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Lucas 11:1-15
Una serie de seis mensajes
Rafael Pola
LA ORACIÓN DEL SEÑOR I
Lucas 11:1-15
Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos:
»“Padre,[a]
santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.[b]
3
Danos cada día nuestro pan cotidiano.[c]
4
Perdónanos nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden.[d]
Y no nos metas en tentación”.[e]
Lucas 11
Solemos decir que nadie nos ha enseñado a ser padres o a ser esposos, o a ser hijos,
también se dice que no se nos ha enseñado a ser parte de una familia espiritual, una iglesia y por
ello solemos “regar el tepache”. Y si esto es complicado de suyo, lo es mucho más cuando
vivimos en el centro de una gran transformación, un cambio. Los cambios nos dejan en la
incertidumbre, porque lo viejo ya no sirve y lo nuevo apenas se está construyendo. Ya un antiguo
filósofo decía, que lo único permanente es el cambio, así que éste ya es parte de nuestra forma
de vida; sin embargo, hay de cambios a cambios. Y algunos son tan profundos que nos dejan en
la incertidumbre, la angustia y el miedo. O pensemos en un cambio muy menor, cuando nos
ponen una cosa en otro lugar, exclamamos “por favor, no me cambien de lugar las cosas”. En
realidad resulta que los cambios no nos gustan mucho. Mucho menos cuando estos no son
voluntarios, sino impuestos. ¡Qué decir cuando se trata de cambios transformacionales!
Los discípulos de Jesús vivieron una experiencia de un cambio de 180º, y se dieron cuenta
que algunas cosas que ellos tenían muy arraigadas, necesitaban cambiar. Sintieron la necesidad
de asimilar el cambio y vivirlo a plenitud. Este es el contexto de Lucas 11. Los discípulos no
tenían muchos libros en donde estudiar acerca de la nueva realidad que estaban viviendo con
Jesús, así que, simplemente observaban lo que su maestro hacía. En Lucas 11 se nos relata uno
de esos cambios profundos y significativos, el cambio en la oración. La oración no es algo
accesorio a la fe, en realidad se trata de algo central.
En los primeros dos versos Lucas se refiere al acontecimiento de una forma tan general,
que pueden ser colocado en muchas contextos distintos. Dice, un día, cierto lugar, un discípulo.
Lo único claro es el quién, Jesús y el qué, la oración. El discípulo eleva una petición y parece que
necesita argumentarla para convencer al maestro. “Enséñanos a orar…” “como Juan…”. Es por
eso que podemos llamarle a este párrafo, la oración del Señor, porque se trata de su oración, de
algo muy personal que ahora está dispuesto a compartirlo con los suyos.
Los discípulos, por cierto, estaban habituados a la oración, los salmos son el libro de las
oraciones de Israel, posteriormente se añadieron otras y se conformó el Sidur, libro que
acompañaba al judío en los tres tiempos de oración, la oración vespertina, la oración de la
mañana y la oración del medio día. Sin embargo, el discípulo sabía que algo nuevo había llegado
con Jesús y que eso nuevo impactaba el centro de su vida espiritual, su vida de oración. Es cierto,
un cambio verdadero, un cambio que toque el centro de nuestro ser, tiene que ver con la oración.
Y en nuestra vida espiritual un daño mayor afectará, sin duda, nuestra vida de oración, que es el
núcleo de nuestra relación con Dios.
Veamos entonces, como oraba Jesús y cómo nos enseñó a orar. Adentrémonos en la
llamada oración modelo o en el paradigma de la oración del nuevo pacto que ha llegado en Jesús.
En primer lugar los judíos no estaban muy habituados a referirse a Dios como Padre, de
hecho, la expresión padre es muy poco usada en el Antiguo Testamento, pero en su oración,
nuestro maestro nos enseña a referirnos a Dios con una expresión muy íntima, muy cercana y
llena de significado. Una expresión que ha corrido con una larga historia y que ha sido, también,
sujeta a una profunda crítica, porque nos refiere a la imagen del padre. Una relación de paternidad
que como todo lo que hacemos los seres humanos se puede mirar con claro-oscuros. Menciono
dos situaciones que hoy acompañan a la paternidad, la ausencia del padre y su idealización.
Jesús además nos enseñó a decir, santificado sea tu nombre. Confesar que el nombre de
Dios es santo y que no podemos pronunciarlo en vano, de una manera vacía, de una manera
mágica e idolátrica. Porque Dios es tan cercano como un padre y tan lejano como un Dios
totalmente santo, cuyo nombre representa todo lo que él es. Cercanía y lejanía, los dos polos en
los que Jesús nos enseña a hablar con Dios, a referirnos a él. Hay muchas maneras en las que
hoy se pronuncia en vano el nombre de Dios, incluso, podríamos decir sin exagerar que se
escuchan muchas blasfemias. No son pocos quienes le dan a la palabra misma un poder mágico,
otros convierten su imagen de Dios en un ídolo, como el becerro de oro que construyó Aarón
para darle gusto al pueblo cuando Moisés tardaba en regresar del Sinaí. Dios se revela en la
Escritura y no en pocas ocasiones se da a conocer de una manera asombrosa e incomprensible
para nosotros. Es entonces cuando la confianza en el padre nos ayuda a aceptar la distancia de
su santidad.
Para terminar debemos saltar el resto de la oración y llegar a los versos finales del párrafo,
del 5 al 13, en los que Jesús agrega una historia. La parábola del amigo inoportuno e insistente.
Por su perseverancia en pedir, se le dará, dice Jesús. Así los discípulos, son instruidos a acercarse
al padre que es santo, con insistencia: pidan, busquen y llamen. Quien confía en el padre, quien
honra al Señor como un Dios santo, recibe, encuentra y se le abre. Dios es como el buen padre
que, sin duda, responde a la palabra de su hijo, un hijo cuya confianza en el padre le hace pedir,
llamar y buscar. Un hijo firme y seguro que actúa confiado, cuya laboriosidad e insistencia
rendirá fruto del Espíritu: se le dará, se le abrirá y encontrará.
Lucas 11:1-15
Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno de sus
discípulos:
»“Padre,[a]
santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.[b]
3
Danos cada día nuestro pan cotidiano.[c]
4
Perdónanos nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden.[d]
Y no nos metas en tentación”.[e]
Lucas 11
Lucas 11:1-15
Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno de sus
discípulos:
»“Padre,[a]
santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.[b]
3
Danos cada día nuestro pan cotidiano.[c]
4
Perdónanos nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden.[d]
Y no nos metas en tentación”.[e]
Lucas 11
La oración del Señor da un giro a partir del verso 3. Del cielo, lugar en donde Dios habita,
enseguida el tema de la oración es lo terrenal. Y de aquí en adelante la oración se ocupará de lo
humano, de lo que nos concierne. No hay dimensión de la vida que se escape a la oración.
Al pedir por nuestro pan cotidiano para cada día, la oración del Señor nos enseña a
confiar, a pedir y a compartir.
La oración del Señor nos enseña a pedir por el pan cotidiano en plural. Nuestro. La
oración nos enseña a compartir. No sólo en referencia al grupo de los discípulos, que compartían
el pan, también lo hacía la iglesia primitiva, como parte de su vida cotidiana, según refiere Hechos
2:42 y 46. Así que no sólo pedimos el pan que corresponde a cada persona, sino el pan que
corresponde a nuestra familia espiritual. Agradeciendo cada semana que él ha provisto la fuente
de dónde proviene y que es por su gracia que hoy tenemos lo que requiere nuestro cuerpo y
nuestra convivencia fraternal.
Como sabemos, también el pan es uno de los símbolos centrales de la Cena del Señor.
En la cena conmemorativa es un elemento simbólico; pero en la oración se refiere al pan material,
al pan que es el sustento diario de nuestra vida. Al Señor no sólo le interesa que llevemos a
nuestra vida el pan espiritual, también sabe que nuestra fe se vive en medio de las vicisitudes de
nuestra vida y que a él le interesa que nuestras necesidades básicas sean cubiertas.
La oración del Señor también nos enseña a confiar. Porque el mundo de seguridad que
tratamos de construir cada día nos coloca frente a la realidad de que nadie tiene seguro el mañana
y que lo que hoy tenemos o podríamos tener para el mañana no debe ser un obstáculo para que
vivamos confiadamente de la provisión de Dios. Vivimos en un mundo de incertidumbre y lo
que hoy parece firme y próspero mañana aparece como derrotado y empobrecido. Por eso
hemos de orar confiadamente en el Señor y no confiadamente en lo que podemos acumular,
mucho menos en aquellas cosas que llevamos a nuestra mesa y mas que pan básico es veneno
para nuestra salud. Porque la oración del Señor también nos enseña a cuidar lo que ponemos en
nuestra mesa, no sólo en cantidad, también en calidad.
Lucas 11:1-15
Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno de sus
discípulos:
»“Padre,[a]
santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.[b]
3
Danos cada día nuestro pan cotidiano.[c]
4
Perdónanos nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden.[d]
Y no nos metas en tentación”.[e]
Lucas 11
Continuamos considerando la oración del Señor. Ahora con la segunda frase del giro
hacia lo terreno, hacia el mundo de lo humano. Después de pedir por el pan cotidiano, Jesús nos
enseña a pedir perdón. Cosa nada fácil, porque muestra un lado oscuro de nuestra personalidad
que es el orgullo, definido por el diccionario como: arrogancia, vanidad, exceso de estimación
propia, que suele conllevar sentimiento de superioridad. Y que ha sido considerado en su grado
superior como uno de los siete defectos del carácter, la soberbia.
Un acontecimiento del pasado 19 de marzo le da una referencia concreta a esta parte de
la oración del Señor. La Secretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero, ofreció una disculpa
pública a nombre del Estado Mexicano por el homicidio de los estudiantes del Tecnológico de
Monterrey, Jorge Antonio Mercado Alonso y Javier Francisco Arredondo Verdugo, ocurrida
hace nueve año, el 19 de marzo de 2010, a manos del ejército. Y perdida en la noticia poco se
notó la respuesta de los padres de los dos jóvenes asesinados aceptando la disculpa del Estado
mexicano. Cuando tocamos el terreno de los actos concretos se entiende mejor que no se trata
solamente del perdón general que todos debemos buscar porque, como bien señala la Escritura,
“todos hemos pecado y no hay justo ni siquiera uno”, (Romanos 3:10), sino del perdón especifico
por aquellas cosas que hemos hecho para ofender a Dios o para ofender a nuestro prójimo. Sólo
cuando hacemos conciencia de lo que hemos hecho, es que estamos en el camino de la
restauración de una vida y de una relación, es por ello que los grupos de autoayuda indican a sus
integrantes que deben escribir todo aquello que hayan hecho. No hay manera de remediar aquello
de lo que no somos conscientes, pero los discípulos, además de nuestra propia conciencia,
tenemos el auxilio del Espíritu Santo quien es quien nos convence de pecado, por medio de la
Palabra (Juan 16:8). Porque hay de ofensas a ofensas y en medio de un mundo tan saturado de
roses interpersonales es muy común que haya motivos de ofensa; pero cuando la ofensa viene
de los más cercanos, entonces si cala hasta los huesos. La ofensa de un hijo a un padre, la ofensa
de un hermano, la ofensa del cónyuge.
En realidad nosotros preferimos no pensar en nosotros como los que ofenden y como
los pecadores. Hasta que algo o alguien nos lleva a tocar el fondo de nuestra vida y un rayo de
luz toca nuestra conciencia y decimos. “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, no soy digno
de ser llamado tu hijo.” (Lucas 15:21. Es algo personal, que nos obliga a vernos en el espejo de
la palabra de Dios y no ha escudarnos en la generalización del todos. Porque se trata de que
nosotros, es decir, los que estamos orando, en el caso del texto de Lucas, los discípulos que
deben hacer suya esta oración. El pródigo no dice, he pecado, sino he pecado contra ti. ¿Contra
quién? Contra el otro, contra el prójimo, contra mi hermano, contra uno mismo.
Pero el perdón del que habla Jesús en la oración modelo no sólo es el perdón que cada
uno necesita, sino en el perdón que podemos pedir como comunidad, es decir, pedir perdón por
nuestros pecados. ¿Cuáles son nuestros pecados? Los pecados colectivos que le pedimos al Señor
nos perdone. ¿En qué le hemos ofendido? Pensemos en aquello que Jesús llamó el gran
mandamiento: amarás al Señor tu Dios con todo… y a tu prójimo como a ti mismo. ¿Cual es
nuestro pecado? El mas grande pecado es ser escaso, tacaño, reprimido en nuestro amor a Dios.
El que le sigue es no amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. La referencia más cercana
a esta solicitud de perdón colectiva es la que se ha hecho recientemente por el papa Francisco a
todas las personas que han sufrido de abuso sexual de parte de los sacerdotes.
No hay manera de sanar nuestra tierra, de restaurar nuestra vida como iglesia, de tener
un inicio freso y diferente si no pasa por un ejercicio profundo y sincero de reconocimiento de
pecado y búsqueda de perdón al Señor y a nuestro prójimo, porque lo más común es que dejemos
regadas por la vida relaciones rotas y dañadas. Porque el reto, todos sabemos no sólo es pedir
perdón, es también perdonar, ya que se interpone la enorme barrar que hemos construido sobre
la base del orgullo y la soberbia. Perdonar a los más cercanos, que son, sin duda, los que más
nos afectan, perdonar, como alguna vez escuché decir a una persona, perdonar a Dios por
aquellas cosas que sentimos que no ha sido justo con nosotros o que se ha olvidado.
Para terminar debemos considerar el marco de nuestra vida en el que hacemos esta
oración. Para un judío tal vez sea fácil entenderla porque su referencia es la ley, el marco de la
ley y una cultura en la que la ley es un bien superior. Igual que la ofensa que va unida a la dignidad
de una persona. Aunque hoy nos parezca muy extraño el concepto que los judíos tenían respecto
a la dignidad e indignidad de las personas.
Nuestras culturas latinas también tenemos una cierta relación con la ley, la legalidad, que
nos parece algo mas bien sugerente o indicativo, pero no normativo. Y cuando las leyes nos
estorban, simplemente las quitamos. Y el concepto de pecado está asociado a la ley, entonces
también se disminuye el concepto de pecado. Ley fuerte, culpa fuerte, ley débil, culpa débil. Y si
bien hoy no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia, el resumen de ella nos ayuda comprender el
nivel en el que debemos de vivir el perdón, es decir, en el nivel del amor. Somos una familia
espiritual y una familia es un enramado de relaciones vulnerables que necesitan mantenerse
saludables por medio del perdón. Somos responsables y estamos obligados ante quienes nos han
dado algo simplemente porque nos aman, como nuestros padres, como nuestro padre celestial,
como nuestros hermanos.
Lucas 11:1-15
Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno de sus
discípulos:
»“Padre,[a]
santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.[b]
3
Danos cada día nuestro pan cotidiano.[c]
4
Perdónanos nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden.[d]
Y no nos metas en tentación”.[e]
Lucas 11
Llegamos al final de la serie de mensajes sobre la oración del Señor. Hemos aprendido
en la segunda parte de la oración a orar por el pan cotidiano, a orar por el perdón, y, finalmente
a orar por no caer en tentación. La oración del Señor es la oración modelo. Aborda algunos de
los aspectos centrales de nuestra vida como discípulos de Jesús y le da un contenido a la oración
del día en común, por lo que, algunos la colocan como parte de su orden del culto. Es hermoso
contar con una oración que nos une en un mismo espíritu de adoración y en un mismo espíritu
de petición, una oración que identifica las necesidades que todos tenemos y la debilidad que
todos compartimos. De esta manera se construye una comunidad en la que sus integrantes no
ocupa el sillón del juez, sino la solidaridad de los que entienden a su hermano porque padecen
la misma debilidad.
La oración no es algo accesorio a nuestro ser cristiano, de hecho, la herencia judía y
prácticamente todas las religiones del mundo, de una u otra manera, le dan, a la oración, un lugar
central. Pero, no olvidemos que en el relato de Lucas, la oración del Señor es una respuesta a la
petición de un discípulo: enséñanos a orar.
La tentación es, de acuerdo al diccionario, la instigación o estímulo que induce el deseo
de algo. Es el fruto o la consecuencia del deseo, la idea o la inclinación a hacer el mal. La
tentación, en tanto deseo, pensamiento o inclinación no es pecado; pero es el paso previo a la
caída. Así señala la Primera Carta de Juan la tentación: “16 porque nada de lo que hay en el mundo
—las pasiones sexuales, el deseo de poseer todo lo que agrada y el orgullo de poseer riquezas—
proviene del Padre sino del mundo.”
La tentación es parte de la condición humana, de nuestra falibilidad. Todos somos
tentados, Jesús mismo fue tentado: “Luego el Espíritu llevó a Jesús al desierto para que el diablo
lo sometiera a tentación. […]
—Si eres el Hijo de Dios, ordena a estas piedras que se conviertan en pan.
6
—Si eres el Hijo de Dios, tírate abajo. […]
8
De nuevo lo tentó el diablo, llevándolo a una montaña muy alta, y le mostró todos los reinos
del mundo y su esplendor.
9
—Todo esto te daré si te postras y me adoras. Mateo 4
Vamos a enfocarlo de esta manera. Vamos al fondo de la tentación, aunque todos
sabemos que la tentación encuentra su lugar en nuestros sentidos, en nuestras necesidades, en
nuestros apetitos y en nuestras carencias. Lo que podríamos ver como la raíz es lo que sufre
Jesús. Una y otra vez el diablo quiere lastimar la identidad del hijo de Dios.
La tentación nos inclina a que no seas lo que debes ser
La tentación nos inclina a que hagas lo que no debes de hacer
La tentación nos inclina a satisfacer la carne y no al Espíritu, a vivir por lo que perece y
no por el reino de Dios.
Ahora bien, pensemos en esto también a la luz de nuestra vida como comunidad de fe,
la tentación es también que no seamos, no hagamos y le demos satisfacción a nuestra carne, y
en este último aspecto la tentación es que nos sintamos a gusto, cómodos, en nuestro espacio de
confort y no extendamos nuestras tiendas para dar cumplimiento a nuestra misión, como Jesús.
¿Qué hacemos frente a la tentación? La oración es un auxilio para hacer frente a la
tentación. La oración del día solitario y la oración del día en común. Disciplinar nuestros deseos
ayuda mucho a atacar la raíz, darle un sentido a la vida, para que no nos dejemos llevar por los
vientos de lo que Juan llama el mundo y vivamos por el reino de Dios.
I.B.B Gracia de Dios
Lucas 11:1-13
Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno de sus
discípulos:
»“Padre,[a]
santificado sea tu nombre.
Venga tu reino.[b]
3
Danos cada día nuestro pan cotidiano.[c]
4
Perdónanos nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos a todos los que nos ofenden.[d]
Y no nos metas en tentación”.[e]
5
»Supongamos —continuó— que uno de ustedes tiene un amigo, y a medianoche va y le dice:
“Amigo, préstame tres panes, 6 pues se me ha presentado un amigo recién llegado de viaje, y no
tengo nada que ofrecerle”. 7 Y el que está adentro le contesta: “No me molestes. Ya está cerrada
la puerta, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme a darte nada”. 8 Les digo
que, aunque no se levante a darle pan por ser amigo suyo, sí se levantará por su impertinencia y
le dará cuanto necesite.
9
»Así que yo les digo: Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán; llamen, y se les abrirá la
puerta. 10 Porque todo el que pide recibe; el que busca encuentra; y al que llama, se le abre.
11
»¿Quién de ustedes que sea padre, si su hijo le pide[f] un pescado, le dará en cambio una
serpiente? 12 ¿O, si le pide un huevo, le dará un escorpión? 13 Pues, si ustedes, aun siendo malos,
saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes
se lo pidan!»
Lucas 11
La oración del Señor solemos considerarla de manera aislada, mucho más cuando sólo
la repetimos en soledad o como parte de un culto. Pero Lucas inserta la oración dentro de un
párrafo mas grande. Incluye una introducción, la petición del discípulo, e incluye un epílogo, que
es una historia y una aplicación práctica. Para concluir nuestra serie de seis mensajes,
consideremos la aplicación práctica, porque todo enseñanza bíblica nos guía a realizar una
acción, a incorporar algo a nuestra vida o a dejar algo.
Lucas registra tres expresiones que nos muestran la parte activa de la oración: pidan,
busquen, y llamen. Y en cada caso hay una respuesta: se les dará, encontrarán y se les abrirá. La
idea del texto no es que hagamos toda una elaboración de cada una de las palabras, sino mantener
una idea en dos aspectos, la parte activa y la parte receptiva. En la vida hay una parte activa y
una receptiva. En la enseñanza de Jesús la activa consiste en saber pedir y para ello se requiere
humildad, hay que saber buscar y para ello se requiere una cierta inteligencia y hay que saber
llamar y en ello se requiere cierta impertinencia. Pedir, buscar y llamar en oración.
Pero Jesús concluye con una aplicación práctica que nos sorprende. Nos lleva a una
dimensión de la vida proactiva del discípulo que no se reduce o se afana por las cosas de la vida
diaria, sino que lo lleva al terreno de lo que le pertenece a Dios, dice Jesús, el Padre celestial les
dará el Espíritu Santo, es decir, Dios mismo y su poder, a quienes se lo pidan. Es una dimensión
del deseo de las cosas de arriba, de las cosas espirituales, de Dios mismo y de su reino. Si
buscamos, pedimos y llamamos, seguro que se dará un encuentro con quien ha sido desde el
principio dador de toda dádiva y de todo don perfecto, porque lo que se busca, se pide o se
llama, es lo que ya se nos ha dado por obra y gracia de su amor. Posteriormente, en la fiesta del
Pentecostés, el Espíritu Santo le será dado a los creyentes que se encontraban en el aposento
alto, y posteriormente a todo creyente que recibe por fe a Jesús en su corazón y es ungido con
el Espíritu. Así que ya no nos toca pedir lo que ya tenemos, pero nos enseña a pedir las cosas de
arriba, esas cosas de arriba que nos enseñan a valorar y transformar las cosas de abajo. Aunque
siempre es necesario y oportuno pedir por la llenura del Espíritu, que no es otra cosa que cederle
nuestra voluntad y ponernos bajo su autoridad.
El malestar espiritual se manifiesta cuando no hay deseo, no hay voluntad, no hay pasión,
no hay esperanza. Hay un cierto conformismo con la condición en la que vivimos, como si la
cultura de la resignación se apoderara de nuestras mentes y corazones. O el malestar que es
producto de la decepción y nos hace perder el deseo de vivir y el deseo de ir en pos de las cosas
de arriba. Nuestra regeneración, para ser discípulos, entraña la restauración de nuestro espíritu,
de nuestro corazón, a fin de que una vez más tengamos el deseo del Señor y anhelemos su
Espíritu, pidiendo, llamando, buscando.