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Cada clase de tejido tiene su tiempo de renovación, que depende del trabajo desempeñado
por sus células. Las células que recubren el estómago, viven sólo cinco días.
Las células de los glóbulos rojos, después de viajar casi 1.500 kilómetros a través del
“laberinto” circulatorio, sólo duran alrededor de 120 días antes de ser enviadas al
“cementerio” del bazo. La epidermis (capa superficial de la piel) se recicla cada dos
semanas. El hígado, desintoxicante de todo lo que ingerimos, tiene un tiempo
de renovación total calculado entre 300 y 500 días.
Otros tejidos tienen un tiempo de vida que se mide en años y no en días, pero están lejos
de ser perpetuos. Hasta los huesos se renuevan constantemente: todo el esqueleto de un
adulto se reemplaza celularmente en menos de diez años. Recientes estudios demuestran
que incluso las células cerebrales -consideradas hasta hace poco, elementos vitalicios del
organismo- se renuevan periódicamente. Jonas Frisen, biólogo celular del Instituto
Karolinska de Estocolmo, ha demostrado que la edad promedio de todas las células del
organismo de un adulto puede ser tan sólo de entre siete y diez años. Esto ya lo sabían los
intuitivos maestros orientales, pues en los antiguos textos hablaban de un período de siete
años para la completa renovación del organismo. Ahora bien, la pregunta del millón es:
¿por qué tenemos órganos defectuosos cuandoperiódicamente los estamos renovando?
¿Por qué una persona “sufre” del hígado, si sus células hepáticas viven solo seis semanas
y en el arco de un año las habrá renovado por completo? Para encontrar respuestas,
debemos perder algo de tiempo y comprender como funciona esta unidad orgánica que es
la célula. En realidad no es “perder tiempo”, sino invertirlo en conocimientos básicos que
nos harán más sanos y menos dependientes de curaciones externas. En la correcta
renovación celular encontraremos la clave para recuperar la salud y la plenitud.El cuerpo
sabe mejor que nosotros lo que conviene hacer a cada momento. Solo se trata de “no
poner palos en la rueda” de la infinita magia corporal pero a veces parece que nos
empeñamos en ello.
Por otra parte, tomar consciencia de esta realidad nos permitirá abandonar el estado
deresignación a la mediocridad. No ejercemos plenamente nuestro natural derecho a
la plenitud física y mental. Nos parece que estar al 100% de nuestro potencial es
utópico; por ello nos resignamos y aceptamos andar al 50%. Nos condicionan a pensar
que el estado mediocre es “normal”. Siempre “algo” hay que tener, ya sea por
envejecimiento, genética o virus. Y esto no es verdad. Ese “algo” no es natural y es sólo
la expresión del desequilibrio que nosotros mismos generamos por desconocimiento,
malos hábitos o condicionamiento mental, obstaculizando la “magia” de la permanente
renovación celular.
Así como una colmena se compone de miles de abejas, nuestro organismo se compone
de billones de células. Todo se reduce a grupos de células: sangre, huesos, órganos. Si
pudiésemos disponer todas las células de un cuerpo humano sobre un plano, veríamos
que estamos compuestos por unas 200 hectáreas de tejidos celulares (la superficie de
200 manzanas de una ciudad). Todo el organismo no es más que un reflejo directo de la
eficiencia funcional de estas microscópicas unidades vitales.
Cada célula, independientemente de la función que cumpla en el organismo, tiene
similares mecanismos de acción: se reproduce, se nutre, se desintoxica y desarrolla una
tarea específica. Esto nos permite entender que, además de la información presente en
su material genético, la célula depende de dos factores externos que condicionan su
funcionamiento: la calidad de nutrientes que reciba y la calidad del medio en el cual
deba actuar.