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Resumen
Otro aspecto primordial dentro de los postulados del pensador alemán, es la crítica
a la metafísica reactiva, pues, para él, configura una negación de la realidad; entendido el
yo como ficción normativa y lógica que ata al hombre. La voluntad del sujeto está
determinada por la tensión constante entre pulsiones/pasiones inconscientes (lo dionisíaco o
creativo como catalizador de la liberación humana) y el proyecto de domesticación del
hombre, es decir, la cultura. Ahora bien, lo que se busca argumentar es cómo se pasa de la
deuda originaria al sentimiento de culpabilidad, evocando el tratado segundo de la
Genealogía de la Moral ‘culpa, mala conciencia y similares’.
Por un lado, se entiende la capacidad de olvido como una fuerza activa (positiva) o
facultad de inhibición, ya que lo experimentado penetra en nuestra conciencia como
asimilación anímica. Sin capacidad de olvido no puede haber ninguna felicidad o ningún
presente en el hombre. En oposición a esto, el hombre ha criado una facultad opuesta a tal
capacidad, esta es, la memoria de la voluntad. La responsabilidad procede ante el hacer al
hombre ajustado a reglas y uniforme, como algo necesario y calculable, es decir, la
construcción como cálculo de un individuo soberano, en la que tiene auténtica conciencia
de poder y libertad, siéndole lícito hacer promesas por su voluntad, dominando
circunstancias y a la naturaleza. A la larga al hombre le es lícito responder por sí mismo,
pues este tiene medida de valor: honra o desprecia. Lo anterior, hace referencia a lo que
Nietzsche propone como conciencia.
Por otro lado, según Friedrich, surge en el hombre la mala conciencia, como
consecuencia del concepto de culpa, perjuicio y dolor; encarnados, a su vez, de la relación
contractual entre acreedor y deudor, en donde la pena o compensación es un derecho a la
crueldad. El mundo de los conceptos morales culpa, conciencia y deber, tiene su génesis en
el derecho de las obligaciones, en donde hacer sufrir produce bienestar en quien busca
compensar la deuda. De modo que, “la maldad desinteresada” es una propiedad normal del
hombre. Ver sufrir produce bienestar y hacer sufrir también. De lo anterior, es posible
evidenciar que la moralización cohíbe sus instintos, pues genera el sentimiento de la culpa
u obligación personal, haciendo que las personas se midan entre sí. Ahora bien, el derecho
de las obligaciones desarrolla las nociones de justicia, en tanto que todo es pagable y todo
tiene que ser pagado. De ahí, que lo que caracteriza al individuo activo lo hace estar más
cerca de la justicia que el hombre reactivo, pues este último tiene sobre su conciencia la
invención de una ‘mala conciencia’, mientras que el activo interpreta el mundo sin
ataduras.
Los rasgos que caracterizan una estructura en el marco de las relaciones sociales
exige, de manera condicional, una aproximación a la interpretación epistemológica del
individuo y la sociedad. Bourdieu, fundamenta su análisis desde tal perspectiva para poder
sostener la idea de habitus; recuperando la teoría de la práctica a fin de poner en manifiesto
la relevancia de concebir los objetos de conocimiento como construcciones, posibles,
únicamente desde la representación del mundo social.
Dentro del actuar de los grupos sociales pueden encontrarse variaciones en las
disposiciones de acción y los alcances de las mismas, sin embargo, puesto que el mundo
práctico tiene unos fines ya establecidos; procesos degenerativos y reactivos que nublan los
impulsos vitales del hombre -o al menos así lo interpelaría Nietzsche considerando la
premisa de Bourdieu-. Las regularidades emanan como inevitables; siendo esta la primera
presuposición del autor en términos ontológicos.
El ‘maniqueísmo’ presente ante la articulación de lo subjetivo y lo objetivo sirve
como precedente en la argumentación de Bourdieu, pues posibilita entender de qué manera
se correlacionan las probabilidades objetivas y las esperanzas subjetivas. Por un lado,
menciona que el individuo no tiene control sobre aquellas aspiraciones que pretende, sino
que las disposiciones inscritas en las condiciones objetivas permiten disposiciones
objetivamente compatibles y pre-adaptadas a sus exigencias. En otras palabras, las
expresiones de los agentes están sujetas a unos modus operandi que reciben información
nueva con la interacción; reproduciéndose y reactivando el sentido objetivado en distintas
dinámicas como el mantenimiento de instituciones. Sin embargo, mantienen estructuras
estratificadas y de dominación que conservan la hegemonía del espacio social. Un ejemplo
de ello sería la moralización de los rituales o actos distintivos por el género, dejando ver
otro punto de encuentro entre ambos autores pues, en análogas medidas, determinan los
procesos históricos como adaptaciones (fuerza reactiva) inconscientes entre agentes que
continúan linealmente los efectos de tales aspiraciones entre lo bueno y lo malo.
Es menester concluir que, el único camino viable y posible para la resolución del
problema central que orientó esta producción escrita, reside en el autoconocimiento, en la
dejación de esos caprichos artificiales que supone el yo, como proposición lógica de un
lenguaje adiestrado y domesticado, de acuerdo a relaciones de dominación. Superar la
figura del hombre dependería de un resurgir, apelando al conocimiento creador del espíritu
y fundador de máximas que orientan la acción hacia un devenir de fuerza esencialmente
activa (creativa).
Referencias: