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1.1.

El arte en la obra de Piedad Bonnett


El hijo y protagonista de Lo que no tiene nombre dedicó gran parte de su corta
vida al arte, concretamente a la pintura. Para la elaboración de este epígrafe me basaré
en algunas imágenes encontradas en el libro, como las que muestro a continuación: la
que reina la portada y las tres halladas en tres capítulos, siempre en íntima relación con
el contenido de los mismos.

Portada de Lo que no tiene nombre


Perro embolazado, Daniel Segura Bonnett (2008)

Hombre con mordaza, Daniel Segura Bonnett (s.f.)


Pierre Menard, Autor del Quijote. Lección de Anatomía del Doctor Tulp, Daniel Segura
Bonnett (2012).

Dibujo de la serie Retratos y Cuerpo (2001-2002)

Realmente su trabajo o aquel que le interesó dentro del mundo de la pintura, no


es algo objetivo, como tampoco ocurre con la literatura, ramas que se diluyen a la
perfección.
Las artes se relacionan entre sí, cada uno de los artistas elige su modo de
expresión, pasando por solo uno, varios, o abarcándolos todos, en los casos menos
comunes. Las muestras artísticas van teniendo lugar siguiendo a sus antecesores, y
recogiéndose si tienen el suficiente valor o suerte, sirviendo, pues, de inspiración a
infinidad de personas.
Lo que sí supone un hecho evidente, tras ver esta serie de imágenes que él
mismo recopiló en su blog, de fácil acceso, quizá sin saber la repercusión que esto
tendría, es las sensaciones compartidas y la huella que dejan. Predominan los bozales,
las mordazas, la sangre, el sufrimiento, el silencio, el dolor físico en relación a su dolor
psíquico, el rechazo, el cuerpo humano, los autorretratos (prueba de ello es su serie de
autorretratos de 2001)… También hallamos en el blog del que actualmente se encarga
su hermana y que recoge toda la obra una serie de Abstractos (2002) y de una Muñeca
(2002-2003), la cual llega a provocar en el público perturbación o incluso miedo.
Las mordazas representan la enfermedad que oprime a Daniel, la esquizofrenia,
su gran secreto vital. La imagen del rotweiller (un animal considerado como peligroso y
agresivo, queda totalmente sin poder) con el bozal sigue esta idea, pasando de llevar
alguien ajeno este elemento, concretamente un perro, a una persona, ya en el segundo
capítulo, dándole intensidad y proximidad a su propia censura.
A través de su pintura podemos acortar distancias con sus fijaciones y
obsesiones, que nos descubren que no fueron precisamente escasas. Considero muy
aceptada la decisión de Piedad de mostrarnos la faceta artística, concretamente plástica,
de su hijo, con ejemplos directos a lo largo de su novela. Es ella misma quien se percata
de la utilidad y bien que este recurso puede hacer: «cuando me doy por vencida, me
dedico a examinar con atención su obra […] es un esfuerzo doloroso por mantenerlo
vivo» (Bonnett, 2013, pág. ); «en las pinturas y dibujos —más de cien, que dejó
perfectamente clasificados y cuidadosamente empacados— es fácil ver no sólo la
naturaleza hipersensible de Daniel, sino también la plasmación simbólica de su
angustia, un sentido trágico del mundo. En el 2000, con sólo diecisiete años, y sin
ningún signo de enfermedad, recrea el tema de la soledad y presenta la autodestrucción
como una salida» (Bonnett, 2013, pág. ). Es un hecho de suma importancia, la
aparición temprana del elemento de la autodestrucción como salida o solución en
Daniel, sin que ni si quiera hubiera atisbado su enfermedad y detonador de tantos
cambios en su vida y forma de ver el mundo. Su amplia obra
La cuarta imagen ha adquirido mucha más gravedad, llegando a la muerte y
posterior autopsia, aunque en este caso se basa en otra obra de Rembrandt, dando su
propia visión. No es cuestión de azar que se halle en el cuarto capítulo, La cuarta pared.
Las crisis esquizofrénicas y la angustia que ya frecuentaban al protagonista son la causa
de desarrollo de la cuarta pared que él mismo confirma tener en su cabeza, ya que su
obra va sufriendo una transformación con las circunstancias personales. El elemento de
esta cuarta pared, de cierre, es la reafirmación del enfermo en la imposibilidad de
encontrar salida, de ahí el encerrarse en sí mismo y buscar otras alternativas, como
puede ser saltar desde un edificio de Nueva York. Sin salida.
Daniel se enfrenta a su primera decepción y sensación de fracaso, que
comenzarán a ser frecuentes. Su progenitora, que conocía perfectamente su trayectoria
profesional y sus sueños, también sintió este pesar como suyo «Por eso, porque yo
conocía de cerca cómo amaba su arte, al que dedicaba todas sus horas, me cogió por
sorpresa su decisión de mediados de 2004 de hacer un traslado a Arquitectura. Ante mi
cara triste, Daniel me confesó que la crisis en relación con su vocación de pintor y
dibujante había llegado a su más alto punto de agobio. No tenía talento. No iba jamás a
poder vivir de la pintura. Pero además, mamá, ya nadie la valora, es una expresión del
pasado» (Bonnett, 2013, pág. ).

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