza. Calvino,
vendo-se ele próprio como escritor diante do “pesadume, a inércia, a opacidade do mundo” (CALVINO, 2006,
p.16), percebe em autores como Ovídio, Eugênio Montale, Milan Kundera e Shakespeare, “a busca da leveza
como reação ao peso de viver” (CALVINO, 2006, p. 39) e as possibilidades que a linguagem literária tem de
abarcar a realidade do mundo de forma a comunicar com profundidade aspectos minuciosos da existência
humana. Ao tratar da obra de Shakespeare, Calvino cita a personagem Mercuccio, da obra “Romeu e Julieta”,
com um exemplo de recorrência à abstração em um mundo violento: “drama como se visto do exterior, e
dissolvê-lo em melancólica ironia” (CALVINO, 2006, p. 32) Calvino não o faz, mas Skármeta, no capítulo
citado, constrói o discurso de Nico de forma a expressar uma relação entre melancolia e humor por meio da
citação de um capítulo da referida obra de Shakespeare.

O silêncio antecede a primeira apresentação da campanha do “No” na televisão: “Nadie quiere preguntarle
al otro ‘en qué estás pensando’ [...]” . Um narrador em terceira pessoa dirige-se a Adrián Bettini: “La suerte
está echada, Adrián Bettini. Lo que parió tu imaginación estará disponible para todo Chile. (...) Hágalos ver
cómo será el Chile sin el dictador encima. Sin terror a desaparecer. Um país sin degollados” (CALVINO, 2006,
p.166). Adrián Bettini encarna o ser marginalizado que tenta expressar, no momento em que a ditadura de
Pinochet vem à tona, a vontade de liberdade de expressão e de pensamento, experiências que o faziam,
como publicitário, viver. Receio e dúvida estão na vontade que Adrián Bettini tem de se recuperar tal
liberdade, ao mesmo tempo em que se vislumbra a possibilidade da repreensão por tal tentativa e de perda
da zona de “conforto” permitida por aqueles mesmos que o torturaram e o tiraram da posição privilegiada
de publicitário reconhecido em seu país. A “zona de conforto” seria estar isento da prisão, da tortura e da
morte, do “poder” caminhar livre pelas ruas do Chile e viver “em paz” junto de sua família, sustentado por
trabalhos temporários e de pouco valor financeiro e ideológico. Assume o desafio da campanha do “No”,
representada pelas cores de um arco-íris e a música do Danúbio Azul, de Strauss, com toda a sua melodia
entoada por vozes que dizem “No”, ao comando do irreverente músico Raúl Alarcón. – marca de humor, mais
sobre ele

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Esses e outros personagens, com suas respectivas leituras, ora de forma secreta (em silêncio), ora num
compartilhar de ideias e sensações, parecem dar sentido ao “ser” mencionado pelo professor Santos, cada
um por um caminho, mas com toda uma carga discursiva para chegar ao “No” e ao estabelecimento da
liberdade e da democracia como valores inabaláveis.

Segundo Mignolo, em reflexão sobre as relações de semelhança e diferença entre literatura e história, as
diferenças devem receber mais atenção. Só se pode encontrar semelhanças entre objetos antes tomados
como diferentes: “(...) se não prevalecesse a diferença entre ‘literatura’ e ‘história’, qual seria o motivo para
enfatizar a semelhança, se fossem, de fato, aceitas como semelhantes?” (1993, p.116) Mignolo trata a
literatura e a história como “marcos discursivos” e considera que a abordagem das diferenças representam
os desafios do incômodo e do reconhecimento. Mignolo parte da ideia de que literatura e história não seriam,
então, categorias universais.

Na antiguidade, informa Mignolo, as diferenças entre poesia e história consistiam na oposição entre a
imitação das ações humanas (poesia) e as ações humanas ocorridas, segundo preceitos aristotélicos. No
século XVII o conceito de ficção associa-se à ideia de mentira e apoia-se na crença da veracidade pelo
interlocutor. No século XVIII, ficção não se associa necessariamente com mentira, e seu sucesso depende do
conhecimento que os interlocutores têm das regras do jogo.

Desta forma, Mignolo apresenta parâmetros para traçar diferenças entre literatura e história, as convenções
de veracidade e ficcionalidade: a convenção de veracidade está ligada ao comprometimento com o “dito”
pelo falante; espera-se a relação do “dito” com o objeto; assume os riscos da mentira e do erro, pois é maior
a desconfiança do espectador. Na convenção da ficcionalidade, o falante não se compromete com a verdade
do “dito” pelo discurso; o discurso não precisa relacionar-se de maneira “extensional” com o objeto.
Convenções “afetam o uso da linguagem em geral” e as normas dizem respeito ao “uso da linguagem em
comunidades linguísticas especializadas”. Literatura e ficção deixam, assim, de ser sinônimos, pois o discurso
literário não se enquadra obrigatoriamente na “convenção da ficcionalidade” e o discurso historiográfico
precisa se enquadrar na “convenção da veracidade”. O emprego da linguagem literária e historiográfica
pressupõe reações de acordo com suas normas.

Assim, a obra de Skármeta, na figura das personagens, faz a história saltar aos olhos desde o título,
remetendo ao símbolo da campanha contribuiu para o fim da ditadura no Chile.

História e ficção estão entrelaçadas no romance Los días del arcoíris, uma não se sustenta sem a outra. Por
tratar-se de arquétipos construídos a partir de um olhar minucioso para coletividades partícipes do período,
o romance sustenta uma convenção de ficcionalidade, embora os acontecimentos da história oficial não
tenham sido modificados, apenas passarem pelo filtro de anônimos que, a partir de suas leituras, escreveram,
ensinaram, criaram imagens e canções, em nome de uma revolução.

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REFERÊNCIAS BIBLIOGRÁFICAS

CALVINO, Ítalo. Leveza. In: Seis propostas para o próximo milênio. São Paulo: Companhia das Letras, 2006.
COMPAGNON, Antoine. O mundo. In: O Demônio da Teoria: Literatura e Senso Comum. Belo Horizonte:
UFMG, 1999.
ECO, Umberto. Alguns comentários sobre os personagens de ficção. In: Confissões de um jovem romancista.
São Paulo: Cosac Naify, 2013.
_________. Seis passeios pelos bosques da ficção. São Paulo: Companhia das Letras, 2006.
FERNÁNDEZ, Teodosio; MILLARES, Selena; BECERRA, Eduardo. Direcciones de la últimas décadas. In: Historia
de la literatura hispano-americana. Madrid: Universitas, 1995.
GUAZZELI, Cezar. Diversidades regionais: ditaduras no Prata, o reformismo militar no Peru e na Bolívia, a
experiência socialista Chilena. In: História Contemporânea da América Latina: 1960-1990. Porto Alegre: Ed.
Universidade\UFRGS, 1993.
GRANADA, Álvaro Castillo. Skármeta: “Seguí um camino que no había recurrido otro y aqui estoy” -
entrevista. 2011. Disponível em: Lapupilainsomne. wordpresss.com. Acesso em: 16 de maio de 2013.
MIGNOLO, Walter. Lógica das diferenças e política das semelhanças da literatura que parece história ou
antropologia e vice-versa. In: AGUIAR, Flavio Wolf de. e CHIAPPINI, Ligia. Literatura e História na América
Latina. São Paulo: 2001.
PLATÃO. Livro VII. A Repúblia (Parte II).São Paulo: Escola Educacional, 2006.
SKÁRMETA, Antonio. Los días del arcoíris. Barcelona: Ed. Planeta, 2012.
__________. Elefantes e borboletas. In: Neruda por Skármeta. Rio de Janeiro: Record, 2005.

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SOR JUANA E GREGÓRIO DE MATOS: O SANTO OFÍCIO, O OFÍCIO DA ESCRITA E A PODEROSA MÁQUINA
BARROCA DA IRONIA.

Marcelo Marinho
Universidad Federal de Integración Latinoamericana

A presente leitura comparatista centra-se na escrita carnavalizada de Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695)
e de Gregório de Matos (c.1636-1695), no que se refere ao sarcasmo e à ironia barrocas como forma de livre
exercício do ofício do escritor e como estratégia de sobrevivência – física e psíquica – sob a permanente
ameaça do Santo Ofício. Numa perspectiva eminentemente comparatista, busca-se desentranhar os mais
expressivos recursos linguísticos e estilísticos (parataxes, hipérbatos, antíteses, metonímias, metáforas,
paradoxos, polissemia, pluriliguismo) que esteiam um sutilíssimo processo de desconstrução semântica e de
simultânea ressignificação operado por intermédio da poderosa máquina barroca da ironia. Nesse contexto,
a linguagem alusiva e elusiva desses dois escritores do Século XVII representa uma forma de insurgência que
se contrapõe ao pensamento dogmático da Contra-Reforma e sulca linhas ambíguas e profundas numa
cartografia literária desenhada a ferro, pena e fogo.

Considerações iniciais

O leitor do presente trabalho pode, num primeiro momento, estranhar uma leitura em que se confrontem
as obras de dois autores que se encontram, em princípio, diametralmente separados pela barreira da língua,
do gênero e da cultura. Contudo, é preciso considerar que ambos autores têm uma trajetória convergente
no que se refere, sobretudo, a seu confronto com o clero e às constantes ameaças e riscos difusos que
caracterizavam o período em que viviam. Sor Juana Inés de la Cruz (México, 1651-1695) e de Gregório de
Matos (Brasil, c.1636-1695) viveram e escreveram sob a pesada e ubíqua presença do Santo Ofício da
Inquisição (que se estendeu do Séc. XII ao Séc. XIX), cujos verdugos e inspetores deitavam sua mais
aterrorizante sombra por sobre todas as áreas da ação humana, mormente aquelas em que se manifestava
a força de intelectos em busca de realização e liberdade de pensamento, tal como ilustra a morte de Giordano
Bruno ou de Antonio José da Silva (o Judeu), entre centenas de milhares de outras. Cabe recordar uma
passagem do tristemente célebre Manual do Inquisidor (publicado em 1376, com inúmeras reedições - uma
dais quais, ampliada, em 1578), elaborado pelo dominicano Nicolau Eymerich: “é preciso lembrar que a
principal finalidade do processo e da condenação à morte não é salvar a alma do réu, mas buscar o bem
comum e aterrorizar o restante da população”.

Nesse contexto, Rubén Medina (2011, p. 90) é um dos críticos que observam, na obra de Sor Juana Inés de
la Cruz, um discurso poético que expressa aspectos literários e semióticos de fundamental importância para
a compreensão da história do barroco hispano-americano. Pois bem, a articulação entre a elusiva estética
barroca e a Inquisição assim se manifesta nas palavras da monja escritora: “Ya sí, es la ordinaria respuesta a
los que me instan, y más si es asunto sagrado: ¿Qué entendimiento tengo yo, qué estudio, qué materiales,
ni qué noticias para eso sino cuatro bachillerías superficiales? Dejen eso para quien lo entienda, que yo no
quiero ruido con el Santo Oficio…” Por seu lado, Gregório de Matos é o “primeiro e maior autor dentre os
poetas barrocos do Brasil”, na avaliação de Luciana Stegagno-Picchio (1997, p. 100). Com a alcunha de "Boca
do Inferno", o sarcástico e satírico poeta baiano foi denunciado ao Santo Ofício como herético, e logo
deportado para Angola, em 1694.

Para o presente ensaio comparatista, e sob o eminente risco de nada propormos para além de uma mera
reinvenção de jangadas, elegemos lançar as bases para uma leitura hermenêutica de dois poemas
reiteradamente citados pelos intérpretes da obra desses célebres escritores. Para cada poema, a leitura se
desenvolve segundo três eixos interpretativos: 1) os palimpsestos sarcásticos de poemas plurissignificantes;

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2) a ironia como recurso estilístico barroco; 3) a escrita jocosa como ferramenta de especulação acusativa e
forma de sobrevivência. Vejamos, portanto, os poemas que ocupam o presente horizonte de leitura:

Implora de Cristo um pecador


contrito perdão de seus pecados

Pequei, Senhor, mas não porque hei pecado, Aunque eres (Teresilla) tan Muchacha,
Da vossa alta piedade me despido; le das que hacer al pobre de Camacho,
Porque quanto mais tenho delinquido, porque dará tu disimulo un Chacho,
Vos tenho a perdoar mais empenhado. a aquél que se pintare más sin Tacha.

Se basta a vos irar tanto pecado, De los empleos que tu amor Despacha,
A abrandar-vos sobeja um só gemido: anda el triste cargado como un Macho
Que a mesma culpa que vos há ofendido, y tiene tan crecido ya el Penacho,
Vos tem para o perdão lisonjeado. que ya no puede entrar, sino se Agacha.

Se uma ovelha perdida e já cobrada Estás a hacerle burlas ya tan Ducha,


Glória tal e prazer tão repentino y a salir de ellas bien estás tan Hecha,
Vos deu, como afirmais na sacra história, que, de lo que tu vientre Desembucha,

Eu sou, Senhor, a ovelha desgarrada, sabes darle a entender, cuando Sospecha,


Cobrai-a; e não queirais, pastor divino, que has hecho, por hacer su hacienda Mucha,
Perder na vossa ovelha a vossa glória. de ajena siembra suya la Cosecha.

Gregório de Matos Sor Juana Inés de la Cruz

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O primeiro poema é de autoria de Gregório de Matos, um soneto que, no mais das vezes, é apresentado
em coletâneas de poemas sacros. Nesse poema, por exemplo, o próprio título conduz o leitor a uma uma
imagem de natureza bíblica: em princípio, o título faz referência a um pecador que, extrema e
dolorosamente arrependido, implora perdão para seus pecados. Ao longo do poema, sob forma de
silogismo, os versos desenvolvem o raciocínio segundo ao qual, na primeira estrofe, o pecador, mesmo
em meio à sua prática constante de ofensa a seu deus, tem sempre em vista a possibilidade de aproximar-
se desse deus paradoxal: "não é por pecar que me despeço de sua alta piedade, senhor".

Na primeira estrofe, observa-se um paradoxo bastante producente em termos de uma cosmovisão


estruturada na coincidência de opostos, pois a primeira hipótese, ao mesmo tempo em que afirma que o
pecador reconhece seu distanciamento dos mandamentos divinos, também afirma que o pecado não o
leva a distanciar-se do deus cristão; muito pelo contrário, quanto mais se peca, mais esse deus está
próximo do pecador. O paradoxo termina por se explicar na terceira estrofe, servindo-se da ideia de que
que deus afasta-se dos virtuosos para ir em busca dos pecadores, tal como na parábola bilica da ovelha
desgarrada, que merece todos os esforços do pastor, o qual sai à sua procura, abandonando o rebanho à
sua própria sorte. O poema sugere que o pecado é uma forma de virtude, pois nos aproxima desse deus
– ao mesmo tempo em que os virtuosos veem-se distanciados, tal como o rebanho de ovelhas que é
deixado pelo pastor que sai em busca da ovelha desgarrada, concentrando esforços e pensamentos nesta,
ao detrimento daquelas.

Como se vê, o poema traz ideias profundamente controversas com relação aos dogmas da igreja católica.
Ademais, o que se observa nesse poema, é que, na última estrofe, esse deus termina por depender do
pecador: é no ato de recuperar a ovelha desgarrada que esse deus encontra sua própria glória. Há, no
percurso lógico do poema, uma inversão completa de hierarquias: o pecador depende de deus na primeira
estrofe, deus depende do pecador na última estrofe. Em outros termos, o poema sugere que Deus, em
benefício próprio, é constrangido a perdoar o pecador: a própria glória divina depende do perdão que se
concede ao pecador, e subentende-se que esse deus pode experimentar o sentimento de orgulho quando
exerce sua faculdade de perdoar os pecadores.

Na segunda estrofe, o eu lírico serve-se das tradicionais hipérboles barrocas para construir uma imagem
ampliada e magnificente do deus cristão, cujos sentimentos são apresentados de forma paroxística, com
se vê em palavras como “irar”, “abrandar”, “ofender” e “lisonjear”, sentimentos extremos. Vale notar
também as antíteses que, ao longo do poema, promovem uma binaridade polarizada entre termos que
se contrapõem de forma contrastada ou antagônica, acentuando dimensões e proporções, induzindo
hipérboles.

É interessante observar, na segunda e na terceira estrofes, que esse deus é apresentado como um ser
cujos sentimentos e comportamento bastante o igualam aos seres humanos. Deus é capaz de irar-se,
sentir piedade, ofender-se, sentir-se lisonjeado, mudar bruscamente de humor e experimentar o
sentimento de prazer. Pois bem, vale notar que tanto a ira quanto o orgulho (sentir-se lisonjeado) são
pecados capitas na cosmogonia católica. Assim, por meio de um silogismo estruturado em antíteses,
paradoxos, hipérboles e hipérbatos, o poema inscreve-se na estética barroca ao mesmo tempo em que
se contrapõe aos dogmas que serviam como base para a contra-reforma, a Inquisição e o jugo da
sociedade por parte da igreja católica.

Assim, a terceira estrofe, de forma carnavalizada, sobrepõe camadas de vozes palimpsésticas e traz à tona
a célebre passagem bíblica do filho pródigo. A conclusão do silogismo paradoxal encontra-se na quarta e
última estrofe, em que o pecador assume sua condição de ente apartado do conjunto dos virtuosos e
implora, servindo-se do modo verbal imperativo que se se observa nas preces litúrgicas católicas, de
forma a intensificar a magnitude do seu pedido, e indicar a esse deus que o perdão a um pecador

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arrependido é um gesto de grande envergadura. Contudo, vale ressaltar que os verbos no modo
imperativo (“cobrai-a” e “não queirais”) induzem o leitor à ideia de que o ser humano pode assumir uma
posição hierarquicamente superior a Deus.

O mero esboço dessa ideia em público seria já suficiente, em tempos de Inquisição, para suplícios e
flagelos letais. Contudo, outros paradoxos, tão em voga no culteranismo barroco, distribuem-se de forma
profusa ao longo do poema. Se o tema inicial do poema é o perdão implorado, o próprio poema atribui a
esse deus humanizado alguns gestos, atitudes ou qualidades comportamentais, como a ira e o orgulho
(lisonjeado), que por si só enquadram-se no rol dos sete pecados capitais. Por outro lado, o poema
também atribui ao supremo ser celestial dos cristãos, sentimentos humanos comezinhos, tal como o
prazer ou a capacidade de experimentar o sentimento de glória. Como se vê, o poema iguala os seres
humanos e os seres divinos: estes seriam feitos à imagem daqueles.

Nesse contexto, o hipérbato torna-se um recurso estilístico extremamente producente em termos de


ironia, tal como veremos também em poema de Sor Juana. No caso desse texto do “Boca do Inferno”, o
título, ao ser reordenado na forma discursiva direta, traz duas possibilidades de leitura. A a primeira seria
aquela, mais à superfície, em que um pecador implora perdão por seus pecados a Cristo. Na segunda
leitura, o pecador implora que Cristo assuma a sua condição de pecador. Observa-se que o hipérbato,
essa inversão violenta da ordem sintagmática das palavras, serve para ampliar a ambiguidade e a
polissemia. Nessa caso, o poema de Gregório em tela, que se presta às coletâneas de poemas sacros, traz
um empilhamento de vozes palimpsésticas que conduzem a leitura em meio a uma dicção irônica, ou
mesmo sarcástica, com relação aos dogmas fundamentais da igreja católica.

É nessa perspectiva que passaremos agora à leitura do poema de Sor Juana, acima transcrito, o qual, por
sua vez, é qualificado como um poema meramente jocoso pela crítica especializada na obra da monja.
Nesse poema, o eu-lirico discorre sobre o comportamento adúltero de uma jovem chamada “Teresilla”,
infiel a seu companheiro ou marido, que atende pelo nome de “Camacho”. O poema resulta de um desafio
lançado à freira-poeta, para a elaboração de um texto com as rimas anti-musicais “acha”, “acho”, “ucha”,
“echa”: segundo Otávio paz, trata-se de um poema burlesco pra ser lido em alta voz para um público de
tabernas (PAZ, 1982, p. 401). Sobre a série de poemas condimentados pela freira com um “humor canalla”
que são um “ejemplo da la conjunción de los opuestos” barroco, acrescenta Paz: “es revelador que se
hayan escrito em un monasterio y que hayan sido publicadoscomo obra de una monja” (1982, p. 401).
Vale observar que o próprio Octávio Paz dedica uma dezena de linhas ao poema e passa adiante:

O poema goza de excelente fortuna, sendo retomado, mesmo nos dias de hoje, para apresentar, de forma
jocosa, a relação matrimonial entre uma mulher volúvel e seu desatento marido. Com expressões chulas
tais como “de lo que tu vientre desembucha”, o poema faz referência aos seguidos filhos alheios
(“chachos”) que Camacho toma como seus, como se vê no último verso: “de ajena sembra suya la
cosecha”. Antonio Alatorre (1986) anuncia: “Naturalmente, no es Camacho el padre de las criaturas que
una tras otra va pariendo Teresilla; y, por si acaso se huele algo, Teresilla tiene lista la respuesta: en vez
de protestar, que Camacho se alegre: está cosechando tranquilamente lo que otros se tomaron el trabajo
de sembrar.”

Cabe aqui introduzir um elemento de reflexão: esse poema é marcado por uma visão desrealizante,
antirrealista da existência, uma vez que apresenta o reverso da imagem amplamente compartilhada sobre
o adultério, sobretudo no que se refere à noção de pecado e de hierarquia entre o adulterino e sua
contraparte: Teresilla é apresentada como alguém nitidamente superior a Camacho. Nesse aspecto,
percebe-se a sutilidade com que Sor Juana exercita a possessão de uma voz eminentemente feminina.
Antonio Alatorre (1986) conclui que, em meio a uma enxurrada de poemas misóginos, “cuyo gran maestro
fue don Francisco de Quevedo”, o texto de Sor Juana é “un burlesco homenaje a la tal Teresilla, tan experta
en el hábito de la promiscuidad como en el arte de fingir inocencia; todo el tiempo le está poniendo
cuernos al marido”.

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Nessa primeira leitura, um tanto ingênua, como veremos, o “penacho” é uma clara metáfora para os
cornos ou chifres carregados ou ostentados por Camacho, e esses chifres já estão tão crescidos que o
marido traído precisa se abaixar para passar por sob as portas. Teresilla está tão habituada a seu ofício
adúltero, que sempre encontra subterfúgios para manter Camacho em seu engano viril.

O leitor já terá notado que essa mesma leitura burlesca pode, em um segundo momento, conduzir a
significados diametralmente opostos. O poema, nessa caso, pode ser visto como uma sarcástica crítica à
condição feminina no México do séc. XVII. Teresilla, que se encontra enclausurada entre simbólicos
parênteses, é, nesse caso, uma jovem (“muchacha”) que se presta ao (atualíssimo) jogo de sedução e de
engano. Teresilla, nesse caso, presta-se à admiração de seus pretendentes, entre os quais encontra-se
Camacho. Entre todos, Teresilla certamente escolherá aquele que se apresentar de forma mais ostentosa,
mais “sin tacha”, sem aparência de máculas. No restante do poema, Teresilla faz com que seus
pretendentes exercitem-se na animalesca função de se ostentarem e executarem difíceis tarefas na
esperança da obtenção dos favores da jovem e fútil Teresilla. Ora bem, qual é a função daqueles
inesperados parênteses que mencionamos acima? Se, na escrita barroca, os signos visuais têm forte poder
expressivo, para que servem esses signos diacríticos que vem substituir o emprego de vírgulas com função
vocativa? Por que razão o emprego de parênteses, e não chaves “{}” ou colchetes “[]”, ou mesmo simples
travessões parentéticos?

Busquemos mais pistas ao longo do poema: o leitor terá observado que, na segunda estrofe, o “penacho”
serve como uma metáfora para o empavoamento a que se prestam os machos quando se exercitam em
jogos de sedução de fêmeas. Na terceira estrofe, o exercício é apresentado como um jogo de burlas que
a fêmea cobiçada aplica aos machos empavoados. Nesse contexto, a fêmea experimenta o prazer do
poder ao lograr escapar das várias situações que ela própria provoca no intricado jogo de sedução entre
machos e fêmeas. Ora, a terceira estrofe já afirma que esse jogo de sedução é tudo o que pode oferecer
Teresilla, desde suas mais profundas entranhas, desde seu sistema reprodutor, suas genitálias: “lo que tu
vientre desembucha”.

A ultima estrofe é ainda mais incisiva, pois afirma que Teresilla obtém prazer de um jogo de sedução e
poder que, no final das contas, é invenção alheia, é invenção dos próprios machos para que as fêmeas
mantenham-se ocupadas com um jogo inócuo de poder. Teresilla acredita ser a peça central no jogo,
quando é apenas um joguete num sistema cujas regras e códigos foram inventados pelos machos, desde
muitos séculos atrás. O poema inicialmente burlesco e jocoso, por meio de vozes palimpsésticas que
exploram certos efeitos do discurso indireto livre, torna-se um instrumento de denúncia e
conscientização, sobretudo se adequadamente trabalhado em sala de aula.

Prossigamos ainda pelas trilhas espantosas desse poema de óbvia genialidade: já de início, observamos,
no primeiro verso, que a personagem de Teresilla é apresentada de forma pouco usitada no que se refere
à norma culta da escrita. Teresilla é um nome que vem enclausurado entre parênteses, quando
esperaríamos vírgulas ou travessões parentéticos. Na presente leitura, é possível perceber seguros
elementos de uma feroz crítica às mulheres que se prestam ao jogo de sedução e de poder sensual, como
se observa na relação entre Teresilla e Camacho. Não seria difícil encontrar inúmeras "Teresillas" entre as
mulheres que frequentavam a corte na Nova Espanha.

Na segunda estrofe, Teresilla intensifica e diversifica as etapas e modalidades de seu jogo de sedução,
encarregando seu pretendente, Camacho, com tarefas de árdua execução, as quais terminam por fazer
dele um "triste macho". Nesse caso, o penacho corresponde à ideia de que os machos procuram
apresentar-se em sua melhor figura, altivos, altaneiros, empertigados, de tal forma cheios de si mesmos
que devem encolher-se para passar sob o umbral das portas no caminho.

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Nessa leitura, uma crítica às mulheres fúteis que se entregam ao jogo da sedução e das burlas com o sexo
oposto, observa-se que o jogo conduz a ações unicamente lúdicas que a mulher aplica em sua relação de
trocas com seus pretendentes. Nesse caso, Teresilla esta tão habituada a lançar promessas vazias e plenas
recusas que consegue destramente escapar aos avanços dos machos afoitos. Ora, o terceiro verso é
incisivo: a leviandade de tal comportamento provém das mais profundas entranhas de Teresilla, provém
de sua genitália.

Contudo, a última estrofe termina por afirmar que esse comportamento, do qual a fêmea cobiçada obtém
tanto prazer em função do poder exercido sobre os machos, em verdade é um jogo alheio à própria
vontade feminina, é um jogo inventado pelos machos, e o poder exercido pelas fêmeas é um poder
inócuo. Mais grave ainda, esse jogo, pelos séculos dos séculos, conserva a mulher enclausurada em uma
condição feminina servil, ancilar, sobretudo se lembrarmos que, no México, “muchacha” é o termo
utilizado para designar as serviçais domésticas. Retomando ideias de Mariza Correa (2004), pode-se então
dizer de Sor Juana: “Seu traje de monja, suas líricas de adulação ao poder, seus sonetos religiosos, eram,
de fato, uma trampa (trama, enredo, tramóia), a única disponível no seu tempo, para registrar essa
gramática americana, de um modo um tanto enviesado, já que não foi escrava, mas mesmo assim honrou
o nome da mãe.”

Aqui podemos entrever um possível significado ou razão para os parênteses utilizados no primeiro verso:
Teresilla é uma mulher enclausurada nesse jogo de sedução do qual participa também Camacho. Ora, se
levarmos em consideração o gênio de Sor Juana e a função simbólica dos signos visuais na estética
barroca, é possível perceber na forma gráfica dos parênteses fechados () uma provável alusão à condição
feminina de Teresilla, e esse signo diacrítico assume-se como uma alusão visual à genitália feminina. O
leitor do presente estudo, espantado com tal possibilidade de expressão por parte de uma monja, pode
objetar que incorremos aqui no risco de uma sobre-leitura. Contudo, é preciso perceber que estamos
diante do gênio ímpar na literatura latino-americana. O duplo parênteses, nesse caso, exerce uma função
expressiva que se confirma pelo terceiro verso da terceira estrofe: a fútil Teresilla está irremediavelmente
presa numa condição que seu próprio “vientre desembucha”!

Considerações finais

Por si próprio e por sua estrutura formal (ordenamento e articulação de palavras, recursos estilísticos,
ambiguidade e polissemia), os sonetos aqui abordados são tão significativos quanto as ideias que neles se
distribuem e se contradizem, de forma explícita ou velada. Os referidos textos poéticos, apesar da
distância que separa os autores, são marcados pelo conceptismo barroco, por agudezas linguísticas e
engenhos semânticos que permitem dar múltiplos nomes a um só objeto, que permitem explorar as mais
variadas e contraditórias veredas para definir uma única noção ou conceito. Nesse ponto, Sor Juana e
Gregório convergem a um mesmo e único ponto: a genialidade de dois autores eminentemente latino-
americanos.

69
Bibliografia

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http://biblioteca.itam.mx/estudios/estudio/estudio07/sec_3.html. Acesso em: 27/julho/2014.
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Alicante, 1999, p. 85–105. Disponivel em:
http://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/7350/1/ALE_13_07.pdf. Acesso em: 27/julho/2014.
CANDIDO, Antonio. Literatura e Sociedade: estudos de teoria e história literária. São Paulo, Ouro Sobre
Azul, 2006.
CORREA, Mariza.Trampas do traje. Cadernos Pagu. 2004, n.22, p. 185-200 . Disponível em:
http://www.scielo.br/pdf/cpa/n22/n22a08.pdf. Acesso em: 27/julho/2014.
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ed. revista e ampliada. Lisboa, Presença, 2001.
MARTINS, Nilce Sant'anna. Introdução à Estilística. São Paulo, EDUSP, 2008.
MEDINA, Rubén Darío. A filo de bisturí: algunas variantes en el discurso religioso de Sor Juana Inés de la
Cruz. Multidisciplina. V. 10. Santa Cruz Acatlán, 2011, pp. 89-100. Disponível em:
http://www.acatlan.unam.mx/multidisciplina/file_download/117/multi-2011-09-06.pdf. Acesso em:
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STEGAGNO-PICCHIO, Luciana. História da Literatura Brasileira. Rio de janeiro, Nova Aguilar, 1997.

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LA CRISIS DE CIUDAD EN LA NARRATIVA RECIENTE DEL EJE CAFETERO

Rigoberto Gil Montoya


Universidad Tecnológica de Pereira
Colombia

Constituido por tres departamentos, Caldas, Risaralda y Quindío y tres ciudades intermedias como sus
capitales, Manizales, Pereira y Armenia, el denominado Eje cafetero fortalece su relación con la cultura
colombiana y en especial con su tradición literaria, a través de las más variadas expresiones narrativas,
algunas de las cuales se producen por fuera del mercado editorial que cubre al país.

En esta ocasión, busco profundizar en el tópico de la representación de ciudad que algunos novelistas
exploran en sus obras recientes, no sin antes señalar ciertas características de orden literario en el ámbito
de la historia de la región, en aquello que se ha dado en llamar lo “grecolatino” y/o lo “grecocaldense”.
Esto con el fin de ligar la breve tradición literaria del Gran Caldas al denominado “paisaje cultural
cafetero”, a propósito del reconocimiento de un territorio como ecosistema cultural, no ajeno a las crisis
de un país híbrido en el mapa complejo de sus regiones.

El trabajo de reflexión busca elementos comunes y diferenciales en obras tan disímiles como Tierra de
leones (1986) de Eduardo García Aguilar, Corte final (2002) de Jaime Echeverri y Cielo parcialmente
nublado (2013) de Octavio Escobar Giraldo.

Se trata de ahondar en ciertos contenidos de las obras señaladas, para caracterizar en ellas unos
elementos sustanciales en la composición imaginaria de unas nociones de ciudad que se resuelven en
crisis, o bien como sentimiento ambiguo de unos personajes que entran en conflicto emocional con sus
lugares de origen, o bien como manifestación de lo anómalo en espacios inestables donde se impone la
soledad, lo marginal, la crisis de valores y la inacción.

La reflexión que propongo busca, asimismo, vincular las expresiones literarias de algunos narradores de
la región del Eje cafetero, con las manifestaciones de la más reciente literatura que se escribe en el país,
en la que se insiste en dar cuenta de los conflictos propios de las ciudades colombianas modernas. El
propósito, en este caso, es validar la existencia de una literatura que sólo por una contingencia de tipo
territorial, ubicamos en un lugar de la geografía colombiana, pero que por su composición y sus logros
estéticos y literarios, no se aparta de los rumbos que dicha literatura expresa en las coyunturas históricas
de nuestro país en el siglo XXI.

Una herencia de colonización

Cuando en Colombia se habla del Eje Cafetero y más recientemente del Paisaje Cultural Cafetero, se hace
referencia a tres departamentos en particular, Caldas, Quindío y Risaralda, cuyas capitales, Manizales,
Armenia y Pereira respectivamente, comparten una historia común en cuanto a los procesos de
colonización (el antioqueño y caucano) que se vivieron en parte del siglo XIX, y al fenómeno de
poblamiento urbano, luego de su demarcación en una compleja geografía atravesada por el sistema
montañoso de la región Andina.

No extraña, asimismo, que para inicios del siglo XX suela hablarse del Gran Caldas o el Viejo Caldas, no
sólo por unas confluencias político-administrativas (Manizales se erigió capital de la región), sino además
por unas circunstancias históricas compartidas. La existencia de los antiguos caminos indígenas (Vito,
2008, 57-78) impulsaron unas dinámicas de intercambio de productos básicos y circulación de unos
saberes comunitarios. Así, la arriería sería uno de los primeros motores de trueque comercial, unida a la
fonda como una “bolsa mercantil”, que pronto se convirtió en “eje de la comunidad” (García, 1978, 37),

71
y en promotora de una actividad mercantil, un tanto informal, aunque efectiva para el crecimiento de las
pequeñas poblaciones, enraizadas en unos preceptos morales y religiosos cristianos, como legado o
imposición –según se mire– de la permanencia de la cultura española en la Colombia republicana,
posterior a las luchas de independencia.

En relación con su memoria escrita, podríamos decir que la circulación de documentos impresos en el
Gran Caldas también ofrece unas similitudes. Las primeras imprentas que se instalaron en la región se
remontan a finales del siglo XIX o principios del XX. La primera que se abrió en Pereira, por ejemplo, data
de 1903 y fue agenciada por el comerciante Emiliano Botero (Correa, 1960, 76-77). Más tarde, en 1909,
se abrió en Pereira la Imprenta Nariño, cuyas máquinas fueron adquiridas a un empresario de Manizales,
donde funcionaba con el nombre de Tipografía Caldas. Si se cotejan los contenidos de las primeras
publicaciones, de carácter periodístico, podríamos establecer unos elementos análogos: lo que se escribe
en estos medios de circulación limitada resalta la vida en comunidad, anima una idea de progreso entre
los lugareños y se impone, desde las líneas editoriales, una especie de fiscalización en el actuar de las
autoridades locales. La idea de progreso está vinculada con la construcción de vías, parques, medios de
transporte y establecimientos de comercio.

En cuanto a los contenidos temáticos, se da lugar al acontecimiento cotidiano de una sociedad que se
organiza, privilegiando una mirada costumbrista, heredada de viajeros y cronistas decimonónicos, en la
que la poesía juega un papel de primer orden, al extremo de que la publicidad que aparece en los
periódicos, se escribe a manera de rima y de versos bufos. En términos literarios, los poetas tendrían el
privilegio de aparecer como garantes de una cultura letrada. De ahí su protagonismo en las páginas
sociales y en las actividades culturales en las que participa la comunidad que apela al orden y al
pragmatismo.

Una herencia grecolatina

En materia de la producción literaria, las primeras décadas del siglo XX descubren a la región cafetera aún
ligada a los influjos del Romanticismo, cuya figura cimera fue Jorge Isaacs, autor de María (1867), la novela
emblemática de un sentir popular, donde lo trágico, en tanto visión de mundo, acendra la representación
de un paisaje que influye en los estados anímicos de sus protagonistas. La novela de Isaacs fue imitada en
el contexto cafetero tanto en estilo como en contenido. Ese influjo se sintió con fuerza en la poesía que
autores como Aníbal Arcila, Victoriano Vélez, Juan B. Gutiérrez, Lisímaco Salazar publicaban en la prensa
local. En cuanto a la narrativa, la imitación corrió por cuenta del manizalita Arturo Suárez, en cuyas novelas
de honda raíz popular, Montañera (1916) y Rosalba (1918), se percibe aún la idealización del paisaje,
aunque el autor conseguirá agregarle a sus tramas un color local distintivo de la región. Pero quizá el
ejemplo mayor de la resonancia del drama de Efraín y María en nuestro paisaje, lo verificamos en Rosas
de Francia (1926), la primera novela del escritor Alfonso Mejía Robledo, un hombre nacido en Villamaría
(Caldas) en 1897, pero criado en Pereira, donde publicó la mayor parte de su obra poética y narrativa.

Mientras se extendía la sombra de María en el imaginario de algunos autores locales, otra sombra, quizá
más fuerte, se cernía sobre el país. Me refiero al poeta modernista Guillermo Valencia, un hombre nacido
en Popayán, muy influyente en la creación de un estilo nacional que, una vez avalado por la clase política
de la gramática y el poder centralista (Deas, 1993, 25-60), se impuso en el país, como deriva de erudición
y alta cultura. El poeta Valencia encarnó lo que críticos y especialistas han denominado el Grecolatinismo,
una especie de escuela retórica y literaria, sustentada sobre la base de unas búsquedas estéticas foráneas,
que lograron opacar, hasta la segunda mitad del siglo XX, cualquier intento de renovación, expresado
tempranamente en las Gotas amargas de Silva y en su novela De sobremesa, que hoy puede leerse como
declaración de unos principios estéticos a los que se acogió el poeta dandy, como un modo de rechazo al
ambiente cultural que vivía en su aldea natal. El otro intento de renovación opacado por ese estilo
nacional de la grandilocuencia, fue sin duda el que brilló en el costumbrismo raizal de Tomás Carrasquilla.

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A ambos intentos renovadores, habría que agregar el que impulsó el quindiano Luis Vidales al publicar su
celebrado libro Suenas timbres en 1926. Para entonces los coletazos del vanguardismo eran fuertes en
Chile, México y Argentina, pero muy tímidos en Colombia. Sin embargo, visto en perspectiva, una pequeña
estridencia vanguardista puede hoy subrayarse en las crónicas de Luis Tejada y en la poesía de León de
Greiff y Vidales. Sólo que en la década del veinte, el país seguía ocupado en resaltar, como expresión ideal,
el formalismo poético y exótico de Guillermo Valencia, señalado irónicamente por Eduardo Carranza, a
comienzos de la década del cuarenta, como “un taller de belleza, una ortopedia de palabras”(Carranza,
1986, 192), mientras la clase popular y periférica hallaba en la poesía de Julio Flórez la expresión más
auténtica de un sentir social.

Tanto el formalismo poético y exótico de Valencia, como la poesía sentimental de Flórez, tuvieron gran
acogida en la región Andina, lo que tal vez nubló la trascendencia de la obra narrativa de Bernardo Arias
Trujillo, pero, en especial, la ejemplar vocación artística y arriesgada de un intelectual que no hizo
deslindes entre sus preocupaciones estéticas y su vida personal, de cara a un contexto social y cultural
pobre en tales vocaciones (Valencia y Vélez, 1997).

Las garras de los Leopardos

En relación con el Gran Caldas, dos fueron las vertientes que alimentaron procesos de escritura en la
primera mitad del siglo XX. Por un lado, la herencia de Carrasquilla señaló el camino de los cuadros de
costumbres y de los dramas locales, a partir del uso de un lenguaje rico en coloquialismos, derivado en
parte de la colonización antioqueña. En este sentido, obras como Bobadas mías (1933) y Asistencia y
camas (1934) del manizalita Rafael Arango Villegas y El río corre hacia atrás (1980) del pereirano Benjamín
Baena Hoyos, determinan los alcances de un estilo marginal, apreciado en la provincia, muy distante, en
sus propósitos literarios y humanísticos, del que agenciara el establecimiento político central bogotano,
visible en las preceptivas y estudios académicos de Caro y Cuervo.

Por otra parte, pronto se impuso, quizá con mayor fuerza, el legado canónico de Guillermo Valencia, al
ser acogido por un grupo de jóvenes radicales, cuyas preocupaciones en el campo intelectual desconocían
las líneas divisorias entre política y arte, respondiendo así a las vagas nociones que sobre literatura se
tenían a principios del XX en el país, donde igual se consideraba literario un discurso político, un panegírico
o un texto periodístico de opinión. Me ocupo aquí de los denominados Leopardos, cuya filiación política
al Conservatismo, se dio en un momento de crisis al interior de este partido, cuando ya la hegemonía
conservadora que ostentaban desde el siglo XIX –la llamada Regeneración–, empezó a sufrir fracturas.
Esta situación coincide, paradójicamente, con el hecho de que el poeta Guillermo Valencia, fungiendo
como candidato a la presidencia de la República por el conservatismo, fue derrotado en 1930 –segunda
vez en su carrera política–, por el liberal Olaya Herrera.

Fieles a unas ideas radicales, cercanas al fascismo de Mussolini y al falangismo de Primo de Rivera, jóvenes
conservadores como José Camacho Carreño, Eliseo Arango, Augusto Ramírez Moreno, Joaquín Fidalgo
Hermida y los caldenses Aquilino y Silvio Villegas, insistieron en la construcción de una retórica que seguía
remarcando el gusto por una expresión poética y narrativa incendiarias, puestas peligrosamente al
servicio de unas ideologías en pugna, cuya mayor estetización, en el terreno de la realidad histórica y
social, podría evidenciarse en los discursos instigadores de Jorge Eliécer Gaitán y Laureano Gómez. Una
expresión retórica que en el campo minado de la escritura en el Gran Caldas, exhibe un libro emblemático,
cuyo título hoy sugiere un rumbo nacional: No hay enemigos a la derecha. En las páginas de ese libro, su
autor, Silvio Villegas, declara su adherencia a una generación “excesivamente literaria”, cuyas búsquedas
humanísticas descansan, según él, en el “aspecto estético del catolicismo” (Villegas, 1937, 19-23).

Cuando un muchacho de la Costa Caribe, Gabriel García Márquez, se atrevió a preguntar en 1948 por la
herencia literaria que recibía de los mayores y expresó que ésta tenía un “sabor de barricada” y una
“dimensión de trinchera” (Arango, 1995, 18), sospecho que apuntaba al estilo y a las visiones de mundo

73
que defendían los Leopardos, a quienes miembros del Grupo de Barranquilla solían llamar, no sin sorna,
los Grecocaldenses. Luego, en 1969, serían llamados Grecoquimbayas por Jaime Mejía Duque en su
ensayo “Problemas de la Literatura en Caldas. La cultura en la provincia en el marco de ciertas condiciones
sociales de ´subdesarrollo´”. En algunas de sus columnas de opinión de 1950, publicadas en El Heraldo de
Barranquilla, García Márquez aludía a ellos como parte del “emplasto oratorio de indiscutible calidad
nacional”, afectos a “manifestaciones tribunicias”, capaces de citar “con mayor desenfado a Cicerón, en
jerga romana, como otros connotados oradores citaron a Goethe en grecocaldense, sin advertir la
procedencia de la cita y valiéndose del socorrido argumento de que en el discurso oral no se ven las
comillas” (García Márquez, 1991, 189).

Con el Nobel de Aracataca buscaba lugar una generación que trazó límites a la larga existencia de un estilo
impostado, propio de una “desmesura provinciana” (Gutiérrez Girardot, 1982, 448-467), de unas formas
excesivamente literarias, para dar paso a una literatura con influencias distintas, acaso más próximas a las
necesidades de representación de las crisis sociales y culturales de un país violento, fragmentado y
desigual.

Otras voces, otros ámbitos

Las tempranas posturas críticas de García Márquez frente a la tradición literaria heredada y el afortunado
ejercicio de experimentación al que sometió su propia obra, constituyeron un cambio de rumbo en los
procesos literarios del país. Para el caso de la literatura producida en el Eje Cafetero o del Gran Caldas,
ese cambio se advirtió inicialmente en las obras de autores como Humberto Jaramillo Ángel, Silvio Girón,
Jaime Echeverri, Néstor Gustavo Díaz y Eduardo García Aguilar. El quindiano Jaramillo Ángel fue un autor
que ya en los años cuarenta se atrevía a escribir unos relatos apelando al fluir de la conciencia y al manejo
complejo de temporalidades, a partir de la invención de personajes con una hondura psicológica (Reyes,
2009). Esa experimentación y capacidad de complejizar destinos y de admitir un lugar desde lo poético al
hecho cotidiano, se percibiría de nuevo en un libro elogiado del manizalita Jaime Echeverri. Me refiero a
Historias reales de la vida falsa (1979). Entre uno y otro autor emerge, para Pereira, la narrativa moderna
de Silvio Girón Gaviria. En obras suyas como Ninguna otra parte (1971) y Rostros sin nombre (1973), el
rumor de la ciudad en crisis, los diálogos del rebusque, empiezan a exigir su propia representación en el
plano de una literatura que ya reconoce lo inocultable: la anomalía de sus contextos, la violencia urbana,
el desamparo, la pobreza, el desplazamiento y el no futuro (Gil, 2002, 130-132).

De la representación de lo anómalo a la representación del esperpento, el camino resulta corto. Es aquí


donde ubicamos obras como La loba maquillada (1975) de Néstor Gustavo Díaz y Senador cena senador
(1985) de Carlos Eduardo Marín Ocampo, donde se recrea un ambiente cultural local, desde un
tratamiento estético no exento de ironía y mofa. En ambos textos se hace una rendición de cuentas, por
vía de la ridiculización y el adefesio, a ese ambiente social que protagonizaron algunos miembros de los
Leopardos, al pretender convertir a Manizales en un fortín ateniense.

Este malestar de la cultura se presiente en buena parte de la narrativa del manizalita Eduardo García
Aguilar, especialmente en su trilogía Tierra de leones (1986), El bulevar de los héroes (1987) y Viaje triunfal
(1993). La extravagancia, la teatralidad exótica de los personajes de Aguilar, insisten en recordar un
pasado lleno de viejas glorias literarias, que habitan un mundo de la impostura y la superficie, marcada
por la adherencia a ciertos ideales estéticos alineados a un romanticismo decimonónico, mezcla de
simbolismo y decadentismo, donde la figura de Rubén Darío deviene alegórica. El empleo de tales
recursos descubren en el autor una “inveterada nostalgia por la ciudad de Manizales” (Vélez Correa, 2003,
47), el reclamo por el declive de una ciudad que pareciera vivir de un pasado glorioso, visible aún en la
arquitectura kitsch de su casco central urbano. Para Vélez Correa, subyace en la obra de Aguilar una
especie de “homenaje crítico a las generaciones de soñadores que creyeron y lucharon por hacer de esta
capital de provincia una especie de Atenas merecedora de ser llamada el Meridiano Cultural de Colombia”
(Vélez Correa, 2003, 47).

74
Crisis de ciudad: lo que anuncian las voces neogrecolatinas

Del homenaje crítico a una ciudad de pasado glorioso en el imaginario de sus intérpretes, a la imagen
híbrida de una ciudad que acentúa, al masificarse, la crisis social más allá del centro autorizado de la urbe,
se perfila en el Eje Cafetero una escritura que aprovecha los logros estéticos y literarios del llamado Boom
latinoamericano. Dicho de otra manera: los autores jóvenes, que nacieron bajo la sombra del realismo
mágico, comprendieron el ejercicio de la literatura como campo de experimentación formal y el lenguaje
como principio de renovación, a partir del cual se ampliaron, en las expresiones del posboom, las miradas
críticas sobre unos contextos inestables, en los que el extraño rumor de la vida urbana y la paradójica
soledad del citadino estimulan la imaginación de sus creadores.

En cuanto a las ciudades intermedias que se suman al territorio del Gran Caldas, los contextos inestables
se ligan al contexto mayor de un país que busca modernizarse, sin que logre esquivar del todo los
coletazos de unos fenómenos con historia propia: la violencia bipartidista, las componendas políticas del
Frente Nacional, el acendramiento de las guerrillas rurales y urbanas, el ascenso del narcotráfico, los
desplazamientos forzados hacia las periferias de ciudades en contraste, los fallidos procesos de paz y la
indiscriminada violencia paramilitar y del crimen organizado.

Lo que se puede leer en este nuevo proceso de escritura resulta muy interesante y, desde luego,
conflictivo, para quienes aún reclaman de la literatura sus nexos a unos procesos de representación, más
cercanos al realismo de Álvarez Gardeazábal y al neocostumbrismo de Fernando Vallejo, y muy lejos de
cualquier tipo de esa experimentación que bien puede rastrearse en obras narrativas como Los papeles
de Dédalo (1983) y La historia imperfecta (1987), de los pereiranos Eduardo López Jaramillo y Hugo López
Martínez. O en El último diario de Tony Flowers (1995) y Variaciones (1995), de los manizalitas Octavio
Escobar Giraldo y Adalberto Agudelo Duque. O en Crónicas de Temis (1993) y Ópera prima. Altamira 2001
(2001) de los quindianos Susana Henao Montoya y Ómar Ramírez García.

Desde este lugar movedizo, se entiende mejor la visión crítica de Bonel Patiño en su ensayo
“Neogrecolatinismo: una revisión de nuestra literatura caldense actual”, cuando afirma que los nuevos
actores de la literatura en Caldas son igual de escapistas y evasivos que los autores afines al
Grecolatinismo, en virtud a que las técnicas empleadas y los temas tratados por estos creadores recientes
en sus propuestas literarias, los vincularía más con asuntos europeos y norteamericanos, dando así la
espalda a realidades propias colombianas. Para este crítico, los nuevos escritores y poetas de su comarca
continúan siendo “lejanos y difusos (....) nuestros creadores parecen haber escondido la cabeza como el
avestruz” (Patiño, 2003, 132).

Las apreciaciones de Bonel Patiño resultan sugestivas, aunque tal vez poco objetivas frente al alcance
estetico y social de lo que él señala como nueva producción neogrecolatina, esto es, posterior a la
influencia en nuestro medio de la retórica excesiva de Silvio Villegas (piénsese en El hada melusina), cuyas
huellas aún se revelan en la ensayística de Otto Morales Benítez, o en las columnas de opinión de
Fernando Londoño Hoyos, a quien atacan con frecuencia, tildándolo de “grecocaldense” (Abad Faciolince,
2005, Semana, No. 1226, 84).

Por “lejanos y difusos” comprendo más bien la apuesta por una escritura que en si misma se debe a las
influencias foráneas, pero en el sentido positivo del indicado por el joven García Márquez en 1950:
“Todavía no se ha escrito en Colombia la novela que esté indudable y afortunadamente influida por los
Joyce, por Faulkner o por Virginia Woolf. Y he dicho <<afortunadamente>>, porque no creo que
podríamos los colombianos ser, por el momento, una excepción al juego de las influencias” (García
Márquez, 1991, 190).

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Este juego de las influencias ha permitido que a la zona geográfica del Eje Cafetero lleguen vientos que
han refrescado el ambiente de su variada literatura, a partir de la inclusión de elementos que parcialmente
podría enumerar aquí, señalando, entre paréntesis, algunas de las obras en las que es posible reconocer
estas virtudes: la profundización en temas caros a la cultura popular (Reina de picas, 1993, de Jaime
Echeveri); la ironía y la parodia como instrumento semántico que despliega ambigüedad literaria (De
rumba corrida, 1999, de Adalberto Agudelo); la reactulización de momentos históricos, inherentes al
pasado de la región (1851. Folletín de cabo roto, 2007, de Octavio Escobar); el tratamiento del fenómeno
de la violencia a través de complejas estructuras narrativas (Pensamientos de guerra, 1998, de Orlando
Mejía Rivera); la incursión en el género negro (Saide, 1995, de Octavio Escobar y El juego de Archer, 2010,
de Adrián Pino); y el trabajo intertextual con formatos propios de la subliteratura: el cómic, las
radionovela, las revistas de aventuras (Plop, 2004, de Rigoberto Gil).

A estos elementos variados habría que agregar el de la ironización de unos tópicos canónicos. Si bien en
la trilogía mencionada de Eduardo García Aguilar se recrea un supuesto pasado ilustre, la ausencia de una
mirada irónica por parte del autor le cede el paso a un reclamo nostálgico, en el que pareciera invocarse
el paraíso perdido de la anacronía, como el que representa y reclama el poeta viajero Leonardo Quijano
en Tierra de leones (1986). Al retornar a la pequeña ciudad de Los Andes –clara referencia a Manizales–,
Quijano observa que la ciudad de su juventud ha sido desplazada por una ciudad con aspiraciones
modernas, que arrasa con una memoria y unos valores instrínsecos, para él, a una alta cultura: “La ciudad
progresaba y crecía devorando los montes aledaños, deglutiendo viejos parques románticos, chupándose
los aires andinos, carcomiendo la paz de los recuerdos y la ternura de los recodos inolvidables.” (García
Aguilar, 1997, 50).

La ironización resulta más clara en Corte final (2002), la novela de Jaime Echeverri. Néstor es un personaje
frío y agudo en sus posturas críticas frente a Manizales. Más por un deber moral que por capricho o gusto,
Néstor retorna a la ciudad de su infancia para asistir al entierro de su madre. La desaparición de la figura
materna lleva consigo la negación de su propia naturaleza, unida al ámbito de una ciudad que a Néstor se
le antoja decadente y opuesta a lo que él ha conseguido ser, o cree haber sido, en otra parte. Implacable
en el momento de arrasar con las imágenes de un pasado reciente y perverso en su dinámica de liquidar
mitos, el regreso de Néstor es doloroso, porque al poner en tela de juicio la conducta moral de su propia
familia, pone en el centro del desastre su propia educación y con ella, las improntas y convenciones de
una sociedad ampulosa, frívola, hipócrita y “esquizofrénica. Una de sus caras pregona una intachable
moralidad, mientras la otra se regocija en lo prohibido” (Echeverri, 2007, 20). Sin antídotos para detener
la propagación de esta enfermedad social, Néstor se lanza a recorrer una ciudad extraña, incomprensible
y vaga:

Todo superpuesto, escondido, agazapado, esperando el momento de manifestarse. Torrente


que corre entre las fachadas, convirtiendo cada acera en la orilla de un río tormentoso.
Imágenes de mí mismo reproducidas, multiplicadas, encerrándome entre las rejas de una
nostalgia que no me pertenece y que desecho (Echeverri, 2007, 34-35).

Perteneciente a una familia con menos traumas, Andrés, el personaje de Cielo parcialmente nublado
(2013), la novela de Octavio Escobar, también retorna a Manizales. Esta vez para acudir al llamado de su
familia, preocupada por la salud mental del padre, a propósito de la situación política que se vivía en el
país, durante los frustrados diálogos de paz que Andrés Pastrana llevó a cabo con el movimiento
guerrillero de las Farc. Aún se recuerda la famosa silla vacía que no ocupó Manuel Marulanda, alias
“Tirofijo”, en las negociaciones de paz, que permitieron el despeje de la zona del Caguán, lo cual, como
sería analizado luego por especialistas, fortaleció militarmente a la guerrilla en una vasta zona del país. El
padre de Andrés sufriría de ansiedad y temor frente a lo que podría pasar si el gobierno le entregara el
poder a la subversión.

76
El viaje que Andrés emprende desde España a Colombia, y en especial, a su tierra natal, será un
reencuentro con su familia y amigos y también será un viaje sentimental a la semilla. Un viaje menos
traumático que el de Néstor en Corte final, y acaso más tranquilo, a pesar de que el viajero siente que la
ciudad de sus primeros amoríos ya no le pertenece, porque su destino y su familia de España lo están
esperando. La mirada de Andrés a la ciudad de Manizales es de reconocimiento y acaso de aceptación. El
ambiente festivo en tiempo de Ferias hará más emotivo el recorrido por la avenida Santander y por los
bellos laberintos del barrio La Estrella. Su paseo por este barrio en una bicicleta pintada con los colores
del Once Caldas, es decir, los colores de su juventud, constituye un paseo memorable, un consentimiento
de su propia realidad como hombre que pertenece a otro mundo más allá del Atlántico. Una familia que
lo espera en la casa de siempre y le sirve de soporte para ver crecer a la suya:

Escogió una ruta que le permitía transitar por la parte más plana del barrio La Estrella (…)
Ahora que pasaba una y otra vez por allí lo consolaba comprobar que su apreciación juvenil
no estaba tan errada. Para rematar su paseo decidió darle la vuelta al estadio. Descendió por
la calle sesenta y tres y viró hacia el sur por la avenida paralela (…) El impulso que traía le
ayudó en la primera parte, pero después tuvo que luchar con el ahogo de sus pulmones, la
fatiga de sus piernas y el dolor de sus rodillas (…) Desmontó sin cuidarse de qué pasaba con
la bicicleta y respiró por la boca, con las manos sobre las rodillas, hasta que sintió que su
corazón se desaceleraba. Un minuto después, más recuperado, levantó la bicicleta del pasto
y empezó el doloroso regreso a la casa de sus padres (Escobar, 2013, 189-190).

A partir del recorrido que hemos hecho por algunas de las vertientes de la literatura del Gran Caldas, se
puede concluir que el nuestro es un proceso que cada vez está más abierto a los diálogos y discusiones
con una literatura de temática urbana, donde empiezan a surgir, en el plano de su representación estetico-
literaria, las hondas problemáticas de las ciudades intermedias en cuanto a fenómenos históricos,
culturales y sociales que les son inherentes. El hecho de que narradores emblemáticos de nuestra región
se resuelven críticos frente a la tradición de la que nutrieron sus obras iniciales y desde allí generen
procesos creativos cada más híbridos y con más huellas de influencias foráneas, permite advertir una
evolución que señala nuevos caminos en el escenario de nuestra breve tradición literaria, al superar
modos de expresión propios de la grandilocuencia y la rimbombancia de un estilo que hizo carrera en el
país de Guillermo Valencia y el leopardo Silvio Villegas. La de ahora es una literatura que mira hacia el
pasado para reactualizar sus contenidos, pero que aterriza en el presente para asumirse portadora de
unos diálogos con la literatura que hoy se genera con fuerza en las divesas regiones de un país complejo
en su cultura variopinta.

77
Bibliografía

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78
ARTICULAÇÃO AUTORREFLEXIVA NA HISTÓRIA DA LITERATURA BRASILEIRA

Wellington Freire Machado


CAPES/FURG
CONSIDERAÇÕES INICIAIS

Estabelecei a crítica, mas a crítica fecunda, e não a estéril, que nos aborrece e nos
mata, que não reflete nem discute, que abate por capricho ou levanta por vaidade;
estabelecei a crítica pensadora, sincera, perseverante, elevada, ― será esse o
meio de reerguer os ânimos, promover os estímulos, guiar os estreantes, corrigir
os talentos feitos; condenai o ódio a camaradagem e a indiferença, ― essas três
chagas da crítica de hoje, ― podem em lugar deles, pondo em lugar deles, a
sinceridade, a solicitude e a justiça, ― é só assim que teremos uma grande
literatura.
Machado de Assis.

É de conhecimento disseminado que as histórias da literatura no Ocidente vêm sofrendo uma série de
modificações sucessivas. Esta metamorfose, observável desde uma perspectiva diacrônica, está
diretamente atrelada a conceitos fundamentais no campo dos estudos literários, como modernidade
epistemológica e observação. Neste trabalho, objetiva-se compreender a produção de distintos tipos de
observadores nas primeiras histórias da literatura brasileira. Dessa forma, pretendo mostrar como a
articulação destes observadores tão longínquos se dá na apresentação da literatura e nos estudos
literários. Isso tudo para traçar um possível trajeto do conceito de articulação autorreflexiva e ego-história
na história da literatura brasileira desde a perspectiva de observadores de segunda ordem. Para mim,
pensar a História da Literatura brasileira desde este ângulo significa compreender os caminhos que enceta
a história literária que se escreve na contemporaneidade.

Para obter tal logro, utilizarei textos presentes nas compilações Historiadores e Críticos do Romantismo,
de Guilhermino César, O berço do cânone, de Regina Zilberman e Maria Eunice Moreira. Além disso, viso
mostrar como a leitura dessas obras suscitou meu interesse por este tipo de articulação textual, fazendo-
me encontrar similares, como a Antologia de Antologias, de Magaly Trindade Gonçalves, na qual pude ter
acesso a textos de outros autores outrora somente mencionados nas compilações citadas, como o
Antônio José da Silva, o Judeu. Além disso, textos como Instinto de Nacionalidade, de Machado de Assis
e Bênção paterna, de José de Alencar, também serão de grande utilidade para se pensar este processo.
Como teoria, utilizarei duas importantes concepções: Estudos sobre ego-história, através de publicações
de Heidrun Krieger Olinto, e Modernização dos Sentidos, de Hans Ulrich Gumbrecht.

A ARTICULAÇÃO EM TEXTOS FUNDADORES

O estilo de uma época não é o estilo de outra, quando elas diversificam pela
maneira de pensar. Se os velhos escritores nada mais têm de comum com as
graças e maneios da estilística moderna, é que eles não pensavam pelo nosso
molde, a distinção entre a antiga e a nova prosa consiste sobretudo em nós
outros, filhos do século XIX, cogitamos, se assim posso dizer com mais
velocidade, calando muita coisa, que entretanto não fica sem ser pensada. E isso
é possível porque as nações, como no-las oferecem as línguas cultas em palavras
e formas particulares, são mais densas, isto é, de um conteúdo mais vasto.
Tobias Barreto.

79
Em meados de 1860, no auge de sua adesão pessoal à germanística e de preterimento a estilística
francesa, Tobias Barreto publicou seu ensaio intitulado “Ideia sobre os princípios da estilística moderna”.
Nesta publicação, o escritor sergipano discorre sobre a mudança de estilo na prosa de uma época para
outra. Lançando um visível olhar crítico sobre a estética em voga, o autor aponta como principal ponto
crítico a ausência de subjetividade na estilística francesa e também a divergência entre o pensador e o
escritor:
A nação francesa, que é a mais culta das nações latinas, exprime ao seu estilo
ao maior grau de antítese etnológica, entre a essência românica e a essência
germânica. Em nenhum ponto melhor se manifestam os distintivos de uma e de
outra raça. O estilo dos franceses exclui a individualidade da maneira de
expressão, e sujeita o pensamento em sua marcha a uma forma típica e
convencional; donde resulta, a par de incontestáveis proventos, a máxima
desvantagem de significar em quase sempre escritor e pensador duas ideias
contrárias. (BARRETO, 1865 p. 198)

Com transparência partidária, o texto de Tobias Barreto apresenta uma reflexão consciente em relação à
metamorfose a qual a estilística moderna estava condicionada já no século XIX. Para mim, este texto
ilustra com louvor o andamento da consciência histórica quando se pensa na questão da articulação e do
estilo. Neste fluxo de ideias, o século XIX foi de suma importância para a continuação do desenvolvimento
estilístico e o texto de Tobias Barreto, escrito na segunda metade do século XIX, exprime por excelência
um tipo de narrador autorreflexivo que se insere textualmente, mesmo que a partir da primeira pessoa
do plural.
Segundo o teórico Hans Ulrich Gumbrecht, a descoberta do continente americano aponta para a
emergência do tipo ocidental da subjetividade ── para uma subjetividade que está condensada no
papel de um observador de primeira ordem e na função da produção de conhecimento (GUMBRECHT,
1998, p. 12). Isto é, este observador emergente já não mais se identifica com a condição do
observador-passivo outrora presente na Idade Média, cuja autoimagem que predominava era a de um
homem apresentado como parte de uma criação divina, para quem a verdade ou estava além da sua
própria compreensão, ou, no melhor dos casos, era dada a conhecer pela revelação de Deus.
Em meados de 1800 ― ainda segundo Gumbrecht ― aconteceu o que o autor chama de Modernidade
epistemológica: a confiança no conhecimento produzido pelo observador de primeira ordem já não se
sustentava tal como no início da Modernidade. Nesta circunstância, emergiu uma outra consciência
de um sujeito incapaz de deixar de se observar ao mesmo tempo em que observava o mundo (p.13).
Este observador de segunda ordem, de caráter autorreflexivo, comporta consigo características que
acentuam transformações epistemológicas importantes: a inevitável consciência de sua constituição
corpórea como uma condição complexa de sua própria percepção de mundo; a consciência de que o
conteúdo da sua observação depende de sua posição particular ― neste aspecto cada fenômeno
particular pode produzir uma infinidade de percepções; e o problema da temporalidade, âmbito em
que se problematiza a articulação direta entre presente, passado e futuro, em que ― respectivamente
―, no cronótopo do tempo histórico
o presente é visto como futuro do passado e como passado do futuro; o futuro
como passado de um futuro remoto e como presente do futuro; o passado como
futuro de um passado remoto e como presente do passado (GUMBRECHT, 1998
– p. 15-16)

Um exemplo cabal deste articulador autorreflexivo pode ser encontrado já no Brasil na obra Como e por
que sou romancista (1873), de José de Alencar, no qual o narrador discorre sobre o ofício de escrever. Na
disciplina História da Literatura cursada no mestrado tive conhecimento de algumas discussões nas quais
se envolvera José de Alencar. Foi de suma importância o prefácio do livro Sonhos D’ouro, no qual o autor
estabelece um monólogo dirigido ao livro que encaminhara para publicação. Foi a partir dele em que
percebi que o estilo da ego-história, marcado a partir da presença da primeira pessoa do singular, já se

80
fazia presente em ego-escritos intelectuais há mais de um século atrás. O recorte abaixo reproduzido é
uma parte do prefácio ternamente intitulado Bênção paterna:
Com alguma exclamação, nesse teor, hás de ser naturalmente acolhido, pobre
livrinho, desde já te previno. Não faltará quem te acuse de filho de certa musa
industrial, que nesse dizer tão novo, por aí anda a fabricar romances e dramas
aos feixes. (...) O povo que chupa o caju, a manga, o cambucá e a jabuticaba,
pode falar uma língua com igual pronúncia e o mesmo espírito do povo que
sorve o figo, a pêra, o damasco e a nêspera? (ALENCAR, 1872)

A leitura de Alencar veio bastante depois do início da disciplina, quando li os textos que compunham
Historiadores e críticos do romantismo. Após entrar em contato com as teorias estabelecidas pelo
estudioso Gumbrecht, retomei a leitura dos principais textos fundadores buscando situá-los. A forma de
expressão destes textos primeiros se afiniza a descrição feita em Modernização dos Sentidos.

Segundo Gumbrecht, na Idade Média, mais do que produzir conhecimento novo, a tarefa da sabedoria
humana era proteger do esquecimento todo o saber que tivesse sido revelado – e tornar presente esta
verdade revelada pela pregação e, sobretudo, pela celebração dos sacramentos. (1998. p.12). No fluxo do
deslocamento central rumo a Modernidade, ainda segundo o autor, a transformação se deu no fato de o
homem ver a si mesmo ocupando o papel do sujeito da produção de saber.

Assim o observador que se apresenta no início da modernidade percebe o mundo desde uma ótica
distante, não se fazendo perceptível no conhecimento que produz:
Em vez de ser uma parte do mundo, o sujeito moderno vê a si mesmo como
excêntrico a ele, e, em vez de se definir como uma unidade de espírito e corpo,
o sujeito – ao menos o sujeito como observador excêntrico e como produtor de
saber – pretende ser puramente espiritual e do gênero neutro. Esse eixo
sujeito/objeto (horizontal), e confronto entre o sujeito espiritual e um mundo
de objetos (que inclui o corpo do sujeito), é a primeira pré condição estrutural
do início da Modernidade. Sua segunda pré-condição está na ideia de um
movimento – vertical – mediante o qual o sujeito lê ou interpreta o mundo dos
objetos. Penetrando no mundo dos objetos como uma superfície, decifrando
seus elementos como significantes e dispensando-os como pura materialidade
assim que lhes é atribuído um sentido, o sujeito crê atingir a profundidade
espiritual do significado, a verdade última do mundo. A interseccção destas duas
polaridades entre sujeito e objeto, entre superfície e profundidade, constitui,
séculos antes da institucionalização da hermenêutica como subdisciplina
filosófica, aquilo que podemos chamar de campo hermenêutico. (GUMBRECHT,
1998 p.12)

Parte dos textos que compunham a obra Historiadores e críticos do romantismo – A contribuição europeia:
crítica e história literária, organizada por Guilhermino César, se encontram em uma espécie de entre-lugar
neste fluxo epistemológico. Um exemplo de escrita tradicional, fortemente marcada por um narrador
distante pode ser encontrado no texto precursor intitulado Geschichte der portugiesischen Poesie und
Beredsamkeit (História da poesia e eloqüência portuguesa), de Friedrich Bouterwek. Nele, o autor discorre
sobre Antônio José (o Judeu) e Claudio Manuel da Costa, ambos nascidos no Brasil e com formação no
velho mundo. No corpo do texto Bouterwek mascara-se na onisciência de um narrador em terceira
pessoa. Considerando a informação de que o texto foi produzido no ano de 1805, pode-se compreendê-
lo no curso de um devir histórico no qual, assim como afirma Gumbrecht, o sujeito moderno vê a si mesmo
como excêntrico ao mundo, sendo gênero neutro, característica que constitui a primeira pré condição
estrutural do início da Modernidade.

81
A mesma condição estrutural é perceptível no texto De la littérature du midi de l’Europe (Sobre a literatura
do meio-dia da Europa), de Simonde de Sismondi (1813), no qual o autor discorre sobre o poeta André
Nunes da Silva, Cláudio Manuel da Costa, Manuel Inácio da Silva Alvarenga e Antonio José, o judeu
queimado pelo Tribunal da Santa Inquisição em 1745. Assim como Bouterwek, Sismondi também
considera os autores nascidos no Brasil como parte da literatura portuguesa. A mim me parece que este
sentimento de pertencimento se dá justificadamente pelo fato de o Brasil neste período ainda ser uma
colônia portuguesa, e, logo, uma extensão da metrópole, lugar de formação intelectual dos brasileiros.

Ao observar o texto Resume de l’histoire littéraire du Brésil, de Ferdinand Denis (1826) já a luz de
determinada consciência teórica, me parece bastante interessante pensar certas questões em uma linha
temporal. Ambos textos, o de Bouterwek, publicado em 1805 e o de Sismondi, publicado em 1813 não
demonstram qualquer traço assinalado de subjetividade ou marca linguística que exprimam um narrador
em primeira pessoa. Já os textos publicados a partir de 1825, de autoria de Ferdinand Denis, trazem
marcadamente um narrador inserido no âmago do texto informativo. Sem o pretenso intento da
justificativa, cabe aqui considerar a experiência empírica vivida por Dennis em terras tupiniquins. Segundo
Guilhermino César, na apresentação do autor, o historiador francês teria sido o primeiro historiador
“obnubilado”56 da literatura brasileira (p.27), tendo vivido na Bahia, lugar em que teria aspirado constituir
matrimônio com uma filha da terra e também observado os hábitos e costumes dos índios Botocudos no
Vale do Rio Doce. Seja este um fundamento possível, fato é que Dennis escreve um texto esteticamente
diferente dos dois historiadores anteriores, com ares de conhecimento de causa e alto teor persuasivo.
A América Meridional, durante longo tempo submetida ao jugo de duas
potências europeias, parecia condenada a fornecer-lhes riquezas, sem partilhar
de sua glória. Com a privação da liberdade, sentiu-se enorme desejo de
conhecer melhor o Novo Mundo. Não estamos mais na época em que se podiam
manter os americanos em sujeição, por meio dos laços políticos e da ignorância.
Nos lugares de onde extraímos ouro, deixamos escapulir o germe de todos os
conhecimentos; veremos o que produzirá essa troca, feita muitas vezes à nossa
revelia, dado que na maioria dos países da América do Sul os livros eram
proibidos, ou se ocultavam nas bibliotecas dos clérigos, e lá muitas vezes eram
desdenhados pela ignorância ociosa. (DENNIS, 1978, p.35)

Como se percebe, logo na introdução Dennis já se insere no discurso enunciado, mesmo que na terceira
pessoa do plural. Assim, ao longo do texto o autor avança progressivamente nessa linha narrativa,
expressando-se então tal como o que Gumbrecht chama de observador de segunda ordem. A articulação
autorreflexiva de Dennis se dá em diversos trechos, tais como: “parece-me que, no tempo em que uma
luta heroica desenvolveu todos os caracteres, na época em que a Holanda foi vencida pelo Brasil...” (p.40),
“perdoem-me a longa digressão...” (id), “conforme veremos mais adiante” (p. 42), “já que falei de um
poeta latino...” (p.43), “não sei bem se é mesmo nesta época...” (p.44), “sem dúvida, a maior parte dos
autores que acabo de citar não podem aspirar grande renome literário” (p.46)

Assim, nos textos fundadores Ferdinand Dennis constitui o primeiro articulador autorreflexivo, em termo
alcunhado por Gumbrecht. Aqui, o surgimento da consciência de um sujeito incapaz de deixar de se
observar ao mesmo tempo em que observa o mundo (GUMBRECHT, 1998, p.13).

Outro articulador bastante excêntrico – e até mesmo cômico – é José da Gama e Castro. Publicista lusitano
estabelecido no Rio de Janeiro em 1838 causou polêmica em suas publicações no Jornal do Comércio.
Após não ter sido bem aceito nos principais centros culturais do Ocidente, Gama e Castro – médico e
doutor em filosofia – escolhera o Brasil como opção última. No continente sul-americano, não muito
diferente dos outros lugares por onde passou, o lusitano também não obteve boa aceitação por parte dos

56
Termo utilizado por Araripe Júnior e reproduzido por Guilhermino César.

82
nativos. Com acentuada ausência de amistosidade, Gama e Castro envolveu-se em uma série de
polêmicas. A meu ver, as manifestações mais interessantes são as duas cartas nas quais Gama e Castro
discorre sobre os inventos dos portugueses e a importância desta nação ao mundo. Além do estilo singular
de Gama e Castro, é bastante interessante observar o alto tom ufanista do autor, ufanismo este que beira
a ingenuidade. Em carta publicada no Jornal do Comércio em 19 de janeiro de 1842, Gama e Castro
introduz o texto discorrendo sobre o intento de outras nações empenhadas em tomar dos portugueses a
memória dos seus feitos ao redor do mundo:

Vivemos em uma era em que todo o mundo parece como que apostado a
escrever e aniquilar tudo quanto é relativo a Portugal e aos Portugueses. Parece
que todas as nações do mundo, como que envergonhadas de se terem deixado
preceder por povo tão pequeno (por que nunca passou de seis milhões de
indivíduos, que é o que tem hoje) na carreira de todas as artes, de todas as
ciências, de todos os descobrimentos grandiosos, se deleitam em ir fazendo
pedaços este colosso quase prostrado por terra, como fizeram outrora os
bárbaros ao de Rodes, de cujas relíquias ainda fizeram carga para novecentos
camelos: e o pior é que, não contentes de se irem apoderando do que é nosso
na Ásia, na África, e até mesmo na Europa, nem ao menos querem deixar-nos a
memória do que fomos e do que incontestavelmente fizemos. (GAMA E
CASTRO, 1972 p.109)

Entre muitas reivindicações, Gama e Castro requere o que se deve ao povo lusitano outras invenções, a
saber: 1) a invenção da arte de navegar pelos ares; 2) a arte de esgotar os navios por meio de bombas que
por si mesmas se movem, sem auxílio de gente 3) um invento que restitui à sociedade surdos-mudos
“dantes como que isolados e pouco menos que mortos para o mundo” (GAMA E CASTRO, 1972 p.110); 4)
a invenção da arte 5) a invenção da barquinha, instrumento utilizado para medir a velocidade do navio ou
o espaço que vai correndo; 6) a invenção do Nônio, instrumento utilizado para determinar a verdadeira
causa dos crepúsculos e das auroras boreais; 7) invenção do astrolábio e nocturlábio – o primeiro para
medir a altura dos astros e o segundo para determinar quando a estrela do norte andava mais alta ou
mais baixa que o polo e que horas era da noite; 8) a invenção das cartas hidrográficas; 9) o primeiro
explicador da hipótese de Newton sobre o fenômeno das marés foi um português; 10) a descoberta do
ácido cicérico no grão-de-bico foi feita por um português de Celerico da Beira; 11) aperfeiçoamento da
máquina pneumática; 12) invenção da faixa hidráulica; 13; Não fosse suficiente ter elencado em um
primeiro texto todos os grandes feitos supostamente promovidos pela nação lusitana, José da Gama e
Castro resolve publicar outro artigo no mesmo jornal em 27 de dezembro de 1841, apresentando novas
– e risíveis – informações de desconhecimento generalizado. A saber a primeira delas:
Pensará o leitor que vou reivindicar para os Portugueses a descoberta da
América, vulgarmente atribuída a Cristovão Colombo. Bem pudera fazê-lo se
quisesse. É cousa corrente entre nós que, achando-se Colombo na Ilha da
Madeira, em casa de um piloto português, por morte dele se apodera de seus
papéis, cartas e roteiros, onde achou a derrota da viagem para o Ocidente, o
que por eles se guiara para o seu descobrimento; (GAMA E CASTRO, 1972. P.
115)

A segunda informação, e tão bombástica quanto a primeira, é sobre a invenção da imprensa, que segundo
Gama e Castro ocorreu em três etapas, sendo a primeira dela de responsabilidade, evidentemente, do
povo português. A segunda etapa da invenção pertence aos holandeses e a terceira aos alemães. A parte
o cômico das afirmações de Gama e Castro e do seu estilo bastante bélico, o fato do autor estar publicando
em um jornal me parece uma outorga para que esteticamente o seu texto se aproxime da articulação
visível já em Ferdinand Dennis. Nesse sentido, a invenção da imprensa e a descoberta do continente
americano apontados por Gumbrecht como o início da baixa modernidade se percebe já no Brasil após a
chegada da família real e com isso, a chegada da imprensa na terra do pau-brasil.

83
Nesse sentido, (re)ler a compilação de textos organizada por Guilhermino foi de suma importância para
compreender a modernidade epistemológica. Poderia aqui citar outros autores vistos como Almeida
Garret, Alexandre Herculano e Ferdinand Wolf, mas – pelo fato de todos estes situarem-se
invariavelmente entre um ou outro tipo de narrador – me pareceu contraproducente repetir experiências,
optando assim por discorrer nas linhas seguintes sobre o livro Berço do cânone e também sobre
determinados ensaios de José de Alencar e Machado de Assis.

SEGUNDA METADE DO SÉCULO XIX – DOS TEMAS E PROBLEMAS


A gente pobre do nosso país não pode ler, efetiva e desgraçadamente não lê nem
os jornais. Um livro regular por dez tostões é uma raridade em nosso mercado
intelectual.
Quintino Bocaiúva.

A afirmação referida na epígrafe acima data do ano de 1862 e se faz relevante por explorar temas e
problemas característicos da segunda metade do século XIX. De nenhum modo aspiro contribuir com uma
afirmação leviana dizendo com isso que o texto de Quintino Bocaiúva seja o precursor ou o responsável
pela divisão de águas que separa as duas metades do século mencionado. A partir da leitura de
determinados textos presentes no livro O Berço do Cânone, organizado por Regina Zilberman e Maria
Eunice Moreira, Antologia de Antologias, organizado por Magaly Trindade de Andrade, além de Instinto
de Nacionalidade, de Machado e Assis e Como e por que sou romancista, de José de Alencar pude
perceber, sim, que os temas e problemas presentes para os intelectuais dos dez ou trinta primeiros anos
daquele século já não são os mesmos dos que se ocupam em pensar já nos anos 60, 70, 80 e 90. A história
social, indissociável viajante e companheira da história literária, pode ser uma interessante testemunha a
ser inquirida neste processo de detecção, a partir da leitura de textos recuperados em bibliotecas e
arquivos pessoais.

QUINTINO BOCAÍUVA E O LETRAMENTO

Quintino Bocaiúva, renomado escritor fluminense, em publicação datada de 1º de março de 1862 afirma
que “o pão para o espírito é tão necessário quanto o alimento para o corpo” (BOCAIÚVA, 1998, p.316).
Evidente que, neste artigo intitulado “Da Biblioteca Brasileira”, o renomado intelectual refere-se ao
necessário estímulo ao intelecto através da leitura. Seguindo uma linha de raciocínio progressiva,
Bocaiúva afirma mais adiante que:
Baratear as publicações e derramar a leitura de obras úteis é facilitar a instrução
e acrescentar o cabedal intelectual do país. É o que pretendemos e nessa
pretensão envolve-se uma vantagem para nossa terra, a criação de mais uma
indústria poderosa, a disseminação das luzes, uma justa bem que tênue
remuneração aos obreiros da inteligência. Em resumo vamos abrir um novo
mercado a uma mercadoria rara em nossa pátria e por isso mesmo tão escassa
e tão cara. (BOCAIUVA, 1998, p.314-315)

Como se pode perceber, os logros do projeto de Bocaiúva se concretizaram parcialmente. Contudo, no


cenário de produção intelectual do século XIX, é possível perceber uma linha tênue na alocação dos temas
e problemas perceptíveis pelos críticos e historiadores do romantismo. Na segunda parte daquele século,
temas recentes a 1808 – e até mesmo antes disso por parte dos críticos europeus – ganham um novo
fôlego, na ânsia de responder questões que se empunham naquele espaço temporal.

84
Em ensaio intitulado “Estudo sobre a nacionalidade da literatura”, Bocaíuva manifesta certo receio à
imitação dos clássicos do velho mundo.
Quem melhor do que nós pode emprestar tropos atrevidos, imagens
gigantescas, comparações sublimes, contrastes admiráveis, cenas portentosas à
natureza cuja poma esmaga o estro poético dos homens do antigo mundo?
Quem melhor do que nós pode cantar o céu rutilante de astros, as brisas
fagueiras, o ar vital, o sol esplendente, o cerúleo manto equatoriano? [...] Que
necessidade temos nós de imitar os modelos da antiguidade grega, romana e do
Velho Mundo moderno para criarmos uma literatura nacional grandiosa, uma
pintura nacional invejável, uma escultura nacional surpreendente, e assim
outras artes? Haverá uma natureza mais rica em contrastes do que a nossa?
(BOCAÍUVA, 1998, p. 300)

Em apoio claramente manifesto aos propósitos da Revista Niterói, publicada pela primeira vez no então
longínquo ano 1836, Bocaíuva – sob o pseudônimo de Adadus Calpe – encerra seu ensaio de forma
bastante otimista: “Uma nova luz começa a brilhar, sobre o povo brasileiro, e a fé nela reborará os
esforços dos novos protestantes literários na terra de Santa Cruz” (p.313). Nesse sentido, ao ler este
trecho nenhuma outra máxima me vem a mente senão a que utilizada por Antonio Candido em Formação
da literatura brasileira: transmissão da tocha entre corredores.

MACHADO DE ASSIS CRÍTICO

Com brilhante articulação, Machado de Assis discorreu sobre o mesmo tema em ensaio intitulado Instinto
de Nacionalidade (1873). Nele, Machado – ao contrário da crítica instaurada – retira os árcades da
fogueira na qual estes estavam sendo queimados pelos adeptos do nacionalismo na literatura brasileira.
Diferentemente do aporte expresso por Quintino Bocaiúva na década anterior à publicação do ensaio
machadiano, o bruxo do Cosme velho abole uma abordagem mais radical, primando por “um homem do
seu tempo e do seu país” (p.210)57. Neste influxo, Machado se vale de exemplos de outros países, no qual
busca evidenciar sempre a necessidade da essência, da importância da percepção e da apreensão singular
advinda do escritor:
Não há dúvida que uma literatura, sobretudo uma literatura nascente, deve
principalmente alimentar-se dos assuntos que lhe oferece a sua região, mas não
estabeleçamos doutrinas tão absolutas que a empobreçam. O que se deve exigir
do escritor antes de tudo, é certo sentimento íntimo, que o torne homem do
seu tempo e do seu país, ainda quando trate de assuntos remotos no tempo e
no espaço. Um notável crítico da França, analisando há tempos um escritor
escocês, Masson, com muito acerto dizia que do mesmo modo que se podia ser
bretão sem falar sempre de tojo, assim Masson era bem escocês, sem dizer
palavra do cardo, e explicava o dito acrescentando que havia nele um
scotticismo interior, diverso e melhor do que se fora apenas superficial. (ASSIS,
1995 p. 210)

Assim, perceber a articulação autorreflexiva sobre os temas e problemas da literatura brasileira pós-
colonial em Machado de Assis é mais do que um exercício de observação. Com seu estilo mordaz,
Machado capta o histórico crítico relativo a determinado tema, refutando sempre que necessário o que
aparenta ser uma visão distorcida sobre determinados fenômenos. Dos textos machadianos seriam
aparentemente infinitos os exemplos cabíveis à discussão sobre os temas e problemas daquele tempo,
visto a constante produção acadêmica do escritor fluminense. Um outro ensaio bastante interessante de
Machado – que tive acesso a partir da leitura de uma publicação datada de 1999 publicada pelo Mercado

57
Todas as citações sobre Instinto de Nacionalidade deste ensaio vêm do livro “Antologia de Antologias”,
organizado por Magaly Trindade de Andrade.

85
das Letras e intitulada “Instinto de Nacionalidade e outros ensaios” – se chama “Ideal do Crítico”. Nele,
Machado mostra sua concepção de crítica, criticando a não-imparcialidade dos críticos da sua época.
Ressalta ainda o papel do pesquisador que o crítico literário deve assumir, atentando para questões
relativas a análise minuciosa, visando sempre escapar do erro. O papel do crítico, para Machado, deve
desvencilhar-se do senso comum instaurado, não valendo-se estritamente do que disseram seus
antecessores, contribuindo com uma crítica que seja independente do amor próprio, livre das cegas
adorações. No encerramento, Machado reúne um pressuposto que acredita ser de importância máxima
para o bom crítico, uma análise conscienciosa, solícita e verdadeira. Quanto aos resultados advindos dessa
postura ideal de crítica, Machado aposta:
Os resultados seriam imediatos e fecundos. As obras que passassem do cérebro
do poeta para a consciência do crítico, em vez de serem tratadas conforme o
seu bom ou mau humor, seriam sujeitas a uma análise severa, mas útil; o
conselho substituiria a intolerância, a fórmula urbana entraria no lugar da
expressão rústica,—a imparcialidade daria leis, no lugar do capricho, da
indiferença e da superficialidade. Isto pelo que respeita aos poetas. Quanto à
crítica dominante, como não se poderia sustentar por si, - ou procuraria entrar
na estrada dos deveres difíceis, mas nobres, — ou ficaria reduzida a conquistar
de si própria, os aplausos que lhe negassem as inteligências esclarecidas. Se esta
reforma, que eu sonho, sem esperanças de uma realização próxima, viesse
mudar a situação atual das coisas, que talentos novos! que novos escritos! que
estímulos! que ambições! A arte tomaria novos aspectos aos olhos dos
estreantes; as leis poéticas,—tão confundidas hoje, e tão caprichosas,—seriam
as únicas pelas quais se aferisse o merecimento das produções, —e a literatura
alimentada ainda hoje por algum talento corajoso e bem encaminhado,—veria
nascer para ela um dia de florescimento e prosperidade. Tudo isso depende da
crítica. Que ela apareça, convencida e resoluta, —e a sua obra será a melhor
obra dos nossos dias. (p.45-46)

ARTUR ORLANDO E O DESCRÉDITO NA LITERATURA NACIONAL

Pensar nos temas e problemas da segunda metade do século XIX me incitou não só à leitura de textos
integrantes do livro organizado por Regina Zilberman e Maria Eunice Moreira, mas também a realizar um
recorte temporal na reunião de textos organizados por Magaly Trindade de Andrade. Neles, encontrei um
texto no mínimo anacrônico. Antes de qualquer coisa, explico: não selecionei o dado autor para discorrer
neste ensaio sobre sua relevância ensaística ou por qualquer outro motivo de mérito pessoal, mas,
sobretudo, pela articulação pouco sutil perceptível no texto “Teorias Literárias no Brasil”, no qual o autor
critica ferozmente os ficcionistas contemporâneos seus.

A publicação é do ano de 1886 e começa da seguinte forma: “começo com uma afirmação bastante
entristecedora: apesar da publicação quase diária de livros, de folhetos, de avulsos, nós – brasileiros –
não temos uma literatura” (p.306). E continua:
Os nossos literatos, ordinariamente anacrônicos e atrasados, se não são artistas
da palavra, ainda menos podem ser considerados arquitetos do pensamento.
[...] Mas no Brasil onde estará o sábio que já tivesse estudado a vida física,
psíquica e histórica, combinando essas três fenomenalidades em uma grande
unidade e formando com ela uma concepção mecânica do universo? Onde está
o nosso Kant, Spinoza ou Hoeckel, o nosso Shakespeare, Goethe ou Tolstói? Na
minguada galeria das notabilidades brasileiras seria inútil procurar um espírito
com uma centelha de gênio na fronte ou abrir largos horizontes para o
pensamento humano, ou uma natureza seleta, em cujo coração tenham feito
eclosão crisálidas de sentimentos superiores em busca de novos ideais.
(ORLANDO., 1995, p. 306-307)

86
Ao ler o ensaio de Artur Orlando, percebo o quanto a articulação autorreflexiva pode ser um caminho de
sentido duplo. Não muito diferente de outros observadores de primeira ordem que me pareceram um
tanto destoante em suas análises, a articulação autorreflexiva não está imune a problemática do ponto
de vista. É impensável que este articulador não tenha visto nenhum mérito nos escritores do seu tempo,
tempo ao qual presenteou-nos com os maiores romancistas que a literatura brasileira presenciou desde
a sua fundação. Sem dúvida alguma, os pressupostos analíticos do articulador em questão direcionaram-
no a esta conclusão pouco justa, se vista a partir de um olhar mais contemporâneo.

CONSIDERAÇÕES FINAIS
Vida e literatura enredam-se em bons e em maus momentos, e os romances que
leio passam a fazer parte da minha vida, me expressam em várias situações.
Ouvir com o machadiano Quincas Borba que ao vencedor, as batatas, é um bom
exemplo. Dá certeza de que não estou sozinha, que a sobrevivência é possível. E
mostra que a ironia é um instrumento afiadíssimo para descascar batatas!
Marisa Lajolo

A história mostra que os relatos de teor autobiográfico habitantes de bibliotecas, memoriais e arquivos
pessoais, indubitavelmente exprimem a visão de mundo do sujeito social que percebe, analisa, valoriza
ou deprecia a realidade da qual faz parte. Estes depoimentos autênticos datam de tempos imprecisos. No
entanto, no que diz respeito à literatura brasileira, algumas manifestações calcadas no histórico de leitura
de determinados indivíduos já podiam ser observadas no século XIX, como se pôde ver ao longo deste
trabalho.

Em publicação intitulada Ensaios de ego-história (1987), um grupo no qual se encontram os maiores


historiadores franceses – e não arbitrariamente expoentes da Nova História – discorre sobre seus
respectivos ofícios de historiadores combinados com aspectos de suas vidas particulares. O livro se inicia
com uma instigante epígrafe: “Fabricador de instrumentos de trabalho, de habitações, de culturas e
sociedades, o homem é também agente transformador da história. Mas qual será o lugar da história na
vida do homem?” (p. 1). Jacques Le Goff, Maurice Agulhon, Pierre Chaunu, Georges Duby, Michelle Perrot,
René Rémond, Raoul Girardet são os protagonistas dessas histórias baseadas no “eu”.

A ego-história não constitui uma teoria formulada, mas sim um exercício de escrita que considera
aspectos subjetivos; uma manifestação textual resultante de reflexões suscitadas em âmbito metateórico.
Essas reflexões estão diretamente ligadas com o já mencionado deslocamento do foco de interesse dos
novos historiadores em direção ao homem: com todas as conquistas efetuadas desde a institucionalização
dos Annales, interessa saber “quem” produz o conhecimento, visto que após a interconexão e fusão entre
as mais distintas áreas do saber, já se tem uma consciência plena da manifestação de atividades
cognitivas, emocionais e político-institucionais no produto final do conhecimento produzido.

Como se pode perceber, a origem da legitimação do discurso em primeira pessoa58 em âmbito acadêmico
remonta aos experimentos publicados originalmente na França na década de 80 do século passado. Na
introdução do livro, Pierre Nora (1989, p. 9) afirma que toda uma tradição científica levou os historiadores
“a apagarem-se perante o seu trabalho, a dissimularem a personalidade por detrás do conhecimento, a
barricarem-se por detrás das suas fichas, a evadirem-se para outra época, a não se exprimirem senão por
intermédio de outros”, permitindo-se, apenas em situações excepcionais, confidências furtivas na
dedicatória da tese, em prefácio de ensaios. O autor ainda realça que a experiência da historiografia teria
colocado em xeque “há uma vintena de anos” os aspectos dessa falsa impessoalidade. Nora explicita sua
crença de que o historiador de seu tempo está pronto, “ao contrário dos seus antecessores, a confessar

58
Imbricado na abordagem crítica de um observador de segunda ordem.

87
a ligação estreita, íntima e pessoal que mantém com o seu trabalho” (id., ibid.). Organizador e entusiasta
do estilo oficialmente inaugurado pelo livro59, Nora conceitua o termo que o intitula:
Que é a ego-história? Não se trata de uma autobiografia pretensamente
literária, nem de uma profissão de fé abstrata, nem de uma tentativa de
psicanálise. O que está em causa é explicar a sua própria história como se fosse
a de outrem, tentar aplicar a si próprio, seguindo o estilo e os métodos que cada
um escolheu, o olhar frio, englobante e explicativo que tantas vezes se lançou
sobre os outros. Em resumo, tornar clara, como historiador, a ligação existente
entre a história que cada um fez e a história de que cada um é produto (in NORA
et al., 1989, contracapa).

Em texto intitulado “La garantía soy yo! – a febre da primeira pessoa nos ensaios americanos” (Folha de
São Paulo, 27 nov. 2011), Paulo Roberto Pires reclama do que chama “uma volta triunfal e opositiva do
eu” em ensaios estadunidenses, em especial na coletânea The Best American Essays, publicada pela
Marine Books em 2011. Ao observar a História da Literatura brasileira, percebe-se que o que hoje surge
como uma novidade no âmbito acadêmico60, em meados de 1800 já vinha se desenvolvendo em estágio
embrionário, em proporções menores.

Considerando o trajeto da subjetividade na história da escrita ― composta por elementos como a


emergência da observação de segunda ordem e a contribuição dos historiadores franceses ―, é possível
concluir que a autorreflexão somente não constitui algo novo, como também se mostra como elemento
vital para o despertar de uma nova consciência relativa a produção de conhecimento, sobretudo na esfera
da história da literatura, zona historicamente conhecida por suas contendas (aparentemente)
irreconciliáveis.

59 No âmbito em que circulavam estes intelectuais. Os gêneros autobiográficos não constituem algo estritamente novo, sendo
manifestos de outras formas e em outros espaços antes e após o advento da História Nova.
60 Cabe relembrar o caráter metodológico amparado em base positivista vigente por anos a fio na produção do conhecimento

científico.

88
REFERÊNCIAS
ALENCAR. José de. Como e porque sou romancista. Campinas: Pontes, 2005.
ASSIS. Machado de. Instinto de Nacionalidade. Porto Alegre: Mercado Aberto, 1999.
_____. Ideal do crítico. IN: Instinto de Nacionalidade & outros ensaios. Porto Alegre: Mercado Aberto,
1999.
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AQUINO. Zélia Thomaz de. SILVA. Zina Bellodi. Antologia de antologias: prosadores brasileiros
“revisitados”. São Paulo: Musa, 1996.
CANDIDO, Antonio. Formação da Literatura Brasileira: momentos decisivos. 6.ed. Belo Horizonte: Itatiaia,
1981.
CÉSAR. Guilhermino. Historiadores e críticos do romantismo. São Paulo: Edusp, 1978.
COUTINHO, Afrânio. Conceito de Literatura brasileira. Petrópolis: Vozes, 1980.
GONÇALVES. Magaly Trindade. AQUINO. et al. Antologia de antologias: prosadores brasileiros
“revisitados”. São Paulo: Musa, 1996.
LAJOLO. Marisa. Como e por que ler o romance brasileiro. Rio de Janeiro: Objetiva, 2004.
PEREIRA. Lúcia Miguel. Prosa de ficção (de 1870 a 1920). São Paulo: Editora da Universidade de São Paulo,
1988.
RABELLO. Sylvio. Itinerário de Sílvio Romero. Rio de Janeiro: Civilização brasileira, 1967.
ROMERO, Sílvio. História da literatura brasileira. Rio de Janeiro: José Olympio, 1960.
VERÍSSIMO, José. História da literatura brasileira: de Bento Teixeira (1601) a Machado de Assis (1908).
Brasília: Ed. da UnB, 1963.
ZILBERMAN. Regina. MOREIRA. Maria Eunice. O berço do cânone. Porto Alegre: Mercado Aberto, 1998.

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