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Introducción
Este artículo es fruto del inmerecido ofrecimiento que mi estimado Dr.
Carlos de Castro me hizo con el fin de publicarlo en 15/15\15, revista que
leo con cierta frecuencia ya que en ella se abordan temas de extraordinario
interés para quien se preocupe por el devenir de nuestra sociedad, más
allá de las anécdotas manidas de las discusiones políticas del día.
La reflexión que aborda este artículo proviene de varias fuentes que me
hicieron meditar sobre el destino a corto, medio y también largo plazo de
la sociedad en la que vivimos. Las lecturas que atrajeron mi atención
fueron fundamentalmente dos artículos:
Los ciudadanos, a medida que ven que todo este proceso sólo acelera su
empobrecimiento y la concentración de riqueza y poder (que son lo mismo)
en manos de cada vez menos, se van apartando de la dinámica
democrática, van llegando a la conclusión de que todo el proceso está
“trucado”. Es en esta tesitura histórica de las civilizaciones donde surge lo
que Spengler llama el “Cesarismo”.
Otro famoso autor que se ha ocupado, como Spengler, del destino de las
civilizaciones es el inglés Arnold J. Toynbee en su magnífica y voluminosa
obra Estudio de la Historia, donde realiza un análisis exhaustivo de las
sucesivas civilizaciones.
Al igual que en la teoría de la historia de Spengler o de Giambattista Vico,
según Toynbee las civilizaciones pasan por una serie de fases “orgánicas”
de nacimiento, crecimiento, esplendor, decadencia y caída. No obstante,
Toynbee no es tan fatalista como Spengler o Vico en cuanto al final de las
civilizaciones, y todo apunta a que la única civilización que para Toynbee
se puede salvar de las fases de decadencia y muerte (caída) es la
occidental, lo cual no acaba de parecerme un análisis muy objetivo.
La Decadencia de las Civilizaciones según
Arnold J. Toynbee
Para Toynbee las civilizaciones nacen o se suceden por un mecanismo de
“incitación-respuesta”, en el que una “Minoría Creativa” consigue dar una
respuesta adecuada a un conjunto de “incitaciones” (crisis) que amenazan
el cuerpo social, transformando para siempre a la propia sociedad.
Epílogo
Que nadie se engañe, no soy un profeta del Apocalipsis ni nada por el estilo;
este proceso que he descrito no es rápido e inmediato, sino probablemente
de siglo(s). Así ha sido históricamente, aunque nuestra civilización
“Fáustica”, cuya visión primordial es la ausencia de límites, probablemente
acelere todo el proceso.
En general entre las personas educadas con amplia formación,
pertenecientes a una civilización madura, habitantes de un mundo urbano
donde (casi) todo lo que se observa es obra humana y por tanto donde
todo está perfectamente controlado, y en especial en nuestra civilización
cuyas herramientas principales son la Ciencia y la Técnica, que nos han
permitido el control de toda la Tierra; siempre se piensa que se puede
hacer algo, que se puede evitar, por ejemplo, el auge del Cesarismo, que
se pueden frenar las tendencias destructivas de la decadencia de la
civilización o incluso —nada más y nada menos— sustituirla, casi de la
noche a la mañana, por otra Cultura, por otra Visión del Mundo, por otro
Paradigma completamente distinto —o eso creemos—, que nos permita
superar las crisis anidadas que tenemos encima.
Para nosotros, los civilizados, los bien educados en la causalidad y en la
razón, los de buen corazón, se nos ocurre que debe ser posible persuadir
a los otrosde las obvias dinámicas destructivas de nuestra sociedad,
desgranar los problemas, analizar sus causas y ofrecer soluciones “claras
y distintas” (parafraseando a Descartes). ¿Acaso no somos, al fin y al
cabo, la civilización más sabia que ha existido jamás, porque su saber se
fundamenta en la Ciencia y sus verdades, y no en la mera superstición?
¿No hemos dejado nosotros atrás todos los mitos y vivimos instalados en
la Razón y en las verdades que nos aportan las certezas científicas?
¿Acaso —con la inestimable ayuda de la Ciencia— no podemos diseñar un
mundo distinto, donde, de forma cuasi-indolora, superemos los desafíos
destructivos de nuestra civilización y su devastadora deriva? ¿Acaso no
hemos acariciado ese sueño ya con la punta de los dedos y sólo
falta tunear algunos pequeños fallos del sistema?
Pero, y ¿si la propia idea del Control de la realidad —incluido el ser
humano—, cuyo fundamento ético deriva del proceso de la
desacralización a fondo de la Naturaleza, y que está en la base de la
misma Ciencia, es la raíz de la devastación que vemos alrededor?, y ¿si
esa, y no otra, es la enfermedad mortal de nuestra cultura?
Nosotros los civilizados, como observadores externos, averiguamos las
causas y elaboramos las estrategias bajo el Principio de Separación entre
nosotros y el Mundo, y escogemos aquello que más nos conviene a largo
plazo; como salvar un bosque, por los beneficios ecológicos y la belleza que
eso nos aporta, o proteger a las abejas, por sus insuperables beneficios
para la agricultura ecológica, o eliminar los plásticos porque dañan los
caladeros de peces y ensucian las playas, o reducir el uso de los
combustibles fósiles pues el calentamiento global debido al CO 2 creará
muchos problemas que afectarán a la agricultura y a las ciudades al borde
del mar, o pasar a usar coches eléctricos que contaminan menos pero nos
dan esa libertad de movimientos que tanto necesitamos, etc…
Creemos que con las estrategias racionales de análisis de coste-beneficio,
heredadas, epistemológicamente del Mercado (racionalidad deriva
de ratio: una relación entre cantidades), podemos superar las crisis
anidadas que nos acechan, entre otras las socio-política que he descrito.
Sin embargo, éstas sólo reforzarán su intensidad, pues las mismas
herramientas que originan un problema no sirven para su solución; nunca
han servido, ni en la nuestra, ni en el resto de las civilizaciones que han
existido.
No, no funcionarán, nunca han funcionado, esa misma palabra (funcionar)
está en la misma base de nuestros problemas, pues define una mecánica y
un fin (para nosotros). Pero así hablamos nosotros, es eso lo que somos.
Nuestra civilización, una criatura orgánica del mundo, tiene que seguir su
curso, andar su camino. Nunca fue ni la finalidad última ni será tampoco el
final del largo camino humano, ni siquiera una etapa en un
presunto progreso(idea propia de nuestra civilización Fáustica) en
la mejora de las sociedades humanas, sino una de las muchas formas
posibles de ser y pensar el mundo, de vivir como humanos, con sus
muchas luces y sus muchas sombras. Una forma que deberá morir para
que otras nazcan, para que la Naturaleza —siempre creadora— pueda
verse en unos nuevos ojos que la mirarán de una forma completamente
distinta a como lo hacemos nosotros, con el asombro de un bello mundo
nuevo que renace.