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Los efectos que produce la ley del amor

Esta ley, la del amor divino; produce en el hombre seis efectos:

1. Causa en el hombre la vida espiritual.


Es cosa sabida que por la naturaleza misma del amor el objeto amado está presente en quien
lo ama. Por lo tanto, el que ama a Dios, tiene a Dios en sí: “Quien permanece en el amor,
en Dios permanece, y Dios en él” (1 Jn.4,16)
Y es también característico del amor ir trasformando al amante en el amado. Por lo cual si
amamos lo vil y lo caduco, nos convertimos en viles e inseguro: “Se hicieron
despreciables como las cosas que amaban” (OS.9,10). Pero si amamos a Dios nos
divinizamos porque “el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él”(1 Cor. 6,17)
Ahora bien como dice San Agustín: “Del mismo modo que el alma es la vida del cuerpo,
Dios es la vida del alma”. Por eso decimos que un cuerpo vive cuando en virtud del alma
ejecuta las operaciones propias de la vida, cuando actúa se mueve; por el contrario esta
muerto cuando no actúa ni se mueve por que ya no tiene el alma. Pues bien, al alma le
ocurre algo parecido: obra virtuosamente y con perfección cuando la mueve el amor, por la
cual Dios habita en ella; en cambio, sin el amor es incapaz de obrar: “Quien no ama,
permanece en la muerte”(1 Jn. 3,14)

2. El segundo consiste en el cumplimiento de los mandamientos divinos.


San Gregorio: “El amor de Dios nunca permanece ocioso; donde esta, obra maravilla; si no
las obra, es que no esta”. Por consiguiente, es señal manifiesta de amor la prontitud en la
observancia de los mandamientos de Dios: “El que me ame guardará mi palabra”(Jn.
14,23)

3. El amor defiende de las adversidades.


A quien lo tiene, nada adverso lo puede resultar perjudicial, antes al contrario se le
convierte en útil: “Todo contribuye al bien de los que aman a Dios”(Rom. 8,28). Hasta los
reveses y dificultades son llevaderos para el que ama, como observamos a diario en el
terreno meramente humano.

4. El amor conduce a la felicidad.


Solo a los que lo tiene se les promete las bienaventuranza eterna. Y sin el todo lo demás
resulta insuficiente. “Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Seño, juez justo,
me premiara en aquel día; y no solo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida”(2.
Tim. 4,8)
Es de notar que la bienaventuranza se otorga en proporción a la caridad y no en proporción
a cualquier otra virtud. Hubo muchos mas austeros que los Apóstoles, y, sin embargo, éstos
aventajarán en bienaventuranza a todos en razón de su superior caridad, pues ello como
dice San Pablo: “Poseyeron las primicias del Espíritu”(Rom.8. El grado de
bienaventuranza por tanto, dependerá del grado de amor.

5. El perdón de los pecados.


Esto ya ocurre en las relaciones humanas: si alguien ofende a otro y después lo ama
profundamente, con ese afecto logra borrar la ofensa. Así también el que ama a Dios,
alcanza de El perdón: “El amor cubre multitud de pecados” 1 Pet. 4,8. Y está bien dicho
“cubre”, porque Dios ya nos lo ve para poder castigarlos. Así nos lo dice la Sagradas
Escrituras en el caso de Maria Magdalena: “se le perdonaron muchos pecados; Porque
amo mucho”(Lc. 7,47)

6. El amor proporciona la paz perfecta.


Cosa que no nos pueden dar los bienes materiales, que mucha veces son deseados, pero una
vez poseídos no queda satisfecho el espíritu de quien los deseaba o anhelaba, sino que
después de conseguir una cosa desea otra: “El corazón del impío es como mar agitado que
no puede esta en calma... no hay paz para los impíos, dice el Señor”(Is. 57, 20-21). Pero
no ocurre esto con el amor a Dios. El que ama a Dios alcanza paz perfecta: “Gran paz para
los que aman tu ley; no hay para ellos tropiezo”(PS. 118,165)
Esto es así porque Dios solo basta para colmar nuestros deseos: “Más grande es Dios que
nuestro corazón” (1 Jn. 3,20) Por eso dice San Agustín: “Nos ha hecho, Señor para ti, y
nuestro corazón esta inquieto hasta que descase en ti”. El colma de bienes tus anhelos (Sal.
102,5).

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