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A propósito de Capitalismo de plataformas, de Nick Srnicek (Buenos Aires,Caja Negra,

2018).

El gesto de humedecerse el dedo para deslizar la página con el que la lectora o el lector probablemente
acaban de aterrizar en esta nota es prácticamente un anacronismo. No porque el papel esté muriendo ni
nada por el estilo, sino porque el capitalismo de plataformas de este siglo XXI más bien prefiere dedos
secos e interactuando con las pantallas de los smartphones. Solo de esta manera se genera la materia prima
sobre la que cada vez más empresas centran su atención: los datos.

Ahora bien, deje el lector o la lectora el papel y busque en Google información sobre, digamos, el
marxismo. Ahí empieza otra historia: la de las plataformas (ya que –además de interiorizarse en teoría
revolucionaria– se estaría interactuando con una de ellas) y sobre esa historia escribió el economista
canadiense Nick Srnicek en su libro Capitalismo de plataformas, que aquí reseñamos.

Causas

Para ser precisos, Srnicek tiene el objetivo de estudiar el surgimiento del capitalismo de plataformas desde
el punto de vista de la historia económica del capitalismo y la tecnología digital, tratando de demostrar que
la situación actual es un resultado de tendencias económicas profundas.

En este sentido, en el libro encontramos tres momentos históricos clave para entender el auge de las
plataformas: la respuesta a la recesión de los años 1970; el boom y caída de las punto-com en la década de
1990; y la respuesta global a la crisis de 2008.

En primer lugar, Srnicek se detiene en la caída de los precios de la manufactura global, entrados los años
‘70, a causa de la sobrecapacidad y la sobreproducción. La competencia internacional venía socavando la
rentabilidad de las ramas industriales estadounidenses, lo que presionó a que la potencia norteamericana
decidiera dejar atrás el fordismo, dando paso al toyotismo; y a que redujera personal y atacara el poder de
los sindicatos, en orden de reducir los costos fijos y poder competir.

Estancada la industria, a mediados de los ‘90, el capital financiero apostó a las telecomunicaciones: las
empresas para comercializar internet florecieron y recibieron miles de millones de dólares en inversiones.
Ello se reflejó en un fenomenal crecimiento del capital fijo para este sector: se instalaron millones de
kilómetros de fibra óptica y cables submarinos, se hicieron grandes avances en software y diseño de red, y
se realizaron fuertes inversiones en servidores y bases de datos. Lo que dejó este boom –a pesar de su
posterior caída– fue “la instalación de un base de infraestructura para la economía digital” [1].

Por último, lo que Srnicek subraya para su análisis de la crisis del 2008 es la abrupta baja de las tasas de
interés en los bancos centrales más importantes. El autor halla en este cambio una de las condiciones
habilitantes para la actual economía digital. Las bajas tasas redujeron la rentabilidad de una amplia esfera
de activos financieros; el resultado es que los inversores, en orden de conseguir réditos más elevados, han
tenido que dirigirse hacia activos cada vez más riesgosos, “invirtiendo, por ejemplo, en compañías de
tecnologías no rentables y que todavía no han sido puestas a prueba” [2]. Se trata de las famosas startups
tecnológicas.
Un último elemento es que, luego de la crisis de 2008, el desempleo se disparó. Ello aumentó a su vez las
presiones para que la población empleada resigne condiciones. En este contexto, muchos y muchas han
tenido que aceptar cualquier trabajo que estuviera disponible, por más precario que fuera: de allí se explica,
en parte, la expansión de las plataformas que ofrecen trabajos ultra-precarizados y sin ningún tipo de
derecho laboral, como Uber o Rappi.

Sobre estas causas es que, según la postura del autor, se puede comprender el panorama actual, en el que
frente a la larga crisis de las ramas industriales, el capitalismo está respondiendo con un vuelco hacia los
datos, ya que lo considera un sector que promete cierto crecimiento económico y vitalidad.

Definiciones

El joven economista define a las plataformas como “infraestructuras digitales que permiten que dos o más
grupos interactúen” [3]. Se trata de un nuevo modelo de negocios que ha devenido en un nuevo y poderoso
tipo de compañía, el cual se enfoca en la extracción y uso de un tipo particular de materia prima: los datos.
Las actividades de los usuarios son la fuente natural de esa materia prima, la cual, al igual que el petróleo,
es un recurso que se extrae, se refina y se usa de distintas maneras.

Un segundo elemento es que las plataformas dependen de los “efectos de red”: mientras más usuarios
tenga, más valiosa se vuelve una plataforma. En un ejemplo: mientras más personas googlean, más preciso
se vuelve el algoritmo de Google y más útil nos resulta. Ello significa, para el autor, que hay una tendencia
natural a la monopolización. Para garantizar estos efectos de red, las plataformas utilizan “subvenciones
cruzadas” para captar usuarios, es decir, la prestación gratuita de algunos servicios se compensa con el
cobro de otros: por ejemplo, Google contrabalancea la gratuidad de su servicio de Gmail con el dinero que
genera por publicidad.

Por último, el autor señala que, si bien suelen postularse como escenarios neutrales, como “cáscaras
vacías” en donde se da la interacción, las plataformas en realidad controlan las reglas de juego: Uber, por
ejemplo, prevé dónde va a estar la demanda y sube los precios para una determinada zona. Esta mano
invisible del algoritmo contradice el discurso que suelen tener estas empresas, en el cual se definen
eufemísticamente como parte de la “economía colaborativa” [4].

Luego de esa vasta definición, Srnicek propone algunas herramientas analíticas para pensar las diferencias
entre las plataformas. En este sentido, postula cinco tipos de infraestructuras digitales: a) plataformas
publicitarias (Google, Facebook), que extraen información de los usuarios, la procesan y luego usan esos
datos para vender espacios de publicidad; b) plataformas de la nube (Amazon Web Services, Salesforce),
que alquilan hardware y software a otras empresas; c) plataformas industriales (General Electric,
Siemens), que producen el hardware y software necesarios para transformar la manufactura clásica en
procesos conectados por internet, lo que baja los costos de producción; d) plataformas de productos
(Spotify, Rolls Royce), que transforman un bien tradicional en un servicio y cobran una suscripción o un
alquiler; e) plataformas austeras (Airbnb, Uber, Glovo, Rappi), que proveen un servicio sin ser dueñas del
capital fijo.

El autor dedica un extenso apartado a este último tipo, que sin duda son un nuevo boom y con las que
estamos más familiarizados. Las define como plataformas austeras porque prácticamente carecen de
activos: Uber no tiene una flota de taxis, Airbnb no tiene departamentos y Rappi no tiene bicis. El único
capital fijo relevante es su software. Por lo demás, operan a través de un “modelo hipertercerizado” y
deslocalizado [5].

La hipótesis de Srnicek es que las plataformas austeras son una burbuja similar a la de las punto-com en los
años ‘90: la acelerada inversión en ellas responde más bien a una expectativa de ganancias futuras que a
ganancias reales. Pero lo cierto es que en el horizonte solo hay problemas. Por ejemplo, un gran límite a su
rentabilidad es la organización de los trabajadores: ya sea por acumulación de fallos judiciales, cambios en
la legislación o procesos de organización sindical, Srnicek augura que estas empresas deberán finalmente
otorgar derechos básicos a sus trabajadores, lo que les traerá insostenibilidad económica.

Los otros tipos de plataformas no tienen un pronóstico tan oscuro. Principalmente porque, a diferencia de
las austeras, su inversión en capital fijo es de dimensiones titánicas: no solo están cambiando la forma en
que operan las compañías capitalistas, sino que se están convirtiendo en una infraestructura casi obligatoria
para operar en el mercado.

Competencia

Hacia el final del libro, el autor pone el eje en la competencia intracapitalista, preguntándose cuáles son las
consecuencias más generales que las empresas digitales están generando para el capitalismo. El autor
señala que, por los efectos de red, hay una tendencia natural hacia la monopolización inscripta en el ADN
de estas empresas.

Esto deriva en un cambio en la forma de competir: ya no solo importa la relación costos-precios, sino que
entra en juego la cantidad de datos que acopian las empresas y el tipo de análisis que hacen de ellos. Ello
significa que hay algo así como una nueva carrera colonialista por descubrir terrenos vírgenes de donde
extraer datos: quien más datos acumule, mejor posicionado estará [6].

Por otro lado, Srnicek identifica una tendencia de estas empresas hacia el cerramiento: buscan que los
usuarios no salgan de sus aplicaciones, en orden de capturar sus datos y dañar a la competencia; de allí se
explica, por ejemplo, que Uber esté invirtiendo para desprenderse de Google Maps. “Si este análisis es
correcto, entonces la competencia capitalista está haciendo que Internet se fragmente” [7].

Aceleracionismo

El interés del autor por la expansión de estas empresas tecnológicas tiene cierta trayectoria. Srnicek, de
hecho, es el coautor del Manifiesto por una Política Aceleracionista, un texto que escribió junto a Alex
Williams en 2013 y que desde entonces ha abierto un frente de discusión en la izquierda. En una palabra, lo
que sostienen los aceleracionistas es que hay que arrebatarle al capitalismo sus conquistas tecnológicas y
reformularlas en orden de avanzar hacia una sociedad post-capitalista y post-laboral, en donde la tecnología
y la automatización del proceso productivo lleven a la sociedad global a la emancipación y al autodominio
colectivo.

El proyecto político surge de la afirmación de que existen tendencias considerables hacia la automatización
del trabajo. Si a esa hipótesis le sumamos el creciente desempleo crónico a nivel global, estaríamos a las
puertas de un ejército de reserva del capital de un tamaño directamente crítico. Frente a esa posibilidad,
economistas de diferentes sectores empiezan a discutir la necesidad de una Renta Básica Universal. Es en
medio de este debate que los aceleracionistas inscriben su programa.

En una rigurosa crítica del libro Inventar el futuro: Postcapitalismo y un mundo sin trabajo (2015), de los
mismos autores, el economista Nicolás Segal cuestiona la veracidad de la hipótesis del desempleo
tecnológico sobre la que se apoya el aceleracionismo. Segal muestra que la evidencia empírica al respecto
es extremadamente débil. En consecuencia, les critica a los autores su adscripción acrítica a la ortodoxia
económica, lo que termina “trasladando el eje de atención de la desregulación laboral, comercial y
financiera a una agenda política condescendiente con las élites” [8], es decir, que libera a los capitalistas de
toda responsabilidad frente a la crisis de la sociedad actual, ya que la culpable sería la tecnología y no la
política económica.

Por lo tanto, la inevitabilidad del desempleo tecnológico, más que una hipótesis seria, es, a decir de la
economista Paula Bach, un “arma de propaganda preventiva” [9] con la que los ideólogos del capital
intentan inculcar miedo y resignación frente al precario panorama laboral que ofrece el neoliberalismo. En
conclusión, el debate alrededor de los avances tecnológicos actuales y las posibilidades que estos abren a
pensar una organización de la sociedad radicalmente diferente, es muy necesario (de hecho, venimos
dándolo desde este mismo espacio [10]), pero debemos tener cautela frente a las hipótesis de las que
queramos partir.

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NOTAS AL PIE

[1] Srnicek, Nick, Capitalismo de plataformas, Buenos Aires, Caja Negra, 2018, p. 24.

[2] Ibídem, p. 33.

[3] Ibídem, p. 45.

[4] Para una discusión sobre “economía colaborativa”, véase “Las viejas costumbres del capitalismo de
plataforma”, IdZ 44, agosto 2018.

[5] Srnicek, op. cit., p. 72.

[6] Desde esta óptica se puede comprender el impulso que está teniendo la llamada Internet de las cosas
(colocar sensores en productos y hogares): se trata de llevar el registro y extracción de datos a un nivel
cotidiano, lo que implica tener un contacto casi íntimo con las preferencias de los usuarios.

[7] Srnicek, op. cit., p. 104.

[8] Segal, Nicolás, “Las simpatías neoliberales del aceleracionismo”, Revista Intersecciones. Disponible en
www.intersecciones.com.ar.

[9] Bach, Paula, “La conspiración de los robots”, IdZ 37, mayo 2017.
[10] En ese sentido, recomendamos el dossier “Los trabajos y los días” de IdZ 37 (mayo 2017), en donde
abordamos desde diferentes dimensiones el debate por la necesidad (y posibilidad) de la reducción de la
jornada laboral y el reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados.

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