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ISPI 4028 CARDENAL A.

CAGGIANO
Profesor: Matías Daniel Pasqualini
17 de diciembre 2018

DÍAZ REBECA MARÍA


Monografía final

ECLESIOLOGÍA
Introducción.
Originada dentro del designio eterno de la Santísima Trinidad (CIC 752), la Iglesia se ha
realizado progresivamente en la historia. Preparada ya desde la Antigua Alianza, (CIC
761) ha sido instituida por Cristo realizando el plan de Salvación del Padre (CIC 763).
Jesucristo ha tenido como misión inaugurar el reino de los cielos aquí en la tierra y, como
si poco fuera, obediente al Padre, se ha ofrecido por nosotros y por nuestra salvación.
La eclesiología está totalmente vinculada y entrelazada con la Cristología. Hablar de
Iglesia, es hablar de Cristo. Su persona y figura ha sido deslumbramiento para los
hombres desde el momento de su encarnación (Lc 1, 41-44).
Por el Nuevo Testamento creemos y conocemos que Él es Señor, Mediador, Redentor y
Salvador. Único en todo sentido. Cristo es Verbo y Pan; Camino, Verdad y Vida. Él es el
Enviado, el Maestro, el Buen Pastor y el Único Sumo Sacerdote.
En este último punto queremos anclarnos. Como Sumo Sacerdote, ha venido a instaurar
el «Sacerdocio de la Nueva Alianza». Él mismo, haciéndose ofrenda voluntaria, se
convirtió en «garantía de una Alianza superior» (Hb 7,22) y, de esta manera, dio
cumplimiento a la gran promesa hecha por el Padre de constituirnos como un reino de
sacerdotes, por medio de su único Hijo (Cf. Ex. 19,6; 1Pe 2,5-9, Ap. 1,6; 5,10), para que
juntos consagremos el mundo a Dios.
Pero ¿qué significa que somos constituidos como sacerdotes del reino de Dios? El
sacramento del bautismo introduce a todos los que lo reciben en la triple función
sacerdotal, profética y real de Cristo Jesús. En la medida en que cualquier fiel vive su
identidad bautismal, participa de estas tres facultades cristológicas. Al correr de las
páginas, iremos descubriendo de qué manera los fieles, en especial los laicos,
participamos de esta triple función; al mismo tiempo que iremos descubriendo su relación
y superposición.

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I. Función Sacerdotal
Por medio del Antiguo Testamento conocemos que el sacerdocio transitó una larga
evolución, pudiendo lograr una estructura organizada tras el exilio. Consecuentemente,
la figura sacerdotal se relacionó íntimamente con los lugares de culto, el Templo y
Jerusalén. A partir de aquí, todo sacerdote fue considerado santo, empleando ciertas leyes
de pureza para entrar en los atrios del Templo (2Crón 23,6), encargándose
fundamentalmente de la interpretación de la voluntad divina plasmada en la Torá; el
ofrecimiento de sacrificios y la bendición del pueblo.
Los textos neotestamentarios muestran que Jesucristo resignificó dicho sacerdocio; el
suyo se centra en el ofrecimiento de la última Cena.
«Entonces, ¿en qué sentido Jesús es sacerdote? Nos lo dice precisamente la Eucaristía.
Podemos tomar como punto de partida las palabras sencillas que describen a
Melquisedec: «Ofreció pan y vino» (Gn 14, 18). Es lo que hizo Jesús en la última Cena:
ofreció pan y vino, y en ese gesto se resumió totalmente a sí mismo y resumió toda su
misión. (…) [Él] aun siendo Hijo, con lo que padeció aprendió la obediencia; y, hecho
perfecto, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen,
proclamado por Dios sumo sacerdote según el rito de Melquisedec» (5, 7-10). En (…) la
agonía espiritual de Getsemaní, la pasión de Cristo se presenta como una oración y como
una ofrenda. Jesús afronta su «hora», (…) inmerso en una profunda oración, que consiste
en la unión de su voluntad con la del Padre. Esta doble y única voluntad es una voluntad
de amor. La trágica prueba que Jesús afronta, vivida en esta oración, se transforma en
ofrenda, en sacrificio vivo. (…) Se convirtió en sumo sacerdote porque él mismo tomó
sobre sí todo el pecado del mundo, como «Cordero de Dios». (…) No es un sacerdocio
según el ordenamiento de la ley de Moisés (cf. Lv 8-9), sino «según el rito de
Melquisedec», según un orden profético, que sólo depende de su singular relación con
Dios.» (Benedicto XVI, Homilías, 2010).

Cristo, al fundar un Nuevo Pueblo hace partícipes a sus integrantes de sus funciones más
elementales. El Concilio Vaticano II habla de un «triple oficio» (triplex munus) o del
oficio «sacerdotal, profético y real». Así como también es válida la idea de que sólo hay
un oficio, «el sacerdotal», con consecuencias proféticas y reales.
«Jesucristo es Aquel a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido
‘Sacerdote, Profeta y Rey’. Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones y
tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas» (CIC 783).

Del único y definitivo sacerdocio de Cristo se participa en la Iglesia de dos maneras, que
el Concilio Vaticano II llama «sacerdocio común de los fieles» y «sacerdocio ministerial
o jerárquico». El «sacerdocio común» es recibido por el bautismo y se diferencia del
ministerial. Nos conviene aclarar: el primero es previo y más importante, pero, a su vez,
el ministerial está al servicio de la realización del común, y éste se realiza como ofrenda
del mundo a Dios en el culto presidido por el «sacerdocio ministerial».
En otras palabras, el sacerdocio común de los fieles, por el cual todos están llamados a
dar testimonio de Cristo, es un sacerdocio que se nutre y se expresa en la participación de
los sacramentos. Desde el bautismo, los fieles ejercen su función sacerdotal participando,
cada cual, según su vocación propia.

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«El cristiano está obligado a ser alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, el
mismo Cristo. Todos, por el Bautismo, hemos sido constituidos sacerdotes de
nuestra propia existencia, para ofrecer víctimas espirituales, que sean agradables
a Dios por Jesucristo». (Altisen, ficha 6, p39)
En relación con los fieles laicos1, cada uno de éstos debe llevar conciencia de que se
encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; ya que hace posible el
principio vital de la sociedad (CIC 899). En virtud del bautismo y robustecidos por la
confirmación, se encuentran en la obligación y derecho de trabajar para que el mensaje
divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en toda la tierra.
En los últimos tiempos, sabiendo los Obispos de cuánto contribuyen al bien de la Iglesia,
al unísono del Concilio Vaticano II les han dado una mención especial:
«Porque, si todo lo que se ha dicho sobre el Pueblo de Dios se dirige por igual a laicos,
religiosos y clérigos, a los laicos, por razón de su condición y misión, les atañen
particularmente ciertas cosas, cuyos fundamentos han de ser considerados con mayor
cuidado a causa de las especiales circunstancias de nuestro tiempo» (LG 30).

Insistimos; de manera particular, Cristo se asocia íntimamente a cada laico, a su vida y a


su misión, y los hace partícipes de este oficio con el fin de que ejerzan un culto espiritual.
«Así como la figura del sacerdote evoca imágenes de ofrecimiento de sacrificios y de
mediación, así también los fieles laicos toman parte de este oficio sacerdotal de Jesús
cada vez que le ofrecen, por sí mismos o por otros, sacrificios espirituales a Dios que Él
acepta (1 Pe 2, 5)» (Cf. Vargas Holguín, 2015)

«Por lo tanto, cumplen de acuerdo con su condición, la función de consagrar el mundo


entero» (LG 34) por medio de su propia santificación en todo lo que hacen y al ayudar a
otros a ser santos.
«El labrador en su campo, el obrero en la fábrica, el ingeniero en su laboratorio,
incorporan la oración al corazón de su vida de hombre... No sólo ofrecen sus actividades,
sino la realidad misma de su persona, su carne («sarx», en griego)». (Altisen, Ficha 6,
p.40)

En otras palabras; todo cristiano es sacerdote del mundo y está llamado a hacer de su
vida una continua alabanza al Padre. Particularmente, cada laico debe buscar el reino de
Dios, en sus realidades temporales, iluminándolas y ordenándolas todas (CIC 898), para
que suban en forma de alabanza hacia el Creador y Redentor.
Todo laico transitando el mundo debe «responsabilizarse de sus ocupaciones ordinarias»
(cf. LG 31), así como también «hallar los medios para que las exigencias de la doctrina y
de la vida cristiana impregnen las realidades sociales, políticas y económicas» (CIC 899),
ya que aquí es donde Dios los llama, para que, guiados por el espíritu evangélico, aporten
a la santificación del mundo como «la levadura que se expande cuando fermenta» (Cf. Lc
13, 20), «siendo ante todo fieles testimonios, irradiadores de la fe, la esperanza y la
caridad cristiana» (cf. LG 31). Sin olvidar que también «pueden ser llamados de diversos

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Los fieles laicos son todos los cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido en la
Iglesia, incorporados a Cristo mediante el bautismo (LG 31).

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modos a una colaboración más inmediata con la Jerarquía eclesial, que habrán de
desempeñar con una finalidad espiritual» (LG 33).
Finalmente, donde con mayor plenitud pueden los laicos desempeñar su oficio sacerdotal
es en la Eucaristía; cada vez que un sacerdote ordenado oficia el sacrificio y los fieles
concurren a la ofrenda, se ofrecen juntamente con Cristo al Padre.
«No sólo hay que ofrecer, sino también ofrecer-se como ostias vivas, haciendo carne las
palabras del Apóstol: “os exhorto (…) a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima
viva, santa, agradable a Dios; tal será vuestro culto espiritual” (Rm 12, 1)». (cf. LG 10)

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II. Función Profética.
Con estas palabras expresa el Catecismo la participación de los fieles en la función
profética:
«El pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo. Lo es sobre
todo por el sentido sobrenatural de la fe que es el de todo el pueblo, laicos y jerarquía,
cuando se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para
siempre y profundiza en su comprensión y se hace testigo de Cristo en medio de este
mundo». (CIC 785)

Sabemos que Dios «quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados,
sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le
sirviera con una vida santa» (CIC 781). En su infinita bondad y por la salvación de sus
predilectos, el Creador optó por reestablecer la relación corrompida por pecado del
génesis de manera progresiva, tomando en el tiempo a Israel como Pueblo suyo, para
amarlo y cuidarlo, como una madre cuida de sus hijos (Is 49, 15-16).
Sin embargo, su fidelidad no siempre fue correspondida; desde tiempos lejanos se
apartaron y fueron rebeldes (Dt 9, 6-8), rindieron culto a otros dioses (Os 11,2) y se
comportaron como esposa infiel delante de Yahvé (Ez 16, 15-23). No obstante, más que
su ira fue su misericordia (Jonás 4,2). Eligiendo a hombres como portavoces de su Santo
Espíritu (Jr 1, 7-8), preparó a todo el pueblo para consumar una Nueva Alianza (Jr 31,
33); alianza en el Hijo, quien vendría a llamar a todas las gentes, de todas las naciones,
«para que se unieran, no según la carne, sino en el Espíritu» (Cf Jn 3,5-6).
La Lumen Gentium deja en claro la importancia de propagar el Evangelio, especialmente
de mano de los Obispos, a quienes les corresponde ser Pastores y Maestros en el tema:
«Entre los principales oficios de los Obispos se destaca la predicación del Evangelio.
Porque los obispos son los pregoneros de la fe que ganan nuevos discípulos para Cristo y
son los maestros auténticos, o sea los que están dotados de la autoridad de Cristo, que
predican al pueblo que les ha sido encomendado la fe que ha de ser creída y ha de ser
aplicada a la vida, y la ilustran bajo la luz del Espíritu Santo, extrayendo del tesoro de la
Revelación cosas nuevas y viejas (cf. Mt 13, 52), la hacen fructificar y con vigilancia
apartan de su grey los errores que la amenazan (cf. 2 Tm 4,1-4)». (LG 25)

Como vemos, proclamar el evangelio es tarea primera de los pastores. Pero no sólo ellos
o los religiosos deben cumplir con la misión profética, sino que cada laico debe saberse
especialmente llamado a proclamar las maravillas de Dios, dar testimonio público de su
Hijo, ser promotor de paz y de verdad y denunciar todas las injusticias y mentiras. En
resumen: oponerse a todo lo que daña a sus hermanos.
«El laico es profeta anunciando el Reino con sus valores e ideales en la cultura, sociedad
y mundo. Y denunciando, en la realidad social e histórica, todo aquello que vaya en contra
de la vida, dignidad y justicia liberadora que nos trae el Reino». (Ortega, 2017)

El profeta no es una suerte de adivino; es aquel que sabe leer los acontecimientos a la luz
del Evangelio, para poder interpretar con clarividencia la historia pasada, presente y
futura. Para los laicos la Lumen Gentium expresa:

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«[Jesucristo] les dota del sentido de la fe y de la gracia de la palabra (cf. Hch. 2, 17-18;
Ap. 19, 10) para que la virtud del Evangelio brille en la vida diaria, familiar y social. Se
manifiestan como hijos de la promesa en la medida en que, fuertes en la fe y en la
esperanza, aprovechan el tiempo presente (Ef 5, 16; Col 4, 5) y esperan con paciencia la
gloria futura (cf. Rm 8, 25)». (LG 35)

En otras palabras, el Concilio Vaticano II expresó que ser profeta en estos tiempos,
requiere del testimonio, la alabanza, la confesión de fe y el «sensus fidei» (cf, Triple
«Oficio» s.f), como unción especial del Espíritu Santo para cada uno de los fieles,
haciéndolos uno, hacia las mismas creencias.

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III. Función Regia.
Tanto obispos como presbíteros participan de manera especial en el oficio real de Cristo.
Todos estos se ocupan de los fieles de manera universal y, aunque su estructura sea
jerárquica, nunca ejercen un dominio sobre el pueblo siendo fieles al Maestro (Mc 10,
42,45).
Puede que la palabra «rey» plantee en la actualidad algunas dificultades, por el concepto
que tienen el común de los fieles acerca del término. En general, la Iglesia prefiere
referirse a la jerarquía empleando la palabra «pastor» y, en el caso de Cristo «Señor», que
es la fórmula de los credos primitivos (ICor 12,3; Rom 10,9).» (cf. Triple «Oficio» s.f)
No sólo la jerarquía participa del oficio regio de Cristo, sino la Iglesia toda. En otras
palabras: los laicos también participan del señorío de Cristo. El Concilio Vaticano II
procura desarrollar este tema en el capítulo II de Lumen Gentium. Nos dice:
«También por medio de los fieles laicos el Señor desea dilatar su reino: reino de verdad
y de vida, reino de santidad, de gracia, reino de justicia, de amor y de paz... Deben, por
tanto, los fieles, conocer la íntima naturaleza de todas las criaturas, su valor y su
ordenación a la gloria de Dios». (LG 36)

Cristo, después de cumplir la voluntad del Padre siendo obediente hasta la muerte, goza
de estar sentado a la derecha del trono con gloria y poder.
«Se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios
le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese
que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre». (Fil 2, 8-11)

Todo lo creado está sometido a sus pies por disposición del Padre. Cristo, que reina con
poder, ha hecho partícipes a sus discípulos de dicha autoridad, «para que libres de toda
atadura al mal, sirvan a Cristo también en los demás, conduzcan en humildad y paciencia
a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar». (LG 36)
En esta función de deber universal, los laicos ocupan el lugar más destacado. El Señor
desea extender por medio de ellos su reino, para que toda la creación sea de igual forma
liberada de la esclavitud y corrupción participando de «la libertad de los hijos de Dios».
(cf. Rm 8, 21)
Los fieles deben, incluso en las ocupaciones seculares, «ayudarse mutuamente [para
obtener] una vida más santa, de tal manera que el mundo se impregne del espíritu de
Cristo y alcance su fin con mayor eficacia en la justicia, en la caridad y en la paz» (LG
36). Todos y cada uno, participando solidariamente para el reino, se comprometen a
trabajar para el progreso universal de libertad humana.
El laico «es rey en el servicio del amor universal y de la caridad política con la
transformación y renovación de las relaciones humanas, las estructuras sociales, los
sistemas políticos y económicos, los mecanismos laborales, comerciales y financieros. Al
servicio del bien común universal de toda la humanidad, la solidaridad mundial y la
justicia social-global con los pobres de la tierra» (Ortega, 2017).

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Si afirmamos que el cristiano es rey; asumimos que no se somete a nadie. Cada fiel goza
de su libertad cuando es capaz de autodeterminarse sostenido por la gracia, para hacer
frente a todas las tentaciones y males del mundo. Gracias al sacrificio de la Cruz, cada
bautizado vive libre de toda esclavitud espiritual, teniendo a su disposición todos los
medios para hacer el bien en favor del reino, para la gloria de Dios.
Sabemos que Cristo estableció en este mundo su Iglesia y la mantiene sin cesar para
comunicar por medio de ella a todos la verdad y la gracia.
«En simultáneo es material y espiritual; visible e invisible. Estas dos dimensiones
constituyen una realidad compleja, donde se une lo divino y lo humano. En ella, lo
humano está ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la
contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos». (Cf. CIC 771)

Todos los fieles como grupo visible y comunidad espiritual, haciendo justicia a la frase
«reinar es servir» deben hallar los medios para ponerse al servicio del bien social. Una de
las maneras que ha encontrado nuestra Madre Iglesia de poner en práctica el mensaje
cristiano al servicio de dicho bien, es por medio de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI),
dándole comienzo en 1891.
Más que por cualquier actividad intelectual o contemplación espiritual, el cristianismo
se materializa en el testimonio de cada paso: «somos Iglesia en salida». San Juan Pablo
II decía «hoy, más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará
creíble por el testimonio de las obras antes que por su coherencia y lógica internas
(Centesimus annus, Nº 59)». (Altisen, ficha 5 p.31)
«La DSI defiende que el carácter social del hombre no se encuentra en su condición
“material”, sino su “origen divino” (Cf. Altisen, ficha 5, pág. 32).
A imagen de Cristo quien se hizo el servidor de todos, «no habiendo venido a ser servido,
sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28), los laicos, fieles al
Evangelio, les corresponde ejercer su propia realeza sirviendo a Cristo en sus hermanos.
Pero ¿de qué manera?
Podríamos hallar respuesta si meditamos las palabras de San Escrivá:
«Debéis comprender (…) que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles,
materiales, seculares de la vida humana: (…) en la fábrica, en el taller, en el
campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo. (…)
[Hay] que saber materializar la vida espiritual, [para no] llevar una doble vida,
entre la material [exterior] y la interior en relación con Dios, como si fueran
distintas y separadas. [Debemos saber que] si queremos ser cristianos, hay una
única vida hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser —en el alma y
en el cuerpo— santa y llena de Dios: a ese Dios invisible lo encontramos en las
cosas más visibles y materiales. Por eso, puedo deciros que necesita nuestra época
devolver —a la materia y a las situaciones que parecen más vulgares— su noble
y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas,
haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con Jesucristo.
(San Escrivá, Conversaciones, Nº 114-115)» (Altisen, ficha 2, Pág. 33).

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Conclusión.
La eclesiología sólo es auténtica cuando se desarrolla en conexión con la Cristología. Al
correr de las páginas pudimos ver que dentro del concepto de «Pueblo de Dios» surge la
afirmación del «sacerdocio común de los fieles» (LG 10-12), entendiéndose como
«participación» en el sacerdocio de Cristo. Es ésta la Buena Nueva que ha venido a
proclamar nuestro Señor. Fundando la Iglesia, simultáneamente nos ha concedido, por
medio del bautismo, ser miembros de su cuerpo. Cada fiel continúa participando en la
medida en que se sostiene de la gracia y los sacramentos; reafirma el compromiso en la
confirmación y se apoya en el complemento dinámico de la Eucaristía.
Ha querido Dios, por medio de este sacerdocio «común» y «universal», hacernos
partícipes del triple oficio del Hijo, con el fin de continuar la obra que él mismo comenzó.
Hablamos de «triple oficio» (triplex munus) porque el Concilio Vaticano II así lo dispuso,
pero también es válida la idea de un solo oficio, «el sacerdotal», con consecuencias
proféticas y reales. Así podríamos encontrar respuesta a las aparentes superposiciones
que hemos visto como, por ejemplo, el que se diga que el testimonio pertenece al oficio
sacerdotal (LG 10) y al profético (LG 35). En otras palabras, entre las tres funciones existe
un común denominador, es por esto que, la función real es sacerdotal y profética; la
sacerdotal es real y profética; y la profética es sacerdotal y real. Cristo es el modelo de
todas.
Como las tres corresponden al Uno, y nosotros, en carácter de bautizados somos parte de
éste, nos toca trabajar desde «el aquí y el ahora» para extender la obra originada en la
Trinidad, cumplida por el Hijo obedeciendo al Padre y sostenida dinámicamente por el
Espíritu Santo hasta el final, final que sólo el Padre que está en los cielos conoce el día y
la hora (Mc 13,32).

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Bibliografía.
Catecismo de la Iglesia Católica, Conferencia Episcopal Argentina, Reimpresión 2015.
Mg. Lic. Prof. Claudio Altisen, ICC – FICHAS 6 y 7 de Didáctica Específica. (s.f.)

Textos electrónicos:
Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi, Basílica de San Juan de
Letrán, 3 de junio de 2010.
[http://w2.vatican.va/content/benedict-xvi/es/homilies/2010/documents/hf_ben-
xvi_hom_20100603_corpus-domini.html]

Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, 21 de noviembre de


1964.
[http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-
ii_const_19641121_lumen-gentium_sp.html]

Ortega Agustín, Los laicos y la doctrina social de la Iglesia en las periferias, 3 de


diciembre de 2017.
[https://www.periodistadigital.com/religion/opinion/2017/12/03/los-laicos-y-la-
doctrina-social-de-la-iglesia-en-las-periferias-religion-iglesia-dios-jesus-papa-francisco-
fe-fuerza-ecologia-integral-espiritual-social-ambiental.shtml]

TRIPLE «OFICIO»: SACERDOTE, PROFETA Y REY DicEc. n/a. (s.f.).


[http://www.mercaba.org/DicEC/T/triple_oficio_sacerdote_profeta_rey.htm]

Vargas Holguín Henry ¿Cualquier bautizado es sacerdote?, 10 de noviembre de 2015.


[https://es.aleteia.org/2015/11/10/cualquier-bautizado-es-sacerdote/]

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Índice.
Introducción……………………………………………………………………………01
Función Sacerdotal……………………………………………………………………. 02
Función Profética……………………………………………………………………....05
Función Regia………………………………………………………………………… 07
Conclusión……………………………………………………………………………. 09
Bibliografía…………………………………………………………………………… 10

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