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Consejos para enseñar del Cardenal Mercier

Cuando Fulton Sheen se acercó al Cardenal Mercier, a fin de pedirle consejo para enseñar, éste le contestó:

Le daré dos: manténgase siempre actualizado. Tiene que saber lo que el mundo moderno está
pensando. Lea su poesía, su historia, su literatura; observe su arquitectura y su arte; escuche su
música y su teatro… Y luego sumérjase de lleno en santo Tomás y en la sabiduría de los antiguos, y
así podrá refutar sus errores. Segundo consejo: tire sus apuntes al final de cada año. No hay nada
que destruya tanto el crecimiento intelectual de un profesor como el hábito de conservar los apuntes
y repetir las mismas clases al año siguiente (Sheen; p. 70).

No se podría expresar en menos ideas la centralidad de lo que implica enseñar. En nuestros días, muchos
profesores –incluso los que parecen ser buenos-, creen que basta con la instrucción obtenida en la carrera
realizada en el nivel superior para poder enseñar. Otros tantos, están de acuerdo con la actualización, pero el
concepto ha sido tan manipulado, que aquella se concentra en los cursos organizados por los ministerios de
educación y las casas de estudios. Si el desarrollo de aquellos estuviera planificado y correctamente involucrado
en el marco del planeamiento educacional y promoviera la real formación de los docentes, daría sus frutos. Sin
embargo, no es así. Y la consecuencia de esto, no es más que la acumulación de certificaciones de asistencia,
sin aprendizaje real y, mucho menos, impacto en la enseñanza dentro del aula. Aunque en algunos casos mejor
que así sea…

Muchos otros docentes, con verdadero interés por la actualización, se quedan en uno u otro extremo. Algunos,
consideran que “estar al pie del cañón de la educación” significa conocer y aplicar todo avance en materia
pedagógica, didáctica y curricular. Esto sin verdadera profundización en concepciones antropológicas y
filosóficas. Lo cual pude significar un desastre educativo. Tal como se ha visto en repetidas ocasiones en
nuestro país…

Tantos otros docentes, con muy buen espíritu, se concentran en conocer la recta doctrina, estudiando
fundamentos y fines. La visión global sobre la cuestión educativa, sobre lo que debe ser y cómo hacerse, suele
ser muy acertada. Sin embargo, resulta muchas veces inaplicable porque se desconoce el contexto real en que
la educación se desenvuelve en nuestros días.

Contrario a estas posiciones, el Cardenal nos propone una actualización mucho más real y comprometida.
Alejada de superficialidades y parcializaciones. Una actualización que supone una formación y no mera
instrucción, tal como nos enseña Joseph Pieper. Formación que implica conocer todo en la medida de lo posible
a través de sus primeras causas y principios. Esto nos lo proporciona Santo Tomás y los antiguos
principalmente. Asimismo, los grandes metafísicos del siglo XX y los pedagogos realistas que han procurado los
principios y el fin de una educación que se introduzca en la historia como medio de salvación. Enseñar con
estos fundamentos modifica radicalmente la visión que se tiene del hombre y del propósito de educar. Sin
embargo no podemos ser ingenuos. Tal como hemos mencionado, la enseñanza se introduce en un momento
histórico y son muchas las variantes en materia pedagógica. Todo esto debe ser leído, estudiado, conocido
siempre a la luz de la recta doctrina y con una clara visión antropológica en vistas a la trascendentalidad del
hombre. Un docente no puede dejarse engañar por teorías pedagógicas que no hacen más que “vender humo” y
destruyen la educación, porque no responden a la naturaleza humana y, por lo tanto, no conducen al hombre a
su fin.

El segundo consejo del Cardenal Mercier, se refiere a la erradicación del anquilosamiento. Es muy común al
hombre la comodidad. El Cardenal es muy radical en este sentido y por ello contextualizaremos este
pensamiento.
Sabemos que nuestro sistema educativo se caracteriza por la rigurosidad y estructura definida, a fin de
garantizar su control y el logro de los objetivos propuestos internacionalmente. Si llevamos esto a la realidad de
la escuela primaria y secundaria, los docentes se encuentran determinados por una serie de contenidos
mínimos que deben cumplimentar en cada ciclo escolar. Independientemente de la vaguedad de los núcleos de
aprendizaje prioritarios1, el control sobre los mismos es real. Asimismo ocurre en el nivel superior, donde los
profesores, independientemente de definir los contenidos y la bibliografía obligatoria, con supuesta autonomía,
se ven subsumidos en el estancamiento cuando encuentran su “piedra angular”. Esta base sólida, se convierte
en estructura indiscutible y ajustable a todo grupo de alumnos, en todo tiempo y lugar. Es en este preciso
momento que se firma el acta de defunción del crecimiento intelectual.

El mencionado estancamiento es perjudicial para la salud de la educación, porque corroe lo más preciado del
crecimiento docente: el pensamiento crítico. Pero no me refiero al criticismo marxista mal entendido por toda
nuestra generación de docentes y con tan maliciosa difusión en nuestro medio. Me refiero a la capacidad real
que tiene el hombre de discernimiento, de mejora, de avance sobre el conocimiento a partir de la dilucidación
entre teorías, argumentos, hipótesis.

Si queremos saber enseñar, hemos de encontrar el modo de responder al llamado de la vocación docente.
Llamado que consiste en la constante formación –no instrucción- y la renovación consciente que nos exige
conocer mucho más. Traspasar las fronteras de la comodidad, para ahondar en la profundidad del conocimiento.

Nuestro sistema educativo exige docentes inquietos, con ansias de saber, de conocer la verdad. Y todos
sabemos que quien conoce la verdad, no desea otra cosa que hacerla conocer.

Formación, renovación y comunicación son los pilares de una nueva educación.

1
En Argentina son los contenidos comunes establecidos para todo el territorio nacional.

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