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Octubre 21/ 2017

Historia filosofía contemporánea


Autor: Juan David Jaramillo Aragón
Profesor: Carlos A. Méndez.

Superación metafísica de las costumbres: disolución del hombre.

Resumen

La discusión central del presente ensayo reside en la articulación de ciertos


postulados ontológicos del filósofo alemán F. Nietzsche, mediados por un razonamiento
sociológico contemporáneo sobre los habitus en Pierre Bourdieu; a fin de evidenciar cómo
desde la transmutación de los valores es posible proponer un modelo de análisis que aborde
el mundo social en términos de reconstrucción; aislándose del arquetipo sociológico de la
cultura como acción instrumental y apelando a la relevancia del lenguaje como elemento de
interpretación fenomenológica. En consecuencia, se pretende enunciar la relación entre los
aportes críticos nietzscheanos que permitieron el giro lingüístico (como cambio en la
metafísica de la conciencia) y los estudios contemporáneos de la sociología; sirviendo de
elementos precursores o antecedentes de la teoría de la praxis en Bourdieu.

1. Comprensión del mundo social como abstracción simbólica-contingente

Las prácticas sociales encarnan valores que se reproducen en el devenir histórico,


expresándose por medio de narrativas, discursos y mecanismos institucionales; estos
caminos adoptan, naturalmente, un rol de interpelación entre los significados emanados de
acuerdo a una lógica de consenso intersubjetiva y las determinaciones estructurales de
gobierno dentro de un Estado.

La tesis central a desarrollar enuncia que los valores contingentes o principios de


reproducción de prácticas (habitus) de la sociedad, pueden dirigirse desde la deconstrucción
misma de los preceptos morales, permitiendo generar o consolidar modelos de acción
autónomos que respondan al estímulo del lenguaje en tanto constructo que se renueva;
aplicando, en la praxis, aforismos sustentados por proposiciones del poeta alemán.
Nietzsche, quien orientó sus pensamientos hacia la liberación del individuo asumiendo el
rol de superhombre como máxima, difundió el mensaje de que “el hombre debe superarse,
terminar en algo que esté por encima de él, como el hombre está por encima del mono; esto
es el superhombre”1

Por lo anterior, me es preciso delimitar una pregunta que servirá de guía en la


argumentación del texto, a saber, sigue de la siguiente manera: ¿Cómo sería posible, desde
la filosofía Nietzscheana, consolidar prácticas que apelen al lenguaje como modelo de
producción de las mismas, modelo cuya fuerza esencial adjudica un carácter activo
(creativo)?

1CARDONA, Francesc. Prólogo y presentación de Así hablaba Zaratustra, F. Nietzsche. Ediciones


Brontes S.L. Barcelona: Fontana, 2015. p.13.
De momento, considero oportuna la afinidad que existe entre el pensamiento sobre
la superación del individuo como agente dominado, con los enunciados sobre la teoría
social contemporánea; resuelvo en hilar ambos terrenos un poco distantes dentro del
análisis filosófico, pero afín con los propósitos de la tesis central del texto. Ahondando
pues en el estudio de la sociedad, es preciso retomar la idea del performance o actuación,
entendida desde la sociología de la cultura como acción que pretende influir en otros
utilizando la expresividad (categoría que permite la emanación de significados en los
sujetos). Tal concepto sirve de referente para esbozar las finalidades de los habitus y la
manera en que se gestan. A saber: reproducción, dominación y domesticación.

En ese orden, la reproducción de prácticas que apelan a un espacio social sin


dominación, generan una orientación distinta a este fenómeno histórico, en el cual factores
de dominio y estrategia transmutarán dichos principios constitutivos; ortodoxos y
degeneradores, por unos fieles a la voluntad de poder del hombre, como ser que se
comunica y construye significados; recordemos que la génesis de algo no corresponde a su
utilidad, pues ésta es contingente. Una manera ‘ideal’ de poder construir una sociedad de
manera efectiva es por la aplicación del lenguaje como principal factor de influencia en la
constitución de códigos que dan sentido a la acción (responde al qué podemos hacer con las
palabras). En el lenguaje, residen los símbolos y tipologías que reproducen las prácticas
mediadas por los sujetos, siendo el único camino interpretativo por excelencia, de ahí, que
sea también el seguro camino del reconocimiento. Cabe resaltar que los fines de esta
apuesta por la tipología lingüística corresponde al giro performativo en Nietzsche, quien se
aleja de la concepción descriptivista del término.

La importancia de articular teoría y praxis como resultado de un lenguaje


transmutable, reside en la estructuración misma de la semántica discursiva y la tipificación
que otorgan la pulsión (el actuar). Es decir, cambiar el sentido o significado de los
enunciados permite deconstruir códigos por medio de los cuales los agentes actuarán
conforme a su propia creación, superándose con la voluntad de poder. Aquello que tiene
que ‘superarse siempre de nuevo’. De tal modo que el lenguaje se exprese por sí mismo
libre, sin atarlo a los dispositivos de dominación. Asimismo, se pretende la destrucción del
yo (ficción normativa/ ficción lógica del lenguaje), para dar pie al reconocimiento del todo,
que está en cada uno, pues el consenso se logra de manera intersubjetiva y no contractual.
La esencia del lenguaje elaboraría el devenir pragmático de lo social. Como resolución
tangible, al liberar al hombre de las estructuras y de los habitus que son propios a su
condición de existencia en términos de Bourdieu, se podrían elaborar sujetos con un
despliegue de acción ilimitado. Agentes dominados y estratificados que subvierten el orden
para transmutar lo fines. Así pues, las relaciones de poder se darían en instancias de un
nuevo orden social.

En últimas, lo que se busca al formular un pensamiento crítico sobre las prácticas,


es que el lenguaje sea fiel a las contingencias de la sociedad, sin quedarse sujeto a
postulados ortodoxos y polarizadores que anulan de sentido a la casa del ser, evocando a
Heidegger (1946), “el lenguaje cae al servicio de la mediación de las vías de comunicación
por las que se extiende la objetivación a modo de acceso uniforme de todos a todo, pasando
por encima de cualquier límite” (p.18). La superación del hombre es también la superación
de su lenguaje descriptivo y alineado.
1.2 Transición: Deuda originaria al sentimiento de culpabilidad.

Para la comprensión del discurso en Nietzsche y su crítica a la inmanencia del


sujeto, corresponde una serie de enunciados que me propongo describir a fin de sustentar la
tesis o, al menos, plantear ciertas posibles respuestas. En primer lugar, hablaré del método
que Nietzsche profiere frente al problema planteado. La genealogía o procedencia busca
reconocer aquellos valores morales que, históricamente han constituido las relaciones de
poder y dominación entre individuos ‘libres’. Cabe resaltar que dichas perspectivas de
valoración, proceden de prejuicios morales apelando a ciertos conceptos y al lenguaje. La
procedencia, por un lado, se refiere al modo en que se han presentado las cosas y, la
emergencia (activa/reactiva) denota en qué estado emergen las valoraciones. Para
Nietzsche, existe una voluntad de poder entendida como noción de fuerza, en la que
disputan fuerzas activas (creativas) y fuerzas reactivas (adaptativas) como algo inevitable.

Otro aspecto primordial dentro de los postulados del pensador alemán, es la crítica
a la metafísica reactiva, pues, para él, configura una negación de la realidad; entendido el
yo como ficción normativa y lógica que ata al hombre. La voluntad del sujeto está
determinada por la tensión constante entre pulsiones/pasiones inconscientes (lo dionisíaco o
creativo como catalizador de la liberación humana) y el proyecto de domesticación del
hombre, es decir, la cultura. Ahora bien, lo que se busca argumentar es cómo se pasa de la
deuda originaria al sentimiento de culpabilidad, evocando el tratado segundo de la
Genealogía de la Moral ‘culpa, mala conciencia y similares’.

Por un lado, se entiende la capacidad de olvido como una fuerza activa (positiva) o
facultad de inhibición, ya que lo experimentado penetra en nuestra conciencia como
asimilación anímica. Sin capacidad de olvido no puede haber ninguna felicidad o ningún
presente en el hombre. En oposición a esto, el hombre ha criado una facultad opuesta a tal
capacidad, esta es, la memoria de la voluntad. La responsabilidad procede ante el hacer al
hombre ajustado a reglas y uniforme, como algo necesario y calculable, es decir, la
construcción como cálculo de un individuo soberano, en la que tiene auténtica conciencia
de poder y libertad, siéndole lícito hacer promesas por su voluntad, dominando
circunstancias y a la naturaleza. A la larga al hombre le es lícito responder por sí mismo,
pues este tiene medida de valor: honra o desprecia. Lo anterior, hace referencia a lo que
Nietzsche propone como conciencia.

Por otro lado, según Friedrich, surge en el hombre la mala conciencia, como
consecuencia del concepto de culpa, perjuicio y dolor; encarnados, a su vez, de la relación
contractual entre acreedor y deudor, en donde la pena o compensación es un derecho a la
crueldad. El mundo de los conceptos morales culpa, conciencia y deber, tiene su génesis en
el derecho de las obligaciones, en donde hacer sufrir produce bienestar en quien busca
compensar la deuda. De modo que, “la maldad desinteresada” es una propiedad normal del
hombre. Ver sufrir produce bienestar y hacer sufrir también. De lo anterior, es posible
evidenciar que la moralización cohíbe sus instintos, pues genera el sentimiento de la culpa
u obligación personal, haciendo que las personas se midan entre sí. Ahora bien, el derecho
de las obligaciones desarrolla las nociones de justicia, en tanto que todo es pagable y todo
tiene que ser pagado. De ahí, que lo que caracteriza al individuo activo lo hace estar más
cerca de la justicia que el hombre reactivo, pues este último tiene sobre su conciencia la
invención de una ‘mala conciencia’, mientras que el activo interpreta el mundo sin
ataduras.

El desarrollo del sentimiento de culpa, fue bloqueado por la pena, apelando a


distintos fines en los que se buscaba domesticar o fundar temor al hombre, inhibiéndolo de
sus instintos y volviéndolo prisionero del Estado. En este punto queda refutada la fantasía
que le hacía fundarse a través de un contrato. Para cerrar las acepciones antes mencionadas,
es preciso afirmar que, en Nietzsche, el instinto de la libertad, es igual a la voluntad de
poder, como proceso de auto-violentación, pues se busca deconstruir la relación poder-
fuerza, pues no existe un sentido primario, ya que la interpretación y la reinterpretación es
infinita.

A continuación, se argumentará desde la sociología de la cultura, los aportes


conceptuales del francés Pierre Bourdieu que sirven de contraste para la problemática
trabajada en el grueso del texto. Intentando demostrar la semejanza entre la genealogía
Nietzscheana y el análisis pragmático sobre las prácticas, haciendo hincapié en los procesos
de dominación que se legitimaron por medio de la institucionalización.

2. Concepto de Habitus en Pierre Bourdieu.

Los rasgos que caracterizan una estructura en el marco de las relaciones sociales
exige, de manera condicional, una aproximación a la interpretación epistemológica del
individuo y la sociedad. Bourdieu, fundamenta su análisis desde tal perspectiva para poder
sostener la idea de habitus; recuperando la teoría de la práctica a fin de poner en manifiesto
la relevancia de concebir los objetos de conocimiento como construcciones, posibles,
únicamente desde la representación del mundo social.

El problema fundamental que plantea el autor corresponde a que los sistemas de


disposiciones duraderas y transferibles (habitus), cumplen un papel generador y
organizador de aquellas dinámicas en las que los individuos se representan unos a otros de
acuerdo a sus esquemas de percepción que, en términos prácticos, residen dentro de un
mismo campo. Además, les permite actuar de manera coherente con la estructura del orden
social (materialización de la memoria colectiva) que está coartada por unas condiciones
históricas y sociales perdurables en el tiempo. Estas estructuras (limitadas) tienen la
capacidad de ‘engendrar’ pensamientos, expresiones, acciones, y sobre todo prácticas que
nutren el proceso esquemático de los habitus. En contraste con la obra de Nietzsche, los
habitus determinarían el curso de la moral y la dominación en tanto proceso domesticador.

Dentro del actuar de los grupos sociales pueden encontrarse variaciones en las
disposiciones de acción y los alcances de las mismas, sin embargo, puesto que el mundo
práctico tiene unos fines ya establecidos; procesos degenerativos y reactivos que nublan los
impulsos vitales del hombre -o al menos así lo interpelaría Nietzsche considerando la
premisa de Bourdieu-. Las regularidades emanan como inevitables; siendo esta la primera
presuposición del autor en términos ontológicos.
El ‘maniqueísmo’ presente ante la articulación de lo subjetivo y lo objetivo sirve
como precedente en la argumentación de Bourdieu, pues posibilita entender de qué manera
se correlacionan las probabilidades objetivas y las esperanzas subjetivas. Por un lado,
menciona que el individuo no tiene control sobre aquellas aspiraciones que pretende, sino
que las disposiciones inscritas en las condiciones objetivas permiten disposiciones
objetivamente compatibles y pre-adaptadas a sus exigencias. En otras palabras, las
expresiones de los agentes están sujetas a unos modus operandi que reciben información
nueva con la interacción; reproduciéndose y reactivando el sentido objetivado en distintas
dinámicas como el mantenimiento de instituciones. Sin embargo, mantienen estructuras
estratificadas y de dominación que conservan la hegemonía del espacio social. Un ejemplo
de ello sería la moralización de los rituales o actos distintivos por el género, dejando ver
otro punto de encuentro entre ambos autores pues, en análogas medidas, determinan los
procesos históricos como adaptaciones (fuerza reactiva) inconscientes entre agentes que
continúan linealmente los efectos de tales aspiraciones entre lo bueno y lo malo.

En síntesis, la propuesta teórica que se desarrolla a lo largo del planteamiento de


Bourdieu brinda ciertos elementos útiles para la comprensión de la reproducción de valores
dominantes en los esquemas gubernamentales y las prácticas orquestadas sin una entidad
centralizada.

2.1. Genealogía como insumo metodológico de la premisa sobre el habitus.


Dominación de conciencia y conclusiones.

De los caminos del hombre creador


<¿Te propones, hermano, retirarte a la soledad? ¿Te propones buscar el camino que
te conduzca a ti mismo? Espera un poco y escúchame.
Dice el rebaño: “El que busca, fácilmente se pierde. Todo aislamiento es culpa”. Y
durante mucho tiempo formaste parte del rebaño (…) Mas, ¿te propones recorrer el camino
de tu aflicción, que es el camino que ha de conducirte a ti mismo? Pues ¡demuéstrame tu
derecho y fuerza para tentar empresa semejante! (…)
¿Te llamas libre? Me interesa tu idea dominante, no que has sacudido a un yugo,
(…) ¿Libre de qué? ¡Qué le importa eso a Zaratustra! Tus ojos han de pregonar con
gallardía: ¿Libre para qué?
¿Eres capaz de fijarte por ti mismo tu bien y tu mal y suspender sobre ti la ley de tu
propia voluntad? ¿Eres capaz de ser tu propio juez y el guardián de tu propia ley?>
Así habló Zaratustra.

Anteriormente se describieron ciertas relaciones entre conceptos que apelan a la


continuidad histórica del ser, en tanto construcción que deviene sus arquetipos lineales
adscritos a –ismos- moralistas y estructuralistas. Estableciendo, en oposición a tales
enunciados, la premisa de un nuevo orden social. Continuando con tal lógica, es preciso
esbozar las estrategias de reproducción que existen y los modos de dominación que han
delimitado el advenimiento del ser -concepción Heideggeriana del lenguaje (1946)-. Para
ello, sugiero algunas características del habitus vinculadas al método genealógico, que
permitirían articular dinámicas en las que la conciencia del sujeto se oponga a la
subyugación y se ‘construya’ desde sí misma.
La teoría de la práctica que Bourdieu busca formular pone en constante oposición el
subjetivismo y el objetivismo; dando cuenta de aquellos elementos que desacreditan el
análisis del mundo social al establecer incoherencias en la propuesta metodológica y en las
abstracciones del sujeto y su entorno. El esquema que el autor plantea, corresponde a la
incógnita de cómo el orden social y las prácticas que le componen se mantienen en el
tiempo y en la vida del sujeto. Dejando claro que, para la resolución de dicho
cuestionamiento, deberá rechazar la visión estructuralista tanto como la visión
interaccionista. A saber, el conatus servirá de medio argumentativo para respaldar una
presunción sobre la tendencia del sujeto a perseverar en el ser y a establecer disposiciones
que reproducen en la práctica. Además, la dominación como práctica, sirve de evidencia
empírica al momento de describir la manera en que opera el mundo social desde las
diversas estrategias de reproducción.

Bourdieu establece el contexto sobre el cual desarrolla sus reflexiones teóricas,


dejando claro que “todo un tipo de acciones como estrategias (…) objetivamente orientadas
hacia la reproducción de ese cuerpo social que es la familia y constitutivas de un sistema”
(Bourdieu, 2011, p. 32) sirven de elemento crucial para entender la lógica de los
intercambios matrimoniales y las prácticas sucesorias; usando de referente el caso de la
Kabila y de Béarn. Por otro lado, se apoya en una serie de análisis etnológicos e históricos
específicos de las estrategias que distintos agentes (en situaciones y espacios diversos)
ponen en práctica; efectuando así el conatos de unidad doméstica. En otras palabras, lo que
busca es identificar bajo qué condiciones y, según “la índole del capital que se trata de
transmitir y el estado de los mecanismos de reproducción disponibles” (Bourdieu, 2011, p.
35), cómo las familias (“sujeto” de las estrategias de reproducción) mantienen o reproducen
su posición con el tiempo; dominando o siendo dominados.

En contraste a Nietzsche, la iglesia y los valores judeo-cristianos serían un ejemplo


de los procesos domesticadores por las construcciones que el mismo sujeto crea; atado al
sentimiento de la culpa y a fuerzas culturales reactivas-degenerativas. Todo esto, entendido
desde la genealogía o el método de la procedencia; distinto del historicismo. Así como los
habitus reproducen la dominación y la estratificación social de los campos, a través de
estructuras adaptativas, también encarnan valores que las tradiciones ortodoxas instauran
como moral y verdad absoluta. A saber, todos los códigos morales cohartan la naturaleza y
ahogan los impulsos vitales.

Nietzsche significó un despertar en la filosofía pues, al construir discursos sobre la


necesidad existencial de superarse, puso de manifiesto los problemas sociales de una
dominación moralizada; un fragmento de su obra cumbre lo emana en prosa colérica:

<Vosotros, los más sabios, ¿llamáis “voluntad de verdad” a lo que os


impulsa y enardece? ¡Pues yo le llamo voluntad de volver inteligible todo Ser!(…)
Los que no son sabios, las gentes, ciertamente son como corriente por la que se
desliza una barca; y en la barca van, solemnes y arrebujados, los valores.
Habéis botado vuestra voluntad y vuestros valores en la corriente del
Devenir; una antigua voluntad de poder se me revela en lo que la gente tiene por
bien y mal.
Vosotros, los más sabios, habéis sentado en la barca a tales huéspedes y
los habéis atraviado y engalanado de nombres prestigiosos -¡vosotros y vuestra
voluntad dominante!
(…)Mas para que entendáis mis palabras sobre el bien y el mal, voy a
hablaros de la vida y de la naturaleza de todo lo que vive. (…)
Mas donde quiera que yo entrara vida, encontraba también la prédica de la
obediencia. Todo lo que vive obedece.
Y he aquí mi segunda comprobación: a quien no sabe obedecerse a sí
mismo se le manda. Tal es la naturaliza de lo vivo. Y he aquí mi tercera
comprobación: mandar es más difícil que obedecer. Y no solamente porque el que
manda lleva la carga de todos los que obedecen y fácilmente se desploma bajo esta
carga, -sino porque todo mandar se me revelaba como tentativa y riesgo. Siempre
se arriesga lo vivo cuando manda.
(…)Dondequiera que encontrara vida, encontré la voluntad de poder; y
aún en la voluntad del servidor encontré la voluntad de ser amo.
(…)Y la vida misma me reveló este secreto: “Mira que soy lo que tiene
que superarse siempre de nuevo.
¡Y que se venga abajo cuanto pueda venirse abajo en nuestras verdades!
¡Quedan aún muchas casas por levantar!>
Así habló Zaratustra.

Es menester concluir que, el único camino viable y posible para la resolución del
problema central que orientó esta producción escrita, reside en el autoconocimiento, en la
dejación de esos caprichos artificiales que supone el yo, como proposición lógica de un
lenguaje adiestrado y domesticado, de acuerdo a relaciones de dominación. Superar la
figura del hombre dependería de un resurgir, apelando al conocimiento creador del espíritu
y fundador de máximas que orientan la acción hacia un devenir de fuerza esencialmente
activa (creativa).
Referencias:

Cardona, F. (2015) Prólogo y presentación de Así hablaba Zaratustra, F.


Nietzsche. Ediciones Brontes S.L. Barcelona: Fontana.

Bourdieu, P. (2007) Estructuras, habitus, prácticas. Buenos Aires: Siglo XXI

Bourdieu, P. (1993). Estrategias de reproducción y modos de dominación.

López, C. (2010). Lenguaje, Poder E Identidad Social. Revista Crítica de


Ciencias Sociales y Jurídicas. Nitzsche y Bourdieu.

Nietzsche, F. (2005) Así habló Zaratustra. Alianza, Madrid.

Nietzsche, F. (2003) La genealogía de la moral. Tecnos, Madrid.

Heidegger, M., & Girardot, R. G. (1970). Carta sobre el humanismo. Taurus.

Nietzsche, F. (2015). Así hablaba Zaratustra. España: Brontes S.L

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