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Propósito y autoridad de La Biblia

Es común encontrar en la visión de las gentes -y también en alguna ocasión en nuestra


vida antes de aceptar a Cristo-, la tentación de preguntar: ¿mediante nuestros propios
esfuerzos podemos indagar o encontrar a Dios? Sea esta búsqueda mediante la
observación de la naturaleza, por la reflexión y el pensamiento de los líderes de la historia
humana, o por nuestra propia interiorización. La respuesta es un rotundo ¡no!. A Dios se le
encuentra cuando a Él le complace revelarse conforme a su propósito perfecto para cada
persona. Lo más que podemos hacer, con nuestro arsenal científico o filosófico se
encuentra descrito en la alegoría de ‘la caberna’ de Platón (libro VII ‘La República’), pues
solo expresaríamos ‘nuestra verdad’ a partir de sombras.
La Biblia misma nos enseña que Dios se revela (descubre) a si mismo de diversas maneras.
En la naturaleza despliega su gloria (Sal. 19); en los tiempos antiguos lo hizo mediante
sueños, visiones y la voz de los profetas y en las Escrituras inspiradas. Cuando fue el tiempo
establecido por Dios, la revelación llegó a su clímax por medio de Jesucristo. Así lo escribe
el autor del libro a los Hebreos (He. 1: 1-2).
Conforme al propósito salvifico de Dios, le complació revelarse a la humanidad, revelación
hecha mediante inspiración (2 Ti. 3: 16-17) por medio de personas fieles, obedientes y
elegidas para tal propósito (instrumentos) como apreciamos en la respuesta del profeta
Samuel: «Habla, Jehová, porque tu siervo oye.» (1 S. 3: 9). ‘La voz de Dios’ o el verbum
Dei, la Palabra de Dios, está contenida en libros escritos en un tiempo y un lugar
preestablecidos por Dios en su plan perfecto de redención del género humano. Los
escritores bíblicos no plasmaron sus propias opiniones. Así por ejemplo, en el caso de los
profetas, su función no era la de predecir el futuro, sino proclamar la voluntad de Dios y
hacer un llamado al pueblo que se apartaba de la voluntad de su Creador, para advertirle
de las consecuencias. La Biblia es Palabra de Dios escrita en lenguaje oral y escrito de
hombres.
Es cierto que durante la lectura o el estudio de la Biblia encontremos que aparentemente
varios pasajes no siguen un orden conforme a nuestro criterio, o que se contradicen, o son
al parecer no importantes, entre otros elementos disuasivos, sin embargo habiendo sido
escrita durante un periodo de 1600 años, por diferentes manos con variados estilos, en muy
variados contextos y en distintos idiomas, existe una armonía e integridad probadas y los
errores de la transcripción a mano de generación en generación son mínimos y no tienen
importancia alguna, pues se originan en fallas humanas de los copistas no de Dios. En
adición debemos destacar que son los propios autores bíblicos los que convalidan lo escrito
por sus antecesores. Así por ejemplo, los profetas confirman la ley, los salmistas exaltan su
verdad, y los escritores del Nuevo Testamento citan en sus escritos textos del Antiguo
Testamento.
El conocimiento de Dios que se obtiene de su lectura y asimilación no provienen de nuestro
propio razonamiento, sino de la acción divina en cada hombre, pues es Dios quien
acompaña a los hombres y cumple sus promesas. Tal verdad la conocía el pueblo judío, y
los primeros cristianos -que sigue vigente hoy día-: ellos experimentaron a Dios, le creyeron
y vivieron una relación personal con Él.
La base autoritativa de la Biblia es la voluntad de Dios y el señorío de Cristo, que se
muestran de inicio a fin en la Biblia, por lo que cualquier escrito que contradice tal principio
no viene de Dios. En palabras del reformador Lutero: “Lo que no enseña a Cristo no es
apostólico, aunque lo enseñen Pedro o Pablo. Por otra parte, lo que predica a Cristo es
apostólico, aunque pudiera venir de Judas, Anas, Herodes o Pilato".
Surgen otra pregunta: ¿Para qué me sirve la Biblia? Siendo un libro inspirado por Dios
muestra la relación de Dios con el hombre como fue desde el momento de la creación. Nos
desnuda y gratifica con el amor eterno de Dios. Como un perfecto cirujano muestra la
condición humana, es como espada de dos filos; «que penetra hasta partir el alma y el
espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del
corazón» (He. 4: 12). Mediante la Biblia podemos conocerle y conocernos, encontrar su
plan de salvación y obrar de manera práctica en nuestras vidas, de allí que la Biblia es la
regla infalible de fe y de conducta para los hombres (Confesiones cristianas).
El apóstol Pablo en su carta a Timoteo, el joven pastor, le muestra de manera resumida el
propósito de la Biblia (2 Tim. 3: 15-17), texto donde se contienen las palabras ‘salvación’,
‘Cristo’ y ‘fe’. De Cristo como el cordero del sacrificio prometido por Dios para la redención
de los pecadores arrepentidos que le buscan; de la fe que proviene de Dios para buscar y
creer en Cristo, y de la salvación por medio de Cristo como un fin de caracter moral y judicial
para librar al hombre de su condición pecadora y de sus consecuencias (la muerte espiritual
eterna).

Conociendo a los musulmanes


Es preocupante como en los últimos años, por diversos motivos que no están en el propósito
de este ensayo, se observa una deserción de las filas del cristianismo, en sus diversas
modalidades, para enrolarse en otras religiones como el budismo, el islam, los mormones,
los testigos de Jehová, entre otros o hacia corrientes del pensamiento como la cienciología.
Tales movimientos se dan independientemente de la actividad propia de cada grupo
religioso por captar nuevos miembros.
No sólo es preocupante en términos de la verdad revelada sino porque en el caso de grupos
musulmanes tienen una abierta posición de terrorismo (justificada como una nueva guerra
santa -yihad-) y animadversión hacia los cristianos (p. ej. Azora V. 56, 76). Por tal motivo
se hace énfasis en tal posición religiosa. La respuesta en los países afectados va desde la
tolerancia hasta la represión y algún esfuerzo por presentarles El Evangelio.
¿En qué consiste la religión islámica?
En los tiempos del Imperio Romano de Oriente habitaban tribus nómadas de paganos
árabes (beduinos), que se conforme a la tradición musulmana son descendientes de Ismael,
el hijo del profeta Abraham y la esclava egipcia Agar. Se establecieron en ciudades como
La Meca, y compartieron rutas comerciales con cristianos y judíos; su sentido de la vida era
la pertenencia tribal (solidaridad), la idea árabe de hombría y una moral que sólo aplicaba
dentro de la familia. Adoraban a las estrellas, diversos ídolos y piedras sagradas, y una
deidad llamada Alá (al parecer una deidad pagana), a quien dedicaron un santuario llamado
la Kaaba, en la Meca (centro de culto de árabes politeísta). Mahoma, el fundador del Islam,
provenía de uno de los clanes menores y a la muerte de sus padres fue criado por su abuelo
y le acompañaba en caravanas comerciales donde se familiarizó con las enseñanzas del
judaísmo y el cristianismo. Mahoma buscó dar legitimidad al islam al identificarse con
Abraham, y su otro hijo, Ismael; intentó sustituir la ley de Moisés con sus propias leyes, y
reemplazó a Jesucristo con una ley que lleva a la esclavitud y muerte eternas.
Señalan Domo de la Roca como uno de sus santuarios y a Jerusalén como la ciudad santa
del Islam junto con la Meca y Medina, después que la conquistaron a mediados del siglo
VII. Tienen los musulmanes un especial respeto y hasta veneración por la virgen María, la
madre de Jesús, (tal vez en recuerdo de Agar), situación que la Iglesia Católico-Romana
ha estado usando como puente para acercarse al Islam.
El Islam predica un evangelio de conversión por medio del Corán su libro sagrado, la
tradición (sunna) y otros escritos, y su bandera contiene los símbolos de la espada y la luna
creciente, representantes de su posición no pacífica. El Corán enseña a los musulmanes a
no hacer amistad con los cristianos (Corán 2.144).
El dios del Islam, Alá no es el Dios de la Biblia. Los musulmanes sostienen la unidad de
Dios en abierta diferencia con la noción trinitaria de Dios, como el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, por lo que rechazan la deidad de Cristo, con el argumento de que el Hijo sería el
resultado de una relación sexual, no aceptan la divinidad de la persona del Espíritu Santo
(Jn. 1: 14; Col. 1: 15-19, Hch. 5: 3-4; Ro. 8: 11) de quien dicen es el arcángel Gabriel.
Los musulmanes aceptan la falta de pecado de Cristo, pero niegan con firmeza su sacrificio
sobre la cruz y su resurrección, al compararlo con otros profetas desde Abraham a Mahoma,
el profeta de Alá. Dicen en sus escritos que Dios dispuso que otro muriese en lugar de
Jesús (Sura 4:158). Para los cristianos, Jesús el Cristo es más que un profeta, es Dios
encarnado que sacrificó su vida para redimir a los pecadores (ver 1 Jn. 2: 23).
Lo importante no es el impacto del mundo musulmán entre los creyentes sino que Dios en
su soberanía usa e interviene de manera sobrenatural en la historia de forma tal que cambia
reinos y gobernantes a fin de que Su Plan de redención se cumpla conforme a su Palabra
revelada (Is. 11). Comparando los dos mensajes, el del Islam y el del Evangelio, nos
encontramos con un abismo insalvable. Por ejemplo:
 “Matad al enemigo, allá donde lo encontréis” (Sura 9: 92).
 «Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced
bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen...» (Mt. 5:44).
Pero todos los cambios están en las manos de Dios porque por ejemplo, durante muchos
siglos, durante la Edad Media, hubo períodos de una sana convivencia entre varias
comunidades judías, cristianas y musulmanes; el acercamiento al menos entre los
pensadores de esa época fue la reflexión filosófica aristotélica (racionalista) de los santos
escritos. El Señor mostrará y abrirá los caminos para el sano entendimiento con los
musulmanes y los judíos, la llave es el amor porque «Dios es amor» (1 Jn. 4: 8); el Señor
necesita pacificadores (Mt. 5: 9), y habrá reconciliación por medio de Jesucristo, porque
Dios siempre cumple sus promesas y creemos lo que dice su Palabra en lo anunciado a
Abraham de que sería bendición para todas las naciones (Gn. 12: 2-3). Abraham, “el amigo
de Dios” (Stg. 2: 23; Corán 3.68) es reconocido como profeta por los judíos, cristianos y
musulmanes.
Una seria limitante para el evangelismo a los musulmanes es la multitud de etnias que
componen el mosaico de países predominantemente musulmanes así como de lenguas;
donde ha llegado el Evangelio los creyentes en Jesucristo sufren de una despiadada
persecución. Sigamos orando por la promesa de Dios (Gn. 17: 18, 20) para que en los
musulmanes incrédulos venga la desilusión y el hartazgo de su vida llena de odio, rencor y
sangre originada por la predicación de los extremistas islámicos (Gn. 16: 12), y sean
tocados por las amorosas palabras de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis trabajados
y cargados, y yo os haré descansar» (Mt. 11: 28). Amén.

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