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Es más que leer y escribir, es un asunto de poder

Introducción

La actitud intelectual hacia la lectura ha variado al pasar los años. En algún


tiempo, sobre todo en aquellos años en donde leer y escribir era solo un privilegio
de pocos, ésta se vio como un conjunto de normas y esquemas que debían
seguirse para el aprendizaje, poco se hablaba de placer o de leer por gusto,
mucho más en un territorio con otras urgencias como lo es Colombia. Tanto la
lectura como la escritura e son procesos concomitantes, móviles e inacabados que
sustentan el desarrollo de cualquier pensamiento y, por ende, de cualquier
sociedad. Está dinámica ha estado presente desde la historia de la humanidad y
se ha conjugado como el traspaso de conocimiento entre distintas generaciones.
Leer y escribir es una dualidad en constante movimiento, que no solo se enmarca
dentro de una particularidad práctica o un objetivo específico, sino que permea
todos, absolutamente todos los ámbitos vitales y sociales de un individuo y, por
ende, de una comunidad.

En este sentido cabe mencionar, por ejemplo, que el modelo de enseñanza y


aprendizaje en Colombia, o modelo pedagógico, se ha manifestado con la misma
estructura desde el siglo XIX; es decir, la educación se dispuso, en algún momento
de la historia, como un tema aparte, de unos pocos favorecidos o merecedores
que podían o debían acceder al conocimiento de las artes y las ciencias. La
sociedad misma relegó el proceso de formación, o educación en nuestro caso, a la
escuela o instituto educativo, y generó un desequilibrio histórico que repercute
hasta nuestros días. En este punto, la lectura y la escritura fueron exclusivos de
los que iban a la escuela y, por tanto, eran los designados para gobernar y tomar
grandes decisiones, también eran los pensadores y productores de obras a los
que se les prestaba oídos y atenciones, los demás, los que no sabían leer ni
mucho menos escribir no tenían más opción que ser pueblo, masa, pero en un
sentido despectivo del término.
Desatendida, entonces, la problemática, el lector-escritor se forjó como una figura
de autoridad incuestionable, a menos que no estuviese de acuerdo con los
intereses de algunos, tomó una especie de rol omnipotente, en el cual lo que se
decía no se podía incrementar ni ponerse en duda y los demás, estudiantes y
pueblo, tenían pocas probabilidades de desarrollar un pensamiento libre y
autodidacta o bien, de aportar sus propios conocimientos y experiencias de su
época a los temas que surgían como importantes en aquellos tiempos, en especial
los políticos, religiosos y filosóficos, tres categorías íntimamente unidas. Es por
ello que el conocer o el saber (y en aquellas épocas se resumía en leer y escribir)
se configuró como un escenario en el que se establecieron relaciones de poder, es
decir, en el que el lector-escritor como actor principal mantuvo la autoridad de
decidir, corregir y gobernar.

La incidencia social de saber leer y escribir

El acto de leer es, además de dispendioso, completamente contingente; es decir,


siempre se está a la espera de una buena o mala recepción por parte de del lector,
lo que indica que como ejercicio es un acto inacabado y depende, como dice
Estanislao Zuleta, de la capacidad de acercarse y enfrentarse a un código en
particular que no es fácil, pero que no representa un esfuerzo sobrenatural al que
solo algunos pueden acudir. Así como leer sugiere tiempo, paciencia, “lectores que
tengan carácter de vacas, que sean capaces de rumiar, de estar tranquilos” y
dedicación, también supone un riesgo, una aventura para aquellos individuos de
almas curiosas que quieren ir más allá de lo dicho, de lo explícito. Como tal, toda
lectura es un discurso que exige ver con muchos ojos, es decir, cuestionar y
criticar, además de intentar comprender e imaginar y de leer más allá del texto, ir a
los tiempos, las palabras, las épocas, los lugares, las sensaciones y las realidades
que acompañaron su escritura. Así como el Quijote pasaba cada día y cada noche
atragantándose de libros de caballerías y luego salió a vivir su aventura hidalga y
maravillosa, y vio a los gigantes y vivió escenas de lucha y mantuvo el anhelo de
una amada que solo vivía en su mente y corazón, así es que como hay que leer.
Para el Quijote, que como personaje Cervantes lo sentencia a ser un lector y por
la lectura un sabio loco, no veía molinos en vez de gigantes ni peleaba con tontos
sino con caballeros, así hay que atreverse, ir a los lenguajes escondidos, ver los
monstruos entre las palabras y los pensamientos escondidos, por eso interpretar
no es un asunto exclusivo de una categoría mental, sino que implica, admirar,
criticar y crear, al tiempo que se entabla un diálogo con la lectura. Es decir, leer es
dialogar, entablar conversación.

La recepción que, normalmente, corresponde tanto a la lectura como al texto, al


momento como a la disposición, y a otras circunstancias anexas como el tiempo y
el espacio es un asunto de insistencia intelectual, podría decirse que leer en es un
ejercicio exhausto, mucho más cuando lo que se busca en un libro no es
meramente información (como la lectura de un comunicado o una noticia, por
ejemplo) sino que la pretensión es establecer una comunicación amena entre
lector y escritor, o bien, entre lenguaje y lector, ya que el interpretar consiste en
hacer reflexión y apreciación profundas frente a algo y no entender meramente un
mensaje expuesto.

En este sentido, el lenguaje del escritor es distinto al lenguaje del lector, siempre,
bien sea porque pertenecen a épocas distintas -no hablamos como Sócrates hoy-,
ideologías contrarias, pensamientos divergentes, culturas lejanas o lenguajes de
otros tiempos. Por esto, cuando Estanislao Zuleta asegura que un buen lector es
también un escritor no se equivoca, pues leer es una forma de escribir otros
códigos, de comprender otros espacios, como sucede cuando leemos a Nietzsche,
por ejemplo, un escritor alemán del siglo XIX, tan vigente y provocador aún como
en su época de auge, y nos damos cuenta que las interpretaciones varían
muchísimo, por algo las feministas no lo quieren diciendo que es misógino o los
nazis no proclamaron como simpatizante anticipado de la ideología de Hitler, o los
ateos que le profesan una fe ciega por haber matado a dios en Zaratustra, pero se
olvidan que fue un acto literario y no mortal, y que además fue a un dios particular,
el católico, y no a la idea de dios, lo que sería contradictorio para la misma
creencia atea. De las interpretaciones depende, por supuesto, el ejercicio de
filosofar, de crear conocimiento, pues no puede haber creación si no hay
interpretación.

Cuando hablamos de interpretar hablamos de lenguaje, y si hacemos una


retrospectiva a vuelo de pájaro por la filosofía o la literatura, vemos que su forma
no es otra que una relación infinita de interpretaciones, que se hilan y construyen
un pensamiento en constante evolución. Es así como la utilización del lenguaje
como mecanismo de poder ha sido para la humanidad una constante dentro de su
historia. Por eso es casi inmediato el hecho de que cuando se habla de lenguaje
se implique la moral, la política, la religión, el arte y el conocimiento, y un
sinnúmero de ciencias y modos intelectuales que fundamentan su conducta, su
estructura o sus inclinaciones en la aplicación del mismo y que han buscado
establecerse como autoridad dentro de los ordenes sociales. Es por esto que la
lectura tiene una implicación social, porque su accionar acerca y da conocimiento,
posibilita el pensamiento crítico y establece lenguajes de diálogo, distintos entre sí,
necesarios para la construcción de la sociedad. Si los que escribían y leían tenían
el poder en otros tiempos, como los clérigos, políticos e intelectuales, ahora no es
muy distinto, pues quien es capaz de leer y escribir es capaz de confrontar
realidades, de instaurar posturas críticas y de cuestionar una historia humana que,
probablemente, no repetirá a consciencia. Oímos en todas partes que quien no
sabe la historia tiende a repetirla y ahora, una fuerte para conocerla, la más
grande, es la lectura, pero la lectura a consciencia, la de verdad, la que se hace
desde la pasión y el disfrute, incluso si lo que llega a conocerse con ella es
amargo o nefasto.

Ahora los canales de lectura se han diversificado, ya no se trata solo de leer libros,
hay otras formas como la web para leer, y si antes era un obstáculo conseguir
alguna información, ahora el exceso es tal que nos invita, con mucha más
determinación a convertirnos en buenos lectores, lectores de ojo de águila que no
confunden la presa con un zapato tirado en el bosque. Hoy los lectores tienen
muchas más oportunidades y por consecuencia muchas más dificultades, pues la
facilidad en la adquisición de información y lenguaje no significa calidad o valor,
por el contrario es un obstáculo más que requiere de buenos lectores, de aquellos
que saben qué es bueno, qué no lo es tanto y cómo dialogar con tantos códigos al
tiempo.

Aunque los tiempos y las estrategias han cambiado y los avances en cuanto a la
transmisión de conocimiento comienzan a adherirse a nuevas perspectivas como
las corrientes pedagógicas contemporáneas y la implementación de otras
herramientas que permiten tanto la apertura del conocimiento como la cobertura
de información, esto no es excusa para la comodidad y para la mediocridad a la
hora de aprender. Pues estas tecnologías han facilitado mucho pero han
complicado bastante al ponerlo todo a entrada de boca, muchas veces sin que los
lectores, estudiantes o el que quiera leer tenga que esforzarse por ir más allá, hay
mucho de voluntad propia en eso, pero también hay mucha influencia de la
sociedad en lo mismo.

Durante años la sociedad colombiana no ha visto a la lectura como un factor


determinante en el desarrollo del país ni tampoco asumió la falta de ésta como un
problema de Estado, o bien, un vacío social en el que intervenían todos los
sectores y ámbitos de la nación. No podemos reducir la lectura a un simple
intercambio de información, es necesario tomar consciencia sobre qué es la
lectura y cómo se manifiesta a través de todos los sujetos, y cómo el saber leer
nos sirve para hacer una sociedad mejor. No es gratuito el dicho que insiste en
que “hay que leer de todo”, un buen lector de libros es sin duda alguna un buen
lector de la sociedad y por tanto un gran crítico, sin que esto sea poco, un gran
transformador o transformadora.

Es decir, la lectura crítica, la lectura interpretativa y creadora, la lectura que


también escribe está orientada a comprender o entender a la sociedad como un
conjunto de movimientos que le permitieron a un pedazo de la historia de la
humanidad ser de una manera precisa, volcarse a ciertos esquemas y reventar
algunas tradiciones que, para bien o mal, hicieron parte del proceso de desarrollo
social, y como tal hay que reconocerlas; es decir, entenderlas desde diversas
posibilidades, ampliar la visión como una necesidad inmanente del análisis y la
postura crítica.

En este punto, es de real importancia para los individuos apropiarse del


conocimiento a través de la lectura en su infinidad de significaciones, como parte
fundamental en los proyectos sociales. Es necesario, entonces, incorporar lo que
llamamos lectura crítica e interpretativa a los modelos pedagógicos que pretendan
orientar a la población actual, de esta manera no solo se reconoce su importancia
en un sentido social e intelectual sino que se posibilita la contemplación de otros
mecanismos de interpretación.

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