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DUEÑAS
TUPAC AMARU III”
INTRODUCCIÓN
“La suerte de nuestros indígenas es cien veces más dura, más lastimosa y cruel
que la de los negros de la costa. Pagánles sus amos un salario mensual,
consistente en un arroba de chuño, de maiz o de quinua, arroba que siempre es
mal pesada y también se les dá una libra de coca de la peor calidad, por ser muy
barata” continúa en otro párrafo: “de aquel mezquino salario, hay que descontar
las cabezas de ganado que se pierden anualmente, como es natural, en esas
inmensas pampas de los latifundios se dispersan en manadas numerosas. Asi
mismo, patrones hacen pagar igualmente a los colonos pastores, las ovejas que
les deguellan obligados por el hombre; y ponen en su cuenta los cinco pesos de
contribución que les lleva el Estado, villanía imperdonable, que acaba de hacer de
aquellos infelices esclavos para toda la vida y sin esperanza de rescate”.
PLANTEAMIENTO DEL PROBLEMA
FORMULACIÓN DE HIPÓTESIS
OBJETIVOS:
Andrés Recharte que había venido pisando los talones a las fuerzas
insurrectas dirigidas por JUAN BUSTAMANTE decidió dar el golpe de Gracia en la
parte sur del Pueblo de Pusi; se combatió entre las tropas no uniformadas de
Bustamante sólo tenían como armas palos hondas, zurriagos, reatas, un batallón
formado por quechuas y Aymaras, en cambio las tropas del Coronel Recharte
estaban bien armadas, pertrechados con armas de última palabra.
Juan BUSTAMANTE fue sacado de la casa cural y llevado a la plaza de armas se
dice que Bustamante estaba completamente débil debido a las marchas forzadas
y por falta de alimentos por lo que no pudo caminar; Recharte y sus secuaces lo
obligaron a Bustamante para que cargara con los cadáveres de los indios muertos
hacia las zanjas de cancha siki pampa por lo que protestó, en vista de esto
Recharte dispuso llevarlo a una de las esquinas de la plaza dónde había un kolli y
tres soldados despojaron de sus vestimentas y lo colgaron de cabeza luego de
darle dos correazos se acercó un sargento de apellido BELTRAN de Muñani con
un gran machete en la mano la elevó al aire y ante la mirada atónita de todos los
presentes le dio un golpe en el cuello y al ver que la cabeza no se desprendía del
tronco, el homicida volvió a blandir el machete y dio un segundo golpe, tampoco
cayó la cabeza, sólo en el tercer machetazo la cabeza se separó del tronco dando
botes en el suelo a especie de una pelota con resortes describiendo trayectorias
indescriptibles.
Un oficial ordenó luego a los señores que estuvieron presentes para que se
hicieran cargo del cuerpo sangrante del Mundo Puricuj, para luego de ser
descolgado y fue juntado ambas piezas del cuerpo la cubrieron con mantas.
Los restos de Bustamante fueron sepultados al pie del templo de ese pueblo de
Pusi; pasados algunos años los vecinos del lugar erigieron una columna de
piedra, al pie de esta columna estaba enterrado el cuerpo de Bustamante, y los
cuerpos de 72 mártires fueron enterrados en una fosa común en cancha siki
pampa, posteriormente fueron juntados todos los cuerpos en el cementerio de
Pusi.
CONCLUSIONES
SUGERENCIAS:
1. Las Instituciones competentes deben profundizar la investigación sobre
Juan BUSTAMANTE DUEÑAS, como Universidades, Instituciones como
la Dirección Regional de Educación, Historiadores, Municipios, Instituto
Nacional de Cultura y otros.
2. Declarar zonas históricas los lugares en dónde se desarrollaron las
batallas TUPACAMARISTAS, reconocer a JUAN BUSTAMANTE y hacerla
eterno denominando a Instituciones, plazas, calles, avenidas en el
Departamento de Puno.
3. Construir monumentos en honor a la memoria de JUAN BUSTAMANTE
DUEÑAS, TUPAC AMARU III, en los pueblos del Altiplano Puneño como
símbolo del reconocimiento colectivo y su inmediato inclusión en la
diversificación curricular de la Región Puno, además incluir en el
Calendario Cívico.
4. Considerar oficialmente a JUAN BUSTAMANTE DUEÑAS, como TUPAC
AMARU III por los argumentos sustentados en el presente trabajo y
reconocer en el BICENTENARIO DE SU NACIMIENTO.
VINDICACIÓN DE MANUEL MODESTO CHOQUEHUANCA
III
Atizada y fomentada la tea de la discordia por los revolucionarios
entronizadas la guerra civil y la anarquia, todo el País se hallaba en un estado
de conflagración genmeral, no solo las capitales de Provincias y Distritos hasta
las aldeas eran teatro de insurrecciones, ya en pró, ya en contra del Gobierno
legal y sus Autoridades. Desquiciado el orden, relajados los vínculos sociales,
no existían garantías de ninguna clase. De todos los ánimos se habían
apoderado el temor y la desconfianza, las ocupaciones útiles permanecían
paralizadas, la agricultura, la industria y el comercio. Toso sentían ese malestar
indefinible y la necesidad de salir a todo transe del conflicto.
En tal situación el Señor Subprefecto don Antonio Riveros, queriendo librar
de los horrores de la anarquía el Departamento, organizó una pequeña fuerza de
80 hombres armados siendo él Jefe principal de cuerpo 2º y 3º los señores
solorzanos de Putina, que se le habían reunido con los nacionales de este
pueblo, yo fui nombrado jefe de la columna de honor. El señor Coronel
Bustamante, ya finado, arregló en cuerpos regulares con sus cabos respectivos
a los nacionales indígenas de moho, Rosaspata y del Distrito de nuestra
residencia. Con cuyas fuerzas reunidas, bajo las órdenes inmediatas del citado
coronel, marchamos el 11 de noviembre de id. Sobre Huancané, y el 12
combatimos en las inmediaciones de la población, sitiando la plaza por la noche
donde se refugiaron los contrarios, y estando en el calor de la refriega
estrechando el sitio le anotician el alojamiento del Coronel Luna, casa de alas
Señoritas Pereas, inmediatamente se encaminó a esa localidad y contuvo todo
desorden. Hecho que refieren los señores Solorzanos yo no presencie por
haber caído gravemente herido en el combate. Tomada la aplaza por los de
nuestra parte los enemigos se prepararon en el templo y almenas del
cementerio, y por falta de municiones, nos retiramos quedando indecisa la
acción sin que entre tanto ninguno de us pacíficos habitantes tenga que
deplorar de nuestra parte hostilidad alguna. Mas ¡cual ha sido la conducta
observada por los contrarios? La mas criminal, pues que a la mañana
siguiente aparecieron 9 indios ahorcados de los nuestros, no en acto bélico, por
que la cuera o el lazo no es entre nosotros una arma ofensiva ni defensiva.-
asesinatos cometidos deliberadamente y a sangre fría.
La noche del dia 12 de diciembre de id. Estando en tránsito en Muñani con
dirección para azángaro los Señores Solórzano y yo, de jefes al mando de una
partida de 25 hombres en una hora avanzada de élla, fuimos sorprendidos por
don Luis Esteves que capitaneaba un piquete de tropa armada, reforzada con
mas de cien indios, a propósito embriagados, que incendiaron la casa del
indígena Lorenzo mullisaca, compuesta de tres piezas, la que nos servía de
cuartel, donde perecen en medio de las llamas tres nacionales, heridos
Mariano Torres, Doroteo Sanchez y Mariano Huallpa, que a no ser mi esfuerzo
todos habriamos sido devorados por el fuego, por que nos obstruyeron a
balazos la salida. No obstante a esa acción villana y cobarde al último se
declaró la victoria por nosotros crímenes innecesarios en una guerra civil de
incendio y quemazón, tres nacionales indefensos, y varios muertos.
BIBLIOGRAFIA
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JOHN FREDY ROMAN ASCUÑA FLORENTINO BELIZARIO Y.
Secretario General del SUTEP Secretario de Actas.
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PROF. Leoncio OJEDA CUSILAYME PROF. Walter Mamani Cosi
SUB. SECR. GENERAL SECR. DE PRENSA Y PP.
Contexto histórico
Con la fundación de la República, en 1821, José de San Martín había abolido el tributo
colonial sobre los indígenas. Pero solo cinco años después, el tributo volvió a instaurarse
bajo el nombre de “contribución” indígena (Bonilla 2001, 177). Fue esta contribución la
que obligó a muchos indígenas a vender su mano de obra y trabajar en los centros mineros
aledaños. Una parte menor trabajaba en haciendas bajo un régimen conocido como
“yanaconaje”. Los yanaconas recibían, por parte de un terrateniente, una parcela para la
autosubsistencia y a cambio de ello debían trabajar en las tierras del hacendado por una
determinada cantidad de días al año. No recibían dinero, pero el hacendado solía hacerse
cargo del pago de la contribución (Contreras y Cueto ²2000, 77).
La rebelión de Iquicha no se podría explicar sin los factores mencionados. En efecto, los
rebeldes exigían la abolición de la contribución. Pero ello no pudo haber sido el único
motivo, pues ya hemos visto que el tributo indígena también existía en la Colonia. ¿Por
qué, entonces, el deseo de regresar al orden colonial?
Antonio Huachaca, líder de la rebelión, expresa sus motivos en una carta dirigida al
Prefecto de Ayacucho, en 1826:
salgan los señores militares que se hallan en ese depósito robando, forzando a mujeres
casadas, doncellas, violando hasta templos, a más los mandones, como son el señor
Intendente, nos quiere acabar con contribuciones y tributos (…) y de los (sic) contrario será
preciso de acabar con la vida por defender la religión y nuestras familias e intereses
(Bonilla 2001, 155).
Antonio Huachaca era una campesino indígena que había luchado por la causa española,
enfrentándose a los independentistas cuzqueños, en 1814. En recompensa por sus servicios,
había alcanzado el grado de General de Brigada en el Ejército Real del Perú. En la carta
aquí citada queda claro que, más allá de los tributos, Huachaca ve a las fuerzas
independentistas y patriotas como un extrañas, abusivas y hasta paganas.
En efecto, los independentistas habían saqueado iglesias (Bonilla 2001, 159). Más allá de
estas circunstancias, es notorio que los indígenas hicieran de la religión católica una causa
suya.
Pero volvamos al escenario de la rebelión. Antonio Huachaca estuvo acompañado por otros
líderes, todos ellos indígenas a excepción del francés Nicolás Soregui, comerciante y ex
oficial del Ejército Español en Perú. Según un testimonio, las fuerzas rebeldes sumaban
1500 hombres. Según otro, llegaban a 4400 (Bonilla 2001, 162). Todos coinciden en que la
mayoría de rebeldes provenían del distrito de Iquicha, provincia de Ayacucho.
Contrariamente a lo que se podría suponer, ninguno de los líderes rebeldes eran caciques.
Más bien, se trataba de comerciantes o arrieros (Bonilla 2001, 167). También hubo
participación indirecta de españoles y mestizos. Estos no fueron protagonistas, pero
ayudaron en la organización y la propaganda (Bonilla 2001, 153).
La primera fase de la rebelión se da entre marzo y diciembre de 1825 cuando los indígenas
de Iquicha se movilizan, pero son contenidos rápidamente por el ejército patriota que se
encontraba en Huanta. La paz sería muy corta. En enero de 1826 se produce otra
movilización que también protesta contra el cobro del diezmo de la coca. Cabe resaltar que
la región de Ayacucho y, especialmente la de Huanta, vivía del comercio de la coca. Éste les
aseguraba una posición económica relativamente buena (Bonilla 2001, 152).
En junio de 1826, los rebeldes bajo el comando de Huachaca y Soregui logran tomar el
pueblo de Huanta convirtiéndolo en centro de operaciones. Luego, y con el apoyo de dos
fracciones desertoras de los Húsares de Junín, intentan tomar Huamanga (Ayacucho), pero
son derrotados por la guarnición de la ciudad. En julio de 1826, el general y Presidente del
Consejo de Gobierno Andrés de Santa Cruz viaja personalmente a Ayacucho para combatir
a los rebeldes.
Jefe Supremo de la Republiqueta de Iquicha, con insulto del gobierno peruano y de sus
leyes (Bonilla 2001, 154).
Comentarios finales
La segunda intepretación, en cambio, sostiene que los iquichanos rebeldes siempre tuvieron
presentes la noción de la república. Desde esta perspectiva, la rebelión “ocultaba el deseo
de sus líderes por encontrar reconocimiento y lugar en el nuevo ordenamiento” (Bonilla
2001, 166).
Tal como sostiene Bonilla, sería demasiado simple hablar de los rebeldes iquichanos en
términos de “víctimas” o “héroes”. Si bien los iquichanos estuvieron apoyados por blancos
y mestizos, la lucha fue conducida y ejecutada por indígenas, siendo ellos ex soldados,
comerciantes y arrieros. De modo que no se les puede clasificar como simples víctimas. Por
otro lado, tampoco es convincente asignarles conciencia republicana cuando ellos
declaraban explícitamente su apego a Fernando VII, rey de España.
En todo caso, podemos constatar una brecha entre el proyecto republicano (igualdad
ecónomica, social y jurídica) y la realidad. Jorge Basadre cita el manifiesto del Congreso
Constituyente de 1822 que fuera proclamado por Luna Pizarro, Sánchez Carrión y
Mariátegui:
Vosotros indios sois el primer objeto de nuestros cuidados. Nos acordamos de lo que habéis
padecido y trabajamos para haceros felices. Vais a ser nobles, instruidos, propietarios y
representaréis entre los hombres todo lo que es debido a vuestras virtudes (Basadre, 161).
Hoy en día ya no hablamos de indígenas, pero el 50 por ciento de ciudadanos peruanos que
viven en condición de pobreza material y social siguen estando al margen de la igualdad
proclamada.
Bibliografía:
Basadre, Jorge (sin fecha): Historia de la República del Perú, 1822-1933. Tomo I. Edición
del diario La República y la Universidad Ricardo Palma, sin lugar.
Contreras, Carlos y Marcos Cueto ²2000: Historia del Perú contemporáneo: Desde las
luchas por la Independencia hasta el presente. Instituto de Estudios Peruanos y Red para el
Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú.
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2. Diego
viernes, 25 de noviembre 2005
Este articulo confirma algo q pienso, cualquier gobierno q quiera hacer de este pais
una verdadera naciòn moderna, debe comenzar por “nivelar” a TODOS los
ciudadanos economicamente y juridicamente, el problema con el campesinado
actual (herederos de los indios) es q no se siente integrados a la republica, y esa
falta de integracion se ha hecho extensiva a los otros sectores marginales.
La igualdad de oportunidades ante la ley debe ser un hecho, el gobierno q lo haga
sera verdaderamente revolucionario, pues ese es el punto donde falla este pais.
3. Germán Honigman
La historia, aún antes de ser ciencia, cumplió un rol activo. Los hombres
del pasado, carentes de escritura y grafía, no dejaron de recurrir a ella.
Lo hicieron a través de la tradición oral, de boca y de oídas a fin de que
las generaciones impregnen en su conciencia aquello que el grupo o la
clase suministraba. Así, el mito, la leyenda y el cuento, fueron
elementos encubiertos destinados a la formación de una conciencia
histórica local o nacional.
Varios factores han influido para que ello suceda. Primero, en la década
del 60 se produce una gran movilización social: el campo es afectado
por convulsiones y protestas que comprometen al país en su conjunto.
La clase obrera protagoniza, igualmente, jornadas de gran trascendencia
en pos de mejoras económicas y sociales. Y el movimiento estudiantil es
actor de reclamos y demandas populares. En el contexto internacional,
la Revolución Cubana influye en el pensamiento de los hombres y
jóvenes latinoamericanos ocasionando la pérdida de la hegemonía
ideológica del APRA. En suma, el contexto social y el auge ideológico de
la izquierda repercuten en la conciencia de los intelectuales y
estudiantes de historia orientando su pensamiento y acción.
“Es muy significativo que, en un reciente trabajo publicado por Bonilla sobre los
mecanismos de control del capital británico, le atribuya a éste y a la situación
internacional el motor explicativo más importante de lo que ocurre en la sociedad
peruana del siglo XIX. Como ejemplo, señalamos tan sólo sus reflexiones a propósito
de la constitución de la Peruvian Corporation: “Pero esta empresa no nace en el vacío;
de múltiples maneras en el proceso de su formación, aparecen reflejadas las tensiones
internacionales en las cuales estuvo envuelto el Estado peruano y son éstas en última
instancia las que van modelando su significado y su sentido” […] Su afirmación es
unilateral en el sentido de no percibir el movimiento interno de las clases. Este tipo de
respuesta reposa en una concepción teórica acerca de la dialéctica de la historia. Se
trata… […] de una visión estructuralista donde, por último, las clases de la sociedad
peruana no son percibidas sino como resultado. El proceso que vincula voluntad y
estructura, ideología, economía y política, las luchas de los diversos grupos sociales,
no es develado, presentado, analizado”.
La historia del Perú se verá fortalecida aún más con los aportes que
realizan estudiosos extranjeros que alternan con los nacionales en la
búsqueda de su concreción científica y en la definición de su función
social. De este modo pasaremos del “simple libro de Historia”, al libro de
la reflexión o del instrumento para el pensamiento nacional y popular.
Con esto no queremos decir que muchos de los que escribieron las
cartas más acres a Pizarro sean acomplejados ni mucho menos, sino
que, como la señora de la historia, no pueden, o no quieren, ver o
entender la realidad de las cosas. Ensayando una respuesta, una
interpretación, la renuencia de muchos a reconocer la relevancia de la
figura histórica de Pizarro es, en esencia, al decir de muchos, la
negación del padre, o sea, su condición de mestizos.
NEGAR LA PERUANIDADEn sociedades complejas y mestizas como la
nuestra, negar al padre no solo resulta infructuoso sino perjudicial,
porque no nos permite mirar al futuro por creer que tenemos cuentas
pendientes con el pasado aún por resolver. Cuentas que nunca se
resolverán por la sencilla razón de que el pasado es eso, pasado. El
ataque a la figura de Pizarro y la negativa a reconocerle su aporte a la
construcción de nuestra peruanidad es una prueba de ello. Quienes
reclaman agravios pasados y crímenes hace mucho tiempo cometidos,
olvidan que somos producto de aquello que más renegamos. Insistir en
ello es como pedir que no solo no existiéramos, sino también que dejase
de existir todo aquello de lo cual ahora nos sentimos orgullosos y
disfrutamos enormemente como la música, la literatura o el folclor.No
son mayoría, por ejemplo, los que disfrutan o bailan una danza
pentafónica incaica o se solazan con un pasodoble español. Por el
contrario, son muchos más como cierto amigo mío con muchos años de
residencia en Italia. Él me contaba que en la última reunión familiar por
Navidad salió, cual espontáneo al ruedo, a bailar una marinera norteña
cuando esta empezó a sonar en los parlantes. "Y sabes una cosa, yo no
sé bailar marinera", me dijo muy ufano. "Es la nostalgia por el terruño",
intenté explicar. "No, hermano. Después de tantos años bailando
tarantellas, a la tercera marinera descubrí que esta es más alegre y más
sabrosa", replicó convencidísimo de su descubrimiento.HIJOS DEL
MESTIZAJEPizarro es, además, en muchos sentidos, más peruano que
muchos de nosotros. Raúl Porras Barrenechea, que es el que más ha
defendido su figura y lugar en la historia, y cuya defensa le granjeó el
calificativo de hispanista, es quien mejor ha señalado su peruanidad. A
él le debemos -arguye- la primera y más cerrada defensa de nuestras
primigenias fronteras. En el fragor de la primera de las guerras civiles
entre los conquistadores, la férrea defensa de la circunscripción de su
gobernación --dice Porras- es la defensa de lo que será el Perú. Es en
ese instante cuando nace como entidad geográfica. "Si Almagro hubiera
triunfado" -escribe- "el Cusco, Arequipa, Puno, Moquegua y Tacna
hubieran sido extranjeros". ¿Se imaginan una Tacna extranjera? ¿Un
Puno chileno? No existirían ni la Fiesta de la Candelaria ni la Marcha de
la Bandera.Al igual que la señora de la historia, basta que muchos de
nosotros reconozcamos sinceramente nuestra condición de mestizos,
para dejar de "negar al padre". "Nosotros descendemos de los vencidos
y de los vencedores, pero no somos vencedores ni vencidos, somos el
resultado de ese encuentro", decía el historiador José Antonio del Busto.
O como lo explica mejor una de las muchas cartas recibidas: "la sangre
es española y el latido es incaico"."Somos hechura del paisaje", escribió
una vez un poeta huancaíno, de ojos rasgados, nombre sonoramente
extranjero y tan peruano como el cebiche: Nicolás Matayoshi. Quería, de
esa manera, remarcar y reafirmar el hecho innegable de su condición
mestiza, de la que se sentía particularmente orgulloso. Si todos
pudiéramos resolver, al igual que él, este conflicto interior,
encontraríamos no solo el camino a la felicidad y la prosperidad, sino
también a la verdadera integración nacional que tanta falta nos hace.*
Publicado en el Diario El Comercio, de Lima, el 18 de enero de
2007
Por U. Nikolai Alva Episodios de bonanza en la economía peruana debidos a la riqueza en recursos
naturales hubo muchos, siendo uno de los más emblemáticos aquel referente al auge guanero.
Célebre porque gracias al cuasi monopolio del Perú en un insumo básico para la agricultura
mundial, quienes participaron de su comercio percibieron ganancias exorbitantes; así como el
Estado, que obtuvo cuantiosos ingresos. No obstante, cuando se agotó el recurso, la situación del
país era sumamente precaria. ¿A dónde fue a parar aquella riqueza? ¿Por qué el Perú no despegó
al desarrollo? Ya que ahora está nuevamente en palestra el tema de nuestros inmensos recursos
naturales y se atribuye la culpa del subdesarrollo a aquellos que impiden su aprovechamiento, vale
la pena que repasemos la historia del boom del guano, quizá aprendamos algo. LA
Si bien extraer el guano y embarcarlo eran procesos simples, se requería de una gran inversión
para costear dichas actividades. Por ello, el capital extranje- ro desempeñó un papel importante.
Incluso, durante la época de los consignatarios, estos realizaban sus operaciones apoyados en el
capital de sus socios extranjeros (Levin 1960)1. La extracción de guano era intensiva en mano de
obra y, por las peculiaridades del producto, consistía en un trabajo sumamente arduo. Se prefirió
usar mano de obra extranjera: los culíes chinos, quienes ganaban salarios de subsistencia. Es
decir, el impacto del guano como generador de empleo directo fue ínfimo.
Levin califica al caso de las exportaciones guaneras peruanas como el típico enclave cerrado, sin
conexiones (o con muy pocas) con la economía nacional. Por lo tanto, no generaría riqueza al país.
Ello sería erróneo, como lo prueba Hunt (1973a)2 al comparar el guano con el caso del cobre
chileno, ejemplo estándar de enclave. Hunt llega a la conclusión que el guano permitía un alto valor
de retorno: 70%, mientras que en el caso del cobre chileno fue de 37% (para los años 1925- 1929).
En el caso del guano, la bonanza fiscal corroboraría que el Gobierno peruano tuvo un gran control
del recurso. No obstante, la industria de extracción del guano, en general, generaba muy pocos
eslabonamientos. Hubo eslabonamientos hacia atrás, más en lo referente al sector servicios que
en bienes de capital. El abastecimiento a las embarcaciones que transportaban el guano habría
sido una de las principales actividades conexas (Levin 1960). En lo referente a los
eslabonamientos hacia delante, dado que no requería valor agregado y que los consumidores
finales se encontraban en el exterior, no los generó de manera importante.
Como se deduce del gráfico 1, casi todos los peruanos se vieron beneficiados –unos más que
otros– por la bonanza proveniente del guano. Antes de 1868, la mayor parte de los ingresos fue
destinada a favorecer los intereses de los que estaban al mando: consolidación. La consolidación
permitió a los particulares el capital necesario para emprender actividades económicas; sin
embargo, estos, en lugar de hacer empresa, prefirieron un comportamiento rentista. No hubo
ningún impacto significativo dentro de la economía peruana. Por el contrario, alentando la
especulación, convirtió a los beneficiarios en una clase parasitaria y, de manera simultánea, generó
el empobrecimiento de las clases populares. Además, la inyección de circulante generó inflación
(Bonilla 1974)3. El guano generó una liquidez bastante grande como para aumentar la demanda
interna, pero, a pesar de ello, ni la productividad ni la producción se incrementaron. En parte,
porque el consumo principal de los beneficiarios estuvo constituido básicamente por importaciones.
El Gobierno, con el deseo de promover el desarrollo del país, se embarcó en la construcción de
ferrocarriles, los cuales desafortunadamente costaron mucho y no dieron el resultado esperado.
Los ferrocarriles no se articularon a la estructura interna de la economía peruana; por el contrario,
fueron vehículos de desintegración de la economía campesina y los canales mediante los cuales
reforzó la dependencia exterior del Perú. A la vez, precipitaron la bancarrota del Estado (Bonilla
1974). Los ferrocarriles no unían al Perú Norte-Sur, unían zonas productoras de materias primas
con los puertos.
ENSAYANDO EXPLICACIONES
Las principales explicaciones del fracaso económico encuadrarían en lo que la literatura económica
llama dutch disease, que consiste básicamente en los efectos perniciosos que aparecen en la
economía a causa de un aumento inesperado y considerable de un producto de exportación
basado en recursos naturales. En ese sentido, uno de los principales efectos del auge guanero fue
la sobrevaluación de los términos de intercambio, lo cual dificultó el desarrollo de industrias de
sustitución de importaciones. Además, la abundante llegada de beneficios inhibió el desarrollo de la
industria local (Hunt 1973b)4. Así, en la era del guano se destruyó parcialmente a la clase
artesana, que contenía el germen del potencial empresarial necesario para avanzar al desarrollo
(Hunt 1973b). En su lugar, proveía una sobreoferta de riqueza para un crecimiento rápido (corto
plazo). Después de ello, el Perú termina profundamente pobre y subdesarrollado, el siglo XIX fue el
de las oportunidades perdidas. Hubo ahorros y cierta inversión, desde luego, en los sectores que
ofrecían una mayor rentabilidad: el guano y las actividades relacionadas, y en la agricultura para
exportación: algodón y azúcar. Fue muy poco lo invertido en industrias para el mercado interno por
el reducido tamaño del mercado peruano, ya que la riqueza del guano se concentró en
pocasmanos (Levin 1960). La inversión de los ingresos en el sector agrícola, por tratarse de
materias primas dirigidas al mercado europeo (algodón y azúcar), contribuyó a reafirmar los
patrones de dependencia (Bonilla 1974). Otra desventaja de las exportaciones dematerias primas
ha sido su persistente tendencia a sufrir fuertes fluctuaciones de volumen y precios (Levin 1960:
11-12). Desde luego, el guano no fue la excepción, peor aún, la caída de precios, al final del
período, coincidió con el casi agotamiento del recurso.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Si bien se requiere de condiciones necesarias para que haya desarrollo económico, no existen
condiciones suficientes que por inercia nos lleven a ese fin. Durante la era del guano fluyó una gran
riqueza, tanto a manos del Estado como de la elite empresarial. Sin embargo, esto no redundó en
desarrollo. Los problemas estructurales del siglo XXI son los mismos del siglo XIX: un reducido
mercado interno, pocos eslabonamientos de la economía y una reducida demanda de mano de
obra nacional que requiere el sector primario exportador basado en recursos naturales, el cual era
y es el principal componente de nuestras exportaciones. Cuando la mayor parte de los beneficios
estuvo en el sector privado: los consignatarios, estos se convirtieron en rentistas y derrocharon la
riqueza; y cuando estuvo bajo control del Estado, este también hizo un mal uso de la riqueza,
dilapidándola en lugar de promover el desarrollo. Como mencionásemos en el epígrafe, seguimos
con el modelo primario exportador desde tiempos coloniales. Los errores del pasado se parecen
demasiado a los del presente, ojalá no estemos condenados a repetirlos.
1 Levin, Jonathan (1960). The Export Econonomies: Their Pattern of Development in Historical
Perspective. Cambridge: Harvard University Press (la versión castellana: Las economías de
exportación: esquema de su desarrollo en la perspectiva histórica. México: Editorial Hispano
Americana, 1964).
2 Hunt, Shane (1973a). “Price and quantum estimates of peruvian exports, 1830-1962”. New
Jersey: Princeton University.
3 Bonilla, Heraclio (1974). Guano y burguesía en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos.
4 Hunt, Shane (1973b). Growth and guano in nineteenth century Peru, Discussion Paper Nº 34.
Princeton: Princeton University,Woodrow Wilson School, febrero. PRIMER ENCUENTRO
INTERNACIONAL SOBRE
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PONENCIA
PALABRAS CLAVE.
Nueva España. Época colonial. Régimen de propiedad. Agricultura. Ganadería. Minería.
Industria. Trabajo. Comercio exterior. Comercio interior. Hacienda pública.
INTRODUCCIÓN.
El imperio español instauró el Virreinato de Nueva España en 1535, luego de la caída del
imperio azteca a manos de Hernán Cortés, considerando la enormidad territorial de sus
nuevos dominios.
Su territorio abarcó una gran extensión cuyo centro natural era el valle de México. Sobre
los cimientos de la monumental Tenochtitlan, la capital azteca, se erigió Ciudad de México,
sede de la corte virreinal durante todo el período colonial. El primer Virrey fue don Antonio
de Mendoza, conde de Tendilla.
b) El régimen de la propiedad.
A raíz de la conquista, toda la tierra fue considerada propiedad del Rey de España, aunque
éste la enajenaba a favor de sus súbditos, ya haciéndoles merced (merced real) de las tierras
gratuitamente, ya en pago de servicios o bien mediante cierta cantidad de dinero.
Propiedad comunal: A las ciudades, villas y pueblos indígenas se les respetó la propiedad
comunal, que consistía principalmente en montes para hacer leña, pastos para los ganados y
ejidos o lugares cercanos a las poblaciones destinados a descargar y limpiar las cosechas de
los vecinos.
Para premiar los servicios de Cortés y sus compañeros, se formaron grandísimos
latifundios, despojándose muchas veces de sus tierras a los pueblos indígenas (montes,
pastos, ejidos) Esto hizo que desde un principio la propiedad estuviera tan mal repartida,
que para fines de la época colonial toda la propiedad rústica y urbana estaba en manos de
un quinto de la población de la Nueva España y el resto no poseía nada absolutamente.
d) Ganadería.
La caballada y el ganado vacuno, traídos de España, se propagaron rápidamente. Lo mismo
ocurrió con la cría de ovejas, cerdos y gallinas, aún entre los conquistados.
A fines del Siglo XVI existían manadas de toros y caballos sin dueño. Se inició también un
comercio muy intenso de ganado vacuno y de productos de los mismos. Los cueros se
enviaban a España con el objeto de aprovecharlos en las industrias.
e) La minería.
Fue ésta la actividad más importante de la Nueva España, debido a que el concepto de
riqueza de la época se basaba en la cantidad de metales preciosos que poseyeran tanto los
pueblos como los individuos. Otros factores favorecieron el desarrollo de la minería: La
mano de obra muy barata o gratuita de los esclavos; los privilegios concedidos al gremio de
los mineros; el interés de la Corona por el Real Quinto que percibía y la no intervención de
la Iglesia en los negocios de minas.
f) La industria.
Todas las leyes dictadas por el Consejo de Indias en materia de industria tuvieron un
carácter prohibitivo para la Nueva España.
No se permitió la fabricación de vinos, ni la elaboración de sedas. Al efecto se mandaron
destruir inmensos plantíos de caña de azúcar, de vid y de moreras.
Si a lo expuesto agregamos que la técnica usada era rudimentaria, pues los peninsulares, al
pasar a América, implantaron en estas nuevas tierras las formas más retrasadas de trabajo,
lastre del decadente feudalismo en que se debatía España.
La Corona Española no ahogaba las iniciativas de producción industrial, sino las frenaba
para que ellas se mantuvieran en nivel que a ella convenía.
Los estancos. Las industrias del tabaco, la pólvora, los naipes, los cordobanes, la nieve, la
sal, el mercurio, etc., fueron estancos, estos es, constituyeron monopolios del gobierno,
quien les fijaba precio a su antojo.
g) El trabajo.
Los sistemas de trabajo empleados por los españoles en la agricultura y la minería fueron:
la encomienda, el repartimiento y el peonaje.
La encomienda significó el reparto de indígenas entre los conquistadores, a fin de que ellos
se encargaran de cristianizarlos y de protegerlos, a cambio de utilizar sus servicios. A pesar
de este espíritu humanitario de la encomienda, la explotación de los autóctonos fue
sistemática y las violaciones constantes, pues frecuentemente los encomendaderos
alquilaban a “sus” indios para el peligroso y agotante trabajo de las minas.
A pesar de las disposiciones reales para acabar con la encomienda, los encomendadores
lograron su perpetuación hasta por cinco vidas. Sin embargo, la encomienda empieza a
perder importancia a fines del Siglo XVI, mas no como resultado de las leyes ni del espíritu
justiciero de algunos españoles, sino por la introducción de otro sistema de trabajo más
agotante y más perjudicial para la población indígena: el repartimiento.
El peonaje puso fin a la encomienda, pues el indio encomendado se convirtió en peón de las
haciendas (laicas y eclesiásticas), de las minas y de los obrajes.
h) El comercio exterior.
Con el fin de organizar el comercio de la metrópoli con las colonias se creo en el año 1503
la Casa de Contratación de Sevilla, con autoridad para conceder permisos y recaudar
impuestos sobre importación y exportación, armar embarcaciones y supervisar mercancías,
recibir el oro dirigido tanto a la Corona como a los particulares, estudiar y resolver los
litigios habidos entre los comerciantes, conocer de las violaciones cometidas en los
reglamentos y vigilar que los barcos empleados en el comercio fuesen construidos en
España y tripulados por españoles.
Además, este organismo tuvo facultades legislativas, administrativas, judiciales y
hacendarias.
El comercio. Los artículos principales que España enviaba a México, por medio de flotas
que anualmente hacían su recorrido, eran aceites, aguardientes, objetos de hierro, lencería,
telas manufacturadas en Holanda e Inglaterra, jarcias, papel, vajillas, etc., además de los
productos procedentes de las Filipinas que la Nao de China traía al puerto de Acapulco.
Este último acontecimiento fue motivo de interesantes ferias, a las que concurrían
comerciantes de distintas partes de la Nueva España para comprar perlas, especias,
muebles, perfumes, ámbar, telas de seda, seda cruda, floja y torcida.
Las prohibiciones al comercio exterior impidieron el comercio directo entre Nueva España
y las Filipinas, entre nueva España y Buenos Aires, entre Perú y Nueva España, pues el
comercio autorizado sólo podía efectuarse a través de los únicos puertos habilitados de
España: Cádiz y Sevilla; y los de América: Veracruz, Panamá y Cartagena.
En el Siglo XVII tuvo su auge la piratería. Francia, holanda e Inglaterra se enriquecieron
con el botín capturado por sus corsarios a los galeones españoles.
España, sin una respetable armada, trató de proteger a sus naves creando dos flotillas para
perseguir a los corsarios y resguardar a sus puertos. Una funcionó en España; la otra en
Nueva España con el nombre de Armada de Barlovento.
La política liberal de Carlos III. Para remediar esta situación, el Rey Carlos III tomó estas
dos resoluciones:
1) Desaparición del monopolio que tenían los puertos de Cádiz y Sevilla, Veracruz,
Panamá y Cartagena y la apertura de nuevos puertos tanto en España como en
América.
2) Abolición del sistema de flotas, libertad de navegación y supresión de varios
impuestos.
La obra del monarca culminó con la expedición de la Real Pragmática del comercio Libre,
por la que se concedían numerosas franquicias mercantiles, que aumentaron el primer año
en ocho veces el concepto de derecho de aduana.
Además, se creó en México en 1792 el tribunal del Consulado y el de Veracruz en 1795,
con el fin de apresurar el trámite de los juicios mercantiles entre mercaderes, fomentar el
comercio, recaudar las alcabalas, etc.
i) Comercio Interior.
El comercio interior padeció de una serie de obstáculos en perjuicio de los consumidores,
quienes adquirían los artículos con un recargo de cien a doscientos por ciento. Los
numerosos impuestos, las cuadrillas de salteadores, la falta de vías de comunicación, la
amenaza de tribus chichimecas, la escasez periódica de moneda, etc., obligaron a los
consumidores a adquirir productos de contrabandistas holandeses, ingleses y franceses.
Rutas comerciales. El punto central del comercio interior fue la Ciudad de México. A ella
afluían todos los productos llegados de ultramar y de ella salían para todos los lugares de la
Colonia. El transporte de los artículos y mercancías se hizo por los caminos más
frecuentados por el comercio, que eran: 1) el de México a Veracruz, por Puebla y Jalapa; 2)
el de México a Acapulco, por Chilpancingo; 3) el de México a Guatemala, por Oaxaca; 4)
el de México a Santa Fe de Nuevo México, por Durango. Ramificaciones importantes
fueron los caminos que iban de México a San Luis Potosí y Monterrey, y de México a
Valladolid y Guadalajara.
Ingresos. La fuente principal de ingresos eran los derechos reales sobre el producto de las
minas (el Real Quinto)
El tributo o impuesto personal que pagaban los indios y las castas varió de cuatro reales a
un peso y cincuenta centavos y a tres pesos que pagaban en el Siglo XVIII; estaban
exceptuados las mujeres, los niños, los caciques, los enfermos y los milicianos. Lo más
duro de este impuesto era que debían pagarlo por partida triple: al Rey, al cacique y al
encomendero.
Otras fuentes de ingresos para la Corona fueron: la venta de empleos, los impuestos sobre
sueldos civiles, los diezmos y los estancos de que ya hablamos.
El clero estaba exceptuado de pagar impuestos.
Envíos a España y los situados. Hacia el último tercio del Siglo XVII los ingresos anuales
de la Real Hacienda ascendían a veinte millones de pesos y los egresos se distribuían entre
las remisiones a España (siete millones), otras para sostener varios establecimientos
coloniales de Asia y América que no alcanzaban a cubrir sus gastos (situados), y que
ascendían a unos tres millones, y el resto, o sea diez millones, para la administración de la
Colonia entre gastos de guerra, pensiones, sueldos, cárceles y otros gastos.
Los mestizos y castas. Producto de español e india los primeros y de las demás sangres los
segundos, tenían una condición muy especial, pues mientras eran denigrados por los
blancos, se sentían superiores a los indios, a quienes explotaban y tiranizaban. Algunos se
dedicaban a la ganadería, a las armas, o bien a servir como artesanos o peones en las
haciendas, la mayoría residía en las ciudades, donde formaban la plebe, conocida como
léperos, “pelados”, etc.
Las castas pagaban tributo y se les marcaba para que jamás abandonaran su condición. Por
ello vivían en un constante estado de odio hacia los blancos.
Los criollos eran los hijos de españoles nacidos en la Nueva España, formaban el sector
más importante e ilustrado de la Colonia. La política de la Casa de Borbón, que consideró a
los países de América como verdaderas colonias, apartando del gobierno de las mismas a
los nacidos en ellas, para tenerlos sujetos, contribuyó a enemistar a este sector criollo, tanto
de los peninsulares como de la metrópoli.
La situación de los criollos fue muy difícil. Resultaban ser personas acomodadas cuando
por derecho de primogenitura recibían cuantiosas herencias, si eran hijos menores se
dedicaban a las profesiones más lucrativas de la época, como eran la carrera eclesiástica
(donde ocupaban puestos secundarios), la abogacía, la medicina o la profesión de las armas,
siempre estaban alejados de empleos de mando y bien retribuidos y aun eran desplazados
de los centros comerciales.
Los puestos públicos que podían ocupar los criollos eran los del Ayuntamiento, bien por
haber sido heredados (regidores perpetuos), o bien por haber resultado electos (regidores
electivos) Tal situación les permitía cierta injerencia en los asuntos gubernamentales, donde
se daban cuenta de la pésima administración que había.
Esta subordinación de los criollos a los españoles dio origen a una protesta que el
Ayuntamiento de la Ciudad de México hizo ante el soberano en 1771, condenando la
situación y sosteniendo que los criollos debían ser preferidos en los empleos de la Nueva
España, pues lo contrario traería la ruina del reino.
Los peninsulares eran los españoles nacidos en Europa, y sólo venían a la Nueva España a
enriquecerse. Formaban el sector privilegiado y constituían la minoría. En cambio, eran
dueños de las fuerzas productoras y ocupaban los principales puestos en la administración,
del ejército y de la iglesia. Sus riquezas, sus fueros y privilegios hicieron de ellos el grupo
adicto a la dominación española, que se hizo odioso para los demás grupos sociales.
CONCLUSIÓN.
La situación general de la Nueva España a fines del Siglo XVIII era, en apariencia
próspera. La política seguida en sus colonias por Carlos III, Rey de España, reanimó la
economía del país, incrementando la producción minera, activando el comercio y
aumentando la agricultura y las pequeñas industrias. La Ciudad de México, capital de la
Nueva España, llegó a ser la más hermosa y grande de las ciudades de América.
Pero toda esta prosperidad era aparente. En el fondo de la sociedad colonial existía un
profundo malestar, ocasionado por causas de carácter, social, político, económico y
cultural, que determinaron, fundamentalmente, el odio irreconciliable entre un reducido
sector de privilegiados y los otros grupos que integraban la población novohispana.
Otra causa de descontento era ver que de veinte millones de pesos que producía a la Corona
la Nueva España salían del país más de diez, sin dejar en él ningún provecho, para ser
invertidos en las otras colonias o en la península.
Además, la política económica de España, consistente en crear monopolios y estancos, así
como prohibir la fabricación de determinadas mercancías y cultivar ciertas plantas con el
fin de favorecer su comercio, provocó disgustos entre los criollos ilustrados, quienes
pensaron en la independencia de la Nueva España como única medida para que éste
disfrutara de sus propias riquezas.
Por otro lado, la distribución de la propiedad territorial era desastrosa. Numerosos
latifundios sin explotación estaban en poder de los peninsulares, mientras la inmensa
mayoría del pueblo carecía de una pequeña parcela y vivía en lugares apartados llevando
una vida miserable. Los indios eran dueños de la propiedad comunal de sus pueblos; pero
no podían disponer de ella sin el premiso de la Real Hacienda. Era justo y humano que
también ellos pensaran en un cambio del orden establecido para aliviar su situación.
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